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Banco Mundial
Perpectivas para la Economía Mundial 2009:
Resumen del panorama general
Introducción
Las presiones en los mercados financieros de los Estados Unidos, que comenzaron a
surgir en el verano de 2007, se transformaron en una crisis financiera mundial de
grandes proporciones en el otoño de 2008: los mercados de crédito se congelaron; los
mercados de valores se derrumbaron y una seguidilla de insolvencias puso en peligro a
la totalidad del sistema financiero internacional. En un principio, el enorme volumen de
liquidez inyectado por los bancos centrales y el amplio espectro de medidas de
emergencia adoptadas por los gobiernos fueron insuficientes para contener la crisis.
La respuesta normativa, inicialmente vacilante, se ha vuelto cada vez más robusta. El
gobierno de los Estados Unidos aprobó un paquete de rescate por valor de US$700.000
millones y ha adquirido acciones en nueve bancos de primera línea y varios bancos
regionales importantes. Además, se han creado diversas garantías de deuda y de
depósitos. Al mismo tiempo, los gobiernos europeos han anunciado planes para inyectar
capital y adquirir activos bancarios por valor de unos US$460.000 millones, así como
garantías de deuda bancaria por casi US$2 billones. En la fecha del presente informe —
20 de noviembre de 2008—, los mercados permanecen volátiles a pesar de la naturaleza
enérgica de estas medidas y las señales de que las condiciones crediticias están
mejorando levemente en los países de ingreso alto. Los márgenes de las tasas de interés
de deuda tanto soberana como privada para países en desarrollo han seguido
aumentando, y un número cada vez mayor de países se ha visto obligado a solicitar
asistencia al Fondo Monetario Internacional (FMI).
En 2007, durante las etapas iniciales de esta crisis financiera, los efectos de la
conmoción financiera fueron relativamente moderados en los países en desarrollo.
Empero, al intensificarse la crisis en 2008 y especialmente desde mediados de
septiembre, se ha registrado un aumento de la aversión al riesgo (que brilló por su
ausencia durante el auge precedente), y los flujos de capital a los países en desarrollo se
han estancado. En consecuencia, las monedas de un amplio espectro de países en
desarrollo se depreciaron marcadamente y los precios de las acciones de mercados en
desarrollo han perdido casi todo lo ganado desde comienzos de 2008. Las ofertas
públicas iniciales de acciones han desaparecido, y las primas de riesgo han aumentado a
más de 700 puntos básicos sobre los bonos soberanos y a más de 1.000 puntos básicos
sobre la deuda de empresas de países en desarrollo. No se dispone de datos muy
recientes sobre el financiamiento bancario y la afluencia de inversión extranjera directa,
pero todo indica que estos flujos también han disminuido, aunque en menor medida.
Prácticamente ningún país, ni en desarrollo ni de ingreso alto, ha escapado al impacto de
la crisis generalizada; empero, los efectos han sido menores en los países que tenían
sólidas variables fundamentales cuando estalló la crisis. El deterioro de las condiciones
de financiamiento ha sido más grave en los países con grandes déficits en cuenta
corriente y en aquellos en los que se observaban señales de sobrecalentamiento y donde
la generación de crédito era insosteniblemente rápida antes de que se intensificara la
crisis financiera. De los 20 países en desarrollo cuyas economías han reaccionado más
abruptamente al deterioro de las condiciones (medido en función de la depreciación del
tipo de cambio, el aumento de los márgenes y la baja en los mercados de acciones), seis
pertenecen a Europa y Asia central y ocho a América Latina y el Caribe.
En este clima, las perspectivas de crecimiento de los países tanto de ingreso alto como
en desarrollo se han deteriorado sustancialmente, y no puede descartarse la posibilidad
de que se produzca una grave recesión mundial.
Aunque se logre controlar rápidamente la ola de pánico que ha inundado los mercados
de crédito y acciones de todo el planeta, la crisis causará probablemente una marcada
desaceleración de la actividad a raíz del desapalancamiento que ya se ha producido en
los mercados financieros y que se prevé continuará. En el pronóstico básico que se
incluye en este capítulo, se estima que el endurecimiento de las condiciones crediticias,
la menor afluencia de capitales a los países de ingreso mediano y la marcada
disminución de la demanda mundial de importación serán las principales causas de la
desaceleración de la economía en los países en desarrollo. Se prevé que, en 2009, la
demanda de importación disminuirá 3,4% en los países de ingreso alto, mientras que los
flujos netos de deuda y capital privados destinados a países en desarrollo disminuirían
de US$1 billón en 2007, a unos US$530.000 millones en 2009, o del 7,7% al 3% del
producto interno bruto (PIB) de los países en desarrollo. En consecuencia, se estima que
el ritmo de crecimiento de las inversiones en los países en desarrollo disminuirá
marcadamente, y aumentará tan sólo el 3,5% en los países de ingreso mediano, en
comparación con un aumento del 13,2% en 2007.
