el carácter simbólico de las afirmaciones teológicas

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ELIZABETH A. JOHNSON
EL CARÁCTER SIMBÓLICO DE LAS
AFIRMACIONES TEOLÓGICAS SOBRE MARÍA
The symbolic character of theological statmenets about Mary, Journal of Ecumenical
Studies, 22 (1985) 312-320
Un tema de gran importancia ecuménica es ver cómo la manera de entender la
naturaleza de las afirmaciones teológicas sobre María es la llave de su interpretación.
Los católicos, que han crecido con la tradición mariana, no están del todo orientados
sobre la manera cómo esta tradición puede integrarse en los moldes teológicos y
litúrgicos nuevos (si es que, en verdad, la cuestión de María se plantea). Un buen
ejemplo de la fecundación mutua de ideas entre protestantes y católicos es la
conversación Schillebeeckx-Pannenberg-Brown. En su evaluación Pannenberg juzgó
que no se había puesto suficiente atención a la diferencia entre cristología y mariología:
la cristología explica el sentido de un acontecimiento histórico (vida, muerte y
resurrección de Jesús); la mariología, por no poseer tal base histórica, personifica de
modo simbólico las características de la nueva humanidad. Brown, después de su
examen sobre la María histórica, decidió en favor de la simbolización de María como el
ideal de discipulado.
El propósito del presente estudio es el siguiente: las afirmaciones sobre María tienen
una estructura simbólica, de modo que, aun refiriéndose primariamente a ella, alcanzan
su pleno sentido teológico cuando se refieren a la iglesia, a la comunidad de los
creyentes, de los que ella es un miembro. María tipifica la humanidad nueva nacida de
Cristo. El sentido teológico de las afirmaciones sobre María está en relación con el acto
redentor de Cristo en cuanto llega a todos los creyentes en el sentido más amplio, y
específicamente a todos los miembros de la iglesia. Este "preeminente" miembro
simboliza ciertas características precisamente porque ellas son atribuibles a toda la
iglesia como tal. Lo que decimos de María lo decimos, en el fondo, de nosotros mismos.
Pero hay otra categoría de afirmaciones marianas que han de distinguirse de las
restantes y que están exentas de la regla propuesta de interpretación: son las que tienen
una primaria referencia cristológica y se desarrollaron precisamente como corolarios de
la cristología y para defender elementos de ésta controvertidos. Sobre todo dos: María
es la madre de Jesús y María es la madre de Dios. Respecto a la primera, no sólo no es
aplicable a la iglesia, sino que su valor teológico radica en asegurar que Jesús fue
verdaderamente carne y sangre, de la raza de Adán y Eva. Respecto a la segunda,
introducida en el siglo IV en el debate contra los arrianos, es para salvaguardar la última
identidad de Jesús como palabra de Dios, uno con el Padre, y su divinidad. Mientras que
Dios en cuanto Dios no tiene madre, María es la madre de quien es personalmente la
palabra de Dios hecha carne.
I. Opuestos polares: hecho histórico o meditación
Es clarificador el notar que considerando simbólicas las afirmaciones sobre María, hay
que excluir otras dos opciones respecto a la naturaleza de las afirmaciones sobre María.
Una, más característica del pensamiento católico, las entiende como primariamente
históricas en el sentido usual del término. La otra, más propia de la sensibilidad
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protestante, las interpreta como reflexiones sobre la vida de fe, con poca o ninguna
asociación real con la mujer María. Entre estas dos posiciones opuestas, la
interpretación simbólica sirve de mediación y trasciende las dificultades preservando las
ventajas de cada una.
1. Hecho histórico
Si los métodos críticos de la exégesis escriturística y la hermenéutica de las aserciones
dogmáticas no entran en juego, esta posición parece la obvia. Lo afirmado sobre María
es aceptado como hecho histórico, acontecido únicamente a ella, a la luz de la salvación
de Dios en la historia realizada en Jesucristo. Esta postura es cada vez menos sostenible:
ni la Escritura ni la tradición de la primitiva iglesia ni las doctrinas o dogmas posteriores
pretenden dar este tipo de información sobre María. En la N.T. María es ya presentada
como figura simbólica del creyente. Las tradiciones de los siglos II y III no aportan
ninguna ulterior información independiente de las escrituras; los dogmas posteriores
reflejan desarrollo en comprensión y enseñan conocimientos profundos, pero no añaden
nada al misterio salvador revelado en el acontecimiento de Jesucristo.
