FASE ANAL SECUNDARIA

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FASE ANAL SECUNDARIA
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No aparece de una nueva zona erógena,
Si nuevas metas pulsionales:
 guardar, retener, cuidar
 poseer, dominar, controlar.
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Estas metas se logran a través del uso de la musculatura, tanto la del esfínter anal
como la del resto del cuerpo, con un fin diferente al del momento anterior.
El niño puede proferir ahora los sonidos que nominan las distintas partes del cuerpo;
esta nueva posibilidad produce un cambio importante con respecto a lo que
acontecía en la etapa anal primaria.
La representación cuerpo se hallaba anteriormente inmersa en un contexto y la
lógica dominante, la contigüidad, hacía imposible el recorte de una individualidad.
Este corte es introducido fundamentalmente por un nombre que el niño recibe y
profiere y que hace posible constituir la representación cuerpo propio y ajeno como
totalidades cerradas.
La nueva capacidad está dada por el control de la musculatura del esfínter anal que
permite la representación de un cuerpo cerrado, en el que ya no hay un agujero por
donde algo sale sin poder evitado.
El dominio de la musculatura se articula con la inscripción de la capacidad de regulación
del esfínter y con la posibilidad de nominar.
La unificación mediante la palabra se enlaza con la unificación visual y motriz.
El niño sustituye el anhelo de ver el acto defecatorio que lo conducía a una permanente
frustración, por la nominación del mismo.
Sólo de esta manera supera la humillación producida por su fracaso de control de las
heces; el nuevo logro le permite crear una ilusión de omnipotencia nominativa.
Dado que la organización visual de la representación cuerpo es incompleta, el tacto cobra
relevancia informando acerca de aquello que no tiene otro registro perceptual.
Vista y tacto cobran un carácter complementario y contradictorio a la vez. La unificación
de la representación cuerpo da la posibilidad de sintetizar actividad y pasividad bajo la
forma de un verbo reflexivo: contenerse o dominarse
el "tocarse" está conectado con el placer y el dominio.
Esto implica una representación cuerpo diferente, en la que el cuerpo propio pasa a ser
objeto de percepción y no sólo de sensaciones internas.
El "tocarse" adquiere el valor de una actividad autoerótica.
La unificación del cuerpo implica que la actividad y la pasividad se articulan también, de
modo tal que el niño puede reconocer una relación causa efecto respecto de sus propias
conductas: las consecuencias de sus actos recaen sobre sí.
Con la representación del cuerpo como cerrado y la doble sensación táctil permite
organizar la espacialidad en términos visuales.
tiene su origen en una conquista yoica: la articulación entre el tacto y la motricidad con
un ordenamiento visual.
Aquello surgido del propio cuerpo (las heces) que dotó de significación al espacio
exterior, puede ser transcripto en parámetros visuales cuando se articula con
palabras.
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El efecto que esta novedad produce es que el cuerpo queda unificado ahora a través de
una nueva lógica: la analogía.
Freud sostiene que el yo pretende reducir las percepciones del otro a las del propio cuerpo
o a su recuerdo, para lo cual separa lo percibido en dos tipos de información provenientes
del cuerpo propio; por un lado los estados afectivos, y por otro la motricidad.
Este tipo de pensamiento o juicio es coincidente con la identificación primaria. El yo
percibe al otro únicamente a través de la información de sí.
La producción del propio cuerpo como objeto visible, gracias a la palabra adquiere un
núcleo, dado por el nombre propio, con el cual el yo identifica la posición de sujeto. Junto
con este núcleo surgen predicados, que son atributos variables, que el yo tiene en común
con otros yoes.
El nombre, como parte esencial de la cosa y del cuerpo crea un núcleo en el yo, que
permite hacer concientes los estados del ello sin apelar a la proyección; gracias a esto, el
cuerpo queda totalizado como derivado de una lógica y no de una percepción.
Las teorías sexuales infantiles
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Ellas pretenden dar respuesta al interrogante acerca del origen, como una forma de
dominio del trauma vislumbrado ante el discernimiento del complejo del semejante.
A través del enlace causal se pretende dominar, gracias a un saber acerca del origen, un
peligro: la herida narcisista que representaría el nacimiento de hermanos.
Lo visto y lo oído se articulan aunque con una jerarquización de lo visto, de las vivencias
personales.
Las teorías sexuales infantiles tienden a explicar lo que no se ve y de lo cual se tiene indicios
por sus efectos, también registrados por la vista: para el varón, el nacimiento de un rival; en la
niña, además de ello, la falta de pene.
En ambos casos se trata de preservarse de una herida narcisista, con una ilusión de objetividad
en la cual se pretende dominar la realidad exterior del mismo modo que se cree poder dominar
el propio cuerpo.
