FILOSOFÍA DE LA INDEPENDENCIA Carmen Bohórquez La historia de la filosofía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XVIII no debe entenderse como un movimiento aislado de su contexto histórico. La característica principal de los pensadores latinoamericanos de ese periodo fue la elaboración de ideas filosóficas a partir de la praxis cotidiana. Por ello es importante advertir el momento del proceso de la independencia, que fue más complejo de lo que algunos se imaginan. Es decir, hubo en general la toma de conciencia de la recuperación del ejercicio de la soberanía en todas las regiones por parte de las élites criollas. En algunos lugares los españoles peninsulares recuperaron el poder (como en el caso de Venezuela, con fuerzas provenientes de la península, o por un golpe de estado en México). En algunas regiones los movimientos propiamente populares (como el de Artigas en las Provincias Orientales del Plata o con Hidalgo y Morelos en México) fueron un tercer tipo de actores políticos. Aquí debemos comprender entonces que las teorías se articulaban en la práctica política, en relación con los aspectos económicos, sociales y, de manera muy particular, con el acentuado racismo que se mezclaba en todos estos ámbitos del quehacer de la América colonial. Hay entonces antecedentes históricos de los primeros movimientos de emancipación al final del periodo colonial, en el movimiento de sublevación que dirigió el indígena maya Canek (1730-1761) en la Nueva España en 1761; en la rebelión de José Gabriel Condorcanqui (1738-1781) —conocido como Túpac Amaru—, descendiente de la última aristocracia indígena en el virreinato de Perú en 1780, sólo por mencionar dos de los primeros movimiento) emancipatorios en el continente. La punta de lanza del movimiento de la independencia fueron promovidos por los expulsados jesuitas y los franciscanos que alentaron a muchos patriotas, al mismo tiempo que el bajo clero que tenía contacto con todos los estratos de la población a lo largo de todo el continente. Pero fue la élite criolla la que hegemonizó el proceso político, con actores políticos tales como José Antonio Rojas (1732-1816) en Santiago de Chile, Antonio Nariño (1765-1823) en Santa Fe de Bogotá, José Baquijano y Carrillo (1751-1818) y Pablo de Olivado (1725-1802) en Lima, Manuel Belgrano (17701820) en Buenos Aires, José Sanz (1756-1814) en Caracas, y muchos más que habría que nombrar (véanse Picón Salas, M., 1990, pp. 185-198; Halperin D.T., 1969, pp. 74 ss.) La independencia de las colonias latino americanas mostrará así su propia originalidad teórica en el transcurso de los acontecimientos. Su filosofía política se referirá a la doctrina jurídica de la tradición castellana y a la expuesta por Francisco Suárez en articulación con los enciclopedistas, todo lo que estallará particularmente desde la expulsión de los jesuitas en 1767. Son teorías filosóficas que fueron llevadas a la práctica por los discípulos de las universidades coloniales en el contexto distinto del europeo metropolitano. No podemos seguir repitiendo que la independencia sea un simple efecto causado por las doctrinas ilustradas francesas en Europa por lo sucedido en la independencia de la Unión Norteamericana. En un contexto histórico regional nos encontramos con los movimientos de liberación a lo largo de todo el continente, comenzando por el de Haití en 1804; el de Ecuador en 1809; de Argentina, Colombia y México en 1810; de Venezuela en 1811; de Perú, Chile y Panamá 1821; de Brasil en 1822; de Nicaragua y Bolivia en 1825; del Caribe con el de la República Dominicana en 1844, y, al final, el de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898. Todos ellos podrían ser organizados en cinco ciclos emancipatorios: los tres primeros guardan una cierta similitud; son ciclos 1] "sanmartiniano" (en el Plata, Chile y Perú), 2] "bolivariano" (en la Gran Colombia), y 3] "hidalguense" (en México y Centroamérica; muy diferentes del ciclo "brasileño", y completamente diversos del 5] “caribeño" (que comenzando con el indicado de Haití, bajo la influencia de la revolución francesa, se prolonga 2 durante todo el siglo XIX hasta la independencia en 1898 de Cuba y Puerto Rico, seguido en el siglo XX por antiguas colonias de los imperios inglés, francés. holandés y danés). Los tres primeros guardan una cierta semejanza en el tiempo, en la estructura política y en la filosofía política hispanoamericana (de ellos nos ocuparemos brevemente en este ensayo). El cuarto es el lusoamericano o brasileño. El quinto, el caribeño. Habría que tener siempre presente esta diversidad estructural de los cinco ciclos (véase Dussel, E., 2007, p. 534). EL CICLO BOLIVARIANO El proceso de la emancipación en la Gran Colombia imaginada por Simón Bolívar cuenta, entre los primeros pensadores que participaron del mismo, con el jesuita Juan Pablo de Viscardo y Guzmán y con Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez, mejor conocido como el americano más universal por su actividad beligerante en varias partes del mundo. Además, estadistas como Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios y Blanco, conocido más por Simón Bolívar, el Libertador de América; como Juan Germán Roscio (1763-1821); Antonio José de Sucre y Alcalá, llamado el Gran Mariscal de Ayacucho —todos ellos de Venezuela—, y Antonio Nariño (17651823), de Colombia. Hablar de la filosofía de la independencia significa remitirse a los escritos, cartas y proclamas que dejaron los próceres. Nos remitiremos brevemente, en primer lugar, a Pablo Vicardo (1748-1798), a Francisco Miranda (1750-1816) y a Simón Bolívar (1783-1830). Francisco de Miranda promueve la independencia desde su estadía en Inglaterra en el año de 1799. El venezolano publica en francés y en español en 1801 la Carta a los españoles americanos, del jesuita Juan Pablo de Viscardo, quien la escribió en 1792 en el exilio italiano, pero que nunca la pudo publicar en vida. "[...] la Carta no fue publicada ni hecha llegar por Viscardo a los ingleses; más aun, en ella no se pide ayuda a Inglaterra ni a ninguna otra potencia, por lo que el documento constituye fundamentalmente una exhortación directa a los americanos, una apelación a su conciencia y a sus propias fuerzas" (Bohórquez, C., en "Prólogo", Antepara, J.M., 1974). La carta es el primer discurso emancipador y anticolonial. El autor se dirige a sus hermanos americanos. En ella hay un análisis profundo y crítico de la realidad político-económica y social de las colonias hispanoamericanas. Esta situación es producto —nos dice el jesuita— de tres siglos de dependencia, dominación y vicios atribuidos a la metrópoli en estas tierras; tres siglos que Viscardo resume así: Aunque nuestra historia de tres siglos acá, relativamente a las causas y efectos más dignos de nuestra atención, sea tan uniforme y tan notoria que se podría reducir a estas cuatro palabras: ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación, conviene, sin embargo, que