Peirce y Quine a la búsqueda de la verdad

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V Jornadas “Peirce en Argentina”
23-24 de agosto del 2012
Peirce y Quine a la búsqueda de la verdad
Catalina Hynes
[email protected]
Como cualquier otra ciencia, la lógica
tiene como objetivo la búsqueda de la verdad.
Quine, Los Métodos de la Lógica1
1. Introducción
Supe acerca de la existencia de Charles Sanders Peirce (1839-1914)
leyendo a Willard Quine (1908-2000) en mis años de estudiante universitaria.
Por aquel entonces, Quine ya estaba retirado de su docencia en Harvard, lugar
desde donde había comandado buena parte de los debates académicos de la
segunda mitad del siglo XX, pero sus libros continuaban desafiando. Sin lugar a
dudas, parte del resurgimiento del pragmatismo se debe a algunas cuestiones
acuciantes planteadas por Quine a sus colegas de Harvard. Desde luego, también
ha contribuido a este renacer el florecimiento de los estudios semióticos y, muy
especialmente, el rumbo que éstos tomaron desde los años ‘60, como así
también la lectura de Peirce por filósofos de la talla de Karl Otto Apel.
El interés por leer a Peirce, que Quine despertó en mí, se ha visto
recompensado con creces al hallar en él suficiente acicate para continuar la tarea
de investigación pues, como bien dice el filósofo social Sydney Hook, Peirce es:
El filósofo de los filósofos, el pionero de una revolución copernicana del pensamiento
(más genuina que la de Kant), como lo era cuando su genio meteórico brilló por primera
vez sobre los cielos de los Estados Unidos.2
La lectura de Peirce me llevó a interesarme por las resonancias peirceanas
presentes en Quine, no siempre reconocidas por el mismo Quine o por sus
lectores3. Recuerdo, especialmente, una viva polémica que tuvo lugar en La
Cumbre, en mayo de 2007, cuando una veintena de pragmatistas de América y
España nos reunimos en el Primer Coloquio Argentino de Pragmatismo.
Mientras unos participantes abogábamos por la ascendencia pragmatista de
Quine, otros ponían el acento sobre las notables diferencias entre Quine y los
pragmatistas clásicos. Lejos que querer negar estas diferencias, sigo insistiendo
en que existen algunos acuerdos decisivos4 que pueden situar a Quine, con
justicia, entre los pragmatistas contemporáneos. No discutiré hoy los rasgos
pragmatistas del pensamiento de Quine puesto que lo hice en otra ocasión5. Por
idénticas razones no me adentraré en las críticas de Quine a Peirce6. Este trabajo
tiene por objeto remarcar un acuerdo con Peirce que a mi juicio es esencial:
ambos filósofos afirman que la ciencia tiene por objetivo la búsqueda de la
verdad. Permítanme comenzar mi exposición señalando brevemente algunos
puntos de encuentro de Quine con Peirce durante los años su formación.
2. Las lecturas peirceanas de Quine
Las inquietudes filosóficas de Quine surgieron tempranamente, en la
escuela secundaria, en parte gracias a la lectura del ensayo filosófico-científico
de Edgar Allan Poe titulado “Eureka” y, en parte, debido a sus propias crisis de
fe. Cuando las respuestas de la religión de sus padres comenzaron a parecerle
implausibles, los viejos enigmas sobre el origen del cosmos lo acicatearon al
punto de encargar a su hermano mayor, estudiante en Oberlin, la compra de
dos libros de filosofía: Cosas e ideales, de Max Otto7 y Pragmatismo de
William James. Devoró apasionadamente estos libros, creyó en ellos y luego los
olvidó por completo8. El libro de James seguramente lo bautizó en el empirismo
que jamás abandonaría y le anotició sobre el movimiento pragmatista surgido a
instancias de Charles S. Peirce. Estudió luego matemáticas en Oberlin College y
conoció allí las obras de Whitehead y Russell sobre matemática y lógica. Su
madre le regaló los tres volúmenes de los Principia hacia fines de su tercer año
en la universidad. Quine, siempre cuidadoso del dinero, anota en su biografía
que costaron 16, 14 y 8 dólares, respectivamente9.
