Papel de las referencias espaciales en la

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R. Goycoolea P., ponencia mesa 18.doc / 10/08/07 / 1
IX CONGRESO DE SOCIOLOGÍA ESPAÑOLA
Título:
Papel de las referencias espaciales en la percepción y uso del espacio
urbano.
Grupo:
Nº 18, Sociología de la Cultura y de las Artes
Mesa
Nº 3, Viejos y nuevos territorios de la cultura y del arte.
Autor:
Dr. Arq. Roberto Goycoolea Prado
Universidad de Alcalá
Departamento de arquitectura
c/ Sta. Úrsula, 8
28801 Alcalá de Henares (Madrid)
Tel. (34) 91.883.92.52 / Fax 91.883.92.72
[email protected]
Resumen
Indagando en los factores que participan en la configuración de la cultura urbana se presenta
en esta ponencia un estudio sobre el papel que en ella tienen de los sistemas de referencia
espacial (o métodos para localizar objetos, elementos y acontecimientos en el espacio
urbano). Aunque la tarea principal de estos sistemas de referencia es que el ciudadano
comprenda la organización la ciudad y conozca la localización de lo que la constituye, su
papel no se limita a resolver un problema geográfico. Al elegir un aspecto del espacio urbano
como eje de organización, los distintos sistemas de referencia generan maneras particulares de
entender y actuar en la ciudad, contribuyendo a configurar maneras de entender, actuar y
relacionarse en la ciudad también particulares.
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COMPRENSIÓN Y USO DEL ESPACIO
Los estudios sobre cultura y sociología urbana de las últimas décadas se caracterizan por “la
reciente reivindicación del tema del paisaje urbano desde múltiples perspectivas escolares”,
destacando la creciente importancia otorgada a la percepción ambiental como elemento
relevante de la "dialéctica socio-espacial". (Vilagrasa ) En este contexto, en el campo de la
geografía y la arquitectura se está desarrollando una línea de trabajo que frente al énfasis casi
exclusivo en los “requerimientos funcionales”, intenta fortalecer el papel de la percepción y
comprensión del espacio como base del diseño urbano. (Goodey y Gold, 1987) Probablemente
debido al carácter eminentemente “material” de las disciplinas relacionadas con la
configuración del espacio, resulta sintomático que estos estudios y propuestas fenoménicas
tiendan a centrarse en los aspectos físicos del espacio urbano. En general, en ellos “la
comprensión del sentido del lugar” se entiende como algo dependiente de la propia
morfología, a la manera que desde K. Lynch (1984) se tienden a enfocar los estudios sobre
imágenes e identidades urbanas. (Ballestero y Bosque, 1989; Vilagrasa)
Pese a sus indudables aportes para el conocimiento y diseño urbano, esta manera “física” de
entender el problema planteado, presenta el problema que deja de lado una variable
“intangibles” del espacio urbano que, según lo entendemos, tiene una participación realmente
importante en el modo de comprenderlo, configurarlo y usarlo. A saber: los sistemas de
referencia espacial.
Somos seres espaciales. Nuestras vidas ocurren en el espacio y necesitamos conocerlo y
ubicarnos para poder actuar. Por ello, la desorientación espacial anula la acción; sin
referencias estamos literalmente perdidos, paralizados. En un espacio realmente infinito, es
decir, sin referencias ni distinciones posibles, se produce una pérdida de las relaciones de
tiempo y espacio que impide el desarrollo de cualquier actividad humana. Con su
acostumbrada lucidez, J. L. Borges sintetizó el drama enmascarado en esta cosmovisión: “[...]
los hombres se sintieron perdidos en el tiempo y en el espacio. En el tiempo porque si el
futuro y el pasado son infinitos, no habrá realmente un cuándo; en el espacio, porque si todo
ser equidista de lo infinito y de lo infinitesimal, tampoco habrá un dónde; nadie está en algún
día, en algún lugar; nadie sabe el tamaño de su casa.” (Borges, 1982)
Para evitar esta angustiosa consecuencia ilícita de la desorientación, el hombre ha
desarrollado diversos métodos que le permitan ubicarse en el espacio que habita y, con ello,
dirigir la acción. Al contrario de lo que ocurre con la medición del tiempo, no existe un
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sistema unívoco de referencia espacial. En realidad, a lo largo de la historia se han
desarrollado diversos sistemas diferenciados por la propiedad del espacio utilizada como base
de referencia. En el ámbito urbano es posible distinguir hoy tres grandes sistemas: (a) están
los que parten de la percepción de los cuerpos y sus relaciones, (b) aquello donde el espacio y
sus elementos se reducen a estructuras abstractas y (c) los basados en una toponimia
simbólica o abstracta. La diferencia entre estos sistemas vendría dada por el elemento o
propiedad del espacio urbano empleado como base referencial.
Cada uno de esos sistemas de referencia, al obligar a quien habita una ciudad a prestar mayor
atención a ciertos aspectos del espacio, la percepción del espacio se orienta en una dirección
determinada que condiciona desde la manera se entiende, usa y configura la ciudad hasta su
comprensión como ente histórico.
Antes entrar en materia, una acotación respecto a la estructura del ensayo, que hemos dividido
en dos partes. En la primera parte se presentan (a) las particularidades que presentan los tres
sistemas de referencia espacial mencionados al usarse en el espacio urbano y (b) sus efectos
sobre la orientación y uso de la ciudad. En la segunda, se estudia: (a) el papel de estos
sistemas en la configuración de la memoria histórica, (b) deteniéndonos en las implicaciones
culturales de los procesos denominativos para el tema que nos ocupa.
