Lecciones políticas de Maquiavelo

Anuncio
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLITICO Y SOCIAL
IPA 2008
PROFESORADO DE DERECHO
NICOLÃ S MAQUIAVELO Y EL PRÃ NCIPE
LECCIONES PARA LA VIDA, LA POLÃ TICA, LA EMPRESA Y MÃ S...
à NDICE
1.- CONTEXTO SOCIAL, HISTÃ RICO Y POLÃ TICO
2.- NICOLÃ S MAQUIAVELO: BIOGRAFÃ A Y OBRAS. CRONOLOGÃ A
3.- EL PRÃ NCIPE: CONTENIDO
4.- SELECCIÃ N DE TEMAS Y TEXTOS
5.- ANÃ LISIS Y VALORACIÃ N
6.- BIBLIOGRAFÃ A
1.- CONTEXTO SOCIAL, HISTÃ RICO Y POLÃ TICO
1.a. EL RENACIMIENTO
           Hacer una breve presentación de un tema como el Renacimiento resulta difÃ−cil,
ya que es una tremenda revolución en la mentalidad de las elites intelectuales de Europa Occidental.
           Esta nueva visión del mundo fue una visión completa: implicó una nueva
economÃ−a, una nueva polÃ−tica, una nueva teologÃ−a, una nueva antropologÃ−a, una nueva filosofÃ−a
natural.
           Fue también un fenómeno eminentemente intelectual, que afectó en primer
medida a los pensadores, estudiosos y productores culturales europeos. No deberÃ−amos utilizar el término
Renacimiento para caracterizar la totalidad de una época. En realidad, el Humanismo fue un fenómeno,
una corriente de pensamiento eminentemente aristocrática y elitista. El hombre común -el campesino, el
artesano, el sirviente, el mendigo, el comerciante- vio su vida relativamente poco afectada por esta
revolución de mero corte intelectual.
Generalmente se olvida que fue también un perÃ−odo de guerras violentas, de persecuciones de
criptojudÃ−os en España, de quema de brujas en Italia, de estallidos de crisis religiosas y psicosis
milenaristas, de una elevada subida de los precios de los productos agrÃ−colas básicos, de abusos contra los
indÃ−genas americanos cometidos por muchos de los primeros conquistadores.
La transformación intelectual que afectó a la elite cultural europea constituye un tema clave en la Historia
de la cultura occidental que merece se examinado con detenimiento. Como una muy limitada muestra de ello,
la aportación de Maquiavelo a la profunda transformación en las mentalidades ocurrida a finales del siglo
1
XV y comienzos del siglo XVI.
          Con esta célebre obra, objeto de nuestra atención, Maquiavelo no sólo funda la
ciencia polÃ−tica moderna, sino que impulsa -como nunca antes nadie- la consolidación de un campo
autónomo de pensamiento y conocimiento humano, al margen del pensamiento teológico. En esta obra
Maquiavelo independiza brutalmente al pensamiento polÃ−tico del discurso religioso cristiano. En efecto,
presenta una ética, una escala de valores opuesta a la lógica de la moral cristiana oficial.
Para Maquiavelo, aquellas virtudes que la teologÃ−a moral alaba en mayor medida, constituyen graves
errores en la práctica polÃ−tica. En su decálogo invertido, aquellas virtudes que permiten a un hombre
ganar el cielo, pueden provocar, sin embargo, a un PrÃ−ncipe la perdida de su estado. De hecho, Maquiavelo
sugiere entre lÃ−neas que, en un mundo perverso como el que vivimos, quien cumple con los preceptos del
Decálogo judeo-cristiano, ...más camina a su ruina que a su preservación.
El mismo capÃ−tulo 15, de donde se ha extraÃ−do el siguiente párrafo, incluye una de las frases más
revulsivas de todo el libro: el PrÃ−ncipe debe aprender a ser malvado según su conveniencia y necesidad; se
trata, del precepto que justifica cualquier medio para alcanzar un fin, aunque nunca llegue a expresarse de tal
manera.
Ciertamente, no nos cuesta demasiado entender las razones por las que El PrÃ−ncipe pasó a integrar
rápidamente la lista de libros condenados por la Iglesia romana.
Réstanos tratar de la conducta y procedimientos que debe seguir un PrÃ−ncipe con sus súbditos y con sus
amigos. Sé que muchos han escrito de este asunto y temo que al hacerlo ahora yo, separándome de las
opiniones de los otros, se me tenga por presuntuoso. Pero mi intento es escribir cosas útiles a quienes las
lean, y juzgo más conveniente irme derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a cómo se las imagina;
porque muchos han visto en su imaginación repúblicas y principados que jamás existieron realmente.
Tanta es la distancia entre cómo se vive y cómo se deberÃ−a vivir, que quien prefiere a lo que se hace lo
que deberÃ−a hacerse, más camina a su ruina que a su preservación, y el hombre que quiere portarse en
todo como bueno, por necesidad fracasa entre tantos que no lo son, necesitando el PrÃ−ncipe que quiere
conservarse, aprender a poder ser no bueno y a usarlo o no usarlo, según su necesidad.
Prescindiendo, pues, de PrÃ−ncipes imaginados, digo que todos los hombres de quienes se habla, y
especialmente los PrÃ−ncipes, poseen cualidades dignas de elogio o de censura: unos son liberales, otras
avaros, algunos crueles y otros compasivos; unos afeminados y miedosos, otros animosos y aún feroces;
humildes o soberbios; castos o lascivos; sinceros o astutos; religiosos o incrédulos.
Comprendo que en el concepto general serÃ−a por demás laudable encontrar en un PrÃ−ncipe todas las
citadas cualidades, las que se tienen por buenas; pero no siendo posible tenerlas ni practicarlas por entero,
porque no lo consiente la condición humana, el PrÃ−ncipe debe ser tan prudente que sepa evitar la infamia
de aquellos vicios que lo privarÃ−an del poder, y aún prescindir, mientras le sea posible, de los que no
acarrean tales consecuencias. No debe tampoco cuidarse de que le censuren aquellos defectos sin los cuales
le serÃ−a difÃ−cil conservar el poder, porque, considerándolo bien todo, habrá cualidades que parezcan
virtudes y en la aplicación produzcan su ruina, y otras que se asemejen a vicios y que, observándolas, le
proporcionen seguridad y bienestar.
1.b. CONTEXTO HISTÃ RICO Y POLÃ TICO
Cambios socioculturales en Florencia
Florencia se encontraba entre los siglos XIII a XV, en el corazón de una zona muy fragmentada
polÃ−ticamente, en el interior de la cual no deja escapar ocasión alguna que se presentase de ampliar su
2
propio territorio. Hacia 1450, la república de Florencia alcanzará una superficie de unos 15.000 Km2,
llegando desde los alrededores de Bolonia hasta la UmbrÃ−a.
La extensión de la soberanÃ−a florentina se obtuvo con frecuencia, gracias a la compra de ciudades
(Livorno, Borgo San Sepolcro); otras veces se conquistaban por la fuerza de las armas (Pisa).
Florencia aumentó de forma considerable su población, pasando de 50.000 habitantes a casi 100.000
habitantes hacia el año 1300; pero la curva demográfica florentina se orientó en ese momento hacia un
descenso, en parte provocado por las epidemias que azotaron las poblaciones de Europa en los siglos
XIV-XV. Ante este panorama, el hecho de convertirse en el centro polÃ−tico de un territorio más vasto no
favoreció la evolución de Florencia. La demografÃ−a de los dominios florentinos fue siguiendo poco más
o menos una tendencia análoga a la de su capital.
La mayor preocupación del Común radicaba en asegurar la libertad y la seguridad de las vÃ−as
comerciales que lo unÃ−an a su vastÃ−sima área económica. La situación polÃ−tica italiana durante este
perÃ−odo está en un momento de transición continua; a los antiguos Comunes (cuyas dimensiones, en
general apenas sobrepasaban los lÃ−mites de la ciudad), los van sustituyendo poco a poco las SeñorÃ−as,
que englobaban varios burgos y ciudades y que dominaban las familias más ambiciosas, que imponÃ−an a
menudo organizaciones autoritarias a sus territorios.
La ciudad toscana nos ofrece el caso de una zona dominada por un sistema Común, que trata de erigirse en
Estado territorial, pero manteniendo su base republicana.
En su constitución interior Florencia, siguió apocada a las fórmulas comunales que habÃ−an madurado
durante el siglo XIII; en los siglos siguientes se verá afectada por todo un proceso de transformaciones, que
no logrará hacerla desaparecer.
Las magistraturas que regentaban Florencia, permanecerán invariables hasta el siglo XV y vendrán
caracterizadas por la brevedad de sus funciones y por el ejercicio colegiado del poder. Tratándose de una
comunidad soberana, la autoridad de sus magistrados emanaba directamente de la misma. No todos eran
electores, ya que no todos gozaban de derechos polÃ−ticos (los ciudadanos con tales derechos, eran sólo una
minorÃ−a). A los habitantes de las campiñas próximas se les denegó la participación en el poder, por
cuanto sólo podrÃ−an ser electores aquellos que hubieran sido inscritos en algunas de las asociaciones
corporativas de oficios (Artes) y que fuesen contribuyentes en regla con los impuestos. Los florentinos
designaban a sus magistrados por sorteo, extrayendo sus nombres de cierto número de bolsas en los que
habÃ−an sido depositados con anterioridad. Para formar parte de los elegibles era preciso haber obtenido dos
tercios de los votos, en el momento de la renovación de candidatos.
La duración de los cargos polÃ−ticos era muy breve, como muchos de los Comunes italianos de la Edad
Media, que imponÃ−an un sistema rápido de rotación para las magistraturas. En Florencia, los nueve
miembros de la magistratura suprema, alcanzaban un mandato de sólo dos meses de duración y tan sólo
después de dos años podÃ−an nuevamente formar parte de ella. Se les llamaba Priores, siendo además
representantes de las Artes ante el gobierno. Uno de éstos priores, denominado Gonfaloniero, cumplirá
funciones como la de ser portaestandarte del Común o presidir la jefatura de las fuerzas armadas y el consejo
de Priores.
