V Jornadas “Peirce en Argentina” 23-24 de agosto del 2012 Peirce y Quine a la búsqueda de la verdad Catalina Hynes [email protected] Como cualquier otra ciencia, la lógica tiene como objetivo la búsqueda de la verdad. Quine, Los Métodos de la Lógica1 1. Introducción Supe acerca de la existencia de Charles Sanders Peirce (1839-1914) leyendo a Willard Quine (1908-2000) en mis años de estudiante universitaria. Por aquel entonces, Quine ya estaba retirado de su docencia en Harvard, lugar desde donde había comandado buena parte de los debates académicos de la segunda mitad del siglo XX, pero sus libros continuaban desafiando. Sin lugar a dudas, parte del resurgimiento del pragmatismo se debe a algunas cuestiones acuciantes planteadas por Quine a sus colegas de Harvard. Desde luego, también ha contribuido a este renacer el florecimiento de los estudios semióticos y, muy especialmente, el rumbo que éstos tomaron desde los años ‘60, como así también la lectura de Peirce por filósofos de la talla de Karl Otto Apel. El interés por leer a Peirce, que Quine despertó en mí, se ha visto recompensado con creces al hallar en él suficiente acicate para continuar la tarea de investigación pues, como bien dice el filósofo social Sydney Hook, Peirce es: El filósofo de los filósofos, el pionero de una revolución copernicana del pensamiento (más genuina que la de Kant), como lo era cuando su genio meteórico brilló por primera vez sobre los cielos de los Estados Unidos.2 La lectura de Peirce me llevó a interesarme por las resonancias peirceanas presentes en Quine, no siempre reconocidas por el mismo Quine o por sus lectores3. Recuerdo, especialmente, una viva polémica que tuvo lugar en La Cumbre, en mayo de 2007, cuando una veintena de pragmatistas de América y España nos reunimos en el Primer Coloquio Argentino de Pragmatismo. Mientras unos participantes abogábamos por la ascendencia pragmatista de Quine, otros ponían el acento sobre las notables diferencias entre Quine y los pragmatistas clásicos. Lejos que querer negar estas diferencias, sigo insistiendo en que existen algunos acuerdos decisivos4 que pueden situar a Quine, con justicia, entre los pragmatistas contemporáneos. No discutiré hoy los rasgos pragmatistas del pensamiento de Quine puesto que lo hice en otra ocasión5. Por idénticas razones no me adentraré en las críticas de Quine a Peirce6. Este trabajo tiene por objeto remarcar un acuerdo con Peirce que a mi juicio es esencial: ambos filósofos afirman que la ciencia tiene por objetivo la búsqueda de la verdad. Permítanme comenzar mi exposición señalando brevemente algunos puntos de encuentro de Quine con Peirce durante los años su formación. 2. Las lecturas peirceanas de Quine Las inquietudes filosóficas de Quine surgieron tempranamente, en la escuela secundaria, en parte gracias a la lectura del ensayo filosófico-científico de Edgar Allan Poe titulado “Eureka” y, en parte, debido a sus propias crisis de fe. Cuando las respuestas de la religión de sus padres comenzaron a parecerle implausibles, los viejos enigmas sobre el origen del cosmos lo acicatearon al punto de encargar a su hermano mayor, estudiante en Oberlin, la compra de dos libros de filosofía: Cosas e ideales, de Max Otto7 y Pragmatismo de William James. Devoró apasionadamente estos libros, creyó en ellos y luego los olvidó por completo8. El libro de James seguramente lo bautizó en el empirismo que jamás abandonaría y le anotició sobre el movimiento pragmatista surgido a instancias de Charles S. Peirce. Estudió luego matemáticas en Oberlin College y conoció allí las obras de Whitehead y Russell sobre matemática y lógica. Su madre le regaló los tres volúmenes de los Principia hacia fines de su tercer año en la