Comentarios Reforma CA y T - Ministerio Público de la Defensa

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Poder Judicial de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Ministerio Público de la Defensa
Defensoría General Adjunta
Diversos medios periodísticos han dado cuenta en los últimos días de las iniciativas
legislativas 1 tendientes a regular importantes aspectos del proceso contencioso administrativo vigente en el ámbito local.
Este Ministerio Público de la Defensa ve con preocupación estos intentos legislativos, en los cuales se aprecian únicamente motivos tendientes a dilatar o directamente impedir el control judicial sobre las actividades de las autoridades administrativas que lesionan
derechos o intereses de los habitantes de la Ciudad.
Huelga señalar que ello resulta contrario al Texto Fundamental de la Ciudad de Buenos Aires el cual, en armonía con el vigente en la Nación y con los pactos y convenciones
internacionales en materia de derechos humanos, garantiza a toda persona el acceso irrestricto a la justicia, contenido básico del derecho a una tutela efectiva.
El presente documento pretende poner de resalto esa grave oposición y efectuar un
llamado de atención a la totalidad de los operadores del sistema jurídico, toda vez que, de
conformidad con las obligaciones que pesan sobre ellos, es menester evitar las medidas de
cualquier naturaleza (incluidas aquí las sanciones legislativas) que obstaculicen o impidan el
disfrute de los derechos reconocidos en los respectivos tratados internacionales, al tiempo
que deben suprimirse todas aquellas que produzcan ese resultado.
I.
REFLEXIONES INICIALES
En doctrina se sostiene que "el proceso contencioso administrativo es la herramienta
que concreta la garantía de la tutela judicial efectiva y el principio republicano en el estado
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Proyectos de ley 2807-D-2007 y 671-D-2008.
de derecho" (véase García Pullés, Fernando, "Tratado de lo contencioso administrativo", t.
I, p. 66 y ss., y t. II, en particular p. 1045 y ss., Hammurabi, 2004).
Su fundamento radica, en interés de la sociedad, en que las pretensiones relativas a
una cuestión de derecho sean objeto de una solución jurídica por parte del juez, asegurándose el mantenimiento del orden público y evitando los desórdenes que puedan nacer de las
pretensiones no satisfechas. En este sentido, el proceso viene a ser la contrapartida del carácter desigual de las relaciones entre la Administración y los particulares y la intervención del
juez tanto viene a imponer a aquélla respeto a las reglas que rigen el ejercicio de sus poderes, cuanto protección a los derechos e intereses de éstos contra las exigencias de la acción
administrativa (cf. Diez, Manuel M., "Derecho procesal administrativo", p. 50, Plus Ultra,
1996). Garrido Falla apunta que el más completo sistema de garantías jurídicas de los administrados se convertiría en algo insuficiente si no incluyese los remedios oportunos para el
caso de que las normas que consagran tales garantías fuesen violadas, o lesionados los bienes e intereses garantizados por tales normas. De allí que, en su opinión, para que un sistema
de Derecho público sea completo y suficiente "es necesario que, junto a la garantía de los
derechos, se establezca también la garantía de que la acción administrativa se ajuste a la
ley, legitimando a los particulares cuyos intereses sean lesionados para promover la fiscalización de los tribunales" (Garrido Falla, Fernando, Tratado de Derecho Administrativo, III,
p. 17, Tecnos, Madrid, 2001).
La libertad que el legislador pueda tener para diseñar las acciones o los tipos de procesos judiciales que hayan de ser desplegados en el campo de lo contenciosoadministrativo
no significa una libertad absoluta para la configuración de cualquier género de modelo institucional de jurisdicción o de acción, sino que ella está ligada inexcusablemente a su incidencia real sobre el derecho a la tutela judicial efectiva, que no sólo abarca la mera posibilidad
de acceso a los tribunales sino fundamentalmente la de que se dicte una resolución de fondo
(vid., Fernández Torres, Juan Ramón, "Jurisdicción administrativa revisora y tutela judicial
efectiva", p. 317 y nota 470, Civitas, Madrid, 1998; Huergo Lora, Alejandro, "Las pretensiones de condena en el contencioso administrativo", p. 38, texto y nota 13, Aranzadi, 2000)
que, de ser estimatoria, sea efectivamente cumplida por la autoridad administrativa, obliga-
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ción con la que culmina el derecho fundamental a la protección judicial (cf. Comisión Interamericana de Derechos Humanos, informe 110/00, caso 11.800).
