El Olimpismo de Coubertin - Centre d`Estudis Olímpics

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El Olimpismo de Coubertin
Norbert Müller
Colección Olimpismo y Deporte | 119
Esta obra ha sido publicada como parte de la colección Olimpismo y
deporte : documentos de trabajo del CEO-UAB del Centre d'Estudis
Olímpics (CEO-UAB) que recoge trabajos con el objetivo de facilitar el
debate científico. La inclusión de este texto no limita su futura
publicación por parte del autor, que conserva la totalidad de sus
derechos.
El trabajo corresponde al capítulo introductorio del libro Pierre de
Coubertin 1863-1937: Olimpismo: selección de textos (Lausanne : CIPC,
2012) que resume la conferencia impartida por el Dr. Norbert Müller
como profesor invitado de la Cátedra Internacional de Olimpismo
2012.
Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-No comercial-Sin
obras derivadas 2.5 España de Creative Commons. Eres libre de copiar,
distribuir y comunicar públicamente la obra, siempre que se reconozca
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Para citar este documento, puedes usar la referencia:
Müller, Norbert (2012): El Olimpismo de Coubertin [artículo en línea].
Barcelona: Centre d’Estudis Olímpics – UAB. [Consultado el:
dd/mm/yy]
<http://ceo.uab.cat/2010/docs/wp119_spa.pdf>
 Del contenido, 2012 Comité Internacional Pierre de Coubertin
 De la edición, 2012 Centre d’Estudis Olímpics (CEO-UAB)
Centro de Estudios Olímpicos, CEO-UAB
Colección Deporte y Olimpismo | 119
El reconocimiento internacional de Pierre de Coubertin se basa en la exitosa experiencia de
haber renovado los antiguos Juegos Olímpicos en su versión moderna y haberlos convertido en
un acontecimiento secular.
La parte I “Revelación” nos ofrece un testimonio polifacético de los objetivos ideológicos y de
la pedagogía deportiva de Coubertin. Partiendo de esta realidad, la parte II “Dimensiones
olímpicas” adquiere una importancia especial dentro de esta edición.
Esta parte pretende reflejar, partiendo de los intentos de reforma de la pedagogía de
Coubertin e incluyendo las iniciativas prácticas con ellos relacionadas, su idea olímpica en sus
muy diversas expresiones. Para ello hay que arrojar luz sobre tres niveles diferentes:
1. el histórico
2. el filosófico-pedagógico
3. el organizativo-estructural.
Los escritos de Coubertin al respecto, que con frecuencia sólo pueden distinguirse de las
afirmaciones de pedagogía deportiva de la parte I gracias a sus referencias olímpicas, suponen
en torno al treinta por ciento de todas las publicaciones de Coubertin. En la segunda parte se
resumen 149 trabajos en distinta forma y extensión. Estos representan en torno al treinta por
ciento de los escritos de Coubertin referidos a Olimpia, y abarcan artículos de periódico y de
revista, contribuciones a obras recopilatorias y extractos de libros. Entre ellos hay muchos
discursos, que a menudo se publicaron posteriormente. 1
La parte II tiene, desde una perspectiva actual, una marcada tendencia histórica. Pero hay que
pensar que Coubertin, como presidente del COI, tuvo que manifestar a menudo su criterio con
respecto a cuestiones del movimiento olímpico. Se podría haber evitado algún fallo en su
desarrollo si se hubieran tenido más en cuenta las experiencias de la historia.
Los escritos de Coubertin referidos a Olimpia tienen, por lo general, un claro predominio en la
época anterior a la Primera Guerra Mundial. El motivo para ello fue la necesaria dedicación
1
Que Coubertin financiaba y distribuía casi siempre con sus propios medios.
1
El Olimpismo de Coubertin
Norbert Müller
hasta el último detalle que Coubertin le rindió al movimiento olímpico durante su fase
constitutiva.
En la época durante y posterior a la Primera Guerra Mundial desciende el tratamiento de
cuestiones organizativas puntuales en favor de cuestiones básicas de pedagogía deportiva y
Olimpismo.
A pesar de la considerable envergadura de su legado escrito, de unas 15.000 páginas impresas,
Coubertin no tomó postura sobre todas las cuestiones que hoy nos parecen importantes.
