El juicio de amparo y la nulidad de laudos

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El juicio de amparo y la nulidad de laudos arbitrales
José Ramón Cossío Díaz y
José Fernando Franco González Salas*
En sesión de treinta de enero de dos mil siete, el Pleno de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación resolvió, por mayoría de cinco votos, el Amparo Directo en
Revisión 1225/2006, en el sentido de revocar la sentencia recurrida, dictada por el
Décimo Tercer Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito, y devolverle
los autos a dicho órgano colegiado a fin de que resuelva el recurso de revisión y la
revisión adhesiva que las partes contendientes hicieron valer con motivo de la
sentencia dictada por el Juez Sexto de Distrito en Materia Civil en el Distrito
Federal, al conocer de los amparos indirectos interpuestos por ellas.
No compartimos las consideraciones ni el sentido de la sentencia
mayoritaria, en atención a que, en nuestra opinión, la resolución que pone fin a
un incidente de nulidad de laudo arbitral sí constituye una sentencia
definitiva para efectos del amparo, lo que hace procedente que la misma se
combata vía amparo directo y no, como lo sostuvo la mayoría, por la vía
indirecta.
*
El contenido de este documento derivó del voto particular que formula el Ministro José
Ramón Cossío Díaz en el amparo directo en revisión 1225/2006, al que se adhiere el
Ministro José Fernando Franco González Salas.
** Se agradece el apoyo de los licenciados Fernando Casasola Mendoza y Lorena
Goslinga Remírez para la elaboración de este documento.
A fin de exponer las razones que sustentan el presente voto, nos
referiremos
brevemente
a
los
antecedentes
del
caso.
Posteriormente,
delimitaremos lo que a, nuestro juicio, constituía la materia de la revisión
interpuesta ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación y, con base en ello,
abordaremos el análisis del fondo del asunto, con el objeto de exponer las razones
por las cuales no compartimos el criterio mayoritario. Finalmente, presentaremos
algunas reflexiones en torno a los efectos de la sentencia emitida por el Tribunal
Pleno que, consideramos, debieron haberse tomado en cuenta al fijar esta
cuestión.
I. Antecedentes
En mil novecientos noventa y ocho, las ahora contrapartes (a las que
denominaremos en adelante como “X” y “Y”, respectivamente), celebraron un
“Contrato de prestación de producción de noticiarios, programas informativos y
eventos especiales”, en el que acordaron que, para la solución de de cualquier
controversia
que
se
derivara
del
mismo,
se
someterían
expresa
e
irrevocablemente al procedimiento arbitral regulado por las Reglas de Arbitraje de
la Cámara Internacional de Comercio, capítulo mexicano.
En mayo de dos mil dos, ”Y” comunicó a “X” su decisión de dar por
terminado
el
citado
contrato,
por
incumplimiento
-2-
de
sus
obligaciones
contractuales, y le reclamó el pago de diversas cantidades monetarias que
consideró se le adeudaban.
En la misma fecha, “Y” presentó ante la Corte Internacional de Arbitraje de
la Cámara de Comercio Internacional una solicitud de inicio de arbitraje,
reclamando las prestaciones señaladas en el punto anterior.
Agotada la secuela arbitral, en enero de dos mil cuatro, el Tribunal Arbitral
dictó el laudo final, en términos condenatorios para “X”.
En ese mismo año, “X” demandó la nulidad del laudo arbitral en la vía
incidental ante un juez de lo civil. Seguidos los trámites legales, el Juez
Sexagésimo Tercero Civil del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, a
quien correspondió conocer de dicho incidente, determinó la nulidad del laudo y
negó a “X” su reclamo por daños y perjuicios.
Inconformes con la resolución, tanto “X” como “Y” promovieron demanda de
amparo indirecto en contra de la sentencia referida en el párrafo anterior.
En dos mil cinco, el Juez Sexto de Distrito en Materia Civil en el Distrito
Federal, a quien correspondió conocer de dichos juicios de amparo, ordenó su
acumulación y, una vez substanciado el trámite respectivo, dictó sentencia en la
que, por una parte, concedió a “Y” el amparo solicitado y, por otra parte, se lo
negó a “X”.
