formación de discípulos

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 1 EL COORDINADOR “ESPAC” Y LA FORMACIÓN DE DISCÍPULOS MISIONEROS La formación de discípulos misioneros fue el eje transversal de la reflexión que los Obispos del Continente hicieron en Aparecida y que expresaron así: “El reto fundamental que afrontamos es mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -­‐¡su servicio!-­‐ que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones”. El discípulo de Cristo es un formando, una persona que sigue al Maestro para dejarse formar por él, para aprender de él, parecerse a él y dejarse transformar por él en otro Cristo. Pero además, el discípulo es también un formador. Ha sido llamado a continuar la misión de Jesús de formar discípulos misioneros al servicio de la Iglesia y del mundo. De lo anterior podemos deducir que el tema de la formación de discípulos de Cristo es de suma importancia y que la necesidad de hacerlo exige un proceso con la metodología que empleó Jesucristo. El Documento de Aparecida dedica todo el capítulo 6º al Itinerario formativo de los discípulos misioneros y en él se basa la ESPAC para su propósito. Vemos que el proceso de formación comienza con la iniciación cristiana y la catequesis en sus diversas etapas y modalidades. En la Iglesia todos estamos llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo; es necesario, por consiguiente, formarnos para formar a todo el Pueblo de Dios con la responsabilidad y audacia que exige la tarea evangelizadora. Obispos, presbíteros y diáconos, personas de vida consagrada, padres de familia, agentes pastorales y educadores cristianos, todos hemos sido ya iniciados, de alguna manera, al discipulado. Por lo mismo, todos debemos ser continuadores y colaboradores en la misión de anunciar el Evangelio, de enseñarlo y de hacer discípulos de Cristo. El itinerario que propone Aparecida nos invita a reflexionar sobre esta necesidad tan importante en nuestra Iglesia particular, habida cuenta de los desafíos actuales frente a las acciones que los responsables de la pastoral deben emprender para la formación personal y comunitaria de los discípulos con una identidad bien definida. Numerales del Documento de Aparecida en que su fundamenta lo anterior: 174, 226c, 231, 238, 287, 296, 299, 302, 306, 319, 338, 376, 400, 406, 413, 437c,g,i,f, 441a,f, 446d, 450, 456, 469, 475, 483, 2 486, 492, 497, 517h, 518d,k,o, 538. Mensaje Final. Metodología para la formación de discípulos misioneros. Con la metodología propia de la ESPAC, sigamos los siguientes pasos: VEAMOS. Sabiendo que “Ver” es tomar conciencia de la realidad a partir de hechos de la vida real, se trata de “ver críticamente” la realidad para no caer en suposiciones y buscar las causas de las deficiencias y de los conflictos que la aquejan, que determinan su proyección hacia el futuro o que conducen a efectos no previstos. Esta mirada permite al formador apreciar la realidad para poder realizar acciones transformadoras, afrontando los problemas desde sus raíces con los recursos que le ofrecen las ciencias de la catequética. El capítulo 3º del Documento de Aparecida comienza por dar una “mirada a la realidad de los discípulos misioneros de Jesucristo” para constatar la situación dentro de la cual hoy viven los bautizados, y dice: “En cumplimiento de su vocación bautismal, el discípulo ha de tener en cuenta los desafíos que el mundo actual le presenta a la Iglesia: el éxodo de fieles a las sectas y a otros grupos religiosos; las corrientes culturales contrarias a Cristo y a la Iglesia; el desaliento de los sacerdotes frente al vasto trabajo pastoral; la escasez de sacerdotes en muchos lugares; el cambio de paradigmas culturales; el fenómeno de la globalización y la secularización; los graves problemas de violencia, pobreza e injusticia; la creciente cultura de la muerte que afecta la vida en todas sus formas” (185). Agreguemos el secularismo con todas sus implicaciones en la vida de familia, en la escuela y en la sociedad en general. Los cambios sociales son tan profundos y los desafíos tan grandes que la Iglesia difícilmente “podría resistir a los embates contra una fe católica reducida al solo bagaje ya adquirido, al elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten a los bautizados. Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”. De aquí que “Para cumplir su misión con responsabilidad, los laicos necesitan una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento para poder dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural” (212). La necesidad de responder a estos cambios aparece en todo el documento y los vemos en todas las realidades, sectores y actividades que integran la actividad pastoral de la Iglesia. Preguntémonos y respondamos: Viendo la realidad de nuestras familias, de nuestra parroquia y de nuestra diócesis: • ¿Estamos de acuerdo con lo dicho en el DA sobre los retos y desafíos que el mundo secularizado presenta hoy a la fe de los católicos? • ¿En qué consiste la formación que actualmente ofrece mi diócesis, mi parroquia y mi familia a los bautizados y cuáles son los efectos que de esa formación se perciben en la sociedad? • Quiénes son la responsables de la formación de discípulos de Cristo y cómo hacerla? • Quiénes son la responsables de la formación de discípulos de Cristo y cómo hacerla? •
