El concepto de literatura en Chile durante la década de 1840: José

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El concepto de literatura en Chile durante la década de 1840:
José Victorino Lastarria y la Sociedad Literaria
Ana Silvia Rábago Cordero
Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Filosofía y Letras
Se dice que la literatura es la expresión de la sociedad
porque, en efecto, es el resorte que revela de una
manera, la más explícita, las necesidades morales e
intelectuales de los pueblos; es el cuadro en el que
están consignadas las ideas y las pasiones […] de toda
una generación.1
José Victorino Lastarria —uno de los políticos más representativos del libe­
ralismo chileno— explicó, en su discurso de incorporación a la Sociedad
Literaria de 1842, la misión que un grupo de jóvenes adquiría al crear dicha
sociedad, así como las causas por las cuales sus miembros debían concen­
trarse en un proyecto de gran importancia: la creación de una literatura
nacional. Sin embargo, a partir de lo expresado por el mismo Lastarria, ca­
bría preguntarse, ¿a qué se refería cuando hablaba de literatura? ¿Por qué la
definía como una expresión de la sociedad? Antes de responder a dichos
cuestionamientos es necesario precisar qué era la Sociedad Literaria así
como el contexto de su fundación, ya que, como decía el mismo autor, la li­
teratura expone las ideas de una generación, en este caso, la llamada Gene­
ración del 42 en Chile.
En la década de 1820 existió en Chile un gobierno liberal que terminó
con un golpe de Estado por parte de los sectores más conservadores. El
resultado de dicho suceso fue la promulgación de una Constitución de cor­
te moderado en 1833, cuyo principal redactor fue el venezolano Andrés
Bello. A partir de ese momento, el gobierno del país se fortaleció y el pre­
sidente adquirió poderes amplios para mantener el orden público. Según
Bello, era necesario en ese momento tener un gobierno fuerte que no
1
José Victorino Lastarria, Discurso de incorporación de D. J. Victorino Lastarria a una Sociedad
de Literatura de Santiago, en la sesión del tres de mayo de 1842, Santiago, Imprenta de M. Rivadene­
yra, 1842, p. 7.
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permitiera levantamientos y revueltas; posteriormente, conforme progre­
sara la sociedad, se otorgarían las libertades requeridas.
Desde finales de la década de 1830 comenzó a suscitarse una serie de
conflictos debido a la tensión que provocaba la suma de una autoridad fuer­
te, cobijada por la legalidad, y la falta de libertad, que no podía dejarse de
lado y era una aspiración política de la época. A partir de 1841 ocurrieron
las primeras transformaciones gracias a la llegada a la presidencia de Ma­
nuel Bulnes, quien se rodeó de colaboradores de distintas filiaciones políti­
cas, lo cual mostró su disposición para otorgar algunas libertades. La
prensa se vio beneficiada por los cambios operados: hubo un enriqueci­
miento del espacio público, aparecieron nuevos periódicos que se convir­
tieron en escenario de debates y acaloradas discusiones sobre temas de la
vida nacional, como lo eran la misma libertad de prensa y la necesidad de
que el partido conservador se abriera a las ideas liberales. También durante
la década de 1840 se fundaron asociaciones e instituciones educativas que
contaban con los intelectuales más destacados de la época entre sus filas de
docentes. Lastarria impartía clases en diversos establecimientos pequeños,
pero su principal campo de acción se hallaba en el Instituto Nacional, don­
de era profesor de las materias de Legislación y Derecho de Gentes.
