IV.- PRINCIPIOS DEL DERECHO TRIBUTARIO 1.

Anuncio
IV.- PRINCIPIOS DEL DERECHO TRIBUTARIO
1.- Introducción
El contenido del presente capítulo está dedicado, esencialmente, a los principios
constitucionales en materia tributaria considerados en base a dos aspectos
fundamentales: primero en cuanto a principios básicos de la disciplina y segundo, en
cuanto a fuentes normativas sustanciales a las que debe ajustarse el resto del
ordenamiento jurídico-tributario. Ello no obstante, debe recordarse que los principios
constitucionales no agotan el conjunto de principios específicos de una determinada
materia, en este caso, la tributaria, sino que existen también otros principios,
positivizados o no, que resultan asimismo aplicables a este sector del ordenamiento,
pero que, sin embargo, y sin dejar de resaltar su contribución a la configuración del
Derecho tributario, no serán objeto de análisis en las líneas que siguen.
Los textos constitucionales contienen, normalmente, los principios fundamentales que
rigen el ordenamiento jurídico de cada país, a través de los cuales se plasma
positivamente el ideal de justicia que una comunidad organizada profesa en un
momento histórico determinado. Esta idea de justicia también está presente, es obvio, en
el ámbito del tributo y debe, asimismo, reflejarse en los principios constitucionales
mediante los que se pretenda alcanzar el reparto justo de la carga tributaria. Tales
principios constituyen los criterios básicos con arreglo a los cuales ha de ordenarse e
interpretarse toda la materia tributaria y son, a su vez, los pilares sobre los que deben
asentarse las distintas instituciones jurídico-tributarias.
Precisamente, el alcance de estos principios en relación con el propio ordenamiento
jurídico viene determinado por su carácter de valores básicos asumidos, en cuanto tales,
por la norma fundamental del Estado; en tal sentido puede decirse que cumplen una
143
indudable función ordenadora que se refleja tanto en el terreno normativo como en el
interpretativo.
En general cabe afirmar, pues, que los principios constitucionales tienen un valor no
sólo programático, sino también preceptivo, en orden a garantizar la producción
normativa de conformidad con determinados criterios y valores acogidos en el sistema
jurídico por su carácter fundamental.
Evidentemente, esta garantía de adecuación de la legislación ordinaria se consigue a
través de los mecanismos de control de la llamada “justicia constitucional” cuya
existencia y funcionamiento dan la medida de la eficacia real de los principios
constitucionales en el seno del ordenamiento jurídico.
La constitucionalización de dichos principios, se traduce técnicamente en el
establecimiento de ciertos límites materiales que se proyectan en la normativa posterior
que va a configurar, en nuestro caso, el sistema tributario y, por consiguiente, también,
al ejercicio del poder que tiene encomendada su elaboración. Pero, conviene insistir en
que la eficacia limitativa de los principios contenidos en las normas constitucionales
resultaría inoperante, si tales normas carecieran de efectos plenamente vinculantes y se
configuraran como meros criterios pragmáticos u orientadores necesitados de desarrollo
legislativo ulterior o si su vulneración no fuese alegable ante los tribunales.
En ambos casos su eficacia como elemento de ordenación social es prácticamente nula.
De ahí que sea preciso destacar el carácter normativo y vinculante que se atribuye
generalmente a los principios y preceptos de nuestro texto constitucional y, así, suele
admitirse que la vigente Constitución no sólo asigna competencias, como es tradicional
en este tipo de textos, a los distintos poderes del Estado, sino que además contiene
normas jurídicas inmediatamente aplicables, es decir, normas que atribuyen
directamente derechos y obligaciones respecto, tanto de los poderes públicos, como de
los propios ciudadanos.
144
Como es evidente, no todos los preceptos constitucionales tienen el mismo alcance,
pero todos ellos presentan claramente un contenido normativo que los poderes públicos
no pueden desconocer y, que en relación con los principios fundamentales se confirma
particularmente por la protección jurisdiccional especial prevista en el artículo 53 de la
Constitución.
Pues bien, ese valor normativo inmediato y directo que tiene la Constitución alcanza de
lleno a los principios específicos del ordenamiento tributario, recogidos en el artículo 31
del texto constitucional:
1) Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su
capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios
de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio.
2) El gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos públicos y su
programación y ejecución responderán a los criterios de eficacia y economía.
3) Sólo podrán establecerse prestaciones personales o patrimoniales de carácter
público con arreglo a la Ley.
En el transcrito precepto se sintetizan los principios o criterios materiales sobre el
reparto de la carga tributaria -principios de capacidad económica, de generalidad, de
igualdad, de progresividad y de no confiscación-, junto a los principios de justicia
material del gasto público y, finalmente, la norma básica sobre la producción normativa
en materia tributaria -principio de legalidad-.
Es de señalar que nuestra Constitución no se limita a establecer los principios
tradicionales en la legislación tributaria, sino que además incorpora, significativamente,
a nuestro Derecho principios nuevos de ordenación material del gasto público. Esta
novedad radical contribuye a fijar definitivamente un criterio insoslayable: la idea del
145
reparto justo de la carga tributaria, la justicia en los ingresos del Estado, ha de
vincularse forzosamente con un programa justo en el gasto público. No puede existir un
ideal de justicia tributaria aislado del ideal de justicia referido a la totalidad de la
actividad financiera. De ahí, la indudable trascendencia que suele atribuirse al
mencionado precepto139.
Por otra parte, como dispone el artículo 53 de la Constitución, cualquier violación de los
referidos principios podrá motivar la interposición de un recurso o cuestión de
inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional contra las Leyes y disposiciones
normativas con fuerza de ley. La eficacia limitativa a que nos hemos referido
anteriormente se asegura mediante este reconocimiento de la competencia del Tribunal
Constitucional para declarar la inconstitucionalidad de cualquier disposición de rango
legal que conculque los principios de justicia tributaria. Ya se ha advertido que sólo la
posibilidad de enjuiciar la adecuación de la producción normativa tributaria a lo
dispuesto en los principios constitucionales que rigen en este sector del ordenamiento,
dará la medida de la eficacia real de tales principios.
Junto a los criterios del artículo 31, dentro de la parte orgánica de la Constitución, se
recogen una serie de principios y normas básicas que afectan también a nuestra materia
de forma singular. Se trata, entre otras, de las normas relativas a la distribución
territorial del poder tributario, así como al sistema de fuentes, que serán examinadas al
estudiar los correspondientes temas.
En este sentido, Sánchez Serrano140 destaca que los principios constitucionales que
tienden a la consecución de la llamada justicia financiera no se hallan formulados
únicamente en el artículo 31 de la Constitución, sino que hay otros muchos principios
constitucionales aplicables en relación con la materia financiera, a través de cuya
139
Como es sabido, fue el entonces senador FUENTES QUINTANA quien logró, mediante una enmienda
al texto del Proyecto de la Constitución, la inclusión de un segundo apartado en el artículo 31 por el que
también se establecen determinados principios materiales del gasto público.
140
SÁNCHEZ SERRANO, L.: Tratado…, pág. 257.
146
efectiva aplicación podría obtenerse una mayor justicia del sistema financiero en su
conjunto.
