Avicena y la ética de la ciencia y la tecnología - unesdoc

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a
VICENA
y la ética
de la ciencia
y la tecnología
hoy en día
División de Ética de la Ciencia y la Tecnología
a
vicena
y la ética de la ciencia
y la tecnología hoy en día
Illustraciones
Portada: Retrato de Avicena
Contraportada: La medalla del Premio Avicenna a la ética en el quehacer científico
Publicado en 2004 por la Organización de las Naciones
Unidas para la Educacíon, la Cienca y la Cultura
7, place de Fontenoy, 75352 París 07 SP
© UNESCO 2006
Printed in France
SHS-2006/WS/2
SHS.2004/WS/9 (Eng & Fre)
Introducción:
la vida de un héroe (980 – 1037)
a
BU ALÍ AL-HUSAIN IBN ABDALÁ IBN SINA, también conocido
por su nombre latinizado, Avicena, fue uno de los más eminentes filósofos
y hombres de ciencia de los siglos X y XI. De origen persa, nació cerca de
Bujara en el año 370 de la Hégira. Su turbulenta vida transcurrió en Persia
entre vagabundeos, cautiverios y evasiones. Su época fue la edad dorada de
la filosofía y la vida espiritual del mundo islámico, pero también un periodo
de agitación e inestabilidad políticas. El poder del califato de Bagdad
declinaba y los turcos estaban conquistando tanto el mundo persa como el
árabe. El que fuese una época de esplendor espiritual en una civilización
decadente ha suscitado paralelismos entre Platón, Aristóteles y Avicena.
Como escribió Hegel en el prefacio de sus Principios de la filosofía
del derecho (1821):
La lechuza de Minerva sólo alza el vuelo
con la llegada del ocaso
Avicena fue un niño de una precocidad y talento excepcionales. A los 12 años
superaba a todos sus maestros, por lo que prosiguió su formación por sí mismo.
Dotado de una capacidad de retención prodigiosa, había aprendido de memoria
el Corán a la edad de 10 años y la Metafísica de Aristóteles antes de cumplir
los 18, además de la Teología, entonces atribuida a este último (en realidad era
una compilación de textos de Plotino). En su continuo vagar, Avicena no podía
viajar con una biblioteca (en caso de que la tuviera), de manera que para sus
citas y referencias sólo podía recurrir a su memoria.
Por ejemplo, aprendió la medicina sin unos estudios o formación
académicos y, según su autobiografía, consideraba esta disciplina como una
“ciencia no difícil”. Parece ser que la Metafísica de Aristóteles, que Avicena
reconoció haber leído 40 veces sin entenderla, fue el único tema que le resultó
realmente difícil. Gracias a los libros de Alfarabi, conocido entonces como “el
segundo maestro” (Aristóteles era el primero), Avicena encontró una salida a
esta situación, que para un genio como él resultaba frustrante.
A los 17 años, Avicena dominaba prácticamente la totalidad de los
conocimientos de filosofía, medicina, matemática, derecho y religión de su época,
y dedicó el resto de su vida a ahondar en ellos. Antes de cumplir los 20 era ya
un médico famoso. Su vida dio un giro cuando, tras haber curado al príncipe de
Bujara, tuvo acceso a su bien surtida biblioteca. Fue entonces cuando Avicena,
hasta ese momento un joven de talento excepcional, tuvo la oportunidad de
convertirse en un científico realmente universal.
A la muerte de su padre, Avicena, que debía de tener unos 23 años,
tuvo que buscarse un medio de subsistencia. Vivió de la medicina y la política,
artes en las que destacaba sobremanera. En el ámbito de la medicina, enseñó
a colegas suyos de renombre y sanó a pacientes considerados incurables.
Escribió el famoso Canon de medicina (Al-Qanun fi l-tibb), que se utilizó
en Occidente hasta el siglo XVII para enseñar dicha ciencia y que sigue
empleándose aún en Oriente. La habilidad política de Avicena fue suficiente
para ejercer esta profesión durante 40 años, sirviendo a numerosos monarcas a
lo largo de su larga y errabunda existencia. En estos años, Avicena estudiaba,
leía y escribía por la noche, y dedicaba el día a sus funciones políticas. Debido
a su carácter fuerte, no vacilaba en criticar a los demás y no se quedaba callado
si no estaba de acuerdo con algo. También era consciente de su propio talento.
