Amigos enemigos - Revista Rebeldía

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Eurocentrismo y tercermundismo:
Amigos
enemigos
Sergio Rodríguez Lascano
“Pero hay también, aunque no sea la tendencia
ominante, un fortalecimiento de posiciones
dogmáticas. Se trata de reafirmaciones mecánicas
de principios fundamentales del marxismo, del
marxismo leninismo, del trotskismo, rechazando
cualquier intento de reflexionar sobre la nueva realidad, sobre los acontecimientos y sobre las transformaciones. Se reafirma una cierta vulgarización
del marxismo. Se hace abstracción de todo lo que
puede ser un fenómeno nuevo que cuestione las
teorías establecidas. Algunos sectores de la
izquierda buscan certezas simples, dogmáticas,
clásicas, verdades monolíticas que no produzcan
problemas”.
Michael Lowy
Marxismo, modernidad y utopía.
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A raíz de las celebraciones que se han
hecho en varios países sobre los 10
años de la insurrección zapatista, se
han suscitado una serie de debates
que, en sí mismos, reflejan el interés
que el zapatismo ha despertado y
sigue despertando en el ámbito nacional e internacional. En especial en el
segundo, las reflexiones que se han
desarrollado tienen una importancia
singular, no tanto por las diversas
interpretaciones que del zapatismo se
han hecho, sino sobre todo porque el
debate ha girado sobre su propia problemática y realidad. Antes de desarrollar un poco más esta idea, es
indispensable decir algunas palabras
sobre el impacto del zapatismo.
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Aquí en México, la revista Proceso, que ya en tres ocasiones había
decretado el ocaso del zapatismo o
del Subcomandante Insurgente Marcos, publicó un especial sobre los 10
años de la insurrección. Desde luego,
la tentación de seguir planteando que
el zapatismo está en decadencia se
expresó en el titular que se le puso a la
revista: “EZLN: 1994-2003 una ilusión … un fracaso”. Aunque luego en
la inmensa mayoría de sus interiores
lo que se dice contradice su visión,
desde luego con la excepción de lo
que escribe el señor Carlos Tello,
famoso escritor de cabecera de la
inteligencia (¿) militar mexicana.
La recurrencia con la que se ha
condenado al ostracismo al EZLN
representa más un deseo que una realidad.
Más bien al contrario, la decisión del zapatismo de poner en pie las
Juntas de Buen Gobierno abre un
escenario lleno de posibilidades, no
solamente para las comunidades indígenas de Chiapas, sino en general
para el movimiento en contra de la
globalización capitalista.
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Desde luego esto no tiene que ver con la peregrina idea
de que el zapatismo se plantea como un modelo a seguir sino
con algo totalmente diferente, incluso diríamos que en su
contrario.
El asunto a dilucidar es el siguiente: ¿Por qué alguien
que explícitamente se rehúsa a ubicarse como vanguardia o
como modelo es objeto de tantas y tan variadas reflexiones?
Dentro de la riqueza de la práctica y la teoría zapatista
hay algo que a mí particularmente me obsesiona: la relación
entre la práctica y la teoría de izquierda y el zapatismo. Y esto
es así porque el zapatismo ha puesto en cuestión una serie de
puntos fundamentales de la teoría y la práctica de la izquierda
socialista: el concepto de partido de vanguardia, la idea de la
toma del poder, la visión sobre una clase social supuestamente muy homogénea que estaba señalada para ser la clase revolucionaria, la relación reforma-revolución, la concepción
sobre la conquista de la hegemonía, etcétera.
Para algunos, el EZLN no es
otra cosa que una organización
reformista que no entiende la
importancia de utilizar el aparato
de Estado como mecanismo de
transformación de la sociedad,
para otros es una organización que
oculta sus verdaderas intenciones
de controlar el poder, nada más
que por razones tácticas no lo dice
en este momento. Para otros, es un
factor fundamental para comprender el nuevo ascenso en la radicalización mundial que se está
viviendo, con la lucha contra la
globalización neoliberal.