Señala el autor citado que, no deja de constituir una cierta incoherencia de la doctrina
“el proclamar, por un lado, la adhesión a una vaga e incorrecta idea global de justicia
financiera, que se referiría conjuntamente tanto a los ingresos y a los gastos, y por otro
descuidar, no potenciar o no cultivar suficientemente aquellos principios o mecanismos
jurídicos que servirían precisamente para hacer jurídicamente relevante la conexión
lógica que indudablemente existe entre el momento del ingreso y del gasto, entre el
ciudadano-contribuyente y el ciudadano destinatario del gasto y beneficiario de los
bienes públicos o colectivos que con él se financian. Y me refiero, no sólo a los
principios de autonomía, coordinación, solidaridad, etc. […], sino también a posibles
mecanismos jurídicos, tales como el de la causa de la obligación tributaria, el del
equilibrio presupuestario, el del reconocimiento de eficacia respecto de los ingresos”,141
entre otros.
En fin, además de las disposiciones que específicamente se refieren a la materia
tributaria, o en su caso financiera, la Constitución garantiza el respeto y la tutela de
otros principios y valores generales que, en cuanto tales, es preciso remarcar que
también deben tenerse presentes, en la medida en que puedan resultar relevantes, en la
regulación y aplicación de las instituciones tributarias.
2.- Los principios materiales de justicia
Se ha visto que el apartado primero del artículo 31 de la Constitución establece la
ordenación básica y sustantiva del tributo a través de los principios de generalidad,
capacidad económica, igualdad y progresividad, bien entendido que todos ellos se
reconducen a un único principio,
el de justicia tributaria, pues cada uno de los
anteriores no son más que concreciones parciales de este último. Por lo mismo, puede
141
SÁNCHEZ SERRANO, L.: Tratado…, pág. 258.
147
afirmarse que los distintos principios enumerados no encuentran explicación de forma
aislada sino que entre ellos existe una lógica dependencia, como consecuencia de ser la
expresión de un mismo ideal, el reparto justo de la carga tributaria.
Así el principio de igualdad exige, en rigor, el de la generalidad que, a su vez, sólo
alcanza sentido en relación con el de capacidad económica, y, en fin, la progresividad es
una manifestación de la igualdad, entendida como igualdad real.
La mayor parte de la doctrina admite que la justicia del sistema tributario se mide
tomando en consideración, de manera unitaria, el grado de cumplimiento normativo del
conjunto de los principios consagrados en el texto constitucional, cuya primacía
ordenadora está fuera de toda duda.
2.1.- El principio de generalidad
La Constitución dispone que todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos
de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado
en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance
confiscatorio. En el mismo sentido, el artículo 3 de la LGT previene que la ordenación
de los tributos ha de basarse en la capacidad económica de las personas llamadas a
satisfacerlos y en los principios de justicia, generalidad, igualdad, progresividad,
equitativa distribución de la carga tributaria y no confiscatoriedad.
El término todos empleado por el legislador constituyente tiene aquí un doble
significado: primero, afirmar que el deber de contribuir no se refiere sólo a los
ciudadanos españoles, sino también a los extranjeros, así como a las personas jurídicas,
españolas y extranjeras. Esto no es más que una consecuencia del principio de
territorialidad en la eficacia de las normas. En segundo lugar, se establece el criterio de
la generalidad en la distribución de las cargas públicas, mediante el cual se prohíbe la
148
existencia de privilegios fiscales. Queda proscrita, pues, la posibilidad de conceder
dispensas en el pago de los tributos142.
La generalidad no implica que todos y cada uno de los miembros de la comunidad
tengan que pagar una misma cantidad de dinero, pues sería injusto hacer pagar a quienes
no pueden, como tampoco sería justo que todos contribuyesen con un mismo importe.
Por ello, el principio de generalidad se atempera con la aplicación de otro principio, el
principio de capacidad económica. Todos tienen que pagar tributos, pero, naturalmente,
todos los que puedan, esto es, quienes tengan capacidad económica para soportar la
carga que representan.
En la actualidad, el principio de generalidad constituye un mandato dirigido
directamente al legislador que debe tener en cuenta a la hora de tipificar los hechos
imponibles de los distintos tributos, de forma que, en esta tarea, contemple de igual
modo todos
aquellos hechos, actos o negocios jurídicos que sean indicativos de
capacidad económica.
Efectivamente, en un sentido muy amplio, el principio de generalidad quiebra si la ley,
al definir los hechos imponibles, deja fuera de gravamen otros hechos reveladores de
capacidad económica, pues, en este caso, la carga impositiva no queda repartida con
carácter general sobre todos los sujetos de igual capacidad contributiva143. Sin embargo,
en un sentido más estricto, el principio se conecta con la concesión de exenciones y
bonificaciones tributarias. Desde este punto de vista, puede afirmarse que el principio
de generalidad impide la concesión de exenciones fiscales arbitrarias y discriminatorias.
142
Como señala PONT MESTRES, es un principio que prohibe el privilegio, esto es la exoneración
caprichosa e injustificada. PONT MESTRES, M.: La justicia tributaria y su formulación constitucional,
Civitas REDF, núm. 31, 1981, pág. 373.
143
No parece que éste sea un problema que afecte a la configuración de nuestro vigente sistema tributario,
en tanto que no adolece de ausencias notorias en cuanto a la consideración de la capacidad económica
sometida a contribuir sino, en todo caso, de algunas disfunciones y sobreimposiciones en relación con el
gravamen de determinadas manifestaciones de riqueza.
149
Ello ocurrirá cuando se traten de forma distinta situaciones que son idénticas y cuando
tal desigualdad carezca de justificación razonable.
En Sentencia de 2 de junio de 1986 señala el TS que: “la generalidad como principio de
la ordenación de los tributos … no significa que cada figura impositiva haya de afectar
a todos los ciudadanos. Tal generalidad, característica también del concepto de Ley, es
compatible con la regulación de un sector o de grupos compuestos de personas en
idéntica situación. Sus notas son la abstracción y la impersonalidad; su opuesto, la
alusión intuitu personae, la acepción de personas. La generalidad, pues, se encuentra
más cerca del principio de igualdad y rechaza en consecuencia cualquier
discriminación”.
Ahora bien, debe insistirse en que el establecimiento de beneficios fiscales puede ser
materialmente legítimo, aun cuando favorezca a personas dotadas de capacidad
económica suficiente, siempre que mediante su concesión se pretenda la consecución de
determinados fines que gozan también de cobertura constitucional. No podrá, en tales
supuestos, hablarse de privilegios contrarios al principio de generalidad en el
levantamiento de las cargas públicas.
El propio Tribunal Constitucional ha señalado que hay que postular una interpretación
conjunta de los principios constitucionales, de forma que en determinados supuestos
puede admitirse una cierta restricción en alguno de ellos, siempre y cuando tal
restricción vaya encaminada al potenciamiento de otros. Asimismo, en Sentencia de 26
de marzo de 1987, el Alto Tribunal admitió plenamente la legitimidad de la finalidad
extrafiscal y la utilización del tributo como instrumento de política económica.
2.2.- El principio de igualdad
El principio de igualdad se configura como un valor superior, no sólo del sistema
tributario, sino de todo el ordenamiento en su conjunto. Así lo proclama la Constitución
150
en el artículo primero, al señalar que junto a la libertad, la justicia y el pluralismo
político inspira el ordenamiento jurídico; desarrollado, más adelante, en los artículos 9 y
14, que garantizan, respectivamente, la efectividad de la igualdad sustancial y la
igualdad formal ante la ley. Como ha resaltado el Tribunal Constitucional, la igualdad
del artículo 1.1 de la Constitución “tiene numerosas manifestaciones específicas y
concretas en el propio texto constitucional y, entre ellas, el principio de igualdad que ha
de inspirar el sistema tributario, establecido en el artículo 31, número 1 de la
Constitución”144.