-3-
En contra de dicha sentencia, “X” interpuso recurso de revisión y “Y”,
recurso de revisión adhesiva. El conocimiento de ambos recursos correspondió al
Décimo Tercer Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito, el cual, con
fundamento en el artículo 94 de la Ley de Amparo, dejó insubsistente la sentencia
recurrida, al considerar que el juicio debió tramitarse como amparo directo, en
virtud de que la resolución que puso fin al incidente de nulidad de laudo arbitral
constituye una sentencia definitiva. Asimismo, tras analizar los conceptos de
violación hechos valer por las partes en su demanda de amparo inicial, concedió el
amparo tanto a “X” como a “Y”, exclusivamente por la condena en costas que les
fue impuesta en la sentencia reclamada.
Inconforme con esa sentencia, “Y” interpuso recurso de revisión en amparo
directo, por lo que el Tribunal Colegiado remitió los autos a la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, para los efectos conducentes.
II. Materia de la revisión y estudio de fondo
En primer lugar, nos parece importante destacar que, de acuerdo con los
antecedentes narrados, en este asunto lo que correspondía determinar a la
Suprema Corte de Justicia de la Nación era exclusivamente si ¿la resolución que
pone fin a un incidente de nulidad de laudo arbitral tiene o no el carácter de
sentencia definitiva para efectos del juicio de amparo?
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Ello es así ya que, en términos de los artículos 83, fracción V, y 93 de la
Ley de Amparo, cuando se trate de revisión de sentencias pronunciadas en
materia de amparo directo por los Tribunales Colegiados de Circuito, la Suprema
Corte de Justicia únicamente resolverá sobre la constitucionalidad de la ley,
tratado internacional o reglamento impugnados, o sobre la interpretación directa
de un precepto de la Constitución Federal; siendo este último supuesto el que
se actualizó en el caso que nos ocupa, ya que, si bien en las demandas de
amparo ninguna de las partes planteó la inconstitucionalidad de normas de
carácter general, el Tribunal Colegiado interpretó el artículo 107 constitucional al
emitir su sentencia y determinar que el juicio de amparo debía tramitarse y
resolverse por la vía directa.
Por tanto, la materia del recurso, una vez determinada la procedencia del
mismo por el Pleno de la Suprema Corte, se circunscribía a analizar la
interpretación constitucional llevada a cabo por el Tribunal Colegiado a la luz de
los agravios hechos valer por la parte recurrente, es decir, si fue correcta o no la
interpretación que el tribunal hizo de las fracciones V y VII del artículo 107 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
De esa manera, cualquier cuestión distinta de la interpretación directa de la
Constitución realizada por el Tribunal Colegiado, tales como las de legalidad, no
podían ser analizadas por este Alto Tribunal.
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Delimitado el objeto de la revisión en amparo directo, cabe manifestar que
no compartimos el criterio mayoritario, ya que, contrario a lo se resolvió en la
sentencia, en nuestra opinión fue correcta la interpretación hecha por el Tribunal
Colegiado, pues en contra de la resolución que declaró la nulidad del laudo arbitral
lo que procede es el amparo directo y no el indirecto.
Desde nuestro punto de vista, la resolución que pone fin a un incidente de
nulidad de laudo arbitral sí constituye una sentencia definitiva para efectos del
amparo, con independencia de que el laudo haya sido homologado previamente o
no, pues en el juicio de amparo respectivo no se analizará lo resuelto en el laudo,
sino en el procedimiento de nulidad, que aunque tiene relación directa con el
arbitraje, no puede considerarse como un incidente del mismo. De ahí que
consideremos correcta la interpretación del artículo 107 realizada por el Tribunal
Colegiado y su determinación de dejar insubsistente la sentencia del Juzgado de
Distrito, con fundamento en el artículo 94 de la Ley de Amparo.
Al respecto, debe tenerse presente que el incidente de nulidad de laudo
arbitral no forma parte del procedimiento de arbitraje, sino que constituye un
procedimiento totalmente distinto a él, aun cuando se encuentren relacionados por
la materia de la litis. En efecto, no se debe perder de vista que la litis del llamado
incidente de nulidad de laudo es, precisamente, anular el procedimiento arbitral,
mas no constituye una real incidencia dentro de éste.
