Johann Gustav Droysen, Histórica. Lecciones sobre la

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G ustav Droysen, Histórica. Lecciones sobre la Enci­
clopedia y metodología de la historia. Versión Castella­
na de Ernesto Garzón Valdés y Rafael Gutiérrez Girardot. Barcelona, Editorial Alfa, 1983, 392 pp.
Johann
Más de cien años h a n transcurido desde la presentación fi­
nal de esta obra de Jo h a n n G ustav Droysen (1804-1884)
conformada a lo largo de un cuatfto de siglo. Dictó las leccio­
nes por prim era vez en 1857 y las publicó al año siguiente;
luego las repitió reelaborando conceptos, añadiendo ejem­
plos y notas que se recogieron en ediciones posteriores y en
las que h ab rá de reconocer —no sabemos h a s ta dónde— la
m ano de sus discípulos.
En el semestre de invierno de 1882-1883, Friedrich Meinecke asistió a la últim a versión y tomó las p alabras finales
del maestro, cuando d ab a razón de la división trip artita del
curso “en metódica, sistem ática y tópica” y de los límites y
posibilidades del trabajo historiográfico:
Dos cosas debían surgir aquí con especial claridad Por una
parte, que a diferencia de las ciencias naturales, no teneínos
los medios del experimento; que tan sólo podemos investigar.
Luego, que también la investigación más profunda sólo puede
contener una apariencia fragmentaria del pasado, que la his­
toria y nuestro conocimiento de ella son inmensamente dife­
rentes. Esto nos desconsolaría si no hubiera una cosa: aun
cuando no se posea el material completo, podemos seguir el
desarrollo de los pensamientos en la historia. Así obtenemos,
no una imagen de lo acontecido, sino una concepción y elabo­
ración espiritual de él. Esta es nuestra compensación. (Histo­
ria, p. 392).
¿Tanto b atallar para llegar a esto que hoy nos parece
una verdad de Pero Grullo? ¿Vale la pena enfrascarse en la
lectura de las lecciones? Creemos que sí; en su elaboración y
su laboración h ay un saber y una pasión política que caracte­
rizan la g ran historiografía alem ana del siglo xix, presidida
por la enorm a figura de Leopold von Ranke y por sus discí­
pulos, los que, sin dejar de aprovechar las enseñanzas del
maestro, formaron la “escuela p ru sia n a ”. Se tra ta de un
momento histórico intelectual que G.P. Gooch caracteriza así:
Ranke inició su carrera y fundó su escuela en la era del estan­
camiento político, entre las guerras de liberación y la revolu­
ción de 1848; pero a mediados del siglo la actitud de distanciamiento ante los candentes problemas del día se hizo imposi­
ble.
En la formación del Imperio alemán le cupo una parte no
pequeña a un grupo de profesores que mediante la voz y la
pluma predicaron el ejemplo de la nacionalidad, glorificaron
las proezas de los Hohenzoller y condujeron a sus compatrio­
tas del idealismo al realismo (Gooch, 1942, p. 137).
E sta fue la posición de Droysen en su m onum ental
Historia de la política prusian a , que h a merecido la crítica
severa de autores como Gooch (cfr. 1942, pp. 141-147) y Barnes (cfr. 1963, p. 210). Y es el caso que cuando dictaba sus
lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la historia,
Droysen la asumió plenamente. Ranke y sus discípulos m ás
fieles propugnaron la objetividad y el distanciam iento de
afanes políticos como condición d elao b rah isto rio g ráfic a de
valor eterno y universal, pues tal era la pretensión de la
historiografía científica. Droysen no n ié g a la calidad cientí­
fica de la obra del historiador, sólo que advierte que el histo­
riador no puede desconocer “un deber y un a tarea tanto m ás
grandes y fecundas cuanto menos form ada y m ás lánguida
sea todavía la conciencia nacion al” (.Histórica, p. 354); a él le
b a s ta b a con una verdad relativa a su patria, a su convicción
política y religiosa sobre la base de un estudio serio, pues lo
limitado y especial p a ra él algo m ás que lo general y lo
sum am ente general (cfr. idem , p. 355).
...Al considerar el pasado desde elpunto de vista de los pensa­
mientos de mi pueblo y de mi Estado, de mi religión, me situó
por encima de mi propio yo. Pienso en un yo más elevado en el
cual se ha fundido la escoria de mi persona. (Loe. cit.)
Tan vigoroso m ensaje nos pone en guardia contra la
obra, y m ás si recordamos ique este libro de Droysen —como
otros tan to s de pensadores del Impreio alem án — fue reedita­
do en 1936, cuando el nazismo lo hizo objeto de propaganda;
hab ía en él, como en otros, elementos p ara ello.
