Los desequilibrios de la Población Española y participación en la

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DESEQUILIBRIOS DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA
por Julio Vinuesa Angulo
Publicado en en AAVV. Las claves demográficas del futuro de España. FCC. Madrid. 2001. pp.33-69.
1. Introducción.
1.1.
La población como elemento de las estructuras territoriales, sociales y económicas.
Para acercarnos al conocimiento de los desequilibrios en la dinámica demográfica de la población española
con un enfoque geodemográfico hay que partir de la premisa de que la población es un elemento básico
de las estructuras territoriales, de la organización social y de la estructura económica.
No es posible entender la dinámica de la población si no se tiene en cuenta que los habitantes, además de
elementos objeto del análisis demográfico, constituyen densidad: presión sobre un territorio que puede ser
mas o menos susceptible de degradación como consecuencia de la presencia y de la actividad humana.
Pero al mismo tiempo, esa densidad puede constituirse en oportunidad: fuerza de trabajo o umbral de
demanda necesarios para que surjan actividades generadoras de riqueza.
La población es fuerza potencial de trabajo, es demanda de bienes y servicios de todo tipo y es la
urdimbre de la estructura social. Los individuos desde que nacen y hasta que mueren actúan como
consumidores y, en función de su edad y sexo, plantean diferentes necesidades. También son productores
durante un periodo cambiante, y cada vez más corto, de su vida y sus características como tales tienen
connotaciones específicamente demográficas. Los individuos, según su edad y sexo presentan diferentes
aptitudes ante el sistema productivo e igualmente diferentes actitudes en el entramado social.
1.2. La dinámica demográfica: “comportamientos” y “estructuras”
El análisis geodemográfico exige un enfoque global de un proceso territorial. En él es preciso tener
siempre presentes los conceptos de tiempo y espacio. Una población es un conjunto de individuos que
habita un determinado territorio durante un cierto periodo de tiempo. La dinámica de cualquier población
depende de lo que se conoce como “comportamiento” demográfico (cómo se comporta la población en
relación con la natalidad, la mortalidad y las migraciones) y afecta directamente a su tamaño y a su
“estructura” (fundamentalmente a su composición por edad). Volumen, crecimiento, composición,
fenómenos demográficos son aspectos objeto del análisis que habrán de ser tratados siempre teniendo
presente su permanente interdependencia.
1
2. La dinámica demográfica de la población española en los últimos cincuenta años:
desequilibrios.
La evolución de las poblaciones a lo largo del tiempo puede producirse con diferentes ritmos. Podría
decirse que son las poblaciones de los países más desarrollados y de las sociedades más maduras los que
presentan unas transformaciones más sosegadas con tendencias a la estabilidad. Los cambios
demográficos bruscos, generalmente propios de situaciones de convulsión económica y/o social, producen
necesariamente desequilibrios o situaciones en las que se producen desajustes indeseables que dan lugar
a disfuncionalidades territoriales y a conflictividad social y económica.
La desigual distribución espacial de la población con zonas de fuerte concentración frente a otras de débil
poblamiento, además de estar muy ligadas a los desequilibrios regionales, produce graves
disfuncionalidades tanto al nivel nacional, como a las escalas regionales y locales.
El tamaño de la población debe guardar una necesaria armonía con el soporte territorial que ocupa. Las
situaciones de baja densidad producen dificultades para alcanzar unos umbrales mínimos que permitan el
mantenimiento de ciertas actividades económicas y el afloramiento de bienes y servicios necesarios para
garantizar unos ciertos niveles de calidad de vida. Por el contrario, una abusiva densidad, dará lugar a
desequilibrios territoriales en los que además de un excesivo deterioro del medio, estarán presentes
situaciones de escasez de recursos, suelo, vivienda, equipamientos... y, en definitiva, de conflictividad
social.
Los fuertes ritmos de crecimiento de las poblaciones producen necesariamente desajustes en relación con
las estructuras territoriales, sociales y económicas. La capacidad de las infraestructuras físicas, los niveles
de dotación de equipamientos y servicios o el mercado de trabajo, por señalar algunos ejemplos, no
pueden seguir el ritmo de los cambios demográficos y, por tanto, cuanto mayor sea el ritmo de crecimiento
de la población menor será la calidad del espacio urbano, menor la cohesión social y mayor la
conflictividad.
De la misma manera, los cambios bruscos en las pautas de comportamiento: natalidad, mortalidad y
migraciones, darán lugar a unas estructuras demográficas irregulares, con fuertes oscilaciones y sesgos en
cuanto a la presencia de diferentes tipos de individuos. Por ejemplo, poblaciones que pasan en muy pocos
años de tener fuertes componentes juveniles a quedarse sin niños y ven incrementarse muy rápidamente el
grupo de viejos. De tener unas generaciones de jóvenes muy numerosas, que propician altas tasas de
paro juvenil, a plantearse la necesidad de incorporar mano de obra extranjera ante la insuficiencia de los
aportes de la pirámide de población,
Pues bien, la dinámica de la población española a lo largo del tiempo y especialmente en la segunda mitad
de este siglo se caracteriza por una sucesión de cambios bruscos de comportamiento que la convierten en
protagonista de todos los desajustes anteriormente mencionados. Primero el proceso de urbanización al
hilo de la industrialización y el desarrollo económico dieron lugar a un modelo demográfico muy dinámico,
2
caracterizado por la redistribución espacial de la población, los fuertes flujos migratorios interregionales e
internacionales, un alto saldo vegetativo y una estructura joven. Posteriormente, a partir de la mitad de los
años setenta, se interrumpen los flujos migratorios y se desploma la fecundidad, de manera que cuando
aún se viven intensamente las consecuencias de los fenómenos vividos en los años cincuenta y sesenta, se
abre un panorama totalmente diferente marcado por la estacionaridad, por la preocupación por el rápido
envejecimiento de la población y con una fuerte presión inmigratoria que anuncia convertirse en uno de
los aspectos más relevantes del inmediato futuro.
3. Tamaño y crecimiento
El crecimiento de la población es síntesis del comportamiento demográfico y la participación de sus
diferentes componentes es causa principal de la dinámica de la composición de la población. Pero,
además, el tamaño y el crecimiento tienen unas connotaciones, no siempre objetivables que llevan a
identificarlos con fuerza y pujanza en un sentido amplio (geoestratégico, cultural, comercial,…) . Mientras
los excesivos crecimientos disparan alertas de insostenibilidad, los crecimientos muy bajos o negativos
producen todavía la impresión de declive o decrepitud, de que se está perdiendo dinamismo social y
potencial económico.
Si comparamos el tamaño de la población española con los de otros países “grandes” de la Unión Europea,
se aprecia enseguida que España es, con diferencia, el país menos poblado. Su densidad (Cuadro 1) es un
tercio de las de Alemania o el Reino Unido y menos de la mitad de la de Italia.