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El procedimiento arbitral tiene su origen en la voluntad de los particulares y
es resuelto por particulares, no por órganos del Estado fungiendo como
autoridades. Por lo tanto, haya sido éste homologado o no, el laudo arbitral jamás
podrá ser considerado como sentencia definitiva para efectos del amparo, ya que
suponer lo contrario sería considerarlo como un acto de autoridad. En cambio, la
resolución judicial que recaiga a un incidente de nulidad o al de reconocimiento y
la ejecución de un laudo sí es susceptible de considerarse como tal.
No desconocemos que la mayoría de los criterios que han prevalecido en el
Poder Judicial de la Federación hasta ahora estiman que es la vía indirecta la
procedente para reclamar las decisiones judiciales en esta materia. Ello, porque
no se da el carácter de sentencia definitiva o de resolución que pone fin al juicio a
la decisión sobre nulidad o reconocimiento de laudo, lo que puede obedecer, entre
otras razones, a que los artículos 1460 y 1463 del Código de Comercio establecen
que los procedimientos relativos se sustanciarán en la vía incidental.
De hecho, la propia Suprema Corte ya había sostenido ese criterio con
anterioridad, como se advierte de la tesis de jurisprudencia de la Tercera Sala,
cuyo rubro es: “LAUDO ARBITRAL, ACUERDOS DE HOMOLOGACIÓN Y
EJECUCIÓN DEL. PROCEDE EN SU CONTRA EL JUICIO DE AMPARO
INDIRECTO, EN TÉRMINOS DEL ARTÍCULO 114, FRACCIÓN III, DE LA LEY DE
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AMPARO, Y NO EL DIRECTO A QUE ALUDE EL 158 DEL MISMO
ORDENAMIENTO”, citada en las páginas 140 y 141 de la sentencia.1
Sin embargo, el criterio sustentado en esa tesis no nos parece correcto
porque, si leemos su texto con detenimiento, advertiremos que la misma se refiere
a la procedencia del amparo indirecto en contra de un laudo arbitral homologado y
no en contra de la resolución que declara la nulidad del procedimiento arbitral.
Además, como lo hemos sostenido, consideramos que un laudo arbitral jamás
podrá impugnarse vía amparo, ni directo ni indirecto, en virtud de que no se
trata de un acto de autoridad.
De ahí que, en nuestra opinión, el Tribunal Pleno debió replantease el tema
con motivo de este asunto, para alcanzar a una conclusión diferente.
Las opiniones en el sentido de que es el amparo indirecto el que resulta
procedente, parten de la premisa —equivocada desde nuestro punto de vista—,
de que el arbitraje no es otra cosa que una delegación de la jurisdicción estatal en
1
Tesis número 3a./J. 32/93, visible en la Gaceta del Semanario Judicial de la Federación,
Octava Época, tomo 72, correspondiente a diciembre de mil novecientos noventa y tres,
página 41, con el siguiente texto: “Cuando se reclama en juicio de garantías un laudo arbitral
homologado a los acuerdos tendientes a declararlo, así como los actos de ejecución con
relación al mismo, el procedente es el juicio de amparo indirecto ante los Jueces Federales,
atento lo que al respecto dispone el artículo 114, fracción III, segundo párrafo, de la Ley de
Amparo, ya que por la complejidad de los mismos actos que se impugnan no se está en el
caso de la sola sentencia definitiva que constituye el laudo arbitral homologado, para
reclamarlo en amparo directo, conforme al señalamiento del artículo 158 del mismo cuerpo
legal”.
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particulares. De acuerdo con tales opiniones, es la delegación de la facultad de
juzgar del Estado en particulares lo que otorga fuerza jurídica al laudo.
De hecho, esta equivocación parece cometerse en la sentencia, cuando se
sostiene, en la página 132, que: “El arbitraje, como negocio jurídico, en gran
medida sustituye a la jurisdicción civil del Estado, por ello el auténtico arbitraje es
el que participa de la voluntad de los sujetos obligados, quienes acuden a él
buscando evitar un procedimiento ante los Tribunales, que puede resultar lento,
complicado, costoso, demasiado formal y sin la especialización que las partes
esperarían de un Tribunal”.
Así también, se advierte el mismo error en la página 133, al afirmarse que:
“[...] en el propio compromiso arbitral, generalmente se establecen las causas por
las que una de las partes podría oponerse a la ejecución del laudo, para el caso
de que éste hubiese sido homologado y con ello elevado a la categoría de acto
jurisdiccional, cuando ese requisito sea legalmente indispensable para su
ejecución”.
