la vida en plenitud

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DOROTHÉE SÖLLE
LA VIDA EN PLENITUD
La vita in pienezza, IDOC Internazionale, 14 (1983) 17-22.
Os habla una mujer alemana, cuyo país es uno de los de máxima concentración de
armas nucleares y cuya historia ha estado, a menudo, manchada de sangre. Quisiera
expresar algunos sentimientos que subyacen bajo la crítica y el dolor; la rabia que siento
contra mi propio país; el desaliento que encuentro al confrontar mi sociedad con la vida
del pobre de Nazaret, que no tenía ni armas ni riquezas. Este pobre de Nazaret nos
muestra la vida real del mundo y nos indica dónde debemos fundamentar nuestra fe en
Dios. Cristo es la exégesis de Dios, la manifestación que nos lo da a conocer (Jn 1,18).
No quiero hacer afirmaciones que sepan a imperialismo religioso como si en otras
religiones no se hallasen manifestaciones de Dios, en el sentido de un compromiso
incondicional con Jesús en favor de la vida y no de la muerte.
Cristo ha venido al mundo para que todos tengan vida y vida en plenitud. Es decir que
todos puedan vivir y encontrar aque llo que es necesario para vivir (Jn 10,10). Pero, ¿qué
es la vida en plenitud?, ¿dónde se realiza?, ¿quién la vive? Si miro al mundo veo dos
maneras de destruir la vida: pobreza exterior y vacío interior.
Pobreza exterior
Para más de dos tercios de la humanidad no existe una vida en plenitud; existe más bien
la pobreza, la vida al límite del hambre o de la muerte, la falta de todo: comida,
vestidos, casas, cuidado médico para los niños, agua que beber y sobre todo la
posibilidad de derrotar a los opresores. El primer mundo dicta acuerdos y sentencias que
son impuestos a los pobres para mantenerlos en una situación cada vez peor de lucha
por la supervivencia que no permite la realización de la plenitud de vida, la shalom de
Dios de que habla la biblia, una situación en que no exista la amenaza por parte de los
enemigos sino la alegría de una larga vida en el seno de una gran familia. "La vida en su
mano derecha y en la izquierda riquezas y honores" (Pr 3,16). La pobreza destruye esta
promesa destinada a todos.
Os leo la carta dictada por una mujer brasileña que no sabía escribir. "Me llamo
Severina, vengo del nordeste. Dos de mis hijos han muerto porque no tenía leche. En mi
país un día he visto llevar al cementerio 42 pequeños ataúdes. Mi pobre cuñada ha
tenido 17 hijos: tres están vivos; los otros han muerto, todos antes de los 4 años. De los
3 que han sobrevivido, dos no son normales. He estado a todos sus partos; a menudo no
había ni un solo trozo de ropa limpia para envolver al bebé. Así sucede en miles de
familias: de diez a quince nacidos sobreviven cinco o seis. Y vienen los sacerdotes a
decirnos que los niños muertos son una corona de ángeles que nos esperan en el cielo.
Pero, ¿os podéis imaginar lo que significa para una mujer llevar un hijo durante 9 meses
y llorar porque casi con seguridad sabe que no lo verá crecer?... ¿Qué se entiende,
entonces, cuando se habla de dignidad humana? Claudia y Vera leen en el evangelio que
Cristo ama la pobreza pero no tal sufrimiento humano. Ser pobre no significa no tener
más que agua y azúcar para el niño y dárselo sabiendo que con todo morirá".
DOROTHÉE SÖLLE
Cristo ha venido al mundo para que todos tengan vida y en abundancia. El
empobrecimiento absoluto es un crimen en un mundo, técnicamente desarrollado, que
destruye la gente física, espiritual, intelectual y religiosamente, envenenando la
esperanza, matando la fe. Entre Cristo y la gente desesperadamente pobre se pone la
explotación, el pecado del rico que busca destruir la promesa de Cristo, expresada en
sus palabras: "Yo soy la puerta, quien viene al rebaño a través de mí será salvado.
Entrará, saldrá, encontrará pastos. El ladrón viene solamente para robar, matar, destruir;
yo he venido para que los hombres tengan vida y la tengan en plenitud (Jn 10,9-10).