SISTEMAS DE REFERENCIA ESPACIAL Y CULTURA URBANA
Como apuntamos, en el ámbito urbano actual es posible distinguir hoy tres grandes sistemas
de referencia espacial -icónicos, abstractos y denotativos- cuya utilización contribuye al
desarrollo de culturas urbanas particulares.
a. Sistemas icónicos.
Estos sistemas basan las referencias espaciales en la apariencia de los elementos urbanos. Es
el sistema más antiguo y directo de todos los sistemas desarrollados por el hombre para
ubicarse espacialmente y es método que intuitivamente utilizamos para movernos en lugares
desconocidos. Consiste en buscar elementos visibles y singulares del espacio para localizar lo
que interesa a partir de ellos: “La librería es la casa verde frente a la iglesia”.
En términos perceptivos, su uso termina por configurar un patrón cultural donde la ciudad se
estructura a partir de sus hitos y relaciones. Para orientarse, el ciudadano debe atender a
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apariencia de las cosas y a las sensaciones que de ellas obtiene. Lo primordial para aprehender
y orientarse en la ciudad no es conocer su traza sino reconocer y memorizar los vínculos que
existen entre las entidades sensibles del espacio urbano.
Un aspecto culturalmente importante de este sistema es general un sistema de hitos
jerarquizados que permiten manejarse en las distintas escalas urbanas y sociales. Se produce
así una jerarquía de la ciudad definida por la visibilidad de los íconos utilizados por la
población para orientarse. Ciertos mojones dan una orientación general de la ciudad (Torre de
Eiffel en París, el Monjuic en Barcelona); luego se configuran los hitos locales (la Ópera, la
plaza de Cataluña); para terminar con la selección de las referencias privadas (la escuela local,
la panadería de la esquina). Mientras más se frecuente un lugar más refinados serán los hitos
en las distintas escalas, configurando al usarlo una compleja red de relaciones icónicas muy
subjetivas en el ámbito privado, compartidas en el ámbito local y, más aún, en el general. A la
pregunta ¿dónde vives?, no se responde “sobre la librería x” sino con una secuencia de
referencias: en Atocha (hito general), al lado de la Estación (hito local), en el edificio
neomudejar (hito particular).
Paradigma urbano de esta manera ancestral de ubicarse en el espacio es Tokio. (Fig. 1)
Además de la complejidad formal que tiene el callejero de esta enorme metrópolis se suma el
hecho de que excepto las avenidas principales y algunos nodos, las calles no tienen nombre.
“Existe una dirección escrita, pero sólo tiene un valor postal, se refiere a un catastro (por barrios y por bloques, de ningún modo geométrico) cuyo conocimiento es accesible al cartero,
no al visitante: la ciudad más grande del mundo está, prácticamente, inclasificada, los
espacios que la componen en detalle están innominados”. (Barthes, 1970) El ciudadano se
orienta a partir de hitos visibles (rascacielos, carteles, torres de comunicación), de elementos
singulares (palacio real, parlamento, metro de…) e intersecciones de avenidas singulares. Para
quien no esté habituado a este sistema de referencia su uso puede ser desconcertante. “En
Panamá es común escuchar a las personas dar direcciones de la siguiente forma: "sigue recto
por la Tumba Muerto, cuando llegas al semáforo de El Dorado, doblas a la izquierda, y a la
derecha está el edificio de color blanco con amarillo, al lado del supermercado; allí está el
local que te digo". Esta particular manera de dar una dirección se escucha en diversas áreas de
la ciudad, porque no se ha desarrollado un proyecto general sobre nomenclatura, y el actual
sistema no está organizado”. (ENFoCO, 2005)
b. Sistemas abstractos.
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Basan las referencias espaciales en reducir los elementos urbanos a una estructura de
conocimiento no intuitivo de carácter universal. Como apuntó Schopenhauer, cualquier
reducción de este tipo pasa necesariamente por la conversión de las medidas empíricas de
espacio y tiempo (experiencia espaciotemporal) a relaciones matemáticas.1 Y esto es lo que
precisamente hace este sistema de referencia. En él los elementos urbanos no se sitúan por su
configuración (sistemas icónicos) ni por su significación (sistemas denotativos) sino por su
situación en una malla de coordenadas espaciales: “La librería está en la intersección de la
calle 8 y la 7ª avenida”.
Como sistema de referencia es el más nuevo de los tres analizados. Para que funcione se
requiere una regularidad morfológica que permita una racionalización referencial equivalente.
Cumplida esta regla mínima, en lo que no hay unanimidad es el sistema de numeración
utilizado. Las opciones son múltiples: calles pares en dirección norte-sur e impares en la
perpendicular; numeraciones correlativas según puntos cardinales a partir de un lugar
determinado; combinación de letras y números, etc. En todo caso, independiente del tipo de
numeración utilizado, al ciudadano local o al extranjero que desconoce el idioma, le basta con
saber contar y conocer las reglas de numeración para estar orientado.
Prototipo entre las muchas ciudades que utilizan este sistema es la conocida numeración
correlativa de calles, avenidas e inmuebles de Nueva York. (Fig. 2) El entendimiento de la
ciudad requiere, antes que nada, por aprender la geometría del trazado urbano y las reglas de
su numeración. La diferencia cultural es enorme. Al contrario que en Tokio y Madrid, para
deambular sin perderse por Manhattan no es necesario reconocer ni recordar la apariencia de
sus edificios ni los nombres de las calles. Basta con conocer la estructura de numeración de
las calles para orientarse con facilidad.