Partió hacia Harvard en 1931 para sus estudios doctorales debido a que
Whitehead —en su exilio americano— brillaba allí como una celebridad. Ese
año de 1931 es significativo para los estudios peirceanos puesto que marcan el
inicio de la publicación de los Collected Papers que llevan un prólogo escrito
por Whitehead. Es bueno recordar aquí que tanto Russell como Whitehead
mostraron interés en editarlos, aunque no hayan podido realizar este anhelo.
Quine terminó su doctorado bajo la dirección de Whitehead en 1932, cuando
tenía tan sólo 23 años. Poco tiempo después, al joven Quine le encomendaron la
reseña de los volúmenes 2, 3 y 410 —dedicados a la lógica y la matemática—
para la revista Isis. Comenzó en 1933 y la tarea le insumió dos años completos
11
. Finalizó su trabajo “a regañadientes” y, mientras lo hacía, estaba mucho más
interesado en reescribir su tesis doctoral dándole la forma de libro. Lo publicó
en 1934 con el título A System of Logistic12.
A partir de esas lecturas tempranas Quine siempre reconocerá la
paternidad de Peirce —compartida con Frege— con respecto a la moderna
lógica simbólica afirmando que ésta se volvió “menos y menos primitiva en sus
manos”13. Estuvo siempre bien dispuesto a enumerar y elogiar los aportes
originales de Peirce en este campo14. Veamos ahora la concepción Peirceana
sobre la verdad que Quine también conocía, al menos en una de sus versiones.
3. La noción de verdad en Peirce
Es característica de Peirce la interpretación de la verdad como opinión
final. Sin embargo, bajo esta fórmula simple él aúna varias concepciones de
verdad presentes en la tradición filosófica. No las desecha sino que las convierte
en escorzos distintos de un concepto multidimensional. Me he ocupado del
arduo problema de la unidad de esta noción en anteriores ediciones de estas
Jornadas15 por ello me excusaré ahora de un largo tratamiento del tema y
brindaré, en su lugar, una síntesis apretada del pensamiento de Peirce sobre la
verdad.
La concepción peirceana aparece por primera vez en la reseña de las
Obras de Berkeley de Fraser de 1871. Esta reseña es de un gran valor, constituye
todo un pequeño tratado filosófico en el que pueden avizorarse ya muchas de las
doctrinas del Peirce maduro. Se declara partidario del realismo de Duns Scoto
—contra el nominalismo de Berkeley— y ensaya, incluso, una primera
formulación de la máxima pragmática que el mismo Berkeley le ayudó a forjar.
Con respecto a la verdad, nos dice allí:
Hay, pues, para cada cuestión una respuesta verdadera, una conclusión final hacia la que
gravita constantemente la opinión de cada hombre. Puede sustraerse a la misma por un
tiempo, pero démosle más experiencia y más tiempo de reflexión y finalmente se
aproximará a ella. Puede que el individuo no viva lo suficiente para alcanzar la verdad;
en todas las opiniones individuales hay un residuo de error. No importa, lo cierto es que
hay una opinión definida, hacia la que tiende, en conjunto y a la larga, la mente del
hombre [...] Esta opinión final es, pues, independiente, no, en efecto, del pensamiento en
general, sino de todo aquello que es arbitrario e individual en el pensamiento; es
totalmente independiente de cómo pensamos ustedes, o yo, o un número cualquiera de
personas. En consecuencia es real todo aquello que en la opinión final se piensa que
existe, y nada más 16.
En esta cita podemos ver ya claramente la relación que Peirce establece
entre Verdad, indagación comunitaria y realidad. Relación que explicitará
mejor en “La fijación de la creencia” (1877)17 a propósito de los distintos
métodos para producir creencias duraderas. Allí, el método científico se muestra
superior a otros debido a que tiene en cuenta algo externo, objetivo, en sus
asignaciones de verdad. Creo que la intención capital de Peirce no es tanto la de
considerar al conocimiento científico como medida de la verdad sino que intenta
cerrar el paso a una verdad inaccesible al hombre, una verdad no humana.
