anafinan_04abr09 - Rodriguez Silvero y Asociados

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ASUNTOS TRIBUTARIOS, LEGALES,
ECONÓMICO-FINANCIEROS
CONTABLES Y ADMINISTRATIVOS
ANÁLISIS FINANCIERO
Publicado el 4 de abril de 2009 en el Diario Última Hora
Demanda efectiva y bajo poder adquisitivo
Entre los afortunados en contar con un trabajo estable, que son los
minoritarios, cerca del 70% no llega al salario mínimo
Por Ricardo Rodríguez Silvero (*)
En la ortodoxia de las ciencias y políticas económicas, la demanda efectiva es la que se
constituye en poder adquisitivo en los mercados y está en condiciones de comprar los
bienes y servicios allí ofrecidos. Por lo tanto, los "miserables", en el sentido
socioeconómico del término, es decir los que viven en la miseria, definida como no tener
dinero ni siquiera para comer diariamente, no constituyen demanda efectiva, es decir, no
tienen poder adquisitivo, o lo tienen bajísimo, y en consecuencia no están en condiciones
de comprar nada o compran solamente muy poco.
Por eso mismo, la pobreza extrema, seudónimo de miseria, no forma parte de los análisis
microeconómicos ni de los estudios de costos y beneficios, ni de los de factibilidad. En la
jerga de los burócratas y de los econometristas, es como si los pobres extremos no
existieran. No se discute en este punto la fiabilidad del instrumental técnico-científico de
los estudios de mercado ni de las tasas de retorno de las inversiones ni de la "utilidad
marginal del capital" (como acostumbran decir los ortodoxos, en vez de llamarla
simplemente rentabilidad de las inversiones o "cuánto voy a ganar si invierto").
Lo grave del caso es que la miseria no solamente existe, sino que además requiere
atención urgente: su superación debería ser el objetivo primordial, no solamente en las
arengas dominicales de los encuentros políticos, ni tampoco sólo en el programa del
milenio de organismos bi y multilaterales, sino también, y sobre todo, en la política social
de todo Gobierno en funciones.
Nunca se superó la miseria. En nuestros países latinoamericanos (Paraguay no es ninguna
excepción, sino la confirmación rigurosa y lacerante de la regla), el combate contra la
pobreza, el atraso y la ignorancia ha estado en los documentos oficiales siempre entre los
objetivos prioritarios, ya desde los mismos albores del Descubrimiento de América. Pero,
hasta ahora, más de cinco siglos después, no solamente no se han reducido
sustancialmente, sino que van aumentando, como si la pauperización fuese inexorable. En
el último medio siglo, esta tendencia evidentemente es a empeorar, salvo algunos pocos
casos regionales o subregionales de mejoramiento. En mi generación, ni el tercio de siglo
de dictadura stronista ni los breves Gobiernos posteriores, oscilando entre la
seudodemocracia y las libertades formales, han logrado revertir el proceso de
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empobrecimiento. Tampoco los últimos Gobiernos lo han hecho; y durante el de Lugo la
situación corre serio peligro de empeorar aún más, por las crisis externa e interna de fines
de 2008 y comienzos de 2009. Ergo, a nuestra democracia claramente le falta
legitimación económica y social.
Las últimas cuantificaciones de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos
(DGEEC), admirable por su trabajo tesonero y abnegado por escudriñar mejor los
números de los ingresos monetarios, dejan entrever la tendencia a que la cantidad de
gente viviendo en la miseria, en los últimos años, viene aumentando raudamente.
Recientes estimaciones sitúan el número de gente viviendo en pobreza extrema en
aproximadamente 1.300.000 personas, con inclinación a aumentar. En los últimos años
del Gobierno anterior ese número se hallaba cercano "solamente" al millón.
El fracaso de las políticas económicas y sociales de los últimos años es por eso mismo
estrepitoso. No solamente no han logrado, tampoco en este país, disminuir la miseria. Por
el contrario. Viene aumentando sistemáticamente. Los flagelos de la múltiple crisis actual
hacen suponer que pronto su número rondará el millón y medio de compatriotas.
Miseria es peligro real, presente y futuro. Una sociedad que permite niveles tan altos de
pobreza extrema debería cuestionarse a sí misma tanto su falta de ética cristiana, por
marginar programáticamente a una parte tan grande de su población, como el sentido
práctico de sus políticas económicas y sociales, suponiendo que hayan sido concebidas
realmente para superarla.
Es enorme el peligro de tanta gente sumida en la miseria para la seguridad jurídica y
física de nuestra convivencia. No se puede ni se debe esperar que los "miserables"
piensen que ellos son los responsables de su situación. Probablemente la inmensa
mayoría de ellos estén convencidos precisamente de lo contrario. Algunos de ellos ya
encontraron una formulación lingüística, incendiaria y desestabilizante: "¡La sociedad y,
dentro de ella, las vigentes estructuras de poder nos mantienen en la miseria!". Lo oí decir
repetidas veces, en los últimos tiempos, en movilizaciones indígenas, campesinas y
sindicales. Pasar de ese pensamiento a la acción es ya solamente cuestión de tiempo.
Entre los afortunados en contar con un trabajo estable, que son los minoritarios, cerca del
70% no llega al salario mínimo y hay casi 275.000 familiares no remunerados, sin olvidar
a los subempleados y desempleados, que rondan el millón de personas. Estos datos son de
2007, los últimos publicados.
(*) RS Consultores.
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