Vale recordar, en esta línea de pensamiento, la doctrina judicial de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, en la cual se establecen los límites a los que la Constitución sujeta
los productos legislativos: "[E]s sabido que la Constitución es una norma jurídica y que, en
cuanto reconoce derechos, lo hace para que éstos resulten efectivos y no ilusorios, sobre
todo cuando... está en discusión un derecho humano (...) los derechos constitucionales...
tienen, naturalmente, un contenido que, por cierto, lo proporciona la propia Constitución...
la determinación de dicho contenido configur[a], precisamente, el objeto de estudio del intérprete constitucional. Todo ello explica, también, que al reglamentar un derecho constitucional, el llamado a hacerlo no pueda obrar con otra finalidad que no sea la de dar a aquél
toda la plenitud que le reconozca la Constitución Nacional. Luego, es tan cierto que los
derechos constitucionales son susceptibles de reglamentación, como lo es que esta última
está destinada a no alterarlos (Constitución Nacional, art. 28), lo cual significa conferirles
la extensión y comprensión previstas en el texto cimero que los enunció y que manda asegurarlos. Es asunto de legislar, sí, pero para garantizar 'el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por esta Constitución y por los tratados internacionales vigentes sobre
derechos humanos...'" (cf., causa "Madorrán, Marta Cristina c/ Administración Nacional de
Aduanas s/ reincorporación", sentencia del 3 de mayo de 2007, expte. M.1488.XXXVI,
cons. 10 del voto emitido en primer término, y su cita de la causa registrada en Fallos:
327:3677 in re "Vizzoti").
Sentado lo anterior, se llevará a cabo un pormenorizado examen de los temas en
cuestión.
II.
LAS MEDIDAS CAUTELARES
II.1. En lo que se refiere a la nueva regulación que se pretende de las medidas cautelares, la reglamentación que se proyecta se erige en un fuerte obstáculo tendiente a impedir
la actuación del Poder Judicial.
En efecto, así resulta en particular del párrafo final que se incorporaría al art. 178,
según el cual "No proceden las medidas cautelares contra el Gobierno de la Ciudad o cualquiera de sus organismos o reparticiones, centralizadas o descentralizadas, cuando los
eventuales perjuicios pudieran repararse mediante una indemnización".
A su vez, el nuevo art. 179 que se proyecta implica lisa y llanamente la prohibición
total en tanto prescribe que "No podrá, en ningún caso, ordenarse medidas precautorias que
afecten de cualquier forma, total o parcial, la prestación de un servicio público o un servicio o actividad de interés público". Esta interdicción se ve reforzada con el nuevo art. 189
bis, el cual contiene una enumeración de supuestos en los que no procede el dictado de la
medida cautelar típica en esta clase de pleitos: la suspensión de los efectos del acto administrativo impugnado en sede judicial.
Ellos conforman un espectro amplísimo que, analizado estrictamente, no deja resquicio alguno para el dictado de la medida, prácticamente por inexistencia de casos que encuadren en la habilitación. Ello se aprecia en forma clara cuando se repara que el juez no puede
decretarla frente a actos dictados en ejercicio del poder de policía (inc. 2º), si tienen por objeto la tutela de bienes del dominio público (inc. 3º), el decomiso o destrucción de cosas
muebles o sustancias peligrosas para la salud o moral de la población (inc. 4º), medidas disciplinarias contra agentes públicos (inc. 5º), si son dictados en ejercicio de facultades "prima
facie" discrecionales (inc. 6º) o si se puede reparar el perjuicio mediante una indemnización
(inc. 7º).
El intento es burdo pero en línea, decididamente, con los "fundamentos" que inspiran
la reforma: no obstaculizar la "buena" administración, garantizar que las medidas cautelares no avancen sobre potestades propias, reservadas y excluyentes del Poder Ejecutivo,
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evitar las interferencias del Poder Judicial, la consideración ritual del interés público y la
institución como dogma indiscutible de la "presunción de solvencia estatal". Claro que es
difícil conciliar estos propósitos expresos de la nueva regulación con "el derecho al debido
proceso sustantivo y adjetivo de los particulares", como también se afirma en la exposición
de motivos del proyecto de ley.
II.2. Es reconocido sin discusión, por doctrina y jurisprudencia, que la finalidad de
las medidas cautelares consiste en asegurar la eficacia práctica de la sentencia que deba recaer en un proceso. Mediante ellas se tiende a evitar que durante el lapso que insuma la
eventual resolución de la controversia, la pretensión contenida en la demanda se torne de
imposible o muy dificultosa concreción. Sobre esto no hace falta explayarse largamente,
siendo suficiente con mencionar las enseñanzas de Calamandrei, para quien la función de las
providencias cautelares nace de la relación entre dos términos: la necesidad de que la providencia, para ser prácticamente eficaz, se dicte sin retardo, y la falta de aptitud del proceso
ordinario para crear sin retardo una providencia definitiva (Calamandrei, Piero, Introducción
al estudio sistemático de las providencias cautelares, pp. 43-44).
Es para evitar la grave consecuencia de frustrar el objeto del proceso que el ordenamiento procesal acuerda el juez la potestad, pero al mismo tiempo el deber, de proteger preventivamente los derechos e intereses en aquellas situaciones en que exista tal riesgo, y a
esos efectos prevé la posibilidad de dictar medidas cautelares (Balbín, Carlos -dir.-, "Código
Contencioso Administrativo y Tributario", p. 379).