Por ejemplo, en su autobiografía escribió estos versos:
Desde que soy grande, ningún país
puede darme cabida
Desde que mi precio ha subido, me faltan los compradores.
También se permitió placeres terrenales, especialmente el vino y las
mujeres. Cabe señalar que prestó mucha atención a la higiene sexual en
sus tratados médicos. Lamentablemente, gran parte de la obra de Avicena
se ha perdido. Lo que ha quedado es el Canon de medicina; el Libro de
la curación (Kitab al-Shifa), una obra maestra de la filosofía de alcance
inmenso, que supuso un hito en el redescubrimiento de los filósofos
atenienses en el Occidente medieval; comentarios sobre azoras del Corán;
poemas; algunos comentarios sobre Aristóteles (al-Mubhathat); algunas obras
de geología y sobre fósiles, metales y música (en persa, la segunda parte del
Danesh-Nameh), y por último, su autobiografía (Al-Sira bi Qalam Sahib al
Sira), que terminó su fiel discípulo Al-Yuzayani.
Todas estas obras demuestran no sólo que Avicena poseía una cultura
enciclopédica muy extensa, sino también que influyó en muchos de los ámbitos
intelectuales que le interesaban. Su obra maestra, el Tratado de la filosofía
iluminativa, fue destruida cuando el autor aún vivía. La obra, que contenía
respuestas a unas 28.000 preguntas, constituía la filosofía personal de Avicena,
que él mismo llamaba filosofía oriental.
Para concluir este breve resumen de su vida, cabe preguntarse por
qué Avicena se ha convertido hoy en sinónimo de autoridad moral y ética,
prestando su nombre a fundaciones, hospitales, asociaciones filosóficas y
médicas, librerías y, por último, al Premio a la Ética en el quehacer científico,
copatrocinado por la UNESCO y la República Islámica del Irán. Se intentará
responder a esta pregunta en las siguientes páginas.
I. Enlace entre
Oriente y Occidente
La tradición racionalista del Islam
a
VICENA es especialmente importante porque se le puede considerar un
intelectual que conecta Occidente con el mundo islámico. En la cultura
occidental hay una tendencia innegable a considerar la ciencia como un
fenómeno exclusivamente occidental. A menudo se olvida no sólo que la
escritura, el concepto de cero y la demostración matemática surgieron en
periodos históricos anteriores en la región llamada actualmente Oriente
Medio, sino también que las ciencias exactas, el método experimental – del
que tan orgullosos estamos ahora – también tienen su origen allí. Así pues, la
mera referencia al nombre de Avicena recuerda que la ciencia y la sabiduría
occidentales hunden sus raíces en el mundo islámico. Contrariamente a lo
que creen algunos, las historias de Occidente y el islam no han evolucionado
por separado con conexiones ocasionales, sino que están íntimamente
entrelazadas. La referencia al nombre de Avicena es también un recordatorio
de en qué medida Persia en particular fue el centro de una civilización culta,
noble y antigua.
Avicena nos traslada a un pasado en el que Occidente era un lugar
de oscurantismo y barbarie, una civilización que había retrocedido desde
la caída del imperio romano occidental, mientras Persia era el centro del
mundo civilizado. Puede decirse que los logros de Persia en el campo de la
medicina son por sí solos un indicio de que estaba más “desarrollada” que
la Europa feudal. Por consiguiente, puede considerarse que Avicena contradice la noción de “desarrollo” concebida en el siglo XX y la visión simplista
y lineal de la historia que conlleva.