la consideremos aquí con un poco de lentitud (Viscardo y Guzmán, J.P., Carta a los españoles americanos [1792], 1974, p. 51). El autor en su carta hace un reclamo por la igualdad y por la propiedad común a la que tienen derecho los habitantes americanos. Podemos decir que estas ideas son utilizadas por el autor con el propósito de crear una conciencia que sea crítica de la situación en que vivían los más desposeídos por el régimen colonial. España nos destierra de todo el mundo antiguo, separándonos de una sociedad a la cual estamos unidos con los lazos más estrechos; añadiendo a esta usurpación sin ejemplo de nuestra libertad personal, la otra igualmente importante de la propiedad de nuestros bienes (Ibíd., p. 53). A Viscardo le debemos las primeras críticas a una política colonialista como la que ejercía España en aquellos tiempos. Pueden resumirse en tres: 1] Oposición a la justificación ilegítima de un gobierno absolutista y tiránico; 2] Una crítica al monopolio comercial español, que tiene intereses mercantilistas, impidiendo la libertad de comercio, y 3] Una crítica a la mala educación que 3 mantiene en la ignorancia a los americanos y que justifica a la vez la conservación de un régimen absolutista y tiránico, como lo era el colonial: Desde que los hombres comenzaron a unirse en sociedad para su más grande bien, nosotros somos los únicos a quienes el gobierno obliga a comprar lo que necesitamos a los precios más altos, y a vender nuestras producciones a los precios más bajos [...] Los impuestos del gobierno, las gratificaciones al ministerio, la avaricia de los mercaderes, a ejercer el desconcierto del más desenfrenado monopolio, caminando todos en la misma línea, y la necesidad haciéndose sentir: el comprador no tiene elección. Y como para suplir estas necesidades esta tiranía mercantil podría forzarnos a usar de nuestra industria, el gobierno se encargó de encadenarla [...) ¡Qué diferencia no hay entre aquella situación momentánea de los españoles y la nuestra de tres siglos acá! Privados de todas las ventajas del gobierno, no hemos experimentado de su parte sino los más horribles desórdenes y los más graves vicios [...] hemos sido entregados al orgullo, a la injusticia, a la rapacidad de los ministros tan avaros, por lo menos, como los favorito de Carlos V [...] La pretensión de la corte de España de una ciega obediencia a sus leyes contrarias, está fundada principalmente sobre la ignorancia, que procura alimentar y entretener acerca de los derechos inalienables del hombre y de los deberes tan indispensables de todo gobierno. Ella ha conseguido persuadir al pueblo [de] que es un delito el razonar sobre los asuntos que importen más a cada individuo y, por consiguiente, que es una obligación continua la de extinguir la preciosa antorcha que nos dio el Creador para alumbrarnos y conducirnos. Pero a pesar de los progresos de una doctrina tan funesta, toda la historia de España testifica constantemente contra su verdad y legitimidad (Ibíd. pp. 53 y 54). Viscardo finalizará su carta haciendo un llamado a todos los americanos para que unan sus fuerzas y logren la emancipación de la patria. Desea que lo hagan como una gran familia unida contra el yugo español. Anhela que logren un comercio libre con otras naciones del mundo, para levantarse y crecer de manera equitativa. Esto nos permite afirmar que pensamiento de Viscardo está vinculado a la idea de la integración de todos los americanos para que formen una gran nación: ¡Qué agradable y sensible espectáculo presentarán las costas de América, cubiertas de hombres de todas las naciones, cambiando las producciones de sus países por las nuestras! ¡Cuántos, huyendo de la opresión o de la miseria, vendrán a enriquecernos con su industria, con sus conocimientos, y a reparar nuestra población debilitada! De esta manera la América reunirá las extremidades de la tierra, y sus habitantes serán atados por el interés común de una sola grande familia de hermanos (Ibíd., p. 58). Esta idea de unión también estará presente en Miranda cuando se refiera a Colombia, y en Simón Bolívar cuando establezca su proyecto de la República de la Gran Colombia e intente organizar el Congreso de Panamá. Francisco de Miranda retoma las ideas del jesuita Viscardo y lucha por alcanzar la independencia. Sabe que puede caerse en una anarquía sin límites en el momento en que debiera reinar la paz al finalizar cualquier revolución. Teme el desorden. No olvidemos que Miranda, de carrera militar, participa en Europa en varios movimientos revolucionarios. Por eso era necesario tener un proyecto político cuando se llegara a la independencia del yugo español. En su primer bosquejo de un gobierno provisorio de 1801, deja ver una estructura de organización político-social similar a la de la antigua colonia, conformada por comicios, cabildos, ayuntamientos, asambleas, milicia, clero y otros estamentos, con participación no igualitaria, es decir, con exclusión de parte del pueblo que indica ya una restricción a la soberanía: "Los miembros no podrán ser menores de 25 años de edad, y deberán ser propietarios de no menos de diez árpenles de tierra. Los indios y gentes de color serán dispensados, por el momento, de cumplir esta última condición" (Miranda, S.E de, Planes de. gobierno [1801], 1974, pp. 13-19). 4 En este gobierno provisorio, el autor plantea transformación de las leyes del antiguo régimen, que implica la abolición de aquellas que considera que son las más perjudiciales para la población: Serán abolidas ipso facto las siguientes leyes: 1 Todo impuesto o tasa personal, tanto para los indios como para el resto de los ciudadanos. 2 Todos los derechos sobre las importaciones y exportaciones del país. Sólo subsistirá un derecho del 5% sobre las importaciones y del 2% sobre las exportaciones. Se permite la entrada de todo tipo de manufacturas y mercadería. 3 Todas las leyes que se relacionan con el odioso Tribunal de la Inquisición. Dado que la tolerancia religiosa es un principio del derecho natural, ésta será practicada. El pueblo americano reconoce siempre a la católica romana como su religión nacional (Ibíd..., p. 14). Poco después proyecta un nuevo plan de tipo federal republicano. Ahora, hay varias características que lo hacen muy diferente del anterior, como la conformación de comicios, cuerpos municipales, asambleas provinciales, un cuerpo legislativo, un poder ejecutivo y uno judicial, cada uno con derechos y obligaciones. Miranda tiene en mente la idea de una soberanía popular. Los cargos de alto rango en su proyecto de gobierno federal estaban al alcance de todos los ciudadanos, pero ¿quiénes eran ciudadanos para Miranda? Nos dice: 1] Todos los nacidos en el país de padre y madre libres. 