Alguna cuestión hoy acuciante carecía de relevancia en tiempos de Coubertin. La situación
política mundial tras la Segunda Guerra Mundial trajo consigo problemas nuevos, de otra
índole, que Coubertin, fallecido en 1937, sólo pudo intuir.
La visión olímpica de Coubertin
En el presente volumen se le otorga un espacio tan amplio a las perspectivas históricas del
Olimpismo porque reflejan la esencia del pensamiento y la escritura coubertiniana. Esto no
contradice las dimensiones filosófico-pedagógicas de la idea olímpica de Coubertin recogidas
en el capítulo 5 de este volumen, sino que son su condición.
Para Coubertin la historia es “la primera de todas las ciencias en importancia y eficacia
educativa”. 2 La historia le permite situar su idea en el contexto histórico y conducirla al éxito.
El filohelenismo de Coubertin es un producto del entendimiento histórico y del entusiasmo
juvenil. Coubertin describe en una ocasión el “respeto a toda patria” como primer
mandamiento de sus juicios de valor, pero continúa diciendo que para respetar a los países
también hay que conocerlos, y para conocerlos hay que estudiar su historia. 3
La idea de los Juegos Olímpicos le había conquistado especialmente, según sus propias
declaraciones, por mérito de su profesor de las asignaturas clásicas en el colegio de los jesuitas
de París, padre Caron.
2
3
COUBERTIN, P. de: Histoire Universelle, vol. I, Avant-propos, Aix-en-Provence, p. XIV.
Cf. COUBERTIN, P. de: „Erinnerungen I“, en: Europäische Revue 12, Stuttgart 1936, nr. 9, p. 708.
2
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Pero los intentos de reforma de un Coubertin que en 1883 apenas había cumplido los veinte
de años de edad se orientaron en un principio hacia su patria.
Un impulso decisivo debieron de ser las excavaciones llevadas a cabo entre 1875-1881 en la
antigua Olimpia, que cita con entusiasmo en sus reflexiones sobre el helenismo y de las que
opina “Alemania había exhumado lo que quedaba de Olimpia. ¿Por qué Francia no conseguiría
reconstituir sus esplendores?” 4
Coubertin explica en un artículo de 1896 que el concepto “Juegos Olímpicos” nunca había
caído en desuso. Se refería a competiciones locales que el Directorio había organizado en el
campo de Marte de París tras la Revolución Francesa, o cómo se habían celebrado en algunas
ciudades griegas bajo la denominación antigua. 5
Pero la influencia más directa sobre la propuesta de renovación de los Juegos Olímpicos de
Coubertin la tuvieron aquellos “Juegos Olímpicos” locales de Much-Wenlock, una pequeña
ciudad del norte de Inglaterra. Coubertin mantenía relación por carta con el médico y profesor
Dr. William Penny Brookes, el iniciador de esos juegos en 1852 y presidente de la OlympianSociety de ese lugar. El propio Coubertin había viajado hasta allí en octubre de 1890 e informa
sobre esos juegos en un exhaustivo artículo que se incluye en este volumen. 6
El momento era el adecuado, ya que el internacionalismo social y cultura de finales del siglo
XIX hacía casi necesaria la internacionalización del deporte. Impulsos decisivos vinieron de los
inventos y mejoras en los transportes y la información. La prensa había descubierto el deporte
como tema de repercusión entre el público. Las Exposiciones Universales estimulaban la
comparación del progreso internacional.
Coubertin se pudo atrever de esta forma a pronunciar por primera vez en público la idea de la
renovación de los Juegos Olímpicos al final de una conferencia en un aula de la Universidad de
4
COUBERTIN, P. de: Une campagne de vingt-et-un-ans, Paris: Libraire de l’Education physique, 1909, p.89.
a
COUBERTIN, P.de: “The Modern Olympic Games”, in: The Olympic Games in 1896,Informe oficial, 2 parte, Atenas/
Londres, Ch. Beck/ H. Grevel, 1897, pág. 4. Véase también el texto 4.2.1/8 en este volumen.
6
Ver artículo 4.2.1/1. Otro artículo sobre el Dr. Brookes no se pudo incluir en este volumen: CF. A typical
Englishman: DR. W.P. Brookes of Wenlock in Shropshire. America Review of Reviews, enero de 1897, pp. 62-65.