El gobierno era, en fin, colegiado, y las decisiones de la SeñorÃ−a no eran viables sin la mayorÃ−a de los
dos tercios de los magistrados. Tales decisiones se tomarán a menudo con el concurso de otros dos consejos
restringidos: el Colegio de los Buenos Hombres (doce miembros); y el Colegio de los Gonfalonieros (cuatro
por distrito y dieciséis en total; cada distrito aportaba cuatro compañÃ−as ciudadanas armadas). Desde
1329 la corporación legislativa se componÃ−a de dos Consejos, el del Podestá (doscientos cincuenta
ciudadanos), y el del Capitán del Pueblo (trescientos ciudadanos). Estos órganos habituales del poder eran
3
regidos a veces, en momentos polÃ−ticamente cruciales, por una asamblea soberana o Balia, a la que se
conferÃ−a la autoridad absoluta, de modo coyuntural. Este órgano era elegido por el pueblo, reunido en la
plaza de la SeñorÃ−a, teniendo reconocido el poder de tomar decisiones sin apelación, si bien los
magistrados seguÃ−an en sus puestos.
Los florentinos vivieron mucho tiempo ciñéndose a su constitución comunal, fundamentada en los
Ordinamenti di Giustizia, de 1293, hasta la segunda mitad del siglo XV; no hubo tentativas serias de
modificación debido, quizás, a los recuerdos que acerca de grandes conflictos y esfuerzos mantenÃ−a la
ciudadanÃ−a, lo que provoco a su vez que acabara siendo considerada intocable a los ojos de la mayorÃ−a de
los ciudadanos.
AsÃ− es como, desde el siglo XIII, el régimen florentino se presenta a la vez como popular, democrático
y republicano y, sin embargo, desde sus orÃ−genes hasta su final, la República de Florencia, fue fundada
sobre la exclusión de una parte importante de sus habitantes en la participación activa en la vida polÃ−tica.
Toda la historia de Florencia, se inscribe bajo el signo de la ofensiva más o menos victoriosa de una elite
social que consigue hacer ilusorias las conquistas polÃ−ticas de la constitución comunal. El pueblo de
Florencia (sus hombres de empresa, los comerciantes y los artesanos), habÃ−an hecho de la ciudad toscana
uno de los centros más importantes de la producción textil de Occidente; toda una serie de actividades
diversas (desde el comercio hasta la banca), se habÃ−an desarrollado en torno a este motor de la vida
económica ciudadana.
La gran debilidad de las clases bajas florentinas consistÃ−a en que se mantenÃ−an aferradas al sistema
corporativo, por cuanto se consideraba una estructura válida a la que era preciso acudir, consiguiendo los
notables vaciarlo plenamente de substancia, tanto en el terreno económico como en el polÃ−tico.
La industria florentina, tenÃ−a caracteres peculiares que separaban a los asalariados de los empresarios, ya
que estos , disponÃ−an de los medios para asegurarse la solidaridad de los dueños de las empresas
complementarias. La incipiente burguesÃ−a importaba las materias primas, gestionaba las tareas productivas
intermediarias, comercializaba el producto acabado.
AsÃ−, quienes se hicieron con el control de los sectores claves de la economÃ−a urbana, serÃ−an igualmente
designados para dirigir la polÃ−tica de su ciudad. Florencia no medraba gracias a grandes instituciones
religiosas o culturales; la base de su poder residÃ−a en su economÃ−a, por lo que, quienes destacaban en la
actividad económica no podÃ−an dejar de constituir su clase dirigente, resultando inevitable que, pausada
pero incesantemente, sus miembros fueran superando las encarnizadas rivalidades familiares y de clase que
les habÃ−an enfrentado, llegando a unirse en la vida social, para conseguir un dominio casi total sobre la
ciudad.
Florencia, que desde finales de la Edad Media constituyó uno de los polos más activos de la penÃ−nsula
italiana, seguirá jugando un papel dominante en el campo cultural; a modo de ejemplo, tan solo citar a
Dante, Petrarca, Bocaccio, Brunelleschi, Donatello, Masaccio, Leon Battista Alberti, Andrea del Castagno,
Filipo Lippi, Piero della Francesca, Andrea del Verrocchio o Benozo Gozzoli. Gracias a estos y otros nombres
Florencia se convertirá en un verdadero centro artÃ−stico, al cual volverán su mirada otras áreas
europeas, tomándola como referencia a seguir.
Italia y la cuestión del Estado absolutista
Si bien es cierto que el estado absolutista surge en el Renacimiento, en Italia, debido a las instituciones
universales (Papado e Imperio Germánico) no se llegó nunca a la formación de una monarquÃ−a
territorial unificadora. El determinante fundamental del fracaso absolutista recae en el temprano desarrollo del
capital mercantil en las ciudades del norte de Italia, que impidió la aparición de un poderoso Estado feudal
4
reorganizado en el plano nacional.
La riqueza y la vitalidad de las comunas lombardas y toscanas derrotó el más serio esfuerzo por establecer
una monarquÃ−a feudal unificada, que podrÃ−a haber echado las bases de un absolutismo posterior. El
eclipse simultáneo del Imperio Germánico (Federico II, Manfredo) y del Papado (Alejandro III, Inocencio
IV, Urbano IV), convirtió a Italia en el eslabón débil del feudalismo occidental.
Desde mediados del siglo XIV hasta mediados del siglo XVI, diferentes ciudades norteñas y del centro
ubicadas entre los Alpes y el TÃ−ber vivieron una revolucionaria experiencia histórica, el renacimiento de la
civilización de la Antigüedad clásica.
La civilización renacentista que apareció en Italia fue de una gran vitalidad; su evolución polÃ−tica fue
diferente a la de sus prototipos de la antigüedad clásica. Mientras que las repúblicas municipales de la
época clásica dieron lugar a imperios universales, sin ninguna ruptura básica de su continuidad social,
debido a que el expansionismo territorial era una prolongación natural de su inclinación militar y agraria,
las ciudades del Renacimiento siempre estuvieron en desacuerdo con el campo; su legislación se
concentraba en la propia economÃ−a urbana; eran repúblicas con sufragio formal y gobernadas por grupos
restringidos de banqueros, manufactureros, mercaderes y terratenientes, cuyo denominador común era la
riqueza, la posesión de un capital.
El protagonismo económico de las ciudades del Renacimiento italiano, se mostró precario en tanto
dependiente de las cortes internacionales, en competencia con los paños ingleses y franceses y las marinas
holandesa e inglesa, influenciado las bancarrotas españolas, siendo al mismo tiempo la estabilización
polÃ−tica de las oligarquÃ−as republicanas surgidas de las luchas entre los patriciados y los gremios,
difÃ−cil. El conjunto de estas tensiones (en las ciudades del norte y del centro de Italia) constituyó el marco
para el auge de las SeñorÃ−as.
La expansión de las Comunas condujo a la conquista de las ciudades por los señores rurales cuyos
territorios se habÃ−an incorporado a ellas. La mayor parte de los primeros tiranos del norte, feudatarios o
Condottieri, tomaron el poder valiéndose de su situación de poder en las ciudades.
La soberanÃ−a de las SeñorÃ−as acostumbró a tener dudosa legitimidad, por cuanto se basaban en el
fraude personal y la fuerza, sin disponer de sanción colectiva en la jerarquÃ−a o cumplir las normas
aristocráticas y, a pesar de su modernismo, fueron de hecho incapaces de generar la forma de Estado
caracterÃ−stica de la primera época moderna, el absolutismo monárquico unitario.
El meollo del problema de la unidad italiana durante el Renacimiento consistÃ−a en la ausencia de una
nobleza feudal dominante, lo que impidió la aparición en Italia de un absolutismo peninsular; y derivado de
ello, la de un Estado unitario contemporáneo de los de Francia o España.
2.- NICOLÃ S MAQUIAVELO: BIOGRAFÃ A Y OBRAS. CRONOLOGÃ A
Niccoló Machiavelli, castellanizado Nicolás Maquiavelo, nació en 1469, hijo de un hombre de leyes, de
familia de cierta raigambre, aunque de escasos recursos. Recibió una completa formación humanÃ−stica,
para entrar en 1498 al servicio de la república florentina como secretario de la cancillerÃ−a Su vida fue
consagrada a la teorÃ−a y praxis polÃ−tica, la que dedujo de la observación y su experiencia directa de la
confusión polÃ−tica. En 1498, cuando contaba con 29 años, fue nombrado Secretario de la SeñorÃ−a de
Florencia, equivalente hoy en dÃ−a a un Secretario de Relaciones Exteriores, cargo que durante más de
catorce años. Siempre lo desempeñó con entereza y honestidad, demostrando una inigualable capacidad
diplomática, pero sus actividades se extendieron a numerosas misiones diplomáticas, tanto con sus vecinos
italianos como con los soberanos de Europa. Si analizamos la vida y las obras de Maquiavelo, nos damos
cuenta de que en realidad el menos maquiavélico de los hombre fue él mismo.
5
Del encuentro con el emperador Maximiliano surgió, en 1508, su obra Informe sobre los asuntos de
Alemania; de unas misiones con el rey Luis XII nació, en 1510, el Informe sobre los asuntos de Francia;
después de pasar un tiempo al lado de César Borgia escribió, en 1503, la Exposición sobre la forma
como el Duque de Valentinois derrotó a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto de Fermo, el señor Pagolo y el
duque Gravina Orsini.
En quince años de República Florentina, hasta la vuelta al poder de los Médici, en 1512, tuvo variadas
responsabilidades polÃ−ticas y técnicas, incluyendo la organización militar completa de cuerpos de
infanterÃ−a y de caballerÃ−a.
