LA INVENCIÓN DEL MÉTODO HISTÓRICO Y LA HISTORIA METÓDICA EN EL SIGLO XIX Gonzalo Pasamar Alzuria Universidad de Zaragoza A comienzos de nuestro siglo, en uno de los primeros tratados metodológicos publicados en nuestro país, su autor, Antonio Ballesteros, se preguntaba cuál debía ser la competencia privativa del historiador en medio de tantos eruditos y escritores diletantes interesados en cuestiones muy específicas; y respondía que las «cuestiones críticas sobre la autenticidad de las fuentes» l. A su modo, ponía el acento en lo que se consideró como el principal de los elementos de identidad de la historiografía profesional en su nacimiento: el «método histórico». Efectivamente, desde la segunda mitad del XIX, el hallazgo de una específica metódica para la investigación, el conocimiento y la divulgación historiográficas se habían ido convirtiendo en el criterio central de delimitación de la incipiente disciplina. Una metodología que en su sentido amplio nunca se confundió en un mero repertorio de técnicas, sino que pretendía ser el hilo conductor que asegurase un conocimiento claramente acumulativo. cuyas indagaciones. susceptibles de ser aprendidas y enseñadas, fuesen criterio de autoridad disciplinar y deontológico; garantías todas ellas que debían asegurar a la Historia un valor político y social mediante su ubicación en un lugar central en el currículo de la Instrucción pública. En suma, primero a través de la escuela histórica alemana; después, mediante la «escuela metódica» francesa; y más tarde, en virtud de la incorporación al proceso de otras tradiciones nacionales, estaba surgiendo un nuevo modelo de lo que debía ser la 1 A. BALLESTEROS y P. BALLESTEROS, Cuestiones históricas (edades antigua y media). Tomo 1. Madrid. Es!. tipográfico de Juan Pérez Torres. 1913. pp. 83-84. , Historia Contemporánea 11, 183·213 184 Gonzalo Pasamar Alzuria historiografía: basada en conocimientos acumulativos, en un método socializable, en criterios de autoridad de carácter crítico; eje de la Instrucción pública. De hecho, sólo desarrollando estas características, al tiempo que llenándolas de contenido o haciéndolas entrar en crisis, la Historia ha podido convertirse en una disciplina internacional en nuestro siglo, susceptible de debates entre «escuelas» a través de foros como las grandes revistas o los Congresos Internacionales de Ciencias Históricas. En este artículo vamos a mostrar cómo el proceso de surgimiento y aproximación de todos estos componentes y, por tanto, la formulación de la posibilidad de una «escuela histórica» y del «método histórico», ha ocupado todo el siglo XIX en las tradiciones europeo-occidentales teniendo que superar una diversidad de obstáculos culturales y políticos, y romper con una serie de criterios y usos tradicionales. Sólo una muy particular importancia de las universidades alemanas, en el contexto de unas peculiares estructuras de clase y expectativas políticas, hizo surgir de manera precoz, en el mundo germano, la disciplina histórica y el moderno oficio de historiador; pero, para el triunfo de ese modelo, el problema fue el de derribar los obstáculos del resto de las tradiciones. Este artículo no versa exactamente sobre la sociología del historiador profesional. Sobre este tema, al que hemos dedicado algunos estudios, existen trabajos recientes. Tampoco es un repaso sobre las formulaciones filosóficas del método. Por otro lado, frente a los estudios que deconstruyen el texto historiográfico, convirtiéndolo en la expresión de unos determinados tropos literarios, y que pretenden demostrar la inexistencia de avances en la historiografía del XIX, nos decantamos por una concepción realista de la misma: tomamos el «método» del historiador como indicio de la novedad por excelencia alumbrada en el siglo pasado, como la clave intelectual para la auténtica consolidación de la ciencia histórica. Lejos de afirmar que «la incapacidad de los historiadores para ponerse de acuerdo (. ..) en un modo de discurso específico señala la naturaleza no científica o protocientífica de los estudios históricos»2, queremos valorar las razones políticas e intelectuales que han permitido de delimitación de la Historia, las transformaciones en la percepción de la actividad historiográfica por parte de los propios historiadores del pasado siglo como muestra de su consolidación científica. " H. WHITE. Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo x/x. México, F.C.E, 1992. p. 407. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 185 La Historia filosófica, herramienta de la prognosis La Historia como disciplina profesional dotada de relevancia política y social, como se sabe, hizo su primera aparición en las universidades alemanas en la primera mitad del siglo pasado. El surgimiento de la «escuela histórica alemana» o del historicismo podemos explicarlo zambulléndonos en el examen de las peculiaridades de la historia social y cultural alemanas. Lo que resulta más complejo y enigmático es el dato de que sólo en las últimas décadas del XIX este modelo haya sido recibido en otras tradiciones europeas, atravesado el Atlántico, y se haya convertido en el paradigma de lo que, durante décadas, ha constituído el ideal de la Historia y del historiador. ¿Cuál es la razón de este «desfase» y de esa recepción tan «aparentemente» tardía? La razón se debe a que los elementos del modelo profesional han permanecido dispersos durante buena parte del XIX y encorsetados en tradiciones políticas y culturales que impedían su desarrollo. En ese sentido, el ideal de la Historia como ciencia surge en el siglo XVIII, pero sólo queda asegurado cuando a finales del XIX y primeras décadas de nuestro siglo comienza a desarrollarse la profesión universitaria, y se extiende la noción de «método histórico»; se asiste a un impulso de la «instrucción pública» en el marco de unas clases medias más amplias que antes; y además se desacreditan las tradiciones políticas del liberalismo clásico que otorgaban a la Historia un fuerte valor para el diagnóstico de futuro, pero relegaban el trabajo erudito considerándolo un «arte literario». La historiografía como actividad pública, con una proyección social, nace realmente con la misma formulación de la Historia como ciencia o como conocimiento crítico; como actividad ajena o más allá de todas las «historias» -en plural- que, como la teología cristiana, la erudición eclesiástica. la historia cortesana, la literatura sobre el arte de gobernar, etc., antes del siglo XVIII representaban, por separado, el curso de determinados personajes (individuales o colectivos) o hacían del pasado una materia de los «exempla» que inevitablemente se debían repetir de manera cíclica'. El Siglo de las Luces. al inventar un modo de observar la historia basado en la utilidad y «le bon sens», elevó la concepción de la misma a la consideración de ciencia matriz. Por su parte, el «philosophe». representante en Francia de la clase media todavía en ascenso, se encargó de incorporar esa «Histoire philosophique» 3 R. KOSELLECK. Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona. Paidós, 1993, pp. 21-66. 186 Gonzalo Pasamar Alzuria al tejido cultural de las clases altas y medias de fines del Antiguo Régimen, el de los salones, las academias y los libreros. Vale repetir lo que escribió Voltaire en la Introducción de su Essai sur les meurs et ['esprit des nations, dedicada a las culturas «muertas»: «querríais que los filósofos hubiesen escrito la historia antigua porque queréis leerla como filósofo. Sólo buscáis verdades útiles y no habéis hallado todavía, decís, más que inútiles errores. Tratemos de aclararla juntos; intentemos desenterrar algunos monumentos preciosos bajo las ruinas de los siglos»4. En cierto sentido, la profesión de historiador ha consolidado un arraigado ideal de la Ilustración y del liberalismo: hacer de la Historia una forma de conocimiento que, sin ser en absoluto la vieja «historia magister vitae» (apéndice de la retórica al modo de los clásicos), tuviera deliberadamente un valor para la identidad de nuestro presente; fuese la herramienta imprescindible para el conocimiento de nuestra propia modernidad (o contemporaneidad). El Estado absolutista y la sociedad estamental, en el siglo XVIII, lógicamente no pudieron ser los receptáculos que colmasen semejante aspiración; y, por otro lado, elli- . beralismo clásico desarrolló ese «valor social del conocimiento histórico» bajo esquemas culturales que en muchos aspectos se parecían más a los de la sociedad aristocrática del XVIII que a los de nuestra actual sociedad de masas. Así podemos decir que las necesidades políticas del siglo pasado hicieron de la Historia, antes que una disciplina y una dedicación profesional, una actividad del mundo de las «letras», dominio de indefinidos contornos para la formación del hombre público. Una Historia -como escribió Franc;ois Guizot-, convertida en «práctica», de la que «se esperan instrucciones análogas a las necesidades que prueba» y donde «se quiere conocer la verdadera naturaleza del juego interior de las instituciones»5. Todas la tradiciones del XIX ilustran la importancia de la condición del historiador como político, pero vale recordar, por ejemplo, que la tradición británica victoriana se caracterizó precisamente por haber configurado una auténtica definición de la Historia. El ideal de la «History» como peculiar «provincia de la literatura» formulado en 1828 por un joven político «Whig» de brillante carrera, Thomas Macaulay, además de por su combinación de «razonamiento» y «narración», se justi4 VOLTAIRE, Essai sur les moeurs et ['esprit des nations et sur [es principaux faits de l'histoire depuis Charlemagne jusqu'ii Louis XIV. Paris, Classiques Garnier, 1990, Tome. 1, p.4. 5 F. GUlZOT, Histoire des origines du gouvernement répresentatif. Bruselles, Société Tip. Beige, 1851, Tome n. p. 9. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 187 ficaba porque «un íntimo conocimiento de la historia doméstica de las naciones es (... ) absolutamente necesario para la prognosis de los acontecimientos políticos»6. Tanto la «Historia filosófica» de los países latinos como la «interpretación Whig» de los anglosajones aseguraron la visión de la Historia como decurso unitario capaz de representar las necesidades de los Estados-naciones y del movimiento de las nacionalidades; fueron las primeras formuladoras de la idea de una «historia nacional». En Francia, Jules Michelet, en la Introducción de su Historia de Francia (1833-1869) escribiría incluso que había de verse la nación «como un alma y una persona»? Al otro lado del Canal, subrayando el criterio de la «continuidad nacional», la Historia de Inglaterra (1849-61) de Macaulay dio la réplica a la vieja Historia de Inglaterra (1754-62) de David Hume, escrita todavía con criterios filosófico-políticos dieciochistas 8 ; y en España la primera Historia general de España (1850-59), en el siglo pasado, la escribió Modesto Lafuente, un liberal moderado, inspirándose en algunos patrones de la Historia filosófica francesa 9 • Sin embargo, estas tradiciones liberales de los historiadores «gentlemen» o «litterateurs» nunca pudieron formar lo que modernamente llamamos «comunidades científicas» o «escuelas históricas»: formulaban la Historia como conocimiento de utilidad pública, haciéndolo próximo, aunque distinto, a la filosofía y a la retórica; pero sin plantearse o rechazando que fuese susceptible de ser aprendido y enseñado metódicamente. Los manuales de historia de la historiografía suelen incurrir en una suerte de anacronismo cuando nos presentan a los historiadores de mediados del XIX divididos en «escuelas» (<<escuela romántica», «narrativa», «filosófica» ... ). En general, para la mayoría de las tradiciones culturales europeas -si descontamos el caso alemán- la idea de una «escuela histórica» era una noción difícil de asimilar e incompatible con el valor político y retórico que se concedía a la Historia. 6 Th. B. MACALLAY, «History» (Edinburgh Review, 1828) en F. STER:", ed., The Varieties of Historyfrom Voltaire ro the Presento London, MacMillan, 1970.2.' ed., p. 89. 7 J. MICHELET, «Introduction» (1869) a Histoire de France (en e. JULLlAI'. Extraits des historiens fram;ais du XIX siec/e. Paris. Lib. Hachette et Cie. 1913. p. 312). 8 La importancia de la obra de D. Hume como reto para los escritores «Whig». en W. BuRROW, A Liberal Descent. Vicrorian Hisrorians and the English Pasto Cambridge. London, Cambridge U.P.• 1981. pp. 26-27. 9 Sobre el planteamiento de Modesto Lafuente, P. Cirujano MARí~ el alii. Historiografía y nacionalismo español (/834-1868). Madrid. Centro de Estudios Históricos. e.S.Le.. 1985, pp. 78-85. 188 Gonzalo Pasamar A1zuria Esta particularidad se puede observar perfectamente si nos fijamos en el papel que tenía asignada la Historia en las Academias liberales de mediados del siglo pasado. La Historia filosófica había surgido en el siglo anterior predicando el ideal de una Historia como ciencia inspirada en «leyes» o en conjeturas y separándose de la mera erudición y narración, consideradas tradicionalmente como artes literarios incapaces de elevarse a la categoría «nomotética». Precisamente un discípulo de Adam Smith atribuyó a éste el manejo, por primera vez, de la «conjetura» como instrumento que ayudaba a suplir las lagunas de las fuentes, pues «unos pocos y aislados hechos acaso puedan ser coleccionados desde las casuales observaciones de los viajeros (...), pero, por este camino, nada puede ser obtenido que se aproxime a un regular y conectado detalle del perfeccionamiento humano. [de modo que] En este deseo de directa evidencia estamos ante la necesidad de suplir el lugar del hecho por la conjetura»lO. La realidad es que la conjetura fue una de las claves de las que se valieron en general los «philosophes» para elevar el conocimiento histórico a una superior categoría que lo situaba por encima de los géneros historiográficos anteriores y le otorgaba ese valor científico y proyectivo al que hemos hecho referencia. La erudición histórica, por lo tanto, no podía constituir como tal la esencia de la Historia filosófica. Además, para el historiador político y «philosophe» el criterio en la crítica de fuentes, sobre todo para los hechos antiguos, estaba representado todavía por el ideal volteriano -emparentado con la retórica- del «bon sens»: el de los «hechos verosímiles que nos son transmitidos por contemporáneos ilustrados»l1. Tampoco la Historia filosófica tenía un criterio fijo a la hora de valorar la importancia de la narración histórica; pero desde luego rechazaba la posibilidad de una Historia completamente desprovista de elementos retóricos y la máxima de los clásicos, «Scribitur est ad narrandum non ad probandum» 12. 10 D. STEWART, Lije and Writings ofAdam Smith (London, 1811) (cit. Th. PRESTON PEARDON, The Transition of English Historical Writings. 1760-1830. New York, Columbia U.P., 1933, pp. 13-14; Y P. SALVUCCI, Adam Ferguson, Sociologia e filosofia politica. Urbino, Argalia ed., 1972, Vol. n, p. 325). Sobre la noción de «conjetura» en la historiografía ilustrada, P. H. REIL, «Narration and Structure in Late Eighteenth Century Historical Thought» en Storia della Storiografia, 10, (1986), pp. 80-89. 11 VOLTAIRE, Essai, o.c. Tome, n, p. 801. 12 Como recuerda J.1. CARRERAS, «Teoría y narración en la historia» en Ayer, 12, 1993, p. 16. La máxima clásica sobre la historia como «arte de narrar» fue defendida entre los historiadores liberales por Prosper de Barante. En la Histoire des ducs de Bourgogne (1824-26) el autor sostenía que para acercarse al pasado había de liberarse a la historia de todo artificio retórico y optar por el <<lenguaje simple» (vid. P. de BARANTE, «Préface» en C. JULLlAN, Extraits, o.c., p. 115). La solución de Barante nunca cuajó entre los historiadores liberales. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 189 De hecho, se asumían algunas de las características que contribuyeron a afianzar la importancia política e intelectual de la retórica en el siglo pasado. Por decirlo con el propio lenguaje de ésta, la Historia, además de nutrirse de una determinada elocutio, estaba sometida a una dispositio, en la cual la narratio verisimilis debía contribuir a una determinada argumentatio 13 • En ese sentido, los historiadores liberales hallaban perfectamente lógico que la Historia, además de reconocida por sus componentes conceptuales o filosóficos, fuese considerada un «arte». Las definiciones por excelencia a mediados del XIX de aquélla, como «ciencia y arte», en las tradiciones liberales tienen precisamente ese significado. Es paradigmático el dato de cómo, a mediados del XIX, se intentaba imponer en la historiografía liberal francesa una suerte de «equilibrio» compositivo, plenamente autorizado por la Academia, coincidente con la filosofía política del «justo medio}> y con la teoría moral del «eclecticismo», y modo de desacreditar a los historiadores de tendencia republicana, quienes privilegiaban la «filosofía» sobre la «narración» 14. La propia definición oficial de Historia filosófica intentaba reflejar ese ideal. Como escribió Victor Cousin, «La historia, [esto es] la historia general y filosófica, apoyada sobre los trabajos acumulados de la erudición y la crítica, interroga todos los grandes acontecimientos, las grandes épocas, para arrancarles el secreto de las leyes que gobiernan el mundo moral» 15. Cuando autores como Augustin Thierry defendían la postura oficial de la narración histórica, no es que quisieran acabar con la tradición de la Historia filosófica o hubieran descubierto la «historia metódica»; sino que veían en el estilo narrativo, de acuerdo con una estimativa romántica, la mejor manera de legitimar la constatación política y la «ley histórica» de que. salvo en algunos períodos, «la historia del Tercer Estado y la de la realeza estuvieran indisoluble- 13 Sobre las características formales de la disposilio, y la e/oculio. T. ALBADALEJO, Relórica. Madrid, Síntesis. 1989. respectivamente. pp. 78-100, 117 Y ss. Una valoración la importancia política e intelectual de la retórica en el siglo pasado, en J. Moul\o. «Quelques hipotheses sur la rhétorique au xlxe siecle» en Rel'ue d 'Hisloire Liuéraire de /a France, 2 (mars-avril 1980), pp. 181-192. 14 L GOSMA:oJI'. «Augustin Thierry and Liberal Historiography" en Hislory and Theory, Vol. XV, 3 (1973), pp. 51-61: R. ]'o;, S~ITHSO". Auguslin Thierry. Socia/l/nd Po/itica/ Conciousness in Ihe EI'O/urion 01 a Hislorica/ .'.felod. Geneve. Lib. Oraz (1972), pp. 224-244. La defensa de la narración histórica por parte de A. THIERRY. en Consideralions sur /'Hisloire de France (1840) (en C. JU.UA'>. Exlrails. O.c.. pp. 98-IOj). 15 V. COUSIN, Oeul'res 4.' série, LiUeralure. Tome III. París, Pagnerre Editeur, 1849, p. 141. 190 Gonzalo Pasamar Alzuria mente ligadas»16. Es decir, deseaban afianzar una de las claves políticas del liberalismo clásico: la doctrina de la soberanía compartida, del «gobierno mixto». Los ecos de este ideal oficial del historiador «philosophe» atravesaron los Pirineos y los podemos hallar en la obra del propio Modesto Lafuente cuando éste argumentaba sobre la necesidad de maridar el «sistema de Hegel» con el de «Barante» 17. En los países latinos esa influencia de la Historia filosófica y su importancia en la prognosis política, había hecho surgir, junto a las tradicionales corporaciones de eruditos (la de la Historia en España y la de Inscripciones en Francia) una Academia de Ciencias Morales y Políticas dedicada a la propia Historia considerada como el substrato de esas Ciencias, imitada en España en los años de la Unión Liberal donde se instituyó una sección de «Filosofía é Historia con relación á las Ciencias Morales y Políticas» 18. Para los más importantes historiadores españoles o franceses de mediados de siglo, la pertenencia a ésta era más decisiva que a qualquiera de las corporaciones de eruditos; lo que no debe sorprendernos. Aquéllos, «litterateurs» en el amplio sentido de la palabra, tenían, por supuesto, una visión de la historia distinta a la de los ilustrados, con unas categorías concretadas al Estado nacional y a la «civilización europea», pero todavía concebían el «método histórico» y su propia función intelectual de manera no muy diferente a la de sus predecesores del siglo XVIII: frecuentadores de bibliotecas, entonces en busca de documentos inéditos para la Historia (de Francia, o de España), tenían una concepción de la actividad del historiador profundamente ligada al diagnóstico político y basada en metáforas tomadas de las ciencias naturales o en identificaciones idealistas de carácter ro16 A. THIERRY, Essai sur l'histoire de la formation et des progres du Tiers Etat suivi de fragments du recueil des monuments inédits de cette histoire. Paris, Fume Jovet et Cíe éditeurs, 18664, (Le ed. 1853), pp. 3-4. 17 Vid. M. LAFUENTE, Historia general de España desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Tomo 1. Madrid, Establecimiento Tip. de Mellado, MDCCCL, pp. XXII-XXIII. Sobre la teoría del «gobierno mixto» en los liberales franceses, P. ROSANVALON, Le moment Guizot. París, Gallimard, 1985, pp. 75-104; L. DíEZ DEL CORRAL, El liberalismo doctrinario. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1956, pp. 130-131, 236 Y ss. Para el caso español, F. CÁNOVAS SÁNCHEZ, El partido moderado. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1982, pp. 313-317. 