En el ámbito tributario, el principio de igualdad suele reconducirse a la capacidad
económica. La igualdad, así concebida, exige que situaciones económicamente iguales
sean tratadas de la misma manera puesto que la capacidad económica que se manifiesta
es la misma. Todos los sujetos son iguales para el legislador a la hora de establecer los
tributos. Pero naturalmente la igualdad exige un trato igual a los iguales y desigual a los
desiguales. Cuanto mayor sea la riqueza de un individuo, mayor ha de ser la cantidad
con la que ha de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos. Sólo así se soportan
de igual forma las cargas tributarias por los distintos contribuyentes.
No cabe duda de que, en la actualidad, el principio de igualdad no agota su contenido
con el de capacidad económica, sino que, por el contrario, también puede ser
contemplado e interpretado desde otras dimensiones y en conexión con otros principios,
particularmente, con el principio de progresividad145.
144
STC 8/1986, de 21 de enero. El mismo criterio se recoge también en las SSTC 19/1987, de 17 de
febrero y 54/1993, de 15 de febrero.
145
El Tribunal Constitucional se ha pronunciado en relación con la conexión entre los artículos 14 y 31.1
de la Constitución manifestando que, “la igualdad ha de valorarse, en cada caso, teniendo en cuenta el
régimen jurídico sustantivo del ámbito de relaciones en que se proyecte”; y “en materia tributaria es la
propia Constitución la que ha concretado y modulado el alcance del artículo 14 en un precepto –artículo
31.1- cuyas determinaciones no pueden dejar de ser tenidas en cuenta”; concluyendo que “la igualdad
ante la ley –ante la ley tributaria, en este caso- resulta, pues, indisociable de los principios que se
enuncian en el último precepto constitucional citado”; esto es, que los principios “de generalidad,
capacidad y progresividad, en el ámbito específicamente tributario, concretan y particularizan aquella
genérica interdicción del trato discriminatorio”. STC 209/1988, de 10 de noviembre.
151
En este sentido, el Tribunal Constitucional ha sentado una serie de criterios en torno al
concepto de igualdad, de entre los cuales conviene destacar los dos siguientes: primero,
el principio de igualdad no impide cualquier desigualdad, sino sólo aquéllas que puedan
considerarse discriminatorias o arbitrarias, por no estar fundadas en algún criterio
amparado por el ordenamiento. No toda desigualdad de trato en la ley supone una
infracción del artículo 14 de la Constitución, sino que dicha infracción la produce sólo
aquella desigualdad que introduce una diferencia entre situaciones que pueden
considerarse iguales y que carece de una justificación objetiva y razonable. El principio
de igualdad exige que a iguales supuestos de hecho se apliquen iguales consecuencias
jurídicas, debiendo considerarse iguales dos supuestos de hecho cuando la utilización de
elementos diferenciadores sea arbitraria o carezca de fundamento racional146.
En segundo lugar, más allá de la igualdad formal, ha de atenderse también a su
contenido o exigencia de igualdad real, expresado en el artículo 9.2 de la Constitución.
En base a lo cual, se amparan discriminaciones operadas por las normas tendentes a
corregir situaciones de desigualdad real que no son justificables. En definitiva, el
artículo 9.2 de la Constitución puede exigir un mínimo de desigualdad formal para
progresar hacia la igualdad sustancial.
La conexión entre igualdad y progresividad en el ámbito tributario guarda estrecha
relación con esta última matización del principio de igualdad que ha realizado el
Tribunal Constitucional. En este sentido el Alto Tribunal ha señalado que la igualdad
que se proclama en el artículo 31 va íntimamente enlazada al concepto de capacidad
económica y al principio de progresividad. Una cierta desigualdad cualitativa es
indispensable para entender cumplido el principio de igualdad, precisamente la que se
realiza mediante la progresividad global del sistema tributario en que alienta la
146
STC de 26 de abril de 1990. Añade el Alto Tribunal que “para que la diferenciación resulte
constitucionalmente lícita no basta que lo sea el fin que con ella se persigue, sino que es indispensable
además que las consecuencias jurídicas que resulten de tal distinción sean adecuadas y proporcionadas a
dicho fin, de manera que la relación entre la medida adoptada, el resultado que se produce y el fin
pretendido por el legislador superen un juicio de proporcionalidad en sede constitucional, evitando
resultados especialmente gravosos o desmedidos”.
152
aspiración a la redistribución de la renta. Y también que la igualdad es perfectamente
compatible con la progresividad del impuesto, que sólo exige que el grado de
progresividad se determine en función de la base imponible y no en razón del sujeto147.
Finalmente, ha de tenerse en cuenta que el principio de igualdad, tal como se concibe en
el artículo 31 de la Constitución, se predica también respecto del gasto público: El gasto
público realizará una asignación equitativa de los recursos públicos .... De esta manera
la exigencia de igualdad no queda confinada en el ámbito del ordenamiento tributario,
sino que se inserta como exigencia insoslayable del ordenamiento financiero en su
conjunto. En definitiva, la igualdad en el marco del sistema tributario debe
complementarse con la igualdad en el sector del gasto público, al punto de que sólo una
valoración conjunta permitirá emitir un juicio acerca de la igualdad como valor presente
en el ordenamiento financiero.
Así lo han entendido Martín Queralt y Lozano Serrano148, quienes apuntan que una
desigual presión fiscal sobre un determinado sector profesional o sobre un determinado
territorio, puede encontrar su justificación en una desigual proyección del gasto público
sobre ese mismo sector. Por ejemplo, una mayor presión fiscal sobre las grandes
concentraciones urbanas puede encontrar su compensación en una política de gasto
público que generosamente oriente los recursos públicos hacia esas grandes
concentraciones urbanas. Y viceversa.
2.3.- El principio de capacidad económica
Entre los criterios o principios consagrados por el artículo 31.1 de la Constitución
sobresale el principio de capacidad económica, de amplia tradición en los textos
constitucionales, y al que podemos considerar como el criterio básico y central en el
147
SSTC de 20 de julio de 1981 y de 20 de febrero de 1989.
148
MARTÍN QUERALT, J. y LOZANO SERRANO, C.: Curso…, pág. 169.
153
reparto de la carga tributaria. En el ámbito de la legislación ordinaria, también el
artículo tercero de la LGT dispone que la ordenación de los tributos ha de basarse en la
capacidad económica de los llamados a satisfacerlos.
A juicio de Cortés Domínguez, de todos los principios, quizá pueda decirse que el de
capacidad económica es el más trascendental no sólo en el momento de creación de la
norma tributaria, sino también en el de su interpretación. De otra parte, su eficacia
metodológica se proyecta en la construcción dogmática de las instituciones tributarias.
Es, pues, el principio tributario por antonomasia149.
Durante mucho tiempo el principio de capacidad económica, se ha configurado como el
único criterio material de justicia, erigiéndose en fundamento de la imposición en base
a un razonamiento lógico que obliga a buscar la riqueza allí donde la riqueza se
encuentra.
Pero esta exigencia lógica y comúnmente aceptada no asegura, por si sola, ”un sistema
tributario justo, inspirado en los principios de igualdad y progresividad”, sobretodo si se
atiende a las situaciones individualizadas de los contribuyentes. Por ello, tanto la
doctrina como el propio Tribunal Constitucional han puesto de relieve la necesidad de
contemplar el principio de capacidad económica teniendo en cuenta también los
restantes principios tributarios, en particular los principios de igualdad y progresividad.