Cristo y "el ladrón se oponen. El ladrón quiere explotar al pobre para matarlo. Cristo
trae la plenitud de vida. Pero sería infantil un cristianismo que se limitara a esperar la
venida del ladrón o la de Cristo. No podemos no estar implicados o en la destrucción o
en la plenitud de vida. O somos de Cristo o somos del ladrón. Si permanecemos
simplemente víctimas o espectadores de esta lucha por la justicia, inevitablemente
estamos favoreciendo al ladrón y a sus crímenes. En cambio, uniéndonos a la lucha por
la justicia tomaremos parte en el plan creativo de Dios que nos da la tierra y la vida para
que todos vivamos en plenitud.
Vacío interior
La vida en toda su plenitud es imposible para el que está forzado a vivir en absoluta
pobreza. Tampoco en el rico primer mundo se encuentra la plenitud de vida: se da un
vacío creciente. El obstáculo serio entre Cristo y las clases medias del primer mundo es
el vacío espiritual. La ausencia del sentido de la vida está ahora difundido por las masas
del primer mundo industrializado: nada satisface, nada impresiona, las relaciones
interpersonales son superficiales, las esperanzas no van más allá del fin de semana.
La plenitud de vida, en cambio, conlleva trabajo y amor. Para muchos del primer
mundo, la vida no es mas que una larga muerte. Las píldoras disminuyen el dolor y las
emociones. La vida no es más que una conquista. No existe alma sino cálculo. Belleza y
felicidad han sido sustituidos por el interés. Estamos vacíos y al mismo tiempo llenos de
bienes superfluos. Hay desproporción entre los bienes que poseemos y el vacío interior.
Cristo ha venido para que tengamos plenitud de vida, el capitalismo transforma todo en
dinero: ésta es la muerte que nos espera. Pensad un momento en un atasco de tráfico;
cada uno sentado en una lata móvil, buscando camino lenta y agresivamente. La
frustración y el odio son las reacciones normales. Es toda una imagen de la vida de los
países ricos.
En el evangelio se lee que el hombre rico que parecía poseer la plenitud de la vida
porque tenía bienes, en realidad está atrapado por su vacío. La vida lo había tratado
bien. Pero sus preguntas iban más allá de los bienes materiales: ¿qué hacer de la vida?,
¿cómo heredar la vida eterna?, ¿cómo hacer que mi vida sea más decidida, menos
ambigua?, ¿cómo huir del vacío de mi existencia?
Hace poco he leído una carta que podría haber sido escrita por el hermano del rico:
"Tengo 35 años, soy un dependiente público, casado y con dos hijos. Hasta ahora un
matrimonio feliz. Tengo todo aquello que necesito; un buen sueldo, hijos que están
bien, todo en su sitio. Pero de un tiempo a esta parte me siento mal, me falta algo.
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Alguna vez pienso que tengo que tirar todo y tengo que volver a empezar; pero no tengo
fuerza. No se puede deshacer uno de todo aquello de que se ha proveído". La carta
acaba con la pregunta: "¿Qué hacer?".
Veo dos rostros delante de mí: este funcionario de Alemania Federal y el joven rico del
evangelio. Tienen todo pero les falta algo. Son buena gente, no roban, no matan, son
amables. Quieren hacer alguna cosa útil, quieren también la vida eterna.
Marcos dice que Jesús miró al joven rico con amor (Mc 10,21). Jesús quería impulsarle,
y con él a todos y cada uno de nosotros, a una vida de mayor plenitud. También el joven
alemán quiere mayor plenitud de vida y es consciente del vacío. Pero se equivoca al
pensar que la vida eterna es un objeto más a poseer. Jesús destruye este género de
espera: tú tienes demasiado no te falta de nada.."Vende todo lo que tienes y dáselo a los
pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sígueme (Mc 10,21).
Hoy, mucha gente busca una nueva espiritualidad, tienen de todo pero buscan algo más:
satisfacción religiosa, sentido de la vida, comida para el alma, consolación; todo esto,
además de la seguridad material. Jesús rebate este tipo de esperanza de la clase
acomodada. La plenitud de vida no viene a aquellos que lo tienen todo. Para recibir la
plenitud de vida es preciso vaciarse de todo. Aquello que tienes dáselo a los pobres y
encontrarás aquello que estás buscando. El joven rico del evangelio acaba mal: era
demasiado rico y se fue triste. No quiso ser acogido en la plenitud del compartir de la
vida.