5
3
El Olimpismo de Coubertin
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la Sorbona en noviembre de 1892: “Permítannos exportar remeros, corredores y esgrimidores;
éste es el libre comercio del futuro, y el día en que introduzca entre las paredes de la vieja
Europa la causa de la paz habrá recibido un nuevo y poderoso impulso. Esto es suficiente para
animar a este vuestro servidor a que sueñe ahora sobre la segunda parte de este programa ...
la restauración de los Juegos Olímpicos.” 7
Lógicamente, cuando Coubertin expresó por primera vez estas ideas, buscaba, además de una
delimitación ideológica, una delimitación pragmática de los objetivos. De esta forma se le
debía devolver la vieja armonía a la idea de cuerpo y mente del sistema occidental de
educación, diferenciada desde la Antigüedad. Para ello se apoyaba en la Historia. La
Antigüedad debía ser un indicador del camino, pero sólo en la medida en que las exigencias del
presente dejasen espacio para ello.
La campaña olímpica de Coubertin (1894-1914)
Aunque la primera propuesta para la implantación de los Juegos Olímpicos había chocado con
la incomprensión de los oyentes, Coubertin no abandonó la idea.
Coubertin había iniciado durante las reuniones preparativas a finales de 1893 en Nueva York y
a comienzos de 1894 en Londres una campaña entre los dirigentes deportivos. También en
1894 había muchos escépticos respecto de sus planes olímpicos, pero aún así 78 delegados de
37 federaciones deportivas de nueve países votaron a favor de la implantación de los Juegos
Olímpicos, aprobaron reglas para su celebración y confirmaron la lista de miembros del Comité
International des Jeux Olympiques presentada por Coubertin. 8
Grecia no quería dejarse arrebatar la oportunidad de ser el organizador de los nuevos Juegos
Olímpicos.
En Grecia apenas se tuvo en cuenta a Coubertin por su trabajo, el orgullo nacional griego no
permitía que un francés fuera el autor de este grandioso acontecimiento.
De esta forma se había alcanzado la primera etapa del renacimiento de los Juegos Olímpicos.
7
Ver el final del artículo 4.2.1/2 de este volumen.
La lista de miembros está reproducida en el artículo “El trabajo del Comité Olímpico Internacional” en el capítulo
6.5.1 del presente volumen.
8
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Los siguientes Juegos Olímpicos debían tener lugar en 1900 en París.
Finalmente, los III Juegos Olímpicos también tuvieron lugar, dentro del marco de la Exposición
Universal de 1904 en St. Louis. El propio Coubertin no viajó hasta St. Louis. En aquellos años
había centrado su atención en proyectos escritos y organizativos en pos de un movimiento
deportivo popular en Francia. 9
El congreso de educación física, que había sido convocado en 1901 por el COI para Bruselas,
no llegó a celebrarse hasta 1905, y no deliberó en torno a la unificación del programa olímpico,
como era su encargo original, sino exclusivamente sobre las posibilidades de practicar deporte
en los diferentes ámbitos de la educación y de la vida. Desde un punto de vista actual resulta
progresivamente sorprendente que se discutiera sobre el deporte en la educación asistencial y
en las prisiones; pero también hubo recomendaciones sobre medidas supranacionales para el
desarrollo del deporte automovilístico. En Italia se discutió al mismo sobre una carrera de
coches entre Roma y Milán en el marco de los Juegos de 1908, ideas que hoy nadie relaciona
ya con el movimiento olímpico.
Con los congresos de Le Havre y Bruselas se había establecido la conexión con la ciencia, pero
aún faltaba la inclusión del arte. Para Coubertin los Juegos Olímpicos debían contener
elementos que los llevarán más allá de las competiciones internacionales y que manifestaran
su especial significación en estrecha relación con el modelo antiguo. En 1904 escribió al
respecto en Le Figaro: “Ha llegado la hora de iniciar una nueva etapa y restaurar la Olimpiada
en su belleza primera. En la época de esplendor de Olimpia – e incluso después, cuando Nerón,
vencedor de Grecia, ambicionaba recoger en las riberas del Alfeo unos laureles siempre
envidiados- las letras y las artes, armoniosamente combinadas con el deporte, garantizaban la
grandeza de los Juegos Olímpicos. En el futuro debe ocurrir lo mismo.” 10
La conferencia consultiva analizó la cuestión, “en qué medida y bajo qué formas, las Artes y las
Letras podrían participar en la celebración de las Olimpiadas modernas.” 11 Coubertin escribió
en 1911 en un ensayo sobre el ruskianismo deportivo: “El deporte, que debe producir alegría,
9
Ver: COUBERTIN, P.de: Textes choisis, Vol. III, “Pratiques sportives”, Zurich 1986.
