CAPÍTULO 1 REFLEXIONES SOBRE EL DOLOR Y EL FIN DE LA ANESTESIA Dr. J. L. Trueba Gutiérrez Jefe de Sección de Neurología. Hospital 12 de Octubre. Madrid Médicamente hablando el dolor es un síntoma; esto es: algo referido como experiencia personal del propio paciente. Una descripción subjetiva de un fenómeno vivido por el «paciente», y nunca mejor dicho, como el que padece, pena o sufre. La descripción se apoya en hechos objetivos muchas veces vinculados al daño físico, pero lo característico del dolor es que sobre esos hechos, aparentemente objetivos, existe un recubrimiento valorativo o estimativo de desagrado. En definitiva el dolor desde un punto de vista moral es un disvalor, o valor negativo, visto siempre desde la perspectiva subjetiva de quién estima lo que es bueno o malo para él mismo. El dolor puede, por lo tanto, ser abordado como hecho, dato objetivo de experiencia física o como disvalor, estimación negativa del que juzga moralmente los hechos. En definitiva, como en cualquier valor nos encontramos, como decía Ortega, ante «una sutil casta de objetividades» ya que no existen hechos objetivos sin valores subjetivos, ni valoraciones puras que no posean algún soporte material objetivo. El dolor, por tanto, no es ni puramente objetivo ni puramente subjetivo. Sin embargo, hablando del dolor es importante distinguir entre lo que son los datos objetivos (hechos) y las construcciones intelectuales sobre los hechos, es decir, las hipótesis, teorías o explicaciones que nos podemos dar sobre esos hechos. La ciencia explica, a partir de hechos primarios de la percepción, lo que es la realidad allende ella. Se trata de una hipótesis o explicación cuyo objetivo es explicar por qué los hechos perceptivos son como son. Así, por ejemplo, las diversas teorías fisiopatogénicas sobre el dolor, sus mecanismos causales y sus posibles formas de interferirlo, suprimirlo o aliviarlo. La medicina moderna, heredera del positivismo, ha tendido a considerar prioritariamente los datos objetivos de la experiencia, esto es: los hechos objetivos, su realidad física y a formular las hipótesis fisiopatogénicas más adecuadas como soporte explicativo. Pero, es necesario resaltar que el dolor, no sólo es el dato físico objetivo, el posible agente causal efectivo, sino, sobre todo, un juicio estimativo con una resultante negativa o disvalorativa subjetiva del que lo padece. Cualquier aproximación al dolor desde los puros hechos o datos objetivos de la experiencia no permiten comprender en su realidad el sentido del dolor y, por consiguiente, tampoco justificar suficientemente una teoría fisiopatogénica del mismo, o el resultado de un tratamiento para aliviarlo, sin contar con el componente subjetivo o valorativo del paciente. Ahora bien, el dolor puede ser producido, en la práctica generalidad de los individuos, por ciertos estímulos externos a la integridad de un cuerpo viviente o sintiente. Tal es el caso de la cirugía, que requiere abrir o herir el cuerpo para abordar el órgano internamente. El fin perseguido que es beneficente, lograr la extirpación o reconstrucción de lo dañado, produce unas consecuencias negativas que responden al término coloquial de «sufrir la intervención», y ello supone siempre un padecimiento de dolor asociado que puede ser muy importante. Por ello, el balance riesgo/beneficio debe ponderar la indicación de la intervención, y por consiguiente la aceptación o no, por el propio paciente, de someterse al tratamiento indicado. En estos casos se trata de un dolor producido como consecuencia de un acto transitivo, es decir una actuación de un sujeto (el 12 1. Reflexiones sobre el dolor y el fin de la anestesia cirujano) distinto del agente que la soporta (el paciente). El grave problema que supone para el cirujano la aplicación del principio de «primum non nocere» únicamente podría ser justificado si los beneficios conseguidos para el paciente fuesen suficientemente grandes. Es aquí donde cobra su valor la aportación científica de la «anestesia», es decir de los procedimientos asociados a la cirugía que permiten suprimir o aliviar el dolor durante la intervención. Es ésta una conquista no sólo técnica sino especialmente moral ya que gracias a ella el gravísimo principio de «ante todo no