Se cree que a mediados de 2008 comenzó una pronunciada recesión en Europa y Japón
y, recientemente, en los Estados Unidos. Según las proyecciones, esta recesión
continuaría durante 2009 y produciría en ese año una disminución del 0,1% del PIB de
los países de ingreso alto (Cuadro 1.1). En los países en desarrollo, se prevé que el ritmo
de crecimiento llegará al 4,5% en 2009, lo que representa una disminución respecto del
7,9% y el 6,3% registrados en 2007 y 2008. En general, se estima que el PIB mundial
aumentará tan sólo el 0,9% en 2009 (Gráfico 1.1), un ritmo inferior al registrado en
2001 y 1991, y ciertamente el más bajo desde 1970, cuando se comenzaron a registrar
los datos.
Dado que los países de ingreso bajo tienen menos acceso a los mercados internacionales
de capital, la desaceleración los afectará principalmente a través de mecanismos
indirectos, entre ellos la disminución de la demanda de sus exportaciones, la caída de
los precios de los productos básicos y la reducción de las afluencias de remesas. Se
prevé una marcada desaceleración del comercio internacional, dado que el volumen de
las exportaciones mundiales se reduciría en un 2,1% en 2009 —la primera vez que
disminuye desde 1982— y eclipsaría la caída del 1,9% que se produjo en 1975. Las
oportunidades de exportación para los países en desarrollo se evaporarán rápidamente a
raíz de la recesión en los países de ingreso alto y también debido a que están
desapareciendo los créditos a la exportación y se han encarecido los seguros de
exportaciones.
Según estimaciones, el crecimiento más lento de los países de ingreso alto ha
ocasionado una disminución de los flujos de remesas a países en desarrollo, que entre
2007 y 2008 cayeron del 2% al 1,8% del PIB de los países receptores. A nivel nacional,
la magnitud de la desaceleración dependerá fundamentalmente de la evolución del tipo
de cambio, dado que las recientes fluctuaciones en los tipos de cambio bilaterales
redujeron las variaciones previstas en las remesas denominadas en la moneda del
respectivo país receptor.
Según las proyecciones, la recesión en el crecimiento mundial causará una nueva baja
de los precios de los productos básicos y de la inflación, estimándose que los precios del
petróleo promediarán unos US$75 el barril (bbl) en 2009, y los precios de los alimentos
y metales disminuirán alrededor del 23% y el 26%, respectivamente, respecto de los
niveles medios de 2008. No obstante, los precios de los productos básicos se
mantendrán en niveles muy superiores a los extremadamente bajos registrados en los
años noventa.
La disminución de los precios de los productos básicos debería reducir la carga que
soportan algunos segmentos pobres (principalmente los habitantes de zonas urbanas),
cuyo poder adquisitivo ha mermado a raíz de los elevados precios de los alimentos y
combustibles (véase el Capítulo 3 de Perspectivas para la economía mundial 2009).i
Asimismo, la baja de los precios debería contribuir a reducir el nivel general de
inflación. Ciertamente, el rápido aumento de los precios de los alimentos y la energía
durante 2007 y el primer semestre de 2008, en conjunción con una merma de la
capacidad en muchos países (tras varios años de rápido crecimiento alimentado por una
abundante liquidez), ocasionaron un repunte del nivel general de inflación y de la
inflación básica en todo el mundo. El nivel general de inflación aumentó cinco o más
puntos porcentuales en la mayoría de los países en desarrollo. Para mediados de 2008,
más de la mitad de estos países registraban una tasa de inflación superior al 10%.
Esta crisis financiera y la prevista desaceleración abrupta del crecimiento mundial
llegan en momentos en que los países en desarrollo, en su conjunto, son más
vulnerables de lo que eran en el pasado reciente. El aumento de los precios de los
productos básicos ha incrementado los déficits en cuenta corriente de muchos países
importadores de petróleo llevándolos a niveles preocupantes (superan el 10% del PIB en
alrededor de un tercio de los países en desarrollo), mientras que las reservas
internacionales de los países en desarrollo exportadores de petróleo, que habían
aumentado considerablemente, ahora están disminuyendo como porcentaje de sus
importaciones. Por otra parte, la inflación es elevada y las posiciones fiscales se han
deteriorado tanto por razones cíclicas como debido a que se ha registrado un aumento
del gasto público para aliviar parte de la carga generada por el alza de los precios de los
productos básicos.
