Distribución de riqueza

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El caso argentino es paradigmático al respecto, por dos motivos: porque, de entre los países de América Latina, sin
duda es Argentina sino el que más, uno de los que más profunda y significativamente pudo constituirse como una
“sociedad de trabajadores”. Por un lado esto, y por otro, de manera y con causas directamente vinculadas a lo anterior,
porque la intensidad de la implantación del neoliberalismo- deberíamos decir sin metáforas, su ferocidad- sus implicancias sociales y políticas, materiales y simbólicas, tanto como el estrépito de su “caída” - aquí sí, quizás, debemos
poner comillas y quizás itálicas… porque la contundencia y la literalidad de esta caída tiene ribetes paradójicos
directamente proporcionales a la penetración ideológica, subjetiva y estructural del neoliberalismo y su destrucción
de los elementos simbólicos y materiales de aquella “sociedad de trabajadores”- resultan también paradigmáticos y
buen ejemplo para pensar los desafíos políticos, económicos y sociales que reponer estas cuestiones y su articulación
implican .
[email protected] www.ciudadania.org.ar
Director de Formación Centro Nueva Tierra- Coordinador Colectivo Ciudadanía
Néstor Borri
Abordar la cuestión distributiva en relación a la problemática
del trabajo puede constituir una redundancia. Tan fuertemente
asociadas están, que tratarlas así, repensando su vinculación, no
hace mas que remitirnos con nueva fuerza al amplio y profundo
proceso de fragmentación de nuestras sociedades y de sus modos
de pensarse a si mismas que se desarrolló en los últimos 30 años.
Abstract: The author raises a crucial matter in times like these – the distribution of
wealth and he relates this with the issue of labour. Distribution of wealth has an impact
on life not only as it is lived today, but life for generations to come. This make it a truly
political matter which cannot be delayed.
Distribución de riqueza
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Si algo deja de manifiesto la experiencia argentina, si algo invita a pensar, si algo desafía en la practica concreta de intervención – desde cualquier área que esta se realice, sea económica,
cultural, religiosa, técnica, académica, organizativa, cotidiana
o estructural- es la politicidad y la historicidad del tema. Su
relación con las decisiones, su poder estructurante de nuestra
realidad y de nuestro futuro, sus desafíos ético-prácticos y su
no pertenencia a una “temática”, una “disciplina” o un “sector”.
Histórico y político, densamente enhebrado en la historia, fuertemente presente y estratégicamente ligado al futuro.
Para abordarlo, haremos un breve repaso por 4 afirmaciones
sumamente elementales al respecto, y sobre cada una de ellas
propondremos una breve reflexión problematizadora en esta
dirección de su politicidad y su complejidad histórica1.
Se señalan en negrita las afirmaciones originales – que eventualmente pueden parecer “obvias”. Justamente, los breves desarrollos posteriores intentan poner en claro la no-obviedad de
tales afirmaciones, el desafío de reposicionarlas en el escenario
actual.
1
Los cuatro puntos que se exponen fueron originalmente
elaborados como una parte de 10 cuestiones de “entrada” a un
material de reflexión sobre trabajo en el marco de una campaña
formativa sobre Distribución de la Riqueza destinada a organizaciones sociales, promovida por el Programa MERCOSUR Social
y Solidario, y llevada a cabo, en Argentina por un conjunto
de organizaciones nucleadas en la Red Amuyen. Se puede
encontrar en www.espacioamuyen.org.ar
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© Cooperativa de Fotógrafos Sub
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1 / El trabajo es una cuestión
determinante para construir
consistentemente una sociedad
justa y democrática.
Si bien la afirmación pertenece al repertorio clásico de cierta reflexión política,
académica y social, esto se enfrenta a varios obstáculos:
a. La sociedad contemporánea organiza las expectativas y “produce” los
actores y sus subjetividades de una manera mucho mas vinculada al
consumo que al trabajo. Y los actores – “consumidores”- no son solo sujetos pasivos de una alineación, sino que construyen también este tipo
de sociedad. Sus expectativas, sus maneras de ser sujetos, generacionalmente, están fuertemente ordenadas y tienen una parte significativa de
sus horizontes en relación al consumo antes que respecto al trabajo, y
muchas veces, por la situación social estructural, y por el repertorio de
experiencias que han vivido, tanto como por sus realidades biográficas,
fuera o lejos del mundo del trabajo.
b. En las democracias de consumidores – con su correspondiente “ciudadanía”- la política, y en particular su actor central el estado, fue fuertemente
disociada de su rol vinculado a la generación, cuidado y promoción del
trabajo, y este aparece como un elemento ya sea del costo empresario, ya
sea de las recetas técnicas (tecnocráticas) para hacer funcionar la macro
economía.