Todo esto no significa que no sabemos nada de María. Leyendo a los exegetas, habría
cuatro puntos claros: que fue una mujer judía del siglo I; que fue la madre de Jesús; que
no siguió a Jesús como discípulo durante su ministerio, ni comprendió demasiado la
misión de Jesús (Mc); y que llegó a ser una cristiana (Hch). Este último punto es de la
mayor importancia: además de dar razones para pensar que el retrato negativo de
Marcos sobre María tiene una base histórica, da también la base creíble para el proceso
de simbolización sobre María. La pregunta sobre la María histórica termina en el simple
conocimiento de que María era la madre judía de Jesús, al que primero no comprendió,
pero en el que luego creyó.
Así se hace sostenible la teoría de Pannenberg de que la cristología y la mariología
difieren en su origen y estructura. El desarrollo de la cristología puede trazarse desde el
ministerio de Jesús de Nazaret, su muerte y la experiencia de su resurrección por parte
los discípulos. En el caso de María hay pocos recuerdos sustanciales de ella, pocas
experiencias de los discípulos con ella durante su vida o después de su muerte que estén
aseguradas críticamente. Referencias a ella no formaban parte de la predicación
kerigmática de la primitiva iglesia; quedó más bien una impresión de ella como creyente
que escucha y guarda la palabra de Dios; esto llegó a ser la base para su transformación
en una personalidad corporativa, reflejo de la propia comprensión de la comunidad
creyente sobre su relación con Dios en Cristo. No fueron acontecimientos explícitos y
características personales, como en el caso de Cristo, lo que fundamentó su función de
símbolo, sino la realidad llena de gracia de ekklesia. La comunidad de discípulos en la
qué ella participa, crea el símbolo, se ve reflejada en él y, en la medida en que el
símbolo evoca, por la gracia de Dios, una respuesta semejante de los discípulos, se
beneficia de él.
La estructura habitual de pensamiento y la argumentación de las afirmaciones marianas
que son vistas históricamente ha de ser replanteada. A propósito, por ejemplo, de la
anunciación, dice Fitmyer que nunca sabremos realmente lo que ocurrió; lo importante
es escuchar el mensaje anunciado en esta escena sobre el niño y ver a María como el
discípulo que responde de todo corazón a la proclamación del evangelio cristiano. Si la
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exégesis de la Escritura no puede establecer lo que es histórico en los acontecimientos
marianos, mucho menos lo puede hacer el argumento de conve niencia "potuit, decuit,
fecit" (pudo, era conveniente, lo hizo) medieval, teológicamente insostenible y contrario
a la libertad de Dios. Dado el modo contemporáneo de comprensión humana, persistir
en la atribución de carácter histórico a las aserciones sobre María está expuesto a la
acusación de que ello viola la "moralidad de verdad" asociada al conocimiento
histórico. No podemos proclamar que conocemos como histórico lo que no está
fundamentado en cierta evidencia histórica. Como ha dicho Rahner, "la iglesia no
conoce la vida de María, sino lo que ha de decirse acerca de María al confesar la fe y al
alabar la gracia de Dios".
2. Meditación
Esta teoría sobre las afirmaciones teológicas marianas no considera como muy
importante la cuestión de la autenticidad de las narraciones del N.T. sobre María. Lo
importante es el modelo como dichas aserciones reflejan y pintan el contenido del
evangelio, centrado en Jesucristo. Así María pertenece no tanto a la esfera de la teología
cuanto al de la meditación y de la poesía. Las aseciones teológicas marianas sin
creaciones amorosas, imaginativas, para ilustras el contenido central del evangelio,
nacidas en el curso de las reflexiones creyentes sobre el evangelio. La facultad
mitopoética de los creyentes transforman a María en la clave de la vida de la iglesia.