3 ¿En qué aspectos urge una mayor formación tanto en los responsables de la pastoral, como en los laicos de nuestra parroquia? JUZGUEMOS. Juzgar es tomar conciencia de las deficiencias personales y sociales que impiden la plena realización del ser humano; juzgar los hechos a la luz de la Palabra de Dios conduce a vivir como hermanos para construir una sociedad de acuerdo con el proyecto de Dios. Es este un momento privilegiado en la catequesis y en la pastoral para el logro de sus objetivos. Juzgar exige un conocimiento adecuado del mensaje cristiano que es espíritu de comunión y participación, de oración y diálogo con Jesucristo presente en su Palabra, en la vida sacramental, en la vida del formador y en la comunidad; juzgar exige superar el egoísmo y aclarar las razones que animan la fe. Se trata de descubrir en los hechos iluminados por la Palabra, lo que nos ayuda o impide realizar nuestro proyecto de vida. 1. Proceso de formación de discípulos misioneros La vocación bautismal a ser discípulos-­‐misioneros de Jesucristo exige de los pastores y de los catequistas responsables de la formación, una clara y decidida opción por todos y por cada uno de los bautizados, cualquiera sea su función dentro de la Iglesia. Jesús, el Maestro, formó personalmente discípulos y de entre ellos eligió a doce a quienes llamó apóstoles. Él mismo nos enseña cómo hacerlo: “Vengan y vean…Fueron, vieron y se quedaron con él” (Jn 1,39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), yo les enseñaré a ser pescadores de hombres. Con el modelo pedagógico de Jesús que aparece en los evangelios y que ha adoptado el Magisterio de la Iglesia a lo largo de su historia, pero particularmente a partir del Concilio Vaticano II, es necesario responder aquí, ahora y de manera unánime al gran desafío de formar discípulos misioneros. Jesús comenzó por invitar a todos a su seguimiento y así tenemos que hacerlo con la Misión que busca cambiar los corazones, dejar las redes y cuanto enreda la vida para seguir a Jesús. A quienes aceptaron la invitación, Jesús los introdujo en el misterio del Reino de Dios y, después de su muerte y resurrección, los envió a anunciar el Evangelio, a enseñarlo y a hacer discípulos suyos en todas partes, con la fuerza de su Espíritu. El modelo pedagógico de Jesús es el paradigma para los formadores de hoy y de siempre. “Este modelo adquiere actualidad y especial interés cuando pensamos en la paciente tarea formadora que la Iglesia debe emprender dentro del contexto sociocultural de nuestros pueblos” (cf DA 276). “El itinerario formativo del seguidor de Jesús parte de la realidad de cada persona y de la invitación personal de Jesucristo, que llama por su nombre a los que quiere y éstos lo siguen porque conocen su voz. El Maestro comenzó por despertar las aspiraciones de unos pescadores en función del Reino, los atraía con su personalidad de maestro, y ellos lo seguían. La respuesta y el seguimiento dependen de la fascinación que el anuncio del Reino y el testimonio del formador, responda al deseo de realización humana del llamado, a una vida plena que sólo se encuentra en Dios. El discípulo es alguien apasionado por Cristo a quien reconoce como el Maestro que lo conduce y acompaña” (276 -­‐ 277). 2. Aspectos del proceso formativo (DA 278) El Documento de Aparecida destaca cinco aspectos fundamentales en el proceso de formación de los bautizados llamados a ser discípulos-­‐misioneros de Jesucristo: 1) El encuentro con Jesucristo. Quienes han de ser sus discípulos ya lo buscan (cf. Jn 1,38), pero es 2)