Estas ideas ameritan un análisis detenido, pues de ellas podría
desprenderse que el procedimiento arbitral es propiamente un juicio llevado a
cabo por un ente que actúa por delegación del Estado, que en sí tiene el carácter
de autoridad, aunque para la ejecución de sus laudos se requiera de la
intervención de un órgano jurisdiccional estatal.
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Así planteado el problema, la conclusión sería que los procedimientos
judiciales relativos a la eficacia y ejecución de laudos no son más que incidencias
en un procedimiento principal que es el arbitral.
Este criterio no nos parece aceptable. Al menos en nuestro país, no existe
constitucionalmente posibilidad alguna de que se delegue la facultad jurisdiccional
en árbitros particulares. Dirimir controversias no es facultad exclusiva del Estado,
pero dirimirlas de forma que su resolución pueda ser ejecutada coactivamente, sí
lo es. Como cualquier acto jurídico de particulares, un laudo no puede, per se, ser
objeto de ejecución forzosa. Lo que en realidad produce ejecución es la resolución
judicial que le reconoce validez y establece su obligatorio cumplimiento, la cual,
reiteramos, no forma parte del procedimiento arbitral.
La fuerza jurídica del laudo arbitral no se da, pues, por delegación estatal,
sino que es consecuencia de la manifestación de la voluntad de los particulares.
El laudo arbitral tiene fuerza jurídica porque la voluntad que se expresa en
la emisión de los actos jurídicos como el acuerdo o compromiso arbitral es capaz
de producir consecuencias jurídicas, entre ellas, la de quedar sometidos los
interesados a la decisión que adopte un tercero, que es el árbitro.
Por tanto, la fuerza del laudo arbitral es la misma que, en términos
generales, puede tener cualquier contrato, por ejemplo, el de compraventa.
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Al igual que en el caso de un contrato de compraventa, si no se da el
cumplimiento espontáneo de las partes, éstas pueden requerir la intervención del
Estado para hacer efectivas las consecuencias del acto jurídico que celebraron, o
bien para anular éste.
Estas circunstancias no son privativas de los laudos, sino comunes a la
totalidad de los actos jurídicos de particulares, pues ante la prohibición de hacerse
justicia por sí mismos, los interesados deben acudir ante órganos estatales para
que sea la decisión jurisdiccional la que resulte coercitiva y permita el
cumplimiento forzado de las obligaciones expresadas en el acto jurídico particular.
En el caso que nos ocupa, los medios para que se produzca o actualice la
coercitividad, que es facultad exclusiva del Estado, son precisamente los
procedimientos establecidos en la ley para la nulidad o reconocimiento y ejecución
del laudo arbitral.
De ahí que, en nuestra opinión, aun cuando el Código de Comercio
establece que los procedimientos en cuestión se sustanciarán en la vía incidental,
ello no necesariamente significa que esa sea su naturaleza jurídica propiamente
dicha, pues lo que en realidad sucede es que la ley atribuye a dichos
procedimientos una denominación que no es acorde con su esencia.
Para hablar de procedimientos incidentales es necesario partir de la idea de
que existe un procedimiento principal dentro del cual se producen las incidencias
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y, en el caso, no existe ese procedimiento judicial principal, en la inteligencia de
que, como lo hemos señalado anteriormente, no puede atribuirse ese carácter al
procedimiento arbitral, el cual no es un procedimiento judicial.
Lo que en realidad acontece es que, con independencia del nombre que la
legislación les atribuya, tales incidentes son verdaderos juicios principales, ya sea
de
nulidad
o
de
reconocimiento
de
actos
jurídicos,
según
el
caso,
independientemente de que su tramitación resulte muy ágil y rápida, pues ello no
los priva del carácter de juicios, ya que no es la complejidad en el trámite lo que
distingue a un juicio, sino la naturaleza del procedimiento de que se trate.
Así, nos parece que lo que hace que se considere a un procedimiento como
principal o incidental no es el nombre con que se le designe, ni el tipo de sentencia
que le recaiga (interlocutoria o definitiva), pues ésta suele tomar el nombre del
procedimiento en el que se dicte, sino la materia del mismo.
Como se ha anotado, la litis del llamado incidente de nulidad es,
precisamente, anular el procedimiento arbitral y, para ello, se ejerce una acción
específica. Este es el primer signo distintivo que distingue un juicio principal de un
incidental: la acción. Sólo en procedimientos principales se pueden deducir
acciones, mientras que en incidentales no se ejercen acciones, sino
cuestiones accesorias de la acción principal.