Este sistema de referencia, que se implanta en diversas ciudades de Estados Unidos a lo largo
del siglo XIX causaba verdadera admiración en los administradores de otras ciudades. “En el
último tercio del siglo XIX, se presentaron en la ciudad de México diversos proyectos para
ordenar la nomenclatura”. Querían racionalizar el caos nominativo que venía de la colonia,
donde casi cualquiera podía colocar una placa o pintar en la pared algún nombre en la esquina
de una calle para que se aceptara que esa era su denominación. En 1875 el Ayuntamiento
comisionó a E. Zárate el estudió la organización de las principales ciudades de la Unión
Americana que son “unas de las más bien ordenadas del mundo”. No podemos olvidar, apunta
“Cuando se quiere tener un conocimiento abstracto de las relaciones del espacio es preciso
que previamente sean reducidas a relaciones de tiempo, es decir, de números”. (Schopenhauer,
2002)
1
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V. Zárate Toscazo, “que el sistema de nomenclatura lógico y ordenado no es muy común en
las calles de las ciudades. George Townsend había escrito en 1871 que la decisión de William
Penn en torno a las calles de Filadelfia era una repulsión al desorden urbanístico de Londres.
En 1900 se afirmaba que dicho sistema casi se había llevado a la perfección en los Estados
Unidos”.
Pero, pese a su perfección, no han sido ni son estos sistemas abstractos ni los icónicos los que
dominan el panorama de las referencias espaciales si no los denotativos.
c. Sistemas denotativos.
Consisten en singularizar los distintos elementos urbanos mediante nombres propios y
relacionarlos en un mapa mental o físico. Al comienzo los nombres surgían de experiencias
compartidas por el uso cotidiano: Plaza de la paja, Calle del comercio, Paseo de la estación.
Con o sin certificación oficial, estas denominaciones funcionales han sido y son la forma
habitual de localizar calles y edificios en asentamientos de tamaño reducido donde todos
saben qué es y hace cada elemento urbano.
Un problema importante que presenta este sistema de referencia es que funciona muy bien en
las comunidades donde actividades y experiencias son compartidas, pero son difíciles de
referenciar para los extranjeros. En Managua, por ejemplo, la intersección de dos calles cuyo
nombre nadie conoce como “donde fue el hoyo de la campana”, porque cuenta la leyenda que
ahí existía un hoyo inmenso con una gran campana dentro.2 Lógicamente, esta denominación
popular no está registrada en ningún lado, el extranjero no tiene cómo llegar sin recurrir a un
lugareño.
Esta dificultad se manifestó claramente con el crecimiento de las ciudades a lo largo del siglo
XIX. Había acuerdo sobre el nombre de los lugares y edificios singulares, pero el resto era en
la práctica anónimo. La aparición del correo postal y las crecientes necesidades de control
fiscal mediante catastros, obligaron a las autoridades a regular la denominación de las calles y
a certificar con rótulos visibles y oficiales edificios, plazas y calles. (Fig. 3) El proceso se
manifiesta con fuerza en la segunda mitad del siglo XIX cuando la mayoría de los
ayuntamientos crearon Comisiones de Nombres y Honores o similares encargadas de regular
las denominaciones de las calles. En Buenos Aires, por ejemplo, Los nombres de la mayoría
de las calles fueron fijados entre 1893 y 1904. (Riva, 2006)
2
Agradezco esta referencia al profesor Melquíades Carbajo. (2006)
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Una dificultad importante de los sistemas denotativos es que manejados a gran escala no
sirven para identificar los elementos urbanos individuales de manera general. Sería realmente
complejo ubicar un edificio en una calle si cada uno tiene un nombre referido a su uso,
acontecimiento u homenaje. Por ello, con el tiempo hubo que complementar el nombre de las
calles con algún sistema de clasificación abstracto para situar los objetos particulares dentro
de lo nombrado. En general se optó por utilizar una numeración matemática. Nuevamente, no
existe aquí una norma de aplicación general. En Madrid, por ejemplo, se escogió numerar
correlativamente los inmuebles basándose en la relación de solares existentes en un momento
determinado de su historia; de ahí que no se pueda saber a priori qué distancia hay entre el
número 1 y el 7 de una calle cualquiera (Fig. 4) y que sean habituales cosas como 3 bis, 6
duplicado ó 10L, que indican las sucesivas subdivisiones de un solar unitario en el momento
de la numeración original. Otras ciudades optaron por una numeración abstracta –no histórica
ni simbólica. La opción más habitual fue asignar centenas correlativas a las manzanas de una
misma calle y numerar los inmuebles situados en ellas considerando la distancia métrica
respecto a la esquina más cercana a un punto convencional de referencia. Decir en Santiago
de Chile “la librería está en el 1550 de la calle Vitacura” significa que está a 50 metros de la
esquina más cercana a la Plaza de Armas de la manzana 15 de la calle en cuestión.