Cuadro 1. Miles de habitantes y densidad en los países más poblados de la U.E. 1.1.1999
Alemania
España
Francia
Italia
Reino Unido
Habitantes
(000)
Densidad
(Hab/km2)
82.038,0
39.394,3
58.966,8
57.612,6
59.247,0
226
78
106
189
237
Fuente: www.comadrid.es/iestadis/ue02_09.htm
No es este el momento de entrar en explicaciones sobre los factores históricos y geográficos de tal
circunstancia, pero si conviene observar en todo caso la dinámica de la población durante los últimos
decenios (Figura 1) con objeto de caracterizar las tendencias y aventurar algunas perspectivas de futuro.
Hay que recordar que a lo largo de la primera mitad del siglo, la población española, en parte por el
retraso en su transición demográfica y en parte por las constantes pérdidas migratorias, había crecido por
debajo de los niveles medios europeos.
3
Figura 1. Evolución de la Población Española
45.000.000
40.000.000
35.000.000
30.000.000
25.000.000
20.000.000
15.000.000
1900
1910
1920
1930
1940
1950
1960
1970
1981
1991
1998
Fuente: INE. Censos de Población y www/ine.es
A parir de 1950 la población se recupera de los efectos de la Guerra Civil y retoma la suave tendencia
ascendente. Durante los años sesenta y setenta la población española protagoniza, de la mano del
proceso de desarrollo económico, la industrialización y la urbanización, los momentos de mayor dinamismo
con fuertes incrementos anuales en torno a los trescientos cincuenta mil habitantes. Tras esos fuertes
ritmos de crecimiento, muy superiores a los de los restantes países considerados (Cuadro 2), la población
española inicia en los años ochenta una disminución del crecimiento que la sitúa en el último decenio de
siglo con la tasa anual acumulativa más baja, con un valor que no alcanza el 50% del de la población de la
UE, que como se sabe es, a su vez, aproximadamente un tercio de la tasa de crecimiento de EEUU. En la
actualidad, la principal diferencia está en que mientras el resto de los países y el conjunto de la UE
presentan un cierto repunte durante los noventa, la población española continúa e incluso intensifica su
progresivo estancamiento.
Cuadro 2. Evolución de la población de algunos países de la Unión Europea
Miles de habitantes
1960
EU-15
Alemania
Italia
Reino Unido
Francia
España
%
1998
Tasas Anuales %
%
316.207,1 100,0 374.953,3 100,0
72.826,2 23,0 82.047,7 21,9
50.199,7 15,9 57.588,0 15,4
52.372,5 16,6 59.168,3 15,8
45.684,2 14,4 58.846,0 15,7
30.649,6
9,7 39.371,1 10,5
1960
1970
0,73
0,65
0,70
0,61
1,06
0,98
1970
1980
1980 1990
1990 1998
0,43
0,09
0,48
0,12
0,60
1,02
0,26
0,17
0,05
0,22
0,52
0,39
0,35
0,36
0,19
0,34
0,46
0,17
Fuente: EUROSTAT (1999) Statistiques démographiques. Office des publications
Offielles des Communautés Européennes. Luxemburgo
4
Pero la merma de los incrementos, que se manifiesta en los dos últimos decenios, no ha anulado aún el
efecto de los crecimientos anteriores y la proporción de españoles en la UE, que está por encima del 10%,
es todavía mayor que en el 1960.
Los ritmos decrecientes durante los últimos veinte años marcan una tendencia que obligan a pensar en
inminentes saldos negativos de no producirse importantes inflexiones en alguno de los componentes del
crecimiento.
Cuadro 3. Crecimiento anual medio (miles de habitantes)
1900-10
153
1910-20
165
1920-30
201
1930-40
236
1940-50
179
1950-60
260
1960-70
326
1970-81
364
1981-91
119
1991-99
58
Fuente: INE. Censos de Población y www/ine.es
Si se observa evolución de los componentes del crecimiento enseguida se aprecia la decisiva intervención
de la fuerte caída de la natalidad y del progresivo aumento de las defunciones. Como puede verse en el
Cuadro 4, el número de nacimientos anuales durante los años ochenta apenas llaga a las tres cuartas
partes de los que se produjeron durante los setenta. En los noventa la proporción se reduce aún más y
sólo supera ligeramente el 50%. Mientras, el número de fallecimientos anuales crece suavemente, como
respuesta obligada al envejecimiento por la cúspide de la pirámide, y todo ello da lugar a un progresivo
debilitamiento del saldo natural que, si durante los años setenta suponía que cada año había unos
350.000 españoles más, en el año 1998 apenas supera los 4.000 habitantes.
Cuadro 4 Componentes del crecimiento natural
1950-60
1960.70
1970-80
1980-90
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
Nacimientos
Numero medio anual
Defunciones Saldo vegetativo
615.251
280.448
670.660
280.147
664.837
303.275
492.061
342.205
401.425
333142
395.989
337691
396.747
331515
385.786
339661
370.148
338242
363.469
346227
362.626
351449
369.035
349521
361.930
357925
Fuente: www.ine.es/tempus. Elaboración propia.
334.803
390.513
361.562
149.856
68.283
58.298
65.232
46.125
31.906
17.242
11.177
19.514
4.005
5
Las curvas de la Figura 2 confirman con claridad la importancia del descenso de la fecundidad en la
tendencia del crecimiento de la población Española. La evolución de la fecundidad durante los últimos
años no permite pronosticar próximos cambios de comportamiento que alteren sustancialmente los ritmos
de crecimiento de la población española. Por tanto, sólo una mayor intensidad de los flujos inmigratorios
podrían producir un cambio de tendencia en la curva de crecimiento. Tanto la creciente presión inmigratoria
que se viene registrando en los últimos tiempos, como la necesidad de completar las generaciones que se
incorporan al mercado de trabajo, favorecen la hipótesis de que la entrada de importantes contingentes de
inmigrantes será uno de los rasgos característicos de la población española durante los próximos
quinquenios.
Figura 2. Evolución de los nacimientos, las defunciones y el saldo natural
800000
700000
600000
500000
400000
300000
200000
100000
0
Na c imie n t o s
De fu n c io n e s
S a ld o Na t u ra l
Fuente: www.ine.es/tempus. Elaboración propia
Si observamos la dinámica de crecimiento desde la perspectiva de los efectos que está teniendo y que
podría llegar a tener, lo primero que conviene recordar es que aunque hablamos del número total de
habitantes y de su variación, en realidad los cambios tienen distintas intensidades e incluso sentidos para
diferentes grupos de edad que podrían ser consideradas como subpoblaciones. La disminución de la
natalidad desde mediados de los setenta supone, como se ve en el apartado en el que se analiza el
proceso de envejecimiento, que la población de los grupos de jóvenes reduce considerablemente su
tamaño. En realidad son estos grupos los que absorben toda la pérdida de crecimiento ya que el resto de
la pirámide ha seguido aumentando de tamaño, especialmente entre las edades más avanzadas.