2] Todos los extranjeros afincados y casados en el país que hayan presentado juramento de lealtad al nuevo gobierno, o que, siendo solteros, hayan participado en dos campañas por la independencia americana. En caso contrario, permanecerán en la clase de los extranjeros. Sin embargo, la legislatura podrá, en ciertos casos, acordar esos derechos a quienes [se considere] conveniente (Ibíd., pp. 15-16). Para tomar parte en los comicios, los ciudadanos deberían cumplir con dos requisitos: 1] tener diez arpentes de tierra como mínimo y más de 21 años de edad. Aquí Miranda le da un nuevo matiz constitucional a la noción de soberanía popular porque no se queda simplemente con la intención de no excluir a los más desfavorecidos del régimen (indígenas y afroamericanos) en la participación de los comicios, sino que, además, obliga al gobierno de manera tajante a que proporcione la tierra necesaria para su subsistencia: "El gobierno cuidará de distribuir a cada indio (que no posea propiedad suficiente) diez arpentes de tierra si es casado y cinco si es soltero" (Ibíd., p. 16). Una diferencia que no estaba estipulada en el primer bosquejo de gobierno. En la Proclama a los habitantes del continente americano, firmada el 2 de agosto de 1806, en el desembarco en La Vela de Coro, Venezuela, se puede ver nuevamente una evolución en las ideas del patriota. Es un discurso más articulado, donde se exponen los puntos necesarios para empezar con orden y disciplina la actividad de un estado independiente, joven y descolonizado, con una real soberanía. Las notas más significativas de este proyecto son la soberanía popular y la igualdad de todos los ciudadanos. Los dos precursores de la independencia apuestan por una soberanía popular. Simón Bolívar, sin embargo, adoptará una posición más escéptica, y defenderá un gobierno unitario y fuerte, debido a los fracasos de los primeros gobiernos federales. Éstos han provocado el aumento de la discordia y la fragmentación de los estados descolonizados, que al final, como una tempestad arrastrará al mismo Bolívar. Por ello resalta la dificultad del ejercicio directo de esta soberanía federal, de regiones autónomas, por creer que se carece de las virtudes políticas necesarias para lograr un gobierno plenamente republicano, lejano del paternalismo monárquico. Había que lograr progresivamente el paso de la monarquía hispana a una república de iguales. Lo que debilitó más el gobierno de Venezuela, para Bolívar, fue la forma federal que adoptó, autorizando que se abriera el camino a la anarquía. Tal era el verdadero estado de la 5 confederación. Cada provincia se gobernaba independientemente opuestas a las otras; y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquellas, y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode protestaba en 1812 (véase Bolívar, S., Manifiesto de Cartagena, 2008, p. 10). Expresa el Libertador, además, que los ciudadanos de América siempre han estado dependiendo de un gobierno absolutista y paternalista, lo que significa que nunca han sido libres, por lo tanto no están preparados para serlo aún de una manera repentina y abrupta. Nos dice Bolívar: El sistema federal, bien que sea el más perfecto y más capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más opuesto a los intereses de nuestros nacientes estados: generalmente hablando todavía nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por sí mismos y ampliamente sus derechos; porque carecen de las virtudes políticas que caracterizan al verdadero republicano; virtudes que no se adquieren en los gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y los deberes del ciudadano (ídem). En el mismo discurso, el Libertador se inclina por un gobierno centralizado como la mejor opción para los venezolanos en aquel momento. Varios años después lo reafirmará ya como estadista, en El discurso de Angostura del 15 de febrero de 1819, cuando expresa: Horrorizado de la divergencia que ha reinado […] es necesaria] la reunión de todos los estados de Venezuela en una república sola e indivisible. Esta medida, en mi opinión, urgente, vital, redentora, es de tal naturaleza que sin ella el futuro de nuestra regeneración será la muerte (Bolívar, S., 2008, p. 1104). Se nos dice al respecto que, "en tales condiciones, Bolívar va a proponer, en 1819, una constitución democrática y republicana, unitaria y centralizada" (Minguet, C., 1993, p. 8) Ahora bien, Bolívar critica la noción autonomía regional llevada a la práctica por los primeros gobiernos federalistas porque divide, no une, ya que, desde el momento en que el poder del estado recae en una soberanía fragmentada, ésta se divide en entidades independientes que tienen autolegislación política y jurídica. Son factores que impiden la verdadera libertad de ejercer un poder común sobre todos los ciudadanos; en ese sentido, la libertad y el poder centralizado no están reñidos con el orden y la justicia. Ésta es la conclusión de Bolívar. Podemos ver, entonces, que se ejerce cierta visión teórico-política sobre el estado futuro independiente se fueron fraguando partir de la praxis histórica. El concepto soberanía popular fue evolucionando debido al cambio que sufrió en el pensamiento de los distintos próceres: Viscardo, Francisco de Miranda y Simón Bolívar. En los dos primeros casos, se concebía la soberanía popular como incluyente (formando parte de la comunidad de indígenas y afroamericanos, que conformaban el grueso de la población). Para Bolívar, a diferencia de los dos anteriores, al hacer una crítica al federalismo, ésta se extendía de alguna manera a la noción de soberanía popular, que podría en ciertos casos promover la división y la pérdida de fuerza. EL CICLO MEXICANO O HIDALGUENSE Este ciclo tiene extremada importancia, por tratarse del virreinato con la mayor población de la monarquía española. Además, el proceso de emancipación tendrá un desenvolvimiento que sitúa al pensamiento político de los mexicanos de una manera muy representativa para todo el continente. Se puede observar con toda claridad un desarrollo del concepto de soberanía, que analizaremos en los actores. Puede verse que la concepción del licenciado Primo Verdad fue muy diferente de la de José María Morelos. 