En el momento actual, pues, se mantiene una visión del principio que, aun dentro de las
líneas esenciales de la concepción tradicional, lo proyecta sobre un campo más amplio,
poniéndolo en relación tanto con otros criterios del ordenamiento tributario como con
los principios de justicia del gasto público150. En definitiva, la justicia del tributo exige
149
Cfr. CORTÉS DOMÍNGUEZ, M.: Ordenamiento…, pág. 25.
150
El Tribunal Constitucional ha señalado el carácter no exclusivo de la capacidad económica como
criterio de justicia, al tiempo que parece recoger la doctrina según la cual aquélla sería, no tanto un
principio, como una exigencia lógica impuesta por la propia naturaleza del proceso de obtención de
recursos tributarios. En este sentido manifestó en la Sentencia de 20 de julio de 1981 que “a diferencia de
otras Constituciones, la española, alude expresamente al principio de capacidad contributiva y, además, lo
hace sin agotar en ella –como lo hiciera cierta doctrina- el principio de justicia en materia contributiva.
154
la presencia de dos requisitos generales de una ordenación jurídica de la vida social: la
generalidad y la igualdad.
Señala Ferreiro151 que tres principios ligados entre sí, destacan por su difusión y
aceptación en las Constituciones actuales respecto al reparto de la carga tributaria: el
principio de generalidad, el principio de igualdad y, como forma de entender la
generalidad y la igualdad en este campo, el principio de capacidad. Pero la capacidad
económica, añade el autor, más que un tercer principio es un prisma, un cristal, un punto
de vista sobre los principios de igualdad y generalidad. Un modo de aplicarlos que se
encuentra hoy universalmente consagrado.
Teniendo en cuenta lo anterior, puede explicarse ahora en qué consiste la capacidad
económica. Hemos convenido, que los tributos han de basarse esencialmente en la
capacidad económica de los llamados a contribuir. Para ello es necesario determinar,
primero, quien tiene y quien no tiene capacidad económica. Es decir, determinar lo que
la doctrina ha llamado capacidad contributiva absoluta152: la aptitud abstracta para
concurrir al levantamiento de las cargas públicas. En segundo lugar, establecido ya
quienes tienen que tributar, es preciso fijar en que medida tiene que contribuir cada uno
de ellos, de acuerdo con su capacidad contributiva relativa.
La capacidad contributiva absoluta actúa como límite del legislador en el momento de
fijación de los hechos imponibles. En este sentido, el legislador debe configurar los
hechos imponibles de tal forma que éstos sean reveladores de capacidad económica. No
pueden exigirse tributos en relación con una circunstancia, o un supuesto de hecho, que
no sea una manifestación de capacidad para contribuir. En cambio, no obliga este
Capacidad económica, a efectos de contribuir a los gastos públicos, tanto significa como la incorporación
de una exigencia lógica que obliga a buscar la riqueza allí donde la riqueza se encuentra”.
151
FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, págs. 57 y 58.
152
A pesar de que la doctrina ya había acuñado la distinción entre la capacidad contributiva absoluta y la
capacidad contributiva relativa, fue GIARDINA quien la dotó del significado que, comúnmente, viene
aceptándose por la generalidad de los tratadistas del ámbito tributario.
155
principio, a que, necesariamente, toda manifestación de riqueza tenga que estar
sometida a tributación.
Existen unos hechos que, en la generalidad de los casos, revelan capacidad económica.
Es decir, son indicativos de que quien los realiza tiene, al menos normalmente,
capacidad para concurrir al levantamiento de las cargas públicas. Estos pueden ser
índices directos, como la percepción de la renta o la posesión de un patrimonio, o
índices indirectos, como el gasto o consumo de la renta, o la circulación del patrimonio.
Tales hechos se configuran por la Ley como hechos imponibles, como hechos cuya
realización determina el nacimiento de la obligación de contribuir.
En la tarea de concretar el principio de capacidad económica, la doctrina ha acuñado
algunos criterios orientadores de la idoneidad de esos índices para manifestar capacidad
contributiva153. Así se formuló el denominado principio de normalidad, según el cual el
legislador, cuando configura una determinada situación como hecho imponible debe
atender a un supuesto que, normalmente, sea indicativo de capacidad económica. Lo
cual no quiere decir que en todos los casos dicho supuesto implique realmente
capacidad económica, pero las hipótesis particulares que sean excepción a tal regla de
normalidad no pueden ser siempre tenidas en cuenta. El legislador no puede formular
una casuística que atienda a los supuestos en que un mismo hecho es o no es indicativo
de esa capacidad económica. La regla de la normalidad de los casos se erige, en
definitiva, como criterio para enjuiciar la constitucionalidad de cada una de las leyes
impositivas desde la perspectiva de su adecuación a las exigencias derivadas del
principio de capacidad económica154.
153
También se debe a GIARDINA la enunciación de estos principios o criterios auxiliares al de la
capacidad económica que, por lo demás, gozan de plena asunción por parte de la doctrina posterior.
154
El Tribunal Constitucional ha señalado al respecto que: “Basta que dicha capacidad económica exista
como riqueza o renta real o potencial en la generalidad de los supuestos contemplados por el legislador al
crear el impuesto, para que aquel principio constitucional quede a salvo”. STC 37/1987, de 26 de marzo.
156
Ello no obstante, en aquellos casos en que un hecho aparezca configurado como hecho
imponible y, sin embargo, no sea indicativo de capacidad económica en un supuesto
concreto, la solución deberá venir, en su caso, por vía de las exenciones o
bonificaciones.
Otro criterio que contribuye a orientar en la labor de determinación de los hechos
imponibles viene dado por la denominada exención del mínimo vital, entendiendo por
tal la existencia de una cantidad que no puede ser objeto de gravamen, toda vez que la
misma se destina a la cobertura de las mínimas necesidades vitales de su titular155. Lo
mismo ocurre con la exoneración o menor tributación en la imposición sobre el
consumo de determinados artículos considerados elementales y de primera necesidad.
Por otro lado, hemos dicho que el reparto de la carga tributaria exige asimismo la
determinación cuantitativa concreta de la prestación tributaria de cada individuo. No es
suficiente establecer los tributos en función de hechos o actos que indican capacidad
económica, sino que es necesario, además, que la medida concreta en que debe
contribuir cada uno también se determine de acuerdo con la capacidad económica. La
capacidad económica relativa se configura así como el criterio que debe orientar la
elección de los elementos de cuantificación de la deuda tributaria.
Señala al respecto Cortés Domínguez156 que no basta con fijar la extensión y las
manifestaciones de la riqueza imponible, sino que, para concretar la participación de
cada uno en la carga tributaria de acuerdo con el principio de capacidad económica,
parece necesario establecer los métodos impositivos que hagan factible tal adecuación.
Añadiendo el citado autor que, si el principio de capacidad económica no circula por
todo el sistema tributario, impregnando de verdadera fundamentación jurídica, todas y
155
Como ha señalado TEJERIZO LÓPEZ, por debajo de los mínimos es posible que las personas
exterioricen alguna capacidad económica, pero en modo alguno exteriorizan capacidad para satisfacer
los tributos. TEJERIZO LÓPEZ, J.M.: Competencias del Tribunal Constitucional en materia tributaria,
en El Tribunal Constitucional, vol. III, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1981, pág. 2644.
