POV de Nate La Ruptura

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POV de Nate
La Ruptura
Traducido por ƸӜƷKhaleesiƸӜƷ y LizC
Corregido por LizC
Lo que había sucedido durante el fin de semana en Longniddry fue un
poco demente. De acuerdo, si Nate estaba siendo honesto consigo Desde
el inicio de estas lecciones de sexo con Liv, Alana había comenzado a
asecharlo de nuevo, y llevar a Liv a casa a conocer a sus padres había
despertado los recuerdos hasta que se sintió al borde, sus emociones
demasiado crudas para poder manejarlas. Nate era un tipo relajado,
trataba de no dejar que nada se metiera debajo de su piel, por lo que no
era muy bueno en el manejo de cualquier cosa demasiado abrumadora.
Podía admitírselo a sí mismo, incluso si no podía admitirlo a nadie más.
Había una parte de él que sintió que debía pedir disculpas a Liv por su
comportamiento, pero la parte mucho más grande de él que estaba al
mando de la mayoría de sus pensamientos en estos días, creía que una
disculpa solo la confundiría, quizá la llevaría a pensar que había algo más
entre ellos.
Así que nada de disculpas. Pero él necesitaba verla para poder averiguar
dónde estaban las cosas. Sin embargo, por primera vez en todo el tiempo
que podía recordar, Liv no había estado en casa cuando él había ido. Se
había quedado por unas horas, a la espera de ella y nunca apareció.
Casi la llamó. Solo para ver si estaba bien. Ella era su amiga. Se le permitía
estar preocupado. Por muchas razones.
Después de los acontecimientos del fin de semana él sabía que era el
momento de decidir si se debía poner fin a esta cosa entre ellos antes que
todo se volviera demasiado complicado. Así que después del trabajo,
Nate había tomado un taxi a casa de Liv y entró. Al sonido de la llave de
ella girando en la cerradura, se puso tenso. Algo así como la aprehensión
se introdujo a través de él, solo intensificándose cuando Liv entró
encontrándolo allí, con la incertidumbre escrita en su hermoso rostro.
—Hola —dijo ella suavemente.
Aliviado de verla, Nate se inclinó hacia delante y apagó la televisión,
dándole toda su atención porque quería la suya a cambio.
La idea de terminar las cosas se consumió en llamas cuando la vio.
—Vine anoche. Nunca llegaste a casa.
Ella dejó caer las llaves en el cuenco junto a la puerta, al parecer para
evitar su mirada mientras decía:
—Me quedé con mi papá.
Más alivio se deslizó a través de él. Así que, de acuerdo, podía admitir que
se le pasó por la cabeza que tal vez, después de la forma en que había
actuado durante el fin de semana, ella finalmente reunió el coraje de
reunirse con ese estúpido chico de la biblioteca que le gustaba. Haciendo
caso omiso de su alivio, dijo:
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
Mmm, ella todavía no lo veía a los ojos.
Maldición.
—¿La jodimos el fin de semana?
Ella suspiró y se acercó a él, lo que era mucho mejor. Olivia era
naturalmente afectuosa. Debería haber estado en sus brazos al momento
en que entró por la puerta, y el hecho de que ella no lo estaba…
—No lo sé. ¿Lo hicimos?
Fue entonces cuando se dio cuenta de la razón de su distancia. Liv no
buscaba más. Solo estaba confundida… y él podía hacer algo al respecto.
Algo en lo que era muy bueno en hacer. Se acercó a ella, amando la
sensación de sus exuberantes curvas bajo sus manos mientras él la atraía
hacía él.
—Creo que fue un fin de semana extraño. Creo que debemos olvidarlo.
Ella se relajó contra él y tuvo que ocultar una sonrisa de satisfacción.
—Está bien —suspiró mientras él comenzaba a presionar besos en su
sedosa mandíbula.