En el año 1513 fue alejado del poder, fue destituido de su puesto, encarcelado y torturado. Fue puesto en
libertad cuando se decreto la amnistÃ−a a los presos polÃ−ticos en honor a la elevación al solio Pontificio
del Cardenal Juan llegando a sufrir tortura. Fue confinado en su casa de campo y fracasó en sus numerosas
tentativas de lo que algunos crÃ−ticos han considerado fue pretender la simpatÃ−a de los retornados
Médici, nuevos amos de Florencia y de Roma, en tanto que otros lo consideran presentar su propia valÃ−a
y buscar el reconocimiento merecido.
En todo caso y fruto parcial de esta situación de inactividad, nacieron De Principatibus, Discorsi sopra la
prima deca di Tito Livio e Iistorie Fiorentine. Con excepción de esta última obra, sus demás escritos
fueron publicados después de su muerte.
Sólo retomará (parte) de sus anteriores funciones polÃ−ticas en el año 1526, para morir poco tiempo
después, en junio de 1527.
La experiencia en la actividad polÃ−tica, asÃ− como las dotes de observador para conocer la psicologÃ−a del
polÃ−tico y los intereses que mueven a las masas, unido todo ello a su agudeza y brillante estilo, han hecho
de Nicolás Maquiavelo uno de los más leÃ−dos, aunque también más discutidos escritores polÃ−ticos.
No fue un teórico contemplativo; trató de deducir de la práctica polÃ−tica una teorÃ−a experimental del
Estado y sus actores, fueran éstos PrÃ−ncipes o pueblos. Ha tenido ilustres admiradores (Napoleón,
Richelieu) y acérrimos detractores, como Federico de Prusia, que lo retrató en su Anti-Maquiavelo.
La obra literaria de Maquiavelo contiene, aparte de otros escritos menores:
- De Principatibus, El PrÃ−ncipe (1513)
- Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1513-19)
- Dell'arte della guerra, El arte de la guerra (1516-20)
- Istorie fiorentine, Historia de Florencia (1521-25)
- Belfagor arcidiavolo (1549)
- La Mondragola, La mandrágora (1520)
- Clizia (1549).
CRONOLOGÃ A
1469
El 3 de mayo nace Nicolás Maquiavelo en una antigua y noble familia toscana.
6
El estado florentino es una república donde los Médici, de hecho, ejercen la soberanÃ−a absoluta.
1469-1470
A la muerte de Pedro de Médici, le suceden sus hijos Lorenzo y Julián.
1478
Abril: conjura de los Pazzi contra Lorenzo y Julián de Médici, que resulta muerto.
1492
Abril: Muerte de Lorenzo de Médici, llamado el Magnifico. Le sucede su hijo Pedro II.
1494
Expedición de Carlos VIII a Italia. Pisa se sacude el yugo de Florencia.
Los Médici son expulsados de la ciudad. Se proclama la República.
Savonarola es omnipotente en Florencia.
1497
Excomunión de Savonarola.
1498
Suplicio de Savonarola.
Junio: A los 29 años Maquiavelo ingresa en la CancillerÃ−a florentina como Secretario.
Julio: Se incorpora al servicio de los diez magistrados encargados de la guerra y de los asuntos extranjeros.
1499
Marzo: Es enviado en misión ante el señor de Piombino.
Junio: Es enviado ante Catalina Sforza, en el sitio de Pisa.
1500
Primera legación de Maquiavelo en Francia.
1502
Maquiavelo es enviado en comisión a Arezzo. Acompaña a Urbino, para negociar con César Borgia, y a
monseñor Soderini, obispo de Volterra y futuro cardenal, hermano de Soderini, que pronto será
Gonfalonero vitalicio.
Octubre: Legación de Maquiavelo ante César Borgia en Imola.
Maquiavelo presencia el asunto de Sinigaglia.
1503
Legación de Maquiavelo en Roma, después de la muerte de el Papa Alejandro VI.
1504
Segunda legación de Maquiavelo en Francia.
Misión a Piombino. Publica un poema, La Primera Decenal.
7
1505
Misión de Maquiavelo a Mantua. Misión ante el ejército florentino que sitia Pisa.
1506
Diversas misiones de Maquiavelo sobre el territorio de la República.
Segunda legación de Maquiavelo ante el Papa Julio II, al que seguirá en su expedición guerrera.
1507
Misión de Maquiavelo a Piombino, a Siena, a Bolzano.
1509
Misión de Maquiavelo ante el ejército que sitia Pisa. Legación en Mantua, en Verona. Maquiavelo
publica La segunda decenal.
1510
Tercera Legación de Maquiavelo en Francia. Legación en Siena
1511
Misión de Maquiavelo ante Luciano Grimaldi en Mónaco.
Cuarta Legación de Maquiavelo en Francia.
Maquiavelo es comisionado para reclutar tropas en el territorio de la República.
1512
Misión de Maquiavelo en Pisa.
Regreso de los Médici a Florencia y destitución de Maquiavelo.
1513
Maquiavelo es aprisionado y es liberado despuesde meses.
Es exiliado de Florencia a su casa de campo en San Casciano.
Sostiene una activa correspondencia con su amigo Francisco Vettori.
Escribe De Principatibus y trabaja al mismo tiempo en los Discursos sobre la Primera Década de Tito
Livio.
1514
Notable actividad literaria de Maquiavelo.
1516
Ofrece a Lorenzo, duque de Urbino, el tratado de El PrÃ−ncipe.
1518
Maquiavelo asiste regularmente a las reuniones literarias en los jardines de los hermanos Rucellai en
Florencia. Prosigue con su actividad literaria.
1519
8
Maquiavelo es encargado por el cardenal Julio de Médici, futuro Clemente VII, de escribir la Historia de
Florencia. Termina su libro El Arte de la Guerra.
1521
Misión confiada a Maquiavelo por el gobierno de los Médici, ante los Hermanos Predicadores de Carpi.
1525
Legación de Maquiavelo en Venecia.
1526
Numerosas misiones de Maquiavelo ante el ejército de la Liga.
1527
Toma de Roma por las tropas imperiales mandadas por el Condestable de Borbón.
Los Médici son expulsados de Florencia. Maquiavelo parte en misión a Civita-Vecchia ante el almirante
Doria.
Regresa, enfermo, a Florencia.
Muere a los 58 años el 22 de junio.
Es inhumado en Santa Croce.
1532
Publicación de El PrÃ−ncipe, los Discursos y la Historia de Florencia.
3.- EL PRÃ NCIPE: CONTENIDO
Junto con el nombre de Nicolás Maquiavelo nos surgen en la mente ideas de complots, intrigas,
hipocresÃ−as, mentiras, o figuras como la familia Borgia, desde el Papa Alejandro VI a sus hijos Lucrecia y
Cesar Borgia.
Su libro más famoso, El PrÃ−ncipe, se ha considerado como un manual de crueldades, para un prÃ−ncipe
inmoral, y se dice que, habiendo sido libro de cabecera de múltiple reyes y mandatarios, el mismo
Napoleón lo consideraba de lo más inspirador. El PrÃ−ncipe es el manual del gobernante renacentista:
secular, profesional, nacionalista y expansionista. Es un breviario del arte de conservar el poder, en el que
desiste de todo intento de buscar una justificación teológico-racional del poder: el poder se justifica a sÃ−
mismo y es árbitro absoluto de todo lo que, pretendidamente, eran sus reglas hasta este momento, incluida la
moral. Veremos que tres son los factores que juegan en todo el proceso de adquisición, conservación y
pérdida de los Principados: fortuna, virtud y talento-mérito.
Escrito con gran elegancia y en un estilo claro y sencillo, muestra, asimismo, una gran erudición histórica y
un intelecto poderosos en la capacidad de extraer conclusiones y de razonar, asÃ− como una gran lucidez en
todo lo relativo a las consecuencias polÃ−ticas de la actuación moral. Notable, igualmente, es el
nacionalismo que muestra, pudiendo sostenerse incluso que, salvando las distancias, Maquiavelo fuese
demócrata, republicano y partidario de un gobierno justo y no despótico, sin necesidad de hacer excesivos
esfuerzos.
... Es mejor que el PrÃ−ncipe sea justo (o en todo caso, que lo aparente)...
En los primeros capÃ−tulos trata de los diferentes tipos de principados y como debe de comportarse un
9
PrÃ−ncipe con relación a su conquista y administración; resalta entre sus conclusiones:
... los hombres cambian con gusto de señor, creyendo mejorar; y esta creencia los impulsa a tomar las
armas contra de él; en lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado...
y esto es algo que se olvida tanto en empresas como en gobiernos. Aconseja al nuevo PrÃ−ncipe, que si el
principado que conquistó es de la misma provincia y lengua que el anterior, va a ser relativamente fácil
mantenerlo, si no es casi imposible, más aún si el estado era un estado relativamente democrático. Esto
puede ayudar a entender porque las fusiones y adquisiciones de empresas tienen tantos problemas con su
administración: sólo precisamos cambiar lengua y provincia por cultura organizacional.
Por otro lado, debe cuidarse tanto de que la descendencia del anterior PrÃ−ncipe desaparezca como de que los
tributos y las leyes se mantengan inalteradas; ello es sumamente importante para evitar concitar el odio del
pueblo, porque:
... los hombres olvidan primero la muerte de un padre que la perdida de un patrimonio...
Si en lugar de leer desaparezca lo cambiamos por pedir la renuncia, este principio es aplicable cuando se
renueva toda la descendencia del PrÃ−ncipe anterior, tras unas elecciones; pero tampoco el sector
empresarial está de esta práctica: cuando se cambia a un Director General, normalmente se efectúa un
cambio radical en todos los puestos de confianza alrededor de él y luego se continúa el proceso hacia
abajo. Esto nos lleva a otro principio, cual es:
... a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves
no pueden; asÃ− que la ofensa que se haga a un hombre tiene que ser tal que no pueda vengarse...
