mación y comunicación) la felicidad, una nueva mística, una identidad nueva, como reemplazo a las ya trasnochadas que ofrecían la religión, las tradiciones, las culturas locales o los partidos políticos. “Uno es lo que consume”, deberíamos escribir a la entrada de nuestra casa. La publicidad y el consumo son en la sociedad de mercado lo que el adoctrinamiento en los regímenes totalitarios. te es consumir, y lo más rápidamente posible, para poder volver a consumir. Así, nuestra existencia se va reduciendo lentamente al consumismo, a la ley del mercado: lo que no se puede vender y consumir no vale. Y lo más triste es que creyéndonos libres en el consumismo, el mercado nos da la ilusión/opción de elegir en el gran supermercado del mundo. A falta de participar como verdadero actor en la esfera pública, el consumismo ofrece al ciudadano de hoy una falsa ilusión de que está ejercitando su libertad de elección. Y para “ilusionarnos eligiendo”, somos capaces de vender nuestros cuerpos (prostitución en línea), o robar (dinero para las drogas que ofrece internet), o mentir (esto es lo último, lo “in”), o identificarnos fantasiosa e imaginariamente con la “marca” que usamos (Coca Cola, Adidas, Saint Laurent, Le Sumptueux de Dior), o 32 C S R F P / P A S T O R A L fantasear matando (nuevos armamentos de los Nintendo y juegos computarizados). El consumidor moderno más que mercancías necesita consumir fantasías, imaginarios, ensoñaciones y evocaciones, reclamos estéticos, poéticos y cosméticos. ¡Pero siempre, en el fondo, el consumo, el mercado, el dinero! Si miramos bien, ésta es una lucha a nivel mundial del mercado simbólico (las mercancías se vuelven cultura, bienes simbólicos) y, con ello, de las conciencias. En esta nueva sociedad que se nos está imponiendo, el tiempo íntegro de las personas pasa a ser objeto de comercialización, de marketing (no solo la televisión 24 horas sino la postelevisión interactiva, el uso de internet ininterrumpido, la música reggaetón y rock heavy metal, y los iPod como compañeros inseparables). Los seres humanos, especialmente las nuevas generaciones, como masa inerte, emigran hacia los nuevos territorios de una sociedad que les ofrece en las TIC (técnicas de infor- J U V E N I L Aparece así una “cultura global”, con relativo anonimato del llamado “usuario”1, con sensación de ubicuidad, con identidades ficticias que van más allá de las identidades sexuales o de cualquier otro rasgo diferenciador. Pero esta cultura del consumo lejos de satisfacer necesidades genera la insatisfacción de nuevas necesidades. Este análisis también lo hace el pensador francés Gilles Lipovetsky2: el concepto de postmodernidad ya no es suficiente para definir el momento actual de la sociedad. Estamos en un momento histórico donde no existen sistemas alternativos al presente y donde el mercado ha impuesto su ley. Es el momento de la hiper-modernidad sin oposición alguna, sin normativa o regulación y que tiene el estatus de global. Con este término, Lipovetsky presenta un mundo caracterizado por la invasión de las nuevas tecnologías y la modificación del concepto de cultura. Vivimos en una 1 A nivel mundial los usuarios (consumidores) más grandes son los países ricos que gastan más de lo que tienen y su estilo de vida despilfarrador debe ser subsidiado por los países pobres. Así lo afirma el informe “Planeta Vivo” del Fondo Mundial para la Naturaleza y la Red Glogal de Huella Ecológica. Cfr. Diario El Tiempo, Bogotá, 22 de mayo 2012, p. 23. 2 Gilles Lipovetsky fue invitado a la 23 Feria del Libro en Bogotá (2010). Entre sus obras se destaca “La Era del vacío”, “el Imperio de lo efímero”, “La Tercera Mujer”. sociedad donde el papel de la imagen se ha convertido en un icono, rodeados de una pantalla global (computadores, teléfonos celulares, televisores de altísima resolución, video cámaras…), una pantalla que ha roto el discurso narrativo continuado a favor de lo plural e híbrido, sin forma definida y con total heterogeneidad. Se ha redefinido el concepto de cultura poniendo el acento en la formación de la misma a través del capitalismo, del imperio del hiperindividualismo y de la tecno-ciencia. El clásico concepto de cultura, que diferenciaba entre la popular y la ilustrada, se ha desvanecido entre las redes y las nuevas tecnologías, y los campos de conocimiento empiezan a entremezclarse. La cultura es inseparable de la industria comercial y abarca todos los rincones del planeta, tiene aspiraciones concretas planetarias, independientemente del nivel económico. El tiempo hiper-moderno es un tiempo paradójico. Si miramos bien, nada en nuestra vida es neutral, ni la técnica, ni las tecnologías, ni una caricia, ni una mirada, ni una botella, ¡nada! Cualquier objeto o cualquier comportamiento generan cambios. Por eso las nuevas tecnologías, las famosas TIC, no vienen a ser instrumentos neutros para el hombre, sino órganos insustituibles para vivir en la sociedad actual. Por eso tener internet en nuestra casa, o poseer un celular, no es algo neutro en nuestra vida, sino una obligación de usarlos y disfrutarlos, de lo contrario estaríamos “out”. Afirma José Sánchez Parga (2010, 65-66)3: “Se 3 SÁNCHEZ PARGA, José. “Del consumo de cultura a la cultura del consumo: una mutación antropológica”, en Ecuador Debate. Cultura y política, Centro Andino de Acción Popular P A S T O R A L J U V E N I L / C S R F P 33