18 Sobre la Academia francesa de Ciencias Morales y Políticas durante el régimen orleanista, Y. KNIBIEHLER, Naissance des sciences humaines: Mignet et l'histoire philosophique au XIX siixle. Paris, F1ammarion, 1973, pp. 309-349; Ch. CHARLE, Histoire sociale de la France au XIX siixle. París. Seuil, 1991, pp. 45-47. El dato sobre el caso español. en Estatutos de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1857) (Memorias de la Real Academia.... Tomo 1, Madrid, Imp. Nacional, 1861, p. XI). La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 191 mántico, donde la historiografía carecía todavía de una metodología en el sentido que se otorgaría a la expresión a finales del XIX. La Historia de Francia de Michelet constituye un claro indicio de los límites de la Historia filosófica y de la erudición, en sus versiones oficiales (la concepción académica y la publicación de «documentos inéditos»), a la hora de emprender la redacción de una Historia nacional. Como el propio autor indicó, la obra de los historiadores liberales acarreaba dos problemas: por un lado, estaba formada por «puntos de vista especiales»; es decir, no había logrado materializar una historia general de la nación; «era demasiado poco material(...) [y] demasiado poco espiritual»; por otro lado, «permanecía demasiado alejada de las fuentes inéditas»19. El término utilizado por el autor para aunar «filosofía» y «erudición», el de «resurrección integral del pasado», expresión que ha fascinado a los historiadores franceses de nuestro siglo por su directa alusión al carácter integrador de la Historia, se presentaba como alternativa a las más frecuentes metáforas naturalistas que acompañaban a la imagen del historiador «philosophe»; pero no se puede considerar referencia al descubrimiento del «método histórico» tal y como se conocería décadas después. Sí mostraba en cambio una importante particularidad: además de insistir en la importancia de las fuentes inéditas frente a los testimonios de los escritores antiguos, de algún modo llamaba la atención sobre el carácter atomizador de la Historia filosófica oficial; sobre su derivación hacia dominios «especiales». Al fin y al cabo, esto es lo que sucedió posteriormente: la Historia filosófica, de ser el dominio principal de las Ciencias Morales y Políticas, terminó . difuminándose en ellas. Recordemos que, en la Francia de la segunda mitad del XIX, obras como El Antiguo Régimen y la Revolución (1856) de Alexis de Tocqueville, La Ciudad antigua (1864) de Fustel de Coulanges o Los orígenes de la Francia contemporánea (1876-1893) de Hippolite Taine, todas herederas de la Historia filosófica, pasaron a convertirse en un antecedente de la Sociología y ninguno de los historiadores de finales del siglo las aceptó como modelo de la investigación historiográfica. La noción micheletiana de «resurrección» implicaba una impugnación a una Historia filosófica que se había hecho ideológicamente conservadora. Simplemente, «observar» la «anatomía de la Historia» para inferir las «leyes» morales y políticas de la sociedad (la «fisiología de la Historia»), no garantizaba a la Historia su auténtico valor nacional, 19 J. MICHELET, <<Introduction». O.c.. pp. 312-318. 192 Gonzalo Pasamar Alzuria el de la solidaridad de las clases medias y populares; sino que era imprescindible una identificación intransferible con esas fuentes históricas para establecer esa «acción recíproca de las diversas fuerzas en un poderoso movimiento que volvería a ser la vida misma»20. Así, el planteamiento de quien sin duda fue el más completo e inquieto de todos los historiadores franceses de aquellos años, siguió ajeno a un sentido de la metodología histórica propiamente hablando. Para Michelet la labor del historiador se basaba en la confianza personal en las impresiones subjetivas, en la interpretación simbólica, cuyas garantías implícitas eran la «sensibilidad» y cierta simpatía, a través de las cuales observaba e idealizaba a las clases populares, recién afectadas por la revolución industriaFI. Él mismo dejó un relato de cómo se convirtió en «historiador» en el curso de la redacción de los primeros volúmenes de su Historia de Francia, que apunta a la imagen del escritor genial, identificado espiritualmente con las fuentes, aunque juzgando «en nombre de la lógica y de la revolución»22. La Historia como herramienta de la prognosis era la ultima ratio de la Historia como ciencia. Es decir, lo que justificaba la centralidad de la Historia filosófica era precisamente su valor para las perspectivas políticas de futuro. Esto le daba un aspecto de «genealogía del presente» y convertía la terminología histórica en un rosario de anacronismos. Los historiadores liberales, precedidos por la labor desmitificadora de los ilustrados, criticaron en los eruditos, cronistas y autores del Antiguo Régimen los intentos de legitimar la monarquía absoluta o el estamento nobiliario, o las visiones completamente arquetípicas de la Antigüedad o de la Edad Media23 • Sin embargo, apreciando el lenguaje de diplomas y escritores a través de sus propias categorías políticas, propiamente hablando sin criterios filológicos, deslizaron abundantes anacronismos; se sirvieron de términos espiritualistas u organológicos, alusivos a «razas», en los que el «auge» precedía a la «decadencia»; intentaron demostrar que el feudalismo europeo tenía algún componente [bid. G. MaNaD, La Vie et la pensée de fules Michelet. Paris, Librairie ancienne Honoré Champion, 1923, Vol. n, pp. 10-54, pp. 202-210. Algunos comentarios sobre las metáforas naturalistas para describir la actividad del historiador «philosophe» en F. HARTOG, Le x/x sil;ele et I'Histoire. Le cas Fustel de Coulanges. Paris, P.V.F., 1988, pp. 108-110. 22 Vid. el texto de los dossiers redactados por 1. MICHELET (1869), para la preparación del «Préface» de su Histoire de Franee, reproducido por P. VIALLANEIX en el monográfico de L'Are dedicado a MicheJet, 52 (1973), pp. 4~17, especialmente p. 10. 23 Vid por ejemplo, Th. B. MACAULAY, «History» en F. STERN ed., a.c., pp. 80-83; A. THIERRY, «Lettres sur l'histoire de France» (1820-1828) en C. JULLlAN, o.c., pp. 38-47. 20 21 La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 193 diferente del «despotismo oriental» (tema recurrente en los ilustrados), relacionado con la moderna «libertad» burguesa, que habría provocado su desaparición; utilizaron un lenguaje «constitucionalista» para referirse a la sociedad feudaL aun teniendo presente que la libertad de los antiguos no se confundía con la de los modernos; y creyeron ver los primeros hitos de las clases medias en períodos remotos. Sólo la posterior historiografía profesional, desde finales del XIX, con el desarrollo de la Historia del derecho. especialmente en el terreno medievalista, y :.literiormente con la Historia económica y social, lograría acabar con esa clase de imágenes 24 . Esa presencia de anacronismos se enraizaba en el hecho de que el contenido proyectivo de la idea de «Revolución» (o de una determinada interpretación del triunfo de las clases medias) se había convertido en la otra cara de esa historiografía. Thierry lo expresó elocuentemente cuando afirmaba que «nuestra revolución ilumina las revoluciones medievales»25. Para esos historiadores «philosophes» lo que unificaba la imagen de la Historia nacional era determinadas categorías de la Revolución (la «libertad», la «lucha por las instituciones representativas», «el tercer estado», pero también «la fuerza de las cosas», expresión de ecos jacobinos); otras, como «el terror», podían llegar a verse como criterio para estimar «todos los crímenes y errores» del pasad0 26 . Pero no sólo consideraban que la Revolución (o el período de 1789 a 1791) fuese la «culminación necesaria» de la Historia de Francia, sino también de trescientos años de Historia europea. Así tendían un puente entre la Reforma protestante y la Revolución; reafirmaban la máxima de los ilustrados de que «en el siglo XVII la libertad es inglesa», y veían con simpatía el siglo XVIII como el último eslabón necesario, llegando a construir, en definitiva, el concepto de «civilización europea»27. 24 Vid. reflexiones sobre esta cuestión en H. R. HOETI';K. «Les notions anacroniques dans I'Historiographie du Droit» en Reme d'hislOire du droit. Nederland. Beige. 23 (1955). pp. 1-20; N. F. Cantor, «Medieval Historiography as Modero Political and Social Thought» en joumal oI Contemporarv HislOr\". Vol. lII. 2 ( 1968 ,. pp. 55-73: O. Brunner, Nuel"Os caminos de historia social y constitucional. Buenos Aires. Alfa. 1976. pp. 125-190. 25 Cil. en F. HARTOG. o.c.. p. 108. 26 SI. MELLOI\. The polítical Uses oI History. A Studv oI Hútorians in the French Restauration. Stanford. Calif.. Stanford U.P.. 1958. pp. 26-27. 27 Ibid., pp. 16-17; El concepto de «civilización europea» de Guizot. en D. JOH:"SO:-O. Gui::.ot. Aspects oI French Historl". 1787-1874. London. Rotledge and Kegan Paul. 1973. pp. 335-346; J. WALCH, IRs ¡naitres de 1Histoire, 1815-1850, Thiern, Migllet. Gui::.ot. Thiers. Michelet. Edgard Quinet. París, Geneve. Champion-Slatkine. 1986. pp. 99-134: J. C. BER~EJO BARRERA. El final de la Historia. Ensayos de historia teórica. Madrid. Akal, 1987. pp. 181 Yss. 194 Gonzalo Pasamar Alzuria La tendencia a destacar el aspecto de la evolución sin demasiados cambios bruscos no fue privativa de la historiografía francesa, sino la característica común de la Historia ligada al liberalismo clásico. Se ha dicho con razón que la historiografía victoriana se distinguió por su «exagerado sentido de la continuidad». Al igual que la francesa, o la española de mediados del siglo, o la de los «germanistas» anteriores a 1848, era una «interpretación constitucional» del pasado; es decir, su ideal era rastrear los orígenes y desenvolvimiento de la nación y, en este caso, las razones de la especificidad de un desarrollo político que se reputaba «estable y continuo», según la máxima de Edmund Burke 28 . Como escribió Herbert Butterfield, uno de los más conocidos críticos de la historiografía victoriana, «el historiador whig está inclinado a imaginar la constitución bajando hacia nosotros en virtud del trabajo de largas generaciones de whigs, a pesar de las obstrucciones de una larga línea de tiranos y tories»29. De ese modo la idea de «la continuidad-en-el-cambio» daba sentido a un repertorio de temas como «la edad de oro» y el desarrollo de la «constitución anglosajona»; la «gloriosa revolución», «prescriptiva y conservadora», y la «revolución silenciosa» que le siguió; la inflexión del reinado de Jorge III en el siglo XVIII, que se tachaba de «despótico» y donde los victorianos creían detectar los orígenes del partido «Whig»; hasta llegar a la Reforma de 1832, acontecimiento trascendental para la fundación política de la historiografía «Whig». Efectivamente, la defensa de la Reforma de 1832 se suponía que otorgaba pleno valor político a la Historia de Inglaterra y plena legitimidad histórica a la política británica. «Nosotros, señor presidente, somos legisladores, no anticuarios», escribiría Macaulay en su primer discurso parlamentario en 1831 3°. La erudición histórica, de «arte literario» a «ciencia» La posibilidad de un método socializable que ayudase a delimitar el cometido del historiador en realidad ya había sido alumbrado paralela28 P.B.M. BLAAS, Continuity and Anachronism. Parliamentary and Constitutional Development in Whig Historiography and in the Anti-Whig Reaction between 1890 and 1930. The Hague, Boston, London, Martinus Nijhoff, 1978 pp. 24-26; J. W. BURROW, a.c., pp. 22-23, 28-34. Además, E. BURKE «Reflexiones sobre la Revolución francesa» (1790) en Textos politicos. México, F.C.E., 1942, pp. 94,121,164,187-189. 