El bagaje cultural de Maupassant

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El bagaje cultural de Maupassant
por José Manuel Ramos González
(Extraído del libro “La Ecuación Maupassant”
Se volvía ocioso, irritable, a veces brutal. El barón
se preocupaba por sus estudios incompletos.
(Guy de Maupassant, Une Vie)
Tenemos que remontarnos a su más tierna infancia para establecer el bagaje cultural
de Maupassant, pues será su madre quién acometa en primer término, con no poco interés,
la educación de su hijo.
Laure de Maupassant es una mujer culta, conoce en profundidad a los clásicos y
adora a Shakespeare, al qué lee en inglés. Está muy influenciada, en ese amor hacia las
letras, por su hermano mayor Alfred, poeta en ciernes cuya prematura muerte no pudo
hacer cuajar la promesa literaria que éste era. Alfred fue su mentor y ella a su vez quiere
serlo de su hijo.
Pero solamente puede proporcionarle una educación humanística por lo que se ve
incapacitada para realizar con exhaustividad el seguimiento de los programas curriculares
que el muchacho tendrá que afrontar en un futuro inmediato, viéndose en la necesidad de
recurrir al sacerdote local Aubourg para que la ayudase en la educación de su hijo. Guy es
un niño dócil y al mismo tiempo inquieto y curioso, por lo que parece que los estudios, de
la mano de su madre y del cura, constituirán a la postre una sólida base para lo que venga a
continuación.
Como anécdota podemos citar que en aquella época era recomendable para los
escolares fortalecer la memoria (práctica corriente en nuestros escolares hasta hace bien
poco) realizando una serie de ejercicios al uso. Guy de Maupassant practicaba
memorizando los nombres y apellidos de las lápidas del cementerio que el sacerdote
Aubourg le hacía recitar a continuación. Más tarde confesaría que esta actividad le había
sido de mucha utilidad a la hora de elegir nombres para los personajes de sus historias.
Obviamente no se sabe cual fue el rendimiento académico en estos primeros años al
carecer de boletines de calificaciones, pero está claro que acabó leyendo y escribiendo
perfectamente, así como a iniciarse en los estudios de algunas lenguas clásicas, sobre todo
el latín, tomando también sus primeros contactos con el inglés.
Al no poder enseñarle otras disciplinas, sobre todo aquellas de de índole científico,
Laure opta por matricularlo, en calidad de interno, en el mejor colegio a su disposición en
aquel momento y que no estuviera demasiado alejado del domicilio materno: el seminario
de Yvetot.
Para un crío acostumbrado a corretear por la campiña y la playa, cuya única
concesión a la disciplina consistía en prestar atención a las lecciones impartidas por su
propia madre, exceptuando las ocasiones que se encontraba bajo la tutela más férrea del
sacerdote Aubourg, el enclaustramiento en el seminario le resulta insoportable.
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El niño es dócil e introvertido al principio. Sus profesores lo tienen en buena
consideración y esperan mucho de él. Es muy bueno en redacción (anticipo de lo que sería).
Pero con el paso del tiempo, el rechazo a esa prisión va en aumento, a la vez que gana en
confianza con algunos compañeros y se toma más de una libertad con respecto a sus
profesores. En esa época comienza a componer poesías y a cometer algunas pequeñas
travesuras que constituirán el inicio de una actitud anticlerical que mantendrá veladamente
casi toda su vida.
En una de las redadas efectuadas por los vigilantes del internado es sorprendido con
una pieza poética en la que califica la vida del seminario de infierno, lo que provoca su
expulsión. En realidad se trata de una expulsión deseada ya que regresa feliz a sus campos
y a sus playas. Años más tarde, Laure, para salvaguardar el prestigio de su hijo ya famoso,
diría que lo tuvo que sacar de allí porque los curas se negaban a concederle una bula para
comer carne en cuaresma, algo que le resultaba necesario para su delicada salud. Laure
siempre intentó justificar cualquier acto o situación comprometida en aras a mantener
impoluta la imagen de su querido hijo.