No ha de pasar por alto, asimismo en esta misma línea de pensamiento, que existe un
derecho a la tutela cautelar, como garantía de la utilidad de la decisión judicial, que constituye una manifestación del derecho a una tutela judicial efectiva, y que adquiere en los juicios contenciosoadministrativos una especial singularidad, en la medida en que concreta el
equilibrio entre prerrogativas de la Administración y garantías del particular (Balbín, op. loc.
cit.; Cassagne, Juan Carlos, "Las medidas cautelares en el contencioso administrativo", LL,
2001–B, p. 1090; García de Enterría, Eduardo y Fernández, Tomás Ramón, "Curso de Derecho Administrativo", II, p. 625, 6ª ed., Civitas, Madrid, 1999).
II.3. La irrazonabilidad de la reforma que se propone deviene manifiesta en tanto
importa una prohibición total con sustento en un argumento dogmático.
Los actos de la Administración siempre deben perseguir el interés público, pues no
se concibe que puedan estar orientados a satisfacer un interés privado. Pero la consideración
a ese interés público, al tiempo de dictar una medida cautelar, no es una regla absoluta y
menos de aplicación automática, pues su presencia no tiene el valor de una verdad dogmática que impida su otorgamiento, estando facultados los jueces para considerar si las acciones
del Estado comprometen o no el interés público de manera directa e inmediata.
En este sentido, se ha dicho que "la sola referencia al interés público, o la vinculación del acto con un servicio público o con una función pública, o la naturaleza policial del
acto, no son presupuestos válidos por sí mismos e independientes de todo análisis y valoración para impedir que se decrete una medida cautelar contra la Administración. Lo contrario importaría conferirle un privilegio personal, una facultad absoluta, incompatible con un
estado de derecho... El fin público no legitima cualquier acción del Estado, ni le impide a
los jueces suspender la ejecución de los actos administrativos impugnados... Ninguna acción del Estado se puede realizar al margen de la ley y con perjuicio de los individuos... El
principal interés público en un Estado de derecho es, precisamente, que se respete la ley"
(Luqui, Roberto Enrique, "Revisión judicial de la actividad administrativa", II, pp. 368-371,
Astrea, 2005).
La "excepción de interés público", que el proyecto intenta fijar de modo rígido no es
más que una "muleta procesal" para negar la procedencia de una medida cautelar (Cassagne,
op. cit.). El interés público no es el interés de la Administración, como pretende el proyecto
de ley en análisis, sino los intereses generales de la comunidad a la cual aquélla sirve. Y es
al juez a quien corresponde hacer un juicio, una ponderación, un balance entre aquél y el que
invoca el particular al peticionar la medida. Y sólo en el caso que el primero resulte comprometido de modo notorio, grave e indudable podría postularse que debe prevalecer sobre
el segundo. Pero hay que tener presente que esto no es una regla sino un requisito de excepción que debe ser interpretado razonablemente, teniendo presente que debe tratarse de un
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interés público específico y concreto –y no uno genérico– que exija la ejecución inmediata
del acto (Balbín, op. cit., pp. 406-407; Cassagne, ibid.).
Cabe recordar en este punto las enseñanzas del profesor Bidart Campos, quien sobre
este tema puntualizó: "nos limitamos a proponer con muy honda convicción personal dos
aspectos: a) los jueces están habilitados para deparar una medida cautelar que resulta idónea en un proceso, aunque la ley no la tenga prevista; b) la ley no puede, sin pecar de inconstitucionalidad, impedir o prohibir a los jueces que arbitren cuanta medida cautelar se
les torne eficaz para cumplir con su deber constitucional de deparar, según las circunstancias de cada caso, todo lo que demanda la tutela judicial eficaz en cada proceso. Como resumen, y apelando a una expresión personal que tenemos muy repetida, nos queda este saldo: 'con ley, sin ley, o contra ley', los jueces tienen obligación constitucional de disponer
cuanta medida cautelar haga falta en un proceso, según sea la situación y la pretensión del
caso (...) en cada proceso los operadores tienen que discernir a los justiciables las medidas
idóneas para satisfacerles el derecho a la tutela judicial eficaz. Y el derecho procesal, desde
su espacio encarrilado constitucionalmente, debe aportar las soluciones aptas y evitar las
nocivas" (Bidart Campos, Germán J., "La prohibición de las medidas cautelares es inconstitucional", LL, 2001–E, 1276).
II.4. No ha de pasar por alto, igualmente, que la jurisprudencia ha sido contundente
en declarar la inconstitucionalidad de cualquier norma que intentase cancelar la potestad
judicial de decretar medidas cautelares, por violar de forma arbitraria y grosera principios,
derechos y garantías constitucionales.
Así se resolvió respecto del art. 14 de la ley 25.453, que reformó el art. 195 del
CPCCN, por conculcar la libre y eficaz actividad jurisdiccional que la Constitución atribuye
a los jueces, así como el derecho de todo habitante a peticionar a las autoridades, el acceso a
la jurisdicción, el debido proceso, el derecho de defensa, y el de igualdad ante la ley
(CNTrabajo, Sala 6ª, 8/7/02, "Cardozo, Raúl y otros c/ Dirección Nac. de Vialidad" [publ.
en LL, 8/10/02, p. 7]; con argumentos similares: JNFed. Contenciosoadministrativo Nº 11,
5/11/01, "C.P.A.C.F. c/ M.E." [publ. en LL, 2002–A, p. 563 – DJ 2002–1, p. 251]; JFed.