Pero como los romanos vieron con tiempo los inconvenientes, los remediaron siempre, y jamás les dejaron
seguir su curso para evitar una guerra, porque sabÃ−an que una guerra no se evita, sino que se difiere para
provecho ajeno.... Nunca fueron partidarios de ese consejo que está en boca de todos los sabios de nuestra
época «hay que esperarlo todo del tiempo»; prefirieron confiar en su prudencia y en su valor no
olvidando que el tiempo puede traer cualquier cosa consigo...
No parece, al leer estas palabras, que nos separen quinientos años; más bien nos sentimos confundidos de
su actualidad y como a cada rato se nos dice que hay que esperar... no hay que tomar decisiones
precipitadas... las cosas cambiaran con el tiempo, mientras normalmente en realidad el tiempo juega a favor
de nuestros adversarios. En la mayorÃ−a de los casos es una excusa, una excusa aparentemente noble, lo cual
nos tranquiliza los ánimos, una excusa a una falta de determinación, visión o simplemente que no
sabemos qué hacer, una excusa que nos permite esperar y no arriesgarnos. Luego nos excusaremos que no
tuvimos suerte, mientras que a los que tuvieron éxito los juzgaremos al revés, es decir que tuvieron
suerte. La ocasión propicia, nos dice el florentino, es importante pero también es importante saberla
aprovechar, y eso depende exclusivamente de nosotros y sin los méritos la suerte es inútil.
Estas ocasiones permitieron que estos hombres realizaron felizmente sus designios, y por otro lado sus
méritos, permitieron que las ocasiones rindieran provecho.
El momento más peligroso para un PrÃ−ncipe, llegará cuando lo haga el éxito: éste genera el mayor
peligro, porque despliega seguridad, no permite cuestionar las actuaciones y normalmente lleva al exceso de
confianza; a este respecto, indica:
Esta es la conducta que debe de seguir un PrÃ−ncipe prudente: no permanecer nunca inactivo en los tiempos
de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de
que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle.
10
Poco cuesta ver lo mismo reformulado en un gurú del mundo empresarial como Peter Drucker: las empresas
tienen que cuestionar la validez de su misión y objetivos cuando tienen éxito, porque es el único momento
en el cual tienen el tiempo y los recursos para realizarlo.
Por consiguiente, éstos PrÃ−ncipes nuestros que ocupan el poder hacÃ−a mucho tiempo, no acusen a la
fortuna por haberlo perdido, sino a su ineptitud. Como en épocas de paz nunca pensaron que podÃ−an
cambiar las cosas (es defecto común de los hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza),
cuando se presentan tiempos adversos, atinaron a huir y no a defenderse.
AsÃ− sucede con la fortuna, que se manifiesta con todo su poder allÃ− donde no hay virtud preparada para
resistirle y dirige sus Ã−mpetus allÃ− donde sabe no se han hecho diques para contenerla.
Maquiavelo pasa a analizar cuales son las principales virtudes que tiene que tener un PrÃ−ncipe exitoso, y se
pregunta si tiene que ser pródigo o avaro, y afirma que el PrÃ−ncipe prodigo es amado por poco tiempo por
sus súbditos, porque se quedará rápidamente sin dinero y tendrá que aumentar los impuestos para
balancear sus finanzas, y al cambiar su actitud será tenido por avaro, mientras que si desde el principio es
avaro en realidad será amado porque:
... al ver que con su avaricia le bastan las entradas para defenderse de quién les hace la guerra, y puede
acometer nuevas empresas sin gravar al pueblo, será tenido siempre por más pródigo, pues practica la
generosidad con todos aquellos a quienes no quita, que son innumerables, y la avaricia con todos aquello a
quiénes no da, que son pocos.
Con lo que no es del PrÃ−ncipe ni de sus súbditos se puede ser extremadamente generosos... sólo el gastar
lo de uno perjudica. No hay cosa que se consuma tanto a sÃ− misma como la prodigalidad, pues cuanto más
se la practica, más se pierde la facultad de practicarla...".
Lo mismo pasa con la crueldad: descarta el uso de la crueldad a menos que sea extremadamente necesario,
porque existe una clemencia cruel y una crueldad piadosa:
... porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia,
dejan multiplicar los desordenes, causa de matanzas y saqueos que perjudican a toda la población, mientras
que las medidas extremas adoptadas por el prÃ−ncipe solo van en contra de uno.
Y la pregunta que ha preocupado a innumerables lÃ−deres, surge inevitablemente: ¿vale más ser amado o
ser temido? Es importante resaltar que la palabra que usa es temido y no odiado y asegura que un PrÃ−ncipe
odiado no retendrá mucho tiempo su reino: será derrocado por el pueblo. Lo ideal serÃ−a que fuese temido
y amado a la vez, pero ser amado depende de los demás y no está totalmente bajo control del PrÃ−ncipe,
mientras el ser temido depende de él; termina recomendando que es más conveniente ser temido, para lo
que se apoya, inexorable, en su concepción de la naturaleza humana:
Porque de la generalidad de los hombres puede decirse esto: que son ingratos volubles, simuladores,
cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos,: te ofrecen su
sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se
presenta se revelan... porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y la nobleza del
alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone y llegada la oportunidad no se pueden
utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar de uno que se haga temer;
porque el amor es un vÃ−nculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que
pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca.
Tenemos, sin embargo, que mencionar también la parte más negativa que se le atribuye: el PrÃ−ncipe no
tiene que respetar la palabra dada, sino sentirse vinculado solamente por la razón de estado, donde se resalta
11
la idea del famoso maquiavelismo: una es la ética para la gente otra la ética para el PrÃ−ncipe. Ese
concepto lo sustenta en la perversidad de los hombres: si fuese realmente lo que idealmente se concibe,
deberÃ−a luchar con las leyes, pero el hombre casi siempre, en la lucha, se comporta como un animal, y el
animal lucha solamente con la fuerza (recalca esta idea exponiendo que el Aquiles fue educado por el
centauro Quirón, el centauro, ser mitológico, mitad hombre y mitad animal, porque el lÃ−der tiene que
luchar como ambos, entre los animales como zorro y como león, zorro para poder detectar las trampas y los
engaños y león para tener la fuerza de oponérsele). Todo lo anterior, recalca, no serÃ−a válido si los
hombres fuesen buenos, pero como no lo son y no observaran las leyes para con el PrÃ−ncipe, tampoco el
PrÃ−ncipe lo tiene que hacer para con ellos.
Lo importante es que sea siempre estimado: aconseja al PrÃ−ncipe que se reúna con sus súbditos, converse
con ellos, dé prueba de sencillez y generosidad, pero sin olvidarse jamás de la dignidad que lo inviste y
que no deberá faltarle en ninguna ocasión.
Llega finalmente a preguntar como se sabrá si el PrÃ−ncipe es realmente un buen PrÃ−ncipe, que puede
dirigir con éxito el paÃ−s; simplemente llama la atención hacia los hombres que lo rodean, su siguiente
nivel, escogidos por él: de la capacidad y sabidurÃ−a de ellos se podrá inferir, sin error, la capacidad del
lÃ−der. Y no deberá preocuparse de si el pueblo pregunta si es o no el lÃ−der o en realidad sólo lo parece
porque sus colaboradores son buenos. Esa pregunta no tiene sentido porque:
... ningún PrÃ−ncipe que no sea sabio puede ser bien aconsejado.
Esto es tan importante y tan poco común que en la gestión de empresas se le ha dado hasta un nombre al
efecto contrario efecto pigmeo: el jefe se rodea de gente inferior en capacidad a él, y éstos contrataran a
gente inferior a ellos... y asÃ− hasta llegar a la nada. Porque todos tienen miedo a que sus colaboradores lo
puedan rebasar, aunque con ello lo que demuestran es falta de capacidad y sabidurÃ−a.
Es bien importante que el lÃ−der entienda esto porque para que no se dé el efecto pigmeo la
responsabilidad es suya, no de sus colaboradores. Y más importante es evitar los aduladores: los que
simplemente nos dicen lo que queremos oÃ−r y nos sugieren cómo proceder.
Pero no hay otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al
decir la verdad; y resulta que, cuando todos puedan decir la verdad, faltan al respeto. Por lo tanto, un
PrÃ−ncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombre de buen juicio de su Estado,
únicos a que dará libertad para decir la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y
sólo en ellas. Pero debe interrogarles sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y
después resolver por sÃ− en su albedrÃ−o. Y con estos consejeros comportarse de tal modo que nadie
ignore que será tanto más estimado cuanto más libremente hable... Debe preguntar a menudo, escuchar
con paciencia acerca de las cosas sobre las cuales ha interrogado y ofenderse cuando alguien no se la ha
dicho por temor... Fuera de ellos no escuchar a ningún otro, poner enseguida en práctica lo resuelto y ser
obstinado en su cumplimiento.
Esto nos lleva a reconsiderar el famoso dicho de que "Todo pueblo tiene el gobierno que se merece"
completándolo con "Todo jefe tiene a los subordinados que se merece"; depende de él que sean buenos
subordinados, que hablen con la verdad, que no sean solamente aduladores, que solamente buscan la forma de
complacer. Cesare Romiti, Administrador delegado de la FIAT, al preguntársele que esperaba de un
subordinado contestó: " No quiero un colaborador fiel, para eso me compro un perro, no necesito alguien que
trate de adivinar lo que quiero escuchar para agradarme, quiero un hombre que me sea leal, que si no está de
acuerdo conmigo me lo diga de frente y lo sostenga con razones...". Lealtad no es fidelidad y siempre tenemos
la tendencia a confundirnos: lealtad es una virtud en el mundo administrativo; la fidelidad es una falta, que
nos produce tal vez placer, pero no nos es útil en cuanto a obtener buenos resultados. En las empresas,
muchas veces procedemos precisamente al revés: tenemos miedo y nos molesta si alguien no esta de
12
acuerdo con nosotros, cuando deberÃ−amos nombrar un abogado del diablo para asÃ− poder asegurar que la
decisión que se tomó fue considerando todas las razones posibles en contra. Se cuenta que Alfred Sloan,
Presidente de la General Motors, al someter una decisión a su consejo y al no recibir ninguna objeción
concluyó: "Si no hay ninguna objeción es probable que sea una mala decisión. Será mejor irnos a dormir
y regresar mañana para discutir los problemas que se nos ocurrirán al examinar un poco más la
propuesta".
