la verdad

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LA VERDAD
1. ÉTICA Y VERDAD
La ética, por definición, busca el bien. Y el
bien se logra cuando se conoce y respeta la
verdad.
Obrar bien es obrar conforme a la
verdad, conforme a lo que son las cosas.
Y, entre la multiplicidad de verdades, la verdad
sobre el propio hombre.
¿Qué es la verdad? Es la adecuación del
entendimiento y la realidad.
En esa adecuación, es el entendimiento el
que se conforma a la realidad de las cosas, que
nunca son como son porque nosotros así lo
pensemos. Un conocimiento es verdadero
cuando manifiesta y declara el ser de las cosas.
Por eso, el error no es conocimiento, pues
conocer falsamente algo equivale a no conocerlo.
2. Duda, opinión y certeza
El convencimiento que las personas poseen
sobre la verdad de sus conocimientos admite
grados:
1. El más bajo se llama duda, y consiste en
fluctuar entre la afirmación y la negación de una
determinada proposición, sin inclinarse hacia un
extremo de la alternativa más que hacia el otro.
2. Por encima de la duda, está la opinión:
adhesión a una proposición sin excluir
la posibilidad de que sea falsa. Es un
asentimiento débil. Es una estimación ante lo
que puede ser o no ser, ser de una forma u otra.
El hombre está obligado a opinar muchas
veces porque la limitación de su conocimiento le
impide alcanzar a menudo la certeza.
Llamamos escéptico al que niega la
posibilidad de ir más allá de la opinión.
Es la postura que niega la capacidad humana
para alcanzar la verdad. Es la actitud del que
reflexiona y concluye que nada se puede afirmar
con certeza, por lo que más vale refugiarse en la
abstención en todo juicio.
3. Por fortuna, no todo es opinable. Lo que se conoce
de forma inequívoca no es opinable sino cierto. Y no
se debe tomar lo cierto como opinable y viceversa.
La certeza se fundamenta en la evidencia, y la
evidencia no es otra cosa que la presencia patente de
la realidad.
La evidencia es mediata cuando no se da en
la conclusión sino en los pasos que conducen a ella.
La condición limitada del hombre hace que la
mayoría de sus conocimientos no se realicen de
manera inmediata.
La mayoría de los hombres conocen con
certeza de la existencia la mayor parte de
las realidades a través de la evidencia
mediata.
La certeza por evidencia mediata
viene dada por un conjunto unánime de
testigos. En un caso, la comunidad científica,
las imágenes a través de los medios de
comunicación; y si se trata de personajes
históricos, a través de testimonios elocuentes de
la historia y de la arqueología.
Si no admitiéramos su valor, si no
creyéramos a nadie, nuestros padres no podrían
educarnos, la ciencia no progresaría, no existiría
la enseñanza, leer no tendría sentido,… Por
tanto, es necesario y razonable dar
crédito, creer.
¿Puede tener certeza quien cree?
Sabemos que la certeza depende de la evidencia.
¿Qué evidencia se le ofrece al que cree? Sólo
una: la de la credibilidad del testigo. Entre estos
casos, debemos incluir los que dan origen a
algunas creencias religiosas. Por eso, la fecreer el testimonio de alguien- es una
exigencia racional, y su exclusión es una
reducción arbitraria de las posibilidades
humanas.
3. La inclinación subjetiva
Si la verdad es la adecuación del
entendimiento a la realidad, depende más de lo
que son las cosas que del sujeto que lo conoce.
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Es el sujeto quien debe adaptarse a la
realidad, reconociéndola como es, de forma
parecida a como el guante se adapta a la mano.
El subjetivismo aparece cuando la
inteligencia pretende colorearla realidad según
sus propios gustos: entonces la verdad ya no se
descubre en las cosas, sino que se inventa a
partir de ellas.
La causa más frecuente del subjetivismo son
los intereses personales. Con frecuencia, la
atracción de la comodidad, de la riqueza, del
poder, de la fama, del éxito, del placer o del
amor puede tener más peso que la propia
verdad. Por eso, si suspendo, nunca será por no
haberlo estudiado, sino por la mala suerte o
exigencia excesiva del profesor.
El subjetivismo, además de afectar a lo más
trivial, también deforma las cuestiones más
graves: el terrorista está convencido de que su
causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que
sólo interrumpe el embarazo; al antiguo defensor de
la esclavitud y al moderno racista les conviene
pensar que los hombres somos esencialmente
desiguales.
Para que la verdad sea aceptada es preciso que
encuentre una persona habituada a reconocer las
cosas como son. Pero al hombre no le resulta fácil
hacer o pensar lo que no debe. Por eso, para evitar
esa violencia interna, si se vive de espaldas a la
verdad, se acaba en la autojustificación. La
historia humana es una historia plagada de
autojustificaciones más o menos pobres.
En Otelo, Yago tiene envidia de Casio, y no
duda en calumniarle ante Otelo para hacerle
caer en desgracia y ocupar su lugar de alférez. Y
le calumnia, suponiendo que la acusación quizá
sea verdadera: “No sé si es verdad, pero
tengo sospechas que me bastan como si
fueran verdad averiguada”.
4. El peso de la mayoría
Por su identificación con la realidad, la verdad no
consiste en la opinión de la mayoría, ni en el común
denominador de las diferentes opiniones. Por eso, elegir
como criterio de conducta lo que hace o piensa la
mayoría de la gente constituye una pobre elección: suele
ser la coartada de la falta de personalidad o del
propio interés.
Invocar la mayoría como criterio de verdad supone
despreciar la inteligencia. E. Fromm piensa que el
hecho de que millones de personas compartan los
mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el
hecho de que compartan muchos errores no convierte
estos en verdades; y el hecho de que millones de
personas padezcan las mismas formas de patología
mental no hace de estas personas gente equilibrada.
Si se acepta esa identificación entre verdad
y consenso social, cerramos el camino a la
inteligencia y la sometemos a quienes
pueden
crear
artificialmente
ese
consenso con los medios que tienen a su
alcance.
Viñeta de Mafalda: “Por suerte, la
opinión pública todavía no se ha dado cuenta
de que opina lo que quiere la opinión privada”.
5. El conocimiento de la verdad
El subjetivismo y el escepticismo sostienen
que el hombre no conoce la verdad porque no le
interesa o porque no es capaz.
Aunque es claro que nuestro conocimiento no
agota la realidad, no se puede negar que conocemos
muchas verdades. La existencia del lenguaje es
una buena prueba. Para poder hablar se requiere la
existencia verdadera de tres realidades: un yo, un tú
y un objeto de conversación. Si lo entendido por dos
interlocutores fuera solo subjetivo, no habría
posibilidad de entendimiento. La misma discusión
es prueba de algo objetivo sobre lo que se discute y
una prueba irrefutable de que estamos ciertos de la
existencia de una verdad que nos resulta alcanzable.
Por otro lado, la experiencia del error no
demuestra que no alcancemos la verdad.
Apreciamos lo erróneo en contraste con lo
verdadero, ya que si todo fueran errores no nos
daríamos cuenta.
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