Como se puede apreciar, condición de uso importante de los sistemas denotativos es que, con
independencia del sistema de numeración utilizado para ubicar los objetos particulares, el
ciudadano está obligado a realizar dos acciones paralelas para orientarse: (a) memorizar los
nombres y (b) situarlos en un plano que contenga los nombres de las calles. Sin este callejero
es imposible ubicarse, porque en general los nombres urbanos no responden a orientaciones ni
situaciones espaciales conocidas y/o reconocibles sino a designaciones en mayor o menor
medida arbitrarias. De ahí que en estas ciudades sea habitual colocar planos sectoriales
indicando con un círculo rojo “Ud. está aquí”.3 (Fig. 5)
Para aprovechar las ventajas de los sistemas abstractos de referencia espacial, algunos
sistemas denotativos han introducido en las denominaciones urbanas algún tipo de orden
abstracto que facilite su comprensión: (a) En algunos casos se han numerado las áreas de la
ciudad, como en la sustitución de los nombres de las parroquias o barrios por códigos
postales. (b) Otro método consiste en establecer algún tipo de orden abstracto convencional en
las denominaciones; así en Sept-ilê, Canadá, las calles se ordenan alfabéticamente a partir de
la ribera del San Lorenzo. (c) También se dan casos de ordenaciones arbitrarias pero
Es probable con el desarrollo de GPS individuales de bolsillo que los mapas urbanos lleguen
a desaparecer, como esta ocurriendo hoy con los relojes públicos y los teléfonos de cabina.
3
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reconocibles de los nombres; en Concepción, Chile, las calles paralelas al río tienen nombres
de “conquistadores” y las perpendiculares de caciques indígenas. Sin duda estas abstracciones
introducidas a los sistemas denotativos ayudan a la orientación de quien conoce el criterio de
organización empleado. Presentan, eso sí, la desventaja de que a menudo las organizaciones
no son evidentes ni intuitivas. Al contrario de lo que sucede con los sistemas abstractos
“puros”, requieren conocer el criterio de organización para que el orden establecido produzca
los efectos referenciales esperados.
Las referencias del taxista
Como señalamos, cada uno de los sistemas de referencia planteados genera una comprensión
y uso particular del espacio urbano. El modo en que un taxista actúa ante una dirección
desconocida es un buen ejemplo para mostrar cómo los sistemas de referencia inciden en la
percepción y uso del espacio y, consecuentemente, en la definición de esquemas culturales.
Obviando los temas de los atracos y condiciones laborales, gracias al sistema de referencia
empleado ser taxista en Nueva York es más sencillo que en Madrid y mucho más que en
Tokio. Una vez comprendido el código abstracto de referencias, el conductor norteamericano
podrá llevar al pasajero donde sea, independiente de si conoce el destino y de si dispone del
callejero de la ciudad. En Madrid el taxista no puede olvidar en casa un plano de la villa que
contenga un índice con los nombres de las calles, pues deberá consultarlo para ubicar las
direcciones cuyo nombre desconoce o no sabe dónde están. También tendrá que recurrir al
callejero para conocer la ubicación de la numeración buscada, ya que ésta no depende de una
distancia métrica a un origen conocido sino de la tradición urbana. En cambio en Chile el
taxista recurrirá al plano para encontrar la calle pero no para localizar la numeración buscada,
porque ésta es coherente con la trama y dimensiones métricas del espacio. El taxista japonés
es el que lo tiene más difícil. Ante una dirección desconocida deberá indagar con el pasajero
avenidas principales o edificios que ambos conozcan para que luego éste le explique el
camino a la dirección buscada. Si no existen referencias comunes o si el pasajero no conoce la
zona, éste deberá entregarle esquema con las señales necesarias para llegar a destino. Por ello
las tarjetas de visita japonesas suelen traer impresas estas instrucciones en un pequeño mapa y
cuando dan una dirección postal se complementan con un diagrama que señala los hitos del
lugar. (Fig. 6) Las recomendaciones de las autoridades recogen esta dificultad: “En muy pocas
ocasiones el taxista habla inglés, por lo que los problemas de comunicación suelen surgir. Si a
esto le añadimos la dificultad del sistema de direcciones de Tokio, es fácil que el taxista no
sepa llegar hasta donde usted le indica, sobre todo si no se trata de un lugar muy conocido.
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Por ello se recomienda que siempre vaya con un mapa indicando el lugar donde quiere ir, y a
ser posible, en japonés”. (Embajada de España en Tokio) En el film “Sabiduría asegurada”
Doris Dörie aborda estos problemas de orientación, contándonos magistralmente las
peripecias de dos alemanes en Tokio, desorientados y desesperados en una cultura urbana que
no comprenden.
Al contrario de lo que ocurre con los sistemas icónicos los abstractos y sobre todo los
denotativos requieren de una autoridad que los controle, tanto en la referencia del callejero
como de solares y edificios. Si esto no ocurre, si el nombrar y el numerar es indiscriminado, el
resultado es la confusión más que la orientación. Dos ejemplos mexicanos superlativos
muestran con claridad los efectos desorientadores de la arbitrariedad denominativa y
numerativa: (a) La Guía Roji de Ciudad de México, un conjunto de planos detallados de la
ciudad y su área metropolitana, además de índices alfabéticos de calles y colonias, de 2004
recoge unas 800 calles, avenidas, callejones, cerradas y privadas dedicadas al benemérito
Benito Juárez.4 (b) En una calle recién abierta de Xalapa, los vecinos numeraron sus viviendas
a discreción sin respetar su correlación (al 5 podía seguir el 12), superposiciones (recuerdo
aún desconcertado que había dos 34, el número que buscábamos) ni orientaciones (la
costumbre de poner a derecha los pares y a izquierda lo nones). Las consecuencias de este
sistema se pueden intuir: “Debido a la repetición de los nombres de las calles se hace también
necesario conocer el nombre de la colonia y la delegación a la que pertenece la calle a la que
deseamos dirigirnos, contribuyendo todo ello a que llegar a un determinado lugar se convierta
en una especie de aventura”. (Weiner, 2000)
Por esto, ninguna ciudad que funcione con el sistema de referencia espacial denotativo
permite que los vecinos denominen o numeren arbitrariamente los elementos urbanos. Las
reglas son bastantes estricta pero el que se imponga un nombre oficial no significa que sea
aceptado. En un intento por imponer los nombres oficiales, las avenidas y calles de Panamá
“tienen sus nombres en letras blancas sobre un refractor de fondo verde, pero no es suficiente
porque las calles conocidas como la Tumba Muerto, Transístmica y Calle 50, en los
documentos oficiales aparecen como Ricardo J. Alfaro, Avenida Simón Bolívar y Calle 50
Este, Nicanor Obarrio”. Para el autor de la nota periodística, el “doble nombre” de las
avenidas evidencia la desorganización y falta de cultura urbana de los ciudadanos. Para
nosotros evidencia la dificultad que tienen eliminar de la memoria histórica los elementos
asentados. Consientes de ello, el Art. 36 del Reglamento de Nomenclatura de León,
4
Agradezco esta apostilla a Pedro Strukelj Legarte (2005).