29 H. BUTTERFIELD, The Whig 1nterpretation 01 History. New York, W.W. Northon and Company, 1965, p. 41. 30 Lord MACAULAY, Discursos parlamentarios. Madrid, Luis Navarro editor, 1885, p. 7; la importancia de la Historia para la política victoriana, en O. ANDERsoN, «The Political Uses of History in Mid Nineteenth-Century England» en Past and Present, 36, (April 1967), pp. 90-91. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 195 mente en las universidades alemanas. Allí había surgido plenamente la disciplina histórica y el «oficio de historiador». Sin embargo, en Francia hubieron de pasar dos generaciones para que cuajase. Y en España, todavía más. Mientras, ]0 que realmente se había desarrollado en Francia de las décadas centrales del siglo XIX, y en la España del último tercio, fue la erudición histórica. El fenómeno merece resaltarse por varias razones: a los efectos sociológicos y culturales, el erudito, aunque experto en la pesquisa de fuentes, era también un «intérprete» del pasado por su propio contacto con ellas. Ahora bien, conforme al ideal clásico de la Ciencia o de la «Philosophie» como el dominio de lo general, su actividad se consideraba, a mediados de siglo, una rama de ]a «literatura». En los países latinos imitadores del modelo del Estado napoleónico, de todos modos la erudición histórica tuvo dos peculiaridades: de un lado, recibió un impulso decisivo desde el Estado, convirtiéndose en un corpus de técnicas y conocimientos imprescindible para las necesidades burocráticas del propio proceso de centralización política; de otro, ha tenido una parte importante en el surgimiento de la historiografía profesional puesto que le ha aportado componentes como un cierto sentido de la investigación metódica o un determinado corporativismo profesional. Recordemos que en la École des Chartes de París ya a mediados de siglo se impartían asignaturas históricas especializadas, se defendían tesis doctorales y se disponía de una revista histórica; y que esta escuela de eruditos fue imitada en otros países europeos. Todavía el papel académico del «chartiste» era muy inferior al del historiador filosófico y en los círculos políticos y literarios franceses la erudición por sí misma evocaba una insoportable «pedantería»31. El principal biógrafo de Michelet, Gabriel Monod, por ejemplo, nos cuenta cómo llegó éste a la más importante institución académica de la época, el College de France (1838), apoyado en la Académie des Scíences Morales et Politiques, derrotando al director de la École des Chartes, Benjamin Guérard 32 . El claro predominio de la Historia filosófica sobre la erudición acabaría con el Romanticismo y las Revoluciones de 1848. Tanto a lo largo del Segundo Imperio francés como durante los años de la Unión Liberal y del canovismo en España, el erudito profesional fue ganando posiciones en el mundo de las academias. En la Francia del Segundo Imperio, el reflujo político e intelectual de liberales y republicanos, así 31 L. HALPHE1'i, L'Histoire de France depuis cellt ans. Paris, Librarie Armand Colin, 1914,p.125. 32 G. MONÜD. o.C.,Vol. 1. pp. 363-367. 196 Gonzalo Pasamar Alzuria como el desprecio de la «classe lettrée» hacia el dictador, fueron los responsables en cierto modo de una auténtica eclosión del gusto por la erudición y la Antigüedad, que tuvo en el propio Emperador uno de los más entusiastas impulsores 33 , En España, tras el Sexenio, la generación de políticos conservadores que tomarían las riendas de los partidos del turno, comenzando por el propio artífice del Régimen y director «perpetuo» de la Academia de la Historia, Antonio Cánovas del Castillo, convencidos de la importancia de la erudición, hicieron de esa corporación la Institución historiográfica clave, el punto neurálgico del tejido de la cultura oficial histórica, mostrando una pronunciada aversión por la Historia filosófica y asignando a los más importantes miembros del Cuerpo de archiveros y profesores de la Escuela Superior de Diplomática un papel fundamental en el mundo académico, Como muestran las fórmulas retóricas contenidas en los Discursos de entrada en la Corporación y en las necrologías, estudiadas por Ignacio Peiró, la percepción del papel del académico derivaría al mismo tiempo hacia el rechazo de la «historia filosófica» o «de partido», y a la exaltación de todo un universo de valores tales como la «fuerza de la afición», el estoicismo desinteresado, la neutralidad política basada en el «sosiego para el estudio», las virtudes de la minuciosidad erudita, etc 34 , Así, en el caso español, la organización de la erudición histórica como práctica profesional en torno a un centro oficial introdujo, al menos desde los años del Sexenio cuando surgió Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (primera época), un lenguaje cientificista que serviría para que dominios y asignaturas como la «Paleografía-diplomática», la «Arqueología» o la «Bibliografía» fueran consideradas como «ciencias, inexcusables prolegómenos de la Historia»35, Los primeros eruditos profesionales españoles fueron precisamente quienes se hicie33 L. ALPHEN, o.c., pp. 132-142; R. DUSSAUD, L'Oeuvre scientifique d'Ernest Renan. París, Librairie Orientaliste Pau1 Gauthner, 1951 pp. 51 Y 74; J. HARTMANT, «Historiographie d'un mythe. L'invention de Vercingétorix de 1865 á nos jours» en Storia delta Storiografia, 15, (1989), pp. 5-9. Sobre el vacío de los intelectuales en los años del Segundo imperio, A. PLESSIS, De lafete impériale au mur desfédérés, 1852-1871. París, Seuil, 1979, pp. 172-174. 34 1. PEIRÓ, «Los académicos de la Historia o la imagen ideal del historiador decimonónico» en Studium. Colegio Universitario de Terne\. Universidad de Zaragoza, 4 (1992), pp. 83-104. Además, en general la Tesis doctoral de 1. PEIRÓ, Profesores e historiadores en la Restauración. Universidad de Zaragoza, 1992 (de próxima publicación). 35 J. M. ESCUDERO DE LA PEÑA, «Secciones del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, núm. 6, (15 de mayo de 1871), p. 82. En general, 1. PEIRÓ Y G. PASAMAR, La Escuela Superior de Diplomática (los archiveros en la historiografía española contemporánea), (trabajo inédito), Cap. II (del original mecanografiado) . La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 197 ron eco de la fundación de la primera revista historiográfica y profesional francesa: la Revue Historique 36 • Es decir, en el caso español la erudición histórica, al convertirse en el elemento que aseguraba la pericia y el prestigio social de los miembros del Cuerpo de archiveros, se convirtió al mismo tiempo en un componente fundamental de la identidad de una concepción de la Historia que se autodenominaría «ciencia» al margen de consideraciones filosóficas. En este sentido, la definición de Historia en la Academia canovista de los años ochenta y noventa del pasado siglo, influída por la historiografía francesa coetánea y el lenguaje positivista, se había alejado decisivamente de la Historia filosófica y aproximado a la historia metódica. En la década de los noventa observamos cómo políticos, militares, altos funcionarios y eruditos insistieron, a través de sus discursos de entrada en la Academia de la Historia, en la importancia de los «progresos del método científico» o la «utilidad de las monografías» en el «novísimo concepto de la Historia»37. Sin embargo, se trataba todavía de una autoafirmación de viejas imágenes como la del «historiador genial» o la de la «Asamblea de selectos», puesto que el ideal de la Historia metódica apenas había iniciado su ascenso universitario. La Historia metódica o el historiador profesional ideal En la tradición germana la Universidad ha tenido un papel pionero en el desarrollo intelectual durante el siglo XIX, que contrasta con la tradición de las academias de los países latinos. Esta diferencia guarda una estrecha relación con el surgimiento de una peculiar estructura de clases que, desde finales del Antiguo Régimen y durante los años de las Revoluciones. comienza a ser la protagonista de la historia social alemana. A diferencia del típico mundo de los «notables» o altos burgueses propio de los países latinos, quienes apostaban por una transacción 36 A.R.V. [Antonio RODRÍGlEZ VILLA]: «Noticias. Fundación de la "Revue Historique" en Ret'Üta de Archil'Os. Bibliotecas y Museos. 3 .( 5 de febrero de 1876l. p. 38: 1. PEIRÓ, G. PASAMAR, La Escuela Superior de Diplomática. o.c.. Cap. 11. 37 Vid. L. VIDART. «Ctilidad de las monografías para el cabal conocimiento de la Historia de España». Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública del Exmo. Sr. .... el día 10 de junio de 1894. Madrid. Tip. de San Francisco de Sales, 1894, pp. 27-34; El marqués de la Fuensanta del Valle. «El progreso de las ciencias históricas á consecuencia de los nuevos descubrimientos lIe\ados á cabo en el siglo actual». Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública del E.tcmo. Sr. ... el domingo 13 de enero de 1985. Madrid, Imp. de José Perales y Martínez. 1895. pp. 52-60. 198 Gonzalo Pasamar Alzuria entre el Antiguo Régimen y la Revolución y por un elitismo cultural basado en estructuras como academias, ateneos o salones o la propia tribuna política, donde era posible predicar algunos ideales de la cultura ilustrada; en el mundo alemán emergió una clase media muy especial; una Bidungsbürgertum enemiga de las revoluciones, aliada con los procesos de reforma desde arriba, y para la cual el idealismo, como concepción de la cultura y de la política, tuvo una importancia cruciaP8. Mientras todavía en el siglo XVIII un ilustrado alemán podía escribir, «La educación [Bildung] se descompone en cultura e ilustración.