Recordemos que Peirce desertó del kantismo no sólo por haber
encontrado defectos en su lógica sino también porque su mente, educada en el
laboratorio, no podía concebir algo absolutamente incondicionado, es decir algo
que no tuviese relación con la experiencia humana. Para ilustrar justo este punto
en relación al tema que nos ocupa en 1906 afirmaba que, en caso de ser
interrogado acerca de la verdad como correspondencia:
El pragmaticista responde a esta cuestión como sigue. Supongamos, dice, que el ángel
Gabriel descendiera y me comunicara la respuesta a este acertijo desde el seno de la
omnisciencia. ¿Puede suponerse esto o es esencialmente absurdo suponer que se traiga
la respuesta a la inteligencia humana? En el último caso, la "verdad", en este sentido,
es una palabra inútil que nunca puede expresar un pensamiento humano. Es real, si tú
quieres; pertenece a ese universo enteramente desconectado de la inteligencia humana
que conocemos como el mundo del completo sinsentido. Al no haber un uso para este
significado de la palabra "verdad", debemos usar más bien la palabra en otro sentido
que se va a describir ahora. (CP 5.549, 1906)
A continuación señala que estamos en mejores condiciones respecto a la
verdad si podemos averiguar cuál es el método correcto de pensamiento y lo
seguimos. Éste, a la larga, nos conducirá a la verdad. Esta concepción, como
dijimos, no invalida en modo alguno las concepciones tradicionales, antes bien,
las completa y evita que la verdad se sitúe lejos de nuestro alcance, en el ámbito
de la cosa en sí. Recordemos que el sentido para Peirce está constreñido a la
máxima pragmática. Lo que no tiene efectos concebibles para nosotros carece de
sentido empírico. Hechas estas debidas aclaraciones, no es de extrañar que se
encuentren en Peirce numerosos pasajes en los que la verdad se presenta unas
veces en su versión correspondentista, otras en sintonía con el coherentismo, lo
que dio pie a que algunos intérpretes creyeran que Peirce estaba
desesperadamente confundido respecto a la verdad18. Pero no era así, por el
contrario afirma que “las diferentes respuestas a la… (pregunta por la verdad)
que son corrientes no son falsas: sólo son insuficientes. Se complementan las
unas a las otras” (MS 599, 1902)19.
La verdad peirceana, como vemos, se erige en la gran meta de la actividad
humana que llamamos indagación. Que esa meta sea efectivamente alcanzable
no está asegurado pero le da sentido a toda la tarea. Es a un tiempo la esperanza
que nos hace arriesgarnos a emprender el viaje y la causa final que atrae con su
aroma a la humana inteligencia.
4. La verdad en Quine
Media entre Peirce y Quine un acontecimiento filosófico capital que bien
puede denominarse el eclipse de la verdad20. En efecto, desde fines del siglo
XIX hasta nuestros días la verdad perdió su sitial ancestral de ser el objeto
supremo de la filosofía hasta convertirse en un concepto vergonzante cuyo
nombre sólo podemos mencionar en voz baja en los salones. El clarín de guerra
contra esta venerable noción fue ejecutado con maestría por Nietzsche quien,
hacia 1880 escribía:
¿Qué es, pues, verdad? Un vivaz ejército de metáforas, metonimias,
antropomorfismos; brevemente dicho, una suma de relaciones humanas que fueron
realzadas de modo poético y retórico, transmitidas, adornadas, y que, después de un
largo uso, a un pueblo le parecen definitivas, canónicas y obligatorias: las verdades
son ilusiones con respecto a las cuales se ha olvidado lo que son, metáforas…21
Las razones por las cuales estas palabras de Nietzsche han encontrado eco
durante todo el siglo XX son de diversa índole: algunas vinculadas con las
crisis de fundamento en el seno de las ciencias físicas y matemáticas, otras de
tipo político, nada desdeñables si tenemos en cuenta que fue un siglo gravado
de genocidios y totalitarismos de todo signo. Todas ellas se suman a la hora de
hacernos desconfiar de la verdad. Por ello pienso que acierta Gadamer cuando
dice que la pregunta por la verdad, en el sentido en que la formuló Pilatos,
preside nuestra vida22. Podemos legítimamente preguntarnos con él: “¿Es cierto
que la ciencia es realmente, como pretende, la última instancia y el único
soporte de la verdad?”23.