156
CORTÉS DOMÍNGUEZ, M.: Ordenamiento…, pág. 33.
157
cada una de las relaciones tributarias podría pensarse que su valor era puramente
programático y que su eficacia era más bien dudosa.
Precisamente, a través de los métodos impositivos, de las técnicas de cuantificación del
tributo, se logra asimismo hacer efectiva la igualdad y la generalidad tributaria: todos
deben contribuir conforme a su propia capacidad económica157.
El tributo es justo si se adecua a la capacidad económica del sujeto que ha de pagarlo.
Esta adecuación a la capacidad económica tiene una doble vertiente: de un lado, quien
no posea un determinado nivel de capacidad económica no deberá contribuir; de otro, la
contribución de cada uno debe establecerse habida cuenta de la capacidad económica de
los demás. El principio exige, como advierte Cortés Domínguez, no sólo la
participación en el sostenimiento de las cargas públicas, sino también que esa
participación se establezca atendidos los niveles económicos de los contribuyentes, de
tal modo que los titulares de una capacidad económica mayor contribuyan en mayor
cuantía que los que están situados en un nivel inferior158.
El mismo criterio sostiene Ferreiro159, para quien cuanto mayor sea la riqueza de un
individuo, su capacidad económica, mayor ha de ser la cantidad con la que ha de
contribuir al sostenimiento de las cargas públicas. Sólo así se soportan en igual forma
las cargas tributarias. Sólo así estas cargas son igualmente gravosas para los distintos
contribuyentes.
El principio de capacidad económica debe ser, por tanto, fuente principal a la hora de
delimitar los diferentes hechos imponibles y de cuantificar la concreta carga tributaria
de cada contribuyente, pero no la única. En cuanto los tributos tienen como fin
157
Cfr. PONT MESTRES, M.: “La justicia tributaria y su formulación constitucional”, en Estudios sobre
temas tributarios actuales, Universidad de Barcelona, 1985, págs. 38-51.
158
Ibídem, pág. 25.
159
FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, pág. 58.
158
fundamental lograr ingresos para el Estado, el sistema tributario ha de responder, en su
conjunto, al principio de capacidad160. Pero el tributo puede legítimamente perseguir
otros fines distintos a los estrictamente recaudatorios y, en estos casos, sus hechos
imponibles pueden ser delimitados con arreglo a otros criterios distintos al de
capacidad, siempre que tales fines y criterios estén asimismo protegidos por la
Constitución.
De la misma forma, aunque las exenciones se establezcan generalmente en relación con
supuestos en los que la realización del hecho imponible no revela capacidad económica,
con ellas pueden también perseguirse otros fines, y pueden, por tanto, definirse con
arreglo a criterios distintos al de capacidad, mientras tales fines y criterios estén dotados
asimismo de suficiente respaldo constitucional.
En este sentido, el artículo 4º de la LGT indica que “los tributos, además de ser medios
para recaudar ingresos públicos, han de servir como instrumento de la política
económica general, atender a las exigencias de estabilidad y progreso sociales y
procurar una mejor distribución de la renta nacional”161.
Este precepto consagra en nuestro sistema la idea de que los tributos pueden ser
utilizados con fines extrafiscales y, en particular, para lograr el crecimiento del producto
nacional y su mejor distribución. Ello no obstante, no puede dejar de señalarse las
dificultades que, desde un punto de vista dogmático, plantea la aplicación
160
Cfr. PONT MESTRES, M.: “Principio constitucional de capacidad económica y ordenamiento
tributario”, en Estudios sobre temas tributarios actuales, Universidad de Barcelona, Vol. III, 1990, págs.
210-212.
161
El entronque constitucional del artículo 4 de la LGT se ha puesto en relación con el artículo 131 de la
Constitución española, a tenor del cual “el Estado, mediante ley, podrá planificar la actividad económica
general para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial
y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución”. Asimismo suele
admitirse que los principios rectores de la política social y económica, regulados en el Capítulo III del
Título I de la Constitución legitiman la concesión de beneficios tributarios no amparados materialmente
por razones de capacidad económica.
159
contemporánea de dos principios, el de capacidad económica y el del tributo como
instrumento de política económica, aparentemente contradictorios entre sí162.
En relación con esta cuestión, Cortés Domínguez ya puso de manifiesto que quizá la
dificultad en cohonestar ambos principios radique en una falta de adecuación entre el
perfil que adopta el jurista cuando ve el sistema a través del principio de capacidad
económica y la misión que hoy ha de cumplir el Estado a través de la política fiscal.
Quizá el principio de capacidad económica, tal como lo hemos encontrado en la
doctrina, constituye el sistema partiendo del individuo y de salvaguardar sus derechos
como tal. La llamada Hacienda neutral, cuya finalidad única es conseguir los ingresos
necesarios para cubrir el gasto, opera dividiendo el gasto común entre todos los súbditos
y este reparto lo lleva a cabo atendiendo al principio de capacidad económica. Y
concluye que, dada la nueva concepción de la Hacienda, que, de otra parte, va
íntimamente unida a una mejor distribución de la renta, no podemos considerar el
principio de capacidad económica más que como instrumento de un orden social y
económico más justo, instrumento que muchas veces, quizá, tendrá que ceder en
beneficio de la aplicación de otros principios más eficaces en la obtención de un reparto
más justo de la renta y de un crecimiento de ésta163.
Igualmente, Ferreiro considera que el “sostenimiento de los gastos públicos” a que se
refiere el artículo 31 de la Constitución, no quiere decir sólo financiación de los gastos
que efectivamente hayan de realizarse. El sostenimiento del gasto público puede
propiciar y exigir tanto un déficit como un superávit presupuestario, así como el
desaliento o el incentivo de determinadas actividades económicas que influyan de modo
significativo en la marcha general de la economía y, en consecuencia, en el nivel y
distribución equitativa del gasto que también viene exigida por el artículo 31 de la
162
En este sentido, SÁINZ DE BUJANDA, quien ha mantenido que “la equitativa distribución de la
carga fiscal no puede sacrificarse para el logro de otros fines, por muy elevados y atrayentes que sean”.
En “Teoría jurídica de la exención tributaria”, Hacienda y Derecho, vol. III, pág. 420.
163
CORTÉS DOMÍNGUEZ, M.: Ordenamiento…, pág. 52. En la misma línea, otros autores han
destacado el carácter preponderantemente garantista de los principios tributarios clásicos. Así,
RODRÍGUEZ BEREIJO o BAYONA DE PEROGORDO y SOLER ROCH, entre otros.
160
Constitución. Entendido así, el sostenimiento de los gastos públicos permite al
legislador establecer tributos con fines distintos al puramente recaudatorio, con fines
extrafiscales, siempre que se respeten las exigencias mínimas del principio de
capacidad; que los fines queridos por el legislador sean queridos y amparados también
por la Constitución; que su consecución esté encomendada por ella al Estado y a los
demás entes públicos; y que su consecución se refleje, directa o indirectamente, en el
nivel de gasto público o en su distribución164.
Por lo demás, como ya se indicó, la finalidad extrafiscal y la utilización del tributo
como instrumento de política económica fue plenamente reconocida por el Tribunal
Constitucional en su sentencia 37/1987, de 26 de marzo165.