Nicolás Maquiavelo creó una muy importante en materia polÃ−tica. Describió con exactitud la situación
de su época, contribuyendo a fundar las bases de la polÃ−tica moderna. Aunque su teorÃ−a es calificada
muchas veces de perversa, hay que tener en cuenta que las ideas de está fueron extraÃ−das de los actos
polÃ−ticos del siglo XV.
Maquiavelo no es el creador del sistema polÃ−tico que recomienda. El análisis que realiza sobre los
diferentes procedimientos eran practicados por Felipe el Hermoso, Luis XI, Enrique VII, Isabel de Inglaterra,
las repúblicas y los prÃ−ncipes italianos. Se le atribuye el principio de que "El fin justifica los medios", que
parece fluir en muchos pasajes de su obra, pero esa actitud ya era implementada por los mandatarios de la
época. à l sistematiza la realidad polÃ−tica de esa época.
En él virtud tiene el significado de los antiguos: capacidad y fuerza, la cual puede dar pie a
comportamientos (justificados según él, tratándose de polÃ−tica).
Toda esta concepción está fundamentada en un método que Maquiavelo expone con claridad: hay que
buscar el realismo en la polÃ−tica, una "verdad efectiva" que se mantenga al margen de mitos y utopÃ−as que
hermosean la realidad de una manera hipócrita y que son caracterÃ−sticas de la filosofÃ−a y de la religión.
La historia del hombre demuestra que es imposible extirpar el mal del corazón humano. Con respecto a los
sucesos polÃ−ticos, parece adoptar el esquema cÃ−clico propuesto por Polibio, según el cual, la decadencia
de un estado seguirÃ−a de manera irremisible a su esplendor. Sin embargo, aporta una corrección importante
a ese esquema: ese proceso no es inevitable, dado que puede hacérsele frente con la virtud del pueblo y de
los magistrados, a través de un retorno a los principios que dieron fuerza al primitivo estado. En este punto
entran dos fuerzas que mutuamente se entrelazan: la virtud y la fortuna (suerte, casualidad). La fortuna denota
las condiciones que no dependen de la voluntad ni de la libertad de los hombres, frente a las cuales, sin
embargo, no debe uno refugiarse pasivamente en la esperanza, sino que se debe intervenir activamente para
dominarlas. Maquiavelo adjudica a la virtud posibilidades mucho mayores que a la fortuna. AsÃ−, defiende
que las posibilidades de éxito no pueden relegarse únicamente a la fortuna, sino que dependerán
también de la virtud de quien actúe.
Es Francia el paÃ−s que presenta un mayor desarrollo en cuestión de este tipo de gobierno al conseguir ser la
nación más compacta de toda Europa puesto que a partir de 1439 todo el poder se concentra en las manos
del monarca con lo que poco después puede contar el paÃ−s con un ejercito preparado y además los
impuestos se centralizan con lo cual las pequeñas regiones que disponÃ−an de recursos propios se
encuentran con estos centralizados y ya no tiene el poder anterior para hacer frente al rey.
CONTENIDO POR CAPÃ TULOS
CAPÃ TULOS I-XI
A lo largo de estos once capÃ−tulos, Maquiavelo describe diferentes tipos de principados atendiendo a
cómo se consiguen y a cómo, posteriormente, se conservan, por parte del PrÃ−ncipe.
AsÃ−, tenemos:
1.- Principados hereditarios: Han estado siempre gobernados por un PrÃ−ncipe, por lo que el conservarlos
13
no entraña mucha dificultad. Sólo ha de procurar seguir actuando de manera acorde a lo que sus
antepasados hacÃ−an.
2.- Principados mixtos: Se trata de principados nuevos, pero que han estado anexionados algún tiempo a
otro Estado. Estos principados presentan la peculiaridad de que sus habitantes esperan muchas mejoras con el
cambio de Soberano y, si el PrÃ−ncipe no gobierna bien, se decepcionan y se revelan contra él. De esta
manera, el PrÃ−ncipe no puede confiar ni en las gentes a quien ha arrebatado los territorios ni en su propio
pueblo.
Otra dificultad que puede surgir es que sea un pueblo con lengua, religión y tradiciones totalmente distintas.
Se precisa mucha suerte para poder mantener un Principado asÃ−. La mejor solución es pasar a residir en ese
paÃ−s, pero nunca hay que ocuparlo militarmente o establecer colonias.
Además, deberá defender al débil e ingeniárselas para derrocar a los poderosos, ya que son más
peligrosos que los primeros: es mucho más difÃ−cil que sea arrebatado un el reino si el PrÃ−ncipe está
rodeado de siervos, los cuales le veneran ya que les mantiene y les proporciona riquezas, que si está
acompañado de nobles, avariciosos, fuertes y capaces de cualquier cosa si le odian.
Antes de describir otros tipos de principados, Maquiavelo nos habla de las distintas vÃ−as existentes para
llegar a conseguir gobernar un Principado nuevo.
a) La primera manera es por medio de la virtud y de las propias armas. Conseguir un nuevo principado por
medio de la virtud, es difÃ−cil de ejecutar, pero fácil de mantener después. La dificultad está en que,
una vez conquistado el Principado, debe introducir nuevas instituciones y debe enfrentarse a aquellos a los
que aprovechaba el anterior régimen.
b) Otra forma es por medio de la fortuna. à sta forma, por el contrario, permite más facilidad de
conseguir el nuevo principado, pero representa mayor dificultad el mantenerlo, debido a que suelen ser o
adquiridos por dinero u otorgados por otro. De esta manera, se pasa a depender de quienes anteriormente
reinando.
c) Si se pretende conseguir un reino por medio de la vÃ−a de la conquista usando un ejército propio u
otro ajeno, decir que considera más segura la opción de utilizar ejército propio, ya que tras el uso de uno
ajeno no es prudente mantener la confianza en el mismo, sobre todo si es poderoso.
d) Una forma más conlleva la utilización del crÃ−men y el terror. Las artimañas que se practican para
llegar a gobernar por esta vÃ−a, son tales como asesinatos de ciudadanos notables, traición al amigo, carecer
de palabra, de honor, de respeto, de religión, etc. Es costoso de alcanzar el poder por medio de esta vÃ−a,
nos dice, pero después, si se instaura una dura disciplina, es fácil de mantener.
3.- Principados civiles: El PrÃ−ncipe que haya conseguido llegar a gobernar uno de estos principados ha sido
designado por sus conciudadanos, no ha hecho esfuerzo expreso alguno, en principio.
La elección la ha podido ejercer el pueblo o los notables. Si los que le han alzado hasta el poder han sido los
notables, será más difÃ−cil mantenerlo, ya que está rodeado de personas a las que, al considerarse iguales
que el PrÃ−ncipe, no puede gobernar de la misma manera que a la generalidad de los ciudadanos; con ellas
que corre más peligro. Sin embargo, tras el caso de ser elegido por el pueblo, habrá poca gente que quiera
verle derrocado, siendo más numerosos los apoyos, además de resultar más fácil defenderse de los
grandes, con el apoyo del pueblo, que en caso contrario.
4.- Principados eclesiásticos: En este caso, la principal dificultad se encuentra antes de adquirir los propios
principados, ya que, una vez adquiridos, por medio de la virtud o de la fortuna, se sustentan por medio del
14
poder de la Iglesia.
Son estados atÃ−picos, por cuanto nunca le son arrebatados al PrÃ−ncipe que esté en posesión de ellos, a
pesar de no contar con defensa, y los súbditos, aunque no están sojuzgados, no intentan rebelarse contra su
señor. Son, por lo tanto, los más felices y seguros.
CAPÃ TULOS XII-XIV
En estos tres capÃ−tulos, Maquiavelo explica la importancia de tener un ejército propio,
mencionándonos tres tipos de ejércitos: el propio, el mercenario, y el mixto, que es una mezcla de
ejército auxiliar y mercenario.
Nos dice que las peores tropas con las que se puede contar son las mercenarias y las auxiliares, ya que las
mercenarias son generalmente indisciplinadas y muy ambiciosas, valientes con los amigos pero cobardes con
los enemigos; sólo se mantienen fieles por el sueldo acordado, pero en cuanto llega la guerra, tienden a
escabullirse.
En el caso de las tropas auxiliares, pueden ser buenas y efectivas, pero para los intereses de otros; el
prÃ−ncipe que haya pedido tropas auxiliares a un señor poderoso, si es derrotado, queda destrozado, y si
vence, queda a merced de su auxiliador.
Recomienda al PrÃ−ncipe prudente que deberá prescindir de este tipo de tropas y tener un ejército propio,
por mayor seguridad. Son gente que le habrá de respetar y que está dispuesta a morir por él. El buen
PrÃ−ncipe, además, debe ser un maestro en el arte de la guerra; de hecho, no deberÃ−a pensar
prácticamente en otra asunto. Esto, además de asegurarle victorias en el campo de batalla en futuras
guerras, acrecienta su autoridad entre los suyos.
Además, para adiestrar la mente, deberá leer la historia de los antepasados eminentes y tomar como modelo
a alguno de ellos, como mentores óptimos.
CAPÃ TULOS XV-XXIII
Un PrÃ−ncipe puede tener muchos rasgos, y algunos de ellos ser considerados buenos en un primer
análisis, pero tras ser reconocidos como previsibles, pueden llegar a resultar contraproducentes para el
adecuado ejercicio del poder.