Yo misma me he interesado por el tema de la verdad, hasta donde puedo
ver, porque he pasado mi infancia y adolescencia bajo gobiernos dictatoriales.
La prensa estaba obligada uniformemente a presentar como verdad las
narraciones gubernamentales mientras que yo podía comprobar con mis ojos,
en una ciudad convulsionada y violenta, que los acontecimientos no eran tal y
como el gobierno los describía.
Así las cosas, uno esperaría que un filósofo principal como lo fue Quine,
se hiciera eco de algunas inquietudes insoslayables que con respecto a la
verdad irrumpieron en la escena filosófica en el siglo XX. Sin embargo no es el
caso, o al menos no lo es hasta donde debiera.
Su obra Los métodos de la lógica comienzan con la frase que me ha
servido de epígrafe: “Como cualquier otra ciencia, la lógica tiene como
objetivo la búsqueda de la verdad”. Este objetivo es compartido por Peirce y
por el filósofo de las ciencias más importante del siglo XX, Karl Popper. Sin
embargo, no todos los filósofos lo comparten. Pensemos por ejemplo en
Thomas Kuhn quien, en La estructura de las revoluciones científicas (1962)24,
no asigna a la verdad científica ningún papel. La ciencia evoluciona en forma
ciega, al modo darwiniano, y si cabe hablar de progreso, este será un progreso
en soluciones de problemas cada vez más precisas y exactas, y no un progreso
hacia la verdad.
En el ámbito de la epistemología suele optarse mayoritariamente o bien
por la redundancia de la noción de verdad, siguiendo a Ramsey, o bien por
reemplazarla por la de justificación, a la Rorty.
¿En qué consiste la verdad quineana entonces? A diferencia de Peirce,
Quine no ha elaborado una teoría propia respecto a la verdad. En el ya citado
Los métodos de la lógica, la concepción de verdad que se explica es la
correspondentista:
La verdad afecta comúnmente a los enunciados en virtud de la naturaleza del mundo.
Es un tópico, inadecuado pero no sin fundamento, decir que un enunciado es
verdadero cuando se corresponde con la realidad, cuando refleja el mundo. Una
manera básica de decidir si un enunciado es verdadero es la de compararlo, en un
sentido u otro de la expresión, con el mundo —o con nuestra experiencia del mundo,
que es lo más a mano que tenemos—25.
Pero claro, podrá argumentarse que éste es un manual de lógica para el
lego filosófico y por ello no es necesario adentrarse en los intrincados
problemas de la verdad. Sea cual sea la noción que se adopte, lo cierto es que
la verdad es el fin al que se dirige la investigación.
En diciembre de 1950 (el año de publicación de Los Métodos…), Quine
presentó en una reunión de la Asociación Filosófica Americana, que tuvo lugar
en Toronto, su celebérrimo artículo “Dos dogmas del empirismo”. Culminaba
con él una década de discusiones con Carnap y Tarski en torno a la distinción
entre verdades analíticas y sintéticas. Distinción que ocupaba un lugar central
en el pensamiento de Carnap26. De la posición asumida en la segunda parte de
“Dos dogmas” se desprende una concepción de verdad más coherentista que
correspondentista. Vale la pena citar in extenso un párrafo que da pie a una
lectura coherentista y pragmatista de la filosofía quineana de la ciencia:
La cuestión de si hay o no hay clases parece más bien una cuestión relativa al
esquema conceptual conveniente. Y la cuestión de si hay casas de adobe en el Paseo
de Gracia o la de si hay centauros parecen más bien cuestiones de hecho. Pero he
indicado que esa diferencia es sólo de grado y se basa en nuestra vaga inclinación
pragmática a reajustar un determinado ramal de la ciencia, en vez de otro u otros,
cuando intentamos acomodar en ella alguna experiencia negativa inesperada. En esas
decisiones desempeñan algún papel el conservadurismo y la búsqueda de la
simplicidad.//Carnap, Lewis y otros adoptan una actitud pragmática (…) pero su
pragmatismo se detiene ante la imaginaria frontera entre lo analítico y lo sintético. Al
repudiar esa frontera expongo un pragmatismo más completo: todo hombre recibe
una herencia científica más un continuo y graneado fuego de estímulos sensoriales; y
las consideraciones que le mueven a moldear su herencia científica para que recoja
sus continuos estímulos sensoriales son, si racionales, pragmáticas27.