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Guanajato, legisla: “Se deberá reforzar la costumbre de referencia popular de los lugares, las
calles y los espacios públicos de la ciudad”.
2. SISTEMAS DE REFERENCIA Y MEMORIA URBANA
Los sistemas de referencia espacial no sólo condicionan el modo en que nos orientamos y
usamos el espacio, como ejemplifica el hacer del taxista. Al definir qué es importante y cómo
debe usarse el espacio, cumplen también un papel clave en la configuración de la memoria
que se tiene de un lugar. La ciudad no es sólo lo coexistente. Ciertamente la ciudad la
constituyen sus calles, parques, edificios, infraestructuras, instituciones y la gente que la vive
y visita. Pero también la componen quienes en ella vivieron, así como lo que en ella ocurre y
ocurrió. De ahí la importancia que sociólogos y urbanistas reconocen a la memoria histórica
como factor de identificación y cohesión social.
Desde esta perspectiva, no deja de ser contradictorio que mientras los sistemas abstractos e
icónicos de referencia espacial son los que más facilitan la orientación contribuyen menos que
los denotativos a configurar la memoria histórica de un lugar. Todo viajero sabe lo fácil que es
moverse por Nueva York o lo que ayudan a situarse los hitos reconocibles en una ciudad cuya
escritura se desconoce. Exponer las razones de esta constatación es el objeto de los próximos
apartados.
a. Sistemas abstractos. (Nueva York)
Debido a que lo necesario para orientarse en la ciudad es conocer su estructura geométrica, lo
que permanece en el imaginario colectivo de los lugares que utilizan sistemas abstractos de
referencia son los criterios de numeración. Se trata de un sistema donde calles e inmuebles se
pueden localizar sin que sea necesario considerar su forma o historia. (Fig. 7)
Consecuentemente, cualquier edificio puede ser sustituido sin alterar la estructura de
orientación y uso del espacio.
En síntesis, se trata de una manera de referenciar los elementos en el espacio urbano que,
según lo entendemos, ha contribuido a la menor preocupación por la conservación del
patrimonio y a la continua renovación de edificios que presentan las ciudades norteamericanas
frente a las europeas. No se puede tener la misma relación sentimental con un elemento
reducido a número que frente a otro cuyo nombra evoca algo que es querido o respetado. A
partir de un estudio sobre "nomenclaturas comparadas", Adolfo Barreiro presentó a fines del
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siglo XIX un racional proyecto de nomenclatura para la Ciudad de México, que “generó
diversas polémicas en los periódicos de la ciudad en torno a la cantidad de nombres de calles,
su permanencia y las bondades de la propuesta. Sin embargo, se estableció “una nomenclatura
numérica que mataba la historia y nada decía al espíritu”. Esta era una clara alusión a las
ciudades norteamericanas que habían servido de modelo. Pero además, se apelaba a la
conservación del patrimonio cultural y a la invención de una tradición”. (Zárate, 2005)
b. Sistemas icónicos. (Tokio)
En los sistemas icónicos, al ser las peculiaridades formales de los elementos urbanos lo
importante para orientarse en el espacio, la memoria urbana se conserva en la medida que sus
signos se mantengan. La desaparición de cualquiera de ellos supone la inevitable
transformación de la carga histórica asociada. Ronald Barthes (1970) describió sorprendido lo
que esto supone para la cultura urbana: “Esta ciudad [Tokio] sólo se puede conocer por una
actividad de tipo etnográfico: es necesario orientarse en ella no mediante un libro, la
dirección, sino por el andar, la vista, la costumbre, la experiencia; una vez descubierta, la
ciudad es intensa y frágil, no podrá encontrarse de nuevo más que a través del recuerdo de la
huella que ha dejado en nosotros”. Es probable que esta necesidad de mantener inalterable los
coexistentes (más bien los hitos) para preservar la esencia del espacio esté vinculada con la
práctica japonesa de reconstruir periódica y miméticamente sus templos de madera para
evidenciar una voluntad de eternidad espaciotemporal. En la película china La ducha los
parroquianos del baño público hablan constantemente de la desorientación que les causa la
destrucción de su entorno; en cambio los newyorkers pueden lamentarse o agradecer la
sustitución de ciertos edificios, pero no se quejarán de desorientación. (Fig. 8)
c. Sistemas denotativos. (Madrid)
Ninguna de las situaciones planteadas acontece en las ciudades que localizan sus elementos
mediante nombres propios. Nombrar es singularizar y evocar. Todo nombre tiene por función
designar objetos físicos, psíquicos o ideas. Y al designar recuerdan. Hacen presentes objetos o
acontecimientos no presentes. (RAE) De ahí que los nombres urbanos sigan rememorando
sujetos, objetos o hechos aunque éstos hayan desaparecido, permitiendo conocer lo que en el
lugar nombrado ocurrió y, así, entender el devenir actual. Nombres como Salto del agua o
Plaza de la Inquisición en Ciudad de México y Calle de Pontones o Plaza de la paja en
Madrid, permiten comprender cómo era y funcionaba la ciudad antigua y cuál es su relación
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con la actual, aunque la fuente, los patíbulos, el mercado o el ferrocarril hayan desaparecido.