universidad. Quine, siempre cuidadoso del dinero, anota en su biografía que costaron 16, 14 y 8 dólares, respectivamente9. Partió hacia Harvard en 1931 para sus estudios doctorales debido a que Whitehead —en su exilio americano— brillaba allí como una celebridad. Ese año de 1931 es significativo para los estudios peirceanos puesto que marcan el inicio de la publicación de los Collected Papers que llevan un prólogo escrito por Whitehead. Es bueno recordar aquí que tanto Russell como Whitehead mostraron interés en editarlos, aunque no hayan podido realizar este anhelo. Quine terminó su doctorado bajo la dirección de Whitehead en 1932, cuando tenía tan sólo 23 años. Poco tiempo después, al joven Quine le encomendaron la reseña de los volúmenes 2, 3 y 410 —dedicados a la lógica y la matemática— para la revista Isis. Comenzó en 1933 y la tarea le insumió dos años completos 11 . Finalizó su trabajo “a regañadientes” y, mientras lo hacía, estaba mucho más interesado en reescribir su tesis doctoral dándole la forma de libro. Lo publicó en 1934 con el título A System of Logistic12. A partir de esas lecturas tempranas Quine siempre reconocerá la paternidad de Peirce —compartida con Frege— con respecto a la moderna lógica simbólica afirmando que ésta se volvió “menos y menos primitiva en sus manos”13. Estuvo siempre bien dispuesto a enumerar y elogiar los aportes originales de Peirce en este campo14. Veamos ahora la concepción Peirceana sobre la verdad que Quine también conocía, al menos en una de sus versiones. 3. La noción de verdad en Peirce Es característica de Peirce la interpretación de la verdad como opinión final. Sin embargo, bajo esta fórmula simple él aúna varias concepciones de verdad presentes en la tradición filosófica. No las desecha sino que las convierte en escorzos distintos de un concepto multidimensional. Me he ocupado del arduo problema de la unidad de esta noción en anteriores ediciones de estas Jornadas15 por ello me excusaré ahora de un largo tratamiento del tema y brindaré, en su lugar, una síntesis apretada del pensamiento de Peirce sobre la verdad. La concepción peirceana aparece por primera vez en la reseña de las Obras de Berkeley de Fraser de 1871. Esta reseña es de un gran valor, constituye todo un pequeño tratado filosófico en el que pueden avizorarse ya muchas de las doctrinas del Peirce maduro. Se declara partidario del realismo de Duns Scoto —contra el nominalismo de Berkeley— y ensaya, incluso, una primera formulación de la máxima pragmática que el mismo Berkeley le ayudó a forjar. Con respecto a la verdad, nos dice allí: Hay, pues, para cada cuestión una respuesta verdadera, una conclusión final hacia la que gravita constantemente la opinión de cada hombre. Puede sustraerse a la misma por un tiempo, pero démosle más experiencia y más tiempo de reflexión y finalmente se aproximará a ella. Puede que el individuo no viva lo suficiente para alcanzar la verdad; en todas las opiniones individuales hay un residuo de error. No importa, lo cierto es que hay una opinión definida, hacia la que tiende, en conjunto y a la larga, la mente del hombre [...] Esta opinión final es, pues, independiente, no, en efecto, del pensamiento en general, sino de todo aquello que es arbitrario e individual en el pensamiento; es totalmente independiente de cómo pensamos ustedes, o yo, o un número cualquiera de personas. En consecuencia es real todo aquello que en la opinión final se piensa que existe, y nada más 16. En esta cita podemos ver ya claramente la relación que Peirce establece entre Verdad, indagación comunitaria y realidad. Relación que explicitará mejor en “La fijación de la creencia” (1877)17 a propósito de los distintos métodos para producir creencias duraderas. Allí, el método