El legado filosófico de Avicena
d
ESDE el punto de vista filosófico, Avicena y el filósofo del siglo XII Averroes
eran conocidos en Occidente antes de que se hubieran redescubierto y
estudiado los textos de Platón y Aristóteles. Las traducciones del árabe de los
textos de Avicena y Averroes permitieron este redescubrimiento a principios
del siglo XII, lo cual preparó el terreno para el Renacimiento europeo y su
retorno a la Antigüedad. Pero incluso antes del Renacimiento, Avicena y
Averroes fueron una fuente de inspiración intelectual para santo Tomás de
Aquino, quien, en sus últimos años, se opuso a la interpretación que habían
hecho de Aristóteles ambos sabios. Su Summa Theologica contiene casi 400
citas de Avicena. Sin entrar en sutilezas teológicas, puede atribuirse la gran
influencia de Avicena en la filosofía a que fue el primero en distinguir entre
ser, esencia y existencia. En este sentido, el legado de Avicena es inmenso, ya
que abrió el camino de la tradición escolástica de demostrar la existencia de
Dios, de la contingencia, la necesidad y la posibilidad. Incluso los idealistas
alemanes deben una parte fundamental de su doctrina a Avicena. La Lógica
de Hegel se divide en la lógica del ser y la lógica de la esencia (que aborda
la cuestión de la existencia). Asimismo, en las obras de Descartes y Espinoza
puede discernirse un diálogo con la filosofía de Avicena.
Tanto en Occidente como en el mundo islámico, la influencia de
Avicena ha sido siempre fundamental. En este sentido, su nombre no sólo
evoca el legado cultural que Occidente ha heredado del mundo islámico,
sino que también pone de relieve que estas dos civilizaciones, que en
numerosos aspectos todavía están enfrentadas, tienen de hecho una raíz
común. Cabe mencionar también el papel importante de Avicena en la tra-
dición judía, especialmente su influencia fundamental en Maimónides, el
filósofo y médico del siglo XII, lo que atestigua la proximidad espiritual de
los pensamientos judío e islámico.
Qué nos enseña la vida de Avicena
a
VICENA no sólo es heredero de la Antigüedad, que encarna la nostalgia de
los antiguos griegos por la “bella unidad” del hombre; en varios aspectos, se
aproxima más a nuestra época, lo cual se aprecia en su vida. Dado que estaba
obligado a trabajar para vivir, en la Grecia clásica se lo habría considerado un
esclavo, y como tal, no habría podido ser un legítimo defensor del interés
general. En cambio, es precisamente su condición de “trabajador” la que
acerca a Avicena a nosotros. Admiramos su capacidad para superar la adversidad
y, a pesar de no ser “independiente en cuanto a lo económico”, para llegar
más lejos que numerosos científicos aristócratas con autonomía financiera.
Grandes científicos y filósofos como Platón, Newton o Buffon, que eran ricos y
pertenecían a la nobleza, no tenían que preocuparse por cómo ganarse la vida.
En cambio, Avicena demostró que la ciencia no era un lujo que sólo podían
permitirse los ricos, como Aristóteles había sostenido en su filosofía. Esto tiene
importancia en la ética actual de la ciencia y la tecnología, no sólo para los
individuos, sino también para los Estados: la ciencia no debe ser el privilegio
exclusivo de los países ricos y a los países más pobres no deben negárseles ni la
ciencia ni sus logros.
La vida de Avicena también pone de manifiesto la condición del
hombre de ciencia y el intelectual, dependientes de la generosidad
y el apoyo de los poderosos, dependientes de los patrocinadores. Si
reflexionamos sobre la ética actual del quehacer científico, damos por
sentado que hay que garantizar que la ciencia y los científicos sean
independientes, y eso es lo que pretenden nuestras instituciones de
investigación modernas. Sin embargo, a diferencia de los científicos de
nuestra época, Avicena no contaba con institutos de investigación públicos,
ni con universidades. No gozaba del mecenazgo otorgado por la corte de
Francisco I o la de los Médicis, quienes consideraban un deber proveer
a los intelectuales y artistas del Renacimiento de los medios necesarios
para llevar a cabo sus obras en las mejores condiciones posibles. Él mismo
financió sus investigaciones, por lo que estaba obligado a estudiar y escribir
por la noche. Sus vicisitudes también lo obligaron a una vida errante, a
cambiar de patrones, al cautiverio y la persecución. En suma, no había
ninguna institución que protegiera su independencia; estaba obligado a
obtenerla y mantenerla por sí mismo.
Otra lección de ética que nos ofrece la vida de Avicena reside en su
actividad política. Aunque para la memoria histórica haya perdurado como
científico, su “oficio” era el de político. La relación del filósofo con el poder
político y, en particular, su participación en la vida política, ha sido un tema
constante desde los albores de la filosofía. Platón inventó el “rey filósofo”,
pero personalmente le repugnaba la política y no quería participar en ella.