Reconquista, 4/2/05, "Vicentin S.A.I.C. c/ Administración Fed. de Ingresos Públicos" [publ.
en LL, 3/8/05, p. 16]). Por su parte, la Sala 5ª de la CNFed. Contenciosoadministrativa, en
autos "Frigorífico Morrone S.A. y otros c/ AFIP –D.G.I. –Resol. 292/00 A 308/99 s/ Med.
Cautelar (autónoma)", 19/9/01, señaló que en armonía con los principios de separación de
poderes, igualdad procesal de las partes en el proceso y tutela judicial efectiva, la restricción
normativa dirigida a los jueces no puede aplicarse de manera absoluta, por cuanto "cada uno
de los tres altos Poderes que forman el Gobierno de la Nación, aplica e interpreta la Constitución por sí misma, cuando ejercita las facultades que ella les confiere respectivamente".
La Sala 2ª de la misma cámara hizo suyos estos argumentos aunque también señaló que es
inconstitucional eliminar el poder cautelar de los justiciables frente al Estado, cualquiera
fuera el tipo de causa de que se tratara y, peor aún, con visos de permanencia y sin límite
temporal (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala 2ª, "Proda Juan C. y otros –Inc. Med–c/
E.N. –M° Interior –Ley 25.453 Dto. 896/01 s/ amparo ley 16.986", 4/4/02).
Lo propio se resolvió respecto de la ley 25.587, conocida vulgarmente como "ley antigoteo", la cual también fue declarada inconstitucional por la Sala 2ª de la CNFed. Contenciosoadministrativo, autos "Grimberg, Marcelo Pablo c/ PEN –Decreto 1570/01 s/ amparo
ley 16.986", 25/6/02. Entendió el tribunal que la norma implicaba una clara injerencia en el
ámbito decisorio propio del Poder Judicial, en tanto era de su exclusiva competencia apreciar en cada caso concreto qué medida, de las previstas en el CPCCN, era la más adecuada
en su aplicación a la controversia específica a fin de asegurar la eventual ejecución de la
sentencia, pudiendo, llegado el caso, decretarse una medida precautoria distinta de la peticionada o limitarla teniendo en cuenta el derecho que se pretende proteger.
E igual descalificación sufrió el decreto 1316/02 (ratificado por ley 25.725), pues
importaba una injerencia en el ámbito decisional propio y exclusivo del Poder Judicial, afectando la división de poderes y produciendo paralelamente lesión a la garantía de la tutela
judicial efectiva (CFed. Posadas, 2/8/02, "Rivarossa, María T. c/ Estado nacional y otros"
(doctrina plenaria); CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala 2ª, 28/8/02, "Vaccarezza, Osvaldo Luis y otro -Inc. Med. Cautelar- c. P.E.N. ley 25.561 decs. 1570/2001 y 214/2002
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s/amparo ley 16.986" (publ. en LL, 2002–E, p. 643); íd., 28/8/02, "Pape, Mariela S. c/
P.E.N." (publ. en LL, 2002–E, p. 733); íd., 21/6/05, "Salas, Mirtha R. c/ Poder Ejecutivo
Nacional"; Sala 4ª, 2612/02, "Nine, Víctor Eugenio c/ P.E.N." (publ. en LL, 31/12/02, p. 7 y
ss.); íd., 26/12/02, "Krell de Goijman, Dora c/ E.N. –Dto. 71/02 –Resol. 6 y 9 Mº Economía
y otros" (publ. en LL, 31/12/02, p. 10 y ss.); íd., 6/2/03, "Nadale, Jorge T. c/ Poder Ejecutivo Nacional"; Sala 5ª, 13/9/02, "Defensor del Pueblo de la Nación c/ P.E.N." (publ. en LL,
2002–E, p. 818); íd. 19/6/03, "Veretilne, Bernardo c/ Poder Ejecutivo Nacional" (publ. en
LL, 2004–A, p. 98)).
II.5. Párrafo aparte merece la idea de vedar el dictado de medidas cautelares cuando
el acto sea dictado en ejercicio de facultades discrecionales.