Por tanto, de momento, el efecto sobre la economía del menor crecimiento demográfico habría de
establecerse en relación con la menor presión de la población dependiente joven. De haberse mantenido
6
las pautas de fecundidad de decenios anteriores, en el último cuarto de siglo habrían nacido otros de siete
millones de españoles (casi un 70% más de los que en realidad han nacido). A partir de aquí, se puede
pensar que ha habido una importante minoración del esfuerzo a realizar por las economías familiares y de
las entidades públicas. También se debe considerar que si el menor número de habitantes ha podido
suponer una menor inversión global en capital humano no es menos cierto que se ha producido una
inversión mucho mayor por habitante, de manera que estas generaciones de reducido tamaño, aportarán
en su momento una capacitación mucho mayor que las anteriores más numerosas. Algo similar puede
haber ocurrido con el mercado, ya que el menor tamaño de la demanda potencial demográfica se ha visto
compensado con una intensificación del consumo.
Todo esto ha ocurrido sin que de momento se haya producido una merma en el tamaño de la población
potencialmente activa. Pero a partir de los primeros años del próximo siglo ese grupo comenzará a frenar
su crecimiento al recibir progresivamente menos aportes de las generaciones que se vayan incorporando.
Entonces, previsiblemente, serán necesarios nuevos y más intensos flujos inmigratorios, con todas las
consecuencias, que en el ámbito de lo social pero también en la propia dinámica demográfica, habrá de
tener la integración social de estos nuevos habitantes.
De todos estos aspectos de la dinámica demográfica de la población española, y volviendo a la dimensión
simbólica, el momento que concita mayor atención y preocupación es aquel en el que se producirán
crecimientos negativos. Sin embargo como se ha podido comprobar, por encima de los valores de
momentos concretos, el análisis demográfico ha de hacerse con la necesaria perspectiva temporal. Así,
hay que recordar que la inflexión en la tendencia y en el ritmo del crecimiento de la población española
comenzó hace ya veinticinco años y que los diferentes efectos de la caída de la natalidad se mantendrán
presentes de manera muy intensa a lo largo de todo el próximo siglo. El mantenimiento del volumen de
población actual, y mucho más el mítico objetivo de los cuarenta millones, exigirán sin duda de la
contribución de inmigrantes, que además de aportar fuerza productiva, habrán de jugar también un
importante papel en el crecimiento natural y en el rejuvenecimiento de la población.
3. Proceso de urbanización
La debilidad demográfica a la que ya nos referíamos al comienzo del apartado anterior tampoco es un
hecho reciente y, como ya hemos indicado, es uno de los aspectos demográficos que más claramente
diferencia a España de otros países europeos. Pero más importante que el tamaño o que las previsiones de
su evolución, es sin duda la distribución espacial de la población, siempre vinculada a los desequilibrios
interregionales y territoriales, especialmente después de los trasvases migratorios de las décadas de los
cincuenta y los sesenta.
La distribución espacial de la población española es el resultado de las circunstancias históricas del
poblamiento en interdependencia con los condicionantes físicos del territorio (especialmente el clima y el
relieve) y, sobre todo, es consecuencia de un convulsivo proceso de urbanización que se produce más
7
tarde (con su fase de máximo dinamismo entre 1950 y 1975) y mucho más rápidamente que en los países
europeos más avanzados, acentuando los desequilibrios que originariamente ya había propiciado el medio
natural.
Para significar los desequilibrios, aunque sin entrar en detalles, sí que cabe remarcar que Madrid, Cataluña,
Valencia y País Vasco han destacado históricamente, y de forma muy especial durante la década de los
años sesenta, por su carácter de zonas de concentración, mientras que Castilla y León, Castilla-La Mancha,
Aragón y Extremadura lo han hecho por sus "déficits" de población.
Los desequilibrios son más acusados y sus efectos más evidentes si se observa el fenómeno al nivel de los
ámbitos provinciales Hay algunas provincias en las que por su escasa población se producen graves
problemas al no alcanzarse los umbrales mínimos de demanda necesarios para justificar todo el entramado
administrativo y muchos de los equipamientos de rango provincial. En 1950 eran sólo dos (Soria y Álava)
las provincias que no alcanzaban dicho umbral. En 1970 se incorporan Teruel, Segovia y Guadalajara. En
1991, el despoblamiento general del medio rural vivido en los decenios anteriores, hace que el grupo se
vea engrosado por Avila y Palencia.
Si nos centramos en las 115 ciudades que en 1991 tenían más de 50.000 habitantes, encontramos datos
significativos que ponen de manifiesto los cambios producidos en los últimos decenios. Mientras que en
los años sesenta la tasa anual acumulativa del conjunto de las ciudades (2,78%) es casi el triple que la de
España (1,01%), y en los setenta casi llega a ser el doble(1,91 % y 1,0 %, respectivamente), en los
ochenta es ligeramente inferior (0,27% y 0,31%) pero con un valor diez veces menor que en los años
sesenta.
También resulta interesante comparar los crecimientos absolutos. En el decenio 1970-81 el aumento de la
población de las ciudades consideradas es de tres millones y medio, lo que supone que absorben el
noventa y cinco por ciento del crecimiento total registrado por la población española; sin embargo, en los
años ochenta el crecimiento urbano es de tan solo medio millón de habitantes, menos de la mitad del
crecimiento nacional. Ello significa que durante este último decenio ha crecido más la población en la
España de menor rango urbano y que, por tanto, el papel jugado por los núcleos urbanos en la
redistribución espacial de la población tiende a disiparse.
En suma, el proceso de urbanización ha dado lugar a zonas puntuales de fuerte concentración frente a
otras mucho más extensas de acusado despoblamiento, lo cual se manifiesta en algunos graves
desequilibrios territoriales entre los que cabe destacar los siguientes:
Los municipios de menos de 10.000 habitantes contienen sólo una cuarta parte de la población nacional y,
sin embargo, representan el ochenta por ciento de la superficie. Para el conjunto de esas cuatro quintas
partes del territorio nacional la densidad es de 23,6 Habt./km2. El medio físico, el modelo de urbanización
y la estructura de la red de comunicaciones han dejado amplias zonas especialmente poco pobladas y
desconectadas, en las que no está garantizado el mantenimiento de la población.
8
La población correspondiente a las ciudades de más de cien mil habitantes representa el cuarenta y dos
por ciento del total nacional y ocupa tan sólo un tres por ciento de la superficie.
La densidad de la provincia de Madrid es setenta veces mayor que las de las provincias de Soria o Teruel.
Hay quince provincias con densidades por debajo de los 30 Habt./Km2.
Hay catorce provincias que no cuentan con ningún núcleo por encima de los cien mil habitantes y la
inmensa mayoría de las redes de asentamientos provinciales se muestran muy desequilibradas, lo mismo
puede decirse de una valoración al nivel regional.
La evolución de la población urbana y su distribución espacial ha hecho que la red de asentamientos, y
específicamente algunos subsistemas regionales, adolezcan de una acusada falta de núcleos intermedios y
una excesiva concentración demográfica. Así, de los grandes centros regionales, ya de por sí demasiado
distantes en un país extenso como el nuestro, se pasa con frecuencia a los pequeños núcleos rurales, sin
que existan suficientes centros subrregionales y comarcales, con lo que la capacidad del sistema de
asentamientos para facilitar la difusión sigue siendo muy reducida, y ello supone que en amplias zonas de
España exista un excesivo rozamiento espacial -dificultad de propagación- para las relaciones comerciales
o para la transmisión de innovaciones de cualquier tipo.