Después de este episodio es enviado al Instituto de Ruán donde acaba el
bachillerato sin contratiempos y donde comienza a fraguarse su afición a las letras,
principalmente a la poesía, en la que tiene como modelo a Louis Bouilhet, poeta y
bibliotecario municipal de la ciudad y amigo de Laure y Flaubert. La muerte de Bouilhet,
semanas antes de finalizar su bachillerato, constituye un duro golpe para el adolescente.
Tras obtener el título de bachiller, se traslada a París matriculándose, pese a la falta
de vocación con la que acomete la carrera, en el primer curso de la Facultad de Derecho,
curso que se ve interrumpido por el comienzo de la guerra franco-prusiana de 1870, fecha a
partir de la cual ya no volverá a retomar ningún tipo de estudio reglado.
Es de destacar que a lo largo de su vida sus lecturas, al igual que sus estudios, se
circunscribieron manifiestamente al ámbito de las Letras: estudios clásicos en un Seminario
donde la filosofía era materia fundamental, junto con la redacción y oratoria. En el Instituto
de Ruán, sabemos por una carta que se matricula en Retórica y Filosofía. Por último elige
una carrera universitaria eminentemente humanística: Derecho.
¿A qué lugar relega a las Ciencias?
Sabido es que en el siglo XIX se produce el estallido del positivismo científico. La
Medicina, la Biología y el mundo de la Tecnología brillan con luz propia comenzando a dar
unos frutos espectaculares. Thomas A. Edison inventa en 1875 el aparato precursor de la
fotocopiadora, en 1877 el fonógrafo, y en 1879 la lámpara incandescente, que Maupassant
llegaría a conocer, aunque prefería la luz de gas para escribir. La Ingeniería es otra
disciplina puntera en el siglo XIX; el 31 de marzo de 1889 se inaugura en París la
Exposición Universal conmemorativa de la Revolución Francesa. Su mayor y más
polémica atracción resulta ser el levantamiento en pleno centro de la ciudad de la torre
Eiffel, diseñada y construida por el ingeniero Gustave Eiffel, y a la que Maupassant
aborrece tildándola de horroroso esqueleto de hierro. En Medicina, Louis Pasteur
administra la vacuna contra la rabia por primera vez el 6 de julio de 1885 al joven Joseph
Meister, que había sido mordido 14 veces por un perro. En Psiquiatría el Doctor JeanMartín Charcot era mundialmente famoso y sentaba a su mesa a las celebridades médicas,
artísticas, literarias y políticas en el transcurso de las veladas de los martes (tertulias
conocidas como “los martes de Charcot”) que tenían lugar en La Salpêtrière, famoso
hospital del bulevar Saint Germain. Sus lecciones clínicas atrajeron a numerosos
espectadores, entre los que se encontraba el propio Maupassant.
Maupassant admira las Ciencias por lo que representan de progreso para la
humanidad, pero las ve como algo inasequible, no pudiendo digerir las enseñanzas
científicas. Se sabe que aborrecía las matemáticas, y que cuando tenía que hacer uso de los
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números en su época de funcionario del ministerio de Marina, sufría atrozmente, aunque
este padecimiento estaba sin duda derivado de la naturaleza burocrática de un trabajo que
nunca le gustó y no precisamente de una aversión explícita hacia los números, ya que
mostraba una gran diligencia, casi con una competencia de avezado contable, cuando se
trataba de velar por sus intereses financieros, o a la hora de reclamar sus emolumentos a las
editoriales, con las que, como, buen normando que era, siempre mantuvo una estrecha y
férrea vigilancia, tanto en aras a una mejor distribución y venta de su obra, como a la
recepción en fecha de las cantidades que ésta le generaba. Y en esa ocasión no se limitaba a
solicitar tal o cual cantidad, sino que se tomaba la molestia de detallar a sus deudores,
mayoritariamente pacientes y sufridos editores, con todo lujo de detalles, los conceptos y
las cantidades parciales, concluyendo con el saldo final que se le debía remitir. En
consecuencia, usaba los números con finalidades prácticas, y lo hacía muy bien. Así pues,
sus carencias científicas no le suponían un contratiempo en ningún sentido.