Durante el primer gobierno de Bulnes (1841-1846) hubo un notable
crecimiento en la cantidad de periódicos publicados, los cuales lograban
lanzar varios números antes de desaparecer. “El contenido también cam­
bió, puesto que hubo mayor cobertura de temas culturales y sociales que
propiciaron los primeros escenarios de debate público para una nueva ge­
neración de intelectuales.”2
Además de los periódicos, la creación de instituciones educativas am­
plió el espacio de discusión de los problemas políticos, pues se pensaba que
era necesario educar un nuevo tipo de hombre que estuviera preparado
para un cambio social y político. Para los grupos progresistas, el deber de la
facción dirigente era crear un nuevo orden, en el que las ideas inspiraran
un cambio personal e intelectual para que, posteriormente, se llegara a una
democratización tanto estatal como social.3 A pesar de la existencia de
2
Ivan Jaksic y Sol Serrano, “El gobierno y las libertades. La ruta del liberalismo chileno en
el siglo xix”, Estudios Públicos, Santiago de Chile, n. 118, 2010, p. 77.
3
Ana María Stuven, “Una aproximación a la cultura política de la élite chilena: concepto y
valoración del orden social (1830-1860)”, Estudios Públicos, Santiago de Chile, n. 66, 1997, p. 283.
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mayor apertura, el sistema que defendía el orden por sobre todas las cosas
no permitía que el disenso se manifestara libremente y no había posibili­
dad de desafiar la legitimidad de la autoridad.
La generación que se desarrolló entre 1830 y 1840 construyó ideas
particulares sobre los conocimientos más útiles para la sociedad, al asumir­
se como sujetos transformadores de la realidad, de su entorno, responsables
de la labor de educar al pueblo para lograr las tan ansiadas transformacio­
nes. Con ese afán fundaron grupos, sociedades y otros círculos de reunión
y discusión.
Fue en el marco arriba descrito que surgió un movimiento cultural e
intelectual formado por antiguos alumnos de los principales educadores
del país en la década anterior, José Joaquín de Mora y Andrés Bello, así
como alumnos del mismo Lastarria: la llamada Generación del 42, cuya
principal agrupación fue la Sociedad Literaria, para la que eligieron como
director a José Victorino. Las reuniones comenzaron el 5 de marzo de
1842 y en total se llevaron a cabo ochenta y seis sesiones, siendo la última
el 1 de agosto de 1843. La Sociedad contó con más de cuarenta miembros,
entre los que se destacaban Carlos y Juan Bello —hijos de Andrés Bello—,
Álvaro Covarrubias, Andrés y Jacinto Chacón, Santiago Lindsay, Aníbal
Pinto, Anacleto Montt y Francisco Bilbao. Muchos de los integrantes per­
tenecían a las familias más prominentes e importantes de Chile, lo que
les había procurado una educación en los establecimientos prestigiosos
de Santiago.
En la sesión del 17 de marzo de 1842 se formó una comisión para infor­
marle a Lastarria que deseaban nombrarlo presidente de la Sociedad. Final­
mente, el 3 de mayo del mismo año fue la fecha en la cual el ahora director
pronunció un discurso de incorporación, recordado como un parteaguas en
la literatura y la cultura, pues proponía a los miembros del grupo llevar a
cabo la tarea de crear una literatura nacional, al tiempo que se involucra­
ban en la construcción de la nación y de la identidad chilenas.
En su arenga, a partir de la idea de progreso, José Victorino explicaba
que la literatura y la educación se habían dejado de lado y el gobierno había
centrado sus esfuerzos en la prosperidad económica. A lo largo del texto
afirmaba que la literatura es una necesidad social porque es una expresión
del pueblo, revela sus necesidades intelectuales y morales. “La literatura,
en fin, comprende entre sus cuantiosos materiales, las concepciones eleva­
das del filósofo y del jurista, las verdades irrecusables del matemático y del
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historiador, los desahogos de la correspondencia familiar y los raptos, los
éxtasis deliciosos del poeta.”4
Como puede apreciarse en la cita anterior, cuando Lastarria hablaba de
literatura no se refería solamente a un texto apegado a ciertos cánones es­
téticos y perteneciente a determinados géneros: por el contrario, la idea de
literatura que proponía José Victorino era mucho más amplia, incluía tex­
tos de distintas disciplinas como matemáticas, biología, historia y derecho.
Así, para Lastarria, “literatura” abarca cada uno de los aspectos de la cultu­
ra de una sociedad que pueden darse a conocer por medio de la palabra, la
cual tiene el poder de comunicar ideas y saberes.