(... ) [la cultura] parece que atañe más a lo práctico (...) a lo bueno y al refinamiento, y belleza en la artesanía, artes y costumbres sociales (...). La Ilustración, por el contrario, parece referirse más bien a lo teórico»39; en el siglo XIX el término Bildung evocaba un conjunto de valores modélicos que debían impregnar la personalidad, ajenos a la idea de la divulgación de las Ciencias morales y políticas y naturales como aportación al desarrollo de las capacidades racionales; un horizonte que servía para revitalizar las lealtades políticas y el celo burocrático. Esos valores se suponían especialmente asegurados y transmitidos por un marco universitario donde el conocimiento quedaba dividido en «las disciplinas» (<<Die Wissenschaften»); es decir, en los corpus de conocimientos basados en distintas operaciones metódicas como la erudición, la exégesis de fuentes, la sistemática, etc 4Ü • Un medio intelectual en el que la actividad del historiador arraigó rápidamente como práctica disciplinada y metódica (<<wissenschaftlich»); hecho facilitado por el sentido elitista y conservador del propio contexto universitario. La Historia pasó a ser considerada una «Geisteswissenschaft», una «ciencia del espíritu» (o como la consideró Leopoldo Ranke, «Wissenschaft und Kunst» )41; no en el sentido de ciencia social capaz de construir «leyes 38 J. KOCKA, ed., Bürgertum im 19 Jahrhundert. Deutchland im europai'sche Vergleich, Munich, 1988; H. ROSENBERG, Bureaucracy, Aristocracy and Autocracy. The Prussian Experience, 1660-1815. Cambridge, Massachusetts, 1966, pp. 175-20\. Desde perspectivas revisionistas, distintas entre sÍ, D. BLACKBOURN, G. ELEY, The Peculiarities of German History. Bourgeois Society and Politics in Nineteenth-Century Germany. Oxford U.P., 198<)4, pp. 190-205; A. J. Mayer, La persistencia del Antiguo Régimen en Europa hasta la Gran Guerra. Madrid, Alianza, 1984, pp. 233-234, 245. 39 J. B. ERHARD et alii, ¿Qué es la Ilustración? Madrid, Tecnos, 1988, pp. 3-4. 40 F. K. RINGER, The Decline of the German Mandarins. The German Academic Community, 1890-1930. Cambridge, Massachusetts, Harvard U.P., 1969. pp. 96-90,102-113. 41 Al respecto, vid. R. VIERHAUS, «Historiography between Science and Art» en G. G. IGGERS, lM. POWELL (ed.), Leopold von Ranke and the Shaping of Historical Discipline. Syracuse, New York, Syracuse U.P., 1990, pp. 61-69. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 199 históricas» como la historiografía liberal; sino en el de dominio de conocimiento diferenciado, con sus propios valores ideales y «metodología»; como podía serlo, por su parte, la filosofía idealista. El Historicismo, «escuela histórica» pionera nacida en los años del Vormarz, que hubo de adaptarse a posteriores y distintos contextos políticos e intelectuales, como se sabe, ha sido una corriente de larguísima ejecutoria, superviviente a muchas otras debido a sus características políticas y sentido corporativo. Lo que aquí nos interesa es su papel de revulsivo en la fundación de la Historia metódica a finales del XIX en las tradiciones, como la francesa o española, en las que se había impuesto una Historia apoyada en la tradición erudita, sin mayores garantías; o en aquéllas, como en la inglesa victoriana, donde el ideal de la Historia todavía guardaba una estrecha relación con la prognosis política. Ante todo ha de partirse de la base de que «el método histórico», que a finales del XIX había abandonado ya el espacio de las universidades alemanas, y se comenzaba a recibir en todas las tradiciones europeo-occidentales e incluso había atravesado el Atlántico, se configuraba como un proceso complejo y coherente; como un conjunto de técnicas, usos, reflexiones sobre la función social de la Historia, sobre su carácter intelectual, capaz de hacerse cargo, en teoría, de todos los pasos que supuestamente podía dar el historiador: desde la búsqueda de la fuente, las técnicas del erudito, la determinación filológica de la veracidad de las mismas, hasta los problemas de construcción y de composición historiográficos. En este sentido, los manuales de «metodología histórica», con su función normativa, eran una manifestación de la nueva concepción de la Historia y de la actividad y proyección del historiador. Plasmaban el ideal del nuevo historiador o, si se quiere, el historiador ideal. La insistencia en representar el «método histórico» reflejaba el intento ya no sólo de elevar la Historia a la categoría de eje de las ciencias humanas (lo que ya había sido logrado de alguna manera por la historiografía liberal), sino el de asegurarle un fundamento sólido y socializable; la posibilidad de que el historiador profesional, impulsor y sujeto de una «ciencia» se convirtiera en la síntesis de todos los elementos que antes gravitaban por separado en torno al conocimiento histórico. Así, el interés por la metodología histórica era un indicativo del ascenso de la historiografía profesional en tres ámbitos: 1) una dimensión institucional donde se conjugaba el corporativismo profesional de los historiadores con el reconocimiento por parte del Estado de la importancia de la investigación y de la enseñanza de la Historia, a través de su apoyo a la «instrucción pública» y a la Universi- 200 Gonzalo Pasamar Alzuria dad; 2) el replanteamiento de la dimensión política e ideológica de la Historia; 3) la definición de un elemento que asegurase el carácter científico de la misma: el «método histórico». Los manuales de metodología histórica nunca fueron simples repertorios de técnicas de investigación: la primera obra moderna de este género, la Historica de J. G. Droysen (en dos versiones: 1857-58 y 1882), se limitó a dar un sentido altamente analítico a lo que de un modo mucho más tácito o menos sistemático se efectuaba en los seminarios históricos alemanes. La obra más conocida de esta escuela histórica, el Tratado del método histórico de Ernest Bernheim (1889), cuando se reeditó en 1903, vino acompañado de un subtítulo de amplios vuelos: «y de la filosofía de la historia». Nueve años después de la primera edición de la obra de Bernheim, Ch. V. Langlois y Ch. Seignobos publicaron su conocida Introducción a los estudios históricos (1898), denostada posteriormente por la Escuela de los Annales con la etiqueta de «ingenuo positivismo», pero que no sólo exponía el «método histórico» en forma de pasos sucesivos, sino que no rehuía reflexiones sobre el valor social de la Historia. Como ha indicado el profesor Carreras, la moderna historiografía profesional del siglo pasado y de comienzos del nuestro, ya fuese el historicismo alemán o el positivismo francés, había creado unas bases intelectuales para la disciplina mucho más amplias y menos ingenuas de lo que suele creerse, arbitrando soluciones acordes con las tradiciones intelectuales y políticas de entonces 42 . ¿Qué grado de novedad, provisionalidad o solidez tenían esas soluciones pensadas por la Historia metódica y cómo reflejaban ese deseo de hegemonía del historiador profesional? Para poder dar respuesta es necesario tener en cuenta el medio sociopolítico en el que se produce la recepción de la disciplina histórica, la Europa de finales del XIX Y comienzos del xx caracterizada por el reto de la democratización, la crisis del viejo liberalismo, y el desarrollo de la clase media y de la clase obrera. Efectivamente, la recepción de la historiografía profesional en Europa no es ajena a todos esos cambios puesto que, así como la Historia filosófica y académica francesa o la interpretación «Whig» victoriana estuvieron conectadas con el liberalismo censitario, también la Historia metódica sirvió de fundamento a una determinada legitimidad política, aunque no ya a partir de una Historia al mero servicio de las previsiones de futuro. 42 J. J. CARRERAS. «El historicismo alemán» en Estudios de Historia de España (Homenaje a M. Tuñón de Lora). Vol. n. Madrid, U.LM.P., 1981, p. 633; <<Ventura del positivismo» en Idearium, Vol. 1, (oct. 1992), pp. 14-18. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 201 Existe cierto paralelismo a la hora de la recepción de la profesión histórica, a finales del XIX y comienzos del XX, en países tan distintos desde el punto de vista sociopolítico como Francia, Gran Bretaña o España; aunque también diferencias, reveladoras de características específicas de la profesión en estos países y que condicionaron de alguna manera posteriores cambios en sus historiografías 43 . En Francia, el que tras una larga tradición de corporaciones de políticos, «philosophes» y eruditos surgiese un sólido modelo universitario se debió a una serie de factores muy específicos que, entre la década de los setenta y la Primera Guerra Mundial, ayudaron a tejer una red relativamente extensa de personas influidas de alguna manera por la historiografía profesional; una red de funcionarios que abarcaba desde el maestro hasta el más importante de los profesores de la Sorbona, pasando por la legión de los «agregés» y los archiveros. Este fenómeno estuvo relacionado con el decidido impulso del sistema de Instrucción pública por parte del régimen republicano. La difícil consolidación de la Tercera República sirvió para materializar una alianza entre las élites políticas y los principales historiadores. Los políticos republicanos, convencidos de que sólo el conocimiento y la divulgación de la historia nacional, a través de la Universidad y del sistema de Instrucción pública en general, podían servir como elementos aglutinantes de las clases medias y populares, confiaron en una ulterior revancha contra el Imperio alemán. Los historiadores. por su parte, adversarios del sistema político guillermino, pero admiradores de la cultura alemana, creían en el ideal del historiador profesional. Como se sabe, éstos, a través de la Escuela Práctica de Altos Estudios. primer centro para la investigación histórica (instituido en 1868). y de la fundación en 1876 de una revista de historiadores profesionales a semejanza de la del otro lado del Rhin, la Revue Historique. ayudados de las pertinentes reformas políticas, lograron hacer de la Sorbona una universidad dotada de un complejo de asignaturas históricas que plasmaba el ideal de la Historia metódica. Ideal que, a su vez, se proyectaría en el resto de la Instrucción pública a través de instrumentos como la Revue de I Enseignement Supérieure o la Histoire de France (1884) de Emest Lavisse. En Gran Bretaña, el proceso de recepción de la Historia metódica, casi coetáneo con el francés, tuvo algunas características diferentes. Al 43 Los párrafos que siguen son un resumen de nuestro trabajo, .,La profesión de historiadoren su perspectiva histórica: principales problemas de investigación» en Studium, 4(1992), pp. 64-82 (ahí se hallarán las pertinentes referencias bibliográficas). 