El cambio en el modelo de producción industrial que da paso a formas de actividad difusa; el predominio
del terciario, con mayor cabida para los elementos de desarrollo local endógeno; y la progresiva mejora de
las infraestructuras de transporte, de la movilidad y, sobre todo, de las comunicaciones, viene alterando
desde mediados de los setenta los factores de localización de las actividades económicas y de la población
Efectivamente, en los dos últimos intercensos las dinámicas de las poblaciones correspondientes a los
ámbitos provinciales y locales ya no responden al protagonismo de los flujos migratorios pero siguen
dependiendo en gran medida de la inercia impuesta por la, todavía reciente, fase más dinámica del proceso
de urbanización. Y esto es así tanto en términos del potencial demográfico como de los desequilibrios
producidos en la composición por edades, con resultado de poblaciones especialmente jóvenes frente a
otras marcadamente envejecidas, abocadas, por tanto, a saldos naturales muy diferentes y cambiantes a lo
largo del tiempo.
Puede decirse, por tanto, que, a los desequilibrios registrados en relación con la densidad y la
concentración espacial, vienen a sumarse otros relativos a la composición y que pueden dar lugar también
a problemas urbanísticos y territoriales. La mayor parte de las ciudades han vivido en épocas recientes
crecimientos especialmente intensos y concentrados en el tiempo, con un gran predominio del componente
migratorio, que, por tanto, provocaron al nivel local enormes diferencias en los tamaños de los distintos
grupos edad.
Así, los índices de envejecimiento de las ciudades españolas han venido reflejado valores inferiores a los
de sus respectivas provincias y a los del total nacional, sin embargo hay algunas ciudades en las que se
9
están viviendo procesos de envejecimiento especialmente intensos, mostrando ya unas estructuras casi
opuestas a las extremadamente jóvenes de tan sólo diez o veinte años atrás. Como puede suponerse, la
causa de esas mutaciones son los desequilibrios producidos en las fases de intenso crecimiento, y la
inercia demográfica hará que las oscilaciones se vayan repitiendo con una cierta periodicidad.
5. El desplome de la fecundidad
El descenso de la fecundidad en España desde 1975 debe considerarse como un cambio brusco de
comportamiento demográfico, que inevitablemente habrá de producir importantes desajustes en la
composición por edades y en las relaciones de dependencia que se establecen necesariamente entre unas
generaciones y otras. Vamos a tratar de explicar brevemente sus causas y sus efectos para concluir en el
apartado siguiente con sus muy negativos efectos sobre el deseable equilibrio demográfico.
La natalidad de la población española ha venido descendiendo a lo largo del siglo de una forma que
podríamos considerar normal, dentro de un proceso de transición demográfica que se produce con un
cierto retraso en relación con los de otros países europeos. Ese desfase es consecuente con los vividos por
España en diferentes aspectos sociales, económicos o políticos. En todo caso, si se observa la curva de la
evolución de la Tasa de Natalidad a lo largo de todo el siglo (Figura 3) se aprecia el efecto de la Guerra
Civil y, sobre todo, la incidencia de la recuperación económica dentro de un contexto social y político
favorable a la natalidad desde finales de los años cincuenta hasta finales de los sesenta. Esta interrupción
de la tendencia que venía registrándose en la primera mitad del siglo, va a acentuar las diferencias con
respecto a otros países europeos y va a ser probablemente una de las causas de la rapidez con que
posteriormente se producirá el descenso.
Figura 3. Evolución de la Tasa de Natalidad
35
30
25
20
15
10
19
90
19
80
19
70
19
60
19
50
19
40
19
30
19
20
19
10
19
00
5
FUENTE: INE. Anuarios Estadísticos, www.INE.es
La población española llega a 1970 con un Indice Sintético de Fecundidad de 2,90 hijos por mujer, que
como puede observarse en el Cuadro 5, está por encima del de los otros países de la Unión Europea. Sólo
10
Irlanda tenía un índice superior. En 1975 las diferencias se hacen aún mayores, pero el mayor
decrecimiento de la fecundidad española desde 1985 la lleva a situarse por debajo de los valores medios a
partir de 1990, presentando desde hace algunos años valores nunca alcanzados por ningún otro país en
circunstancias normales.
Cuadro 5. Evolución del ISF en algunos países de EU
1970
1975
1980
1985
1990
1995
1998
EU-15
2,38
1,96
1,82
1,60
1,57
1,42
1,45
Alemania
2,03
1,48
1,56
1,37
1,45
1,25
1,34
España
2,90
2,79
2,20
1,64
1,36
1,18
1,15
Francia
Italia
2,47
1,93
1,95
1,18
1,78
1,70
1,75
Suecia
2,42
2,20
1,64
1,42
1,33
1,18
1,19
Reino Unido
1,92
1,77
1,68
1,74
2,13
1,73
1,51
2,43
1,81
1,90
1,79
1,83
1,71
1,72
FUENTE: Statistiques démographiques. Données 1960-1999. Commission Européenne Office des Publications Officielles des
Communautés Européennes. Luxemburgo. 1999
Tal como refleja la Figura 4, la población española vive el descenso de la fecundidad, común al resto de
los países, con un retraso de unos diez años y partiendo de valores más altos, lo cual podría contribuir a
explicar la rapidez del descenso y, siguiendo con argumentos cuasi físicos, podría haber provocado un
“efecto péndulo” que ayudaría a explicar, en un primer momento, las bajísimas cotas alcanzadas. Llama,
sin embargo, la atención la persistencia de la curva de la población española en valores tan marcadamente
inferiores a los de los otros países. Valores que hasta 1999 han seguido decreciendo, sin que se hayan
producido después de casi quince años signos claros de recuperación o al menos de estabilidad.
Figura 4. Comparación de la evolución del ISF de EU-15, Francia y España
3
2,8
2,6
2,4
2,2
2
1,8
1,6
1,4
1,2
1
1965
1970
1975
EU-15
1980
1985
España
1990
1995
1998
Francia
Fuente: Cuadro 5.
11
La dinámica de la fecundidad española desde 1975 no sólo supone que las mujeres tengan menos hijos,
sino también que los tengan a edad más avanzada. Coincidiendo en este caso con el conjunto de los países
de la UE, y en coherencia con lo que veremos al analizar las causas, los grupos más jóvenes son los que
más intensamente reducen su fecundidad. La Figura 5 refleja cómo las curvas de fecundidad se suavizan y
se desplazan hacia la mayor edad, marcando así lo que se conoce como retraso del calendario.
Figura 5 Retraso en el calendario de la Fecundidad. Tasas Especificas por grupo de edad.