Una de las aspiraciones más grandes de Lastarria era la creación de
una literatura nacional a través de la cual pudiera construirse la identidad
del pueblo chileno. La manera que veía como idónea para lograrlo era la
escritura y la difusión de textos de distintas materias porque, al ser la lite­
ratura una expresión de la sociedad, debía abarcar todos los aspectos que la
misma involucra y que contribuyen a su desarrollo. Por lo mismo, conside­
raba “literatura” a todo escrito que difundiera conocimientos.
A partir de lo mencionado es comprensible que, dentro de la literatura,
se considerara a la prensa, a la cual se dotaba de una función social especí­
fica: “Ha llegado a hacerse el agente más activo del movimiento de la inte­
ligencia, la salvaguarda de los derechos sociales, el azote poderoso que
arrolla a los tiranos y los confunde en su ignorancia”. 5 La prensa era el
vehículo de las ideas, de las necesidades sociales y de la difusión del cono­
cimiento, por lo que los miembros de la Sociedad decidieron fundar un
semanario en el cual publicaban los textos que presentaban en las sesiones.
Se llevaban actas de cada sesión y se decidía cuáles eran los mejores traba­
jos, que eran finalmente publicados. Los textos que se leían en la Sociedad
correspondían a lo que Lastarria proponía en su discurso, a la construcción
del conocimiento, por lo cual abarcaban materias como historia, ciencias y
psicología.
Inicialmente —según cuenta el mismo Lastarria—, la sociedad preten­
día publicar un periódico que tratara sólo de variedades, novelas y poesía,
pero Francisco Bello los citó a nombre de su padre y los convenció de que el
Semanario tratara de todos los asuntos que se consideraran de importancia,
4
José Victorino Lastarria, Discurso de incorporación…, p. 7.
Loc. cit.
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tal como José Victorino había propuesto en el discurso de incorporación
a la Sociedad.
[…] lo hizo aconsejándonos que no hiciéramos un periódico exclusivo,
de una sola doctrina literaria, de un solo partido; porque debíamos
aparecer todos unidos, cuando nuestro primer deber era vindicar nues­
tro honor literario, demostrar nuestro común progreso intelectual y
afirmarlo; porque el nuevo movimiento, iniciado por nuestro discurso,
podía así ser bien servido, sin sublevar recelos, sin enajenarnos el apo­
yo y la cooperación de tantas inteligencias distinguidas; porque nues­
tras fuerzas y las de nuestros jóvenes compañeros no bastarían a
mantener dignamente la publicación.6
El movimiento literario de 1842, a pesar de cristalizarse ese año, fue
resultado de un proceso que se inició desde la década anterior, impulsado
por una generación que no vivió las guerras de independencia ni los prime­
ros problemas para organizar la nación, que no conoció el Antiguo Régi­
men. Una generación a la que le correspondió analizar los primeros años
de vida independiente y mirar hacia los países que en ese momento se
consideraban modernos, como Francia, Inglaterra y Alemania, para dirigir
a sus naciones por el camino del progreso. De este modo, si desde 1841
había surgido la idea de crear la Sociedad, fue hasta 1842 que comenzaron
las reuniones en un departamento facilitado por Ramón Renjifo. Lastarria
admitió que la empresa de crear dicha sociedad no fue fácil; si bien puede
considerársele el punto de partida del progreso literario en Chile, las difi­
cultades fueron grandes para consolidar el proyecto. Algunos amigos y
alumnos de José Victorino trataron de persuadirlo, incluso se le propuso
publicar un periódico que tratase solamente de jurisprudencia, lo cual Las­
tarria aceptó como un primer intento de difusión de conocimiento. El 6 de
noviembre de 1841 comenzó a publicarse la Gaceta de los Tribunales, cuya
publicación duró tres meses a cargo de José Victorino y el grupo de jóvenes
que pretendía formar la sociedad literaria.