Aristóteles también se mantuvo al margen del poder, aun cuando Alejandro
fuera su discípulo. En cambio, Avicena logró lo imposible, ya que a lo largo
de su vida no sólo fue un político y un orador brillante, sino también un
genio de la ciencia. No se sabe mucho sobre su habilidad política, pero,
conociendo su temperamento, se puede imaginar que no separaba sus
investigaciones teóricas de su labor política, lo que quizá fuera uno de los
motivos de su relativa falta de prudencia, que lo obligó a cambiar varias
veces de patrón. Por consiguiente, la vida de Avicena demuestra lo vana
que es la distinción -elaborada por Max Weber- que se suele establecer
entre el científico y el político.
La labor política de Avicena refleja su conocimiento de la naturaleza
humana a través de la medicina y los conceptos políticos que elaboró a
partir de su perfecto conocimiento de la ciencia jurídica y del Corán. Así
pues, Avicena encarna la idea de que la ciencia no es competencia exclusiva
de los científicos. La ciencia implica tanto el compromiso personal de los
individuos (la poiesis griega, el ámbito de la producción, de las actividades
que no tienen valor por sí mismas, sino que están destinadas a otro
objetivo) y los asuntos públicos de las comunidades (que pertenecen a la
praxis griega, las actividades que constituyen un fin en sí mismas).
Todo esto constituye material suficiente para iniciar una reflexión
sobre la ética de la ciencia y la tecnología. Examinemos la cuestión de la
imparcialidad de la ciencia y su presunta indiferencia con respecto
a la política.
II. Avicena
y el Renacimiento
Avicena es heredero de la Antigüedad...
l
A ciencia y la tecnología de las que tan orgullosos estamos se las debemos a la
civilización islámica.
Cuando Europa todavía no conocía las enseñanzas de los antiguos
griegos y romanos, el mundo persa apreciaba y enriquecía este legado cultural. Fue el emperador romano Justiniano quien clausuró la Academia de
Platón. En cambio, la tradición islámica – de la que Avicena fue en cierto
modo la figura central – preservó las obras de Platón, Aristóteles y la ciencia
griega en conjunto durante más de 800 años (dicho sea de paso, la ciencia
griega surgió de la ciencia egipcia). Así pues, “Oriente” acogió los logros
médicos y filosóficos de los griegos, su matemática, su lógica y su astronomía, y heredó la noción romana del derecho. La tradición de la ley escrita
fundada en los derechos del individuo, que indudablemente era inexistente en la Europa feudal, ocupaba un lugar central en la cultura islámica.
Avicena representa esa tradición, especialmente por sus comentarios del
Corán, sus lecturas de Alfarabi y su actividad política como visir.
Sólo unas décadas después de la muerte de Avicena, la oposición entre
Oriente y Occidente se hizo más evidente y violenta: las “santas cruzadas”
comenzaron en 1096. Fue entonces cuando los “Frany” (como los árabes
y los persas llamaban a los cruzados) demostraron su alienación completa
con respecto a esta cultura y tradición, y su desconocimiento de la raíces
grecorromanas que compartían con el mundo islámico. Sin embargo, gracias
a aquel enfrentamiento Occidente pudo descubrir sus raíces: los cruzados
trajeron de vuelta los textos de Avicena y Averroes y traducciones árabes
de Aristóteles y Platón, entre otros, lo que dio origen a la famosa escuela de
traductores de Toledo en el siglo XII. Aquel largo viaje, el estudio crítico de
los textos y el regreso a la ciencia y a la lógica de Aristóteles abrieron paso al
Renacimiento, y con él, a la modernidad occidental (siendo la modernidad el
periodo que sigue a la Edad Media – que según algunos podría estar aún por
concluir). En Europa, el descubrimiento y la lectura de Avicena precedieron a
los de Aristóteles.