Esta concepción, sin embargo, es insuficiente, ya que la mujer real e histórica se deja de
lado y se pierde de vista su peregrinaje de fe, desde su incomprensión sobre Jesús hasta
su confesión de Cristo. María es un miembro de carne y hueso de la comunidad creyente
histórica y continúa como miembro de la comunión de los santos. Es un personaje real
de la "nube de testigos" (Hb 11,1-12,1) que nos rodea con el ejemplo y el coraje de la
fe. Como miembro de la iglesia está incluida en la realidad que ella significa. Una
correcta comprensión de la naturaleza simbólica de las afirmaciones simbólicas sobre
María, al no permitir un historicismo ingenuo, preserva la realidad de María honrando
su función simbólica con una imagen trasmitida por la tradición cristiana. ¿Qué es,
pues, un símbolo?
II. El símbolo religioso
La palabra "símbolo" ha tenido un gran auge en diversas disciplinas académicas en las
últimas décadas. aunque se trata de un término muy vasto, en el caso de la teología ha
sido muy bien recibido como un modo de romper con el positivismo lógico y dar un
nuevo crédito al lenguaje religioso, aunque su interpretación no haya sido unánime.
Kliever ha identificado tres posiciones principales respecto al simbolismo religioso: el
reduccionismo (Feuerbach, Freud), que mira los símbolos religiosos como proyecciones
existenciales de estados reales o ideales de la experiencia humana; el realismo simbólico
(Tillich, Niebuhr), que los considera como representaciones no literales de una realidad
trascendente, que media esta realidad abriéndola por el símbolo y experimentándola por
él; y el formismo simbólico (Cassirer, Toulmin, van Buren), que los considera como
constructos imaginativos que ni proyectan una realidad humana ni median una realidad
trascendente, pero forman un mundo de sentido y de valor que estructura la realidad
humana en interrelación con otros universos simbólicos.
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Hay buenas razones para opinar que el realismo simbólico representa mejor los puntos
de vista de las comunidades religiosas y de los círculos académicos, que se preocupa de
las tradiciones religiosas que los otros dos. Pues permite un paso hacia una realidad que
trasciende lo humano. Para referirnos a las afirmaciones marianas y su carácter
simbólico, recordemos dos descripciones clásicas del símbolo religioso. Según P.
Tillich, todo verdadero símbolo tiene seis características, y el religioso, otra más. Como
un signo, apunta a lo que, más allá de él mismo no puede directamente captarse. A
diferencia del signo, participa de la realidad que representa, irradiando su poder de ser y
de significado. Abre niveles de realidades escondidos. Correlativamente, abre
dimensiones del espíritu humano que corresponden a dichos niveles. No puede ser
creado o reemplazado por una decisión convencional, porque arranca de una dimensión
no controlable inmediatamente por la razón, haciéndose símbolo cuando es aceptado a
este mismo nivel por la comunidad. Es dinámico y nace, vive y muere en relación con el
grupo. Un símbolo religioso combina estas características con su atributo peculiar,
apuntar a lo que por su naturaleza trasciende lo finito y no puede ser objetivado.
Añadiendo otra dimensión global a la discusión, P. Ricoeur describe más bien el
lenguaje simbólico y el modo cómo su estructura lleva al sujeto humano al significado
que le da. Pues el propósito primero o literal de una palabra conlleva un plus de
significado que apunta, más allá de él, a un segundo significado, análogo al primero,
pero en una dimensión distinta. En nuestra edad crítica el pensamiento que genera el
símbolo nos empeña necesariamente en actos de interpretación creadora, creyente, por
los que llegamos a una segunda ingenuidad apta para entender el símbolo de un modo
crítico, a la vez que inmediato e intuitivo. Así aunque hoy no hay un consenso en los
presupuestos filosóficos que implica el símbolo, sí hay un consenso en que el símbolo
es una especie de signo que transporta una plenitud de significado ulterior que puede ser
explicitado introduciéndonos en campos de conciencia no accesibles al pensamiento
discursivo. En este sentido en el símbolo religioso se hace manifiesta la presencia y el
poder del amor divino, pues aunque es finito y creado participa del infinito y es su
mediador. Por ello la frase reduccionista "sólo un símbolo" no capta la diferencia entre
símbolo y signo ni aprecia el poder del símbolo. Es más correcto decir que algo es "no
menos que un símbolo".