El mismo Lastarria sentía que no podía reducir su labor a la elabora­
ción de un periódico judicial y necesitaba aprovechar el impulso que la
6
José Victorino Lastarria, Recuerdos Literarios, Santiago, Imprenta de la República, 1878,
p. 169-170.
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prensa estaba adquiriendo en esos momentos. Un elemento importante
que contribuyó a la creación y transformación del espacio público en esos
tiempos fue la llegada de un grupo de exiliados argentinos que huía del
gobierno de Juan Manuel de Rosas; de ellos, Domingo Faustino Sarmien­
to fue el más destacado. Sarmiento escribió en algunos periódicos e inclu­
so sostuvo acaloradas discusiones con Lastarria sobre la política del
momento.
Además de los intentos de José Victorino por fundar la sociedad, en
1842 salieron a la luz dos periódicos literarios, la Revista de Valparaíso y el
Museo de Ambas Américas. En los dos periódicos aparecían tanto artículos
originales como traducciones y reseñas.
Puede decirse también que el movimiento intelectual en el que se ins­
cribió la Sociedad Literaria es producto de la educación impartida en las
dos instituciones de mayor renombre: el Liceo de Chile y el Instituto Na­
cional. Los hombres de la Sociedad fueron instruidos con bases liberales y
adquirieron conocimientos de política a temprana edad. Podría decirse que
fueron criados como intelectuales por los mejores maestros, por sujetos
educados en Europa que pretendían transmitir sus saberes a esa primera
generación de chilenos libres, como fue el caso de Bello —quien recibió una
fuerte influencia de Edmund Burke durante su estancia en Inglaterra— y
Mora, quien era un español exiliado en América y que había llevado consi­
go sus ideas sobre el liberalismo.
Conviene apuntar que la sociedad chilena se caracterizaba por su alta
polarización. Por ende, la educación que recibió la Generación del 42 reve­
laba su pertenencia a los grupos de la élite que dirigían el país. Aunque
algunos de los miembros del grupo no eran parte de las capas altas de la
sociedad, lograron incorporarse a la opinión y el espacio públicos a partir
de la oportunidad de estudiar en las mismas instituciones. Tal fue el caso de
Lastarria, quien en sus Recuerdos literarios menciona que su única oportu­
nidad de progresar era la educación. Esta idea proviene del pensamiento
ilustrado, en el cual el conocimiento adquiere importancia para formar
parte de los sectores que dirigen a las naciones. La sociedad literaria fue un
grupo que, al dar realce a la educación, permitió la incorporación de los
sectores medios, siempre y cuando su preparación fuera similar a la de las
élites. El movimiento impulsado por la Sociedad Literaria, según Lastarria,
no fue popular ni tampoco resultado de la publicación de los distintos dia­
rios del momento, fue la iniciativa de un grupo de sujetos que buscaba
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servir a su patria por medio de lo que también José Victorino llama “litera­
tura social”.7
Además de ser un proyecto que recibió poco apoyo por parte de ami­
gos y conocidos de los miembros de la misma Sociedad, puede decirse
que fue un movimiento intermitente, pues a pesar de que con dicho nom­
bre las reuniones duraron poco tiempo, José Victorino y sus compañeros
no desistieron en el intento de crear una literatura nacional, útil para el
pueblo chileno, que preparara a sus ciudadanos para ejercer sus deberes
y obligaciones. Posteriormente Lastarria participó en el Círculo de Ami­
gos de las Letras y en la Academia de Bellas Letras, las cuales fueron su­
cesoras y herederas de la Sociedad Literaria de 1842. Puede decirse
entonces que el proceso de creación y consolidación de la literatura chi­
lena duró más de treinta años. Menciona José Victorino que incluso el
objeto por el que escribió sus Recuerdos literarios fue corregir otro texto
que se titulaba Historia de la administración Errázuriz y que explicaba de
forma errónea la historia de la literatura en Chile durante su vida inde­
pendiente.8 Lastarria deseaba presentar su testimonio del proceso así
como mostrar su participación en él, dejando por escrito todas las accio­
nes y esfuerzos que a lo largo de su vida llevó a cabo para ver cumplido el
objetivo de poner en marcha la literatura nacional y la difusión del cono­
cimiento por medio de la prensa.