Y aunque trataba de rodearse de hombres de ciencia, su formación en este ámbito
era pobre.
¿Dónde reside aquí el misterio? ¿Cuál es la razón de considerar una incógnita de
nuestra ecuación sus aparentemente normales estudios?
Circula todavía una leyenda que afirma que Maupassant era un escritor que carecía
de cultura.
Hay estudiantes mucho más brillantes, a la vista del expediente académico de
Maupassant, que no sobresalen en ningún ámbito de la vida, sea porque su vida profesional
adquiere unos derroteros en los que la popularidad no es un parámetro a considerar, o sea
porque su actividad intelectual queda estancada por falta de disciplina, pereza u otros
avatares de la existencia. ¿Por qué Maupassant fue un literato universalmente reconocido
con tan poco? ¿Cuál fue su bagaje intelectual y cultural? Aparentemente normal y dentro
de una educación de lo más común según acabamos de ver. ¿Dónde reside su potencia
creadora?
Las celebridades que conocieron al joven Maupassant cuando éste escribía poesías
y acudía a casa de Flaubert lo consideraban un muchacho introvertido que mantenía un
comportamiento educado y discreto, manteniéndose al margen de las conversaciones de los
grandes: Goncourt, Zola, Tourgueneff, etc. La presencia de Maupassant en la residencia de
Flaubert se debía a la tutela que el ermitaño de Croisset ejercía sobre el muchacho con
motivo de la amistad que durante su juventud había mantenido con los hermanos Le
Poittevin, Laure y Alfred. La prematura muerte del segundo supuso un duro golpe para
Flaubert que había reforzado su amistad con Laure tras la separación conyugal de ésta.
Laure le escribía frecuentemente agradeciéndole efusivamente el trato dispensado a su hijo,
evocando recuerdos de épocas pasadas en compañía de Alfred, que dejaban un agridulce
poso de nostalgia en Flaubert.
Maupassant resultaba tan indiferente a los tertulianos de Croisset, que cuando
obtuvo su primer fulgurante éxito con el relato Bola de Sebo, todos quedaron atónitos,
confesando, entre otros, Tourgueneff, Zola y Goncourt, que en ningún momento habrían
podido imaginar que aquel muchacho tímido hubiese podido tener algún talento.
Resulta elocuente el comentario de Zola en el discurso pronunciado ante la tumba
de Maupassant con motivo de su inhumación en 1893:
[...] Conocí a Maupassant hace ya veintiocho años, en casa de
Gustave Flaubert.(...) Nos escuchaba durante toda la tarde, emitiendo apenas
una palabra de vez en cuando.(...) Nadie podía imaginar que algún día
pudiese llegar a poseer talento. Y luego irrumpe Bola de Sebo, esa obra
maestra, esa obra perfecta de ternura, de ironía y de audacia. En su primer
golpe, producía la obra decisiva, clasificándose entre los maestros. Fue una
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de nuestras grandes alegrías; pues se convirtió de pronto en nuestro hermano,
de todos aquellos que lo habíamos visto crecer sin sospechar su genio.
Obsérvese lo que dice Alphonse Daudet:
Si ese muchacho normando, de poderoso cuello, me hubiese
consultado como tantos otros, sobre su vocación, le habría respondido sin
dudar: «No escriba.»
Más lapidarias resultan las palabras de Léon Daudet, hijo del anterior, acerca de
Maupassant, cuando en 1950 manifiesta:
Su falta de cultura era flagrante y su talento mediocre. No pienso
demasiado en él, y mi caso es el de casi todos mis contemporáneos
cultivados.
Aunque este último juicio, emitido tras la muerte de nuestro autor, deja entrever las
polémicas, rencores, odios, envidias y opiniones demasiado colmadas de suficiencia o de
arrogancia que el escritor normando suscitó, pese a haber transcurrido un siglo desde su
nacimiento.
Todo este cúmulo de juicios o prejuicios dio lugar al biógrafo Pol Neveux a
establecer que Maupassant no había leído casi nada, y que sus conocimientos no superaban
los de un bachiller recién salido del colegio.