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2/ Históricamente, la problemática del trabajo
ha ocupado un lugar central para los sectores
populares; ha sido el factor aglutinante
de grandes luchas y construcciones.
a. En los últimos años, una gran porción de la energía de las luchas sociales, por diversos
motivos, se desplazó a otros sectores y ámbitos. Este deslizamiento tiene elementos
estructurales (de la fábrica, al barrio, donde fueron a “parar” los desocupados), elementos funcionales e ideológicos ( la visibilidad de las luchas territoriales es al mismo
tiempo visibilizada y legitimada/deslegitimada por los medios de comunicación,
construyendo cierto imaginario sobre donde “suceden” las luchas populares, o por
ejemplo en ciertas expresiones del mundo académico con el énfasis de los llamados,
malamente muchas veces, nuevos movimientos sociales, o dejando los actores clásicos para estudiar/ensalzar a las ONGs).
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b. El desplazamiento de “la fábrica al barrio” (de las organizaciones de trabajadores a
las organizaciones de desocupados, de la huelga al piquete, de la paritaria a la olla
popular) que se dio en los 90, vuelve, con los cambios políticos y económicos sucedidos después de 2001-2003, vuelve, decíamos (en un movimiento quizás pendular) a
tener elementos centrales en el mundo del trabajo, en los sindicatos, en las paritarias.
Reconstruir una articulación y una identidad entre sectores sociales con inclusión diferencial en el mundo del trabajo, desde el desocupado a los trabajadores mejor posicionados en la estructura del mercado laboral es un desafío central, desde diferentes
puntos: desde las política públicas que promueven la inclusión y el empleo, desde la
articulación de dirigencias, organizaciones y militancias de organizaciones populares
“repartidas” en estos diferentes ámbitos, que en muchos casos crecieron no solo de
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manera “aislada” sino controversialmente enfrentadas,
hablando idiomas políticos diferentes, desconociéndose o aún descalificándose –desde dentro y fuera-,
desde la perspectiva de la creación de identidades,
imaginarios e incidencias conjuntas para repensar la
“construcción del pueblo”, que necesariamente implica nuevas síntesis de lo que la experiencia popular
concreta ha encontrado, desarrollado, elaborado en
estas diferentes etapas.
3/ En Argentina, tenemos
la memoria y la experiencia
del trabajo como
mecanismo primordial
para la distribución de la
riqueza: se pudo distribuir
cuando se creó trabajo.
a. Sin embargo, esta memoria aparece de diferentes
maneras, y en algún punto quizás queda reflejado
en la existencia problemática de esta memoria, el
quiebre profundo que sufrimos históricamente como
sociedad. Por primera vez en toda nuestra historia,
tenemos hijos de desocupados, jóvenes que crecieron,
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que desarrollaron toda su vida en familias donde la experiencia del empleo más o menos estable estuvo
ausente.
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b. Aún así, la memoria de una sociedad integrada por el trabajo subsiste. ¿De qué manera? ¿A qué niveles?
Cómo hacer para que esa memoria, ese pasado, esa experiencia, se vuelva una fuerza, un recurso, un componente de las energías sociales que nos permitan SABER que es posible una sociedad donde los sectores
populares tienen claramente su lugar, un lugar digno, una participación diferente en la distribución de la riqueza y el poder, pero al mismo tiempo RECONOCER que la manera de volver a construir eso – en términos
de estructura y de acción, en términos de políticas y de actores, en términos de ideas y de prácticas- no es
“volver” a esa sociedad – porque cambió el contexto, porque la etapa de la historia del mundo y de la producción es otra, porque los condicionamientos son otros, porque la misma subjetividad, masiva o militante,
es otra.
c. Articular distribución y reconocimiento, poner en valor político la experiencia histórica es una tarea, valga la
reiteración, propiamente política, ideológica y organizativa.
d. Tarea cultural también, siempre y cuando sepamos ubicar la cuestión de “la cultura del trabajo” en un lugar
que no sea ser funcional a las miradas meritocráticas, a los posicionamientos “morales” e higienistas a los que
se suele asociar, a las miradas regresivas y anacrónicas, idealizantes de un sujeto-trabajador-honesto-integro
que no reconoce ni la diversidad ni asume la fragmentación, que termina siendo funcional a la exclusión
porque no puede ver que sin política sociales de asistencia – que muchos defensores de la cultura del trabajo
suele tachar, muy rápidamente de asistencialistas, de clientelistas, de promotoras de la “vagancia” o la “dependencia”- no es posible recrear una sociedad integrada. Desgraciadamente, en muchos casos, la idea de la
cultura del trabajo, la añoranza de una sociedad de trabajadores, resultar funcional a la ideología de que sólo
aquellos a los que el mercado es capaz de incorporar al circuito del empleo formal merecen disfrutar de los
bienes y el reconocimiento social. A quien debe o solo puede integrarse – necesariamente- a través de algún
vinculo con la política social, o bien se lo estigmatiza (debiendo este cambiar su ciudadanía por la asistencia
o, en todo caso, “devolviendo” con trabajo – la muy habitual discusión sobre la contraprestación de los planes
de asistencia- lo que se supone recibe por derecho).