Es que, como es bien sabido, tales atribuciones no excluyen el examen judicial, sino
que, en todo caso, la densidad del mismo varía de modo armónico con el principio de división de poderes. El control judicial de la discrecionalidad, ha dicho García de Enterría, no es
una negación del ámbito propio de los poderes de mando, y ni siquiera se ordena a una reducción o limitación del mismo, sino que, más sencillamente, trata de imponer a las decisiones de la Administración público el respeto a los valores jurídicos sustanciales, cuya trasgresión no forma parte de sus funciones ni la requieren tampoco sus responsabilidades (García
de Enterría, Eduardo, "La lucha contra las inmunidades del poder", pp. 25-49, 3ª ed., Civitas, Madrid). Una concepción contraria, pertenece a la historia del derecho administrativo,
tal como lo planteara hace tiempo Fiorini al calificar de errónea la teoría por la cual se concebía a la discrecionalidad como actividad no jurídica y, por ello, exenta de control judicial
por inexistencia de conflictos entre normas jurídicas: "si los principios de legalidad administrativa rigen por doquier en la actividad de la Administración pública, su correcta aplicación deberá corresponder sea por normas regladas o discrecionales (...) la discrecionalidad
administrativa está también vinculada a normas, pues no se la puede concebir como ámbito
separado o ajeno al derecho" (Fiorini, Bartolomé A., "Derecho Administrativo", I, pp. 269-
270, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1976). Así también lo tiene resuelto la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, al recordar "que la esfera de discrecionalidad susceptible de perdurar en los entes administrativos no implica en absoluto que éstos tengan un ámbito de actuación desvinculado del orden jurídico o que aquélla no resulte fiscalizable" (Fallos:
315:1361; 320:2509, entre otros).
II.6. Otro aspecto cuestionable del proyecto en comentario se vincula con la aplicación del dogma de la presunción de solvencia del Estado como obstáculo a la concesión de
una medida cautelar.
Así se prevé en el párrafo final del nuevo art. 178 (ubicado el capítulo I, referido a
los "Principios Generales" del instituto cautelar) y se repite al regular la medida cautelar de
suspensión de los efectos de los actos administrativos (capítulo II, art. 189 bis, inc. 7º).
En ambos casos, el proyecto dispone la prohibición de dictar la medida cautelar
cuando los eventuales perjuicios pudiesen ser reparados mediante una indemnización.
Se advierte sin dificultad la intención de extenderlo a todo pedido cautelar, cualquiera sea la pretensión deducida en el juicio, y no solamente cuando se deduce una de contenido
patrimonial. De ese modo, toda obligación del Estado se traduciría en la subsidiaria de resarcir pecuniariamente el incumplimiento, lo cual ha sido considerado irrazonable pues no es
el deudor el que puede elegir el cumplimiento sucedáneo y por las dificultades que acarrea la
valoración de esa sustitución en el estadio liminar en que se encuentra el proceso al tiempo
de decidir el remedio cautelar (García Pullés, op. cit., II, pp. 812/814).
Por lo demás, como bien apunta Luqui (op. cit., pp. 364/365), no sólo hay que tomar
en cuenta la naturaleza de la pretensión y los efectos de la sentencia, sino reparar en que hay
muchos casos de perjuicios en los cuales la reparación económica no es suficiente para restablecer el derecho vulnerado. De ahí que el deber del juez sea analizar la posibilidad de que
la sentencia se transforme en un remedio tardío o ineficaz, aun cuando se pueda resarcir patrimonialmente al agraviado. También Marienhoff sostuvo que la regla según la cual el Estado es siempre solvente, por lo que podría resarcir cualquier perjuicio que irrogase, es vacua de contenido ético, por lo cual, según este autor, es suficiente, a los efectos de la suspen-
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sión de actos administrativos, que el daño que se derive de su ejecución sea mayor que el
que acarrea su suspensión (cit. en Balbín, op. cit., p. 406, nota 763).
Demás está decir que la irrealidad de esta vieja doctrina ha sido abundantemente denunciada por la doctrina desde hace años, señalándose que ella no toma en consideración
circunstancias trascendentes cuya configuración permite afirmar que la denegatoria de las
pretensiones cautelares en virtud este dogma torna ilusoria la garantía a una tutela judicial
efectiva. Entre esas circunstancias se mencionan las siguientes: i. que la protección cautelar
debe ser en lo posible preventiva y no reparatoria; ii. que la eventual solvencia patrimonial
del Estado no autoriza a consentir un obrar arbitrario; iii. que resulta inadmisible obligar al
particular a iniciar una eventual acción reparatoria que difícilmente sustituya la pretensión
desatendida; iv. que no existe razón alguna por la cual la comunidad deba asumir la carga de
afrontar los perjuicios que un obrar dañoso ha causado cuando su concreción podría evitarse
con la simple suspensión de los efectos del acto; que la posibilidad de reparación no debe
medirse en términos económicos, bastando que la reparación en especie sea al menos difícil
(véase, Tawil, Guido S., "A propósito de la tutela cautelar frente a las decisiones de los
nuevos entes reguladores", pp. 1384/1387, en Cassagne (dir.), "Derecho Administrativo",
obra colectiva en homenaje al Profesor Marienhoff, Abeledo-Perrot, 1998).
II.7. Se intenta también por medio de este proyecto bilateralizar el trámite de concesión de las medidas cautelares.
Si bien se propone que ellas "...deben decretarse y cumplirse sin audiencia de la otra
parte...", ello es así, como regla, cuando no sea demandado el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires. Por el contrario, en este último caso, el principio es que "...se le debe dar vista por el plazo de cinco (5) días". A modo de excepción a este traslado previo, la norma prevé que él no será necesario cuando "la naturaleza de la medida o la urgencia en su provisión
hagan aconsejable decretarla sin más trámite" (nuevo art. 181).
