SI TU HIJO TIENE PROBLEMAS CON LAS COMIDAS INTRODUCCIÓN. Son muy frecuentes las consultas efectuadas al pediatra y al médico de cabecera para solucionar problemas relacionados con la comida: “Mi hijo no me come. Acabo dándole la comida”. “La hora de comer es un infierno”. “Me desquicia”. “Se está quedando muy delgada”. “A veces, me veo obligada a hacerle comer a la fuerza”. “Si no se lo doy yo, lo tira todo, se mancha y no prueba bocado”. Estos pequeños o grandes problemas en torno a la alimentación suelen tener una notable repercusión en la vida familiar. Si se utiliza el castigo para obligar a comer, las exigencias excesivas, el empeoramiento de las relaciones familiares, el nerviosismo, las voces y los gritos… pueden agravar el problema. En el peor de los casos, la hora de la comida se convierte en una situación temida de la que el niño o la niña tratarán de huir. Se desencadena una reacción de oposición y acaban por rechazar el alimento incluso antes de haberlo probado. Pueden quejarse de dolores de tripa, vomitar, perder peso, reaccionar con rabietas o incorporar manías en su comportamiento. Para ellos y para quien les acompaña, cada comida puede convertirse en una pequeña tragedia. En el comedor del colegio, la historia se repite. Nuevamente, la comida se convierte en una actividad complicada, que atrae excesiva atención social y que genera incomodidad para el niño y para los cuidadores. COMO PUEDE INICIARSE EL PROBLEMA. Es probable que los padres, abuelos o cuidadores hayan prestado una atención excesiva a la comida en el comienzo de la vida o en alguna época especialmente significativa de la historia del chico o la chica. En unos casos, el desencadenante es la enfermedad. El niño o la niña cae enfermo y pierde el apetito. Los padres o cuidadores comienzan a preocuparse, a obligar y exigir que el niño coma. Comienzan a prestar atención a la conducta de rechazar la comida. En otros casos, un niño come menos que los hermanos, vecinos o compañeros; o come más lentamente que ellos. Los padres o cuidadores comienzan a impacientarse, se ponen nerviosos, algunas veces le hacen “gracias” y le prestan atención por comer más lentamente y comer menos que los demás. Esto no beneficia al hermano que come lento, desde luego. Pero, además, puede hacer que en alguna ocasión los niños que comen sin problemas comiencen a imitar a su hermano. El ambiente de la comida (ver la tele, jugar, leer el periódico) puede interferir en la conducta de comer. El niño o la niña puede aprender de sus padres; distraerse o comer lentamente como ellos. Si, a pesar del mal ejemplo, los padres riñen y se enfadan con el niño que come lentamente o se distrae durante la comida, refuerzan sin quererlo estas conductas. Así mismo, existen situaciones en que las prisas y la urgencia llevan a la madre o al cuidador a dar de comer al niño. Otras veces, lo hacen por estar convencidos de que el niño no comería o “se pondría perdido” si no le ayudara. De esta manera, se está impidiendo que el niño adquiera una habilidad tan básica como la de comer solo. Si las relaciones empeoran, el niño o la niña puede rechazar más y más platos. Sus gustos se van reduciendo. Exige comidas especiales o requiere que se le dé de comer a la boca. El círculo se completa si los padres acceden a todas y cada una de sus peticiones y caprichos con tal de que coma. La dependencia que los niños adquieren en las comidas puede generalizarse a otras muchas situaciones de la vida. En el peor de los casos, los padres y cuidadores pueden ponerse nerviosos y perder la paciencia si transcurre demasiado tiempo y ven que las cosas no mejoran. Después de mucho tiempo reforzando sin darse cuenta la conducta dependiente y caprichosa, pueden reaccionar de modo paradójico con excesivas exigencias, castigos y reproches. La comida en estas circunstancias hace que el niño valore muy negativamente el propio acto de comer y su propia persona. Puede volverse temeroso e inseguro. QUÉ PODEMOS HACER. Algunas de las formas de reaccionar ante el problema que hemos descrito no conducen a nada saludable. El nerviosismo y las preocupaciones excesivas no resuelven nada; por el contrario, agravan el problema. Es más eficaz pensar en qué se puede hacer para resolverlo y elaborar un plan a seguir; detenerse a pensar con calma, sin cruzarse de brazos ni desesperarse. Iremos al médico para asegurarnos de que el niño o la niña no tienen ninguna enfermedad. También nos puede venir bien la orientación de un psicólogo que nos ayude a interpretar bien lo que sucede y a tomar decisiones adecuadas para resolver estos problemas. La solución de los problemas dependerá notablemente de los cambios que los padres y cuidadores introduzcan en su comportamiento y en las relaciones con los niños que tienen problemas con la comida. Los comportamientos no surgen “porque sí” y los problemas de estos niños, en concreto, tienen mucho que ver con lo que ocurre a su alrededor: el momento del día, el lugar en que ocurre, las reacciones de los padres, hermanos, abuelos y cuidadores, etc. No resolvemos nada explicando las cosas porque “el niño es malo o desobediente” o “porque el niño siempre ha sido así”. Por el contrario, cambiando nuestra interpretación del problema y reaccionando ante los que los niños de modo diferente podemos conseguir mejoras interesantes. Los padres y cuidadores haremos bien aceptando que hay situaciones en las que un niño pierde apetito. Con este cambio en la comprensión de lo que sucede cambiaremos también nuestro modo de responder. Si el hijo dice un día “No tengo más gana” o “No puedo más”, podemos comentar tranquilamente: “Bueno, no comas más. Ya has comido algo. No siempre se tiene el mismo apetito”. “No te preocupes, come lo