6 Estudiaremos sólo las posiciones de algunos de los actores principales de la primera emancipación mexicana. Francisco Primo Verdad y Servando Teresa de Mier Francisco Primo Verdad y Ramos (1760-1808) y José Servando Teresa de Mier Moriega y Guerra (1765-1827) intentaron entre los primeros descubrir la situación que se abría para México en lo referente a la crisis desencadenada en la corona española por la invasión napoleónica. Ambos actores eran pensadores de una amplia cultura y de una abierta postura independentista ante los sucesos ocurridos en la metrópoli. Vicente Riva Palacio define al licenciado Verdad como un "hombre de inmensa lectura y de una instrucción en materias políticas cual lo permitían las circunstancias de la época" (Riva Palacio, V., 1980, p. 40). Por su parte, fray Servando es un hombre con una sólida formación en filosofía y con el grado de doctor en teología. Cuando Primo Verdad invoca el concepto de "soberanía popular" ante el virrey Iturrigaray, está refiriéndose a un principio habitual en la filosofía política hispanoamericana. Lo que entiende Verdad, en un primer momento, como "soberanía popular, no es la participación de todo el pueblo incluyendo a cada una de las castas que lo componen. Para el licenciado Verdad el pueblo es la comunidad política que recibe de Dios el poder, como cuerpo político ya organizado, cuya autoridad la constituía, ante la ausencia del rey depuesto, el Ayuntamiento o Cabildo criollo. Después de la inicial incertidumbre va a depositar también (aunque dubitativamente) el poder político en los mestizos o indígenas junto a los criollos, sin negar la autoridad de Fernando VII, que está preso, y por ello, aunque el rey tiene un poder delegado por los reinos, la autoridad le viene dada al rey por Dios, no de modo inmediato sino a través del pueblo. Es decir, Primo Verdad reconoce el mandato divino en el cual el rey basa su autoridad, lo que no altera la capacidad del reino para ejercer la soberanía si el rey se encuentra ausente. Por ello, el pacto celebrado por el pueblo queda vigente aun sin la cabeza, y la república no ha mudado su primitiva constitución, por haber elegido durante un interregno unos magistrados extraordinarios. Luis Villoro, de manera aproximada, lo sintetiza de la siguiente manera: "Faltando el rey deben juntarse los hombres nobles y sabios del reino y los representantes de las villas constituyendo un congreso para guardar y dirigir los bienes reales" (Villoro, L., 1986, p. 50). En resumen, la postura de Primo Verdad es la referencia a la doctrina suareciana de que Dios da la soberanía a los reinos y éstos, por contrato, al rey. Estando éste preso, la soberanía retorna a los reinos. Servando Teresa de Mier se encuentra en el mismo horizonte teórico. Para él, los criollos que habitan la Nueva España poseen, por el hecho de ser una comunidad política, una soberanía que les permite hacer un pacto con la corona, pero no con España. Esta situación de autonomía originaria Mier la llamará la constitución americana, que se origina en la carta magna hecha cuando se fundó la mismísima colonia: Conservaron los reyes en su fondo nuestras leyes fundamentales, según las cuales las Américas son reinos independientes de España sin otro vínculo con ella que el rey, Rex Hispaniarum et Indiarum, como se grababa en nuestra moneda, y no en la de España: dos reinos que se unen y confederan por medio del rey, pero que no se incluyen. En su texto Sobre los derechos de España a las Américas, Mier sostiene la imparcialidad de Dios ante el ejercicio de la soberanía por los diversos reinos. Ningún gobernante puede ejercer el poder en nombre de una entidad "espiritual" (por ejemplo, el papa, que le concede las Indias al rey de España, para algunos), ni sostener que lo hace por el bien de la comunidad ajena. De tal modo que si hay un Dios que creó el cielo y la tierra, no se concluye de manera alguna que el rey pueda 7 ejercer el poder sobre otras comunidades y tierras, ya que de la misma manera cualquier habitante de un reino puede reclamar dicho derecho sobre otro: En cuanto a que hay un solo Dios creador de cielo y tierra nos parece muy bien y así debe ser; pero no que un Papa dé a otros estas tierras de las que nosotros somos los dueños, y no queremos a otro Señor. El Rey de España debe de ser algún loco, pues pide y toma en merced lo que es ajeno. Si viene acá pondremos su cabeza sobre un palo, como tenemos otras de nuestros enemigos (véase Teresa de Mier, S., 1976, p. 63). Mier exclama: "¡Quién creería que los indios eran entonces mejores teólogos que los españoles!" (Ídem), ya que aquéllos defendían esta doctrina. E. O'Gorman señaló el carácter subversivo de sus discursos cuando en su famoso sermón del 12 de diciembre de 1797 sostenía que el cristianismo había sido predicado en América desde el primer siglo por el apóstol Tomás —lo que era una creencia popular en las Indias. Esto significaba que el cristianismo ya tenía tiempo en América cuando llegaron los españoles, por lo que la conquista en nombre de una civilización "superior" y en nombre de un Dios cristiano se convertía en una verdadera violación y ultraje a los nativos de América: [...] Se comenzaron a tener por irracionales e incapaces a la luz del Evangelio en 1534 —escribe Mier—, lo cual es locura, dice Remesal, que nació en la isla de Santo Domingo, se hizo todo ello para despojarlos de sus bienes, matarlos sin escrúpulo, y sin darles tiempo para ser doctrinados como lo exigían los misioneros [...] Ah, verá la luz algún día la doctísima Apología de los indios que escribió su protector Las Casas, y he visto de su letra en un gruesísimo tomo de a folio, y entonces se conocerá el alto grado de civilización en que se hallaban [...] (Ibíd., p. 64). El derecho a la rebelión estaba así plenamente justificado, y como primer punto a seguir era necesario abolir la esclavitud, utilizando el derecho de oponer la fuerza a la fuerza: ¡Americanos! Tenemos sobre América el derecho mismo que tenían los indios originarios del Asia como todo el género humano, el que tienen todas las naciones en sus países, el de haber nacido en ellos, cultivado la tierra, edificado y defendido sus pueblos. Tenemos el mismo derecho que nos da la injusticia de los españoles europeos, que por haber nacido allí no nos quieren considerar como iguales sino en palabras. Tenemos el derecho de las castas, que han sido excluidas del censo de españoles en la Constitución, porque dicen los europeos que su representación está embebida en la nuestra. Tenemos el derecho de los indios, porque como sus paisanos tenemos el derecho nato de protegerlos contra el bárbaro derecho que arrogaron los españoles de declarar en pupilaje eterno a la mitad del mundo para darle su protección que nadie impedía, y que es tan buena por lo menos como la que ellos no quieren aceptar de Napoleón. Tenemos el derecho de oponer la fuerza a la fuerza, pues la de los españoles no se ha legitimado en 300 años, una vez que ha permanecido el tributo como marca de forzados. Tenemos el derecho de probar que el clima de América no embrutece ni degrada, y que somos hombres y no monos urangutanes. Tenemos el derecho de rechazar la guerra injusta que unos vasallos de Fernando VII han declarado al mayor número de otros vasallos, porque no queremos entrar en compañía leonina reprobada por todos los derechos. Tenemos finalmente el derecho de vengar a nuestros representantes desatendidos e insultados en las Cortes [de Cádiz], tanta sangre derramada, tantas víctimas sepultadas en los calabozo de ambos mundos, tanta injusticia y calumnian como en tres siglos han vomitado y están acumulando los europeos, y libertarnos de caer un peores cadenas que las que hemos roto o estamos actualmente limando (véase Teresa de Miel, S., 1976b, pp. 69-70). Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811) El movimiento independentista de los criollos se lanzó en 1808. Inmediatamente los españoles en México efectuaron un "golpe de estado", nombraron nuevas autoridades y con base en el brazo militar se hicieron con el gobierno. La soberanía no residía ya, como en la tradición castellana y suareciana, en los reinos (por lo tanto, en los ayuntamientos bajo el control de los criollos), sino 8 que Dios daba el poder al rey, el que estando preso recaía sobre los españoles (los "gachupines") que vivían en México. Es este estamento extranjero contra el que se levantará el tercer movimiento independentista, con un claro sentido de la soberanía popular, que residía en la comunidad indígena de mestizos, criollos y hasta esclavos liberados. Este movimiento será abortado, tanto por "gachupines" como por los criollos más influyentes. Nace así la figura de Miguel Hidalgo. Nacido en América de padres españoles, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla tuvo una formación filosófica cuando estudió a los clásicos griegos y latinos en el Colegio de Valladolid (futura Morelia), particularmente el pensamiento de Aristóteles, al que criticó más tarde por enseñarse de manera. anacrónica. A los 16 años era ya bachiller en artes. Estudió igualmente teología, y en 1775 ganó por oposición una cátedra de filosofía, ordenándose sacerdote. En 1779 gana otra cátedra en lengua latina y dos años después es nombrado profesor del curso de artes. Rafael Moreno nos comenta que "a la edad de 31 años presentó su obra La disertación sobre el verdadero método de. estudiar teología escolástica [...]" (Moreno, R., 2000, p. 105). Su mayor obra en lo que respecta a su pensamiento teológico-filosófico. Para 1790 es nombrado rector del Colegio de San Nicolás en Michoacán, y es considerado como uno de los teólogos más destacados de la Nueva España. En su Disertación se ocupa del método con que se estudia la teología y afirma que el mismo es obsoleto. Es importante recalcar que durante el siglo XVIII, el de la Ilustración, el escepticismo ante la escolástica es palpable. Mientras que la utilización de la historia para descifrar el presente y proyectar el futuro es una de las características de los pensadores de esta época. Al respecto, algo nos aclara en su Disertación: "Son Muchos los hombres doctos que han enriquecen el reino literario en estos tiempos. No ha habido edad en que pudieran subir los hombres al templo de la sabiduría-con tanta facilidad como la nuestra" (Hidalgo y Costilla, M., 1998, p. 165). Existen en esta época los argumentos suficientes para criticar los fundamentos teológicos que datan desde el humanismo, así como el orden político y social que sustentaban dichos principios. Sobre la materia teológica, Hidalgo critica los vicios de la Escolástica, su metodología para complicar las cosas: "suma prolijidad para tratar las cuestiones, ya multiplicando las dificultades, ya reproduciendo formas escolásticas inútiles, como el silogismo, o cuestiones puramente filosóficas y metafísicas; ausencia de historia y de crítica" (Moreno, R., 2000, p. 107). En su Disertación propone dos cambios radicales para estudiar la teología: a] La exclusión del silogismo, es decir, el tipo del razonamiento deductivo que utiliza Aristóteles para "un discurso en el cual, puestas algunas cosas, otras resultan necesariamente". De tal modo Hidalgo rompe con la filosofía escolástica, la cual abusaba de esta metodología, y b] La necesidad constante de recurrir a la "utilidad" de la iglesia y a la opinión de "hombres de juicio" y "teólogos de primer orden" para resolver alguna controversia teológica. En tal caso, es necesario buscar en la historia el fundamento de muchos principios religiosos. Así, en una carta que escribe Hidalgo a su colega Juan Gerson, le pregunta: "¿Cómo es posible reducir nuestra fe a las frívolas reglas de la dialéctica y con qué derecho se filosofa sobre las cosas divinas según los principios aristotélicos?" (Moreno, R., 2000, p. 114). El peor enemigo de la religión es el abuso de la argumentación innecesaria que mina poco a poco la fe de los creyentes, los cuales necesitan actos concretos de caridad más que discursos. Hidalgo ve en la teología aristotélico-tomista un peligro real para la religión cristiana; así, cuando Tomás toma a Aristóteles como modelo para explicar la fe de manera racional, está obedeciendo a una simple "condición de los tiempos". Dice: "el haber aceptado los principios aristotélicos no lo debemos atribuir al mérito de Aristóteles, ni a lo bien fundado de sus principios, sino a la comodidad de los tiempos [...]" (Hidalgo y Costilla, M., 1998). Así, la posición de Tomás de Aquino en política quedaba contaminada por la racionalidad política del cristianismo de su tiempo. No se 9 propusieron en política principios eternos o verdades absolutas independientes del tiempo y del espacio, sino aquellas necesarias para ese cristianismo, necesidades circunstanciales válidas para ese momento, pero que posteriormente se aplicaron como principios atempérales en toda América. Hidalgo tiene una comprensión crítica de la religión que no destruye la tradición sino que la reinterpreta según las exigencias de los tiempos. Para Rafael Moreno la importancia de Hidalgo consiste en "haber visto la necesidad de reformar la enseñanza teológica en México y haber emprendido una tarea que sin duda le granjeó gran número de enemigos" (Ibíd., p. 119). Evidentemente, todo esto se oponía al alto clero autoritario y regalista de la iglesia de la Nueva España, por lo que Hidalgo se convirtió en un peligro para la estabilidad del virreinato, por lo que fue posteriormente excomulgado. Hasta aquí hemos hablado de un Hidalgo reformador de la teología y crítico de la filosofía escolástica, pero ¿qué hay del Hidalgo político, libertador de México respecto a la corona española? En unas pocas palabras, ¿qué hay del Hidalgo como actor y teórico de lo político? Un José María Luis Mora ve en Hidalgo a un "atrevido que se lanzó a la lucha sin saber lo que hacía" y menos sabía qué "clase de gobierno debía establecerse"; tenernos, por el contrario, los comentarios de Lucas Alamán, que lo ve como un hombre "culto y responsable de un plan revolucionario". La verdad es que casi doscientos años después del grito de independencia son sus hechos los que hablan, lo defienden y lo justifican. Dentro de los estudios más relevantes sobre el Hidalgo político podemos citar Hidalgo. La vida del héroe, de Luis Castillo Ledón, publicado en los años cuarenta del siglo XX; el folleto Hidalgo, reformador intelectual, de Gabriel Méndez Plancarte, también publicado en el siglo pasado, y las contribuciones de Luis Villoro, José Miranda, Francisco López Cámara, Juan Hernández Luna y un completísimo estudio de Alfonso Ruiz, llamado Ideario de Hidalgo. El paso del Hidalgo teólogo al político está exigido por dos hechos concretos: a] La exclusión político-administrativa y social de los criollos en la vida de la Nueva España, y b] La desoladora miseria de millones de indígenas que vivían en condiciones de esclavitud. Su lema al iniciar la guerra de independencia fue: "Nos resolvimos los criollos a dar principio a nuestra sagrada revolución", bajo el grito de "¡A coger gachupines!". Los primeros en adherirse al movimiento insurgente fueron los criollos, pero casi al instante lo hicieron también los mestizos, los indios y las demás castas. Podríamos decir que había nacido la revolución popular con el símbolo representativo de los indígenas y los criollos: la Virgen de Guadalupe. Hidalgo se convierte en estratega político y logra unir a las diferentes castas con un mismo fin: derrocar a los españoles. "Yo a la cabeza —dice el cura— de este número y siguiendo su voluntad, deseamos ser independientes de España y soberanos de nosotros mismos", escribe Hidalgo en una carta, manifestando la necesidad de un líder que guíe al pueblo en la lucha. De este modo, él y Allende son nombrados por la nación mexicana defender sus derechos. Su concepto de soberanía se hace evidente: ésta reside en el pueblo, entendido como la articulación de todas las castas, orientando su voluntad hacia un fin común: la libertad. Su expresión "la voz común de la nación", se levanta en Hidalgo como la expresión que busca "la felicidad del reino", donde es menester "quitar el mando y poder de las manos de los europeos; éste es todo el objeto de nuestra empresa, para la que estamos autorizados por la voz común de la nación" (ídem). Las primeras acciones de Hidalgo en materia política son: el reparto de las tierras a los campesinos, la confiscación de los bienes de los españoles, la destitución y el nombramiento de nuevos funcionarios, la abolición del pago de tributos y la eliminación de la esclavitud. Todo, como dice el propio Hidalgo, bajo la autorización de la nación. Desafortunadamente, Hidalgo no logrará 10 ver la culminación de su trabajo. Después de que es apresado y muerto, Rayón y Morelos se encargarán de continuar con su revolución en los años venideros, y su legado será llevado adelante. Con los años, las interpretaciones de los pensamientos y las obras de Hidalgo serán numerosas: por ejemplo, José Miranda verá en Hidalgo un movimiento liberal democrático; Francisco López Cámara verá un preliberal en "un fondo liberal inconsciente", y Luis Villoro encontrará la "experiencia de un movimiento que obedece al impulso popular". José María Morelos (1765-1815) El movimiento popular entró en crisis por la derrota y el fusilamiento de Hidalgo en 1811. Surgió así un nuevo líder: José María Morelos y Pavón, que reorganizó las acciones revolucionarias. Morelos tenía una posición política, tanto práctica-militar como ideológica aun con mayor claridad que la de Hidalgo, Desde muy temprana edad desempeñó labores agrícolas y ganaderas; era hijo de honestos campesinos. En 1789, en el mismo año de la revolución francesa, inició sus estudios de sacerdocio con una fuerte formación de tipo filosófico. Así, estudió lógica, física, ética y, desde luego, teología moral, como las obligadas sagradas escrituras. Para 1795 recibe el grado de bachiller en filosofía por parte de la universidad de la todavía capital de la Nueva España. Después de esto inició su carrera académica y enseñó gramática y retórica, mientras continuaba con sus estudios de teología. Por esos tiempos acepta ser subdiácono en el ministerio eclesial, para finalmente, en 1797, ser ordenado sacerdote. Es importante resaltar que Morelos no fue un criollo, como en el caso Miguel Hidalgo, por lo que su condición de mestizo lo orilló desde pequeño a una vida de privaciones y dificultades. Agustín Churruca, en su libro El movimiento insurgente de Morelos, escribe que el pensamiento, la palabra y la actuación del insurgente tuvieron origen en la pobreza agobiante y carente de esperanza que diariamente soportaba el pueblo" (Churruca, A., B p. 56). Esta experiencia extrema marcará la sensibilidad ética de Morelos, fundamento de su quehacer político. Así, el concepto de soberanía que sostiene habla de una relación directa; es decir, de la participación del pueblo en todas sus castas, sin excepciones de ningún tipo. Para Morelos todos y cada uno de los ciudadanos deben participar en la toma de decisiones que ejecuta el gobierno. Expresa claramente que "la soberanía dimana inmediatamente del pueblo" (Sentimientos de la Nación, México, 14 de septiembre de 1813, párr. 5). Morelos se propone cambiar las estructuras injustas, para enaltecer a la clase más ofendida, humillada y explotada: la de los indios. En su Proclama de Cuantía, del 8 de febrero de 1812, explicó que "constantes son las tiranías que se han ejercido con los indios, antes y después de su indebida conquista, privándolos de sus derechos; tratándolos poco menos que a unos autómatas". Conjuntamente con Ignacio López Rayón, Morelos pone en práctica su pensamiento éticofilosófico e instala la Junta de Zitácuaro o Suprema Junta Nacional Americana, para ejercer de manera concreta la soberanía del pueblo. Adopta la división de poderes y la enmarca en el llamado sentimiento de la nación: "[...] que los poderes legislativo, ejecutivo y judicial estén divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos" (14 de septiembre de 1812). La constitución de Apatzingán, publicada el 24 de octubre de 1814, un año antes de la muerte de Morelos, recoge los principios esenciales de justicia y libertad que deseaba para el pueblo mexicano. Lo resume de la siguiente manera: La profesión exclusiva de la religión católica, apostólica, romana, la naturaleza de la soberanía, los derechos del pueblo, la dignidad del hombre, la igualdad, seguridad, propiedad, libertad y obligaciones de los ciudadanos, los límites de la autoridad, la responsabilidad de los funcionarios, el carácter de las leyes: he aquí, mexicanos, los capítulos fundamentales en que estriba la forma de 11 nuestro gobierno (Diputados de las Provincias Mexicanas a todos sus conciudadanos, Apatzingán, 23 de octubre de 1814, documento 175, p. 491). Es indudable que se pueden encontrar en el pensamiento de Morelos componentes del imaginario popular religioso, mismos que supo movilizar durante el proceso de independencia, y que impregnan todo su pensamiento político, ético y filosófico, que es el motor de su acción. Morelos escribe una carta al gobernador don Pedro Antonio Vélez el 30 de abril de 1813, en la que se descubre una postura ético-política en consonancia con este imaginario: Yo soy ingenuo y no puedo usar otro lenguaje que el verdadero, ni iría bien a mi carácter la mentira [...] Bástame decir que soy un hombre miserable, más que todos, y que mi carácter es servir al hombre de bien, levantar al caído, pagar por el que no tiene con qué y favorecer con cuanto pende de mis arbitrios al que lo necesita, sea quien fuere [...] yo no hago otra cosa que empeñarme en que se le dé a cada uno lo que le fuere suyo (Carta al Sr. Gobernador D. Pedro Antonio Vélez, Campo sobre El Castillo, 30 de abril de 1813, documento 76, p. 287). De este modo, la independencia de México para Morelos es también un movimiento ético y