Pero la obra no se agota ahí. Lo que de ella hemos
entresacado son ideas de la parte final del libro, la tópica, en
las que el autor tr a ta el problema de las distintas form as de
composición y exposición historiográficas, según los propó­
sitos que guíen al historiador. En ésta y, sobre todo, en las
partes anteriores h ay elementos que bien podemos aprove­
char para discernir sobre las posibilidades de la ciencia
historiográfica y del momento en que vivía el autor.
Droysen poseía un a gran erudición en las antigüedades
greco latinas; sus obras de juventud, dedicadas a la literatu­
ra y a la h istoria griegas y a la época helenística, le hicieron
célebre como profesor. De aquel saber, que le dotó de un
profundo conocimiento d é la historia, h ay mucho en la H istó­
rica. Además, se adentró en la filosofía de Hegel (de quien fue
discípulo), en la historia m oderna y, no sólo por estudios sino
que tam bién por experiencia de la vida diplomática, en la
historia m oderna y contem poránea. Retirado ya de esas
labores “p rácticas” fue cuando emprendió estas Lecciones
de Enciclopedia y metodología de la historia.
El cuadro que tra za es muy vigoroso. Lo em prende con
esbozos que luego va detallando e ilum inando con ejemplos
de la antigüedad y de su contemporaneidad.
La “introducción” es un deslinde de las realidades de la
“n a tu ralez a” y de la “h isto ria” . E sta es u na realidad h u m a­
na en la que el hombre se concibe como algo que tiene un
significado p ara sí y como algo que delega significados a
otros hombres que vivirán realidades significantes. Sólo la
aprehensión del significado, de lo significante, nos conduce
a la historia; sólo atendiendo a la realidad de lo significante
lograremos la aprehensión y explicación de lo histórico.
Pero resulta que de esas realidades con significado sólo
van quedando rastros, vestigios, señas que h ay que recolec­
ta r e interpretar. P a ra hacerlo hay que seguir cam inos rigu­
rosos y ciertos: los del método, que él tra ta en la metódica,
prim era gran parte del curso.
La metódica se inicia, tratán d o se de realidades signifi­
cantes, por la pregunta sobre el significado; esto es, por el
afán de comprender. Luego, seleccionando aquellos vesti­
gios que efectivamente cobren sentido por la pregunta inicial
y que exijan m ás preguntas. Esto es la Heurística, a la que
siguen las críticas o apreciación de esos vestigios, desde los
menos expresivos eintencionales —como huellas en el p aisa­
je modificado por el hombre— h a s ta los m ás intencionales,
como los m onum entos y las expresiones verbales que llegan
a ser verdaderas fuentes de la historia. La riqueza de ejem­
plos y procedimientos es asom brosa y no v alela penarepetir
aquí siquiera el índice del libro. E sta es la parte en que se
revela el avance de los conocimientos arqueológicos y filoló­
gicos de la A lem ania de aquellos días.
En la parte sistem ática advierte la am plitud del campo
que se descubre con el método histórico y los límites de lo que
efectivamente puede conocerse. Es tal y ta n amplia, que hay
que aden trarse en ella orientado por un sistem a verdadera­
mente comprehensivo. Al conocedor de la antigüedad y
actualidades filosóficas no le duelen prendas y por ello pro­
pone aprehender esa realidad —que llam a “trabajo históri­
co” , como obra del hom bre en el devenir sido— usando la
división cu atrip artita de Aristóteles; esto es:
1. Según las m aterias con que se forma.
2. Según las formas en que se configura.
3. Según los trabajadores que la ejecutan.
4. Según los fines que se realizan en sus movimientos.
(.Histórica, p. 255).
Las cuatro causas aristotélicas se actualizan con los
conocimientos y afanes de las ciencias del siglo xix. Tras ello
hay un predicado ético y religioso, como veremos.
Los materiales de la realidad histórica son, según Droy­
sen la naturaleza, el hombre como creatura y ser creador de
su realidad, las configuraciones en las que deviene constan­
temente esa realidad. Las formas que asume ésta son deter­
m inad as por “los poderes m orales” o “anillos éticos” que se
complementan, se contraponen, coexisten y se suceden en
las “com unidades n atu rales” (lafam ilia, laestirp ey la tribu,
el pueblo), las “com unidades ideales” (el h a b la y las lenguas,
lo bello y las artes, lo verdadero y la ciencia, lo santo y las
religiones) y las “comunidades prácticas” (las esferas de la
sociedad y del bienestar, del derecho, del poder y del Estado).