... pero también es un precursor de la edad moderna
e
N muchos aspectos, Avicena se asemeja a los grandes genios y humanistas
del Renacimiento europeo e incluso los revela como menos originales. De
hecho, el regreso a la Antigüedad, la curiosidad universal de los intelectuales y los artistas, la búsqueda de la eficiencia, el rechazo de las explicaciones mágicas, el rigor científico, el método experimental y el pensamiento
crítico se consideran normalmente características del Renacimiento. Sin
embargo, Avicena había practicado estos métodos de la ciencia griega más
de cinco siglos antes del Renacimiento, y, como se ha mencionado más arriba, fue gracias a él (y a algunos otros intelectuales del mundo árabo-persa)
como Occidente redescubrió esta parte de su historia y esas raíces. Avicena
personificó una curiosidad de alcance universal; podría decirse que todo el
conocimiento humano se concentraba en una sola persona. Sus métodos
científicos se basaban en el rigor, la experimentación, la observación y el
pensamiento crítico. Puede añadirse que la organización de la Universidad
mediante cursos, exámenes y diplomas y el juramento de los médicos fue
heredado del mundo islámico de los siglos X y XI.
Precisamente porque anticipa el humanismo, Avicena transmite
un mensaje de ética y fe en el género humano. Ejemplifica el progreso
moral que debería acompañar siempre a la ciencia. El enfoque
multidisciplinario, en particular, nos lleva a constatar la importancia de la
ética en la ciencia y la tecnología. Sin duda, un aspecto fundamental de
la necesidad de la ética en el quehacer científico y tecnológico actuales
reside en la visión incompleta que nuestros científicos e ingenieros
tienen del mundo. La especialización en sus propios campos les impide
comprender las cuestiones esenciales de otros ámbitos de la ciencia. De
este modo, parecen incapaces de tener una visión global del mundo y, aún
más, una auténtica conciencia (de tener alguna) de las consecuencias de
su trabajo en él. Sin embargo, ¿qué es la ética en el quehacer científico
y tecnológico sino la conciencia de su función en el mundo? Sin duda,
este problema está vinculado a la abundancia de conocimientos que
existe actualmente. Parece inconcebible que un científico actual pueda
poseer todo el conocimiento de su época, como sucedió con Avicena.
Incluso nuestros mayores matemáticos sólo conocen una pequeña parte
de la ciencia matemática actual, por no hablar de los médicos, los físicos,
etc. Sin embargo, no debe tenerse tanto en cuenta la extensión del saber
de Avicena como su calidad. Para él, el cuerpo del saber de su época
constituía un todo, una unidad, no un conjunto de partes separadas.
Conviene añadir que asimilar el Renacimiento con la ética sería una
imprecisión, ya que no puede decirse que la fundación de la modernidad
europea consistiera simplemente en aquella gran nueva curiosidad y en el
resurgimiento de la ciencia. La modernidad occidental que hemos heredado
no consistió en un mero salto hacia atrás cruzando la Edad Media hasta
la antigüedad griega y romana. También fue iniciada por acontecimientos
como la Reforma, el descubrimiento y la conquista del continente
americano, las guerras de religión, el surgimiento de nuevas ciencias como
la óptica y la geometría analítica y una nueva relación con la naturaleza
(como se verá a continuación). Parece bastante improbable que Avicena
presagiara también estos aspectos de la modernidad.
III. Avicena
y la armonía entre
el género humano y la naturaleza
l
A cuestión que se nos plantea es si precisamente son estos aspectos de la
modernidad los que suscitan la preocupación por la ética en el quehacer
científico y tecnológico. De hecho, si el amplio efecto de la ciencia se
examina desde el punto de vista ético, se deberá reflexionar también sobre
cómo influye la ética en nuestras relaciones con el mundo. En la ciencia
de Avicena, el género humano (todavía) busca una relación armoniosa con
la naturaleza, e intenta entenderla y amoldarse a ella. En la modernidad
europea, el ser humano domina la naturaleza y la aprehende mediante leyes
naturales y ecuaciones (en lo que Kant llamaba a finales del siglo XVIII el
poder legislador de la razón: la filosofía no suele entender los hechos hasta
mucho después de que sucedan). No se trata sólo de una consideración
epistemológica. El ser humano moderno, como se verá a continuación,
presume que posee la naturaleza y el planeta en su conjunto.