que puedas”. También podemos comprender que unos niños comen normalmente menos y más lentamente que otros. Es normal que sea el propio niño o la propia niña quien fije la cantidad de comida que le viene bien. Debemos asegurarnos, eso sí, de que la comida que el niño o la niña toma lleve la debida proporción de proteínas, vitaminas, etc.; las necesarias para su desarrollo y crecimiento. Debemos pedir consejo y asesorarnos con nuestro médico de cabecera. En lo posible, conviene que el niño se acerque a la mesa con apetito y que sea él el que desee comer. Conviene controlar la ingesta de golosinas y comidas entre comidas. Es mejor, servir poco y que el chico pida más. Procuraremos que la comida sea de su agrado, siempre que no imponga excesivamente sus caprichos. Procuraremos que las horas de comida sean momentos agradables, sin interferencias. Prestaremos atención y elogiaremos a los hijos por la conducta de comer. Podemos hacer comentarios halagadores cuando el niño está comiendo o cuando termina de comer: “Así me gusta. Has comido muy bien”. Si nuestro niño es excesivamente lento y se distrae a menudo, retiraremos de la mesa y del entorno todo aquello que pueda distraerle en la comida. Serviremos de modelo en esto y actuaremos de modo amable y tranquilo. Nosotros mismos comeremos relajados y sin distraernos. Los niños harán con toda probabilidad aquello que ven y no aquello que les decimos que hagan. Nosotros debemos comer saludablemente para ejemplo de los hijos. Probablemente, si se trata de niños pequeños o debemos reorganizar la conducta de comer desde el principio, debemos empezar con pasos pequeños. Podemos ofrecer, por ejemplo, poca comida para facilitar que termine el plato, y ofrecerlo más, si lo desea. “Si quieres más, me lo pides”. No prestaremos atención ni haremos comentarios cuando pierde el tiempo sin comer, rechaza caprichosamente comidas o deja comida en el plato. No discutiremos con él o con ella por la comida, ni mostraremos impaciencia. Retiraremos la atención si no comen, se distraen o comen lentamente. Ignoraremos estas conductas y haremos como que no vemos que comen mal o dejan comida en el plato. Ignorando conseguimos que las conductas se extingan y debiliten. Podemos dirigir la atención hacia las personas que comen bien y hacer comentarios explícitos referidos a las conductas saludables de comida. De este modo, destacamos las conductas de comida correctas y “hacemos la vista gorda” y “pasamos” de la conducta de comida incorrecta. Seremos constantes en este nuevo modo de actuar y esperaremos el tiempo necesario para ver los resultados. Podemos señalar un tiempo prudencial para comer, dejándole hasta que termine. Pasado este tiempo, recogeremos el plato. “Como tienes que ir al colegio, quitaremos la mesa media hora antes de salir”. “Cuando termines, puedes venir con nosotros al salón”. No se hará comentario alguno si no ha comido, pero se elogiará si lo ha hecho, aunque haya sido poco. Si los niños han desarrollado comportamiento negativistas y dicen NO a todo, tendremos cuidado para no reforzar con nuestras reacciones su desobediencia. Son niños que han aprendido que con su negación y desobediencia pueden controlar a sus padres, conseguir su atención y enfocar todo el entorno familiar hacia ellos mismos. Mediante la atención que les dispensamos, estamos entrenando su desobediencia y reforzándoles por ser negativos. Debemos analizar especialmente las ventajas inmediatas que este comportamiento tiene para nosotros mismos, padres y cuidadores. Con mucha frecuencia, las situaciones complicadas ante niños que comen mal desencadenan en los padres y cuidadores ansiedad; se preocupan excesivamente por la salud, el crecimiento, las enfermedades que pueden sobrevenir. Si conseguimos que los niños, aunque forzados, engañados y rodeados de atenciones inconvenientes, por fin coman, evitamos esa sensación de ansiedad y podemos sentirnos satisfechos. Si conseguimos al fin un cierto resultado, aunque pequeño, forzado y a corto plazo…, si logramos que coman, aunque tengamos que utilizar el soborno, las triquiñuelas y las trampas, reducimos preocupación y nos sentimos tranquilos. nuestro nerviosismo y nuestras preocupaciones desaparecen o disminuyen. Algunas actuaciones de los adultos ante los niños con problemas en la comida reducen sus preocupaciones. La reducción de ansiedad es un refuerzo poderoso. Y las conductas reforzadas se aprenden; se hacen frecuentes y consistentes. Esto quiere decir que lo que sucede en torno a los problemas de los niños ante la comida también puede reforzar las conductas de sobreatención y preocupación excesiva de padres y cuidadores. Ellos también aprenden a comportarse de este modo y en el futuro seguirán preocupándose demasiado por la comida. Debemos reflexionar sobre este efecto sutil. El círculo de influencias es perjudicial: reforzamos al niño o la niña que comen mal o se niegan a comer adecuadamente. Pero, conseguimos también quedar tranquilos y reducir nuestra ansiedad. Los niños manipulan a los padres y cuidadores con sus negativas, y los padres y cuidadores caemos en la trampa y les prestamos atención inadecuada porque esto reduce nuestra ansiedad y preocupación. Con sus artilugios, los niños acaban controlando múltiples situaciones de la vida familiar. Reforzamos sin darnos cuenta la conducta desobediente y negativa. Es más acertado afrontar nuestra ansiedad directamente, reducirla con las medidas oportunas y preocuparnos por la comida de los niños sólo si los médicos y profesionales de la salud lo recomiendan. Vicente Elustondo Iriarte. Adaptado de: Miguel COSTA y Ernesto LÓPEZ: Si tu hijo tiene problemas con la comida. Ayuntamiento de Madrid, 1979. ENTREMANOS. Nº 36. Diciembre, 2004.