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Por lo tanto, es jurídicamente irrelevante para los efectos que se analizan
que se le llame a un procedimiento incidente o no, pues ello nada tiene que ver
con su real naturaleza. Así lo ha considerado la Primera Sala de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación al resolver la contradicción de tesis 63/2005-PS, de la cual
derivó la tesis de rubro: “ASAMBLEA GENERAL DE ACCIONISTAS. EL
PROCEDIMIENTO EN FORMA DE INCIDENTE PREVISTO EN EL ARTÍCULO
185 DE LA LEY GENERAL DE SOCIEDADES MERCANTILES TIENE LA
NATURALEZA DE JUICIO Y, POR ENDE, LA SENTENCIA QUE LE PONE FIN
ES IMPUGNABLE A TRAVÉS DEL AMPARO DIRECTO”2, la cual, contrariamente
a lo que se sostiene en la sentencia mayoritaria, sí resulta aplicable para sostener
el punto de vista expuesto.
2
Tesis número 1a./J. 124/2005, visible en el Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Novena Época, tomo XXII, correspondiente a octubre de dos mil cinco, página 103, con el
siguiente texto: De los artículos 185 y 205 de la Ley General de Sociedades Mercantiles se
advierte la existencia de una acción judicial tendente a obtener de parte del Juez la
convocatoria a una asamblea general de accionistas, la cual se tramita mediante un juicio
contradictorio seguido conforme a las reglas procesales de los incidentes previstos en el
Código de Comercio, donde la parte actora es el titular incluso de una sola acción de la
empresa -en los casos expresamente señalados en la ley citada- y el demandado puede ser el
administrador, el consejo de administración o los comisarios, a quienes se les correrá traslado,
los cuales en virtud de la determinación que en sentencia definitiva se dicte sobre la
procedencia de la convocatoria a tal asamblea, que ellos en particular fueron renuentes a
celebrar, quedan vinculados a acatarla; procedimiento judicial que al tomar la forma de los
incidentes que regula el mencionado código, da a la demandada la oportunidad de oponerse a
la solicitud, ofrecer pruebas y alegar, e incluso impugnar la determinación correspondiente,
características propias del debido proceso que exige la garantía de seguridad jurídica de
audiencia prevista en el artículo 14 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos; de ahí que la sentencia que se dicte en el juicio es susceptible de reclamarse en
amparo directo, previa satisfacción del principio de definitividad, en términos del artículo 158
de la Ley de Amparo”.
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Ahora bien, para que pudiésemos considerar como un real incidente al que
nos ocupa tendría que tener como materia (litis) alguna cuestión accesoria al
procedimiento principal (en este caso el arbitral), cosa que no sucede especie,
pues de lo que se trata es de declarar la nulidad del procedimiento, lo cual
constituye una acción diversa del procedimiento arbitral. Por ello, no puede
considerarse como una incidencia del procedimiento arbitral, sino como una
cuestión diversa de aquélla.
En este sentido, consideramos que el llamado incidente de nulidad de laudo
puede equipararse al procedimiento de nulidad de juicio concluido, previsto por
diversas legislaciones del país, que no obstante referirse a un procedimiento, es
independiente de aquel cuya nulidad se reclama, pues la litis de éste no es la del
primer juicio, sino determinar si procede o no la nulidad.
Lo mismo sucede en el caso que nos ocupa: la litis de ese procedimiento no
es una cuestión que tenga que ver con lo resuelto en el procedimiento arbitral,
sino con la procedencia o no de la nulidad demandada, lo cual hace que, de suyo,
éste sea un procedimiento —al margen de su denominación—, independiente del
arbitral.
Otro ejemplo de lo anterior son las tercerías. Pudiera pensarse que por
derivarse de un juicio principal son incidentes de él y, por tanto, su resolución es
impugnable a través del amparo indirecto; sin embargo, dada su naturaleza, se ha
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considerado a este procedimiento como un verdadero juicio y que, en contra de la
sentencia dictada en una tercería, es procedente el amparo directo.