La modernidad como actitud de destrucción
respecto del mundo
c
OMO Prometeo, el ser humano moderno se considera el centro del mundo
y contempla el universo como un objeto a su disposición para realizar sus
ambiciones. La Reforma pone de relieve la espiritualidad de esta visión
revolucionaria: atribuye un valor infinito al individuo, cuya salvación depende
únicamente de sí mismo. El género humano utiliza el mundo, lo consume
y lo destruye en beneficio propio, de un modo que no tiene precedente
histórico. Tomemos como ejemplo el Brasil: su nombre proviene de un
árbol que cubría las regiones costeras del país. Debido a su color rojo, los
colonizadores llamaron a este árbol “braisil” (de la palabra que designa las
brasas). Un siglo después de la llegada de los colonizadores, este árbol (que
era muy apreciado en las cortes española y portuguesa) había desaparecido
totalmente de la extensión de 100 km que era su hábitat natural. Desde el
principio, este tipo de explotación de los recursos naturales fue característico
de la modernidad occidental y fue ejemplificado posteriormente por
la revolución industrial mediante el motor de combustión interna y la
supremacía absoluta que se otorgó a las fuentes de energía fósiles frente
a la energía natural (que actualmente se denomina “reciclable”). Estos
mismos rasgos de la modernidad pueden observarse en el capitalismo, cuyos
estrechos vínculos con la Reforma demostró Max Weber: el principio esencial
del capitalismo es la acumulación incesante de capital y por lo tanto, en cierto
sentido, el rechazo de unos límites, cualesquiera que éstos sean.
Es evidente que esta manifestación de la modernidad pone de manifiesto unas cuestiones que suscitan una preocupación ética, en particular, en
lo que hace al medio ambiente y a la ecología. Un importante aspecto del
debate sobre la ética en el quehacer científico y tecnológico es la tensión
que existe entre los recursos naturales finitos y la infinita demanda humana. Cuando se hace referencia a Avicena, se evoca una época en la que esta
modernidad todavía no existía. La figura de Avicena encarna la demanda
ética de armonía entre el género humano y la naturaleza, una armonía que se
ha perdido en la era moderna y que tratamos de recuperar actualmente.
Si se dice que la cuestión del aspecto ético de nuestra relación
con el mundo no existía antes del Renacimiento, no se debe únicamente
a consideraciones espirituales, sino también históricas. De hecho, si se
examina la relación entre el género humano y la naturaleza y el medio
ambiente, es obvio que el poder del ser humano es un factor determinante.
A medida que el alcance de la intervención humana se acerca a los límites
de un mundo finito, la tensión entre los dos va creciendo. Es precisamente
lo que se reveló durante el Renacimiento: antes de los grandes
descubrimientos de Colón, Magallanes y otros, nadie tenía una verdadera
idea del tamaño del mundo. En el Renacimiento, el ser humano tuvo ante
sí por primera vez los límites de su planeta. Es evidente que la tensión que
se originó entonces no podía por menos que agudizarse con la disminución
de los recursos fósiles, la falta de agua dulce, la deforestación y el efecto
invernadero. En el mundo de Avicena, el hecho de que las personas
trataran de vivir en armonía con la naturaleza se debía en parte a que no
tenían otra elección. Se creía que las dimensiones del mundo excedían las
del género humano. La comparación entre nuestro tiempo y el de Avicena
nos hace, pues, tomar conciencia de que, a diferencia de él, tenemos que
asumir la responsabilidad sobre nuestro medio ambiente.
La visión totalizadora del ser humano
en la medicina de Avicena
l
A ciencia griega otorga un lugar especial a la medicina. Avicena es un
discípulo excelente de la tradición hipocrática, y es muy consciente
del famoso juramento hipocrático, que puede considerarse la primera
manifestación histórica de la ética científica. Existe, sin embargo, una
conexión mucho más profunda con la ética científica. Cabe señalar en
primer lugar que la medicina de Avicena difiere fundamentalmente de
lo que se entiende por medicina hoy en día en el mundo occidental. Sin
descuidar una observación experimental rigurosa, la medicina de Avicena
trata al individuo como un todo, un enfoque que actualmente se llamaría
“totalizador”. Avicena no ve al individuo como un ser compuesto de
partes separadas, ni como un mecanismo complicado. La anatomía y la
fisiología elaboradas por él fueron objeto de una oposición violenta durante
el Renacimiento, en el que Leonardo rechazó la ciencia anatómica de
Avicena y Paracelso y quemó ejemplares del Canon. Al considerar a cada
ser humano como un todo, Avicena no establecía una distinción estricta
entre la mente y el cuerpo, como suele hacerse actualmente. Por ejemplo,
se dice que Avicena estaba sumamente interesado en la vida psíquica de
sus pacientes. En algunos casos, llegaba a considerar que bastaba con un
tratamiento mental. De este modo, para curar a un joven de una misteriosa
enfermedad, primero adivinaba que tenía un amor secreto y luego le
recetaba simplemente que se reuniera con su amada y la desposara (esta
misma anécdota se atribuye al médico griego Galeno, pero en cualquier
caso, ilustra el espíritu totalizador de la práctica médica de Avicena).