(Fig. 9)
No parece necesario insistir en la importancia de los nombres urbanos como elementos
básicos para la comprensión y configuración de la memoria histórica. A una consulta (2005)
del Ayuntamiento de Matamoros, los ciudadanos consideraron la mejor manera de homenajear
a un héroe local era dedicarle una calle (46%) seguido de lejos con realizarle una estatua
(22%).5 Sin embargo, aunque todos los nombres denotan y contribuyen a la rememoración, no
todos tienen el mismo valor evocador. Algunos son realmente significativos, otros nada
singularizan ni evocan. La diferencia (e importancia) depende, sobre todo, de cómo se ha
establecido la denominación. Generalizando, en los sistemas denotativos se observan tres
procesos distintos de génesis nominativa. Cada uno con significaciones distintas para la
configuración de la memoria urbana.
a. Génesis tradicional
Cuando los nombres surgen del decir popular basándose en alguna característica relevante de
lo nombrado. En un primer momento los poblados eran innominados porque el hombre
dominaba la totalidad de su hábitat. Al crecer estos asentamientos los habitantes comenzaron
a nombrar a los objetos u espacios para recordar su ubicación y función. Son en general de
nombres descriptivos basados (a) en una característica topológica o funcional del edificio
nombrado (Puerta del sol o ribera del Manzanares en el primer caso; Mercado de la cebada o
Calle del comercio, en el segundo) o (b) en la evocación de un suceso específico que ocurrió
en ese lugar pero que ya no existe (Casa de la panadería, calle del comercio) pero también
convocar a personales ficticios relacionados con el lugar (Casa de Dulcinea, Toboso) o de
leyenda (Caleuche, Ancud). Mediante estas indicaciones se advierte que en tal zona había un
convento, estaba la estación o se inició el levantamiento contra el invasor. Así, al dar pistas
que permiten reconstruir el devenir urbano, las referencias espaciales permiten conocer el qué
y porqué de la ciudad actual. (Fig. 10) En síntesis, los nombres generan un relato (una
“lectura”) particular de lo nombrado, contribuyendo a hacer visibles o invisibles ciertas zonas
urbanas.
Desde la perspectiva que nos ocupa, cabe destacar la capacidad de permanencia de los
nombres comunes. Como en el mencionado ejemplo de Panamá, cuando un nombre se asienta
en la memoria colectiva, poco pueden hacer los decretos legislativos para cambiarlos.
5
Portal de la Ciudad de Matamoros, http://www.matamoros.com/modules/news/, 16.10.2006.
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Cualquiera que vaya por primera vez a Ciudad de México verá que si bien en los planos la
antigua Plaza de armas aparece como Plaza de la Constitución, nadie la conoce por ese
nombre; incluso la estación de metro que ahí existe utiliza la denominación popular: el
Zócalo. Esta contradicción entre el nombre oficial y la denominación común no es extraña.
Ejemplos como éste abundan en nuestras ciudades y, en el ámbito personal, todos tenemos a
alguien que conocemos sólo por su apodo.
Harían bien las autoridades en tomar nota de esta situación y no insistir en cambiar los
nombres asentados por otros que tienden a confundir más que a orientar. Y, de paso, se
podrían evitar situaciones tragicómicas como la siguiente recogida por Ramón Sender:
“Entramos [en Sevilla] en un bar que había en una plaza que llaman de Alfonso el Sabio. Por
cierto que la plaza era llamada hace años plaza del Burro, y la lápida dice (Curro me la hizo
ver): Plaza de Alfonso el Sabio, antes Burro”. (Sender, 2004)
b. Génesis administrativa
Cuando la definición de los nombres surge de las competencias de la autoridad política.
Práctica generalizada con la introducción de los catastros, que para cumplir sus objetivos de
control y tributación obligaron a registrar edificios, actividades y ciudadanos. Los primeros
catastros sancionaron los nombres comunes, coincidiendo la evocación tradicional con los
imperativos burocráticos. (Fig. 11) El acuerdo entre nombres populares y administrativos
comenzó a desaparecer cuando el crecimiento urbano obligó a designar elementos para los
que no existían referentes tradicionales, bien porque eran sitios sin significación o barrios ex
novo. Aparecieron así nombres con escasa o nula significación local, cuando no arbitrarios.
Paradigma de esta situación son los que podríamos llamar proyectos “temáticos” de
denominación, donde para un barrio sector de la ciudad se adoptan nombres de ríos, pintores,
animales exóticos o políticos extranjeros. Nombres ajenos al lugar y su idiosincrasia que en
nada contribuyen a la configuración de una cultura urbana localmente arraigada y que a veces,
cuando se utilizan por ejemplo nombres de artistas o políticos extranjeros, acentúan el
problema de otredad, sin descartar los mal entendidos derivados de su dificultad de
pronunciación.
