GESTOS Y POSTURAS CORPORALES1 En el número anterior de Misa Dominical (envío 8º, de 1998), comentábamos lo que la edición anterior de la Introducción al Misal decía entonces sobre los criterios a seguir en los gestos y posturas corporales durante la celebración eucarística (IGMR 20-22). Ahora parece conveniente echar una mirada a la nueva Introducción de la 3ª edición típica del Misal, que se hizo pública en julio de 2000 (aunque será definitiva cuando aparezca la nueva edición el Misal y se hayan aprobado las varias traducciones). Los gestos y posturas durante la celebración no son caprichosos. Quieren ayudar a celebrar mejor, a sintonizar con el misterio que celebramos. Criterios básicos (n. 42). a) “Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca con la belleza y la noble sencillez, y a que se capte la verdadera y plena significación de sus diversas partes y se fomente la participación de todos”. La finalidad de estas normas sobre las posturas es, por tanto, triple: a) la belleza y la noble sencillez de la celebración; b) que se entienda mejor el sentido d cada parte de la misma; c) que la postura favorezca la participación plena de lo que celebramos. b) “Por tanto habrá que atender a lo que ha establecido la celebración litúrgica y la tradicional praxis del rito romano, y a lo que lleve al común bien espiritual del pueblo de Dios, más que al gusto o arbitrio propio”. La tradición de la Iglesia ha ido cristalizando en unas normas concretas: hay que tenerlas en cuenta, porque la celebración es algo eclesial, no algo de gusto personal del que preside o del equipo litúrgico; es el bien de toda la comunidad lo que persigue esta legislación. c) “La postura uniforme, seguida por todos los que toman parte en la celebración, es un signo de unidad de los miembros de la comunidad cristiana que se han reunido para la celebración, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la intención y la sensibilidad de los que participan en ella”. Otro criterio que se recuerda es la uniformidad de estos gestos y posturas en una celebración común; esta uniformidad significa la unidad y a la vez fomenta esta unidad y las actitudes interiores de los celebrantes. Posturas concretas (n. 43). a) “Los fieles estén de pie desde el inicio del canto de entrada, o mientras el sacerdote accede al altar, hasta la oración colecta inclusive; en el canto del Aleluya antes del evangelio; mientras se proclama el mismo evangelio; mientras se dice la profesión de fe y la oración universal; también desde la invitación Orad hermanos antes de la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los momentos que luego se enumeran”. La única novedad, prácticamente, es que dice que no sólo se escucha de pie la oración sobre las ofrendas (cuando el presidente reza en nombre de la comunidad, toda ella le apoya en la misma postura que tiene él: de pie), sino que se levantan ya para responder la invitación “Orad, hermanos”: la comunidad, puesta en pie, contesta “el Señor reciba…”y se queda ya de pie, para la oración sobre las ofrendas. b) “En cambio, estén de rodillas, a no ser que lo impidan motivos de salud o la estrechez del lugar o la aglomeración de la concurrencia u otras causas razonables, durante la consagración. Los que no se arrodillen en la consagración, hagan una reverencia profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración”. 1 Cf. Centre de Pastoral Litúrgica, Misa Dominical, Nº 7 Año XXXII, 2001, Barcelona. Se repite la norma de que durante la consagración (no, pues, ya en las palabras de la epíclesis o invocación del Espíritu) la comunidad está en principio de rodillas; se añade, como causa de no arrodillarse, la salud, que antes no constaba; también se añade que, en el caso de que no se arrodillen, hagan todos una reverencia profunda, conscientes de que está sucediendo el misterio de la transformación del pan y del vino; se ha mantenido lo de que pueden existir “otras causas razonables” para quedarse de pie. d) “Toca a las conferencias Episcopales adaptar estos gestos y posturas corporales descritos en el Ordo de la Misa a la índole y tradiciones razonables de los pueblos, a norma de la ley. Pero habrá que tener en cuenta que estas posturas respondan al sentido e índole de cada parte de la celebración. Donde sea costumbre que el pueblo permanezca de rodillas después de la aclamación del Sanctus hasta el final de la Plegaria Eucarística, es laudable que se mantenga”. Antes se decía que las Conferencias Episcopales podían adaptar estas posturas según la índole de su pueblo; aquí se añade que tengan también en cuenta las tradiciones razonables; pone el ejemplo de lo de quedarse de rodillas desde el Sanctum hasta el Padrenuestro, pero solo allí donde sea costumbre, cosa que, desde la entrada en Vigor del Misal, en 1970, no se da en nuestras tierras (durante la Plegaria central, estamos de pie, según el Misal, con la sola excepción de la consagración). También explicita, como hacía ya antes, de que estas posturas han de determinarse de acuerdo con la finalidad de cada momento de la celebración (lo que es coherente con la actitud de escucha, o de respeto, o de celebración, o de marcha). e) “Para conseguir la uniformidad en gestos y posturas corporales en una misma celebración, obedezcan a los fieles a las moniciones que el diácono, o el ministro laico, o el sacerdote digan durante la celebración, según las normas establecidas en los libros litúrgicos”. La norma de seguir la monición concreta que se haya dado ya estaba antes; ahora se matiza que esta monición se dé según las normas litúrgicas en vigor; por ejemplo si el Episcopado ha decidido que el Evangelio se escuche sentados (como en el antiguo Zaire), o que después del Sanctus se queden de rodillas (como en USA), o según la lista de posturas antes descrita por esa introducción, con sus motivaciones y salvedades. No se trata precisamente de las normas más trascendentales para la pastoral y la espiritualidad de nuestras Eucaristías. Pero tampoco se deben descuidar. La postura exterior expresa cuál es nuestra actitud interior de fe, y nos ayuda a celebrar con el oportuno talante espiritual los diversos momentos de la celebración. J. ALDAZÁBAL