El olor de su perfume fue un detonante para su cuerpo, y sintió toda la
sangre bajando a su pene. Sus puños se apretaron en la tela de su camisa.
Mierda. ¿Alguna vez dejará de desear a esta mujer?
—Siento que no he estado dentro de ti hace siglos.
Se inclinó hacia él y ahogó un gemido cuando sus pechos suaves y
generosos rozaron su torso. La quería de espalda, debajo de él. Ahora.
—Solo han sido unas pocas noches —dijo ella, la lujuria en su voz
desmintiendo su recordatorio racional que debían ser capaces de tratar
de estar unas pocas noches separados sin querer arrancarse la ropa
mutuamente.
Al diablo con la racionalidad, él la quería tan excitado como estaba,
como se sentía. Su lengua se movió ligeramente a su cuello.
—Eso fue lo que dije. —Presionó un beso con la boca abierta en su punto
dulce justo debajo de la oreja—. Hace putos siglos.
Todo el cuerpo de Liv se hundió en él al mismo tiempo que sus dedos se
clavaron en su espalda. Ella dejó escapar un gemido bajo e intenso y Nate
perdió el control.
La besó con fuerza, cayendo profundamente en su sabor y tacto. Él era un
poco rudo, ansioso de alejar todas las complicadas, molestas emociones
que había estado tratando de arruinar todo para ellos el fin de semana.
La blusa blanca de Liv estaba en el camino de sus esfuerzos para hacer
que los dos olvidaran. Tiró del cuello, rasgándolo, los botones volando por
todas partes. Ella jadeó, pero no le regañó, quitándose la camisa para que
él pudiera atacar a su sujetador ahora.
Falda y bragas volaron detrás de él y cuando la empujó suavemente
hacia el dormitorio y arrancó su propia ropa. Desnudo, la empujó sobre la
cama y comenzó a besar cada centímetro de su hermosa piel olivácea.
Todavía le impactaba que Olivia no hubiera tenido ni idea de lo sexy que
era. En realidad nunca había conocido a una mujer tan hermosa como
ella y con tantas inseguridades.
Y él tenía que admitírselo a sí mismo, mientras chupaba un pezón muy
delicioso, su pene palpitando cuando Liv jadeó en respuesta, se sentía
vanidoso por el hecho de haber sido quien había desatado su apetito
sexual.
Todo lo que ella tenía para dar en ese mismo momento, toda esa belleza,
toda su bondad, su humor, toda su lujuria, era para él.
Algo se deslizó en su pecho, doloroso y cálido, y se encontró a sí mismo
tratando de llegar desesperadamente a sus labios. El beso fue lento, dulce,
y sus manos acariciaban cada centímetro de ella, guardándolas en su
memoria. Ella levantó las caderas a modo de invitación.
Él respondió la invitación, guiando su pene en su estrecho y húmedo calor.
Mierda, se sentía increíble. Ella siempre se siente increíble.
Sus labios se separaron en un suspiro emocionado, sus párpados bajando
sobre sus ojos.
Esos impresionantes ojos dorados estaban en sus primeras cinco cosas
favoritas de ella.
—No. Mírame. Dame esos ojos —dijo exigente, agarrando su muslo para
poder empujar dentro de ella en un ángulo más profundo, más
satisfactorio. Sus dedos se cerraron sobre ella y sintió esta inmensa ola de
posesividad cubriéndolo cuando ella lo miró con ternura. Ella lo había
echado de menos. Él la había echado de menos.
Moviéndose lentamente dentro y fuera de ella, el conocimiento de que
ella era de él creció hasta echar raíces y aferrarse a él con una ferocidad
que aumentó su excitación. No había nada mejor. Ningún lugar mejor que
estar aquí con Liv. Nada nunca se había sentido más como en casa.
Podría pasar toda mi vida aquí… mirando a esos ojos.