Ver artículo 5.3/4 de este volumen.
11
Ver el texto 5.3/2 de este volumen.
10
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El Olimpismo de Coubertin
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sólo lo puede conseguir con ropaje de día festivo.” El crítico de arte inglés John Ruskin (18191900) le había dado alas a Coubertin en cuanto a esta idea: la teoría de Ruskin, según la cual la
belleza es la manifestación del espíritu del universo, impresionó a Coubertin. Los Juegos
Olímpicos como manifestación de la juventud que se renueva cada cuatro años, expresión así
de un nuevo “culto al ser humano”, necesitaron de una ampliación individual. Ceremonias
como la fiesta de inauguración y de clausura, el homenaje a los vencedores, los aros olímpicos,
las banderas, más tarde el juramento olímpico y el fuego olímpico, constituían el marco
festivo. Una organización tan festiva le aseguraba a los Juegos un valor duradero, por lo cual el
ejemplo artístico-festivo de los Juegos antiguos hacía de padrino.
A partir de aquí no hay un camino muy largo hasta la predilección de Coubertin por la música
de Wagner, por la que viajó en numerosas ocasiones a los festivales de Bayreuth. El conjunto
de su obra artística no se llamó “El anillo de los Nibelungos”, pero sí en cambio “Juegos
Olímpicos”.
Hay que retener que la conferencia de París decidió la incorporación de cinco competiciones
olímpicas artísticas en arquitectura, escultura, pintura, literatura y música y dio
recomendaciones sobre el perfeccionamiento artístico de eventos deportivos de todo tipo.
Los campeonatos artísticos se mantuvieron en el programa hasta los Juegos Olímpicos de
1948, y desde entonces siguen presentes en la variada formación artística de la fiesta olímpica.
La importancia que tenía para Coubertin la incorporación del arte a los Juegos Olímpicos y al
día a día deportivo lo demuestra el gran número de sus aportaciones sobre el tema en el
capítulo 5.3 de este libro.
De la “idea olímpica” al “Olimpismo”
El quinto capítulo esencial del presente volumen abarca la “dimensión filosófico-pedagógica
del Olimpismo”. Las declaraciones de Coubertin al respecto son casi igual de innumerables
como las de la dimensión histórica del Olimpismo. Provienen, con una excepción, de la época
posterior a 1911, de lo que puede deducirse que a partir de entonces las cuestiones
organizativas de los Juegos y del movimiento olímpico sólo tuvieron una importancia
6
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secundaria para Coubertin.
Todo su empeño iba dedicado a la realización de su “idea olímpica”, para la cual había acuñado
en 1910 el neologismo “Olympisme”. Para él este Olimpismo no era un sistema de tipo
institucional, sino que encarnaba una postura del individuo costumbrista-ética y, a partir de
ahí, de toda la humanidad. Para ello, Coubertin trasladó los objetivos religiosos de los antiguos
Juegos Olímpicos a la época moderna, sin alterarlos considerablemente en cuanto a su
ideología.
Los textos seleccionados sobre el Olimpismo tienen una importancia capital en el presente
volumen, ya que representan de diversas maneras los conceptos de la “filosofía olímpica” de
Coubertin. El apasionado pedagogo Coubertin estaba convencido de que las diferentes
condiciones sociales y técnico-civilizadoras del incipiente siglo XX requerían de un hombre
nuevo y, en consecuencia, de una nueva educación.