Uno de los rasgos caracterizantes de todas las medidas cautelares es la prescindencia
del contradictorio previo. Se decretan inaudita parte porque es su función garantir la efectividad del derecho y resulta un contrasentido que el procedimiento previo para disponerlas
pueda constituir una fuente de información para el destinatario de la medida, que imposibilitara el objeto al que tiende, evitando que la contraparte intente enervar u obstaculizar los
efectos de la tutela cautelar.
La ausencia de bilateralidad es una consecuencia lógica de la urgencia y celeridad
necesarias para cumplir el fin al que están destinadas, pues la providencia cautelar se otorga
para disipar el temor de un daño inminente ("periculum in mora") y el derecho de defensa de
la parte demandada puede hacerse efectivo al tiempo de interponer los recursos que la ley
procesal prevé contra la providencia que concede la medida precautoria (véase, Gallegos
Fedriani, Pablo O., "Las medidas cautelares", p. 597, en Cassagne (dir.), "Procedimiento y
proceso administrativo", Lexis Nexis, 2005; Treacy, Guillermo F., "Tutela cautelar y proceso contencioso administrativo en la Ciudad de Bueos Aires", Revista de Derecho Público,
Proceso Administrativo II, vol. 2003-2, p. 139, Rubinzal Culzoni Editores; Fenochietto, Carlos E., "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación", Astrea, 1999, pp. 701, 709 y 713;
Balbín, op. cit., p. 388).
De allí que pueda considerarse que la excepción que está prevista para no correr ese
traslado a la autoridad administrativa operará en todos los casos, pues de otro modo no se
encontraría reunido uno de los requisitos básicos que tornan procedente el dictado de la medida cautelar.
II.8. La última cuestión que corresponde abordar en este documento se refiere a la
regulación que el proyecto contiene respecto de la contracautela que debe prestarse para
efectivizar la medida dispuesta por el magistrado.
Si bien en la regulación actual del CCAyT no está prevista expresamente, tanto la
doctrina como la jurisprudencia del fuero entendieron que era un requisito exigible, a tenor
de otras normas vigentes en la Ciudad (arts. 207, inc. 4º, 286, inc. 4º CCAyT; art. 6º, segundo párrafo, de la Ley Nº 7, de Organización del Poder Judicial; Balbín, op. cit., pp. 383/384).
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En el proyecto en comentario se prevé, como presupuesto para su otorgamiento, la
constitución de contracautela, a menos que el peticionante sea el GCBA, el Gobierno Nacional, una provincia o cualquiera de sus reparticiones, una municipalidad, una persona física o
jurídica de indubitada solvencia patrimonial o que la parte actúe con beneficio de litigar sin
gastos (nuevos arts. 178, inc. d, 183, primer párrafo, y 183 bis). La medida no puede hacerse
efectiva hasta tanto no se la constituya, siendo facultad del juez graduar su calidad o monto
de acuerdo a las circunstancias del caso (nuevo art. 183, segundo párrafo).
II.8.1. Si bien la exención de contracautela a entes públicos es común en las leyes
procesales (art. 200, inc. 1º, CPCCN; Fenochietto, op. cit., pp. 718/719), cabe hacer alguna
reflexión respecto de su inexigibilidad a la persona que actúe con beneficio de litigar sin
gastos, señalando que hubiese sido conveniente alguna aclaración expresa en punto a si la
excepción opera aún cuando el beneficio se encuentra en trámite, esto es, aún no ha sido
acordado.
Ello, como consecuencia de la existencia de jurisprudencia mayoritaria según la cual
sólo estaría eximido el actor cuando ya obtuvo el beneficio y escasos ejemplos de fallos que
sí lo hacen desde su promoción (por vía directa o incidental), aún cuando tenga también vigencia una corriente "ecléctica" que exime de la fianza cuando no existan presunciones que
revelen que el beneficio será denegado y resulte imposible esperar el dictado de la resolución definitiva del beneficio sin grave peligro para la efectividad de la defensa; pero en estos
dos últimos casos, como bien se comprenderá, la solución es excepcional (véase, Fenochietto, op. loc. cit.; con más detalle en Ferrer, Sergio E., "Beneficio de litigar sin gastos y eximición de contracautela", LLC 1999, 1075).
La aclaración, como se advierte, es muy necesaria, pues, de otro modo, se estaría
obligando al actor a peticionar primero el beneficio de litigar sin gastos, para luego requerir
la tutela cautelar, situación que se aparece como incompatible con la finalidad de este último
instituto.
