SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

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SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
Homilía del P. Joan M. Mayol, rector del Santuario de Santa María de Montserrat
24 de junio de 2016
El nacimiento de un hijo largamente deseado siempre es un motivo extraordinario de alegría. Es un
gozo fuera medida que llena a los padres de alegría y de gratitud. Todos hemos podido conocer
casos así en los que el deseo hecho esperar hace más grande el gozo del don finalmente recibido.
La Escritura, hermanos, ha guardado memoria de los nacimientos más significativos para la historia
de la salvación, de aquellos en los cuales la mano de Dios se ha hecho particularmentepresente.
Entre ellos, el nacimiento de Juan Bautista, tiene una particularidad no mencionada en toda la
Biblia de ningún otro ser humano: "Ya antes de nacer fue lleno del Espíritu Santo". Así es como lo
interpreta plásticamente la escena de la Visitación. Incapaz todavía de ver el mundo exterior, el aun
no-nato salta de alegría en el vientre al sentir la presencia de Jesús anunciada por el saludo de
María: Shalom!, es decir: Paz! Jesús es esa paz verdadera del reino de Dios que llega y Juan es el
viejo Israel cansado de su propia infidelidad que no puede dejar de exultar ante el desempeño
sorprendente de la promesa.
El nacimiento de Juan tiene la joya del preludio de la Nueva Alianza, que trae la plenitud y hará
nuevas todas las cosas. Y esto empieza a ocurrir en la concepción misma de Jesús en el seno de
María que Juan, en el vientre de su madre, saluda con entusiasmo saltando de alegría ante aquel
que, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, nos ha visitado como un sol que nace de lo
alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de la muerte.
El nombre de Juan significa precisamente esto: "Dios ha tenido misericordia" y, si en un principio
alude a la misericordia que el Señor ha tenido hacia sus padres, dándoles un hijo en su vejez
cuando habían perdido toda esperanza de tener descendencia, de hecho apunta a la compasión
divina con la humanidad entera, al amor misericordioso de Dios que se manifiesta plenamente en
su Hijo Amado.
¿Qué será de este niño se preguntaba el pueblo, qué será? El mismo evangelio más adelante nos
da la respuesta: será aquel que señala, dentro de la tradición de Israel, de forma acreditada, al
Mesías presente en medio de su pueblo. Al igual que los sacerdotes consagraban los reyes en
Israel, acreditando así la autoridad del nuevo monarca, Juan, que es hijo del sacerdote Zacarías,
por tanto de la tribu sacerdotal de Israel, testificará en el Jordán a favor de Jesús, de la unción del
Espíritu de Dios que la paloma y la voz del Padre significaron.
Juan no señala el Mesías de una manera ritual o abstracta, con su gesto guía hacia Él a los
primeros discípulos y a los discípulos de todos los tiempos. Ésta es la plenitud de la alegría que
llevaba ya su glorioso nacimiento. La alegría, en este caso, es más que una sensación triunfal de
futuras victorias o un estado de euforia de fin de semana o de todas las vacaciones del mundo
juntas, es la alegría inmensa de contemplar con certeza y hacer ver con verdad el Hijo de Dios
hecho Hombre. El beato RamonLlull daba poéticamente la razón de esta alegría en su poema de
Amic e Amat: Alegraba al Amigo la misma existencia de su Amado; pues por su mismo ser todo ser
existe y tiene en él su sustento, y obligado queda a honrar y a servir a su Amado, el cual ningún ser
no puede borrar ni culpar, ni hacer decrecer o acrecentar. (303)
Toda la Iglesia participa de esta alegría y de esta misión del Precursor, llamado también: Amigo del
Esposo. Como bautizados todos estamos llamados a preparar los caminos del Señor, y el modelo
es Juan Bautista. Y este “plan pastoral perpetuo y universal” debe fundamentarse en aquello que el
nombre del Precursor significa: la gracia de Dios, la misericordia y la reconciliación entre las
diferentes generaciones; dejando que también hoy Jesús, por medio del Espíritu, actúe en el
corazón de los hombres más allá de las previsiones eclesiásticas o de las perspectivas humanas.
Jesús era la realidad viva de lo que Juan anunció con las imágenes proféticas de su tiempo. Jesús,
con su vida, su pasión y muerte, y con su resurrección y ascensión al cielo, es la realización plena
de la justicia de Dios que él invocaba en el desierto, preparando los caminos del Señor con
propuestas de cambio radical y de exigencias claras. Juan reconoció a Jesús como el Cordero de
Dios pero esperaba un mesianismo más de acuerdo con la parte más agresiva de las imágenes
bíblicas y no fue así. Este es su gran papel en la historia de la salvación: testigo clarividente de la
Luz verdadera pero a la vez testigo sorprendido de lo inesperado de su claridad.
En la humildad de Juan al final de su vida, cuando se dirige a Jesús preguntándole si es él el que
ha de venir o se tiene que esperar a otro, podemos ver como las imágenes humanas de la
Tradición a la vez que revelan, esconden la realidad siempre sorprendente de la salvación y de la
vida a las cuales Dios siempre es fiel. La respuesta de Jesús a las dudas de Juan, que no a su
incredulidad, nos confirma que no debemos esperar a otro, que el juicio de Dios, que siempre se
inclina a favor del hombre, nunca deja de ser, a pesar del sufrimiento que atraviesa, liberación
radical y esperanza nueva.
El nacimiento de Juan es también hoy para nosotros motivo inmenso de alegría. La misericordia de
Dios sigue fiel a su promesa de amor y de salvación. La voz que viene del desierto no deja de
llamarnos con un imperativo de verdad: este es el Cordero de Dios. Con estas palabras suyas, en
cada eucaristía se nos vuelve a mostrar aquel que es la verdadera alegría de los hombres, aquel
que, porque ha querido desde el amor llevar sobre sus espaldas el dolor y el pecado del mundo
abrazando al uno y venciendo al otro, es capaz de llevarnos a todos sin exclusión la paz y la
felicidad de Dios. Compartamos la alegría de esta certeza participando de los santos dones
eucarísticos con alegría y con agradecimiento.
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