Desorden establecido

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El Clarí-n de Chile
Desorden establecido
autor Rafael Luis Gumucio Rivas
2009-12-31 15:05:56
La derecha siempre ha sido partidaria del orden, pues lo necesita para garantizar el fetiche de la propiedad privada
frente al ataque de los desposeÃ-dos o de quienes desde tiempos milenarios luchan por la igualdad entre los hombres.
Alfredo Jocelyn-Holt, en su libro El peso de la noche, escribÃ-a sobre el orden precario.
Nuestro connacional está en búsqueda permanente del orden: está siempre amenazado por el desorden de los
terremotos, sequÃ-as e inundaciones y sabe que el orden es efÃ-mero y el miedo lo hace aferrarse a él. Relata en este
ensayo que BenjamÃ-n Vicuña Mackenna construyó un mirador, en el Cerro Santa LucÃ-a, para observar desde esa
altura el movimiento de los “rotos― de la Chimba que, según los oligarcas, siempre amenazaban la fortaleza del centro
la ciudad, rompiendo la placentera vida de los ricachos. Los dueños de fundo pactaban con los cuatreros para evitar ser
asaltados, según el relato de MartÃ-na Barros
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Los chilenos siempre han preferido a los personajes autoritarios y de orden, como Portales, Manuel Montt, Andrés Bello
y, en época más reciente, Carlos Ibáñez, Augusto Pinochet y Ricardo Lagos; les gusta los mandones y machos
gritones; no han tenido la misma suerte los rebeldes: los hermanos Carrera, Francisco Bilbao, Miguel EnrÃ-quez, y otros,
que son seres alocados y creativos, que ponen en peligro el amado orden en busca de un mundo mejor.
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Gabriela Mistral, en una prosa famosa, alaba al casi extinguido ciervo huemul, que hace parte de nuestro escudo
nacional y preferimos al ave carroñera, el cóndor; no nos agrada el huemul, grácil y pacÃ-fico, sino el degustador de
cadáveres, el cóndor. Al fin, esta gran ave andina ha sido transformada en una caricatura, el Condorito. Los
historiadores conservadores han hecho una verdadera apologÃ-a de la guerra y los militares: para Mario Góngora,
desde la Colonia has el siglo XIX, la historia nacional está plagada de guerras, por eso el Estado inventó el paÃ-s.
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En la guerra de Arauco Chile era el Flandes indiano, pero nuestros antepasados – primeros habitantes del paÃ-s, siempre
triunfaron en base a guerras desordenadas contra el hipercentralizado ejército de los peninsulares. Los jesuitas
constituÃ-an una orden estrictamente jerárquica, una especie de ejército vasco, sin embargo, cuando fueron expulsados
por Carlos III, desde el exilio inspiraron nuestra independencia: del orden pasaron a la rebelión. Poco se ha estudiado
el aporte de los cronistas y teólogos de la orden ignaciana en las ideas avanzadas de la independencia.
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Ingenuamente creÃ-a yo que la izquierda chilena representaba la rebelión, la lucha por la igualdad, la búsqueda de
mundos mejores; sus militantes eran los inconformistas, los constructores de utopÃ-as, los incómodos con el orden
actual, pero confieso que me equivoqué rotundamente: hoy son los gendarmes del orden, los conservadores que
quieren que nada cambie, aquellos que creen que su poder es permanente y, prácticamente hereditario; la igualdad fue
sacrificada al orden neoliberal.
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La forma de conservar este orden precario no ha sido nunca la razón, sino la fuerza: Portales desterró y fusiló a sus
rivales; Bulnes, ese huasamaco de vientre abultado, persiguió y aniquiló a Francisco Bilbao, Santiago Arcos y a los
artesanos de la Sociedad de la Igualdad; asÃ- suma y sigue: Manuel Montt no dejó tÃ-tere con cabeza y se dio el lujo de
triunfar y aniquilar a cuanta persona no pensara como él. Su hijo Pedro y el ministro Rafael Sotomayor, mataron por
matar, en Santa MarÃ-a de Iquique, en 1907. Ni hablar de la brutalidad de Carlos Ibáñez y de Pinochet. Este es el orden
de la famosa ave carroñera, de que hablaba Gabriela Mistral.
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Emmanuel Mounier escribÃ-a sobre el desorden establecido, para referirse al capitalismo. Es que hay un orden que sólo
conduce al desorden, como lo hemos comprobado en estos últimos tiempos. Si el orden se basa en la Constitución
espúrea, las leyes dictadas por la última dictadura, la reproducción de las castas y el saqueo al Estado, termina por
convertirse, para usar la idea del filósofo francés, en un desorden inaceptable. Si el orden es pura fuerza y no
participación y convicción, en una democracia carece de sentido.
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El otro término en boga es la disciplina: las hay militares, conventuales, estatales, partidarias, de casta, de tótem y,
también, aquella que pervive por el silencio condescendiente de militantes y dirigentes y de los ciudadanos. Cuentan
que en la Grecia heroica el pueblo reunido en el ágora sólo debÃ-a limitarse o a aplaudir o pifiar al basileus, el rey; algo
asÃ- pasa en Chile: ora aplauden a Lagos y después lo pifian.
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No sé si hay algo más ordenado que los cementerios y, posiblemente, sólo les aventajan las pirámides, construidas por
aquel pueblo hierático, cuyo imperio duró miles de años en la inamovilidad. Si se visita Pére Lachaise, en ParÃ-s, La
Recoleta, en Buenos Aires, el Cementerio General, en Santiago, y otros, encontraremos a tantos escritores rebeldes,
como Émile Zola, VÃ-ctor Hugo, y tantos otros y en distintos paÃ-ses y tiempos, vociferaron y denunciaron injusticias, hoy
están callados y ordenados en sus tumbas. A esta disposición casi perfecta se le llama el orden de los cementerios: “el
muerto al hoyo y el vivo al bollo―. Pareciera que Dios fue cadete, como el ministro Vidal, pues en las misas de difuntos los
oficiantes repiten que el alma será recibida por los arcángeles, una especie de coroneles del Dios de los Ejércitos y por
los mártires, que son los gladiadores, engullidos por fieras salvajes.
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El Clarí-n de Chile
Este es el orden chileno, más fuerza que razón, más fraude electoral - como la intervención estatal, el cohecho y el
sistema binominal – que verdadero diálogo y entendimiento democrático. Somos ordenados de puro terror al cambio y a
perder el poder; es un orden negativo, nacido del miedo y no de la creación de nuevos mundos, por eso la oligarquÃ-a
siempre ha odiado a los rebeldes, a los incómodos, a los locos, a los inquietos, a los creadores. Es triste comprobar
que un gobierno dirigido por una mujer, en quien mucha gente sembró sus esperanzas, se esté transformando en un
grupo de mandones, cuya estilo conocemos a través de toda nuestra historia: represión y tecnocracia.
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Rafael Luis Gumucio Rivas            Â
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