200
180
160
140
120
100
80
60
40
20
0
15-19
20-24
25-29
1975
30-34
1985
35-39
40-44
45-49
1995
Como puede verse en el Cuadro 6, el grupo de 20 a 24 años ha reducido su participación en la natalidad a
poco más de un tercio. En ello, además del cambio de comportamiento, ha influido también la
incorporación a la fecundidad de generaciones cada vez menos numerosas. El grupo de 25 a 29, que
siempre ha sido, con diferencia, el de mayor participación pasa a segundo lugar en 1997 y el grupo de
madres de 30 a 34, que en 1975 marcaba el comienzo del descenso de la curva, en 1997 es el que aporta
más nacimientos, habiendo doblado prácticamente su peso en la natalidad. En 1975 los niños nacidos de
madres de más de 30 años en España representaban el 35 por ciento del total, en 1997 superan el 54%.
12
Cuadro 6. Índices de evolución de los nacimientos y porcentajes por grupo de edad de las madres.
15-19
1975
1985
1997
100
93
35
15-19
1975
1985
1997
4,7
6,6
3,0
20-24
100
62
24
20-24
25,6
23,6
11,0
25-29
30-34
100
72
51
25-29
34,7
37,1
31,9
100
68
103
30-34
20,4
20,9
38,1
35-39
100
61
77
35-39
40-44
100
39
26
40-44
10,0
9,2
14,0
4,1
2,4
2,0
45-49
100
36
13
45-49
0,4
0,2
0,1
15-49
100
67
55
15-49
100,0
100,0
100,0
Fuente: www.ine.es/tempus. Elaboración propia.
Antes de preguntarnos por el futuro hay que explicar algunos de los principales factores que se han
concitado para que se haya producido este cambio de comportamiento demográfico. No hay que olvidar el
ya comentado retraso de la transición demográfica ni tampoco el posible “efecto embalsamiento”. La
fecundidad de España en 1975 estaba por encima de lo que cabría esperar de su nivel cultural y de su
renta. Se mantenía más elevada como consecuencia de un ambiente social pronatalista y que vinculaba
indisociablemente la imagen de la mujer con la maternidad. Es un modelo propiciado por un régimen
político que ejercía un absoluto control sobre los medios de comunicación y de opinión y que mantenía en
la ilegalidad el uso de los principales anticonceptivos.
El cambio de régimen político y la progresiva democratización del país “rompieron los diques”, que
mantenían retenido el descenso de la fecundidad. De forma muy rápida, se modificaron ciertos valores y
principios, especialmente en relación con la sexualidad y con el papel de la mujer en la familia y en la
sociedad. En pocas palabras, las mujeres adquieren una capacidad plena para controlar su fecundidad y al
mismo tiempo van asumiendo responsabilidades sociales que tienden a equipararlas a los hombres en el
derecho de ejercer una actividad profesional fuera del hogar.
El alargamiento de los estudios, especialmente entre las mujeres, es sin duda uno de los factores
desencadenantes del cambio. En el panorama social de este final del siglo el sistema educativo ha hecho
que la mujer haya recorrido una buena parte del camino que ha de conducir a la plena equiparación con el
hombre pero, sin embargo, el mercado laboral marca todavía importantes diferencias en su contra. La Tasa
de Actividad Femenina, que es para el conjunto de la Unión Europea 20 puntos menor que la de los
hombres, en España está 28 puntos por debajo. Por su parte, el paro femenino casi duplica al de los
hombres, sin olvidar que la tasa de paro española es el doble que la de la UE y que esta circunstancia se
focaliza especialmente en el paro juvenil.
Al tradicional efecto negativo del crecimiento de la actividad femenina sobre la fecundidad, se unen ahora
los del paro femenino y la precariedad del empleo. Por una parte, la actividad de la mujer no sólo es la
13
forma de realizar unas expectativas profesionales. Los nuevos modelos sociales y culturales exigen
progresivamente unos mayores niveles de ingresos y hacen imprescindible su aportación económica en el
hogar, especialmente si se quiere hacer frente al incremento de los gastos derivados del nacimiento de un
hijo. Pero, por otra parte, la maternidad pone en grave riesgo el empleo de la mujer en un mercado en el
que la precariedad es la característica más notable.
Podría decirse que el sistema obliga a que los dos miembros de la pareja tengan ingresos, pero el mercado
de trabajo, que ya de por sí ofrece pocas posibilidades para los jóvenes y menos para las mujeres, tolera
mal las circunstancias derivadas de la fecundidad.
Para completar el cuadro de las dificultades con que se encuentran los jóvenes españoles al afrontar el
hecho de la emancipación, hay que recordar que, por razones culturales, predomina la idea de que es
necesario disponer de una vivienda en propiedad, lo cual resulta especialmente dificultoso para los jóvenes
en un mercado tradicionalmente caro, contrapuesto a una situación de empleo precario y a una limitada
capacidad de ahorro.
En resumen, todas estas circunstancias, acentúan la tendencia al retraso de la edad de emancipación y,
como puede verse en el Cuadro 7, hace que la proporción de jóvenes españoles que permanecen viviendo
con sus padres establezca enormes diferencias con respecto a otros países europeos.
Cuadro 7. Porcentaje de jóvenes que permanecen en el hogar paterno en 1996, por grupos de edad.
España
Alemania
Francia
UE-15
20-24
90
53
52
66
25-29
62
20
18
32
FUENTE: ¿Cómo somos los Europeos? (1999)
Para completar el panorama, hay que añadir que otro rasgo específico de la fecundidad española, que
también podría ayudar a explicar su evolución. A diferencia de lo que viene ocurriendo en otros países
europeos, el 90% de los nacimientos se producen dentro del matrimonio, cuando para el conjunto de la UE
esa proporción se reduce al 76% y en algunos países como Suecia, Dinamarca, Francia o Gran Bretaña, más
del 40% de los nacimientos corresponde a madres no casadas. Parece, pues, que la formalización del
hogar resulta condición previa y necesaria para la fecundidad. La evolución, ya comentada, del papel social
de la mujer, contrasta con la persistencia de la idea del hogar tradicional, respaldado por una vivienda en
propiedad y unas mínimas garantías de confort y de estabilidad económica que sigue teniendo una enorme
14
fuerza en España. Precisamente la dificultad para formar ese tipo de hogares está contribuyendo muy
especialmente a retrasar la edad de la emancipación y la fecundidad.
La referencia de los comportamientos de los otros países ha hecho pronosticar desde hace más de diez
años que en cualquier momento, y tras haber “tocado fondo”, se produciría un cambio de tendencia en la
fecundidad española, que acercaría sus índices a los valores medios europeos. Sin embargo, los datos de
natalidad han ido anunciando año tras año, con preocupante terquedad, sucesivas reducciones de los
valores por debajo límites insospechados.
Si miramos hacia el futuro hay que señalar que, al margen de cómo pueda evolucionar la fecundidad, la
incorporación a las edades de procrear de generaciones cada vez más reducidas anuncia unos datos de
natalidad incluso más preocupantes que los actuales. El “hueco” dejado va a estar muy presente en la
pirámide y en la dinámica demográfica a lo largo de todo el próximo siglo
El cambio en la tendencia de la fecundidad, que de momento sólo puede argumentarse por las referencias
de las trayectorias seguidas por otros países y por el voluntarista rechazo de la idea de la extinción, exigirá
importantes esfuerzos en políticas de apoyo a la mujer, que permitan la conciliar su nuevo papel social y
laboral con la fecundidad. Tanto en el conjunto de la UE como en España las Encuestas de Fecundidad,
reflejan que las mujeres desean tener un número de hijos mayor que el que tienen en realidad. Sin duda,
deberán recibir mucho más ayuda, dentro y fuera del hogar, para compensar las exigencias de la
fecundidad si lo que se desea es que nazcan más niños.