Los miembros de la Sociedad Literaria de 1842 asumieron un papel no
sólo como creadores de textos, sino que también ejercieron la labor del in­
telectual, del productor de ideas que debe hacer circular para expandir el
conocimiento de toda naturaleza. Los intelectuales, desde el siglo xix, han
sido principalmente productores de ideas y aún hoy son agentes transfor­
madores de la sociedad porque el conocimiento tiene esa misma facultad
de transformación. Los miembros de la Sociedad Literaria aspiraban a pro­
ducir conocimientos a partir de las necesidades particulares del país.
[…] la función social del intelectual no está orientada hacia la “ciencia
desinteresada”, como la llamaba Bello, sino a la construcción algo ur­
gente de un orden social donde, eso sí, el conocimiento racional y la
7
Ibidem, p. 157.
Ibidem, p. 5.
8
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racionalidad científica aspiran a jugar un papel directivo en su organi­
zación y su legitimación.9
El plan de creación de la literatura nacional propuesto por Lastarria
giraba en torno a la función de los letrados chilenos, de los sujetos de la
Sociedad Literaria, porque “eran los poseedores y/o los creadores de los
conocimientos cultos y de los artefactos literarios propios de su tiempo”.10
José Victorino y su propuesta de crear la literatura nacional se inscribió en
el proceso de construcción de la nación y se tradujo en la invención e iden­
tificación de los elementos que conformaban la identidad del pueblo chi­
leno. Era indispensable responder a los cuestionamientos sobre quiénes
eran y hacia dónde se dirigían, y las respuestas a estas preguntas se darían
por medio de la escritura de textos de distintas disciplinas que, en conjunto,
crearían el ser del pueblo.
El movimiento literario en Chile había surgido desde mediados de la
década de 1830. Algunos amigos, compañeros y alumnos de Lastarria in­
tentaron publicar periódicos que no tuvieron mucho éxito, pero la idea de
transformar la cultura chilena se mantenía en pie. El concepto de literatu­
ra como toda producción escrita que comunicara conocimiento era tam­
bién común a los sujetos que formaron la Sociedad, y dentro de dicha idea
regresaron a la función retórica del texto, a la pretensión de convencer y
educar, marcar pautas de comportamiento y, para su caso, el objetivo prin­
cipal era formar ciudadanos: formar una conciencia nacional.
El afán transformador de la generación de 1842 marcó el inicio de la
producción cultural chilena reconocida como algo propio, mientras que el
conocimiento, como instrumento de poder, fue aprovechado por la Socie­
dad para colocarse a la vanguardia de la vida intelectual del país. Organizar
el mundo de manera diferente a lo que se conoce amenaza el orden esta­
blecido: en ello radica la importancia del movimiento literario del 42; en su
propuesta ontológica, en querer transformar el ser del pueblo chileno eli­
minando el pasado colonial, buscando lo propio sin copiar la literatura
francesa o inglesa. Según Lastarria,
9
Sol Serrano, “Rol histórico de los intelectuales en Chile”, Proposiciones, Santiago de Chile,
SUR, v. 24, 1994, p. 165.
10
Annick Lempérière, “Los hombres de letras hispanoamericanos y el proceso de seculariza­
ción (1800-1850)”, en Carlos Altamirano (ed.), Historia de los inelectuales en América Latina, i, Bue­
nos Aires, Katz, 2008, p. 242.