Este párrafo revela que, a pesar de sus palabras, Quine nunca olvidó por
completo el Pragmatismo de James. Aunque sea verdad que llamó
“pragmáticas” a las razones porque Carnap así lo hacía al referirse a ellas, no
cabe duda que la visión de la ciencia que emerge de “Dos dogmas…” es muy
similar a la de James, especialmente en lo tocante al cambio de creencias y la
máxima jamesiana de la mutilación mínima del corpus de creencias.
Sea como sea, hacia 1970, Quine declara su adhesión a la concepción
tarskiana de la verdad en su libro Filosofía de la lógicas28. La concepción
semántica tiene para Quine la virtud de volver transparente el predicado
“verdadero” mediante una definición recursiva que establece con claridad las
condiciones de verdad para cada oración de un lenguaje dado. El análisis
tarskiano de la verdad nos permite ver el carácter desentrecomillador de este
predicado, que bien puede eliminarse en innumerables casos simplemente
afirmando la oración izquierda de una equivalencia de la forma T. Sin embargo
Quine nos recuerda que esto no es posible en todos los casos, que a veces es
imprescindible un ascenso semántico y hablar de oraciones en vez de hablar
del mundo.
Tanto los lógicos como los gramáticos hablan habitualmente de oraciones (…) El
lógico no habla de oraciones más que cuando no tiene más remedio que recurrir a ello
con objeto de conseguir generalidad en una dimensión que no puede abrirse mediante
una simple cuantificación sobre un campo de objetos. En estos casos cuenta con el
predicado verdad para conservarle el contacto con el mundo, que es el objeto de su
corazón (…) El lógico sube a la caza de la verdad por las ramas del árbol de la
gramática29.
Además de la transparencia del predicado verdadero, la concepción
tarskiana tiene la ventaja, según, de conservar un rasgo importante de la noción
tradicional: es el mundo el que hace verdaderas nuestras oraciones. En esta
obra Quine dedica todo su esfuerzo a justificar su elección de las oraciones
como portadoras de la verdad y a discutir otras concepciones de la verdad
lógica, argumentando a favor de la inexistencia de una frontera entre ella y la
verdad empírica. La verdad lógica no es un asunto de gramática sino que tiene
que ver con los rasgos más generales del mundo.
Quine continuó sosteniendo estas ideas sobre la verdad el resto de su vida,
regresó sobre ellas diez años antes de su muerte cuando, a sus 82 años, publicó
una suerte de compendio de su pensamiento al que tituló, significativamente,
La búsqueda de la verdad30. A pesar de las indeterminaciones básicas presentes
en su filosofía, que podrían hacernos desesperar de alcanzar —efectivamente—
la verdad, es con esta esperanza que construimos nuestras teorías y, en
definitiva, para Quine la filosofía debe intentar explicar el hecho tan singular
de que a partir de una magra base sensorial seamos capaces de elaborar teorías
presumiblemente verdaderas acerca del mundo.