III. El carácter simbólico de las aserciones teológicas sobre María
La cuestión del significado y la lógica del lenguaje teológico es muy compleja y
discutida, pero hay acuerdo en que no se trata de una correspondencia directa entre una
palabra y lo que significa, sino indirecta por analogía, doxología, teorías del símbolo,
etc. Hay un sentido genuino en el que las afirmaciones sobre Dios o sobre Jesucristo
pueden llamarse simbólicas, pero hay que hacer una distinción cuando se aplica a
María: pues teológicamente hay una inequívoca primacía, en el orden de la fe cristiana,
de las aserciones acerca de Dios y de la autorrevelación salvadora en Jesucristo, que
brota de este acontecimiento e intenta explicarlo, en contraste con el origen y las
intenciones del lenguaje sobre María, que se origina en la facultad imaginativa de la
comunidad nacida del acontecimiento de Cristo y es formulado como expresión de su
búsqueda de autocomprensión en una respuesta creativa y creyente. En estas aserciones
María personifica o "simboliza" la nueva humanidad de fe.
Dice la carta pastoral de los obispos norteamericanos sobre María: "La iglesia se vio a sí
misma simbolizada en la Virgen María. La historia de María, tal como la iglesia ha
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llegado a verla, es, a la vez, el recuerdo del autodescubrimiento de la iglesia". Las
aserciones sobre María referidas a la ekklesia son de un orden distinto y tienen otra
función que las afirmaciones centrales del credo cristiano. No son lingüísticamente
simbólicas en el sentido primordial y directo como las afirmaciones acerca de Dios o de
Dios que se hace presente en la figura histórica de Jesucristo, sino de modo análogo
derivado de los símbolos cristianos primarios, pues indican la figura ideal, desarrollada
a partir de una figura histórica, que evoca la relación de la iglesia con su Dios. La frase
"María, figura de la iglesia" es una buena síntesis de la conexión entre María y la
iglesia. Como Burghardt ha escrito, las características de un tipo o figura son:
concretizar algo que es primariamente invisible (la figura de María y el discípulo dotado
de gracia); tener una relación real con lo que se tipifica (la iglesia); la figura o tipo y lo
que tipifican, ser abrazados por una realidad más amplia (el acto salvador de Dios en
Jesucristo); y suministrar una estructura moral (oír la palabra de Dios y ponerla en
práctica). De hecho, la tradición cristiana, desde la más primitiva hasta la más reciente,
prueba que las aserciones marianas significan una realidad eclesial.
En los escritos del siglo I María es presentada como la cristiana que escucha la palabra
de Dios y la guarda y que representa con el discípulo amado la comunidad creyente.
Ireneo de Lyon sobre el Magnificat comenta que María dijo "Mi alma glorifica al
Señor" hablando en nombre de la iglesia. S. Ambrosio también sobre el Magnificat dice
que era el "tipo de la iglesia" aplicándose a María la palabra profética sobre la iglesia. S.
Agustín: María es una parte de la iglesia, es su tipo; y la iglesia es madre por la caridad
y virgen por la integridad de la fe, pero más significativa aún para la iglesia es la calidad
de discípulo que María simboliza. Para Lutero María significa cómo Dios obra con la
humanidad y, a la vez, la respuesta humana. El Vaticano II reiterando el axioma de
Ambrosio sobre María, figura de la iglesia, vio en ella la tipificación en la fe, la caridad
y la perfecta unión con Cristo. Pablo VI percibe a María como miembro preeminente
del pueblo de Dios, "nuestra hermana"; es imposible honrar a quien es llena de gracia
sin honrar por ello mismo en ella el don de la gracia que es la amistad con Dios.
Un significativo número de teólogos contemporáneos analizan la relación simbólica
entre María y la iglesia. Sólo existe una variación importante sobre los usos de
"arquetipo" o "prototipo" con respecto a María. Pues estando ligadas a concepciones
neoplatónicas o jungianas, tales categorías son menos apropiadas a la luz de los
desarrollos cristológicos, ya que el prototipo de la humanidad redimida es Jesucristo
crucificado y resucitado.