Tal podrÃ−a ser el caso de la liberalidad que, con el paso del tiempo, puede hacerle devenir involuntariamente
en tacaño, ya que no puede ser generoso con todos y habrá de disgustar a muchos. Por eso es mejor que
un PrÃ−ncipe se acerque más a la cualidad de tacaño, con lo que se convertirá invariablemente en
liberal ante los ojos de sus súbditos, ya que comprueban que, gracias a su parsimonia, adecua sus rentas a sus
necesidades, puede defenderse de los enemigos y puede desarrollar las más diversas empresas sin gravar
excesivamente a sus pueblos.
Asimismo, debe procurar ser considerado clemente, pero con moderación, y no demasiado cruel, aunque a
veces ésta última cualidad puede serle útil. Debe crear entre sus súbditos temor y respeto, y cuidar de
no tener demasiada confianza con ellos, actuando con prudencia y humanidad. Puede conseguir ser temido y
no ser odiado si respeta los bienes de sus súbditos, asÃ− como a sus mujeres y familias, a la vez que procede
a ejecutar a quien lo merezca. Por otro lado, no le ha de preocupar su posible fama de cruel cuando se
encuentre rodeado de sus soldados, ya que perderÃ−an la disciplina y se tomarÃ−an demasiada confianza.
En resumen, para que un PrÃ−ncipe triunfe, debe crear un ambiente de respeto y temor hacia su
persona, pero evitar el ser odiado por los suyos.
15
Otro rasgo a destacar en un PrÃ−ncipe es el respeto a la palabra dada. A este respecto, los ejemplos que
Maquiavelo aporta e interpreta en su libro muestran que entre los reyes de la antigüedad fue habitual
conseguir victorias engañando, sin primar el mantenimiento de compromisos o promesas previas, aunque la
victoria final correspondió a los que supieron manejar en cada circunstancia el grado de fidelidad a este
rasgo.
Una guÃ−a rápida acerca de cómo actuar en cada momento le llega al PrÃ−ncipe de la consideración de
que habrá dos caminos a seguir: la ley (propia de los hombres) y la fuerza (propia de los animales),
aunque debe desenvolverse adecuadamente en ambos.
Utiliza una doble analogÃ−a para representar ciertas cualidades que, de forma añadida, precisará el
PrÃ−ncipe. Son las que clásicamente se atribuyen a dos animales emblemáticos: el zorro, astuto, que sabe
esquivar las trampas, y el león, que puede defenderse de los lobos.
Quienes solo practican las virtudes del león no se dan cuenta muchas veces de lo que están haciendo. La
adecuada consideración de esta cualidad le llevará al buen PrÃ−ncipe a aparentar clemencia, sinceridad y
otras virtudes, pero solo a aparentarlas, ya que habrá situaciones en las que deberá actuar en sentido
opuesto.
En el capÃ−tulo más extenso del libro expone e insiste en cómo ha de evitar el PrÃ−ncipe ser odiado:
para que el pueblo no le desprecie y le odie, el PrÃ−ncipe ha de evitar usurpar sus bienes y sus mujeres, asÃ−
adquiere buena reputación y no corre peligro de conjuras.
Tiene que preocuparse, pues, de los asuntos internos, además de los externos, de los extranjeros poderosos;
estima que siempre que los asuntos interiores vayan bien, los relacionados con el exterior también lo irán,
ya que se crea una buena reputación internacional.
Cuando los asuntos exteriores van bien, lo que el PrÃ−ncipe debe temer son las conjuras interiores, en el caso
de que el pueblo no esté contento, pero mientras lo esté, nadie se atreverá a preparar conjuras, para las
que siempre se precisará de apoyos.
Maquiavelo nos muestra diversos ejemplos históricos a fin de asentar la opinión de que un PrÃ−ncipe
deberá ser duro y cruel en ocasiones, pero no tanto como hasta el punto de hacerse odiar, porque todos los
que lo fueron terminaron sus reinados de forma trágica. Es éste uno de los puntos más destacables del
libro y uno de los principales consejos a tener en cuenta por el nuevo PrÃ−ncipe.
Es fundamental mantener la seguridad en el propio Estado y, si bien existen muchas maneras de actuar al
respecto, sólo algunas resultan de utilidad: mantener armados a los súbditos, ya que, asÃ−, el PrÃ−ncipe
asegura su propia defensa, en tanto que si los desarma, les ofende y genera odio hacia si. Por otro lado, al
carecer de ejército, se verá obligado a contratar un ejército mercenario, o a pedir ayuda a alguno
extranjero, errores que, como ya nos ha indicado con anterioridad, no debe cometer.
Construir fortalezas es otro buen procedimiento, ya que refrenan a los que puedan planear atacar al
PrÃ−ncipe desde el interior, además de servir de defensa contra agresiones externas, si bien las fortalezas
pueden llegar a ser perjudiciales en según qué circunstancias. Es por ello que Maquiavelo insiste en que la
mejor defensa es el tan recalcado hecho de no ser odiado por el pueblo.
Nos obliga, en este momento, a centrar la atención en la reputación que un PrÃ−ncipe se crea con
respecto a los restantes soberanos. Se puede alcanzar buena reputación en el exterior por muchos
procedimientos: realizar grandes empresas, a la vez que se domina la administración de los asuntos
interiores; ser buen amigo a la vez que un enemigo temible, lo que quiere decir que es hábil en sus alianzas
(siempre con PrÃ−ncipes menos poderosos) contra otros; por reconocimiento respecto a la reputación que
16
mantiene entre el pueblo, permitiendo y facilitando que los ciudadanos ejerzan sus profesiones con libertad,
promocionando festejos y espectáculos, dando premios a los más sobresalientes.
Deberá el PrÃ−ncipe, también, elegir cuidadosamente a los ministros que le habrán de acompañar
en el poder, ya que si un ministro es hábil, el pueblo pensará que el prÃ−ncipe es inteligente y ha sabido
elegir sabiamente, pero si ocurre lo contrario, su reputación se verá dañada. Los ministros deben merecer
total confianza, poseer una comprobada fidelidad, y proporcionar consejos que el PrÃ−ncipe pueda estimar y
llevar a la práctica con total seguridad.
En efecto, Maquiavelo insiste en que el buen PrÃ−ncipe debe aprender a pedir consejo y seguir los que él
crea que son apropiados, pero habrá de exigir que se le proporcionen sólo cuando él lo estime preciso y
acerca de los asuntos de su interés.
CAPÃ TULOS XXIV-XXVI
Expone aquÃ− Maquiavelo qué entiende por Fortuna y por Virtud.
Asegura que se le presta más atención a un PrÃ−ncipe nuevo que a uno antiguo y, si éste lo hace bien,
sus súbditos le servirán con más fuerza que si fuera antiguo. Si un PrÃ−ncipe nuevo crea un nuevo
dominio e implanta buenas leyes y forma un buen ejército, doble será su gloria, al igual que doble será la
vergüenza de aquél que habiendo nacido PrÃ−ncipe, se hunde en la desidia. Es ésta una primera
comparación que hace entre virtud y fortuna. El primer PrÃ−ncipe habrá triunfado gracias a la Virtud, en
tanto que el segundo, que llegó a gobernar sin esfuerzo alguno, esto es, contando con Fortuna, fracasa.
Echando mano a otra lección histórica, resalta el caso de reyes que echaron la culpa de su fracaso a la
fortuna y que, y sin embargo, la culpa era de su falta de virtud. Quien de verdad triunfa es aquel que nace con
la virtud de poder reinar. También presenta ejemplos de otros que decÃ−an tener virtudes, porque
triunfaban, aunque en realidad lo que poseÃ−an era fortuna en conjunto con circunstancias favorables de su
época.
Maquiavelo entiende por Virtud la capacidad de gobernar, casi un haber nacido con las capacidades
necesarias para ello. Es un concepto de difÃ−cil aprehensión; evoca un carácter audaz, generoso, valiente,
que conoce el temor a veces violento, preocupado de no cometer injusticias vanas; es una prudencia aguerrida,
capaz de medirse con la realidad polÃ−tica. No es tanto una calidad, como una operación; no se mide con la
figura del gobernante, sino por la relación de éste con la realidad, y cómo se inscribe en la Historia
humana a través de lo militar, lo económico y lo polÃ−tico. Ni todos lo PrÃ−ncipes ni todos los estados
necesitan de ella: algunos heredan de tiempos calmados que se autoconservan.
Por Fortuna, entiende el encontrarse inmerso en una serie de circunstancias que le llevan al PrÃ−ncipe al
poder, sin poseer aptitudes para ello. Hay una inextricable complejidad de causas y de razones: la extrema
confusión se suma a las pasiones y a la necesidad, en un conjunto. La acción de la fortuna, esto es, la suerte,
el azar, la vida, sobre los PrÃ−ncipes, no es homogénea. Los grandes hombres serán engrandecidos o
rebajados por ella, pero ello no cambia sus disposiciones, su firmeza de espÃ−ritu, su carácter. No forja ni
fabrica a los PrÃ−ncipes fundadores. Son virtuosos aquéllos cuya voluntad resiste a los ataques de la
fortuna y logran crear rupturas polÃ−ticas en la confusión de los hechos humanos, por lo que la acción del
PrÃ−ncipe no será moral, sino ordenadora. Su preocupación fundamental ha de centrarse en su relación
con su pueblo y con la universalidad de su obra. El justo medio es antinatural y todo exceso de un lado u otro
tiene un precio.
No obstante, nos presenta casos de personajes que llegaron a reinar gracias a la Fortuna y, después de
seguir el ejemplo de antepasados ilustres, se mantuvieron en el trono. Esto es, que el PrÃ−ncipe llegó al
poder gracias a la Fortuna, para adquirir, gracias a su esfuerzo la Virtud de gobernar.