6. Envejecimiento de la estructura por edades
Como hemos venido viendo, los diferentes movimientos bruscos vividos por la población española en su
conjunto, y frecuentemente de forma más intensa por las poblaciones de los ámbitos locales, han tenido
serias repercusiones sobre la composición por edades. En todo caso, uno de los fenómenos demográficos
que más preocupa en la actualidad es el progresivo envejecimiento de la estructura por edades de la
población española. Este proceso se asocia a la caída de la fecundidad del último cuarto de siglo a la vez
que provoca opiniones de tinte alarmista sobre la posible quiebra del sistema de pensiones o la
insostenibilidad del actual nivel de prestaciones sanitarias.
Como puede deducirse de los datos y gráficos que se acompañan, el proceso viene produciéndose al
menos desde principios de siglo, aunque se intensifica notablemente en los últimos veinticinco años, en
lógica correspondencia con la aceleración de la caída de la natalidad y con el aumento de la esperanza de
vida (Cuadro 8)
15
Cuadro 8. Evolución de la natalidad y de la esperanza de vida de la población española
1900 1930 1960 1996
Tasa de natalidad
Esperanza de vida al nacer
Índices de Variación
1900 1930 1960 1996
34,5 27,0 21,6 9,2 100,0 78,3 62,6 26,7
34,8 50,0 69,7 77,9 100,0 143,8 200,4 224,2
Fuente: INE: Anuario Estadístico de España de 1970, 1998 y Tabla de Mortalidad 1994-1995.
Pero este proceso, no sólo supone aumento de la proporción de los viejos (población de 65 y más años),
implica también distintos ritmos de crecimiento de los diferentes grupos de edad y, por tanto, cambios en
las diferentes relaciones numéricas entre unos y otros, o lo que es lo mismo entre las fuerzas productivas y
la población económicamente dependiente.
Como puede observarse en el Cuadro 9, son muy diferentes los ritmos de crecimiento de los grupos de
edad establecidos. Es el grupo de los más jóvenes (0 a 14 años) el que experimenta siempre unos
menores crecimientos, para acabar con unas pérdidas de –0,77% anual durante los treinta y cinco últimos
años considerados. En otras palabras, en 1996 había dos millones de niños menos que en 1960 y
prácticamente los mismos que a principios de siglo.
Cuadro 9. Evolución de la estructura por edad de la población española
1900
1930
Grupos de Habitantes
% Habitantes
edad
0-14
6.233.748 33,5 7.483.389
15-29
4.526.179 24,3 6.260.300
30-64
6.867.694 36,9 8.445.001
65-79
852.387 4,6 1.263.631
80 y más
115.365 0,6
177.113
65 y más
Total
1900-30
%
31,7
26,5
35,7
5,3
0,7
967.752 5,2 1.440.744
6,1
18.595.373 100,0 23.629.434 100,0
1960
TAA%(*) Habitantes
0,61 8.347.387
1,09 7.152.960
0,69 12.622.128
1,32 2.136.190
1,44
368.975
1930-60
%
1996
TAA%(*) Habitantes
27,3
23,4
41,2
7,0
1,2
1,34 2.505.165
8,2
0,80 30.627.640 100,0
0,36 6.361.628
0,45 9.713.314
1,35 17.397.949
1,77 4.820.287
2,48 1.376.207
1960-96
%
TAA%(*)
16,0
24,5
43,9
12,2
3,5
-0,77
0,88
0,92
2,35
3,83
1,86 6.196.494 15,6
0,87 39.669.385 100,0
2,62
0,74
Fuente: Censos de Población de 1900,1930 y 1960. Padrón de Habitantes de 1996. Elaboración propia
(*) Tasa anual acumulativa en tantos por ciento
Los índices de crecimiento más fuertes y progresivos se registran en los grupos de edades más avanzadas.
La población de 65 y más años sobrepasa los seis millones, cuando en 1960 apenas superaba los dos
millones y medio de habitantes. Por su parte, el grupo de los más ancianos (80 y más años) gana un
16
millón de individuos en el último periodo, con lo que se multiplica por cuatro. Es este el grupo de edad que
registra unos ritmos de crecimiento más altos, poniendo en evidencia la importancia de lo que se ha
llamado el envejecimiento de los viejos.
La dinámica de los grupos de los más jóvenes se debe sobre todo al descenso de la natalidad, aunque
también influye en su evolución la disminución de la mortalidad, especialmente la infantil. Para los demás
grupos hay que buscar explicaciones en la estructura y en la disminución de la probabilidad de muerte a
todas las edades, que hace que los efectivos de las generaciones que se van incorporando desde los
grupos más jóvenes sean cada vez más numerosos.
Obviamente estas diferencias de comportamiento suponen necesariamente fuertes cambios en la estructura
tal como queda reflejado en la Figura 7. Sin entrar en un análisis mas detallado del perfil de las pirámides
de España, modelado por hechos coyunturales como la guerra de 1936 a 1939, las migraciones a otros
países europeos en torno a 1960 o los errores de redondeo en los Censos de 1900 y 1930, las siluetas de
las pirámides presentan la evolución característica de un régimen de alta natalidad y alta mortalidad a otro
en el que, superada la transición demográfica, destaca una intensa y progresiva pérdida de natalidad y un
alargamiento de la esperanza de vida. En España nacieron 688.711 personas en 1974, desde ese año el
número de nacimientos se ha ido reduciendo sin pausa hasta los 361.930 de 1998. Por otro lado, según la
Tabla de Mortalidad de 1930-31, sólo un 41 % de la población alcanzaría los 65 años de edad. Las Tablas
de 1994-95 sitúan esa proporción por encima del 83 %.
Los cambios en las formas de las pirámides quedan expresados numéricamente en el Cuadro 10. Como se
indicaba más arriba, una de las mayores preocupaciones derivadas del proceso de envejecimiento, es el
crecimiento de la presión que ejerce la población dependiente sobre la que está en edad de trabajar. Pues
bien, la dinámica de la estructura de la población española a lo largo del siglo no ha hecho sino reducir
dicha carga demográfica. En 1900 por cada 100 personas potencialmente activas había 63,2 dependientes
económicamente. En 1996 esa relación ha quedado reducida a 46,3.
Es evidente que el peso a soportar crece en gran medida por lo que se conoce como “envejecimiento por
la cúspide”. El índice de dependencia de los mayores de 65 años se ha multiplicado por tres a lo largo del
siglo, mientras que el de los menores de 15 años ha quedado reducido a menos de la mitad.
17
Figura 7. Evolución de la pirámide de edad de España.