Los zapatistas se autoanalizan de otra manera, ellos dicen:
“Nosotros concebimos nuestro
movimiento y lo declaramos a medios internacionales, como
un síntoma de algo que estaba pasando o que estaba por suceder. Usamos entonces la imagen del iceberg (…) somos un
síntoma y pensamos que nuestro deber es mantenernos lo
más posible como asidero y referente, pero no como modelo a
seguir. Por eso no hemos disputado, ni lo haremos, decir que
el principio fue Chiapas y los Encuentros Continentales e
Intercontinentales. La rebeldía que hay en México se llama
zapatista (…) en otras partes la rebeldía se llama de otra
forma”1.
Esta voluntad de no hegemonizar le ha permitido a los
zapatistas navegar a contracorriente por las aguas turbulentas
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de una izquierda acostumbrada a buscar el éxito, el cual
puede ser entendido de diversas maneras: cuántos sectores
sociales se controlan, cuantos puntos se ha subido en los porcentajes electorales, etcétera.
Yo creo que para entender lo paradójico de esta situación es indispensable entender el inicio. Así lo cuenta Marcos: “Un grupo de iluminados que llega desde la ciudad para
‘liberar’ a los explotados (…) ¿Cuánto tiempo tardamos en
darnos cuenta que teníamos que aprender a escuchar y, después, a hablar? No estoy seguro, han pasado ya no pocas
lunas, pero yo calculo unos dos años al menos, Es decir, lo
que en 1984 era una guerrilla revolucionaria de corte clásico
(levantamiento armado de las masas, toma del poder, instauración del socialismo desde arriba, muchas estatuas y nombres de héroes y mártires por doquier, purgas, etcétera, en fin
el mundo perfecto), para 1986 ya era un grupo armado, abrumadoramente indígena, escuchando con atención y balbuceando apenas sus primeras palabras con un nuevo maestro: los
pueblos indios”2.
La visión inicial del grupo original que llega a la selva
lacandona, y funda el EZLN el 17 de noviembre de 1983, fue
derrotada. Lo que salió del encuentro entre ese grupo original
y la comunidad indígena fue otra cosa, no muy fácil de definir, no muy fácil de entender si uno utiliza los anteojos clásicos para ubicar a tal o cual fuerza de izquierda.
Pero lo que nadie le puede regatear es la importancia
que esta experiencia ha tenido para contribuir al renacimiento
de una práctica y un pensamiento emancipador. El ¡Ya Basta!
zapatista fue antes que nada una insurrección que rompió
todas las reglas de la gramática de la resignación. En un
momento en que esa gramática había nulificado, o reducido
al mínimo la otra gramática, la de la revolución. Lo que unos
pocos nos preguntábamos en ese momento era lo siguiente:
¿Cómo ser revolucionario en épocas nada revolucionarias?
Pero el ataque a la gramática de la resignación no significó la elaboración de una nueva gramática que subsumiera
todas las expresiones de rebeldía o rebelión, o simple descontento. De lo que se trataba era de, al ubicarse como síntoma de
algo muy profundo (un cambio de época histórica), señalar el
carácter multiforme, plural e inicial de la rebeldía en contra
de lo que existe: “Un mundo donde quepan muchas resistencias. No una internacional de la resistencia, sino una bandera
policroma, una melodía con muchas tonadas. Si aparece disonante es sólo porque el calendario de abajo está todavía por
armar la partitura donde cada nota encontrará su lugar, su
volumen y, sobre todo, su liga con las otras notas”3.
En esta renunciación zapatista a ubicarse como modelo
podemos encontrar una de las claves del eco que sus posiciones
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han tenido en el ámbito internacional.