tradicional. El alto clero utilizaba las enseñanzas bíblicas para someter al pueblo; Morelos hace un ejercicio hermenéutico para encontrarle otro sentido distinto para la emancipación de los oprimidos. Así, tanto realistas como insurgentes combaten en un nivel ideológico para demostrar de qué parte está Dios. Por ello, "el objeto de nuestras fatigas es la honra de Dios y el bien común", escribe Morelos en una de sus cartas (Carta al Sr. Lectoral Dr. D. José Mariano San Martín, Campo de Iguanas, 8 de mayo de 1813, documento 78, p. 291). La utilización del estandarte con la Virgen de Guadalupe por parte de Morelos tiene el mismo fin: demostrar que los actos de injusticia y barbarie por parte de los españoles no pueden tener una justificación de tipo religioso, sino que obedecen a la ambición desmedida de los españoles. Las analogías de Morelos entre los pasajes de la Biblia y la revolución de independencia son notables; la similitud con la historia de Israel está presente en el libro del Éxodo 11, 23-25, así como en el capítulo 17, 8-16, lo que para él es una suficiente justificación para iniciar una guerra contra los tiranos: Sólo aspiramos a una independencia tal como el Autor de la Naturaleza nos la concedió desde un principio (Manifiesto, Oaxaca, 23 de diciembre de 1812, documento 53, p. 245). Ya en san Agustín encontraba una justificación teológica para la guerra. Cuando el gobernante se convierte en un tirano está justificada la guerra defensiva para restablecer el orden natural de la sociedad. De la misma manera, Francisco Suárez hace mención del derecho de gentes para restablecer el estado de justicia entre el gobernante y el gobernado. Al respecto, Morelos escribió: [...] A un reino le es lícito reconquistarse, y a un reino obediente le es lícito no obedecer a su rey cuando es gravoso en sus leyes, que se hacen insoportables como las que de día en día nos iban recargando en este reino los malditos gachupines arbitrarios (Cuautla, 23 de febrero de 1812, documento 24 p. 196). Tanto el "repeler la fuerza con la fuerza" y "el derecho a la guerra para restaurar la libertad política" son las bases para la construcción de un nuevo orden social, ante el agotamiento de las vías legales. Éstas parecen ser las enseñanzas teórico-políticas de Morelos. EL CICLO EMANCIPATORIO PLATENSE O "SANMARTINIANO" En el Río de la Plata siguió un proceso simultáneo, inspirado en gran medida en idearios autóctonos o hispanos. Algunos autores han mostrado que a pesar de que algunas fuentes demuestran que el Contrato social de Rousseau era conocido por los criollos de América, consideran que no lo era con la suficiente anticipación a 1810 como para ser la base única de la 12 revolución. Pareciera que desde el Plata hasta México la filosofía enseñada en las universidades coloniales se inspiraba preponderantemente en las doctrinas de Francisco Suárez. La soberanía residía en el pueblo, quien hacía con el rey un contrato que se disolvía con su ausencia o muerte, luego de lo cual la comunidad recuperaba su soberanía originaria. Por ello no es extraño que se diga que los criollos que hegemonizaron el proceso de independencia, habiendo estudiado en dichas universidades, pudieron fundamentar el proceso liberador: "Un hecho de la magnitud y la trascendencia de la Revolución de Mayo (en el Plata) no puede sino contar con raíces muy profundas, no puede provenir sino de motivos colectivos y generales, y de trascendencia popular. Ningún árbol, enhiesto y copudo, se enraíza como por obra de encantamiento. La llamada Revolución de Mayo no fue sino el final de una evolución, y ésta se inició a principios de la colonización hispana y se desarrolló, sin prisas y sin pausas, por espacio de dos largas centurias [...]. Los elementos primordiales de esa evolución fueron las cátedras de filosofía, de teología y de derecho, las cuales plasmaron a la juventud americana en las aulas de Córdoba y de Chuquisaca, de Buenos Aires, de Salta, de la Asunción, de La Paz y de Montevideo" (Furlong, G., 1952, p. 592). Los pensadores americanos no sólo usarán como herramienta las doctrinas europeas para su proyecto independentista, sino que enriquecerán las mismas, modificando una u otra de las nociones básicas de la doctrina del pacto o de la transferencia, para encauzar un movimiento revolucionario propio. Gómez Robledo sintetizará la doctrina de Suárez en cuatro puntos esenciales: Primero: a ninguna persona, física o moral le viene inmediatamente de Dios la potestad civil, por naturaleza o por donación graciosa; segundo: sino que es el gobernante a quien se le delega la autoridad mediante el pueblo; tercero: el pueblo concede el poder, por su libre consentimiento, derivándose de allí los títulos legítimos de gobierno; cuarto: al hacer esa donación o traspaso, hay limitaciones en el poder, así por parte del gobernante que la recibe y no puede usar de ella a su antojo, como por parte del pueblo que la confiere y no puede reasumirla a su capricho (Ibíd., p. 595). Debemos recordar que a través de los distintos episodios del movimiento independentista surgieron básicamente tres formas distintas de fundamentar la idea de soberanía. La primera, que justificaba que el origen de la soberanía es la comunidad de criollos organizada en torno a los ayuntamientos (excluyendo indígenas y españoles que podía sustentarse en F. Suárez; la segunda que opinaba que su origen era Dios y que la otorgaba al rey de España, y que estando éste cautivo recaía sobre los españoles (la adoptada por los españoles en Indias), y la tercera, que suponía una soberanía popular que incluía a indígenas y esclavos, además de los criollos y los mestizos (Dussel, E., 2007, p. 416). Esta distinción guiará nuestra exposición. Dada la naturaleza de este estudio, hemos tomado la posición de algunos de los actores de la Revolución de Mayo en el Plata, representativos de una noción clara de soberanía. Así, dejamos de lado a pensadores como Pedro Luis Pacheco (1762-1836), Pantaleón García (1757-1827), Cornelio Saavedra (1759-1828), Juan José Paso (1758-1833), Gregorio Funes (1749-1829), Juan Hipólito Vieytes (1762-1815), entre muchos otros partícipes de la revolución. En primer lugar nos referiremos a Juan José Castelli (1764-1812). Respecto a este pensador, su norma, junto con la de Mariano Moreno, era revolución y no evolución. Esperaban una ruptura total con el pasado (véase Furlong, G., 1952, p. 624). Inicia sus estudios en San Carlos en Córdoba termina humanidades y retórica. Por último estudia leyes en Charcas (donde conoce a los juristas españoles). Y al regresar a Buenos Aires se establece como abogado. Después de la invasión inglesa se presentan las denuncias de la princesa Carlota a personajes como Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña y Diego de Paroissien. Castelli los defiende sosteniendo que no había relación 13 entre el crimen y la imputación (Ibíd., p. 627). LA defensa consta de los siguientes pasos en su argumentación; nos interesa