1900
100+
95
90
Mujeres
Hombres
85
80
1820
75
70
65
60
1840
55
50
45
40
1860
35
30
25
20
1880
15
10
5
0
1900
1,2
1,0
0,8
0,6
0,4
0,2
0,0
0,2
0,4
0,6
0,8
1,0
1,2
1930
100+
95
90
Mujeres
Hombres
85
80
1850
75
70
65
60
1870
55
50
45
40
1890
35
30
25
20
1910
15
10
5
0
1930
1,2
1,0
0,8
0,6
0,4
0,2
0,0
0,2
0,4
0,6
0,8
1,0
1,2
1960
100+
95
90
Mujere
Hombr
85
80
1880
75
70
65
60
55
1900
50
45
40
1920
35
30
25
20
15
1940
10
5
0
1,2
1,0
0,8
0,6
0,4
0,2
0,0
0,2
0,4
0,6
0,8
1,0
1,2
1960
100+
1996
95
90
Mujeres
Hombres
85
80
1916
75
70
65
60
1936
55
50
45
40
1956
35
30
25
20
1976
15
10
5
0
1,2
1996
1,0
0,8
0,6
0,4
0,2
0,0
0,2
0,4
0,6
0,8
1,0
1,2
Fuente: Fuente: Censos de Población de 1900,1930 y 1960. Padrón de Habitantes de 1996. Elaboración propia
Hasta aquí los datos estrictamente demográficos que, como hemos visto, no reflejan más presión sobre la
población potencialmente activa. Sólo las correspondientes a las previsiones del INE para el 2006, con
hipótesis de recuperación de la fecundidad que no se están cumpliendo, anuncian un incremento de las
relaciones de dependencia, que sólo son incuestionables para el grupo de viejos.
18
Cuadro 10: Evolución de indicadores de estructura de la población española
Índices de Variación
Relación de Dependencia
((P0-14 + P65+) / P15-64)*100
Relación de dependencia Viejos /Adultos
(P65+ / P15-64)*100
Relación de dependencia Niños /Adultos
(P0-14 / P15-64) * 100
Índice de longevidad
( P80+ / P65+)*100)
1900 1930 1960 1996 2005 1900
1930
1960
1996
2006
63,2 60,7 54,9 46,3 50,0 100,0
96,0
86,8
73,3
79,2
8,5
9,8 12,7 22,9 26,2 100,0 115,4 149,2 269,1 308,4
54,7 50,9 42,2 23,5 23,8 100,0
11,9 12,3 14,7 22,2
93,0
77,2
42,9
43,6
S/d 100,0 103,1 123,6 186,3
s/d
Fuente: Censos de Población de 1900,1930 y 1960. Padrón de Habitantes de 1996. INE. Proyecciones de población calculadas a partir de la
población de 1991. Elaboración propia
Pero es necesario hacer algunas matizaciones que relativizan el significado de la dinámica demográfica. En
primer lugar hay que señalar que, a efectos de dependencia, no son equiparables los pesos unitarios de
jóvenes y viejos. A los pagos de las pensiones, cada vez para mayor número de personas y durante más
años, se suman los crecientes gastos sanitarios de la parte alta de la pirámide. Como simple aproximación,
sin pretensiones de exactitud, podría aceptarse que, a efectos de gastos asistenciales y sanitarios, cada
persona mayor de 65 años equivale a tres de menos de 15. Una simple ponderación de los datos
demográficos con ese criterio nos llevaría a un panorama absolutamente diferente, en el que las relaciones
de dependencia se harían mayores y progresivas.
En este punto hay que volver a matizar señalando que los incrementos de los gastos sanitarios, que
dispara las alarmas de insostenibilidad en todos los países con asistencia universal gratuita como España,
dependen mucho más de la intensificación de la atención sanitaria que del propio incremento demográfico.
Matizaciones similares deben hacerse en relación con las relaciones de dependencia de los más jóvenes. Si
nos centramos en la evolución a lo largo del tiempo, lo primero a tener en cuenta sería el retraso de la
edad de emancipación y de incorporación al mercado de trabajo. En la actualidad habría que considerar
también como población dependiente a la mayoría de los que tienen entre 15 y 29 años, ya que un 90 %
de los de 20 a 24 y un 62% de los de 25 a 29 permanecen en el domicilio paterno (EUROSTAT, 2000), lo
cual nos pone nuevamente ante un fuerte incremento de la presión sobre la población potencialmente
productiva. Pero nuevamente se trata del efecto de cambios sociales, que, de la misma manera y al
amparo del desarrollo económico, han ido intensificado enormemente a lo largo del tiempo los gastos en
educación.
Si observamos el proceso en el contexto de la Unión Europea, encontramos que la dinámica de la
estructura de edad de la población española parece converger hacia el modelo común de fuerte
envejecimiento. Como puede verse en la Figura 8, en 1970 había una notable diferencia entre la población
española y la del conjunto de países europeos. España, que todavía registraba unas altas tasas de
19
natalidad, tenía una pirámide con una base más ancha, pero sobre todo con una cúspide más reducida, en
este caso como reflejo de las peores condiciones de vida de un país que apenas había empezado a salir
del subdesarrollo económico y de las penurias de la postguerra. En ese momento, todos los indicadores
mostraban una estructura más joven, pero conviene remarcar que eran especialmente el Indice de
Envejecimiento y la Tasa de Dependencia de los Viejos los que más nos separaban de los valores
europeos.
FIGURA 8. Comparación de las pirámides y de los indicadores de estructura de las poblaciones de España y
de la Europa de los 12 en 1970
80-84
Mujeres
Hombres
1970
70-74
60-64
50-54
40-44
30-34
20-24
10-14
0-4
% 5
3
1
1
UER-9
Índice de envejecimiento ( P65+ / PT)*100
Índice de longevidad ( P80+ / P65+*100)
Índice de Juventud ( P0-14 / PT*100)
T.Dependencia (P65+ + P0-14) / P15-64*100
Viejos /Adultos (P65+ / P15-64)*100
Niños/Adultos (P0-14 / P15-64)*100
3
5
%
España
España
9,8
5,7
27,9
60,3
15,7
44,7
EUR-12
12,5
5,8
24,4
58,3
19,7
38,5
Fuente: INE: Censo de Población de 1970 y Eurostat Recensement de la Populatión. 1968-1971. Bruxelles.1977
La situación a finales de siglo es muy diferente como consecuencia de los rápidos e intensos cambios de
comportamiento demográfico experimentados por la población española en los últimos veinticinco años. El
descenso de la fecundidad y la elevación de la esperanza de vida se sitúan en pocos lustros entre los
valores más extremos del mundo y, en consecuencia, la estructura por edades se envejece, mostrando una
dinámica que sin duda obliga a reflexionar seriamente sobre el futuro. Los índices de envejecimiento y de
longevidad se han multiplicado por más de 1,5 haciéndose iguales a los del conjunto de la Unión Europea
20
FIGURA 9. Comparación de las pirámides y de los indicadores de estructura de las poblaciones de España y
de la UE-15 en 1.1.1998
80-84
Mujeres
Hombres
1998
70-74
60-64
50-54
40-44
30-34
20-24
10-14
0-4
% 5
3
1
UE-15
Índice de envejecimiento ( P65+ / PT)*100
Índice de longevidad ( P80+ / P65+*100)
Índice de Juventud ( P0-14 / PT*100)
T.Dependencia (P65+ + P0-14) / P15-64*100
Viejos /Adultos (P65+ / P15-64)*100
Niños/Adultos (P0-14 / P15-64)*100
1
3
5
%
España
España
16,1
9,5
15,6
46,5
23,6
22,9
UE-15
15,7
9,6
17,2
48,8
23,3
25,5
Fuente: Eurostat. Statistiques démographiques. Données 1960-1999
Las diferencias más significativas entre la pirámide española y la del conjunto de la Unión Europea se
derivan del desigual comportamiento de la natalidad. Los bajísimos índices de fecundidad de los últimos
diez años muestran un estrechamiento de la base mayor que el de la muy envejecida pirámide europea.