202 Gonzalo Pasamar Alzuria otro lado del Canal no hubo ningún cataclismo político que provocase una firme convergencia entre historiadores y políticos, aunque la etapa final del victorianismo trajo un enorme descrédito de la tradición delliberalismo clásico. En este sentido la implantación del ideal del historiador profesional, que no pudo contar con el apoyo del Estado ni con alicientes políticos similares al caso francés, fue un fenómeno lento, disperso y sin apoyos oficiales en diversas universidades, impulsado por historiadores devotos del modelo del «seminario alemán», que no tuvo su auténtica culminación hasta el año 1921 cuando se fundó oficialmente el Institute of Historical Research ligado a la universidad de Londres o primer centro público de Gran Bretaña para la investigación histórica y la formación de historiadores. Así, la recepción de la Historia metódica en el mundo británico siguió un proceso en cierto modo inverso al francés. Primero comenzó con un movimiento corporativo y estrictamente privado de historiadores profesionales, quienes fueron escalando posiciones en universidades como Oxford, Cambridge, Londres y en viejas corporaciones de eruditos diletantes como la Royal Historical Society, y que se plasmó, por ejemplo, en la fundación de la primera revista de profesionales, la English Historical Review (fundada en 1886, pero que tardaría en consolidarse). La difusión de la historiografía profesional, fuera de la Universidad, a otros ámbitos de la enseñanza, también vino precedida por movimientos corporativos de carácter privado; en especial por una asociación que tuvo gran éxito, la Historical Association (1906). Finalmente, entre los cambios del viejo liberalismo, los del nuevo, yesos progresos en el corporativismo de los primeros historiadores profesionales se lograría un ascenso de la enseñanza de la Historia en el marco de la Instrucción pública. El caso español compartió semejanzas con los anteriores pero careció de solidez. Efectivamente, con la crisis de fin-de-siglo, la reflexión regeneracionista sensibilizó a las élites políticas y universitarias para dar también un impulso a la Historia en el marco de la Instrucción pública que duró aproximadamente hasta los años de la Gran Guerra. Entre 1900 y 1914 en los herederos regeneracionistas del canovismo y del «sagastismo» se desplegó una labor sin precedentes para incorporar la concepción de la Historia metódica al sistema universitario español. Crearon la «Sección de Historia» en algunas universidades (1900); apoyaron reformas en el Cuerpo de archiveros; y fundaron la Junta para Ampliación de Estudios (1907) y el Centro de Estudios Históricos (1910). Pareció que en cuestión de una década se iba a cumplir el sueño de los historiadores regeneracionistas. Sin embargo, el proceso pronto' adoleció de debilidades significativas. Los fundadores de la pro- La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 203 fesión histórica española no fueron capaces de impulsar una revista histórica duradera; sus iniciativas privadas, siempre efímeras, terminaban con el desperdigamiento del núcleo inicial. En ese sentido, en España las grandes revistas históricas hubieron de seguir siendo publicaciones oficiales que nunca terminaban de canalizar plenamente el oficio del historiador: el Boletín de la Academia de la Historia y la revista del Cuerpo de Archiveros (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera época, 1897-1931). En los años de entreguerras los órganos especializados de la Junta para Ampliación de Estudios animaron el panorama profesional, pero siguió sin aparecer una gran revista de Historia general propiciada por profesionales. Además hubo una segunda limitación: el hecho de que hasta los años treinta, y de modo breve, apenas si se transmitió a la enseñanza secundaria. El franquismo terminó provocando una auténtica esclerosis en un modelo profesional de por sí bastante restringido. ¿Qué «novedades» epistemológicas trajo este corporativismo profesional del historiador? Las primeras «escuelas históricas» fueron deliberadamente eclécticas en casi todos sus planteamientos teóricos. Fundar la Historia metódica requería un juego de equilibrios entre las previas y diversas concepciones de la Historia, todas criticables pero todas pretendidamente bajo la competencia directa o indirecta del historiador. El nuevo profesional se sabía depositario de una disciplina en ascenso social y al mismo tiempo tenía especial interés en subrayar las limitaciones de los géneros anteriores: la erudición, la filosofía de la historia, la historia al servicio de la prognosis. Sin embargo, le era mucho más difícil una definición en positivo que no fuese la descripción y comentario de su propia actividad. Además, como intelectual embarcado en proyectos liberales creía haber descubierto un modo seguro de recuperar los lazos entre el presente y el pasado con esa visión del «método histórico» con la que creía posible la compatibilidad entre una objetividad histórica, basada en un método expreso. y una Historia con una no disimulada función para la educación de las clases medias. Este sentido normativo y eclecticismo pueden observarse, por ejemplo, en la propia fundación de la primera revista de historiadores profesionales, la Historische Zeitschrift (1859), cuando ésta se presentaba como una «publicación científica») -ni «anticuaria») ni «política», pero «sin rechazar ciertos principios generales que guiarán el juicio político de nuestra publicación periódica»44. Efectivamente, la historiografía pro- 44 F. STER:-;, ed.. O.e.. pp. 170 Y ss. 204 Gonzalo Pasamar Alzuria fesional replanteaba tanto el problema de la dimensión metodológica como el del valor social de la Historia. Eso significaba marcar las diferencias con la erudición, que no se preguntaba expresamente por el valor contemporáneo del conocimiento histórico, y con la Historia al servicio de las previsiones políticas de futuro. También la Revue Historique en su declaración de intenciones (1876) intentaba no confundirse con la revista de los eruditos profesionales, la Bibliotheque de l'École des Chartes, y al mismo tiempo rechazaba «usar la historia como arma para la defensa de la posiciones religiosas o políticas»45. Por su parte, entre los historiadores españoles de las primeras décadas de nuestro siglo, la defensa de la Historia metódica como sustento de la «regeneración nacional» constituyó el principal estímulo intelectua1 46 . La diferenciación entre la Historia y la erudición, que había sido mantenida por la Historia filosófica, cobraba en ese contexto un nuevo sentido. Ahora se trataba de hallar la relación metodológica entre una y otra. Para los primeros historiadores profesionales era evidente que el oficio de erudito stricto sensu se enmarcaba en unas coordenadas . precientíficas en las que predominaba la mentalidad de descubridor; se basada en la búsqueda de la fuente más antigua dejando en un segundo plano o marginando su contenido, según la acepción clásica del término «erudición» como «retorno a las fuentes antiguas»47. El reconocimiento expreso de la necesidad del trabajo del erudito, como primer paso en la investigación, se combinaba con el argumento de que la tradición erudita había sido incapaz de extender su metódica a la crítica interna de las fuentes porque carecía de unas normas fiables para la exégesis filológica del material histórico que la tradición germana, en cambio, había comenzado a descubrir desde la Ilustración 48 . De hecho, en España y Francia la llegada a la madurez de la ciencia filológica sólo aconteció cuando quedó definitivamente incorporada la tradición erudita al modelo de la historiografía profesional y universitaria. En España más en concreto, no fue apenas el marco académico de la época de Cánovas el que actuó de recipiendario de la ciencia filológica, sino el Centro de Estudios Históricos, con Ramón Menéndez Pidal, 45 [bid., pp. 173-174; Ch. O CARBONELL, Histoire et historiens. Une mutation idéologique des historiensfranr,;ais, 1865-1885. Toulouse, Edouard Privat, 1976, pp. 413-415. 46 Vid. G. PASAMAR e 1. PEIRÓ, «Los inicios de la profesionalización historiográfica en España (Regeneracionismo y positivismo)>> en Historiografía y práctica social en España. Zaragoza, Prensas Universitarias, 1987, pp. 7-10. 47 Ref. en B. BARRET-KRIEGEL, La défaite de l'érudition. París, P.U.F., 1988, p. 23. 48 Ch. V. LANGLOIS, Ch. SEIGNOBOS, Introducción a los estudios históricos. Buenos Aires, La Pléyade, 1972, pp. 90-116. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 205 mediante la Historia metódica y el seminario histórico a comienzos de nuestro sigl0 49 . Pero la formulación de una metodología propia exigía su justificación social. Eso conducía a replantear el problema del valor social de la Historia en términos distintos a las tradiciones liberales clásicas. Cuando Benedetto Croce a comienzos de nuestro siglo (1914) acuñó aquella célebre frase de «toda la verdadera historia es historia contemporánea», en realidad no pretendía establecer ninguna declaración de tipo antihistórico, sino todo lo contrario. Se apoyaba en la tradición de una historiografía profesional que venía predicando la diferencia entre la «crónica», o el mero producto de la pesquisa erudita, y la «Historiografía», es decir, la Historia metódica consciente de la dimensión social del propio conocimiento. Sólo que Croce aplicaba la suficiente coherencia teórica como para deducir de dicha premisa no ya ese equilibrio entre objetividad y valor social del conocimiento histórico, sino precisamente la importancia de la recreación intelectual del historiador y la posibilidad de escribir una historia intelectual de los historiadores 50 . En las tradiciones que recibieron la Historia metódica antes de la Gran Guerra, sólo contados autores como John Bury, Enri Berr, el propio Croce o algunos historiadores norteamericanos fueron capaces de reconocer que la relevancia social de la Historia se contradecía con los afanes «objetivistas» del ideal del historiador profesional. Pero la primera de las dos premisas, la del valor contemporáneo de la Historia, era algo «reconocido» entre los profesionales. De hecho, podemos observarla hasta en el propio manual de Langlois y Seignobos cuando éstos diferenciaban la Historia herramienta de la prognosis política y la Historia metódica como elemento intelectual del presenteS l. La historiografía británica es todavía más ilustrativa a este respecto ya que los primeros profesionales del otro lado del Canal tuvieron que enfrentarse con la «interpretación whig de la Historia». La insistencia de aquéllos, a comienzos de siglo, en que la Historia era «una ciencia» implicaba un significado añadido: combatir la concepción de la Historia como aliada de la retórica y de la prognosis. Resulta interesante el Discurso de J. Bury en su toma de po49 J. PORTalES. Medio sir<lo de Filología espaiiola. 189ó-1952. PosiTirismo e idealismo. Madrid. Cátedra. 