El otro pasa a ocupar alguna de las posiciones que antes coincidían en el yo, sujeto-activo u
objeto-pasivo.
Esta apreciación expresa una primera manera de entender las diferencias de sexo. Dichas
diferencias son categorizadas desde la lógica de este momento: la ausencia o presencia de
pene es entendida como existencia o no de un tapón, de un cierre.
La identificación primaria a través de la palabra
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La palabra es concebida como un don proveniente de la madre.
El cuerpo y sus partes reciben una marca dada por ciertos nombres otorgados por la madre
que inscriben un nuevo tipo de erogeneidad en el ámbito de la palabra.
La totalización del propio cuerpo como objeto visible, tanto como la producción de los rasgos
diferenciales entre el yo y el prójimo, derivan de un nombre que produce un efecto sobre lo
percibido; este proceso culmina en una desidentificación con la imagen del rostro materno y la
identificación con el propio.
La proyección de los estados pulsionales en un soporte sensorial produce en este momento un
modelo o ideal con el cual el yo se identifica
El dominio ilusorio de sí logrado en este tiempo depende del uso de un término lingüístico: el
"no", que se relaciona con la posibilidad de inhibir una acción motriz.
Lo importante a conquistar es la intelección del término, ya que el mismo se hallaba disponible
con anterioridad.
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Al comienzo el "no" es un modo de la expulsión, es un acto que realiza una voluntad
hostil, propia o ajena.
Luego el "no" deja de coincidir con el acto motriz, y se constituye en acto verbal opuesto
al primero, con lo cual se genera un disyunción que precede a la conquista del término
como símbolo. El niño repite una frase, "esto no se hace", mientras realiza un acto
prohibido. Más adelante el "no" se articula con otras palabras en el interior de un discurso y adquiere valor simbólico.
Una razón de tipo económico, ahorro de energía, parece estar en la base de la
sobreinvestidura de la palabra, que culminará en la constitución de otro yo, el yo real
definitivo. En este yo el predominio del preconciente verbal permite superar la
inmediatez del presente, dado que es posible recordar una vivencia sin necesidad de
repetida. Esto hace que se constituya una temporalidad, en la cual el presente y el
pasado se diferencian.
Desarrollos de afecto
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La lógica analógica que permite el discernimiento del complejo del prójimo implica la
aparición de un nuevo lugar psíquico, el de rival fraterno hacia el cual se dirige una
investidura hostil cuya meta es el dominio.
Existen otros desarrollos de afecto complejos, como los celos y la envidia.
Ciertos afectos placenteros se relacionan con las metas pulsionales directas, como el
esfuerzo por dominar la motricidad voluntaria o el placer por ensuciarse, así como
también la autoestimulación anal a través de la expulsión o retención de las heces.
Otros afectos derivan de una composición pulsional, tales como la pulsión de ver, que es
una transformación del deseo de aferrar, o la de saber, que deriva de la de ver.
La pulsión de saber es considerada como un derivado de las pulsiones de
autoconservación, que incluyen un conjunto de necesidades vitales; de dos de ellas -la
de ver al objeto de satisfacción y la de aferrarlo- surge esta tercera: la de saber, cuyo fin
es dominar al objeto.
El deseo de saber, origen de las teorías sexuales infantiles, está ligado al placer por
extraer un don, una palabra, del modelo. Las heces adquieren el valor de un regalo, de
una entrega amorosa a la madre, a cambio del cual el niño espera obtener palabras que
contengan un conocimiento con el cual se establezca el mismo vínculo que el infante
tenía con su musculatura, y de él derive un placer por aferrar un saber.
Este deseo cognitivo puede derivar en otro desarrollo de afecto, también vinculado con
la producción de teorías sexuales infantiles: la desconfianza. La misma aparece cuando el
niño supone, a partir de un deseo hostil hacia sus padres, que éstos tienen una conducta
retentiva con respecto a las palabras esperadas, que son las que confirmarían sus
vivencias corporales.
Otro desarrollo de afecto simple es el relacionado con el temor a la pérdida del amor y la
protección de los padres debido al sadismo del yo.
Los celos en el contexto del complejo fraterno están caracterizados por una articulación de
dolor (por la pérdida de un don), humillación (al fracasar en el uso de ayudantes), culpa y
sentimiento de inferioridad (cuando el yo se mide con el ideal.)
La envidia incluye el deseo de tener algo, un don sobreinvestido libidinalmente, muy a menudo
conectado con lo visible; en la niña puede vincularse con y en el niño con la fuerza paterna.
A este deseo se le agrega un afecto, el dolor psíquico, y un deseo hostil hacia el rival.
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