En muchas ciudades alemanas se ve escrito en inglés: "no futuro". Lo escriben jóvenes
llenos de energía, no quieren tener hijos, ni plantar un árbol. La promesa de Cristo
produce escépticas sonrisas. El dolor tal vez genera rabia, agresividad, etc..., a menudo
depresión. La vida está vacía.
En el evangelio Jesús se va triste "¡Qué difícil es para un rico entrar en el reino de Dios
(Mc 10,23)!". La plenitud de vida está destruida por las riquezas del tener, del, disfrutar
de las injusticias. Pero el joven rico no lo sabe y se va lleno de dolor sin esperanza.
¿Cuánta gente hay así en el mundo? Entre los jóvenes nace el deseo de romper con las
cadenas de la dependencia y de la posesión. Dice Henry David Thoreau: "La posibilidad
de vida disminuye cada vez que los medios aumentan. La cosa mayor que un rico puede
hacer para conservar su humanidad, es la realización de los sueños que tenía cua ndo era
pobre". La economía no explica esta situación. Tampoco la psicología puede dar
muchas explicaciones. Para explicar el vacío del joven rico no hay necesidad de conocer
la historia de sus padres sino que tenemos necesidad de un mayor conocimiento de
Dios.
Dios es la base de nuestra vida, de él ha venido la humanidad, el aliento del espíritu de
vida (Gn 2,7). Si nos escondemos de Dios detrás de nuestros bienes, moriremos; es la
larga muerte de las clases pudientes. La riqueza es un muro más fuerte que el de Jericó:
separa, hace intocables, no se deja sentir la llamada de los pobres y de los oprimidos. El
"apartheid" no es solamente un sistema político de un país africano; es un modo de
pensar, de vivir independientemente de todo aquello que sucede a nue stro alrededor; es
un modo de hacer teología en la que los pobres y oprimidos no cuentan para nada Estoy
hablando de mi misma clase social y la de muchos que persiguen los mismos ideales,
aunque no los hayan alcanzado. Es de rogar que las personas del segundo y tercer
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mundo no sigan nuestro ejemplo. Que exijan aquello que nosotros les hemos robado,
pero que no nos imiten. Si no, como el joven rico deberán despedirse de Cristo. Que no
sigan la concepción de la plenitud de vida que nosotros hemos desarrollado en nuestro
mundo. Pues ésta nos ha hecho ricos y muertos.
La bomba excluye la plenitud de vida
El vacío espiritual del rico es resultado de la injusticia económica que está a la base de
su riqueza. En un sistema basado en el dinero y la violencia el rico estará sujeto a la
depresión. No puede cambiar de vida, sólo la puede tener más garantizada. Y lo hace
para evitar que alguien venga a quitarle lo que tiene. Por eso almacena armas: la
depresión que prevalece en muchas iglesias europeas y norteamericanas lleva a un
sentimiento de militarismo creciente. Dinero y violencia caminan juntos: quien hace del
dinero su dios tiende a hacer de su "seguridad" su ideología política y a dar la prioridad
a las armas.
Muchos cristianos en nuestros países dicen: ¿Qué hay de malo en salvaguardar nuestra
seguridad con las armas? La bomba no la usaremos, nos limitaremos a tenerla como
amenaza. Pero la bomba destruye aquella plenitud de vida que Cristo ha prometido.
Destruye la vida del pobre en su sentido material y la del mico en su sentido espiritual.
La bomba ha empezado a habitar en nosotros. La bomba es el mayor símbolo de nuestro
mundo, el objeto más amado y temido por los políticos, se ha convertido en dios.
La riqueza del rico está también en su poder de destrucción. Nuestro mundo es rico en
muerte y en instrumentos cada vez más sofisticados para matar. Las bombas
almacenadas tienen a Dios como adversario. La carrera de armamentos significa que
Dios debe ser eliminado de la tierra. El militarismo es el esfuerzo de la humanidad para
eliminar a Dios de la tierra, para impedir la plenitud de la vida.
Los objetivos superfluos hacen superflua nuestra vida; sólo cambiaremos si nos
hacemos pobres. Primero tenemos que vaciarnos de todo lo superfluo, reducir nuestras
posesiones mundanas: dinero y violencia, hacernos más pobres y renunciar a mantener
la violencia, éste es el cambio de corazón que lleva a la plenitud de la vida.