Por ello es que se propicia aplicable la solución que prevén normas como las contenidas en los arts. 3º, inc. f, y 4º de la Ley Nº 327 sobre Tasas Judiciales y el art. 77 del
CCAyT, en tanto si se le exigiera prestar caución real para poder ejecutar la medida cautelar
se puede frustrar la finalidad perseguida por la ley, ya que resultaría una condición de cumplimiento imposible. Ello por cuanto, si quien solicita el beneficio alega y, al menos, "prima
facie", acredita carecer de recursos para afrontar los gastos del pleito, puede suponerse válidamente que también carece de bienes suficientes para otorgar la contracautela (cf. en esta
línea de pensamiento, Zinny, Jorge Horacio, "Exigencia de prestar contracautela para trabar un embargo solicitado por quien ha peticionado el beneficio de litigar sin gastos", LL,
1996-B, 462).
Se advertirá, desde esta perspectiva, que no dar una solución razonable al tema importa caer en una desigualdad írrita simplemente por razones económicas entre las personas
con "indubitada solvencia patrimonial", que directamente están exentas de constituir la contracautela y las personas con recursos insuficientes para acceder a la justicia. Precisamente
lo contrario a la garantía que contiene la Constitución de la Ciudad (art. 12, inc. 6º).
II.8.2. De otro lado, debe rechazarse la reforma en cuanto pretende que ante "el levantamiento de la medida cautelar solicitada sin razón o por haber concluido el litigio de
manera perdidosa para el peticionante de ella, el juez dispondrá la pérdida inmediata y
automática de la contracautela a favor de la parte que se hubiese visto afectada por la medida cautelar" (cf. nuevo art. 188).
La regulación actual del CCAyT se afilia a la teoría subjetiva en materia de responsabilidad por la traba de medidas cautelares infundadas, exigiendo, ante el levantamiento, no
solo la petición de parte interesada, sino también la prueba del abuso o exceso en el derecho
y, por supuesto, la acreditación del daño sufrido. La sanción no es automática ni el juez tiene
atribuidas funciones oficiosas para la fijación de los daños.
En efecto, dispone el art. 188 vigente que "cuando se dispusiere levantar una medida
cautelar por cualquier motivo que demuestre que el/la requirente abusó o se excedió en el
derecho que la ley le otorga para obtenerla, la resolución lo/la condena a pagar los daños y
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perjuicios si la otra parte lo ha solicitado. La determinación del monto se sustancia por el
trámite de los incidentes" (conc. art. 208 del CPCCN, sin las excepciones que contiene este
último cuerpo legal).
Demás está decir que bajo este criterio legal, el destinatario de la medida cautelar levantada, supuesto damnificado, debe promover la correspondiente pretensión de resarcimiento –siendo superflua una mera "reserva de derechos"-, recayendo sobre ella la carga de
la prueba, según los principios generales que rigen en la materia (art. 301 CCAyT). No alcanza con la simple alegación del daño ni que la medida era infundada. Por el contrario, se
debe probar tanto la existencia del daño como su cuantía, además, claro es, de los restantes
presupuestos de la responsabilidad civil.
Se ha entendido al respecto que la mención al ejercicio abusivo del derecho en la obtención de la cautela injustificada, importa una remisión a lo dispuesto en el art. 1071 del
Código Civil, de manera el proceder reprochable abarca toda gama de conductas procesales
que, desde la temeridad hasta la simple negligencia, ponen de manifiesto que la medida cautelar se utilizó con propósitos extorsivos o para obtener beneficios indebidos u ocasionar
molestias inútiles a la otra parte (véase, Fenochietto, op. cit., pp. 731/733; Balbín, op. cit., p.
399). No obstante, se insiste, todo ello debe ser motivo de alegación y prueba por parte del
que pretende el reconocimiento de la indemnización de perjuicios, solicitada en la oportunidad procesal oportuna.
El proyecto de ley, en cambio, importa un retorno al criterio objetivo, que no rige la
responsabilidad por las normas del derecho común, sino que ella nace del simple hecho de
haber pedido la medida sin derecho (sea que éste no exista o por no darse los presupuestos
para el despacho de la medida), siendo indiferente, a ese fin, que el peticionante actuara de
buena fe, ya que el destinatario de la medida está exento de la prueba del dolo, la culpa o
simple imprudencia o la buena o mala fe del peticionante, pues ella se presume iure et de
iure. A lo más, de probarse alguna de esas circunstancias, ella incidiría sobre el quantum
indemnizatorio, mas no sobre la procedencia de la indemnización, en tanto la responsabilidad surge por el propio peligro ínsito en la traba de la medida y, por consiguiente, el riesgo
recae sobre el que la pide (véase los autores recién mencionados, loc. cit.).
Claro está que esta concepción importa un retroceso en la materia así como también
un desconocimiento de las normas y principios que rigen en materia de responsabilidad civil, y encubren, en rigor de verdad, una verdadera sanción para el litigante que requiere la
medida cautelar.
Asimismo, es de notar la irrazonabilidad de este resultado frente al rechazo de la acción, pues ello importa soslayar las características de las medidas cautelares, en particular su
autonomía respecto de la pretensión principal.