científico se muestra superior a otros debido a que tiene en cuenta algo externo, objetivo, en sus asignaciones de verdad. Creo que la intención capital de Peirce no es tanto la de considerar al conocimiento científico como medida de la verdad sino que intenta cerrar el paso a una verdad inaccesible al hombre, una verdad no humana. Recordemos que Peirce desertó del kantismo no sólo por haber encontrado defectos en su lógica sino también porque su mente, educada en el laboratorio, no podía concebir algo absolutamente incondicionado, es decir algo que no tuviese relación con la experiencia humana. Para ilustrar justo este punto en relación al tema que nos ocupa en 1906 afirmaba que, en caso de ser interrogado acerca de la verdad como correspondencia: El pragmaticista responde a esta cuestión como sigue. Supongamos, dice, que el ángel Gabriel descendiera y me comunicara la respuesta a este acertijo desde el seno de la omnisciencia. ¿Puede suponerse esto o es esencialmente absurdo suponer que se traiga la respuesta a la inteligencia humana? En el último caso, la "verdad", en este sentido, es una palabra inútil que nunca puede expresar un pensamiento humano. Es real, si tú quieres; pertenece a ese universo enteramente desconectado de la inteligencia humana que conocemos como el mundo del completo sinsentido. Al no haber un uso para este significado de la palabra "verdad", debemos usar más bien la palabra en otro sentido que se va a describir ahora. (CP 5.549, 1906) A continuación señala que estamos en mejores condiciones respecto a la verdad si podemos averiguar cuál es el método correcto de pensamiento y lo seguimos. Éste, a la larga, nos conducirá a la verdad. Esta concepción, como dijimos, no invalida en modo alguno las concepciones tradicionales, antes bien, las completa y evita que la verdad se sitúe lejos de nuestro alcance, en el ámbito de la cosa en sí. Recordemos que el sentido para Peirce está constreñido a la máxima pragmática. Lo que no tiene efectos concebibles para nosotros carece de sentido empírico. Hechas estas debidas aclaraciones, no es de extrañar que se encuentren en Peirce numerosos pasajes en los que la verdad se presenta unas veces en su versión correspondentista, otras en sintonía con el coherentismo, lo que dio pie a que algunos intérpretes creyeran que Peirce estaba desesperadamente confundido respecto a la verdad18. Pero no era así, por el contrario afirma que “las diferentes respuestas a la… (pregunta por la verdad) que son corrientes no son falsas: sólo son insuficientes. Se complementan las unas a las otras” (MS 599, 1902)19. La verdad peirceana, como vemos, se erige en la gran meta de la actividad humana que llamamos indagación. Que esa meta sea efectivamente alcanzable no está asegurado pero le da sentido a toda la tarea. Es a un tiempo la esperanza que nos hace arriesgarnos a emprender el viaje y la causa final que atrae con su aroma a la humana inteligencia. 4. La verdad en Quine Media entre Peirce y Quine un acontecimiento filosófico capital que bien puede denominarse el eclipse de la verdad20. En efecto, desde fines del siglo XIX hasta nuestros días la verdad perdió su sitial ancestral de ser el objeto supremo de la filosofía hasta convertirse en un concepto vergonzante cuyo nombre sólo podemos mencionar en voz baja en los salones. El clarín de guerra contra esta venerable noción fue ejecutado con maestría por Nietzsche quien, hacia 1880 escribía: ¿Qué es, pues, verdad? Un vivaz ejército de metáforas, metonimias, antropomorfismos; brevemente dicho, una suma de relaciones humanas que fueron realzadas de modo poético y retórico, transmitidas, adornadas, y que, después de un largo uso, a un pueblo le parecen definitivas, canónicas y obligatorias: las verdades son ilusiones con respecto a las cuales se ha olvidado lo que son, metáforas…21 Las razones por las cuales estas palabras de Nietzsche han encontrado eco durante todo el siglo XX son de diversa índole: algunas vinculadas con las crisis de fundamento en el seno de las ciencias físicas y matemáticas, otras de tipo político, nada desdeñables si tenemos en cuenta que fue un siglo gravado de genocidios y totalitarismos de todo signo. Todas ellas se suman a la hora de hacernos desconfiar de la verdad. Por ello pienso que acierta Gadamer cuando dice que la pregunta por la verdad, en el sentido en que la formuló Pilatos, preside nuestra vida22. Podemos legítimamente preguntarnos con él: “¿Es cierto que la ciencia es realmente, como pretende, la última instancia y el único soporte de la verdad?”23. Yo misma me he interesado por el tema de la verdad, hasta donde puedo ver, porque he pasado mi infancia y adolescencia bajo gobiernos dictatoriales. La prensa estaba obligada uniformemente a presentar como verdad las narraciones gubernamentales mientras que yo podía comprobar con mis ojos, en una ciudad convulsionada y violenta, que los acontecimientos no eran tal y como el gobierno los describía. Así las cosas, uno esperaría que un filósofo principal como lo fue Quine, se hiciera eco de algunas inquietudes insoslayables que con respecto a la verdad irrumpieron en la escena filosófica en el siglo XX. Sin embargo no es el caso, o al menos no lo es hasta donde debiera. Su obra Los métodos de la lógica comienzan con la frase que me ha servido de epígrafe: “Como cualquier otra ciencia, la lógica tiene como objetivo la búsqueda de la verdad”. Este objetivo es compartido por Peirce y por el filósofo de las ciencias más importante del siglo XX, Karl Popper. Sin embargo, no todos los filósofos lo comparten. Pensemos por ejemplo en Thomas Kuhn quien, en La estructura de las revoluciones científicas (1962)24, no asigna a la verdad científica ningún papel. La ciencia evoluciona en forma ciega, al modo darwiniano, y si cabe hablar de progreso, este será un progreso en soluciones de problemas cada vez más precisas y exactas, y no un progreso hacia la verdad. En el ámbito de la epistemología suele optarse mayoritariamente o bien por la redundancia de la noción de verdad, siguiendo a Ramsey, o bien por reemplazarla por la de justificación, a la Rorty. ¿En qué consiste la verdad quineana entonces? A diferencia de Peirce, Quine no ha elaborado una teoría propia respecto a la verdad. En el ya citado Los métodos de la lógica, la concepción de verdad que se explica es la correspondentista: La verdad afecta comúnmente a los enunciados en virtud de la naturaleza del mundo. Es un tópico, inadecuado pero no sin fundamento, decir que un enunciado es verdadero cuando se corresponde con la realidad, cuando refleja el mundo. Una manera básica de decidir si un enunciado es verdadero es la de compararlo, en un sentido u otro de la expresión, con el mundo —o con nuestra experiencia del mundo, que es lo más a mano que tenemos—25. Pero claro, podrá argumentarse que éste es un manual de lógica para el lego filosófico y por ello no es necesario adentrarse en los intrincados problemas de la verdad. Sea cual sea la noción que se adopte, lo cierto es que la verdad es el fin al que se dirige la investigación. En diciembre de 1950 (el año de publicación de Los Métodos…), Quine presentó en una reunión de la Asociación Filosófica Americana, que tuvo lugar en Toronto, su celebérrimo artículo “Dos dogmas del empirismo”. Culminaba con él una década de discusiones con Carnap y Tarski en torno a la distinción entre verdades analíticas y sintéticas. Distinción que ocupaba un lugar central en el pensamiento de Carnap26. De