Aquí hallam os una serie de conocimientos antropológicos y
afanes políticos con los que podemos “fechar” el texto de
Droysen.
Menos extensión concede a los Trabajadores o realizado­
res de la historia. Estos son los que pertenecen a la “h u m a n i­
d ad ” ; pero el historiador sólo puede descubrir a quienes se
com portan como agentes en las conformaciones de la hu m a­
nidad.
Igualm ente breve resulta la parte dedicada a la historia
según los fines que en ella se realizan. Los fines se advierten
por la orientación de las distintas conformaciones h u m a ­
nas, por la diferencia que hay en distintas épocas y que el
his-toriador percibe como un progreso: pero
...nuestra ciencia no llega ni a los últimos fines ni puede
remontarse a los primeros comienzos. Y si nuestra investiga­
ción conoce o concibe al mundo ético como una continuidad en
la que se alinea una infinita cadena de anillos de fines de
fines, por la vía de nuestro conocimiento empírico no es posi­
ble alcanzar el último fin que mueve a todos los demás, que los
abarca y los impulsa, el fin supremo, incondicionado condi­
cionante, el fin de fines (Histórica, p. 330).
En otras palabras, Dios no es objeto de la ciencia históri­
ca; por m ás que el historiador lo ten g a presente en su vida, no
lo alcanzará ni logrará la “plenitud” a que a sp ira como ser
ético y religioso.
Al historiador le queda, eso sí, concebir lo acontecido y
exponerlo. De esto se ocupa en la p arte fin al, la tópica. D esta­
ca en ella cuatro tipos de exposición, no como retórica, sino
como dialéctica de la investigación y lo investigado sobre el
pasado en un presente con sus propios y particulares aconte­
cimientos.
La prim era form a de exposición es la investigante, que
deja que se forme en el espíritu del lector la verdad del des­
arrollo histórico, hace del lector un buscador de la verdad
histórica. La segunda es la exposición narrativa, que entre­
ga esa verdad como un desarrollo o “pragm ático”, o “biográ­
fico”, o “monográfico”, o “catastrófico”; en ella el historia­
dor compone cuadros y entrega u n a verdad elaborada. Tam ­
bién lo hace en la tercera forma de exposición, en la didácti­
ca, sólo que esa elaboración se destina a m ostrar hechos
ejemplares en el devenir de sucesivos presentes. El ejemplo
acabado es Tucídides. Por último, la exposición discursiva es
la que lleva esa verdad a su utilización práctica em p aren ta­
da sí, con la didáctica, pero que se realiza en el ám bito de las
“comunidades p rácticas”, los intereses en conflicto, el E s ta ­
do, las esferas económica, social y jurídica.
E n resumen, estos cuatro tipos de exposición difieren por
su adecuación creciente al uso político-práctico; pero todas
ellas implican u n a preocupación por la verdad d elarealid ad
histórica.
Tan ambicioso esfuerzo teórico merece rescatarse; la
obra de Droysen bien puede verse en nuestros días como un
testimonio de aquella “escuela p ru sian a” , pero no vendría
mal discutirla en serio como algo q u e —por afini dad y recha­
zo, si se q u ie re ^ nos hace pensar en cuestiones centrales de
la ciencia historiográfica.
REFERENCIAS:
BARMES.Harry Elmer (1963), A History of Historial Writing.
Segunda edición revisada. Nueva York, Dover Publications Inc.
G ooch , G.P.
(1942), Historia e historiadores del siglo xix. Ver­
sión española de E rn estina de C ham pourcina y Ram ón
Iglesia. México, Fondo de Cultura Económica.
Andrés Lira
El Colegio de Michoacán
CoLLiER.George A., Renato I. RosALDOy J o h n D. W irth ,edito­
res: The Inca and Aztec States 1400-1800: Anthropolog y and History. New York: Academic P ress, 1982.475 pp.
Los ensayos presentados en este volumen fueron escritos
p a ra u n a reunión de tres días que tuvo lugar en Stanford, en
1978. Por aquellos tiempos, el interés en realizar comparacio­
nes entre las dos áreas nucleares de América cristalizó en
varios encuentros, entre los que podemos citar el simposium
celebrado en Madrid, en noviembre de 1978.1
El título del libro responde menos a la realidad que el que
originalm ente se dió a la reunión (Historical Conscioussness
o f the Incas an d Aztecs 1400-1800), pues al dejar de existir
am bos estados en el siglo xvi,la extensión de su presencia
h a s ta 1800 es difícilmente aceptable.
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