Veía al verdadero atleta olímpico en el competidor masculino adulto. 12
Esta era la figura simbólica de la generación joven que se renovaba con cada Olimpiada. En
consecuencia, Coubertin entendía los Juegos Olímpicos como “la máxima fiesta de la
primavera humana cada cuatro años”. Los participantes, aunque también los espectadores,
tenían que estar preparados en consonancia. Esto a su vez sólo podía conseguirse mediante la
educación deportiva a largo plazo de la juventud y de la mayor parte de la población.
Coubertin respondió con la siguiente definición en 1918 a la pregunta, ‘¿Qué es por tanto el
Olimpismo?’: “Qu'est-ce donc que l'olympisme? C'est la réligion de l'énergie, le culte de la
volonté intensive développée par la pratique des sports virils s'appuyant sur l’hygiène et le
civisme et s'entourant d'art et de pensée ...” 13
Parece que Coubertin no se dio cuenta de que con esta orientación sincretista exigía
demasiado a sus compañeros de batalla, los propios deportistas y, en definitiva, a su
12
13
Ver discusión en París sobre la admisión de mujeres y juegos en equipo.
Coubertin, P.de: “Les Jardins de l'Effort”, en: Almanach Olympique pour 1918, Lausanne [1917] pág.
4.
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movimiento. Con su idea de una “religio athletae” moderna alejó demasiado a su movimiento
de su objetivo pedagógico original y construyó un edificio filosófico que para la mayoría ya no
era inteligible, máxime cuando faltaba como punto de partida la percepción trascendental del
hombre antiguo o del atleta. Al parecer, su visión del helenismo y la alterada situación política
mundial le habían llevado a ello.
Para mantener al menos institucionalmente a su movimiento alejado de las complicaciones de
la guerra, trasladó en 1915 la sede del COI a Lausana, en la Suiza neutral. . Como patriota
francés, Coubertin sentía en su interior la obligación de alistarse en el ejército. A los 52 años le
fue encontrada utilidad en el trabajo de instrucción de los escolares franceses. 14
El posible reproche de que una actividad de Coubertin de este tipo sería contraria a su propio
ideal olímpico es atenuable. Cuando Coubertin había señalado el “respeto a toda patria” como
primer mandamiento de su credo, esto tenía que tener valor en primer lugar para el respeto a
la propia patria. Un nacionalismo de este tipo lo consideraba inofensivo, siempre y cuando
fuera corregido por un internacionalismo sincero. 15
En vista de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, Coubertin se dedicó con mayor
empeño, a partir de 1917, a las cuestiones básicas de pedagogía deportiva. El deporte como
bien común de todas las clases sociales debía servir a la paz entre los hombres y convertir al
movimiento olímpico en un movimiento pacifista a nivel mundial, precisamente en la agitada
época posterior a 1918. La máxima de Coubertin “se trata de llegar a las masas”, describe
como ninguna otra su programa a partir de 1918. Por descontado que el carácter de
convocatoria de los Juegos Olímpicos no era suficiente para hacer del deporte un elemento
esencial del día a día.
14
Coubertin fue admitido en el ejército el 22 de enero de1916, en principio como traductor, aunque poco
después se hizo cargo de la misión formulada por él mismo de reclutar a voluntarios para la guerra entre
los escolares mayores, a través de conferencias. Por el mismo motivo le había presentado en 1915 al
“Ministre de l’Instruction publique” un “Rapport pour Amélioration et développement de l’éducation
physique” en los colegios de Francia.
15
En el libro “Notes sur l’éducation publique”, Paris 1901, leemos al respecto:“Il y a deux façons de
comprendre l'internationalisme. L'une est celle des socialistes, des
révolutionnaires et en général des
théoriciens et des utopistes ... La seconde est celle des hommes qui observent sans parti pris et tiennent
compte de la réalité, plutôt que de leurs idées préférées: ceux-là ont noté, dés longtemps, que les
caractéristiques nationales sont une conditions indispensable de la vie d'un peuple et que, loin de les
affaiblir, le contact avec un autre peuple, les avive.”
8
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Coubertin escribió en 1917 que para ello la necesaria educación olímpica “es preciso que tenga
sus fábricas permanentes ” 16, pero se tuvo que limitar a insinuaciones y elaboraciones teóricas.