en especial el último de ellos, que Furlong sintetiza de esta forma: 1] Si España está ocupada y los reyes cautivos, 2] no existe el gobierno colonial legítimo, y 3] opinar que es conveniente un nuevo gobierno en el Plata no entraña un delito, y buscar aquí delito es lo mismo que pretender hallarlo juzgando de homicidio el hecho de que alguien muera naturalmente. Esta doctrina no es sólo un claro ejemplo del uso de la doctrina suareciana, sino del creciente espíritu de autonomía. El alegato termina enunciando lo indicado: Estando el rey cautivo y no habiendo regencia, no existe gobierno legal. El gobierno, que se forme en España, no tiene jurisdicción en América, faltando el Rey y su representación, puesto que sería establecer un vasallaje de vasallos sobre vasallos. En conclusión, América queda de facto independiente de España, toda vez que el vínculo real que las une está roto por la interdicción del Rey. América tiene igual derecho a formar su gobierno que los de España en España (Ibíd., p. 628). Castelli vota el 22 de mayo por la independencia a partir de las mismas razones. Su pensamiento se basa en el concepto claro de filosofía política sobre la soberanía popular: Es a los pueblos a quienes exclusivamente toca declarar su voluntad en este caso [...] Porque el pueblo es el origen de toda autoridad, y el magistrado no es sino un precario económico de sus intereses [...] (ídem). Se dependería de España mientras hubiese rey —o quien legítimamente lo representara—; luego, no habiendo rey, no se depende de autoridad alguna, y, por ende, se puede y se debe establecer un gobierno propio. Como es posible, y es probable, que el rey vuelva algún día a ocupar el trono, se formará un gobierno en nombre del rey. Pero parece, bajo el peso de sus sentencias, que también enuncia que cuando retorne el monarca ya se sabrá si ha de convenir hacerlo depositario de la autoridad. Nuestro pensador participa en la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica, en el Telégrafo Mercantil, y en el Semanario de Agricultura. Otro de los transmisores de la doctrina mencionada fue el profesor de filosofía en Córdoba (18001802) Francisco de Paula Castañeda (1776-1832), franciscano que no toma parte en el Cabildo de Mayo. Podemos analizar su pensamiento gracias a algunos escritos. Dos de sus sermones, posteriores a dicho Cabildo, muestran el espíritu emancipador que este profesor comunicaba a sus alumnos en Córdoba. En el llamado Sermón patriótico (1815), sostiene que no existe contradicción entre el derecho a la independencia y la fidelidad hacia el monarca español, pues el derecho a la independencia es un derecho natural. También defiende que son posibles dos formas de libertad política: la absoluta, que no necesita reconocer a Fernando, y que hubiera existido a pesar de no haber sido liberado, y la respectiva, que supone gobernarse a sí mismos bajo los auspicios de un rey. El deber de fidelidad es mutuo, y al negarse Fernando a reconocer su parte, resulta incapaz de reinar sobre ellos nuevamente (véase Caturelli, A., 200l, p. 207). El segundo de estos sermones es el titulado La mejor revolución insinuada en los Sagrados Libros (1818), que defiende que el patriotismo transforma a los hombres en conquistadores del género humano, sin por ello desconocer los bienes recibidos: Motivos hay muy justos para separarnos, sobran razones para la emancipación: la ley natural, el derecho de gentes, la política y las circunstancias todas nos favorecen; ¿qué necesidad hay pues de negar lo bueno y loable de nuestros tiranos, máxime cuando el bien que hicieron puede servirnos de regla y documento para proceder con acierto, y seguridad en nuestras arduas empresas? (Ibíd., p. 208). 14 En nuestro autor Dios es el origen de la soberanía, pero la confiere no al rey sino al pueblo. Es deber del mismo no sólo refutar el poder de Fernando, sino asumir la libertad de organizarse del modo más conveniente a sus necesidades. Podríamos igualmente recordar a Juan Ignacio de Gorriti (1766-1842). Inicia sus estudios en el convento franciscano de Jujuy. En Córdoba se gradúa en artes y después se doctora en Charcas (Furlong, G., 1952, p. 651). Bendecirá por primera vez la bandera nacional el 25 de mayo de 1812. Su obra más importante, Reflexiones sobre las causas morales de las convulsiones internas de los nuevos Estados Americanos y examen de los medios más eficaces para reprimirlos (1836), es el producto de una vida dedicada en su primera parte a la revolución, y en la segunda a la educación del pueblo. A pesar de ser su obra muy posterior a la independencia, la participación de Gorriti en los eventos de mayo no permite que dejemos de lado a este pensador conservador. "Gorriti hace derivar la sociedad no de las energías evolutivas de la naturaleza, ni del contrato social, sino de la misma naturaleza racional del hombre, que necesita asociarse a sus semejantes para la consecución de su destino, sin menoscabo de su personalidad" (Caturelli, A., 2001, p. 653). A Gorriti le parece indiscutible el derecho del pueblo de dictar las leyes que habrán de regirlo. Y para ello existen dos formas de hacerlo: por votación directa o por medio de representantes. Considera que ambas tienen sus ventajas y aspectos negativos, pero al final sostiene, como todo pensador conservador, aunque patriota: Cualquier deliberación [...] si ella en realidad de verdad no es conforme a los intereses bien en entendidos del pueblo, puede y debe reputarse como arrancada por sorpresa y hecha sin la suficiente reflexión para que el acto sea reputado plenamente deliberado. ¿Esto puede llamarse acto libre de un pueblo? ¿El pueblo tendrá razón de quedar satisfecho por haber desplegado su facultad de hacerse daño a sí mismo? (Ibíd., p. 654). Gorriti tomará entonces partido por el sistema representativo, pero para eliminar la posibilidad de ver conducido al pueblo por aquellos que pretenden defender sus deseos traicionándolos, su gran proyecto será de educación del pueblo. Para ello centrará su estudio en la importancia de la lógica por su valor argumentativo y la trascendencia en una discusión. Y respecto a la metafísica, sostendrá que: Enseña a los hombres a reflexionar sobre sí mismos, a estudiar, conocer sus defectos, sus pasiones, a buscar por [todos] los medios de corregir sus desarreglos: las fuerzas de su alma, sus potencias, las relaciones de nuestro espíritu con su Creador y aun las perfecciones del autor de la naturaleza (Ibíd., p. 658). Crítico en la moral, habrá de reformar el artículo constitucional que obliga al estudio de Holbach; estudiará el sistema escolático y alabará sus posibilidades en la formación de la sociedad americana, del mismo modo que criticará sus limitaciones. La filosofía política que operaba, en la mayoría de los casos implícitamente, nos muestra que los actores de la emancipación buscaron argumentos para fundamentar su acción liberadora, y los encontraron, abundantes, en la propia tradición latinoamericana.