Jesús intentó que el joven rico rompiese con su mundo, con sus valores, con sus
privilegios. A nosotros Cristo también nos sigue preguntando si queremos todavía
continuar en un orden del mundo basado en la opinión, en el robo, en la destrucción.
Hoy es más fácil que hace tres años contestar a esta pregunta.
Debo admitir honestamente, que nunca había pensado que nuestras iglesias tradicionales
fueran capaces de producir tanta liberación y tanta vida. Hace algunos años mucha gente
válida y responsable querían ir al tercer mundo donde la lucha era más clara, los frentes
más definidos, las esperanzas más inmediatas. Nos parecía encontrar a Cristo solamente
al lado de los pobres y no en nuestro primer mundo. Las cosas han cambiado. Vivimos
bajo el dominio de la OTAN. En sus oficinas se toman decisiones que afectan a nuestro
mundo. Nuestra lucha histórica está hoy contra y por la paz. Y desde aquí participamos
por la liberación del tercer mundo. Sabemos ahora donde está nuestro Salvador o
Vietnam o Soweto. Nuestra lucha, nuestra conversión del dinero y la violencia hacia la
justicia y la paz. Este esplendor brilla en las caras de los convertidos a la paz y
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¡ajusticia. Es el esplendor del Señor que se refleja, como en un espejo, en cada uno de
nosotros (2Co 3,18); es la plenitud de la vida.
Muchos cristianos creen que la liberación de la violencia sólo será posible en el reino de
Dios: en la tierra siempre habrá guerra y pobreza. Los que piensan así, separan a Dios
de su reino, y como el joven rico, van en busca de una vida eterna sin justicia, y de una
plenitud de la vida sin amor. La riqueza humana está en la relación con los otros, en el
ser para los demás. Cristo nos libera tanto de una pobreza contra la vida como de una
riqueza que vacía, para introducirnos en una nueva comunidad en la que exista felicidad
para todos y no haya violencia para nadie.
El profeta Isaías (58,6-12) habla de la plenitud de la riqueza de la vida. Nos dice:
vuestra plenitud irá creciendo en la medida que la difundáis. La riqueza de la posesión
hace pobres a los demás. El rico del que habla Isaías, que reparte la comida con el
hambriento y habla con el humilde, es rico en relaciones humanas. El rico de Isaías es
consciente de la injusticia y de la opresión y no está dispuesto a pactar. Su vida tiene
una dirección clara. Riqueza significa ganar hermanos y hermanas. Este sentido de
riqueza se puede encontrar en un país pobre y pequeño como Nicaragua donde la
plenitud de la vida nace de la necesidad. Isaías habla al hombre, consciente y libre,
aquél por el que por desgracia la tradición cristiana se ha preocupado poco.
Un hermoso evangelio: promete una vida libre de desprecios propios y ajenos. Una vida
sin cinismo, sin miedos, una vida que valga la pena vivirla. "Entonces vuestra luz
brillará como la del alba". Las cosas volverán a tener significado; "vuestra sombra será
como el sol".
Este texto pone unas cuestiones de siempre familiares. Ofrece una visión de la vida en
plenitud, una llamada y una fuerza para vivir así. El texto recuerda que estamos
llamados a hacer algo, no estamos muertos. Es un himno nuevo que dice así: "Vuestra
luz surgirá como el alba de las tinieblas, seréis como un jardín desbordante, como una
primavera bañada de agua". Así será. Todos tendremos un nombre, recibiremos
respuesta, desaparecerá el ansia, se nos revelará la verdad del mundo, el sentido de la
vida. "Aquí estoy -dice el Señor en este texto-, aquí y no en otro lugar o en otro
tiempo".
El cristianismo no habla de cosas insólitas, pero contiene una promesa final: no existe
nada sin sentido. Teresa de Avila dice que la vía hacia el cielo es ya el cielo. En ningún
momento de la vida, por oscuro que sea, se está solo. Se trata de dejarse llevar por el
amor: la propia fuerza así crecerá. La riqueza aumentará poco a poco a medida que uno
la comparta. Si uno se deja agarrar por el amor, la plenitud de la vida estará con él.
Tradujo y exrtactó: MIQUEL CORTÉS I BOFI LL
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