dañar» permitió a los cirujanos ejercer y ampliar las indicaciones, y, en definitiva, beneficiar mucho más a los pacientes, así como también desarrollar las propias especialidades quirúrgicas hasta lugares inimaginables antes de que la anestesia lo permitiese. Es cierto que la anestesia ha venido a corroborar nuestras teorías fisiopatogénicas del dolor, pero el gran logro es, en mi opinión, el beneficio moral que ha traído, a su vez, el desarrollo posterior de mejores y menos arriesgados métodos de anestesia. La eficiencia de la anestesia no puede medirse más que con una buena ponderación de su eficacia frente al dolor provocado e ineludible cuando la técnica anestésica no acompaña al momento quirúrgico. En resumen, tal y como he comentado todo dolor es un disvalor y puede ser abordado desde al menos tres perspectivas diferentes: primero, como hecho o dato de percepción objetiva; segundo, como construcción intelectual o de explicación fisiopatogénica y tercero, como acto de estimación subjetiva realizada sobre los datos de la percepción. En el caso del dolor relacionado con la cirugía y de los fines propios de la anestesia lo más radical se juega en el proceso de estimación que posee unas características propias que podemos analizar más detenidamente. En primer lugar, el dolor en relación con los fines de la anestesia se refiere a un dolor directo. La causa eficiente del dolor es bien clara; la agresión quirúrgica. Dura lo que dura la agresión y sus consecuencias más inmediatas y no es previsible que genere o derive hacia dolores crónicos vinculados al acto quirúrgico. Se trata de un dolor previsible tanto en su momento de aparición como en su duración e intensidad y tiene asimismo un final también previsible. Sobre estas predicciones de dolor provocado se produce el beneficio posible y el fin próximo de la anestesia. Existe, pues, un fin inmanente o propio de la anestesia ejercida en conjunción y durante el acto quirúrgico y, por ello, no es una terapéutica antidolorosa, sino una parte esencial de la propia indicación quirúrgica. En segundo lugar, el dolor en relación con la indicación de anestesia es un dolor producido por un acto transitivo. Es el cirujano el que lo produce. La agresión quirúrgica no está producida ni controlada por el paciente en ningún momento. Es un aspecto esencial, como ya he dicho, en la consideración moral del daño justificado a un tercero. Si no fuese por la anestesia es seguro que muchas indicaciones quirúrgicas dejarían de estar indicadas y pasarían a ser maleficentes. No es el desarrollo tecnológico el que produce la indicación, sino el beneficio obtenido según experiencia, y el mayor beneficio es, en principio, evitar o suprimir el dolor y el sufrimiento. En tercer lugar, es un dolor evitado gracias a la anestesia. No es lo mismo lo evitado que lo aliviado. Lo que no llega a producirse, lo evitado, no genera conciencia o experiencia de dolor en el paciente dormido. Por ello, lo puramente impresivo del estímulo nociceptivo no conlleva ninguna reacción emocional directa y asociada al dolor, ni tampoco ninguna respuesta tendencial como podría ser la huida, el grito, la defensa, etc. Los dolores generales, los crónicos, los otros dolores que no se asocian con la anestesia o los actos quirúrgicos siempre tienen componentes importantes emocionales o afectivos, y siempre desencadenan actitudes que mueven la voluntad en un cierto sentido. La valoración de esos componentes afectivos y 1. Reflexiones sobre el dolor y el fin de la anestesia 13 volitivos confieren a los dolores un carácter mucho más complejo, profundo, transcendente que limita en gran medida la valoración, las posibilidades de mejora y de comunicación intersubjetiva. En cuarto lugar, la eficiencia de la anestesia en cuanto al control del dolor quirúrgico es hoy en día algo casi garantizado con proyección general y universalizable. Pocas cosas en medicina tienen un efecto tan beneficioso, tan directo y previsible, y es evidente que constituye una de las mayores conquistas de la medicina moderna; irrenunciable en tanto que existan indicaciones quirúrgicas. Forma parte de nuestras creencias cotidianas tanto para los médicos como para los pacientes, aquí y allá, en cualquier situación y para todo el mundo.