Ahora bien, en tanto que el sistema tributario sigue siendo sustancialmente instrumento
para lograr objetivos fiscales, debe estar orientado de forma principal por el principio de
capacidad económica. Esto exige construir el sistema de manera que, en su conjunto,
sea, cada vez más, un reflejo de la capacidad económica global de los sujetos, y
permita, al mismo tiempo, una más justa y equitativa distribución de la riqueza que ha
de lograrse no sólo por la vía de los ingresos, sino también por la vía de una asignación
equitativa de los recursos públicos.
Martín Queralt y Lozano Serrano166 han puesto de relieve que la exigencia de capacidad
económica aparece referida y concebida como una exigencia predicable de todo el
ordenamiento tributario. Será ese ordenamiento, globalmente considerado, el que deberá
ser indicativo de capacidad económica. En la configuración de las singulares figuras
tributarias que integran ese ordenamiento la capacidad económica también estará
164
FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, págs. 59 y 60.
165
También ha admitido este Tribunal la necesidad de realizar una interpretación conjunta de los
principios constitucionales, de forma que en algún supuesto puede admitirse una cierta restricción en
alguno de ellos, siempre y cuando tal restricción vaya encaminada al potenciamiento de otros. Véase,
entre otras, la Sentencia de 25 de enero de 1983.
166
MARTÍN QUERALT, J. y LOZANO SERRANO, C.: Curso…, pág. 173.
161
presente, aunque de manera diferente. En unos casos, de manera positiva, esto es
gravando manifestaciones indicativas de capacidad; en otros casos, de manera negativa,
esto es excluyendo la configuración como hechos imponibles de ciertas manifestaciones
que son contrarias al principio de capacidad económica.
2.4.- El principio de progresividad y la no confiscatoriedad
El artículo 31 de la Constitución exige que la contribución de los ciudadanos al
sostenimiento de los gastos públicos se realice a través de un sistema tributario justo,
inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá
alcance confiscatorio.
La progresividad constituye una característica del sistema tributario mediante la cual, a
medida que aumenta la riqueza de cada sujeto aumenta la contribución, pero en
proporción superior al incremento de riqueza. Es decir, se trata de que quienes más
tienen contribuyan en proporción superior a los que tienen menos. De hecho, la
progresividad supone la articulación del sistema tributario de tal forma que permita
conseguir, además de los fines estrictamente recaudatorios, la efectiva redistribución de
la renta y de la riqueza.
Se ha visto que la progresividad, y en general el objetivo de redistribución de la renta,
tiene una estrecha conexión con el principio de igualdad, según éste se proyecta en el
ámbito tributario167. El sistema tributario justo queda ineludiblemente vinculado al
principio de igualdad y al principio de progresividad, manifestando, con ello, una
indisociable unión entre ambos principios, cuyo resultado esperado es una mejora
sustantiva en el proceso de redistribución de la riqueza.
167
Como ha señalado el Tribunal Constitucional “la igualdad es perfectamente compatible con la
progresividad del impuesto”. STC de 20 de febrero de 1989.
162
En este sentido, ha dicho Ferreiro que la progresividad del sistema tributario, que
depende, claro está, de la progresividad de los impuestos que en él figuran, es básica en
toda política sincera de distribución constitucionalmente más justa de la renta
nacional168.
De acuerdo con el texto constitucional el carácter progresivo afecta, no a cada tributo en
particular, sino al conjunto del sistema tributario, por lo que nada impide que existan
tributos proporcionales. Es suficiente, en suma, que se configuren como progresivos
aquellos impuestos de mayor importancia dentro del sistema.
Finalmente, la progresividad tiene un límite infranqueable en la no confiscatoriedad. La
prohibición constitucional es una especie de garantía frente a posibles abusos en la
progresividad del sistema, pero, en rigor, la confiscación es un concepto que por su
propia esencia queda extramuros del ordenamiento tributario. El tributo constituye un
instituto jurídico que está basado en la capacidad económica de quienes son llamados a
satisfacerlo. La confiscación, en cambio, se inserta en la regulación del derecho de
propiedad y, por ende, se sustenta en principios distintos.
Señala Pérez Royo169 que la referencia a la no confiscación tiene más un valor
ideológico o político que jurídico, propiamente dicho. Y añade, citando a Palao
Taboada, que el indicado límite de la no confiscatoriedad confunde dos planos que
deben tenerse bien diferenciados: el de la regulación de la contribución a los gastos
públicos y el de la regulación del derecho de propiedad, al que la Constitución se refiere
solamente un poco después. Finalmente, advierte que, en cualquier caso, en aquellos
supuestos en que una Ley configure de tal manera un tributo que llegase a producir tal
efecto confiscatorio o de anulación del derecho de propiedad, el precepto sería tachado
de anticonstitucional sin necesidad de acudir a este principio, por el simple juego de la
regla de la capacidad económica.
168
FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, pág. 61.
169
PÉREZ ROYO, F.: Derecho…, pág. 40.
163
La no confiscación sería, desde ese punto de vista, una reiteración del principio de
justicia tributaria o, si se prefiere, una consecuencia lógica del propio principio de
capacidad económica, que exige asimismo, de acuerdo con las manifestaciones del
Tribunal Constitucional, “no agotar la riqueza imponible –sustrato, base o exigencia de
toda imposición- so pretexto del deber de contribuir”.
Ello no obstante, considera Ferreiro que no es superflua, ni puede desconocerse, la
prohibición constitucional de que el Estado se apodere, por la vía fiscal, de las rentas y
propiedades de un ciudadano. Prohibición que ha de referirse tanto al sistema tributario
en su conjunto como a cada uno de los tributos que lo componen; pues resulta evidente
que un solo impuesto puede confiscar el patrimonio o la totalidad de las rentas de un
individuo, por lo que la referencia al sistema del artículo 31.1 ha de entenderse hecha,
en este caso, tanto al conjunto como a las piezas que lo componen170.
3.- Principio de legalidad
3.1.- Introducción: fundamento del principio de legalidad
La regla básica sobre la producción normativa en el ámbito tributario la constituye el
principio de legalidad o reserva de Ley, mediante el cual se excluye que la regulación de
ciertas materias se realice por cauces distintos a la Ley. La reserva de Ley se configura
así como el eje de las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo en lo referente a la
producción de normas; y
supone, ante todo, un límite general a la potestad
reglamentaria de la Administración171.
170
FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, págs. 61 y 62.
171
En rigor, la expresión principio de legalidad encierra dos aspectos que, aun cuanto están
estrechamente relacionados, pueden diferenciarse: por una parte, el principio de reserva de ley y, por otro,
el principio de legalidad de la Administración. El principio de reserva de ley ofrece, a su vez, dos
dimensiones: la reserva material, reflejada en las materias cuya regulación legal viene determinada
constitucionalmente, y la reserva en sentido formal, que se expresa en las reglas de jerarquía normativa y
congelación de rango. Por su parte, el principio de legalidad de la Administración implica que toda
actuación singular del poder está justificada por Ley previa, actuando, en cualquier caso, como una
cobertura legal de la actuación administrativa.
164
Como máxima representación de la voluntad popular, la Ley ocupa un lugar
preeminente en el sistema de fuentes del Derecho, adquiriendo decisiva importancia en
la configuración de las instituciones tributarias, y a la que sólo condiciona, es evidente,
la Constitución.