Exigió en repetidas ocasiones la puesta en marcha de centros culturales municipales siguiendo
el ejemplo del “antiguo gimnasio” y dio un ejemplo práctico con la fundación del “Institut
Olympique de Lausanne” y su ejemplar trabajo para los soldados belgas y francesas internados
durante el año 1917/18. De ello se puede derivar la subsiguiente exigencia de Coubertin de
creación de universidades obreras.
Hacia el final de la guerra le concedió al Olimpismo un papel adicional: “Cara a cara, con un
mundo nuevo que hay que ordenar según principios considerados hasta ahora como utópicos
y transformados en aplicables, la humanidad debe recoger en la herencia del pasado todas las
fuerzas susceptibles de ser empleadas para construir el futuro. El Olimpismo es una de ellas.”
17
Por contra, los Juegos Olímpicos se habían distanciado cada vez más de su razón de ser original
con la creciente popularidad.
El idealista Coubertin no quería sacrificar sus hondos objetivos humanistas ante el avance de
los tecnócratas del COI y la independización de las federaciones internacionales.
Coubertin solicitó de nuevo durante su discurso de despedida en el congreso olímpico de 1925
en Praga la oportunidad para todo el mundo de practicar deporte como obligación primordial
por parte de un estado moderno, para la que amplia masa no tuviera necesidad de idolatrar a
sus ídolos deportivos sin practicar ella misma deporte. Al mismo tiempo anunció iniciativas en
el ámbito pedagógico fuera del movimiento olímpico.
Si veía el Olimpismo como el ideal formativo para el crecimiento de las facultades corporales,
intelectuales y morales, ¿cómo pudo dedicarse tras su salida del COI a una pedagogía de
claridad de pensamiento? No podía comprometer su idea de apostolado pedagógico, aunque
16
„Carta Olímpica V“, en: COUBERTIN, P.de: Ideario Olímpico. Discursos y ensayos, Madrid: INEF,
1973, p. 97.
17
“El XXV aniversario de los Juegos Olímpicos. Discurso pronunciado por el presidente del Comité
Olímpico Internacional en la ceremonia conmemorativa”, Lausana, abril de 1919, en: COUBERTIN, P.de:
Ideario Olímpico. Discursos y ensayos, Madrid: INEF, 1973, p. 127.
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El Olimpismo de Coubertin
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la realidad le enseñara a menudo lo contrario. En relación al éxito de los Juegos Olímpicos no
se le podía exigir que se desdijera de esta parte de su trabajo, reconocido por la opinión
pública. ¿Cómo iba a negar una obra que para él era el sentido de su vida?
El “Mensaje a la juventud del mundo” de 1927 en Olimpia reproducido en este volumen, la
“llamada a todos los competidores y participantes de los Juegos Olímpicos de 1928 en
Ámsterdam” y el “Mensaje a la juventud americana” con motivo del cuadragésimo aniversario
del COI en 1934, son importantes testimonios de su atenta participación en el desarrollo del
movimiento olímpico.
Coubertin no había visitado los Juegos Olímpicos de 1928 en Ámsterdam ni los de 1932 en Los
Ángeles, a pesar de las invitaciones oficiales.
El testimonio olímpico más importante de sus últimos años es su alocución radiofónica sobre
las “Bases filosóficas del Olimpismo moderno” de 1935.. Volvió a llevar al mundo de forma
concentrada sus ideas sobre el Olimpismo moderno, desarrolladas a lo largo de décadas, que
resumidas brevemente desembocan en tres máximas:
1. Celebrar los Juegos Olímpicos significa evocar la Historia.
2. La idea olímpica no es un sistema, sino una postura intelectual, ético-moral.
3. Mi creencia inquebrantable en la juventud y en el futuro ha sido y será el principio
inspirador de mi trabajo.
Coubertin siguió con atención desde la distancia el desarrollo de los Juegos Olímpicos de 1936,
en cuya ampliación artística todavía había influido; dentro de ella se incluye la representación
del “Himno a la alegría” de Beethoven en una función durante la noche del día de la
inauguración.
A pesar de las fuertes discusiones y la politización y comercialización de los Juegos Olímpicos y
del deporte que se dieron entonces, sus deseos olímpicos para el futuro permanecieron firmes
hasta su muerte en Ginebra el 2 de septiembre de 1937. Según su deseo testamentario, su
corazón fue enterrado el 26 de marzo de 1938 en Olimpia.
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