Las aserciones sobre María son interpretadas con propiedad como aserciones sobre
aspectos de la relación de la iglesia con Dios en Jesucristo, esta iglesia de la que ella es
miembro. María es madre: la misión de la ekklesia es hacer vivo a Cristo en los
corazones de los fieles por el testimonio de amor y de fe. María es virgen: la postura de
la ekklesia es fidelidad de pleno corazón, imperecedera, a Cristo esperando el
cumplimiento escatológico. María es peregrina de la fe: la ekklesia está llamada a ser la
que escucha la palabra siguiendo a Cristo como pueblo peregrino del "fiat". María es
profeta: la ekklesia debe proclamar la justicia para los oprimidos manteniendo viva la
visión revolucionaria del futuro de Dios. María es discípula: la ekklesia es la creyente
que predica y la proclamadora que cree al mismo tiempo. En todas estas afirmaciones se
evoca la identidad y el propósito de la iglesia en su referencia a Dios en Cristo. Y ello,
por su real carácter del lenguaje simbólico. En la perspectiva simbólica, María es, al
mismo tiempo, una persona particular y una colectividad. Así la explica Rahner:
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"Cuando estamos envueltos en nuestras devociones a María, estamos comprometidos en
una comprensión cristiana de la condición humana". Al llamarla santa, estamos diciendo
algo sobre nosotros mismos: que somos redimidos por la gracia divina y llamados a ser
discípulos. Hay que recordar, igualmente, que las afirmaciones sobre la iglesia tienen un
carácter escatológico. Durante la peregrinación de esta vida la comunidad de discípulos
no siempre escucha la palabra de Dios y la guarda. Aunque siempre es amado por Dios
y está llamada a proclamar la Buena Noticia, la iglesia puede ser llamada también con
propiedad, pecadora ("semper re formanda"). Si lo que decimos de María lo decimos de
nosotros, ello no quiere decir que legitimemos cualquier momento concreto de la
existencia de la iglesia. Los creyentes viven con la convicción de que Dios triunfará
sobre el mal. En este contexto el símbolo de María es una llamada profética y desafiante
para la iglesia. La fe reconoce que ya en Jesucristo y por el Espíritu la victoria final es
un hecho del que participa el presente.
IV. Un caso particular: los dogmas marianos modernos
La comprensión del carácter simbólico de las aserciones marianas tiene consecuencias
útiles para la inteligibilidad de la enseñanza de la iglesia acerca de María y la búsqueda
de la unidad de las iglesias. Esta hermenéutica es especialmente fecunda para la
comprensión de los dos dogmas modernos marianos, la inmaculada concepción y la
asunción a los cielos. Ambas afirmaciones son de gran importancia ecuménica y han de
interpretarse en coherencia con la perspectiva católica postconciliar. El contexto
necesario para su comprensión es la más amplia consideración de la naturaleza del
dogma mismo.
Bajo el impacto del pensamiento contemporáneo y del ecumenismo, el concepto de
dogma ha evolucionado desde su aspecto de comunicación revelada de proposiciones.
En este antiguo concepto faltaba la conciencia del condicionamiento histórico de las
formulaciones humanas y la explicitación de que el dogma es un lenguaje sobre el
misterio salvífico de Dios que brota de la experiencia de fe y vuelve a ella. La verdad
dogmática es expresada en conceptos históricos particulares que señalan su
significación pero que no pueden jamás incorporar de un modo unívoco la salvación de
Dios en Cristo. Como creaturas históricas y a la vez autotrascendentes, piden un análisis
hermenéutico que les permita progresar. Aunque los criterios hermenéuticos están en
proceso de elaboración, incluyen el reconocimiento de las convenciones literarias, del
panorama global del mundo, de las categorías filosóficas, de los efectos de la debilidad
y pecado humanos que van ligados a la formulación de un dogma así como de su
función doxológica, sociológica y quizás polémica Supuesto que la interpretación de la
Sagrada Escritura de acuerdo con tales criterios es ya un hecho adquirido, se hace
necesario también aplicarlos a las afirmaciones dogmáticas. Esto se está haciendo ya en
cristología, escrutando la doctrina de Calcedonia y reconceptualizándola en diferentes
filosofías. Ello provoca controversia, pero es especial para la tarea misionera de la
iglesia.