No tan sólo por la debilidad de las viejas certezas, como algún pensador
posmoderno pudiera concluir, sino
por algo más profundo, la fortaleza de
una certeza nueva: si la resistencia o
rebeldía aspira a generar un movimiento social soberano y constituyente y si la propuesta que busca
desarrollarse tiene esas dos características, entonces, cada resistencia o
rebeldía tiene a su vez, como seña de
identidad, ese carácter soberano y
constituyente.
Más aún, al analizar las características que se están viviendo en
esta fase del capitalismo, conocida
como neoliberalismo, el zapatismo
llega a una conclusión impresionante:
el peligro que hoy enfrenta la humanidad es el de su destrucción. Por lo
tanto, estamos viviendo una cuarta
guerra mundial.
Enfrentarse a una situación inédita como la que estamos viviendo
genera una doble consecuencia: la
existencia de síntomas diversos, con
formas de movimientos —desde
expresiones fundamentalistas arcaicas hasta expresiones nuevas y creativas— y, por otro lado, la necesidad
de entender que la resistencia frente
a ese poder omnímodo no puede aspirar a ser uniforme y homogénea
(omnímoda).
Por otro lado, esto está relacionado con la crisis de la forma dominante del Estado-Nación, y con ella,
de todos los mecanismos de mediación política. La disputa por el poder
político en el terreno institucional
pierde las particularidades que llegó a
tener en el pasado, en tanto la especificidad de lo político en la esfera de lo
estatal ha dejado de existir. En palabras de Hannah Arendt se trata de lo
siguiente: “El desarrollo prodigioso
de todas las fuerzas industriales y
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económicas trae como consecuencia
el debilitamiento constante de los factores puramente políticos, mientras
que, simultáneamente, las fuerzas
puramente económicas predeterminan, de manera cada vez más creciente, el juego internacional del poder. El
poder se convierte en sinónimo de
poderío económico frente al cual los
gobiernos deben inclinarse. Esta es la
razón frente a la cual esos gobiernos
juegan un rol totalmente vacío de
contenido, carente de representación,
abandonando paulatinamente su
actuación en el teatro para pasar a la
opereta”4.
Estas son algunas de las tendencias que el zapatismo ha alcanzado a
vislumbrar. Estas tendencias no están
consolidadas, no son irreversibles y,
mucho menos, son fatales e invencibles.
Estas tendencias son demasiado
iniciales, confusas y caóticas como
para elaborar una teoría cerrada y
definitiva. Esto permite que el zapatismo no repita los lugares comunes
que hoy son la base de una parte de los
analistas de izquierda, que llevan 30
años predicando sobre la decadencia
del imperio americano para terminar
implorando al cielo que regrese un
demócrata al gobierno del vecino
país. O que se caiga en una teoría
totalmente novedosa, pero igualmente cerrada, que ve como definitivas
estas tendencias y nos habla de un
imperio que actúa con una gran lógica, habiendo superado sus contradicciones internas, para acabar cayendo
víctima de su “discreto encanto”, al
punto de cantar las loas de esta nueva
fase del capital. No se puede negar
que los amantes despechados son
también enamorados.
Entonces, en lugar de ofrecer
una teoría acabada, el zapatismo ofrece un análisis de las tendencias del
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capital; en lugar de ofrecer un modelo de organización política y social ofrece un espejo. Pero un espejo refleja a quien se
está mirando, por eso decimos que muchos de los debates que
se han llevado a cabo, en el marco de la celebración de los 10
años, tienen más que ver con los problemas de cada uno de
los que participan en esas discusiones y con la realidad que
los rodea, más que con una evaluación del zapatismo. Pero
eso no es algo que vaya en demérito de esas discusiones, al
contrario.