la posición asumida en la segunda parte de “Dos dogmas” se desprende una concepción de verdad más coherentista que correspondentista. Vale la pena citar in extenso un párrafo que da pie a una lectura coherentista y pragmatista de la filosofía quineana de la ciencia: La cuestión de si hay o no hay clases parece más bien una cuestión relativa al esquema conceptual conveniente. Y la cuestión de si hay casas de adobe en el Paseo de Gracia o la de si hay centauros parecen más bien cuestiones de hecho. Pero he indicado que esa diferencia es sólo de grado y se basa en nuestra vaga inclinación pragmática a reajustar un determinado ramal de la ciencia, en vez de otro u otros, cuando intentamos acomodar en ella alguna experiencia negativa inesperada. En esas decisiones desempeñan algún papel el conservadurismo y la búsqueda de la simplicidad.//Carnap, Lewis y otros adoptan una actitud pragmática (…) pero su pragmatismo se detiene ante la imaginaria frontera entre lo analítico y lo sintético. Al repudiar esa frontera expongo un pragmatismo más completo: todo hombre recibe una herencia científica más un continuo y graneado fuego de estímulos sensoriales; y las consideraciones que le mueven a moldear su herencia científica para que recoja sus continuos estímulos sensoriales son, si racionales, pragmáticas27. Este párrafo revela que, a pesar de sus palabras, Quine nunca olvidó por completo el Pragmatismo de James. Aunque sea verdad que llamó “pragmáticas” a las razones porque Carnap así lo hacía al referirse a ellas, no cabe duda que la visión de la ciencia que emerge de “Dos dogmas…” es muy similar a la de James, especialmente en lo tocante al cambio de creencias y la máxima jamesiana de la mutilación mínima del corpus de creencias. Sea como sea, hacia 1970, Quine declara su adhesión a la concepción tarskiana de la verdad en su libro Filosofía de la lógicas28. La concepción semántica tiene para Quine la virtud de volver transparente el predicado “verdadero” mediante una definición recursiva que establece con claridad las condiciones de verdad para cada oración de un lenguaje dado. El análisis tarskiano de la verdad nos permite ver el carácter desentrecomillador de este predicado, que bien puede eliminarse en innumerables casos simplemente afirmando la oración izquierda de una equivalencia de la forma T. Sin embargo Quine nos recuerda que esto no es posible en todos los casos, que a veces es imprescindible un ascenso semántico y hablar de oraciones en vez de hablar del mundo. Tanto los lógicos como los gramáticos hablan habitualmente de oraciones (…) El lógico no habla de oraciones más que cuando no tiene más remedio que recurrir a ello con objeto de conseguir generalidad en una dimensión que no puede abrirse mediante una simple cuantificación sobre un campo de objetos. En estos casos cuenta con el predicado verdad para conservarle el contacto con el mundo, que es el objeto de su corazón (…) El lógico sube a la caza de la verdad por las ramas del árbol de la gramática29. Además de la transparencia del predicado verdadero, la concepción tarskiana tiene la ventaja, según, de conservar un rasgo importante de la noción tradicional: es el mundo el que hace verdaderas nuestras oraciones. En esta obra Quine dedica todo su esfuerzo a justificar su elección de las oraciones como portadoras de la verdad y a discutir otras concepciones de la verdad lógica, argumentando a favor de la inexistencia de una frontera entre ella y la verdad empírica. La verdad lógica no es un asunto de gramática sino que tiene que ver con los rasgos más generales del mundo. Quine continuó sosteniendo estas ideas sobre la verdad el resto de su vida, regresó sobre ellas diez años antes de su muerte cuando, a sus 82 años, publicó una suerte de compendio de su pensamiento al que tituló, significativamente, La búsqueda de la verdad30. A pesar de las indeterminaciones básicas presentes en su filosofía, que podrían hacernos desesperar de alcanzar —efectivamente— la verdad, es con esta esperanza que construimos nuestras teorías y, en definitiva, para Quine la filosofía debe intentar explicar el hecho tan singular de que a partir de una magra base sensorial seamos capaces de elaborar teorías presumiblemente verdaderas acerca del mundo. 