Dada la naturaleza de María como tipo de la iglesia, el sentido de los dos dogmas
marianos es que son, últimamente, afirmaciones de aspectos de la iglesia en relación
con Dios y Cristo. Teológicamente intentan delinear el símbolo de María que por su
superávit de sentido manifiesta algo de la profunda verdad de la iglesia. Procedentes de
la fe de la comunidad significan que comienzo y final de la vida estamos rodeados y
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conformados por la gracia redentora de Dios que es más poderosa que el mal. No se
trata como si la inmaculada concepción y la asunción fueran afirmaciones basadas
solamente en la única historia sobre las prerrogativas únicas de esta mujer individual
que la separen del resto de nosotros, ni de afirmaciones sobre la iglesia que no sean
verdaderas acerca de María, sino más bien de aserciones simbólicas por las que la
imagen de María evoca el amor de Dios por la iglesia, por toda la humanidad. Así lo
afirman los obispos USA: "No son privilegios aislados, sino misterios llenos de sentido
para la iglesia entera". Hablando sobre María, estamos diciendo algo, en una armazón
escatológica, acerca de nosotros, humanidad redimista.
La inmaculada concepción
Aunque concepto negativo (concebida sin pecado original), significa positivamente ser
concebido en la gracia de, Dios. Afirmar que María fue concebida en gracia, en vistas a
los méritos de Jesucristo, es decir algo sobre Dios: el poder preefectivo de la gracia de
Dios, el misterio de la elección y predestinación que tiene su origen en Dios y afecta a
toda la raza humana, el hecho de que Dios toma la iniciativa de nuestra salvación. Es
también afirmar algo sobre la iglesia y toda la raza humana. Rahner afirma: "Si ello es
verdad sobre una, es verdad sobre todos". Esta interpretación sobre la inmaculada
concepción está en consonancia inseparable con los recientes desarrollos teológicos
sobre el pecado original. Este "pecado" no hace referencia simpleme nte a lo que precede
temporalmente a la donación de la gracia, sino a la condición que "coexiste
dialécticamente con la oferta de salvación y de la gracia a los seres humanos" (Rahner).
Pero la gracia es siempre más poderosa que el pecado.
La doctrina de la inmaculada concepción se refiere al hecho del dominio de la redeción
de Cristo desde el primer momento de nuestra existencia, porque el segundo Adán es
más fuerte que el primero. Por consiguiente, no es una simple cuestión temporal sobre
el don dado a María antes, ya que no es el momento del bautismo cuando nosotros
recibimos la gracia como el permanente existencial de nuestra libertad que nos conduce
a la salvación; María recibe la oferta de gracia en base a su predestinación para ser la
madre de Jesús (una implicación de su única historia).
La asunción
Según los obispos norteamericanos, "María en su asunción... es figura de la iglesia
como perfeccionada por su unión con Cristo". Esta perfección puede ser caracterizada
como una glorificación, sobre la cual no se dan detalles mitológicos en el dogma, o
como la transformación de carne y espíritu, o como la definitiva superación del pecado
y de la muerte. Rahner pone en cuestión la idea de que sólo María, aparte de Jesús, goza
de este estado de salvación que es una anticipación de lo que para nosotros ocurre más
tarde. Pensando actualmente en categorías distintas de las platónicas, podemos decir que
"cada cual al morir ya asume su cuerpo resucitado". Lo afirmado en la doctrina de la
asunción acontece a todos los santos, pero a María le sucede de un modo muy especial
por causa de su papel en la historia de la salvación. La doctrina es un símbolo de la
transformación final de toda nuestra realidad humana a causa del poder y clemencia de
Dios.
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Esta interpretación de los modernos dogmas marianos implica que su proclamación
delineó una verdad relevante para todo cristiano: la transformación final de nuestra
realidad humana global gracias al poder misericordioso de Dios.