Los zapatistas lo formulan de la manera siguiente: “Se
dice que diversos movimientos tanto de México como de
otras partes del mundo, han visto en el zapatismo un ejemplo
de lucha e, incluso, que algunos han retomado sus principios
para la construcción de sus propias resistencias. Nosotros les
decimos: a los que siguen el ejemplo que no lo sigan. Pensamos que cada quien tiene que construir su propia experiencia
y no repetir modelos. En ese sentido, lo que les ofrece el
zapatismo es un espejo, pero un espejo no eres tú, en todo
caso te ayuda sólo para ver cómo te ves (…) Pensamos que la
gente tiene la suficiente valentía y sabiduría para construir su
propio proceso y su propio movimiento, porque tiene su propia historia. Eso no sólo hay que saludarlo, sino que hay que
propiciarlo”5.
La recomendación zapatista es la siguiente: no hay que
refugiarse en supuestas fortalezas zapatistas, castillos cerrados, que lo único que consiguen es desnaturalizar completamente la esencia libertaria y creadora del zapatismo. En
última instancia de lo que se trata es de entender que el zapatismo no tiene las respuestas frente a cualquier problemática
o cualquier situación. Las pocas respuestas que el zapatismo
posee son producto de su experiencia y, sobre todo, de su
práctica. En dado caso, el zapatismo puede servir en el terreno nacional e internacional para promover la generación de
varias preguntas claves y ayudar a generar el espacio
democrático, plural y heterogéneo que las respuestas a esas
preguntas, requieren.
Por esa razón, el planteamiento elaborado por Rossana
Rosanda, en el debate que se dio en Italia está fuera de foco.
El problema no es si los zapatitas sirven para responder una
serie de preguntas claves, sino si el zapatismo ha ayudado a
plantearse correctamente una serie de preguntas claves después del naufragio de toda una generación de marxistas,
tanto de la generación de Rosanda, como de la posterior (la
mía). Esa búsqueda casi patológica de respuestas tiene que
ver con lo que José Carlos Mariátegui caracterizaba como
“ansiedad moderna”. Pero, a diferencia del pasado, en el que
una supuesta cientificidad social generaba una serie de certezas que daban seguridad en el accionar político, ahora
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muchas de esas certezas forman parte de datos a comprobar
y muchas otras resultan inutilizables.
Para algunos la carencia de definición zapatista sobre el
mundo del trabajo, las relaciones de producción y del modo
de producción capitalista representa su peor deficiencia. De
esta manera se aferran a una serie de conceptos que describían una clase obrera, una forma de apropiación de los
medios de producción y una relación entre el trabajo asalariado y el capital que parecen congelados en el tiempo, atrapados en el siglo XX.
El problema es que la composición de la clase obrera
en el ámbito internacional ha cambiado de una manera sustancial. No tan sólo en lo que tiene que ver con el análisis
típico de Rosa Luxemburgo sobre la indispensable existencia de territorios pre-capitalistas como condición para la realización de las mercancías sino con un fenómeno a la
inversa. Si bien la característica del capital de buscar las
zonas menos capitalistas como
condición para ayudar a la realización de las mercancías se mantiene, ahora requiere, como nunca
antes en su historia, de la importación de fuerza de trabajo de ese
tipo de países no sólo para la realización de las mercancías sino para
su producción. Los 260 millones
de migrantes de los países pobres
hacia los países ricos juegan un
doble papel: se ubican en centros
neurálgicos del proceso productivo en las megalópolis y con el
envío de remesas favorecen la
realización de las mercancías.
Esos grandes contingentes
de trabajadores no tienen la vieja
tradición sindical (el proceso de
migración es a la inversa del que se vivió en los primeros años
del siglo XX con la llegada a países como los latinoamericanos de trabajadores europeos, educados en tradiciones anarquistas o socialistas que fueron fundamentales para la
construcción de los grandes sindicatos en nuestros países. En
ese sentido, la vieja estructura sindical hoy vive una de sus
peores crisis, más allá de la bondad o maldad de sus dirigentes, la dinámica tiene una serie de aspectos objetivos que va
más allá de las intenciones. La vieja estructura sindical
respondió a la forma de organización del capital y no funciona de la misma manera en la nueva forma de organización
productiva.