1986. pp. 45 Y s,. l 10 Y ss. 50 B. CROCE. Teoría e historia de la hi.\roriografía. Buenos Aires. Imán. 1966, pp. 11-13, 17,37,43-46. En esta línea. como reflejo de la historiografía profesional y no como una mera reflexión «filosófica». interpreta D. Cantimori el concepto crociano de «Historiografía» «<Historia e historiografía en Benedetto Croce» en Los hísToriadores y la Historia. Barcelona, Península. 1985. pp. 248-249). 51 Vid. Ch. V. LASGLOIS. Ch. SEIGSOBOS. o.c., p. 325. 206 Gonzalo Pasamar Alzuria sesión como catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cambridge (1902), quien recalcaba que «aún no se ha vuelto superfluo insistir en que la historia es una ciencia, ni más ni menos»; y quien, con una coherencia teórica inusual entre los primeros profesionales, veía la relación entre la «Historia como ciencia» y el valor práctico de la misma en la conciencia de la «idea de progreso» (sobre la cual, años más tarde, escribiría un conocido ensayo)52. Pero donde se puede observar la conciencia de la Historia metódica de saberse una disciplina de grandes posibilidades, una disciplina-eje, es en el intento de ubicar el lugar de la «filosofía de la historia». Para los historiadores profesionales el término «filosofía de la historia» arrastraba un significado completamente equívoco; o, si se quiere, en el último tercio del XIX tenía varios significados difíciles de delimitar. Conservaba todavía algo del que le confiriera Voltaire un siglo antes para mostrar la novedad de su Essai sur les moeurs o de su «Histoire raisonnée»: una reflexión polémica sobre la novedad de la Historia filosófica. Así, el término evocaba el comentario acerca de las garantías del «philosophe» en la crítica de fuentes referidas a las categorías del «espíritu de los tiempos», la «perfectibilidad» o «la naturaleza humana». A esas garantías se refería esencialmente Victor Cousin, uno de los mentores de la Monarquía de Julio, cuando en sus discursos sobre el eclecticismo filosófico decía que «la filosofía aplicada a la historia no es otra cosa que la crítica aplicada a la historia»53. Como ya hemos indicado, la Historia filosófica carecía de una metódica propia y la erudición no se ocupaba de todas la dimensiones de la Historia. Así, el término «filosofía de la historia» cubría, de modo completamente equívoco, el puesto de la reflexión metodológica. No ha de sorprendernos que el más importante de los eruditos profesionales de la época del Segundo Imperio, Ernest Renan, todavía cien años después reflexionase sobre la filosofía del método del historiador en términos voltairianos: «lejos de que los trabajos especiales [filológicos, arqueológicos] sean el producto de espíritus poco filosóficos, éstos son realmente los más importantes para la ciencia y los que suponen la más sólida filosofía», escribió en su Discurso de entrada en la Academia de Inscripciones en 1871 54 . 52 J. BURY, «La ciencia de la Historia» (\902) en F. STERN, ed., a.c., p. 221. Un comentario del planteamiento. en D.S. GOLDSTEIN, «1. B. Bury's Philosophy of History: A Reappraisal» en American Historical Review, 82 (\977), pp. 903-913. 53 H. TRONCHON, «Les études historiques et la philosophie de I'histoire aux alentours de 1830» en Revue de Synthese Historique, Tome 34, (déc. 1922), p. 48. 54 R. DussAUD, a.c., p. 237. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 207 Pero el término «filosofía de la Historia» evocaba un segundo grupo de acepciones, referidas al problema de los «fines de la Historia», que establecían un puente entre las interpretaciones teológicas clásicas, el pensamiento secularizado de la Ilustración basado en la idea del progreso y la filosofía idealista alemana 55 . Cuando Kant escribió, en 1784, «Parece una ocurrencia un poco extraña y hasta incongruente tratar de concebir una historia con arreglo a la idea de cómo debería marchar el mundo si se atuviera a ciertas finalidades razonables»56, se situaba en esta línea y planteaba cuál era el objetivo intelectual de esa reflexión: una filosofía de la historia como expresión de lo que debería ser el plan de la historia, como expresión de la idea de la historia. La «escuela histórica alemana», precisamente dejando a un lado esta problemática, pronto subrayó las diferencias entre el interés del historiador y el del filósofo. El terreno de polémica fue el concepto de «Historia Universal» (<< Weltgeschichte»), categoría decisiva en la fundamentación intelectual del Historicismo. La conocida frase rankeana «queremos presentar las cosas tal y como fueron», recogida en el «Prefacio» de Historias de los pueblos romano-germánicos de 1495 a 1514 (1824), significaba la crítica a la «historia magister vitae» en nombre de una Historia producto de la reunión de investigaciones, donde «naciones», «poderes» y personajes individuales se convertían en categorías inmanentes, cuya individualidad y valor ideal aseguraban en buena medida su propia significación 57 . Categorías que, a diferencia de la filosofía, podían ser descritas, pero no cabía acumularlas en conceptos susceptibles de tipologías o de configuración teleológica 58 . Una cosa era la mera «aspiración» a la Historia Universal, competencia del filósofo (<<Streben nach der Universalgeschichte»), y otra muy distinta los «estudios para la Historia Universal» (<<weltgeschichtlichen Bemuehungen») a través de cuyas conclusiones parciales el historiador debía llegar R. KOSELLECK, o.e., pp. 235-139. 1. KANT. «Idea de una Historia universal en sentido cosmopolita» (1794 J, en Filosofía de la Historia. México. F.C.E.. 1981, P 61. 57 L. R.-\NKE. «Prefacio.. a Historias de los pueblos romano-germánicos de 1494 a 1515 (1824) en F. STER:-';, ed.. o.e.. pp. 56-57. 58 L. RA:-';KE .•<Historia y filosofía •• en Pueblos y Estados en la Historia moderna. México, F.C.E., 1948. p. 519. Y Sobre las épocas de la historia moderna ( 1854 J. Madrid. Ed. Nacional, 1984, p. 79. Parecida delimitación respecto a la «filosofía de la historia» en J. G. DROYSEN, Historica. Lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la historia. Barcelona, 55 56 Alfa, 1983, pp. 332-333. Sin embargo. el autor, al igual que Ranke, aceptaba que debía ser competencia del historiador la realización de una «interpretación filosófica de la Historia», es decir, la búsqueda de ideas morales en los acontecimientos (lbid., 217-226). 208 Gonzalo Pasamar Alzuria lentamente a la elaboración de la Historia de los «pueblos romano-germánicos». Como se sabe, Ranke se tomó toda su trayectoria octogenaria como profesional para escribir su Weltgeschichte 59 . En el mundo académico latino de las décadas centrales del XIX nunca existió esa estricta separación disciplinaria. Cierto que el problema de las relaciones entre la «filosofía» y la «Historia» estuvo en las polémicas de la Francia orleanista. Michelet, por ejemplo, siempre consideró que la «filosofía de la historia» oficial -encarnada por Victor Cousin, intérprete de la obra de Hegel- con su dogmatismo impedía el estudio de la auténtica Historia. Su insistencia en que «la historia es la lucha de la libertad frente a la fatalidad»60, al calor de la Revolución de Julio de 1830, fue un modo de revolverse contra ese dogmatismo. El propio Michelet creyó haber traspasado el umbral del «filósofo» para convertirse en «historiador» en la medida en que fue capaz de hallar en las fuentes aquel simbolismo, aunque ello no impidió que sus adversarios le acusaran de dejarse llevar de su sentido filosófico. Ahora bien, incluso en ese ámbito de vagos contornos intelectuales de personalidades liberales, el historiador político y «philosophe» sabía diferenciar entre el hecho de establecer conjeturas o «leyes» para abordar el estudio histórico y el de preguntarse por el sentido trascendente de la historia. Narrar, tipificar o conjeturar acerca del decurso de la civilización era interrogarse sobre la legitimidad política; inquirir las finalidades ideales de la historia, como los filósofos alemanes objeto de recepción en Francia y en España, era reflexionar sobre cuestiones como la moral, la religión o incluso la estética. Por consiguiente, cuando los historiadores profesionales de finales de siglo utilizaban el término «filosofía de la historia» podían estar aludiendo a una diversidad de acepciones emparentadas entre sí, distintas, y enormemente desgastadas: la «filosofía de la historia» como «suplantación» de una metodología o como interés por las causas finales. Pero, además, la crítica de los historiadores todavía mezclaba una tercer com- . ponente que añadía un equívoco más al empleo del término, al incluir también en ese saco las ideas positivistas de tipo filosófico. Ya la lectura de la History of civilization in England (1856-61) de H. Th. Buckle, por 59 La distinción entre ambas formas de abordar la «Historia Universal», en E. RAGIONIERI, La polemica su la Weltgeschichte. Roma, Ed. di storia e letteratura, 1951, p. 63. Además, L. KRIEGER, «Elements of Early Historicism: Experience, Theory, and History in Ranke» en History And Theory, XIV, 4(1975), pp. 9-13. 60 J. Michelet, Introduction a I'Histoire Universelle (1831) (en J. Michelet, Choix de textes et préface par René Bray. Fribourg, Librarie de l'Université, 1913, p. 31). La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 209 ejemplo, mereció a William Stubbs, uno de los primeros profesionales británicos, una opinión de ese tipo: «no creo en la filosofía de la historia y por lo tanto no creo en Buckle»61. De hecho, la recepción de la Historia metódica había estado acompañada en la segunda mitad del XIX del auge de las doctrinas positivistas que fueron sustituyendo a las filosofías de la historia de tipo romántico e idealista; doctrinas, herederas de la Ilustración, que aspiraban a desarrollar -y a denominar de otro modo- la idea de una Historia «ciencia de leyes» capaz de predecir el decurso de la sociedad; auténticas predecesoras de las teorías de la modernización de nuestro siglo (Spencer, Buckle, Comte, Taine, etc). Su difusión cultural había sido tan rápida que en Francia, ya a finales del Segundo Imperio, la «idea del progreso» evocaba un auténtico tópico. Como dijo un escritor contemporáneo, «Progreso es la eterna etiqueta que se pone en cabeza en todas nuestras leyes, como la oficina de correos pone el mismo sello en todas las cartas»62. Normalmente todas esas concepciones criticaban la erudición histórica (la «vana erudición» a la que se refería Comte), evocaban el ideal del historiador filosófico, de la Historia «conjetural» (la tradición escocesa dieciochista que los positivistas ingleses aspiraban a recuperar), e incluso exigían su actualización lamentando que la Historia se hallase todavía «demasiado» lejos del ideal de las ciencias de la naturaleza63 . Así se comprende también que la reacción de la «escuela metódica» ante estas filosofías cientificistas fuera la de afianzarse en la necesidad del «método histórico» negando que el carácter científico de la Historia se debiese a la posibilidad de enunciar «leyes históricas». Langlois y Seignobos criticaron a Fustel de Coulanges el uso equívoco de metáforas cientificistas que parecían asemejar la Historia a las ciencias naturales 64 . Aulard y Mathiez acusaron a Taine, en sus polémicas sobre la Revolución francesa, de imitar al naturalista clasificando los hechos históricos en especies y familias. pretendiendo descubrir «relaciones fijas»65. Para los profesionales el estatuto científico de la Historia se basaba en una metodología propia, en el equilibrio antes aludido, en la 61 Cit. por G. P. GOOCH. Historia e historiadores en el siglo XIX. México. F.C.E., 1942, p.347. 