5. Conclusiones
A pesar de los muchos abismos que pueden separar las filosofías de Peirce
y Quine, a mi entender el acuerdo acerca de la meta de la ciencia es
significativo. No he mencionado, por ejemplo, una inmensa diferencia entre
ambos filósofos acerca de la filosofía. Mientras la obra de Peirce se asemeja,
por su amplitud e intereses a la de Aristóteles o Leibniz, la de Quine es, por
comparación, bastante estrecha. Quine identifica la filosofía entera con
filosofía de la ciencia y esto “es suficiente” para él. Para Peirce esto no basta,
especialmente en sus últimos años en los que la metafísica y, muy
especialmente, la ética se vuelven más y más importantes.
Si bien es cierto que la ciencia no busca cualquier verdad sino la verdad
relevante para el hombre y que, además, entre sus prácticas, existen objetivos
que se agregan a este de buscar la verdad, sigue siendo importante que uno de
los más destacados filósofos del siglo veinte se mantenga tercamente aferrado a
esta meta para recordárnosla. Indudablemente la condición del hombre
respecto de la verdad es la de buscador, sin poder jamás estar seguro de haberla
alcanzado y con el deber de mantenerse siempre desconfiado de creerse en ella.
La indagación honesta se mantiene siempre en un delicado equilibrio entre la
cautela y la esperanza. Los pragmatistas nos enseñan precisamente eso.
Quisiera, para finalizar y rindiéndole una suerte de agradecido homenaje,
citar unas bellas líneas de Jaime Nubiola a este respecto:
He elegido la búsqueda de la verdad como foco de estas páginas porque la verdad es
primordialmente aquello que los seres humanos anhelamos y buscamos. Me gusta
destacar que la verdad buscada es la verdad objetiva, es decir, la verdad objeto de los
afanes compartidos en el espacio y en el tiempo de cuantos dedican su vida y su
trabajo a saber y a generar nuevos conocimientos: esto no se refiere sólo a las ciencias
naturales, sino también —y quizá sobre todo— a las más profundas aspiraciones de
los hombres por comprender el misterio que envuelve sus vidas.31
1
(1950), traducción castellana de Juan José Acero y Nieves Guasch, Editorial Ariel, Barcelona, 1891,
p. 15.
2
Citado en Houser, N.: “The Fortunes and Misfortunes of the Peirce Papers”. p. 11 de la versión
electrónica.
3
Andrés Páez, por ejemplo, afirma que hacer de Quine un filósofo pragmatista o neo pragmatistas es
“el resultado de una interpretación apresurada de la obra de Quine, de una interpretación equivocada
de los filósofos pragmatistas, o de las dos cosas a la vez”. “Quine y el pragmatismo clásico” en
Discusiones filosóficas, Añ0 11 Nº 16, enero-junio, 2010, p. 59.
4
Agradezco especialmente a Carolina Scotto y a José Miguel Esteban el haber aportado argumentos a
mi causa. A éste último especialmente su ayuda bibliográfica.
5
Hynes, C.: “Quine: ¿el ‘último’ pragmatista?” en Angelus Novus. Anuario 2007-2008 del Centro de
Estudios Paideia Politeia, Ramón E. Ruiz Pesce (Comp.), actualmente en proceso de edición.
6
Cf. Hynes.: “Verdad y fin de la investigación: ¿Aciertan el blanco las críticas de Quine a Peirce?” en
Saltor, J. (Comp.): Reflexiones en torno a la verdad, Instituto de Epistemología, UNT, San Miguel de
Tucumán, 2005, pp. 35-50.
7
Max Otto (1876-1968), pensador alemán naturalizado norteamericano, era profesor de filosofía en
Wisconsin y el gran amigo de John Dewey. Autor de títulos controversiales como Is there a God? de
1932. Things and Ideals, el libro que Quine compró es de 1924.
8
Cf. Quine, W. V. O.: The Time of my life, MIT Press, Cambridge, MA, 1985, p. 38.
9
Ib. p. 60.
10
Isis 19, pp. 220-229, 285-297, 551-553, respectivamente.
11
Tengo entre mis papeles, como una especie de tesoro, una copia de la hoja en la que Quine fue
anotando cuidadosamente las erratas que encontró en esos volúmenes y que remitió a R. P. Perry el 4
de febrero de 1935. Este y otros tesoros los debo a la generosa colaboración de Jaime Nubiola a mis
estudios.