El rango de Ley, la fuerza de Ley, deriva de que ella es la expresión más inmediata y
directa de la voluntad popular. La Ley representa la voluntad de autonormación de una
colectividad, es decir, constituye el vehículo más genuino de las normas que la
comunidad se da a sí misma a través de sus legítimos representantes. Por ello, en los
sistemas democráticos asentados en el principio de separación de poderes, se reserva a
la Ley la regulación básica y esencial de todo el ordenamiento jurídico. Como señala
Ferreiro, la Ley debe contener el entramado básico del sistema jurídico, aquél en que
basa y encuentra apoyo el resto de la normativa que configura el ordenamiento, pues
sólo reservando a la Ley tal entramado básico el sistema garantiza la primacía de la
voluntad popular.
En una sociedad libre sólo la comunidad puede darse a sí misma, a través de sus
representantes, normas sobre ciertas materias. La idea de autonormación se incorpora
así a la Ley y le atribuye una de sus características esenciales, nucleares, sustantivas: la
que mejor permite diferenciarla del resto de las fuentes del Derecho. Pues si la Ley sirve
también a otros valores –igualdad, unidad, seguridad jurídica, etc.- tal función puede ser
desempeñada por otras normas que no son la expresión directa de la voluntad del pueblo
manifestada a través de sus representantes172.
En el ámbito tributario, el principio de legalidad se ha identificado tradicionalmente con
la exigencia de autoimposición o consentimiento del impuesto a través de la
representación de los contribuyentes, es decir, que sean los propios ciudadanos por
medio de sus representantes quienes determinen el reparto de la carga tributaria y, en
consecuencia, los tributos que a cada uno de ellos se le pueden exigir.
172
FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso..., pág. 47.
165
Durante mucho tiempo esta exigencia de autoimposición se ha ligado estrechamente a la
garantía individual frente a posibles intromisiones arbitrarias en la esfera de libertad y
propiedad privada del ciudadano. El tributo era considerado como una clara injerencia
estatal en las economías privadas frente a la cual había que oponer cuantas garantías
fuera posible, y, entre éstas, la Ley era sin duda la más efectiva.
Sin embargo, en la actualidad, se reconoce al principio de legalidad un significado o
fundamentación plural, de forma que junto a este carácter garantista estrictamente
individual, puede sostenerse que el mencionado principio cumple también, incluso
principalmente, otras funciones173.
En primer lugar, una función de garantía democrática en el procedimiento de
imposición o de reparto de la carga tributaria. Señala Pérez Royo que mediante la
reserva de Ley, las decisiones sobre el reparto de la carga tributaria son tomadas por el
órgano, dada su composición y funcionamiento, que mejor asegura la presencia de
intereses contrapuestos y, por tanto, la pluralidad a la hora de establecer los tributos174.
En segundo lugar se habla de una garantía de igualdad, en el sentido de tratamiento
uniforme para los ciudadanos. En una Hacienda Pública como la que está configurada
actualmente en nuestro país, la Ley resulta ser el expediente técnico más idóneo para
conseguir la uniforme distribución de las cargas tributarias. El Tribunal Constitucional
ha puesto de relieve este fin del principio de reserva de ley, señalando que la garantía
173
En la misma línea que se expone a continuación, CALVO ORTEGA ha puesto de relieve las funciones
que despliega, a su juicio, el principio de legalidad: En primer lugar, la producción de leyes exige la
intervención de las minorías, lo que permite una confrontación siempre útil en algún grado frente a un
hipotético abuso. En segundo término, el procedimiento legislativo es más lento y tiene una mayor
publicidad que el procedimiento del poder ejecutivo, lo que permite una mejor formación de la opinión
pública, siempre importante en las democracias parlamentarias a las que nos referimos. Finalmente la
cohesión de la mayoría parlamentaria es menor que la del gobierno, lo que se inscribe también en una
línea de mayor garantía para los ciudadanos. CALVO ORTEGA, R., op. cit., pág. 60.
174
PÉREZ ROYO, F.: Derecho…, pág. 41. Del fundamento democrático del principio de legalidad
derivan BAYONA DE PEROGORDO y SOLER ROCH, la consideración de que la reserva de ley
tributaria es una manifestación específica de la reserva de normación a favor del órgano representativo,
razón por la que el principio adquiere un significado competencial, representado por la atribución
exclusiva que, sobre aquella materia, ostenta el órgano legislativo. Curso…, págs. 202 y 216.
166
de autoimposición de la comunidad sobre sí misma, que en la ley estatal se cifra, es
también en nuestro Estado constitucional democrático una consecuencia de la igualdad
y por ello preservación de la paridad básica de posición de todos los ciudadanos, con
relevancia no menor, de la unidad misma del ordenamiento.
Una última exigencia que se conecta con el principio de legalidad es la de seguridad
jurídica o certeza del Derecho, que, en su sentido formal, requiere que el contribuyente
pueda conocer con suficiente precisión el alcance de sus obligaciones fiscales 175. Tal
exigencia, para ser efectivamente operativa, necesita sin duda el respeto al principio de
legalidad, habida cuenta del mayor grado de fijación y estabilidad que incorpora la Ley.
Aunque aquí sólo voy a referirme al principio de legalidad tributaria es preciso, no
obstante, señalar que la Constitución extiende la reserva de ley a otras áreas del
ordenamiento financiero, garantizando así que las decisiones fundamentales respecto a
otros ingresos públicos no tributarios o en relación con el gasto público, sean tomadas
también a través de una Ley176.
3.2.- El principio de legalidad tributaria
Ámbito material del principio de legalidad tributaria
El principio de legalidad tributaria se encuentra reconocido en el artículo 31.3 de la
Constitución, según el cual sólo podrán establecerse prestaciones personales y
patrimoniales de carácter público con arreglo a la Ley177. Así pues el tributo, en tanto
175
Ibídem, pág. 42.
176
Como ha observado PÉREZ ROYO, entre otros, las prestaciones que se encuentran amparadas por la
garantía del principio de legalidad no se limitan únicamente a las de naturaleza tributaria, en sentido
estricto, sino que nuestro texto constitucional ha seguido un criterio de máxima amplitud que permite
considerar incluidas también otras prestaciones patrimoniales públicas, impuestas unilateralmente por el
Estado, distintas del tributo, en sentido técnico. El ejemplo más significativo de lo anterior es el de las
cotizaciones de la Seguridad Social. PÉREZ ROYO, F.: Derecho…, pág. 43.
177
No obstante, la referencia específica al establecimiento del tributo por ley aparece contemplada en el
artículo 133.1 de la Constitución, a tenor del cual “la potestad originaria para establecer tributos
corresponde exclusivamente al Estado, mediante Ley”.
167
que prestación patrimonial impuesta unilateralmente por el Estado, ha de ser establecido
con arreglo a la Ley. Ningún tributo puede ser exigido sin una previa ley que lo
autorice. Ahora bien, la propia fórmula constitucional mencionada permite pensar que la
exigencia de rango legal no alcanza a toda la normativa tributaria, a todas las normas
que pueden regular un tributo178. Se hace necesario, pues, determinar cual es el ámbito o
el contenido del principio de legalidad que la Constitución ha previsto en relación con
los tributos. En concreto, cual es el núcleo de materias que deben ser reguladas
necesariamente mediante Ley.
Como respuesta a esta cuestión puede aventurarse que el principio de legalidad cubre la
regulación de los elementos esenciales del tributo. Lógicamente, por establecimiento de
la prestación hay que entender, no sólo su creación, sino también la determinación de
sus elementos esenciales179. Dentro de éstos, quedan comprendidos, en todo caso, los
elementos que identifican el tributo, así como los relativos a su cuantificación. La Ley
debe regular en qué supuestos se origina el deber de pagar un tributo (hecho imponible),
quién está obligado a pagarlo (sujeto pasivo), cuánto hay que pagar (base tipo, cuota) y
otros elementos esenciales como los supuestos de responsabilidad o los plazos de
prescripción180.