5. Conclusiones A pesar de los muchos abismos que pueden separar las filosofías de Peirce y Quine, a mi entender el acuerdo acerca de la meta de la ciencia es significativo. No he mencionado, por ejemplo, una inmensa diferencia entre ambos filósofos acerca de la filosofía. Mientras la obra de Peirce se asemeja, por su amplitud e intereses a la de Aristóteles o Leibniz, la de Quine es, por comparación, bastante estrecha. Quine identifica la filosofía entera con filosofía de la ciencia y esto “es suficiente” para él. Para Peirce esto no basta, especialmente en sus últimos años en los que la metafísica y, muy especialmente, la ética se vuelven más y más importantes. Si bien es cierto que la ciencia no busca cualquier verdad sino la verdad relevante para el hombre y que, además, entre sus prácticas, existen objetivos que se agregan a este de buscar la verdad, sigue siendo importante que uno de los más destacados filósofos del siglo veinte se mantenga tercamente aferrado a esta meta para recordárnosla. Indudablemente la condición del hombre respecto de la verdad es la de buscador, sin poder jamás estar seguro de haberla alcanzado y con el deber de mantenerse siempre desconfiado de creerse en ella. La indagación honesta se mantiene siempre en un delicado equilibrio entre la cautela y la esperanza. Los pragmatistas nos enseñan precisamente eso. Quisiera, para finalizar y rindiéndole una suerte de agradecido homenaje, citar unas bellas líneas de Jaime Nubiola a este respecto: He elegido la búsqueda de la verdad como foco de estas páginas porque la verdad es primordialmente aquello que los seres humanos anhelamos y buscamos. Me gusta destacar que la verdad buscada es la verdad objetiva, es decir, la verdad objeto de los afanes compartidos en el espacio y en el tiempo de cuantos dedican su vida y su trabajo a saber y a generar nuevos conocimientos: esto no se refiere sólo a las ciencias naturales, sino también —y quizá sobre todo— a las más profundas aspiraciones de los hombres por comprender el misterio que envuelve sus vidas.31 1 (1950), traducción castellana de Juan José Acero y Nieves Guasch, Editorial Ariel, Barcelona, 1891, p. 15. 2 Citado en Houser, N.: “The Fortunes and Misfortunes of the Peirce Papers”. p. 11 de la versión electrónica. 3 Andrés Páez, por ejemplo, afirma que hacer de Quine un filósofo pragmatista o neo pragmatistas es “el resultado de una interpretación apresurada de la obra de Quine, de una interpretación equivocada de los filósofos pragmatistas, o de las dos cosas a la vez”. “Quine y el pragmatismo clásico” en Discusiones filosóficas, Añ0 11 Nº 16, enero-junio, 2010, p. 59. 4 Agradezco especialmente a Carolina Scotto y a José Miguel Esteban el haber aportado argumentos a mi causa. A éste último especialmente su ayuda bibliográfica. 5 Hynes, C.: “Quine: ¿el ‘último’ pragmatista?” en Angelus Novus. Anuario 2007-2008 del Centro de Estudios Paideia Politeia, Ramón E. Ruiz Pesce (Comp.), actualmente en proceso de edición. 6 Cf. Hynes.: “Verdad y fin de la investigación: ¿Aciertan el blanco las críticas de Quine a Peirce?” en Saltor, J. (Comp.): Reflexiones en torno a la verdad, Instituto de Epistemología, UNT, San Miguel de Tucumán, 2005, pp. 35-50. 