Sus músculos internos se apretaron alrededor de él mientras ella gritaba por
el clímax con lágrimas brillando en sus ojos. Eso, y el palpitar de su sexo
alrededor de su pene era más de lo que podía tomar, su liberación lo
derribó. Sus caderas se estremecieron contra ella mientras acababa más
duro de lo que nunca podía recordarse venir…
… Sin embargo… una vez que la nube de profunda satisfacción se levantó,
Nate fue instantáneamente preso del pánico.
Todo lo que él sentía por Liv… no, era demasiado, demasiado abrumador.
No podía sentirse así.
No después de Alana.
Todo el humor del momento se volcó sobre su cabeza.
Necesitando escapar y lo más rápido posible, se salió de Liv, rodando lejos
de ella sin mirarla a los ojos. No podía mirarla.
Él no podía…
Esto…
¡No!
Descartando el condón usado en su papelera, Nate corrió rápidamente a
sus jeans.
—¿No te vas a quedar? —preguntó Liv, sonando pequeña.
Se sintió enfermo. Los dedos temblorosos mientras recogía la camisa y la
abotonaba sin contestar. ¿Cómo demonios…? ¿Por qué…? ¿Cómo…?
El fin de semana no había sido la equivocación. Esto, lo que sea que había
entre ellos, estaba saliéndose de control a toda velocidad. Debería haber
terminado esta cosa en el momento que entró por la puerta.
Arrastrando una mano por su cara, Nate se preparó para decir lo que
había que decir. De mala gana, se encontró con su mirada.
—Estoy terminando esto, Liv. Ya no puedo hacer esto.
El dolor en sus ojos le hizo sentir cerca de dos centímetros de alto.
—Tú… —Negó con la cabeza en confusión—. Me haces el amor y
después… ¿lo terminas?
¿Amor? ¡Amor!
El miedo se convirtió en ira. En desesperación.
—Es por eso. ¿Hacerte el amor? Nunca se trató de eso.
Él nunca iba a volver allí. Ella lo sabía.
Pero mientras la veía levantarse enojada de la cama para ponerse un
camisón, Nate se quedó paralizado por la confusión. ¿Por qué estaba
reaccionando así de mal? Esto iba a terminar entre los dos, ambos siempre
lo habían sabido.
—¿Por qué viniste esta noche? ¿Si ibas a terminarlo?
—Porque no estaba seguro si debía ser terminado… pero después de eso…
—se interrumpió, recordando con horror ahora lo perdido que se había
sentido mientras se movía dentro de ella. Perdido pero tan increíblemente
y jodidamente encontrado.
¿Cómo demonios había sucedido esto?
Tenía que hacer que se detenga.
Terminarlo era la única manera de hacer que todo vuelva a ser como era.
Volver a la fácil manera de llevar el buen humor y la amistad
inquebrantable a la comodidad.
Liv lo fulminó con la mirada.
—Solo estaba siguiendo tu ejemplo.
Su ira estaba haciendo que su pánico aumentara, pero más que eso, el
dolor en sus ojos lo estaba matando. Las cosas se habían puesto tan
desordenadas. Y eso le molestó.
—No lo hagas. No me pongas esos ojos tristes y ese tono herido. Estuvimos
de acuerdo en que esto era solo sexo. Y tú lo prometiste. —Me lo
prometiste. Eres mi mejor amiga, Liv, no me hagas esto. No puedo
perderte, también—. Prometiste que esto no nos arruinaría.
—¿Quieres que mantenga esa promesa? ¡Nate, no te mientas! Por las
últimas seis semanas hemos estado en una relación, y estoy harta de
pretender que no lo es. Estás aquí casi todas las noches y no es solo por
sexo. Es amistad, cariño, y ternura. Nos hacemos reír y nos entendemos.
¿Qué tiene eso de malo? —Lágrimas brillaban en sus ojos, con tanto dolor.
No. No, ella no está…
Porque si ella lo estaba entonces iba a perderla.