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Fundemos pues nuestra literatura naciente en la independencia, en la
libertad del genio, despreciemos esa crítica menguada que pretende
dominarlo todo, sus dictados son las más veces propios para encadenar
el entendimiento, sacudamos esas trabas y dejemos volar nuestra fan­
tasía, que es inmensa la naturaleza.11
Recién fundada la Sociedad Literaria, el trabajo no fue sencillo, dado que
la prensa juzgó duramente el propósito de dicho grupo y recibió con frialdad
el discurso de Lastarria. El rechazo y las críticas que recibieron los miembros
de la Sociedad al inicio de sus labores se debió a que provocaron un enfren­
tamiento entre dos conceptos distintos de literatura: el de José Victorino y el
de Andrés Bello. El venezolano se distinguió a lo largo de su vida por su pro­
fundo respeto al orden, lo cual se reflejaba también en su idea de la literatu­
ra. Entendía el orden como “el respeto a una norma de equilibrio superior al
individuo, que regulaba su conducta y evitaba los males de la improvisación
y el caos […] seguía fielmente apegado al criterio neoclásico (otra vez en
nombre del orden) para juzgar la literatura”.12 Mientras que Lastarria busca­
ba el carácter filosófico de la literatura, que no se limitara a la correcta escri­
tura de textos, y consideraba el estilo de Bello como “vieja literatura”,
sometida a reglas clásicas y asociada al Antiguo Régimen.
Bello había dedicado buena parte de su trabajo al estudio de la lengua y
sus usos correctos, así como a la enseñanza de la gramática, mientras que
Lastarria proponía buscar un camino diferente, no sólo apegarse a las formas
sino, en última instancia, cambiar el contenido de la literatura, ampliarla,
incluir textos de otras disciplinas, englobar a la sociedad en la literatura.
La literatura moderna sigue el impulso que le comunica el progreso so­
cial, y ha venido a hacerse más filosófica, a erigirse en intérprete de ese
movimiento […]. En vez de juzgar las obras del poeta y del artista única­
mente por su conformidad con ciertas reglas escritas, expresión genera­
lizada de las obras antiguas, se esforzará en penetrar hasta lo íntimo de
las producciones literarias y en llegar hasta la idea que representan.13
11
José Victorino Lastarria, Recuerdos…, p. 13.
José Miguel Oviedo, Historia de la literatura hispanoamericana. 1. De los orígenes a la emancipación, Madrid, Alianza Editorial, 1995, p. 356-357.
13
José Victorino Lastarria, Discurso de incorporación…, p. 13.
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A pesar de existir una contraposición entre los conceptos de literatura
de Bello y Lastarria, el venezolano apoyó a la Sociedad Literaria en sus la­
bores intelectuales, aunque no estuviera de acuerdo con el rechazo al pa­
sado hispánico que manifestaba José Victorino.
Lastarria mostraba en su concepto y en su proyecto de literatura la
influencia ilustrada de su educación. La búsqueda de una “literatura de
carácter filosófico” o literatura social, como también se le nombró, colocaba
en el centro de la cultura a los intelectuales de la Sociedad Literaria, a ese
grupo de letrados educados en las instituciones ya mencionadas, con lo
que les otorgaba un papel protagónico en el proceso de creación de la na­
ción, al igual que D’Alembert, en el discurso preliminar de la Enciclopedia,
daba un papel eminente a los philosophes a lo largo de la historia: “La histo­
ria del hombre tiene por objeto sus actos o su conocimiento, y por consi­
guiente es civil o literaria. En otras palabras, está dividida entre las grandes
naciones y los grandes genios, entre los reyes y los hombres de letras”.14
La misión del intelectual era producir conocimiento y difundirlo. En
consecuencia, la literatura nacional debía ir de la mano de la historia, re­
chazar el pasado y construir el presente del pueblo chileno. De tal modo,
la literatura, entendida en la forma en la que lo hacía Lastarria, era el me­
dio de transmisión de saberes, de educación del pueblo, sin olvidar, claro,
que sólo un pequeño porcentaje de la población sabía leer. Por lo tanto, ese
conocimiento escrito se dirigía a un sector muy específico, a quienes po­
dían comprender y discutir las publicaciones; a quienes, por medio de la
discusión en la prensa, podían construir la opinión pública, tomar como
suyas las necesidades del pueblo y discutir sobre ellas, transmitirlas a los
responsables de la política —que en muchas ocasiones eran también publi­
cistas— y retroalimentarse por medio de los debates entre periódicos. “[…]
el rol central de los intelectuales en el diecinueve podría englobarse en la
función de mediación de la producción de conocimiento […] sirven como
canales de institucionalización y posibles creadores de nuevos tipos de
símbolos de orientación cultural.”15
El papel de la prensa en la difusión del conocimiento la hacía parte de
la literatura, según Lastarria. En este sentido, la mayoría de los personajes
14
Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 200.