Por otra parte, la elevada natalidad de los años sesenta y setenta, quedan reflejadas en unas grupos muy
numerosos de jóvenes de 15 a 29 años que, aunque decrecen, aún mantendrán durante algunos años una
“excesiva” presión sobre el mercado laboral y de vivienda. El retraso de la edad de emancipación de los
jóvenes españoles con respecto a los de otros países europeos no es ajeno a estas circunstancias, que
también puede valorarse como factores causales de la contracción de la fecundidad.
Hay que concluir señalando que los fuertes cambios en el comportamiento demográfico están dando lugar
a un fuerte proceso de envejecimiento, que no puede disociarse de los progresos sociales y económicos
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vividos en el último cuarto de siglo. Sin esos factores de modernización y de mejora de las condiciones de
vida, no se estaría produciendo el proceso de envejecimiento demográfico. Como tantas veces a lo largo
de nuestra historia, los cambios llegan con retraso y son mucho más rápidos que en los países hacia los
que convergemos, lo que en este caso da lugar a mayores desequilibrios en la estructura. Mirando hacia el
futuro, más que en el acrecentamiento del grupo de los más viejos, deberá centrarse la atención en la
enorme transcendencia que, desde cualquier punto de vista, ha de tener la progresiva incorporación, a los
diferentes ámbitos de la vida social y económica, de generaciones sensiblemente menores que las que las
han precedido. La actual “muesca” de la base de la pirámide se desplaza inexorablemente produciendo
todo tipo de efectos. Esa es realmente la novedad y de ella se derivan innumerables condicionantes para el
futuro de España.
7. Desequilibrios en la composición por sexos.
Cualquier población, en su conjunto, suele contener una mitad de hombres y otra de mujeres
sensiblemente iguales en su tamaño, pero no en su composición por edades. Con carácter universal y por
razones biológicas nacen entre 105 y 107 hombres por cada 100 mujeres. También por razones
biológicas y socioculturales las mujeres tienen mayor esperanza de vida.
Por otro lado, y como factor de carácter coyuntural y de ámbito regional, pueden producirse movimientos
migratorios específicos de hombres o de mujeres que deshagan la igualdad que normalmente caracteriza a
los grupos de edad correspondientes a los jóvenes adultos.
Nos se trata de recordar ahora los desajustes locales en ámbitos de emigración como consecuencia del
éxodo rural de los años cincuenta y sesenta, pero sí que es oportuno medir los efectos de la ya
comentada caída de la fecundidad.
Como puede verse en el Cuadro 11, la mayor probabilidad de muerte de los hombres hace que poco a poco
se vayan igualando los grupos de ambos sexos de manera que en torno a los treinta años de edad
prácticamente ha desaparecido la diferencia provocada por la sobremasculinidad al nacimiento.
Si tenemos en cuenta que entre los 25 y los 30 años de edad se formalizan la mayor parte de las parejas,
la igualdad entre los grupos de hombres y de mujeres se convierte en un factor favorecedor de lo que
algunos han llamado “mercado matrimonial”.
Ocurre, en todo caso, que por motivos socioculturales y con variaciones a lo largo del tiempo, los hombres
tienen como media tres años más que sus parejas. Esta circunstancia hace que el intenso descenso de la
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fecundidad produzca un nuevo elemento de desequilibrio que afecta y, sobre todo afectará en los próximos
años, a la población española.
Como una simple aproximación a las dimensiones de este fenómeno, en el Cuadro 12 se ha calculado el
exceso de hombres sobre el grupo correspondiente de mujeres. Al ser progresivamente menores las
generaciones más jóvenes, los hombres tendrán que buscar pareja entre grupos notablemente más
pequeños.
Cuadro 11: Tasa de masculinidad de la población española en 1996.
Años de edad
Hombres por cada 100 mujeres
0
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
105,3
104,1
104,2
103,8
104,0
103,4
103,4
102,9
102,4
102,0
102,0
101,3
100,8
101,0
101,1
100,2
99,9
FUENTE: INE. Padrón de 1996. Elaboración propia
Cuadro 12. Superávit de hombres sobre mujeres 3 años más jóvenes
Edades de los hombres
1.996 2.001 2.006 2.011
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
23-33
5.635 58.669 45.143 21.485
2.592 51.519 53.669 25.832
2.797 38.307 60.672 27.324
1.170 26.640 59.372 30.131
-1.839 10.462 61.966 30.079
11.534
5.635 58.669 45.143
7.904
2.592 51.519 53.669
8.961
2.797 38.307 60.672
3.111
1.170 26.640 59.372
2.075 -1.839 10.462 61.966
-8.644 11.534
5.635 58.669
35.296 207.486 472.054 474.342
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del Padrón e 1996. No se ha considerado la mortalidad ni la eventualidad de
movimientos migratorios
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Sin duda es relevante el hecho de que en 2006 o en 2001 casi quinientos mil jóvenes entre 23 y 33 años,
o lo que es lo mismo entre 15 y 20 de cada 100, no podrán encontrar pareja de acuerdo con las pautas
actuales de comportamiento de la nupcialidad. Como bien ha explicado Anna Cabré, no resultan fáciles los
posible reajustes, ya que buscar pareja entre las mujeres de una edad más próxima supondría hacerlo en
términos de mayor competencia, estarían compitiendo con los hombres de mayor edad. Mientras que
buscar en los grupos de mujeres más jóvenes, ampliando la diferencia de edad, lo que haría sería agravar
la situación de las generaciones futuras.
Referencias Bibliográficas
ABELLÁN, A. (Ed.) (1992). Una España que envejece. La Rábida, UHSMR.
CABRÉ, A. (1994) Tensiones inminentes en los mercados matrimoniales, en Nadal, J. (coord). El mundo
que viene. Madrid. Alianza Editorial.
EUROSTAT (2000). ¿Cómo son los europeos?. Madrid. Aguilar
INE.(1999) Encuesta de Fecundidad 1999. www.ine.es
PUYOL, R. (Ed.) (1997). Dinámica de la Población Española. Cambios demográficos en el último cuarto del
siglo XX. Madrid. Ed. Síntesis.
(1999) ¿Cómo somos los Europeos?. Aguilar. Madriod
INE.(1999) Encuesta de Fecundidad 1999. www.ine.es
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