Por el contrario, Gerard Delaisement1 intenta probar a través del estudio de las
crónicas que Maupassant escribió en los periódicos de la época, que esa afirmación carece
de fundamento pese a haberse propagado hasta convertirse en clásica.
¿En qué medida influyeron sus estudios en su posterior obra literaria?
Unos, como acabamos de ver, afirman que muy poco, argumentando que su bagaje
cultural era escaso. Según éstos Maupassant leía poco y con los años menos a raíz de los
problemas con la vista, pero su gran capacidad de observación y una fina agudeza de oído,
le permitían obtener mucha información de las conversaciones.
Hoy en día, lo que Delaisement calificaba como un error clásico, parece estar
refutado completamente, llevando incluso la argumentación al extremo opuesto, y algunos
estudiosos opinan que esa falta de cultura se trata de un falso rumor propagado por sus
detractores, y que en realidad poseía una gran cultura clásica y era un ávido lector.
Una de las mayores valedoras de esta última opinión es la profesora Noëlle
Benhamou quién, basándose en las referencias intertextuales explícitas (epígrafes, citas,
etc.) e implícitas en la obra y en la correspondencia de Maupassant, reconstruye su
biblioteca virtual, obteniendo una cantidad considerable de obras supuestamente leídas o al
menos conocidas por él.
Una vez más, volvemos a tener dos hipótesis enfrentadas.
Sin ánimo de ser conciliadores, somos de la opinión que ninguna de las dos se
corresponde en absoluto con la realidad y trataremos de buscar un mayor equilibrio.
En primer lugar, la educación clásica de Maupassant procedía de las primeras
enseñanzas que su madre le procuró. Aunque Laure era una mujer culta, él era un niño, y
por tanto limitado en su absorción de los clásicos. Virgilio, Esquilo, Plauto... no son
precisamente las lecturas más apropiadas para esa edad. Durante su etapa de colegial,
probablemente no leería más que los preceptivos libros de lectura al uso, y en cualquier
1
Gérard Delaisement. Maupassant Journaliste et Chroniqueur, Ed. Albin Michel, París 1956, pág. 20.
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caso, por supuesto, la obra de Flaubert, no por la obra en si misma, sino por lo que su autor
tenía de allegado a su familia, pero no creo que La tentación de San Antonio, ni siquiera
Salambô, publicadas durante la infancia de Guy, fuesen fácilmente digeribles para un niño
de corta edad. Siendo adolescente y en plena juventud, su tiempo libre lo dedicaba al
ejercicio físico, al remo y a las francachelas en general, alternándolo más adelante con su
trabajo en el ministerio y sus labores literarias. Ya declinando su vida, los problemas de
acomodación oculares, como consecuencia de la enfermedad, no le permitían
prácticamente leer, debiendo reservar sus momentos de lucidez visual para dedicarse a su
trabajo: la escritura. Cuántas veces se quejó de sus ojos y de la imposibilidad de leer una
sola página. Incluso cuando la necesidad de leer algún texto o carta era imperiosa, recurría
a amigos, a su mayordomo François Tassart o a su amiga Clémence Brun-Chabas, que
ejercía como una especie de secretaria personal durante las temporadas que Maupassant
pasaba en Étretat.
Pero no parece cierto que careciese de cultura tal como apuntaban Léon Daudet hijo
o Pol Neveux. Su obra nos prueba que poseía una cierta cultura, aunque, por citar a alguien
próximo, no era ni un ápice de la de Flaubert.
A falta de una sólida base cultural, fue el tesón y el duro ejercicio, al igual que un
pianista que se vuelve virtuoso a base de horas y horas de ensayo, lo que hizo al escritor.
Esa autodisciplina, tan difícil para algunos, no lo era tanto para un deportista acostumbrado
a los sufrimientos físicos, y Maupassant era un gran deportista.