En consecuencia, estimamos que, aun cuando los artículos 1460 y 1462
del Código de Comercio previenen que los procedimientos de nulidad y de
reconocimiento de laudos arbitrales se sustanciarán en la vía incidental,
debe entenderse que se trata de verdaderos juicios, por lo que las decisiones
que en definitiva resuelven sobre la eficacia y reconocimiento de esos laudos, o
las que ponen fin a dichos procedimientos, son reclamables mediante el juicio de
amparo directo, en términos del artículo 158 de la Ley de Amparo.
Por otra parte, tampoco compartimos las consideraciones del fallo
mayoritario, plasmadas en la pagina 138 de la sentencia, en las que se afirma que:
“No obstante, que el laudo arbitral no constituye una sentencia definitiva para los
efectos del amparo, sí es la culminación de un procedimiento seguido en forma de
juicio lo cual permite establecer que la resolución dictada en el incidente de
nulidad del laudo arbitral debe considerarse como un acto ejecutado fuera de juicio
y, por ende, la resolución recaída al incidente, por equiparación, constituye la
última resolución dictada en el procedimiento que inició con una etapa arbitral y
culminó con una fase jurisdiccional [...] Consecuentemente, en este caso, debe
estimarse que se actualiza, de manera analógica, el supuesto de procedencia del
amparo indirecto, previsto en el artículo 114, fracción III, de la Ley de Amparo,
pudiéndose reclamar no sólo la resolución recaída al incidente, sino también las
demás violaciones cometidas dentro de dicho procedimiento incidental [...]”.
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Al respecto, estimamos que los actos que se consideran ejecutados fuera
de juicio se refieren a un procedimiento jurisdiccional y, en el caso, el
procedimiento arbitral no puede considerarse como tal, por las razones que hemos
apuntado, así como tampoco puede considerarse como una resolución que puso
fin a ese procedimiento.
Nos parece que a la resolución que determina la nulidad del laudo arbitral
no puede ser considerada como un acto fuera de juicio y, por tanto, no encuadra
en el supuesto del artículo 114, fracción III, de la Ley de Amparo, por las
siguientes razones:
a) No comparte la naturaleza de aquellos actos que se han considerado
como actos ejecutados fuera de juicio, como lo son, por ejemplo, los actos de
jurisdicción voluntaria, los medios preparatorios a juicio o los actos prejudiciales,
en virtud de que la característica principal de éstos es que no existe litis, es decir,
no hay controversia entre partes, con independencia de que posteriormente se
pueda dar el litigio, pero, en principio, estos actos carecen de litis, entendida ésta
como un conflicto entre partes determinado por la demanda y su contestación, y
b) En el procedimiento de nulidad de laudo arbitral, sí existe litis, la cual
consiste, precisamente, en las causas de anulación del procedimiento arbitral y,
como consecuencia, del laudo dictado en el mismo, el cual se inicia como una
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acción y, por ello, debe considerarse como un procedimiento autónomo e
independiente del arbitral, no como parte de él, ni como incidente de ese juicio.
De igual forma, nos parece que tampoco lo podemos encuadrar en un acto
posterior al juicio, simplemente porque el procedimiento arbitral no es propiamente
un juicio, en la acepción jurisdiccional del término, como se ha expuesto con
anterioridad. De esa manera, tampoco se ubica en la otra hipótesis del artículo
114, fracción III de la Ley de Amparo, ya que para que pudiera actualizarse
requeriría de un juicio y, en el caso, no lo hay.
III. Efectos de la sentencia mayoritaria
Otra cuestión que pasó inadvertida por la mayoría es la relativa a si: ¿esta
Suprema Corte tenía facultades para revocar la decisión del tribunal a quo
que consideró que la vía correcta era la directa en términos del artículo 94 de
la Ley de Amparo? O dicho de otra forma: ¿si la Suprema Corte era
competente para revertir el cambio de vía establecido por el Tribunal
Colegiado?
Nos parece que no. En nuestra opinión, no existe fundamento legal que
sustente la decisión de la Suprema Corte para dejar insubsistente la resolución
dictada por el Tribunal Colegiado en el amparo directo.
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Consideramos que este es un aspecto de estricta legalidad que, como se
señaló al principio del presente voto particular, escapa de la competencia de este
Alto Tribunal, en virtud de que la competencia de la Corte en esta instancia se
circunscribía a las cuestiones estrictamente constitucionales.