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4 el Señor quien los llama uno a uno: “Sígueme” (Mc 1,14; Mt 9,9). El formador debe descubrir el sentido más hondo de la búsqueda y propiciar el encuentro con Cristo dando origen a la iniciación cristiana. Este encuentro debe renovarse constantemente, durante el proceso formativo, por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor del proceso de formación que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma explicitado de manera nueva en cada momento, los demás aspectos del proceso formativo están condenados a la esterilidad, por falta de conversión al Señor. Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. La acción evangelizadora y catequística de la Iglesia ha de tener esto presente en toda las áreas de la pastoral. La conversión: Es la respuesta inicial de quien ha encontrado a Jesucristo. Lo ve con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo y a seguirlo, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz, sabiendo que morir al pecado es alcanzar la Vida. En los Sacramentos de iniciación y en la Reconciliación se actualiza la redención de Cristo y, mediante ellos, el discípulo llega a la culminación de su proceso formativo. El discipulado: Es el proceso de maduración constante, sistemática y progresiva del discípulo en el conocimiento, amor y seguimiento del Maestro; es la profundización en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina; es el comienzo de una formación permanente, sin límite determinado, mediante la enseñanza, la vida sacramental que fortalecen y actualizan la conversión inicial y permiten que el discípulo pueda perseverar en la vida cristiana y en la misión, en medio de los desafíos de su vida y acción en el mundo. La comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en la familia, en la parroquia, en las comunidades de vida consagrada, en las comunidades de base, en otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos que se reunían en comunidad, el discípulo de Jesucristo participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor fraterno y solidario. El discípulo es acompañado y estimulado por la comunidad para madurar en la vida del Espíritu. La misión: A medida que el discípulo conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado a anunciar a Jesucristo, a hacer realidad el amor y el servicio a los más necesitados, en una palabra, a instaurar el Reinado de Dios. Discipulado y Misión son inseparables aunque se realicen en diferentes momentos y de diversas maneras, de acuerdo con la propia vocación y en el momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona” (DA 278). Preguntémonos y respondamos: • ¿Cuál de los elementos del proceso propuestos en el DA es prioritario? • ¿Cuál de los cinco aspectos propuestos por el Documento de Aparecida debemos resaltar como muy importante para responder al momento actual de la Iglesia en mi familia, en mi pequeña comunidad, en mi parroquia y en mi diócesis? • ¿Cuál de estos aspectos sobresale en mi propia formación y en mi condición de formador de discípulos? 5 • ¿Cuáles son, en nuestra Iglesia particular, local o familiar, los principales retos y desafíos que debemos afrontar en relación con la formación de formadores y la formación de discípulos misioneros? 3. Criterios generales para el proceso formativo. El DA señala tres aspectos de la formación de discípulos: integral, kerygmática y permanente. “Lo más importante de la formación es ayudar a los bautizados a encontrarse con Cristo quien les enseña a reconocer, acoger, interiorizar y desarrollar los valores y las normas que constituyen el reinado de Jesucristo contenidos en las Bienaventuranzas y en la ley del amor cristiano. La formación es un proceso integral de varias dimensiones, todas armonizadas entre sí en una unidad vital. La base de estas dimensiones es el anuncio kerygmático. El poder del Espíritu y de la Palabra de Dios contagian a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a entregarse a Él, a reconocerlo como el único que da pleno sentido a su vida y a seguirlo de cerca hasta identificarse con Él. Porque la formación del discípulo debe ser eminentemente cristocéntrica, el anuncio hace presente a Cristo Resucitado en medio de la comunidad. La formación debe ser un proceso permanente y dinámico, de acuerdo con las circunstancias de las personas y con miras a la misión” (DA 279). 4. Una formación con diferentes dimensiones “La formación deben estar integradas armónicamente a lo largo de todo el proceso formativo con las siguientes cuatro dimensiones: humana y comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral-­‐misionera. a) La dimensión humana y comunitaria. Es un proceso de formación que lleva al discípulo a asumir la propia historia y a sanarla; a hacerlo capaz de vivir como cristiano en un mundo plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad interior. Se trata de desarrollar personas críticas de la realidad, maduras en el trato interpersonal y abiertas a la trascendencia. b) La dimensión espiritual o formación del SER cristiano del discípulo comienza por su docilidad al llamado de Jesús, a seguirlo a lo largo de un proceso espiritual de maduración permanente. La espiritualidad del discípulo se manifiesta en el servicio a los más necesitados, de acuerdo con los carismas propios de cada uno. La dimensión espiritual de la formación permite al discípulo adherirse íntimamente a