Lo que hoy se considera una dolencia psicosomática era para él una
enfermedad como otra cualquiera. En su labor clínica, Avicena contemplaba
el amor como un estado patológico, como la melancolía o la epilepsia, y lo
describía y analizaba con clarividencia y de manera bastante acertada según
los criterios médicos actuales.
La pertinencia de Avicena se demuestra también observando que
el enfoque parcial del ser humano predominante hoy día es objeto de
continuas críticas en la medicina contemporánea. Cuando, en el transcurso
del Renacimiento, los nuevos enfoques de la anatomía y la fisiología,
la nueva teoría de la circulación sanguínea, y el descubrimiento de la
importancia del sistema nervioso revolucionaron la medicina, comenzó a
considerarse el cuerpo como un conjunto de partes separadas. Desde un
punto de vista más general, la ciencia (por ejemplo, la física) rechazó la
visión aristotélica y finalista de la naturaleza en favor de una visión aún más
mecanicista de la causalidad. Descartes ejemplifica este planteamiento,
al establecer una distinción clara entre la materia y el pensamiento, y
una separación absoluta entre la mente y el cuerpo, el cual obedece a
sus propios mecanismos. Según Descartes, por ejemplo, los animales se
asemejan a los robots. La mente se rige por unas leyes completamente
distintas, es independiente del cuerpo y la interacción entre los dos tiene
lugar mediante la glándula pineal. Esta teoría se aleja mucho de la falta de
distinción entre la mente y el cuerpo, propia de la medicina de Avicena. En
su concepción moderna, la medicina tiende a ser una ciencia o una técnica
más que un arte. Por consiguiente, el tratamiento de la enfermedad se
basa en el mecanismo de ésta, y no en atribuirle un significado, como era la
práctica de la antigua medicina. Para utilizar una expresión muy conocida, la
medicina moderna – al centrarse en los mecanismos de la enfermedad – se
inclina naturalmente a tratar la enfermedad, en vez de al individuo.
Ahora bien, el tratamiento de la persona en su conjunto no debe
limitarse al planteamiento totalizador de Avicena en el ámbito de la
medicina. Esta actitud estuvo presente a lo largo de toda su vida: mediante
su participación en la política (unidad de la teoría y la práctica, de la ciencia
y la política), mediante su condición de intelectual universal (unidad de las
distintas partes del saber) y mediante su relación con la naturaleza (unidad
del género humano y su entorno). De este modo, el ejemplo de la vida y la
obra de Avicena nos invita a una reflexión sobre la ética de la ciencia y la
tecnología, y en particular acerca de la bioética. A diferencia de la medicina
contemporánea, que considera que la ética es un asunto aparte, si bien
complementario, es indudable que, según el planteamiento totalizador de
Avicena, la ética forma parte integral de la medicina. Avicena desecha la
separación entre la ética y la medicina, y de modo más general, entre la ética
y la ciencia, lo cual es precisamente el objetivo de la ética de la ciencia, a
saber, la integración de la ética en el quehacer científico.
Conclusión:
Avicena en el momento actual
l
A importancia de Avicena para el pensamiento actual de la ética se debe a varias
causas: aparece como un puente que une tanto Occidente y Oriente como la
Antigüedad y la modernidad.
Como precursor de la ciencia moderna en muchos aspectos, no contempla división alguna entre los distintos ámbitos del saber, entre el hombre de ciencia y el “homo politicus”, entre la ciencia y la ética, ni entre la
ciencia y el medio ambiente. Estas divisiones fueron inventadas por el pensamiento europeo moderno y son probablemente la raíz de los problemas
éticos actuales. Sin embargo, no puede ignorarse que durante la era moderna, esta concepción también ha estado vinculada al progreso de la ciencia, la
tecnología y el nivel de vida en determinados países. Sin duda, sería absurdo (con el pretexto de esta evolución histórica) convertir a Avicena en un
emblema nostálgico o en la representación de un deseo de vuelta al pasado.