A diferencia de lo que acontece en el supuesto contemplado en el artículo
94 de la Ley de Amparo, en el que se faculta a la Suprema Corte y a los
Tribunales Colegiados de Circuito para dejar insubsistente la sentencia de un
Juzgado de Distrito, cuando adviertan que el amparo respectivo debió tramitarse y
sustanciarse como amparo directo y no como amparo indirecto, en el caso que
nos ocupa no existe un precepto equivalente que faculte a este Alto Tribunal para
dejar insubsistente la resolución dictada por un Tribunal Colegiado al conocer de
un amparo directo y, como consecuencia de ello, ordenarle que se avoque a su
conocimiento como indirecto.
Al respecto, consideramos que las decisiones tomadas por un Tribunal
Colegiado de Circuito en estos casos constituyen resoluciones definitivas, que no
son susceptibles de ser modificadas ni siquiera por la Suprema Corte de Justicia
de la Nación.
Existen otros supuestos en los que los Tribunales Colegiados se
constituyen como órganos terminales, por ejemplo, cuando al conocer de un
amparo en revisión dicho órgano estudia las causales de improcedencia hechas
valer y determina que las mismas no se actualizan.
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En estos casos, la Suprema Corte ha sostenido que la determinación del
Tribunal Colegiado es definitiva, de manera que este Alto Tribunal no puede volver
a estudiar las mismas causales de improcedencia, como se advierte de la tesis del
Pleno de rubro: “REVISIÓN EN AMPARO INDIRECTO. LA RESOLUCIÓN
DICTADA POR LOS TRIBUNALES COLEGIADOS DE CIRCUITO EN LA
SEGUNDA INSTANCIA, CONFORME AL ACUERDO PLENARIO 5/2001,
CONSTITUYE UNA DECISIÓN INMUTABLE E INATACABLE”3.
Por otro lado, si bien pudiera pensarse que la cuestión de la vía correcta es
de orden público y, por lo tanto, sí sería susceptible de análisis y, en su caso,
revocación por parte de la Suprema Corte, nos parece que para ello debería existir
facultad legal expresa, lo que no acontece en este caso.
3
Tesis número P. XVII/2003, visible en el Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Novena Época, tomo XVIII, correspondiente a diciembre de dos mil tres, página 18, con el
siguiente texto: “De conformidad con lo dispuesto en los puntos quinto, décimo, décimo
primero y décimo segundo del Acuerdo General Plenario 5/2001, de 21 de junio de 2001, los
recursos de revisión en amparo indirecto, competencia originaria de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, serán enviados por los Jueces de Distrito y, en su caso, por los
Tribunales Unitarios de Circuito a los Tribunales Colegiados de Circuito para que verifiquen su
procedencia y resuelvan, en su caso, sobre la caducidad, el desistimiento o la reposición del
procedimiento, así como sobre la inconstitucionalidad de leyes locales o federales respecto de
las cuales exista jurisprudencia aplicable de este Alto Tribunal, y que de resultar procedente el
juicio, cuando el asunto no quede comprendido en tales hipótesis, dejarán a salvo la
jurisdicción de la Suprema Corte de Justicia y le remitirán los autos sin analizar los temas de
su exclusiva competencia. En ese sentido, la resolución dictada en segunda instancia por el
Tribunal Colegiado de Circuito constituye una decisión emitida por un tribunal terminal y, por
tanto, adquiere características de inatacabilidad e inmutabilidad, de manera que ni siquiera el
Máximo Tribunal de la República está jurídicamente facultado para modificarla”.
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Es distinto el supuesto de las causales de improcedencia no estudiadas con
anterioridad, pues la misma Ley de Amparo faculta al órgano revisor a analizarlas
en cualquier instancia; sin embargo, como ya se ha dicho, la Suprema Corte ha
sostenido que no puede volver a analizar una causal examinada por el Tribunal
Colegiado, aun cuando se llegara a considerar que el estudio realizado fue
incorrecto.
Por ello, además de que en el fallo mayoritario no se da fundamento para
revocar la sentencia recurrida y revertir la decisión del Tribunal Colegiado en
relación con la vía directa o indirecta del amparo, nos parece que simplemente ello
no podía hacerse porque esta decisión del tribunal a quo es definitiva e inatacable,
al no existir disposición legal alguna que lo permita y en razón de que, en todo
caso, es una cuestión de estricta legalidad que no podía ser materia de esta
instancia constitucional.
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