Jesucristo siguiendo, como la Virgen María, los caminos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su Hijo. c) La dimensión intelectual. La formación intelectual se realiza a lo largo de una reflexión seria sobre los contenidos de las fe, actualizada constantemente mediante el estudio y la apertura de la inteligencia a la verdad, iluminada por la fe. La formación intelectual capacita al discípulo para el discernimiento, el juicio crítico y el diálogo sobre la realidad y la cultura; asegura el conocimiento bíblico teológico y el conocimiento básico de las ciencias humanas auxiliares de la catequesis que le proporcionan la competencia necesaria para el eficaz desempeño de los servicios eclesiales que se le asignen y para su adecuada presencia del laico en la vida secular. d) La dimensión pastoral y misionera la adquiere el discípulo a medida que se va formando como misionero para comunicar el Mensaje de Cristo; va logrando la capacidad de proyectarse hacia la misión para formar discípulos misioneros al servicio de la Iglesia y del mundo; se habilita para 6 proponer proyectos y estilos de vida cristiana atrayentes; se capacita para actuar dentro de una pastoral orgánica, ofreciendo itinerarios de vida cristiana acordes con la madurez, la edad y las condiciones de las personas o de los grupos y para actuar como laico en los diferentes campos de la cultura, de la ciencia y de la política, con interés especial por los alejados y por los que ignoran al Señor, para construir allí el Reino de Dios. (280). 5. Una formación que respete los itinerarios establecidos y los procesos en marcha En la diócesis, en la parroquia y en la comunidad los itinerarios son el eje central de todo proyecto orgánico de formación, aprobado por el Obispo y elaborado con la ayuda de los organismos diocesanos competentes, y de las fuerzas vivas de la Iglesia particular, tales como: comunidades religiosas, asociaciones, pequeñas comunidades, comisiones de pastoral y los diversos organismos eclesiales que con sus iniciativas y servicios contribuyen a la consolidación de la pastoral orgánica de la Iglesia particular. Llevar al discípulo a la estatura de la vida nueva en Cristo, identificado con Él y con su misión, es un camino largo y penoso que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos comunitarios. Para ello se requieren equipos de formadores debidamente preparados que aseguren la eficacia del proceso y que acompañen a las personas con una pedagogía grupal, participativa, dinámica, activa y abierta. En ésto, la contribución de hombres y mujeres laicos es de gran riqueza ya que, desde sus experiencias y competencias, ofrecen criterios, contenidos y testimonios valiosos para la formación de discípulos misioneros (281). 6. Una formación que acompañe a los demás discípulos “Cada sector del Pueblo de Dios exige ser acompañado y formado de acuerdo con la peculiar vocación a que ha sido llamado y al ministerio por el cual opte según sus capacidades y los carismas del Espíritu. La función de acompañar corresponde en primer lugar, al Obispo que es l cabeza de la diócesis y el principio de su unidad, mediante la enseñanza, la santificación y el gobierno del pueblo se Dios que le ha sido confiado. Para el eficaz desempeño de esta misión, el Obispo cuenta con su Presbiterio (presbíteros y diáconos permanentes); con la diversidad de sus carismas de los consagrados y consagradas; con los laicos y laicas que colaboran en la formación de comunidades cristianas y en la construcción del Reino de Dios. Todos ellos y todas ellas requieren una adecuada formación para acompañar espiritual y pastoralmente a otros” (282). “La formación de los laicos y laicas, como discípulos misioneros de Jesucristo, debe orientarse de manera que se logre la transformación de la sociedad. Para que los laicos puedan incidir en los diferentes campos del mundo, sobre todo de la política, de la realidad social y de la economía, de la cultura, de las ciencias y las artes, de la vida internacional, de los medios y de otras realidades abiertas a la evangelización, es necesaria una formación específica” (283). 