62 H. Tronchon.. o.e.. p. 66. 63 Vid. por ejemplo, H. Th. BL:CKLE. «Introduclion» a Histon' of Civi/ization in England (1856-61) en F. STER'i. ed.. o.e., pp. 125-126. La referencia de A. COMTE en Discurso sobre el espíritu positit"O (1844). Madrid. Alianza. 1980. pp. 32.44 Ypassim. M Ch. V. LA:'o<GLOIS. Ch. Seignobos. o.c.. pp. 160-161. 212-213; F. HARTOG, o.c, pp. 166-167. 65 Ref. en J. FRIGL'GLlETTI, Albert Mathiez. historien révolutionnaire, 1884-1932. París, Sociélé des Éludes Robespierrisles. 1974. p. 68. 210 Gonzalo Pasamar Alzuria posibilidad de asegurar la función social del conocimiento histórico mediante un método socializable, no mediante el viejo ideal de la Historia filosófica que entendía el conocimiento del pasado como una ciencia basada en la «observación» y capaz de enunciar «leyes». De hecho, los debates de comienzos de nuestro siglo sobre «el carácter científico de la Historia» tuvieron mucho de discusión nominalista y fueron un reflejo indirecto de la decadencia del concepto aristotélico y newtoniano de «ciencia». Quienes estaban más dispuestos a tomarse en serio la definición clásica (la ciencia como el dominio de lo general) negaban que la Historia fuese una «ciencia». Quienes se hallaban más proclives a aceptar recientes definiciones filosóficas, o buscaban un planteamiento más pragmático, no tenían inconveniente en admitir la expresión «ciencia de la Historia»66. Pero lo cierto es que para todos la Historia era una disciplina metódica, capaz de abarcar una diversidad de funciones, sobre la que debía pivotar el resto de las ciencias sociales. La conciencia de disciplina-eje de esa Historia se refleja una vez más en el hecho de que los tratados de metodología histórica intentasen fijar la posición de la Historia respecto a la filosofía con significativas novedades: reservando un lugar suplementario para esa «filosofía de la historia» que, fuese una expresión que debiera perder sus acepciones más anticuadas o pudiera actualizarse, no era competencia directa y a corto plazo del historiador, pero tampoco se situaba completamente fuera de su horizonte. En este segundo caso el término «filosofía de la historia» aludía a la naciente Ciencia sociológica. Nada menos que en la Introducción a los estudios históricos de Langlois y Seignobos, podemos encontrar ya esa evocación a la «filosofía de la historia» o «Ciencia de la sociedad» como objetivo complementario del historiador a largo plazo 67 . En España, inquietos historiadores regeneracionistas llegaron a finales de siglo, incluso, a depositar sus esperanzas en una futura e imprescindible convergencia entre la Historia y la Sociología, o «ciencia inductiva, antiguamente filosofía de la historia (...) ciencia deductiva», en la definición de Manuel Sales y Ferré68 . Ideal de 66 Vid. al respecto R. ALTAMIRA, «La ciencia de la Historia» en Cuestiones modernas de Historia. Madrid, Aguílar ed., 1935 2 , pp. 125-149. 67 Ch. V. LANGLOIS, Ch. Seignobos, o.c., p. 234. 68 M. SALES y FERRÉ, Estudios de Sociología. Evolución social y política. Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1889, pp. 2-3. Otros testimonios de este ideal de sociología histórica en Eduardo ¡BARRA, «Progresos de la ciencia histórica en el presente siglo», Discurso leído en la solemne apertura del curso académico 1897 á 1898 en la Universidad de Zaragoza. Imp. de Ariño. 1897, p. 62; Y 1. RIBERA, Los orígenes del justicia de Aragón. Tip. Comas hermanos, Zaragoza, 1897. pp. 195 Ypassim. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 211 confluencia que no se materializó ni en Francia (con los «durkheimianos») ni menos en España cuando ya en los años de la Gran Guerra José Deleito Piñuela echaba de menos la influencia de Sales y Ferré en la profesión española 69 . Esa atención a la Sociología no debe sorprendemos. La recepción de la Historia metódica en Europa, a finales del XIX Y comienzos del XX, coincide con el ingreso de las primeras Ciencias sociales. y de la reflexión epistemológica apoyada en ellas, en el ámbito universitario. En el peculiar mundo de los «mandarines alemanes» universitarios de la segunda mitad de siglo, las escuelas filosóficas habían descubierto el interés por la epistemología histórica a través del examen de las peculiares «ciencias del espíritu», soslayando o rechazando completamente nuevas ciencias como la Sociología, o tomando en consideración dominios que en el mundo latino pertenecían a las «Bellas Artes»; pero esto no aconteció en las demás tradiciones. Cuando W. Dilthey clasificaba las Geisteswissenschaften se refería a «la historia, la economía política, las ciencias del derecho y del estado, la ciencia de la religión, el estudio de la literatura y de la poesía, de la arquitectura y de la música, de los sistemas y concepciones filosóficas del mundo, finalmente, la psicología», pero desestimaba la Sociología70 . Como es sabido, en la Alemania de finales del XIX lejos de producirse una reacción defensiva o una «atracción» por parte de los historiadores ante las «escuelas sociológicas», como ocurrió en Francia y en cierto modo también en España, sucedió justamente lo contrario, tal y como demuestra el caso Lampreche l . A diferencia de la tradición germana, el historiador universitario latino tenía ante sí a las nacientes «escuelas sociológicas». En Francia la publicación del ensayo de Langlois y Seignobos coincidió con el inicio 69 J. DELEITO PI:\;L"ELA: La enseñan~a de la Historia en la Universidad española, y su reforma posible. Discurso leído en la solemne apertura del curso académico 1918 á 1919 de la Universidad literaria de Valencia. Valencia. Tip. Moderna á cargo de Miguel Gimeno (sin fecha de ed.). pp. 66-67. 70 W. DILTHEY. «Estructuración del mundo histórico por las ciencias del espíritu», en Obras de W. DiltheY. Vol. VII ( 1923). México. F.C.E.. 1978. p. 100. En su Introducción a las ciencias del espíritu (1883) hacía alusión a las siguientes: como ciencias maestras. la psicología (descriptiva) y la antropología o etnología; relacionadas con ambas. las de la economía política, la religión. el derecho, la ética. las ciencias del Estado. y la Historia; a diferencia de ésta última, la filosofía de la historia y la sociología «no son verdaderas ciencias» «<Introducción», Obras de W. Dilthev, o.c.. vol. 1.. pp. 13-120). 71 Vid. G. G. IGGERS. The German Conception of History. The National Tradition of Historica/ Though fmm Herder to the Presento Midd/erown. Conneticu!. 1983 2• pp. 144-159. 197-200. 212 Gonzalo Pasamar Alzuria de una importante polémica entre sociólogos e historiadores sobre el «carácter científico de la Historia»; polémica a la que los padres de Annales dieron mucha importancia como prefiguración de lo que sería, unas décadas más tarde, su propia propuesta. En ese debate los discípulos de Emile Durkheim, quienes propugnaban subordinar la Historia a la naciente Ciencia sociológica, recibieron una respuesta de los historiadores asentadora de la premisa del valor-eje del «método histórico» para todas las Ciencias sociales: básicamente, la tesis de El método histórico aplicado a las ciencias sociales (1901), de Ch. Seignobos, obra que traspasó los Pirineos y vino a influir en los historiadores regeneracionistas 72. El tantas veces mentado planteamiento de Enri Berr sobre la Synthese en histoire (1911) en realidad fue un intento de concluir la polémica, sin mucho éxito en la práctica, pretendiendo conciliar los intereses de historiadores y sociólogos 73 . Pero esta polémica se consideró un precedente tan importante porque obligó a los historiadores a ocuparse de dimensiones «metodológicas» sobre las que habían incidido muy poco todavía, como los problemas de la conceptualización o del valor integrador de la Historia. Más aún, para los historiadores la defensa del método histórico implicaba tácitamente una estrategia, constitutiva en cierto modo de la filosofía de fondo de posteriores polémicas: afirmar el valor de la Historia como disciplina específica y central ante las Ciencias sociales, cuyos contenidos conceptuales específicos pueden ser instrumentos auxiliares, pero que por sí mismos son incapaces de llegar a representar las grandes categorías históricas, competencia de la Historia, y por lo tanto no constituyen la base del carácter científico de ésta. De hecho, esta estrategia la podemos hallar implícita en las más importantes corrientes historiográficas de nuestro siglo y sólo recientemente ha sido puesta en duda por tendencias revisionistas como la Cliometría, la Sociología histórica anglosajona o determinadas formulaciones de la Historia antropológica. 72 Vid. por ejemplo, Julián RIBERA, Lo científico en la Historia. Madrid, Imp. P. Apalategui, 1906, pp. 105-106. 73 M. REBERIOUX, «Le débat de 1903: historiens et sociologues» en Ch. CARBONELL y G. LIVET, Au berceau des Annales. Le milieu strasbourgeois. L'Histoire en France au début du xxéme siecle. Presses de I'Institut d'Études Politiques de Toulouse (1980), pp. 219-230. M. SIEGEL, «Enri Berr et la Revue de Synthese Historique» en [bid., pp. 205-218; L. ALLEGRA, L. TORRE, La nascita della Storia sociale in Francia. Dalla Comune alle «Annales». Torino, fondo L. Einaudi, 1977, pp. 95-126. B. ARCANGELl, M. PLATANIA, <<Introduzione: Enri Berr e la "Revue de Synthese Historique"» en Metodo storico e scienze sociali. La Revue de Synthese Historique (/900-1930). Roma, Bulzoni ed., 1981, pp. 9-38. La invención del método histórico y la historia metódica en el siglo XIX 213 En fin, la configuración del método histórico fijaba un punto de referencia básico e irreversible en las estrategias intelectuales de los historiadores. Incidir en el problema de la «construcción histórica» o en la premisa de que «toda historia es historia contemporánea» no sólo no impedía el nacimiento de nuevas escuelas históricas, sino que se convertiría en la base de las posteriores.