También sería una equivocación pensar que Avicena ya había resuelto en
su época los problemas que plantea actualmente la ética de la ciencia y la
tecnología. El suyo es, con todo, un espíritu que desearíamos recuperar y
reconstruir hoy en día. Pensar en Avicena en el contexto actual de la ética
en la ciencia y la tecnología es algo así como pensar en los propios padres
con ocasión del psicoanálisis. Al tratar de comprender las consecuencias de
nuestra separación de ellos, no buscamos regresar a la infancia, sino superar
las dificultadas que han creado estos traumas iniciales.
Así pues, la vida y la obra extraordinarias de Avicena nos invitan a
reflexionar sobre la ética científica, un asunto que cuenta con el respaldo de la
UNESCO y la República Islámica del Irán, especialmente mediante la concesión del Premio Avicena a la ética en el quehacer científico.
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(traducción: Jon Rotschild), Saqi Books, Londres, 1985.
Gilbert Sinoué, Avicenne ou la route d’Ispahan, Gallimard, París, 1999.
El Premio Avicena
a la ética en el quehacer científico
El Premio Avicena a la ética en el quehacer científico, que es otorgado cada dos años desde
2003 por la República Islámica del Irán y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación,
la Ciencia y la Cultura (UNESCO), por iniciativa de la primera, recompensa las actividades de individuos y grupos que han contribuido a estudios sobresalientes en el ámbito de la ética aplicada a la
ciencia y la tecnología.
Con el propósito de poner de relieve la importancia de la ética en el quehacer científico,
promover el estudio de esta cuestión y atraer la atención de la comunidad científica y el público en
general, el premio está destinado en particular a científicos jóvenes, a fin de ayudarlos a obtener
reconocimiento por su labor y una mayor notoriedad internacional.
El premio consiste en:
una medalla de Avicena y un certificado;
una suma de dinero, y
una visita académica de una semana a la República Islámica del Irán,durante
la cual se pronunciarán discursos y ponencias ante un medio académico pertinente.
El ganador del premio es elegido por el Director General de la UNESCO, a partir de la
recomendación de un jurado internacional integrado por tres miembros de distintas nacionalidades, elegidos por el Director General de entre los miembros de la Comisión Mundial de Ética del
Conocimiento Científico y la Tecnología (COMEST). La ética en el quehacer científico y tecnológico
es una cuestión primordial para la UNESCO. Entre los objetivos de la Estrategia a Plazo Medio
(2002-2007) de la Organización figura la tarea de “promover principios y normas éticas que orienten
el desarrollo científico y tecnológico y las transformaciones sociales”.
División de Ética de la Ciencia y
la Tecnología de la UNESCO
La División de Ética de la Ciencia y la Tecnología de la UNESCO refleja la importancia
primordial que la UNESCO atribuye a la ética de la ciencia y la tecnología, en particular a la bioética. Uno de los objetivos de la Estrategia a Plazo Medio de la Organización es “promover principios
y normas éticas que orienten el desarrollo científico y tecnológico y las transformaciones sociales”.
La División ofrece apoyo a los Estados Miembros de la UNESCO que tienen intención
de llevar a cabo actividades en el ámbito de la ética de la ciencia y la tecnología, como programas
de enseñanza, comités nacionales de ética, conferencias y Cátedras UNESCO.
Asimismo, esta División es responsable de la secretaría ejecutiva de los tres órganos internacionales especializados en ética: la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento
Científico y la Tecnología (COMEST), el Comité Internacional de Bioética (CIB) y el Comité
Intergubernamental de Bioética (CIGB).
UNESCO
División de Ética de la Ciencia y la Tecnología
Sector de Ciencias Sociales y Humanas
1, rue Miollis
75732 París Cedex 15
Francia
http://www.unesco.org/shs/ethics
La medalla del Premio Avicena a la ética en el quehacer científico
U N E S C O
División de Ética de la Ciencia y la Tecnología
Sector de Ciencias Sociales y Humanas
1, rue Miollis
75732 París Cedex 15
Francia
http://www.unesco.org/shs/ethics
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