Vea como vea, el efecto de esta “designificación” nominativa es perverso para la
configuración de la memoria urbana. Al desaparecer la carga simbólica de las denominaciones
las ciudades comienzan a desarraigarse, a vivir en la futilidad de lo inmediato. Si algo puede
llamarse “a” o “b” es porque de algún modo “a” y “b” son signos (memorias) prescindibles. Y
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puesto que a menudo es el nombre, más que las propiedades de lo nombrado, lo que otorga
valor, nada impide que los objetos de nombres intrascendentes sean fácilmente olvidados o
sustituidos, con lo que ello supone para la imagen y memoria de un lugar.
Si la concurrida Casa de Cervantes en Alcalá de Henares deja de ser conocida como tal y se
reconoce lo que es –una versión idealizada de una casa renacentista construida para museo a
mediados del siglo XX que rompe con la tipología de la Calle mayor e incluye un elemento
tan anacrónico y poco castellano como un antejardín– pocos alcalaínos se opondrían a su
modificación o destrucción, como hicieron cuando se procedió a ampliarla hace unos años,
porque su nombre tiene una carga simbólica que sacraliza el inmueble. (Fig. 12)
c. Génesis impositiva
Este tercer y más traumático modo de nombrar a los elementos urbanos aparece cuando el
poder, consciente de la influencia de los nombres en la percepción y uso del espacio habitable,
instaura la práctica de bautizarlos y rebautizarlos con designaciones que enaltezcan su ideario
político. (Fig. 14) Es esta una práctica habitual en los cambios políticos radicales (alternancia
de partidos, golpes de estado, restablecimiento de la democracia), donde se tiende a
renombrar elementos urbanos para adecuarlos a los nuevos idearios y representaciones del
poder.
En términos históricos los intentos por hacer desaparecer la memoria de algo mediante una
nueva distinción lingüística son tan comunes que parecen consustanciales a la condición
humana. Ejemplos sobran. Ramses II rebautizó con sus títulos las estatuas de los faraones que
lo precedieron; Al igual que en la Reconquista española, donde cada ciudad recuperada
supuso (re)cristianizar las señas musulmanas del espacio urbano, tras el triunfo de la
Revolución mexicana muchas ciudades cambiaron de nombre (Morelia por Valladolid) y otras
adquirieron “apellidos” revolucionarios (Xalapa-Henríquez; Veracruz-Llave). En los últimos
años tampoco faltan ejemplos de esta práctica. La sustitución de los topónimos tradicionales
fue una estrategia más del intento segregacionista utilizado por los norteamericanos en Irak o
en Rusia los sucesivos nombres de la actual Petrogrado.
Sí cada nombre tiene evocaciones específicas, significa que controlándolas los ciudadanos
tendrán una imagen ideológicamente condicionada del lugar que habitan. De ahí que la
imposición nominativa es una estrategia con sentido. Los nombres urbanos son mucho más
que señales de orientación. Son, en última instancia, uno de los componentes que con mayor
fuerza contribuyen a determinar el modo en que comprendemos las cosas. Aunque todas las
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ciudades, calles y edificios renombrados sean materialmente idénticas, no es igual vivir en
San Petersburgo que en Leningrado, ni caminar por La Castellana que por la Avenida del
Generalísimo.
La ciudad es un espacio de referencias y signos. Es una página en la que puede leerse,
reconocerse, una historia de la que el lector es copartícipe. Lo que sucede con la imposición
de nombres es el total emborronamiento del paisaje, la pérdida de referencias y el consecuente
desarraigo cívico. Las estrategias empleadas por el poder para des-significar el espacio van
desde la mera sustitución de una denominación puntual a la destrucción completa de su
toponimia. En Bosnia esta fue una práctica habitual de los serbios en su particular limpieza
étnica, conocida ahora como “memoricidio”.
La consecuencia inmediata (y, por tanto, a menudo pasajera) de esta práctica es la
desorientación espacial y funcional de los ciudadanos en el espacio y de los ciudadanos entre
sí. Aspecto especialmente patente en la comunicación intergeneracional. En Madrid aún es
posible que alguien descoloque a un joven o a un turista con el nombre franquista de una calle
o una estación de Metro. Sin embargo, más importante que estas desorientaciones pasajeras es
la pérdida de la memoria e identidad social y urbana que traen aparejados. Con los nombres
impuestos la ciudad se “desmemoria” impidiendo su cabal comprensión. Por eso es tan
importante que los nombres urbanos evoquen efectivamente a lo nombrado y a lo que alguien
por conveniencia aspira que se rememore.
Otro signo inequívoco del valor de los nombres en la percepción del espacio son nombres que
los promotores utilizan en sus urbanizaciones. Basta un breve recorrido por la sección
Propiedades de los periódicos para observar que con los nombres se intenta predisponer al
futuro comprador en una valoración determinada de la promoción. Independiente del estatus
social de que se trate, nos encontramos con dos evocaciones principales. Por un lado, la
nostalgia de la naturaleza perdida: Valle encantado. Por otro, el deseo de formar parte de la
nobleza: Duque de Medinaceli. Últimamente, coincidiendo con el protagonismo mediático
que está teniendo la “arquitectura de autor” y los propios arquitectos, están apareciendo que
hacen referencia al proceso arquitectónico. La ampliación del Museo Reina Sofía no está
dedicado a una figura política ni al promotor de la obra ni a significar a algún maestro del arte
español, como sucede con las puertas del Museo de Prado, sino al mediático arquitecto de la
obra: Espacio Nouvel.