Asimismo, la intervención de la Ley es necesaria también en relación con todos
aquellos aspectos que versan sobre los derechos y las garantías de los contribuyentes
ante la Administración y, de manera especial, cuando supongan limitaciones o
178
Cfr. FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, pág. 48.
179
En este sentido sostiene MARTÍN QUERALT que si una Ley se limitara a crear un tributo sin
establecer sus señas de identidad –sujetos pasivos, hecho imponible, elementos de cuantificación- habría
establecido una entelequia, ya que el establecimiento de un tributo supone cuando menos definir sus
elementos esenciales. MARTÍN QUERALT, J.: Comentarios a las leyes financieras, Edersa, Madrid,
1982, pág. 22. Éste es también el criterio que mantiene el Tribunal Constitucional en su Sentencia 6/1983,
de a de febrero.
180
Un sector de la doctrina aboga por considerar que el artículo 10 de la LGT contiene la concreción de
los elementos esenciales en la configuración de los tributos y, por ende, de las materias que quedan
reservadas a la Ley.
168
restricciones de estos derechos; así como, según propone Ferreiro181, para establecer las
bases del procedimiento de aplicación de los tributos. Es decir, y en relación con esto
último, la Ley debe regular directa o indirectamente a través de la fijación de límites y
criterios a desarrollar por normas reglamentarias, los deberes formales que acompañan
normalmente a los tributos, pues tales deberes se concretan en verdaderas prestaciones
personales, a veces tan gravosas como las patrimoniales en que el tributo consiste, que
también deben ser establecidas “con arreglo a la Ley”.
También queda reservado a la ley el establecimiento de exenciones y beneficios
fiscales, toda vez que la Constitución señala expresamente en el artículo 133.3 que todo
beneficio fiscal que afecta a los tributos del Estado deberá establecerse en virtud de
ley182. Pienso, con Ferreiro, que la referencia expresa de la Constitución a los beneficios
fiscales supone una llamada al legislador, necesaria y conveniente, para que no esconda
en ellos privilegios injustificados o que, en su proliferación injustificada ante presiones
más o menos legítimas, no se prive al sistema de la efectividad y generalidad que deben
exigírsele183.
Si bien, en relación con este sector del ordenamiento tributario, hay que advertir que el
Tribunal Constitucional ha mantenido en su sentencia de 4 de febrero de 1983 el criterio
de que se incluye en el principio de legalidad “el establecimiento de exenciones y
bonificaciones tributarias pero no cualquier regulación de ellas, ni la supresión de las
exenciones o su reducción o la de las bonificaciones, porque esto último no constituye
alteración de los elementos esenciales del tributo”184.
181
Cfr. FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, pág. 49.
182
Aunque la Constitución no lo diga expresamente, hay que entender que será necesaria una Ley en el
caso de exenciones de tributos autonómicos, así como en el de tributos locales.
183
Cfr. FERREIRO LAPATZA, J.J.: Curso…, págs. 49 y 50.
184
Las críticas de la doctrina a esta interpretación del Tribunal Constitucional han sido prácticamente
unánimes, en base a diversas razones, entre las cuales interesa resaltar la siguiente: el resultado que
produce la supresión o reducción de beneficios tributarios en relación con el deber de contribuir de los
ciudadanos, es equivalente al establecimiento de la prestación tributaria. Dicho de otro modo, las
169
Alcance del principio de legalidad: su valor como reserva relativa
Determinado que el establecimiento y configuración esencial de los tributos debe
realizarse mediante Ley, es preciso indagar ahora cuál es el alcance que la Constitución
atribuye a esta intervención de la Ley.
En relación con el tema planteado, la doctrina suele distinguir entre reserva absoluta y
reserva relativa. En el primer supuesto, la Ley debe regular de forma completa y
acabada la materia a ella reservada, sin que pueda intervenir ningún otro tipo de norma.
En cambio, en el caso de la reserva relativa, la Ley puede limitarse a establecer los
principios y criterios esenciales, en el marco de los cuales podrá desarrollarse la materia
reservada, en todo o en parte, por una fuente secundaria.
En el caso concreto de la reserva de ley tributaria, la generalidad de la doctrina, y
también el Tribunal Constitucional, entienden que se está ante una reserva de Ley
meramente relativa. Tal conclusión se fundamenta sencillamente en la propia letra del
artículo 31.3 de la Constitución, que no exige el establecimiento por ley, sino con
arreglo a la ley, lo que implica la necesidad de que sea el propio Parlamento el que
determine los elementos esenciales del tributo, pero no toda la regulación completa de
esta materia, siendo suficiente que se predeterminen legalmente los límites precisos
dentro de los cuales debe producirse el posterior desarrollo reglamentario.
Conviene, sin embargo, insistir en la necesidad de la previa delimitación legal. Es decir,
en aquellos casos en que la Ley no regule o establezca directamente el tributo, o alguno
de sus elementos esenciales, remitiéndose a una fuente secundaria, esta remisión debe
contener con suficiente concreción los márgenes dentro de los cuales ha de actuar dicha
fuente secundaria, de manera que pueda decirse que el tributo se ha configurado o
establecido efectivamente con arreglo a la ley. Son, en todo caso, inadmisibles las
exenciones son parte esencial de la relación tributaria a todos los efectos y, por tanto, también al de su
supresión.
170
habilitaciones en blanco, esto es, sin un marco básico legalmente preestablecido, habida
cuenta de que los reglamentos, en materia tributaria, son siempre instrumento de
ejecución de la Ley necesitados de una habilitación legal con un contenido material
previamente definido.
El alcance relativo de la reserva de Ley no puede, pues, llegar a suponer la posibilidad
de utilizar la ley como simple norma habilitante que autorice al Ejecutivo, de una
manera meramente formal, a regular, por vía reglamentaria, la disciplina del tributo, ya
que, en este caso, se estaría vaciando de contenido el principio al amparo de una
posición formalista que vulnera, en el fondo, el fundamento y sentido material de la
reserva de ley tributaria.
En conclusión, tomando las palabras del propio Tribunal Constitucional, la reserva de
Ley en materia tributaria ha sido establecida por la Constitución de manera flexible, tal
reserva cubre los criterios o principios con arreglo a los cuales se ha de regir la
materia tributaria y concretamente la creación “ex novo” del tributo y la
determinación de los elementos esenciales o configuradores del mismo.
Por todo lo anterior, puede decirse que la reserva de ley tributaria constitucionalmente
impuesta se sitúa, a juicio del Tribunal Constitucional, en el punto de encuentro entre
dos coordenadas: la relatividad de la reserva –referida a los elementos esenciales del
tributo- y la prohibición de leyes en blanco que remitan la regulación del tributo a
fuentes secundarias.
Finalmente, debe advertirse que si bien es comúnmente aceptado que la reserva de ley
tributaria es meramente relativa, no puede decirse lo mismo respecto de la materia
tributaria sancionadora pues, en este caso, es inexcusable su configuración como reserva
absoluta, toda vez que en dicha esfera son de aplicación los principios que rigen en el
ámbito penal, en el cual no cabe duda de que la reserva tiene tal alcance.
171
Descargar