7. Una formación en la espiritualidad misionera La espiritualidad misionera no se limita a los espacios privados de la devoción, sino que busca penetrar el mundo entero con el fuego del Espíritu. El discípulo misionero, movido por el impulso y el ardor de Pentecostés, vive y expresa su espiritualidad en el hogar, en el trabajo, en el diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana (284). “El impulso del Espíritu que impregna y motiva las diferentes áreas de la existencia, también penetra y configura la vocación específica de cada uno. Así, se forma y desarrolla la espiritualidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres de familia, de empresarios, de catequistas, etc. Cada una de las vocaciones tiene un modo específico de vivir la 7 espiritualidad misionera que da profundidad y entusiasmo al ejercicio de sus tareas. “La vida en el Espíritu no se cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y creativas, comprometidas con el anuncio y el servicio misionero” (285). Preguntémonos y respondamos. • ¿Cuál de los criterios de la formación señalados anteriormente es prioritario? • ¿Qué vacíos percibo en mi propia formación y en mi labor formativa? • ¿Cuáles son los desafíos más apremiantes para nuestra formación y para nuestra misión de formadores? ACTUEMOS. Actuar es comprometerse a transformar la realidad vista y juzgada. El “actuar” impide que la reflexión se quede en discursos, en discusiones y en teorías. La acción es fruto de una reflexión hecha a partir de la realidad, iluminada por la Palabra de Dios y no de emociones del momento. El compromiso personal a actuar de acuerdo con lo visto y juzgado, debe desembocar en un compromiso comunitario para que todos actúen solidariamente unidos frente a una realidad común. Tanto el compromiso personal como el comunitario exigen paciencia y decisión. Ser agente transformador de la realidad es ser fermento en la masa, “sal de la tierra” y “luz del mundo” (Mt 5, 13-­‐
16); es hacer de la propia vida un testimonio de fe en Jesucristo; es responsabilidad compartida en la construcción del Reino de Dios. Preguntémonos y respondamos con acciones concretas • ¿Cómo responder, desde nuestra realidad, a los desafíos de la evangelización en lo referente a la formación de discípulos misioneros de Jesucristo? • ¿Qué aspectos necesitamos potenciar más en los formadores y en los formandos? • ¿Cuál es la mejor metodología para lograr una formación integral de discípulos misioneros? CELEBREMOS. Es propio del ser humano celebrar los acontecimientos más significativos de las personas y de las comunidades. La celebración alimenta la dimensión mistagógica o sacramental de la realidad, del discernimiento de la voluntad de Dios y del compromiso transformador de la realidad. El Papa Francisco, en Evangelii Gaudium Nº 166, dice: “La celebración fortalece la fe y pone al grupo y a sus miembros en contacto directo con la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo”. La celebración no necesariamente debe ser litúrgica o para-­‐litúrgica, puede ser lúdica, pero siempre fraterna y festiva. • Agradezcamos al Señor este momento de encuentro fraterno, cantando: Tú has venido a la orilla… • Ofrezcamos al Señor y a los hermanos nuestra disponibilidad y compromiso para hacer realidad lo que hemos experimentado. • Pidamos al Señor su ayuda y los dones del Espíritu, para dejarnos formar como formadores eficaces y eficientes de discípulos misioneros al servicio de su Reino de Dios. (Eficaz es la persona capaz de actuar y conseguir un resultado determinado; eficiente es la persona que logra el resultado propuesto en el menor tiempo posible, con los menores recursos, con el menor costo y con el menor esfuerzo). EVALUEMOS. La evaluación permite compartir los logros obtenidos, tomar conciencia del 8 crecimiento de las personas y poner en común las experiencias compartidas. Sin evaluación, la acción deja de ser transformadora, no se valoran los logros ni se aprende de los errores, no se estimulan nuevas acciones y el grupo se detiene y muere. “El discípulo misionero experimenta su unión íntima con Jesucristo y su participación en la misión que el Padre le confió; ésto le exige formarse para la misión de formador de discípulos, sabiendo que “el discípulo no es superior a su maestro, pero todo el que esté bien formado, será como su maestro (cf. Lc 6, 40). Pidámosle a María que, como madre de Jesús, perfecta discípula y pedagoga de la evangelización, nos enseñe a ser como ella, obedientes a lo que Él nos diga (cf. Jn 2,5). La Misión Continental reto y punto de partida para la formación de discípulos misioneros en nuestra Iglesia particular. El Papa francisco insiste en que la Palabra de Dios debe llegar a todos los confines del mundo y por eso, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium dice: “La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad. La tarea de los exégetas y de los teólogos ayuda a madurar el juicio de la Iglesia. De otro modo también lo hacen las demás ciencias. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra” (EG 40). Los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida (2007) se propusieron generar un gran despertar misionero a partir de una Misión Continental que ponga a la Iglesia en estado permanente de misión (cf DA 551) es decir, que se decida a hacer lo que es, lo que sabe, lo que sabe hacer y lo que debe hacer. 
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