17
4.- SELECCIÃ N DE TEMAS Y TEXTOS
En El PrÃ−ncipe, nuestro autor ofrece múltiples ejemplos de sus enormes dotes de observación y de su
profundo conocimiento de la psicologÃ−a del ser humano. Una muestra de ello lo conforma la siguiente
selección de extractos, no textuales, de la mencionada obra. AsÃ−, nos habla de:
Resistencia a los cambios:
Los hombres viven tranquilos si se les mantiene en viejas formas de vida, ya que la incredulidad de los
hombres, hace que no crean en las nuevas ideas hasta que no las experimentan. Por ello, la naturaleza de los
pueblos es muy poco constante; resulta fácil convencerles de una cosa, pero resulta difÃ−cil mantenerlos
convencidos.
Cualidades del PrÃ−ncipe:
Ciertas cualidades debe poseer el PrÃ−ncipe, que si se observan permanentemente resultan perjudiciales, pero
si sólo aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal, humano, Ã−ntegro, devoto... y
serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, pueda y sepa adoptar la
cualidad contraria.
Apariencia:
Todos ven las apariencias, pero pocos llegan a lo que se es.
Delegar las medidas impopulares:
Los PrÃ−ncipes debe ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sÃ−
mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del
pueblo.
Elección y manejo de consejeros:
No hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no lo ofenden si
dicen la verdad; pero cuando todos la pueden decir, puede llegarse a la falta de respeto. Un PrÃ−ncipe
prudente se procura un tercer procedimiento: elegir hombres sensatos y otorgarles solamente a ellos la libertad
de decirle la verdad y únicamente en aquellos asuntos acerca de las que les pregunta y de ninguna otra.
La venganza:
A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de ofensas ligeras ya que de las graves no
pueden, es decir, si se decide aplastarlos, debe ser tan fuerte que no haya ocasión a temer su venganza.
Contraer obligaciones:
La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre si, tanto por los favores que se hacen como por
los que se reciben.
Entretener al pueblo:
Se debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos.
Alianzas:
18
Hay que guardarse de establecer alianzas con alguien más poderoso que uno, para atacar a otros, a no ser que
se vea forzado a ello. En caso de victoria se convierte en prisionero, en tanto que los PrÃ−ncipes deben evitar
en la medida de lo posible estar a la discreción de los demás.
Prestigio:
Se adquiere prestigio tanto cuando se es un verdadero amigo, como cuando se es un verdadero enemigo, es
decir, cuando se pone resueltamente en favor de alguien contra algún otro. Esta forma de actuar es siempre
más útil que permanecer neutral, porque cuando dos estados vecinos entran en guerra, como sean de tales
caracterÃ−sticas que si vence uno de ellos haya de temer al vencedor y éste no quiere amigos dudosos que
no lo defiendan en la adversidad, en tanto que el derrotado no concederá refugio por no haber compartido su
suerte en su momento con las armas.
Es de gran ayuda el dar ejemplos sorprendentes en su administración de los asuntos interiores, de forma que
cuando algún subordinado lleve a cabo alguna acción extraordinaria (positiva o negativa), se adopte un
premio o un castigo que dé suficiente motivo para que se hable de él. Hay muchas gentes que estiman
que un PrÃ−ncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de
que, una vez vencida, brille a mayor altura su grandeza.
Apariencia de las cosas:
La poca prudencia de los hombres impulsa a comenzar un asunto y, por las ventajas inmediatas que ella
procura, no se percata del veneno que está escondido debajo.
Prudencia:
El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente.
El arte de la guerra:
Un PrÃ−ncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las calamidades que le puedan acaecer,
jamás podrá ser apreciado por sus soldados ni tampoco fiarse de ellos.
Lo que se debe hacer:
Quien deja a un lado lo que se hace por lo que se deberÃ−a hacer, aprende antes su ruina que su
preservación.
Generosidad:
El PrÃ−ncipe ha de ser liberal con todos aquellos a quienes no quita nada -que son muchos- y tacaño con
todos aquellos a quienes no da, que son pocos. Con aquello que no es suyo, ni de los súbditos, se puede ser
considerablemente más generoso, ya que el gastar lo de los otros no le quita consideración, antes bien, la
aumenta.
Castigos:
Con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten
que los desórdenes continúen, situación de la cual surgen asesinatos y rapiñas.
Naturaleza humana:
19
Se puede decir que los hombres son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen
del peligro, están ávidos de ganancia. Mientras se les hacen favores se ponen completamente a
disposición, ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando
ésta se viene encima, vuelven la cara. Los hombres olvidan antes la muerte de su padre que la pérdida de
su patrimonio.
Evitar el odio del pueblo:
El PrÃ−ncipe debe hacerse temer, de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo, consiga evitar
el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado.. Ha de evitar asÃ− todo
aquello que lo pueda hacer odioso o despreciado.
Cuándo iniciar el combate:
Nunca se debe continuar con los problemas para evitar una guerra, ya que no se la evita, sino que se la retrasa
con desventaja.
Imitar a los hombres:
El hombre prudente imita a aquellos que han sobresalido en la Historia extraordinariamente, con el fin de que,
aunque no se alcance su virtud, permanezca siquiera algo de su esencia.
Las recompensas:
Una nueva recompensa nunca borrará la vieja injusticia que se cometió con alguien.
La crueldad:
Se puede hacer un buen o mal uso de la crueldad. Positiva será cuando se aplique de una sola vez y de golpe,
asegurándose que ya no se intente ninguna sublevación sobre el PrÃ−ncipe. Pero será mal utilizada
cuando vaya aumentando poco a poco sin ayudar, y solo se atribuirá fama de benévolo o cruel.
Las injusticias y los favores:
Las injusticias se deben hacer todas a la vez, por la necesidad de asegurarse y que hagan menos daño,
mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor. Mal usadas son
aquellas que, pocas en principio, van aumentando con el transcurso del tiempo, en lugar de disminuir.
Es decir, los hombres, de quien reciben un bien (si esperaban un mal), no le causarán un mal, ya que sienten
que es su benefactor; y por lo tanto, el pueblo le tendrá mayor afecto al PrÃ−ncipe que si lo hubiese alzado a
tal jerarquÃ−a con su apoyo.
Fidelidad a la palabra dada:
No puede -ni debe- un PrÃ−ncipe prudente guardar siempre fidelidad a su palabra, pues cuando las
circunstancias provocan que tal fidelidad se vuelva en contra suya, desaparecen los motivos que determinaron
tal compromiso. Si los hombres fueran todos y siempre buenos, este precepto no serÃ−a correcto, pero, puesto
que son malos y no guardarán su palabra, uno no debe tampoco verse atado por la suya.
Simular y disimular:
Es necesario ser un gran simulador y disimulador; los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a
20
las necesidades presentes que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
5.- ANÃ LISIS Y VALORACIÃ N
El pensamiento polÃ−tico de Maquiavelo se encuentra principalmente en dos libros: El PrÃ−ncipe (su titulo
real: De los Principados) y el Discurso sobre la primera década de Tito Livio; empieza escribiendo los
discursos, para luego en el verano de 1513 escribir El PrÃ−ncipe, realmente en unos pocos meses; en estos
dos libros podemos ver la contraposición que hace respecto a lo ideal y lo real: en los Discursos detalla su
ideal de gobierno: un gobierno republicano, igual que el Romano antes del Imperio, contrabalanceado por tres
fuerzas: el Consulado, que representa la parte monárquica; el Senado, que es la parte aristocrática del
gobierno; y el Tribunado, que es la parte democrática. Sin embargo, al analizar el carácter del Hombre, se
encuentra sumido en un profundo pesimismo: el Hombre es malo, y como Hobbes, llega al veredicto: Homo
Homine Lupus. No hay más que leer algunos párrafos tanto de El PrÃ−ncipe, como de los Discursos para
darnos cuenta de la desesperación de Maquiavelo respecto a esta naturaleza humana:
... hay que partir del presupuesto que los hombres son todos perversos, y siempre que se le presente la
ocasión, harán uso de la malignidad de su ánimo. Los hombres no obran jamás el bien, a no ser por
necesidad.
... porque de los hombres podemos decir generalmente que son ingratos, volubles, simuladores y
disimuladores, amigos de rehuir el peligro y ávidos de ganancia. Mientras les haces el bien y no los
necesitas son enteramente tuyos, pero en cuanto te ven en peligro se te rebelan...
Este problema lo habÃ−an detectado ya los griegos: Biantes, escribió en el frontón del Partenón Todos los
Hombres son malos, pero lograron conciliar esta maldad, más bien llamándola ignorancia: el hombre
comete el mal porque piensa que es bueno, por consiguiente, por medio de la educación se puede corregir
ese comportamiento; Platón, y antes que él Sócrates, creÃ−an que la educación podÃ−a llevar el
hombre al bien. Maquiavelo no logra conciliar el problema: ve que el hombre es malo y hace el mal a
sabiendas; lo escoge porque
...los hombres se afligen del mal y se aburren del bien...
No cometen el mal por ignorancia, sino porque esta es su naturaleza; y si queremos que sean buenos, no es
suficiente educarlos, sino hay que obligarlos: solamente cuando es obligado el hombre se porta correctamente
y hace el bien:
Los hombres no obran jamás el bien, a no ser por necesidad.
Este pensamiento impregna toda la obra: su forma de actuar esta restringida por la naturaleza maligna del
hombre, por su maldad... y por eso la forma ideal de gobierno es un Principado y no una República.
Esta decisión respecto a la naturaleza del hombre, es una decisión que todo lÃ−der en cualquier
organización, y por supuesto en el caso de la administración de empresas, tiene que hacer; de ella
dependerá el tipo de administración que aplicará en su empresa o respecto a su relación con los
compañeros de trabajo; es lo que McGregor llama TeorÃ−a X y TeorÃ−a Y: en la primera el hombre es
malo y hay que obligarlo para que trabaje y en la segunda el hombre es bueno, y el trabajo del jefe es
simplemente quitar obstáculos para que pueda trabajar: Maquiavelo escoge la TeorÃ−a X, o más bien es el
padre espiritual de esa teorÃ−a y proporciona sus principios en su tratado.