Esta interpretación eclesial de los dogmas marianos no disminuye necesariamente su
identidad como dogmas: el dogma no es una entidad monocromática. Dice Rahner:
"Además del estilo doxológico, hímnico, catequético, jurídico, y otros, hay en las
aserciones dogmáticas el tono más bien especulativo, así como el devoto. Habría que
mostrar la respectiva justificación de cada uno de los diversos modos de expresión". La
cuestión de la verdad de estos dogmas puede, y según varios teólogos, debe separarse de
la cuestión de la necesidad de confesarlos por parte de todos los cristianos. Aunque en
una concepción de la unidad de la iglesia expresada de un modo monolítico todos
deberían confesarlos, la postura de la corriente de mayor peso considera más bien la
perduración de los "typoi" doctrinales al inferior de una comunión, con un mutuo
reconocimiento de las diversas formulaciones como respuestas válidas al evangelio
desde un punto de mira particular. Teniendo en cuenta la interpretación simbólica de la
tradición católica, las tradiciones protestante y ortodoxa pueden ser interpeladas por el
valor la tradición católica, las tradiciones protestante y ortodoxa pueden ser interpeladas
por el valor de gracia y de escatología que suponen dichas expresiones dogmáticas.
Lo que aquí está realmente en cuestión, puede verse si se contrasta lo dicho con una
propuesta alternativa de Yarnold. Este ha sugerido que muchas doctrinas tiene dos
niveles, uno literal y otro teológico. Al nivel literal se enseña que Jesús descendió a los
infiernos; teológicamente ello significa que los que murieron antes de Cristo son
salvados por su muerte. La coexistencia entre las iglesias puede hacerse factible por el
acuerdo sobre el nivel teológico de la doctrina. Se abre así una senda de unidad
aplicándolo a las doctrinas marianas. Sea lo que fuere de esta teoría, a mí me parece que
dicotomiza lo que es esencialmente una unidad. No se trata de aceptar o rechazar el
nivel literal de una doctrina sino de comprender su carácter simbólico y de entrar en la
dinámica de estos símbolos en el acto de la interpretación teológica. Apreciando la
naturaleza simbólica de los dogmas marianos, se abre una zona de pacificación
intelectual. Somos llevados a alabar la grandeza de Dios que en esta mujer hizo el don
que se da en los redimidos llamados al discipulado.
V. Conclusión: Evaluación y Perspectiva
Decir que las afirmaciones sobre María son referencias simbólicas a la iglesia tiene pros
y contras. Del lado positivo, esta posición es sostenida por teólogos protestantes y
católicos y por el magisterio ordinario católico. Tiene sus raíces en la Escritura y está
respaldada por el uso de los primeros siglos cristianos. Coloca a María en un rol que no
entra en competencia con el de Jesús y que es coherente con la teología actual. Pero, sin
embargo, hecha la conexión entre María y la iglesia, los textos concernientes a María
tienden a ser interpretados como referidos a la iglesia. Esto tiene el peligro de pintar una
iglesia triunfante sin mácula, olvidada de su realidad de pueblo peregrino en necesidad
de conversión; de olvidar que Cristo es el único mediador. En la perspectiva de las
teologías de la liberación, la hipostatización de la imagen de la iglesia como cobertura
para posturas ideológicas, o el carácter "femenino" de la iglesia como obstáculo a la
expresión plena de la realidad de Dios y la realidad de las mujeres. En enfoque
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simbólico puede dar lugar, por último, a la superidealización vaciando la realidad
histórica de esta mujer.
En resumen, el carácter simbólico de las aserciones marianas puede suministrar un
intrínseco correctivo a las distorsiones históricas, siempre que se sea coherente con el
conjunto de la teología cristiana. Entre la nube de testigos que nos circundan de
testimonio de su vida de fe, María es recordada como una mujer de nuestra historia, la
madre de Jesús y una primera creyente cristiana que ha llegado a ser un prototipo de la
comunidad de los discípulos. Y así, la estructura simbólica de las afirmaciones sobre
María nos da, más que su carácter histórico o simplemente meditativo, la llave de su
interpretación. En esta interpretación la iglesia puede escuchar de nuevo y cantar
humildemente las grandezas de Dios.
Tradujo y extractó: TEODORO DE BALLE
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