15
Sol Serrano, “Rol histórico…”, p. 165.
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que formaron la Sociedad Literaria, y que fueron personajes importantes
de la política en décadas posteriores, habían sembrado el inicio de las trans­
formaciones en Chile, de lo que al paso de los años se convertiría en paula­
tinas reformas de corte liberal. Para ellos, la literatura tenía la obligación de
abarcar las ciencias y las artes; además, si pretendían formar parte de la
construcción de la nación por medio de la difusión del conocimiento, no
podían limitarse a un solo tema. El concepto amplio de literatura que pro­
ponían los intelectuales del 42 recibió una importante influencia del doc­
trinarismo francés, pues según dice Luis Díez del Corral:
el político doctrinario no se reduce al ámbito de la ciencia o el arte del
Estado sino que, rebasándolo ampliamente, se adentra por los campos
de otras ciencias del espíritu. La filosofía, la historia, la sociología, la
literatura en general, etcétera, han sido no sólo frecuentadas por tales
políticos, sino cultivadas por ellos con indudable fruto. En el panorama
cada vez más vasto y disgregado de la cultura decimonona, los doctri­
narios representan uno de los más ambiciosos intentos de integrar los
diversos campos del pensamiento con miras a la unitaria y reflexiva
dirección de la vida política.16
Lastarria reconoce en sus producciones literarias la influencia doctri­
naria, e incluso llama “etapa doctrinaria” a sus publicaciones de las décadas
de 1840 a 1860. José Victorino concluía en su discurso de incorporación
que la literatura chilena debía ser original y no imitar a la de ningún país.
Debía ser libre, pero la libertad siempre debía acompañarse de la modera­
ción. Además, debía existir siempre una interacción entre el pueblo y el
gobierno —lo cual es otra propuesta de los doctrinarios—: la conexión entre
ambos es la literatura, al servir para que las opiniones del mayor número
de sujetos llegara a oídos del gobierno. La literatura debía representar al
pueblo entero, atender sus necesidades y llevarlas a los legisladores.
Por último, José Victorino hacía un llamado a los miembros de la So­
ciedad para cumplir con una obligación moral y ayudar a transformar la
realidad del momento: un instante en el que las academias y gobiernos no
estaban de acuerdo con las costumbres y en el que consideraban indis­
16
Luis Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, Madrid, Centro de Estudios Políticos, 1945,
p. 145.
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pensable reformar o renovarlo todo. La idea de literatura que acompañaba
las propuestas de Lastarria era totalmente congruente con esta misma ne­
cesidad de transformación, pues buscaba cambiar los viejos esquemas en
los que sólo era importante formar buenos escritores que respetaran las
reglas de gramática por sujetos capaces de escribir sobre distintos temas de
incumbencia nacional y, a la par, de adentrarse en las necesidades del
pueblo chileno.
La Sociedad Literaria llevó a cabo su última sesión el 1 de agosto de
1843, en tanto que el último número del Semanario se publicó el 2 de febre­
ro del mismo año. Con un total de 31 números, dio cuenta a su paso del
inicio de las transformaciones intelectuales en Chile gracias al empeño de
los jóvenes de la época y la ayuda de los exiliados argentinos que llegaron
al país y sostuvieron interesantes polémicas con los miembros de la Socie­
dad. Por su parte, Lastarria no abandonó la idea de difundir el conocimien­
to perteneciente a las más diversas disciplinas por lo que, años más tarde,
y en distintas circunstancias políticas, crearía otras agrupaciones similares
a la Sociedad Literaria original.
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