Maquiavelo piensa lo polÃ−tico según su experiencia; busca comprender no lo que un hombre debe
hacer, sino cuáles operaciones son posibles en el mundo de los hombres y sus pasiones, cuáles gestos
son los suyos cuando pretenden controlar las cosas, para ser, por fin engañados por ellos mismos. Trató de
21
ver, con claridad y rigor, cuáles son las acciones humanas que podrÃ−an impedir el error.
Mi intención ha sido escribir cosas provechosas para aquellos que podrÃ−an entenderlas y me pareció
más conveniente seguir la verdad efectiva que las cosas.
Esta frase es el hilo conductor del pensamiento de Maquiavelo: hay que seguir los hechos; estos son
siempre múltiples, las causas lo son también, por ello hay que aprender de la Historia.
Estoy profundamente sorprendido, y afectado, al ver que, para fundar una república, mantener los Estados,
gobernar un reino, organizar un ejercito, llevar una guerra, dispensar la justicia, acrecentar un imperio, no
hay PrÃ−ncipe, ni república ni capitán ni ciudadano, que aprenda de los ejemplos de la antigüedad.
No se actúa sobre los hombres, sólo se puede pretender controlar las cosas, las circunstancias y las
armas. La maldad no es sólo la carencia de bondad o su opuesto, es, más bien, la amoralidad y la
imprevisibilidad de todo hombre. Ã ste es avaro, insaciable, vindicativo, temeroso, cobarde, sometido, ciego
a sus propios motivos, incapaz de racionalizar sus fines. Sin embargo, los hombres son rara vez totalmente
buenos o malos, son más bien inconstantes y flexibles; por ello pueden ser integrados en un universo
polÃ−tico. No son fieras feroces, su infinito egoÃ−smo los vuelve propios al gobierno civil; se trata entonces
de mediocridad.
Hablar de mediocridad, sirve; lo que no sirve es decir que son ingobernables y que sólo la fuerza
puede legitimar el poder polÃ−tico: la mediocridad del carácter humano los vuelve aptos para vivir en el
seno de las leyes. Pero las pasiones humanas son necias.
Maquiavelo se interesa más bien por los tiempos de ruptura, por las polÃ−ticas fundadoras, por los
órdenes nuevos. AhÃ− se articulan los hechos humanos y los valores del prÃ−ncipe para orientar el destino
de los hombres, sin jamás poderlo cubrir completamente. AhÃ− se mide la eficacia en relación con las
circunstancias. Observa que la mayorÃ−a de aquellos que canalizaron grandes cosas en el mundo y entre los
hombres de su tiempo, tuvieron principios humildes y oscuros, contrariados por la fortuna. AsÃ− que es la
circunstancia, no la sabidurÃ−a, la que hace a los hombres grandes. La historia no camina hacia ningún fin
racional.
También insiste en estas tesis en El arte de la guerra, que no es una obra propiamente militar, sino que
habla de lo que el Capitán debe encarnar ante los ojos de su soldados. La cristalización final de la
virtud es el parecer; es decir, no hay que disociar el fondo de la forma, la imagen de los gobernados
tiene de sus gobernantes. La virtud del PrÃ−ncipe es saber jugar con esta imagen, parecer cruel sin serlo,
liberal o codicioso, religioso o desleal, pero siempre moderado, deslizándose por grados obligados de una
representación del poder a otra, capaz de evitar el odio de sus súbditos. El PrÃ−ncipe no es un hombre a la
vez razonable y deshonesto; serÃ−a más bien polÃ−tico y disimulador. Hará con dignidad y moderación
todo lo que le permita establecer y conservar su poder. Está fuera de la normas y es esencialmente amoral.
Su victoria es su medida, el instrumento de su victoria es su parecer, o como lo ven los súbditos, y el nombre
que le dan. Todo esto impide una definición moral del gobierno de los hombres, porque su ley está en la
interacción de sus pasiones con las de su pueblo y con las de su circunstancia.
La figura maquiavélica no es cÃ−nica. Expresa una exigencia polÃ−tica radical:
Si se trata de deliberar sobre la salvación de la República, un ciudadano no debe detenerse en ninguna
consideración de justicia o injusticia, humanidad o crueldad, ignominia o gloria.
La autoridad polÃ−tica produce un orden que garantiza los derechos; lo que la justicia es la eficacia con
la cual asegura a los ciudadanos poder cumplir con sus necesidades naturales, asÃ− como satisfacer sus
pasiones privadas. Fundada sobre la ambición natural de los hombres, la legitimidad y el valor de la
22
autoridad polÃ−tica se expresan por lo que los hombres hacen con su libertad. Pretendiendo dar lecciones a
los monarcas, Maquiavelo dio lecciones a los pueblos. El PrÃ−ncipe es un libro republicano.
La filosofÃ−a polÃ−tica no tiene como tarea el pensar sobre el derecho o la fuerza, sino la relación
entre el poder del PrÃ−ncipe y la libertad del pueblo, porque la grandeza de los PrÃ−ncipes reside en la
liberación de sus Estados. Si son excelentes, raros y maravillosos, es por que el mandato de la Virtud fue
obedecido en las nuevas leyes y reglas que inventaron. La idea de virtud no se justifica por el individuo que la
encarna, sino por su horizonte polÃ−tico, por su capacidad de transformar radicalmente las condiciones de la
Historia PolÃ−tica.
La religión representa una fuerza natural que, en el seno de la esfera polÃ−tica, permite controlar la
pasión y transformarla en orden y en unión polÃ−tica. No importan los contenidos de la fe, sino su
conformidad con los proyectos polÃ−ticos que permiten realizar.
Que jamás la religión parezca herida.
Aun cuando es mentirosa, la religión participa del proceso de humanización de los sujetos del Estado,
convierte su egoÃ−smo al interés común y su imprevisibilidad al orden del derecho y a la unidad
polÃ−tica. La religión mantiene el orden social por que provoca y alimenta el temor. à ste es un
temor saludable, un dispositivo técnico que permite trabajar sobre la credibilidad a la rusticidad de
los pueblos; la religión es parecida a la mentira piadosa de la cual habla Sócrates en La República de
Platón; es pedagógica porque pule la materia bruta de la condición humana y encauza su destino
polÃ−tico. Pero es la ley la que asienta, definitivamente, el Estado en su lÃ−mite real, el de la libertad.
Todos los legisladores que han dado constituciones sabias a sus repúblicas han tenido el cuidado esencial
de establecer un guarda, un lÃ−mite a la libertad.
La ley constituye el sentido del orden polÃ−tico porque establece una seguridad civil. No hay que ver en la
legislación una vuelta a la moral. Las leyes no son buenas porque son leyes, sino por el orden que
permiten instaurar: algunas constituciones y algunas leyes convienen a algunos pueblos, otras les son
extrañas. La naturaleza de la ley no es jamás determinada, siempre es relativa: cabe en el corazón de la
realidad. Ahora, la vida polÃ−tica obtiene su sentido de las ocupaciones de los ciudadanos, no de cómo se
les dirige, y de la libertad, no de la imposición. El papel de la ley no es contrariar las pasiones, sino
encauzarlas, convirtiéndolas en pasiones polÃ−ticas.
Jamás los pueblos han acrecentado su riqueza y su potencia como lo hicieron bajo los gobiernos libres... La
libertad es la figura más alta, a condición de ser ordenada por la ley; el horizonte polÃ−tico de cada
hombre es, ante todo, el incontenible deseo de satisfacer sus propios intereses, adquirir riquezas, acrecentar
su potencia... La libertad no es lo que los hombres quieren que sea la libertad.
El análisis del pensamiento de Maquiavelo es de insustituible utilidad para cualquier lÃ−der
polÃ−tico o administrador de empresas u organizaciones en general, y, si se logra esa visión menos
pesimista, eliminando las partes referentes a la crueldad y a la perfidia que se originan precisamente de
esa concepción de la naturaleza del hombre y que tan inmerecida fama le causaron a su autor y si,
además, sustituimos a la palabra PrÃ−ncipe por la de lÃ−der y a la de principado la de empresa u
organización, la actualidad de muchas de sus sugerencias son de una modernidad que llega a
desconcertar.
Para concluir, y utilizando una frase extraÃ−da de una de las obras que más adelante se señalan, se
compartan o no los planteamientos de nuestro autor,
... ningún hombre de su época vio con tanta claridad la dirección que estaba tomando en toda Europa la
23
evolución polÃ−tica. Nadie comprendió mejor que él los desplazamientos de las instituciones y nadie
aceptó con más facilidad el papel que la fuerza bruta estaba desempeñando en este proceso.
M. Viroli
6.- BIBLIOGRAFÃ A
En la realización del presente trabajo se han utilizado las siguientes obras:
• Anderson, P., El estado absolutista, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1999
• Burckhardt, J., La cultura del Renacimiento en Italia, Ediciones Akal, Madrid, 1992
• Jay, A., La dirección de empresas y Maquiavelo, Editorial Destino, Barcelona, 1972
• Maquiavelo, N., El PrÃ−ncipe, Alianza Editorial, Madrid, 1982
• Maquiavelo, N., El PrÃ−ncipe. La Mandrágora, Ediciones Cátedra, Madrid, 1999
• Mcalpine, A., El nuevo Maquiavelo, Gedisa Editorial, Barcelona, 1999
• Tenenti, A., Florencia en la época de los Médici, Ediciones PenÃ−nsula, Barcelona, 1974
• Viroli, M., La sonrisa de Maquiavelo, Tusquets Editores, Barcelona, 2000
24
Descargar