Maupassant fue un albañil de las letras, no un arquitecto como Flaubert. Esto quizás
sea también la causa de que esté catalogado en la historia de la Literatura como un escritor
de segundo orden y que la mayoría de los críticos lo consideren un novelista impasible y
sin originalidad, un escritor fácil, sin amplitud de miras y de espíritu superficial.
Respecto a las críticas que Maupassant recibió en vida, y todavía hoy sigue
recibiendo cuestionándose su calidad literaria, me remito una vez más al siguiente párrafo
de la obra de Armand Lanoux:
«Esas agitaciones en torno a Maupassant corresponden a aquellos
que HACEN literatura. Los que la consumen no han sido nunca afectados.
Tanto por el libro como por las ediciones ilustradas o críticas, las bibliotecas
populares, los clubes del libro, los libros de bolsillo y las adaptaciones audio
visuales, cinco generaciones sucesivas han votado a Maupassant. El contraste
entre los reticentes con aquellos que REGENTAN la literatura y con el
apetito de los que la CONSUMEN, aparece como LA ÚNICA CONSTANTE
ABSOLUTA DEL PROBLEMA. A menos que se rechace todo valor al
juicio de los lectores, esta constante debería hacer reflexionar a aquellos cuyo
oficio es precisamente valorarlo. En su lugar, no solamente yo tendría mala
conciencia, sino que estaría preocupado.»2
Fue un escritor tardío, y si no publicó ni creó nada importante con anterioridad a los
treinta años, tal vez fuese debido a que Flaubert se oponía a ello: ¡Es demasiado pronto!
¡No hagamos de él un fracasado!, le escribía a Laure, ansiosa por ver resultados.
Hay que señalar que Flaubert era un escritor de una rigurosidad extrema, y como
maestro y mentor no podía ser menos severo, siéndolo hasta límites insospechados consigo
mismo. Tal es así que escribir una página podía llevarle una semana de arduo trabajo,
tratando de que el ritmo fuese perfecto, leyendo en voz alta y arrojando a la papelera el
2
Armand Lanoux. Maupassant le bel ami. Librairie Fayard. Paris. 1967.
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trabajo de muchas horas si una sola palabra rompía la sonoridad. Alexandre Dumas hijo
decía de Flaubert que talaba un bosque para construir cada cajón de sus muebles3.
¿Cómo iba a ser Maupassant fácilmente bautizado en la religión del riguroso
maestro?, pues la literatura era la única religión de Flaubert.
A finales de 1876, Maupassant escribe a Catulle Mèndes con motivo de un trabajo
que publica en La Republique des Lettres, revista literaria dirigida por Mèndes:
(...) Flaubert es despiadado para este tipo de cosas- y seré severamente
reprendido por él, por algunas repeticiones y un abuso de frases incidentales
que el poco tiempo no me han permitido evitar (...)4
De hecho la publicación de Bola de Sebo se realizó casi o enteramente a espaldas de
Flaubert.
Tal vez fuese este freno el factor determinante en la gestación de un artista a base
de tesón y trabajo ímprobo durante años bajo la dirección de un Flaubert que le hacía
corregir, tachar, borrar y rehacer, sacrificándolo a un ideal artístico más allá de cualquier
tipo de convención académica o sobrevalorado muy por encima de lo ordinario.
Una hermosa frase contenida en el tan citado libro de Armand Lanoux puede
contener el secreto a este misterio:
Guy de Maupassant es un hermoso ejemplo de un axioma
desconocido: vale más al escritor un poco de talento y mucho carácter, que
poco carácter y mucho talento.5
En el caso de Maupassant, nosotros reemplazaríamos la palabra carácter por la
palabra tesón.
Capítulo 3 del libro “La Ecuación Maupassant”
José Manuel Ramos González
[email protected]
Pontevedra 2009
Se autoriza la reproducción total o parcial de este artículo citando la fuente y el
autor.
3
Guy de Maupassant. Gustave Flaubert, crónica publicada en L’Echo de París del 24 de noviembre de
1890.
4
Carta a Catulle Mèndes. Octubre de 1876. (Carta #51)
5
Armand Lanoux. Maupassant le bel ami. Librairie Fayard. Paris. 1967.
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