En efecto, bien enseña Diez en este sentido que la pretensión que se ejercita en la tutela cautelar es absolutamente distinta de la que anima al proceso principal, en tanto la condición de procedencia de la primera es la apariencia del derecho y no su existencia. De ello
resulta que la sentencia definitiva a dictarse en este último no toma en consideración, a los
fines de hacer lugar o rechazar la acción, los presupuestos para que nazca la primera. Por
ello concluye este autor que "no se puede considerar la inexistencia del derecho principal
como declaración retrospectiva de la inexistencia de la medida cautelar, toda vez que pueden darse situaciones bien diversas, que si bien la hacen caducar en el momento de la sentencia de fondo, le han permitido tener vida y valor jurídico en el curso del proceso principal". Una vez considerada favorablemente por el juez la verosimilitud del derecho, la pretensión cautelar está plena y efectivamente fundada (Diez, "Derecho procesal administrativo",
cit., p. 315).
Cabe considerar, pues, que si el órgano judicial acogió la medida, es porque ella era
legítima, sin que quepa por consiguiente responsabilizar ulteriormente al peticionante, por el
mero hecho de solicitarla pero sin acreditar la utilización abusiva del instituto (Balbín, op.
cit., p. 399).
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III.
REFLEXIONES FINALES
Los proyectos de ley que se han analizado en este documento son un claro ejemplo
de lo que se ha dado en llamar la cultura estatocéntrica, la cual reclama "manos libres para
hacer el bien e implantar la Justicia en la vida social...", en la profunda convicción de que
la gestión que se lleva adelante no tiene otras miras que el interés general, que el Estado y
quienes lo gobiernan encarnan como hipótesis. De allí, las duras críticas de esas posiciones
al "exceso de garantismo" y a las resoluciones judiciales que vienen "a frustrar inesperadamente el trabajo hasta ellas realizado, creando, además, obstáculos nuevos al trabajo futuro, nada fácil, por supuesto, que, a pesar de todo, hay que esforzarse en sacar adelante"
(cfr. Fernández, Tomás Ramón, "De la arbitrariedad de la administración", pp. 116 y ss.,
121/123 y 128, Civitas, Madrid, 2002).
Posturas críticas que tienen su exacto paralelismo en la interpretación heterodoxa del
principio de la división de poderes que alumbraron los revolucionarios franceses de 1789,
disidencia formal que se justificó en la intención de evitar el riesgo de una prevalencia política del estamento nobiliario, identificado con los Parlamentos judiciales, como de un condicionamiento sustancial por parte de los jueces a las posibilidades de conformación que se
abrían al poder revolucionario, afirmándose la idea de una libertad del ejecutivo respecto de
los otros poderes y específicamente respecto del judicial (cfr. García de Enterría, Eduardo,
"Revolución Francesa y Administración contemporánea", passim, Civitas, Madrid, 1998) y
que se apoya, según Fernández (op. cit., pp. 124 y ss.) en "el viejo argumento de la liquidación del despotismo". Es decir, así como en la Francia revolucionaria la magistratura "no es,
pues, necesaria", en tanto fue concebida para resistir al despotismo, el cual a partir de ese
momento ya no existiría (cfr. el dictamen de la Asamblea constituyente de donde salió la ley
de separación de 16-24 de agosto de 1790; vid., la referencia a la obra de García de Enterría,
Revolución francesa..., cit., en Fernández, op. cit, p. 116), ahora, a partir de la conformación
del Estado como Social y Democrático de Derecho, la Administración pública también debe
quedar a cubierto de toda intervención embarazante del Poder Judicial, porque ella es una
autoridad legítima, respaldada por la voluntad de la mayoría y que, además, está constitucionalmente comprometida en la consecución de la igualdad y el progreso sociales, por lo
cual el Derecho es "un obstáculo a la acción de gobierno, para una actividad –la suya– que
con toda buena fe subjetiva consideran concebida y desarrollada única y exclusivamente en
beneficio de todos y que, con esa misma razón, no entienden que pueda ser embarazada por
lo que, a su juicio, son meros 'juridicismos'...". Esta idea, agrega Fernández, podrá ser bienintencionada pero no deja de ser también, por ello, voluntarista e implica una regresión histórica –de allí que también sea reaccionaria– y, por tanto, "no es sencillamente de recibo,
cualesquiera que sean la finura de los conceptos, la elegancia del estilo o el respaldo científico con los que puedan adornarse las argumentaciones correspondientes" (idem, pp. 121 –
nota 18– 125, 126 y 128).
Como dice bien dice este jurista español, juzgar a la Administración "contribuye a
administrar mejor", y en ese sentido coadyuva al logro de los fines institucionales de la
Administración como organización servicial de la comunidad. Ello es así porque la obliga a
"analizar con más cuidado las distintas alternativas disponibles, a valorar de forma más
serena y objetiva las ventajas e inconvenientes de cada una de ellas y a pesar y medir mejor
sus respectivas consecuencias y efectos, previniendo a las autoridades de los peligros de la
improvisación, de la torpeza, del voluntarismo, del amor propio de sus agentes, del arbitrismo y de otros riesgos menos disculpables aún que éstos y no por ello infrecuentes en
nuestra realidad cotidiana, de ayer y de hoy" (op. cit., pp. 136 y 138).
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