Aterrorizado, Nate la miró fijamente, horrorizado. ¡Ella le había mentido! Le
había dado algo especial y lo iba a arrebatar lejos de él porque ella nunca
había tenido ninguna intención de mantener las cosas casuales entre ellos.
La rabia y el miedo se mezclaban con el sentimiento de culpa que estaba
desesperado por hacerlo a un lado.
—No puedo creerte —se las arregló para decir ahogado por el nudo de
emoción en su garganta—. ¡Te he dicho una y otra vez que no quiero eso y
tú te sentaste ahí y murmuraste que entendías y maldita sea me lo
aseguraste y todo el tiempo estuviste manipulándome! —Se sacudió,
tratando de controlarse a sí mismo a medida que ella retrocedía aturdida
de su rugido poco característico en él.
Y luego su suave voz llegó hasta él.
—No fui yo quien te pidió que te quedaras a dormir después del sexo. Tú
hiciste eso. No te pedí que estuvieras aquí casi todas las noches. Tú hiciste
eso. No me acurruqué junto a ti en el sofá. Tú hiciste eso. No te pedí que
fueras a mi casa y conocieras a mis padres. Tú hiciste eso.
Nate no podía mirarla. Luchó por la calma mientras sus palabras
penetraban en su interior.
Liv tenía razón. Él había hecho todo eso. Había estado jugando con fuego
todo el tiempo y no había hecho nada para evitar que el fuego se salga
de control.
Esto era su culpa.
—En retrospectiva, creo que sabías que había algo más en esto. Había
momentos cuando sentía que te alejabas y pensaba que eso era todo…
esto, entre nosotros, se había terminado. Pero entonces volvías. ¿Por qué?
Echó un vistazo hacia ella, Nate casi retrocediendo ante las lágrimas, ante
la acusación. ¿Qué podía decir que no la confundiera más? ¿Que no le
hiciera más daño?
—Liv, no. —Es la última cosa que quieres escuchar. No me hagas decirlo,
nena. No nos hagas daño a los dos con esto.
—¿No? ¿Por qué no?
¡Maldita sea con ella!
—Porque… —dijo Nate forzadamente, el control sobre sus emociones,
sobre toda su ira, fallando—. Si dices algo más me veré obligado a decir
cosas que no quiero.
Pero Liv había perdido todo control sobre su ira. Estaba decidida a empujar
sus botones.
—Solo dilo. Vamos. ¡Solo dilo! ¡Soy una niña grande!
—No empeores esto.
—¡Ya lo has empeorado con tus malditas señales contradictorias, solo dilo!
Sus nervios deshilachados se rompieron.
—Bien. No te amo. No puedo y no lo haré y tú lo sabías, así que no actúes
como una víctima.
La angustia en sus ojos lo aplastó.
Allí, de pie, un mentiroso y un cobarde, Nate no pudo recordar un
momento en que alguna vez se hubiera sentido tan avergonzado de sí
mismo. ¿Qué clase de hombre lo hacía el estar allí de pie y hacer que una
buena mujer sufra debido a que él estaba… qué… asustado? Se burló
amargamente de sí mismo y oró a Dios para que Liv tuviera en su interior la
fuerza para perdonarlo por su debilidad.
El sonido de su amarga risa zanjó en la esperanza de que su amistad
pudiera ser salvada.
—Justo la semana pasada pensé que tú podías ser la mejor persona que
alguna vez conocí en mi vida. La semana pasada te amé como nunca he
amado a alguien.
No, mierda, no. Retráctate, Liv, retráctate y podemos empezar de nuevo.
—Me enseñaste a ser valiente de nuevo, Nate. ¿Cómo puede semejante
cobarde enseñarle a alguien a ser valiente?
No pudo ocultar su estremecimiento. Ella pensaba tan mal de él como él
pensaba de sí mismo.
—¿Sabes que más me enseñaste?