7 Max Otto (1876-1968), pensador alemán naturalizado norteamericano, era profesor de filosofía en Wisconsin y el gran amigo de John Dewey. Autor de títulos controversiales como Is there a God? de 1932. Things and Ideals, el libro que Quine compró es de 1924. 8 Cf. Quine, W. V. O.: The Time of my life, MIT Press, Cambridge, MA, 1985, p. 38. 9 Ib. p. 60. 10 Isis 19, pp. 220-229, 285-297, 551-553, respectivamente. 11 Tengo entre mis papeles, como una especie de tesoro, una copia de la hoja en la que Quine fue anotando cuidadosamente las erratas que encontró en esos volúmenes y que remitió a R. P. Perry el 4 de febrero de 1935. Este y otros tesoros los debo a la generosa colaboración de Jaime Nubiola a mis estudios. 12 Cf. Quine, W. V.: The Time of My Life, pp. 108, 114, 481-482. 13 Cf. Quine, W. V.: “A Tribute from the National Academy of Sciences” en Charles Sanders Peirce Memorial Appreciation, The Press of Arisbe Associates, 1999, pp. 18-19. 14 Por ejemplo en “Peirce’s Logic” en Ketner, K. L. (ed.): Peirce and Contemporary Thought: Philosophical Inquiries, Fordham University Press, Nueva York, 1995 B.80.973, pp.23-31. 15 Concretamente en las II Jornadas “Peirce en Argentina” (2006) con el artículo “El problema de la unidad de la noción peirceana de verdad”, disponible en http://www.unav.es/gep/IIPeirceArgentinaHynes.html. 16 Peirce, C. S.: “Las obras de Berkeley, de Fraser”, (1871), en Charles S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), José Vericat (trad., intr. y notas), Crítica, Barcelona, 1988, pp. 57-87. 17 En: Charles S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), José Vericat (trad., intr. y notas), pp. 175-99. 18 Para aclarar este punto puede verse mi contribución a las III Jornadas “Peirce en Argentina” (2008): “¿Qué esconde la verdad peirceana? Algunas notas críticas sobre Kirkham”, disponible en http://www.unav.es/gep/IIIPeirceArgentinaHynes.html 19 El subrayado es mío. 20 Esta bella expresión es de Stanislas Breton: “El eclipse de la verdad. Reflexiones sobre la sofística” en Estudios de Epistemología V, Instituto de Epistemología, UNT, San Miguel de Tucumán, 2003, pp. 87-108, trad. de José Canal Feijóo. He tratado con más detalle esta cuestión en: Hynes, C.: “¿Es necesaria la verdad en las ciencias sociales? Una aproximación peirceana” en Sandoval, E., Melo, S. y Laviada, R. (eds.): Semiótica y Hermenéutica. Actas de las IV Jornadas Internacionales Peirceanas, UACM-SEIS, México, 120-128. Disponible en http://www.uacm.edu.mx/LinkClick.aspx?fileticket=H3GF-KAn_Mo%3d&tabid=3022 21 Nietzsche, Friedrich (1880), Werke, Kritische Gesamtausgabe (KGW), VII 3, 35 (35). (póstumo de la década del 80 traducido por Lucía Piossek Prebisch (2005) como apéndice a El filósofo topo. Sobre Nietzsche y el lenguaje, San Miguel de Tucumán, UNT). 22 Cf. Gadamer, Hans Georg (1992), “¿Qué es la verdad?” (1957) en Verdad y Método II. Salamanca, Sígueme, p. 51. 23 Ib., p. 52. 24 Kuhn, Thomas S.: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1971. 25 Quine, W.: Los Métodos de la Lógica (1950), traducción castellana de Juan José Acero y Nieves Guasch, Editorial Ariel, Barcelona, 1891, p. 15. 26 Cf. Quine, W. V.: The Time of My Life, p. 226. Quine, W. V.: “Dos dogmas del empirismo” en Desde un punto de vista lógico (1953), Trad. de Manuel Sacristán, Paidós, Barcelona, 2002, p.91. 28 Alianza Universidad, Barcelona, 1981. 29 Quine, W.: Filosofía de la Lógica (1970), Trad. de Manuel Sacristán, Alianza Universidad, Barcelona, 1981, p. 71. 30 Quine, W.: La búsqueda de la verdad (1990), Trad. de Javier Rodríguez Alcázar, Crítica, Barcelona, 1992. 31 Nubiola, J.: “La búsqueda de la verdad” en Humanidades. Revista de la Universidad de Montevideo, II/1, (2002) 23-65. 27