Aunque la recesión mundial será probablemente prolongada, ya se observan algunos
elementos de una eventual recuperación, entre ellos: una tendencia inicial a la
estabilización del sector de viviendas en los Estados Unidos; avances ininterrumpidos
en la renegociación de las deudas y un fortalecimiento de los balances generales tanto
en los bancos como en los hogares; una distensión gradual de las condiciones crediticias
a medida que los gobiernos anuncian paquetes de rescate y los inversionistas comienzan
a regresar a los mercados de acciones, cuyo valor se redujo marcadamente; aumentos de
los ingresos reales (derivados de la disminución de los precios de los alimentos y
combustibles) de las personas con propensión marginal al consumo relativamente
elevada, y mayor espacio para la adopción de políticas fiscales y monetarias a medida
que se reducen las presiones inflacionarias y, al mismo tiempo, disminuyen los
desembolsos gubernamentales por concepto de subsidios a los alimentos y
combustibles.
Aunque este sobrio panorama constituye un resultado probable, la situación sigue
siendo inestable y el espectro de resultados posibles es muy amplio, entre ellos un
escenario en el que la recuperación del crecimiento en 2010 no alcanza el nivel previsto
debido a la constante reestructuración del sector bancario, y a los efectos negativos en la
riqueza derivados de los bajos precios en los mercados de bienes inmuebles y valores.
También existe la posibilidad de que se produzca una recesión aún más profunda. Si el
congelamiento de los mercados de crédito no cede como se prevé en el pronóstico
básico, las consecuencias para los países en desarrollo podrían ser catastróficas. Las
condiciones de financiamiento se deteriorarían rápidamente, y sectores financieros
internos, aparentemente sólidos, se verían imposibilitados de obtener préstamos o no
estarían dispuestos a otorgarlos, tanto en los mercados internacionales como en los
internos. Este tipo de escenario se caracterizaría por una recesión prolongada y profunda
en los países de ingreso alto y por perturbaciones y turbulencias de gran magnitud, así
como quiebras de bancos y crisis monetarias, en un amplio espectro de países en
desarrollo. El crecimiento marcadamente negativo en varios países en desarrollo con
todas las consecuencias que implica, entre ellas el aumento de la pobreza y el
desempleo, sería inevitable.
Aunque está disminuyendo, la elevada inflación de los países en desarrollo todavía
constituye un problema, que se agravaría si el impacto de la actual crisis en la demanda
de inversiones de esos países es menos pronunciado, y el estímulo proporcionado por
varios paquetes de medidas fiscales y de rescate en los países de ingreso alto y en los
países en desarrollo propicia una rápida expansión de la demanda. En este tipo de
escenario, el crecimiento mundial seguiría siendo lento en 2009, lo que inicialmente
tendería a atenuar las presiones inflacionarias, pero cabría esperar que el crecimiento
retroceda mucho más abruptamente en 2010. Los países que tienen en la actualidad
grandes déficits en cuenta corriente y elevada inflación podrían sufrir un nuevo
recalentamiento de sus economías. En estas circunstancias, las políticas deberían ser
extremadamente prudentes pues, probablemente, las monedas de estos países seguirán
siendo sensibles a los cambios en las percepciones del mercado y al aumento de la
aversión al riesgo.
Las autoridades normativas afrontan el desafío de evitar una escalada de la crisis y
mitigar la desaceleración pero al mismo tiempo deben lograr una posición inicial
adecuada una vez que comience la recuperación. En el caso de los países en desarrollo,
ello implica responder rápida y vigorosamente a las señales de debilitamiento en los
sectores bancarios internos, así como solicitar asistencia internacional cuando sea
necesaria. También entraña aplicar una política anticíclica prudente, que incluya
estabilizadores automáticos, redes de protección social e inversiones en infraestructura
orientadas a resolver los obstáculos que se han convertido en graves impedimentos para
el crecimiento sostenible a largo plazo en muchos países.
Dado que en las circunstancias actuales se ha acrecentado la aversión al riesgo y los
inversionistas son más cautelosos, las autoridades normativas deben tener especial
cuidado de no asumir niveles de deuda excesivos o reaccionar muy agresivamente ante
la desaceleración mundial pues ello crearía las condiciones para una burbuja
inflacionaria. Si bien es importante que las autoridades normativas actúen rápidamente
cuando surge un problema, también es esencial que las medidas y las condiciones
relativas a la asistencia tengan por objeto superar algunas de las fuentes fundamentales
de debilidad. Caso contrario, se corre el riesgo de que los mercados y los contribuyentes
dejen de prestar apoyo a los esfuerzos de los gobiernos por limitar los alcances de las
perturbaciones en el corto plazo.
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