¿Qué, Liv? Dímelo. Hazme daño como yo te he hecho daño a ti.
—Me enseñaste a creer completamente en mí misma. Me enseñaste que
valgo más de lo que veo en el espejo. Así que hoy, mientras tratas de
enseñarme lo opuesto, te digo que te vayas a la mierda. —Sonrió a través
de las lágrimas cayendo por sus mejillas—. Merezco ser amada. Todo o
nada.
Cristo, ella era magnífica. Su chica había recorrido un largo camino. Y
estaba cien por ciento en lo correcto.
No había manera de que alguna vez la mereciera.
Pero eso no quería decir que quería perderla de su vida por completo y
Nate no necesitaba ser un genio para saber que era ahí a donde iba esto.
Tenía que salvar su amistad de alguna manera. Tenía que recordarle que
él no era una mala persona, que no había querido engañarla hasta que
sintiera… tanto por él.
—Liv, nunca te prometí nada, sabes eso.
Tuvo el efecto contrario de lo que él quería. Solo la enfureció.
—Deja de hacerte el tonto. ¡Has estado en esto conmigo por las últimas
seis semanas! Esto no fue solo sexo fácil, Nate. ¡Soy yo!
Ella estaba cayendo… deslizándose entre sus dedos.
Justo como Alana.
—Prometiste…
Liv se hundió, tambaleándose lejos de él con cansancio. El impulso de
acercarse a ella era tan grande que tuvo que apretar los puños a su lado.
—Tienes razón, lo hice. —Ella asintió, levantando esos hermosos ojos suyos.
La acusación en ellos lo destruyó—. Sin embargo, no esperaba que tú
desdibujara los límites. Nosotros desdibujamos los límites. Al menos yo
puedo admitirlo. Pero si tú lo admites, tendrías que admitir que has sido un
cabrón egoísta, y no creo que vayas a hacer eso.
Encontrándose con más miedo de su odio que de su amor, Nate trató de
hacerla entrar en razón.
—Te equivocas. Lo admito. Pensé que podíamos ser mejores amigos y tener
sexo. No funcionó. Y seguí volviendo y empeorándolo porque no quería
perder tu amistad. Lo siento. Pero me conoces. Sabes que no me
comprometo. Sabes eso. No me lo eches en cara. Solo sé… mi maldita
amiga.
La mirada de incredulidad en su rostro erosionó otro pedazo de su
esperanza.
—Acabo de decirte que me he enamorado de ti. —Ella empezó a llorar
más fuerte.
Todo el pecho y el estómago de Nate parecían estar destrozado. Ese dolor
empeoró cuando ella dijo:
—¿Esperas que pueda estar alrededor de ti ahora?
Estaba perdiendo.
—Liv, no hagas esto.
—Tengo que hacerlo. Lo siento. Por el bien de mi cordura tengo que
hacerlo. Si sales por esa puerta, Nate… si sales por esa puerta… no vuelvas
jamás.
¡Mierda, mierda, mierda!
—No lo dices en serio.
Sus ojos tristes lo atravesaron.
—Oh, vamos. Acabas de decirme que no me amas y que nunca lo harás.
Dudo que siquiera me extrañarás.
Nena, no tienes ni idea. Él nunca antes había rogado a una mujer por
nada en toda su vida, pero para conservar a Liv, él lanzaría su jodido
orgullo por la ventana. Sin duda, ella tendría que ver que eso significaba
algo.
—Olivia, no lo hagas.
Ella se quedó inmóvil ante su súplica, sus ojos estudiando su rostro.
—Te amo, Nate. ¿Tú me amas?
No puedo. Me has arruinado.
Él no podía darle lo que ella quería.
Un dolor insoportable se apoderó de él y no pudo luchar contra las
lágrimas que brotaron de sus ojos. Esto era todo. La había perdido.
—Nunca quise lastimarte, nena.
Nuevas lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Supongo que eso fue el adiós.
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