Del bien nombrar urbano
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Atendiendo al importante papel que tienen los sistemas denotativos de referencia espacial
para la configuración de la memoria histórica –en clara ventaja ante los sistemas icónicos y
abstractos, mucho más neutros desde el punto de vista histórico– resulta sorprendente la poca
atención que las autoridades locales y con ellas sus representados, los ciudadanos, prestan al
tema. Viendo como suelen actuar, es obvio que para los gestores urbanos si algo se llama “a”
o “b” no tiene la más mínima repercusión en el modo en que se comprende la ciudad. Si se
hubiese entendido esto, el gobierno de Madrid se hubiese preocupado por rebautizar la calle
de su nueva sede con un calificativo de connotaciones políticamente más correctas que el
actual Candilejas, o sea teatro, focos, farándula.
Tampoco parece interesarles a los representantes locales el papel de los nombres en la
configuración de la memoria histórica de los lugares que gestionan. Pocas ciudades tienen un
catálogo e instrumentos de protección del patrimonio lingüístico similar a los redactados para
obras de arte, edificios o zonas urbanas. Al menos se podrían recoger las transformaciones
históricas. Por ejemplo, no estaría de más, como sucede en Xalapa, México, que las señales
urbanas recogieran los sucesivos nombres que éstas han tenido. Sería una manera de no perder
la continuidad lingüística de la ciudad con sus ciudadanos.
Nada hay de aséptico ni neutral en el nombrar urbano. Las cosas se singularizan (son) por el
nombre con que se las designa. Esto es lo que permite conocerlas y pensar en ellas. Lo innombrado no puede ser comprendido, ni siquiera “se puede calificar.” (RAE). Cada signo
desaparecido, cada nombre transformado, cada denominación insustancial, supone una
evocación menos en el espacio urbano; otra posibilidad pérdida para la construcción de una
memoria e identidad ciudadana. El bien nombrar, como el bien referenciar, contribuyen
mucho más de lo que suele pensarse a configurar la imagen urbana, a dignificarla y darla a
conocer; así como a optimizar la orientación espacial y, consecuentemente, a incrementar el
conocimiento de la ciudad y su historia. (Fig. 15)
Para terminar estas notas parece oportuno presentar dos ejemplos madrileños opuestos de la
afirmación anterior: (a) Una utilización negativa desde el punto de vista de la orientación y de
la memoria histórica se produjo en Madrid con la ampliación de la línea 9 de Metro, que
terminaba en la estación Vicalvaro, hasta la estación de tren que tenía también el nombre de
Vicalvaro; ante lo cual llamaron a la estación de Metro: Puerto de Arganda. De este modo,
pese a constituir una unidad espacial, la estación de metro y tren tienen nombres distintos y
ninguno se corresponde con el lugar que denotan. (b) En cambio, el mismo Madrid da un
buen ejemplo de cómo una adecuada denominación de un lugar puede contribuir a su
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conocimiento y rehabilitación el barrio de Huertas. En una operación de orientación turística,
el Ayuntamiento añadió al nombre histórico el título de Barrio de las letras. Nunca nadie lo
ha llamado así. Pero el nombre se ha impuesto porque recupera la memoria de una serie de
personas y sitios literarios vinculados con el barrio. Además, en la configuración del espacio
urbano se ha utilizado la denominación como pretexto de diseño; contribuyendo con todo tipo
de placas conmemorativas, textos literarios en el pavimento y similares a fomentar una
atractiva manera de percibir y usar la ciudad.
FIGURAS
1. Tokio, fotografía de Carlos Caballero. Según R. Barthes, “la
ciudad más grande del mundo está, prácticamente,
inclasificada, los espacios que la componen en detalle están
innominados.”
2. Nueva York City, C. S. Hammond & Company Atlas, 1910;
United State Digital Map Library.
3. Madrid, fotografía del autor. Ejemplo de sistema nominativo
de referencia espacial, basado en nombre propio de elementos
espaciales.
4. Madrid, fotografía del autor. Ejemplo de sistema nominativo
de referencia espacial, basado en nombre propio de elementos
espaciales.
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5. Madrid, Sol, fotografía del autor. Los planos urbanos son
indispensables para conocer la relación espacial que existe
entre las distintas denominaciones urbanas.
6.
Libreta de direcciones en Tokio, basada en un sistema icónico
de referencias espaciales. Imagen tomada de Ronald Bartres,
El imperio de los signos, 1970.
7.
Los nombres urbanos de génesis tradicional contribuyen al
conocimiento histórico de la ciudad porque siguen evocando
un fenómeno u hecho aunque éste haya desaparecido.
8. Madrid, Plaza de la paja, ejemplo característico de
permanencia de una denominación popular asociada a una
actividad ya desaparecida.
9. Concepción, Chile. Ejemplo de denominación administrativa
de los elementos urbanos. Fotografía: Flavia Hechem
10.
Madrid, casco histórico, escudo nobiliario. Fotografía autor.
La ciudad es un espacio de referencias y signos; es una página
en la que puede leerse, en la que puede reconocerse una
historia de la que el lector es copartícipe.
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11. Madrid, Plaza Mayor, fotografía del autor. El mantenimiento
del nombre original de la plaza ha contribuido a incrementar
el conocimiento del lugar y devenir de la ciudad.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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