Por otro lado, la fuga masiva de
grandes contingentes de trabajadores
de los países pobres permite que la
composición de la clase trabajadora
en estos países también se esté modificando de una manera sustancial. En
países como México, la incorporación de trabajadores indígenas (con
una proporción muy grande de mujeres) a los grandes centros maquiladores no son sino un ejemplo.
A esto hay que agregarle el proceso de envejecimiento de la población de las megápolis. En The
Economist de enero del 2004, se plantea que en el año 2040 el 35 por ciento
de la población japonesa tendrá más
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de 65 años y solamente el 10 por ciento tendrá menos de 15 años. Una
situación más o menos similar se vive
en Europa. Los trabajadores migrantes cada vez de una manera más clara
van a ocupar los lugares neurálgicos
del proceso productivo. Las viejas
concepciones que eran correctas como
respuesta a la forma de organización
del capital hoy deben ser, por lo menos,
rediscutidas. Por lo tanto no basta con
repetir el síndrome productivista de
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una serie de conceptos sino tratar de
ubicar los nuevos mecanismos de
explotación y al mismo tiempo las
nuevas formas en las que se expresa la
resistencia.
En un sentido simétricamente
opuesto se dirigieron aquellos que le
dijeron adiós al proletariado, cuando
de lo que se trataba era de la llegada
de un nuevo tipo de proletariado.
Hoy, tanto el capital como los
gobiernos racistas de las megápolis
duermen con el enemigo: “La mudialización del mundo en tiempo y espacio es, para el Poder, algo que no
acaba de ser digerido. Los ‘otros’ ya
no están en ‘otra’ parte, sino en todas
partes y a todas horas. Y para el Poder
el ‘otro’ es una amenaza. ¿Cómo
enfrentar esa amenaza? Levantando
el holograma de la Nación y denunciando al otro como agresor”6.
Lo que hace más complicada
esta situación —para el capital— es
que aunque enfrenta esa amenaza, al
mismo tiempo, no puede sobrevivir
sin ella.
La comprensión de esta dinámica rompe con dos visiones igualmente equivocadas: la que planteaba una visión
eurocéntrica de análisis y la que en reacción se elaboró en
países como el nuestro, tercermundista.
La propuesta zapatista tiene que ver con la construcción
de nuevas relaciones sociales, no tan sólo con las de producción pero también con ellas. Eso es la construcción de las Juntas de Buen Gobierno.
Puede ser un ejemplo pequeño pero marca
una experiencia a tomar en cuenta. No son
un modelo a seguir pero sí una referencia
digna de tomar en cuenta, desde luego si se
rompe con viejos esquemas de análisis y
sobre todo a la luz de experiencias prácticas y dinámicas.
Por eso son tan interesantes las reflexiones que, a propósito de los aniversarios
zapatistas, se realizaron. Desde luego, a
condición de romper con un doble vicio: la
teoría zapatista no es una cosa fetichizada,
buena para cualquier momento y para cualquier lugar, es decir no es una moda pasajera;
pero tampoco es un movimiento indigenista que sólo sirve para la selva y los altos de
Chiapas y no le dice nada interesante a la polis.
Entre esas dos coordenadas existe un espacio muy
amplio de acción y reflexión.
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Notas:
1. Gloria Muñoz Ramírez: entrevista a
Marcos publicada en el libro: EZLN:
20 y 10, el fuego y la palabra.
2. Gloria Muñoz Ramírez: ídem.
3. Subcomandante Insurgente Marcos:
“El mundo: 7 pensamientos en mayo
de 2003”. Revista Rebeldía. Número 7.
4. Hannah Arendt: cita tomada del
libro de Daniel Bensaid: Le sourire du
spectre.
5. Gloria Muñoz Ramírez: ídem.
6. Subcomandante Insurgente Marcos:
“El mundo: 7 pensamientos en mayo
del 2003”. Revista Rebeldía Número 7.
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