12
Cf. Quine, W. V.: The Time of My Life, pp. 108, 114, 481-482.
13
Cf. Quine, W. V.: “A Tribute from the National Academy of Sciences” en Charles Sanders Peirce
Memorial Appreciation, The Press of Arisbe Associates, 1999, pp. 18-19.
14
Por ejemplo en “Peirce’s Logic” en Ketner, K. L. (ed.): Peirce and Contemporary Thought:
Philosophical Inquiries, Fordham University Press, Nueva York, 1995 B.80.973, pp.23-31.
15
Concretamente en las II Jornadas “Peirce en Argentina” (2006) con el artículo “El problema de la
unidad
de
la
noción
peirceana
de
verdad”,
disponible
en
http://www.unav.es/gep/IIPeirceArgentinaHynes.html.
16
Peirce, C. S.: “Las obras de Berkeley, de Fraser”, (1871), en Charles S. Peirce. El hombre, un signo
(El pragmatismo de Peirce), José Vericat (trad., intr. y notas), Crítica, Barcelona, 1988, pp. 57-87.
17
En: Charles S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), José Vericat (trad., intr. y
notas), pp. 175-99.
18
Para aclarar este punto puede verse mi contribución a las III Jornadas “Peirce en Argentina” (2008):
“¿Qué esconde la verdad peirceana? Algunas notas críticas sobre Kirkham”, disponible en
http://www.unav.es/gep/IIIPeirceArgentinaHynes.html
19
El subrayado es mío.
20
Esta bella expresión es de Stanislas Breton: “El eclipse de la verdad. Reflexiones sobre la sofística”
en Estudios de Epistemología V, Instituto de Epistemología, UNT, San Miguel de Tucumán, 2003, pp.
87-108, trad. de José Canal Feijóo. He tratado con más detalle esta cuestión en: Hynes, C.: “¿Es
necesaria la verdad en las ciencias sociales? Una aproximación peirceana” en Sandoval, E., Melo, S. y
Laviada, R. (eds.): Semiótica y Hermenéutica. Actas de las IV Jornadas Internacionales Peirceanas,
UACM-SEIS,
México,
120-128.
Disponible
en
http://www.uacm.edu.mx/LinkClick.aspx?fileticket=H3GF-KAn_Mo%3d&tabid=3022
21
Nietzsche, Friedrich (1880), Werke, Kritische Gesamtausgabe (KGW), VII 3, 35 (35). (póstumo de
la década del 80 traducido por Lucía Piossek Prebisch (2005) como apéndice a El filósofo topo. Sobre
Nietzsche y el lenguaje, San Miguel de Tucumán, UNT).
22
Cf. Gadamer, Hans Georg (1992), “¿Qué es la verdad?” (1957) en Verdad y Método II. Salamanca,
Sígueme, p. 51.
23
Ib., p. 52.
24
Kuhn, Thomas S.: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica,
México D.F., 1971.
25
Quine, W.: Los Métodos de la Lógica (1950), traducción castellana de Juan José Acero y Nieves
Guasch, Editorial Ariel, Barcelona, 1891, p. 15.
26
Cf. Quine, W. V.: The Time of My Life, p. 226.
Quine, W. V.: “Dos dogmas del empirismo” en Desde un punto de vista lógico (1953), Trad. de
Manuel Sacristán, Paidós, Barcelona, 2002, p.91.
28
Alianza Universidad, Barcelona, 1981.
29
Quine, W.: Filosofía de la Lógica (1970), Trad. de Manuel Sacristán, Alianza Universidad,
Barcelona, 1981, p. 71.
30
Quine, W.: La búsqueda de la verdad (1990), Trad. de Javier Rodríguez Alcázar, Crítica,
Barcelona, 1992.
31
Nubiola, J.: “La búsqueda de la verdad” en Humanidades. Revista de la Universidad de Montevideo,
II/1, (2002) 23-65.
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