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4 / En los últimos 30 años, el neoliberalismo
desarticuló al mundo del trabajo y buscó
deshabilitar a los trabajadores como sujetos
políticos, como actores con la capacidad
de influir en los destinos de la sociedad.
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a. La historia de la destrucción del trabajo es la historia del disciplinamiento social
y, más significativamente, la historia del miedo como estructurador y garante de
la continuidad de la desigualdad en el país. Lo sucesivos ajustes y “shocks” fueron,
todos ellos, acompañados o constituidos directamente por ataques/amenazas a
la vida de las mayorías de una sociedad auto concebida como sociedad de trabajadores/ciudadanos. La persecución, desaparición y muerte a las dirigencias
sindicales y políticas (mucho más que “a los subversivos”) durante la dictadura,
el ataque al valor del salario de la hiperinflación, la destrucción del empleo y las
leyes laborales: todos estos eventos tienen componentes que los muestran como
“frentes de miedo” activados sobre los sectores populares en tanto trabajadores.
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b. Aún hoy, la amenaza, mús o menos velada, sobre la vida, sobre el salario, sobre
la continuidad o el acceso al empleo, funcionan, para los actores económicos,
culturales y políticos que representan los intereses de los sectores financieros y
del capital concentrado, como “arma disciplinadora”, como ”caballito de batalla”.
Y son el mecanismo sobre el que se monta la descalificación por inoportuna,
inviable o inconveniente a cualquier política pública que tienda a garantizar la
vida el salario o el empleo, o al menos a atemperar los intereses, ganancias o
privilegios de quienes defienden los intereses centrados.
c. El desprestigio de los sindicatos – junto con el de los partidos políticos y el de las
organizaciones de desocupados- es el complemento ideológico – exacerbado
por los factores de poder económico pero además “hechos carne” en gran parte
de la sociedad , e incluso de cierto activismo social asociado a las ONG’s, las organizaciones filantrópicas, los movimientos “alternativos ”, las iglesias,…- de este
disciplinamiento, que sigue actuando hoy como elemento a favor de la reproducción de la exclusión y su legitimidad.
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Distribución de la riqueza
De cara a estas cuestiones “de entrada” y su problematización, queremos plantear
algunos puntos sobre la cuestión distributiva, centrándonos fundamentalmente en
sus implicancias para una tarea política de construcción de condiciones, de actores
y de discursos y conocimiento, para reposicionar el trabajo en el horizonte de acción
política y social actual
Para abordar la distribución de la riqueza y lo que implica en términos concretos como
desafío para el país y para las organizaciones sociales, consideramos tres aspectos
fundamentales:
a. La distribución de las capacidades, medios y recursos para la producción. La riqueza propiamente dicha, es decir, el activo social de una sociedad; aquello que
le permite vivir y desarrollarse. La riqueza es lo producido, pero también son las
capacidades, medios y recursos para producir. La tierra, el agua, las fábricas son
formas de riqueza.
b. La distribución de los ingresos, que son el producto concreto de nuestro “acervo”
de capacidades, medios y recursos. La relación de los ingresos apropiados por
los trabajadores (salario) respecto a los ingresos apropiados por los empresarios
(ganancias), marcan el parámetro central de la cuestión distributiva.
c. La distribución del poder. El poder en una sociedad también se concentra. Las
relaciones de poder son siempre asimétricas y desiguales, pero también es cierto
que el poder está siempre en disputa. Siempre en tensión. Distribuir poder es
“tensionarlo” hacia el lado de la justicia y la igualdad: DEMOCRATIZAR la toma de
decisiones.
No es posible distribuir riquezas e ingresos, sin procesos de
toma de decisiones, sin distribución de poder de decisión. Y no
hay distribución económica efectiva y sostenible si no redunda
en alguna forma de nueva distribución del poder en la sociedad.
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A modo de salida, retomamos también un conjunto de planteos encaminados “al umbral de la acción”, definiendo algunas
implicancias que les caben de diferente manera a actores también diversos:
Ante la situación de pobreza y las condiciones de vida de la gran
mayoría de los argentinos, la distribución es un desafío ético y
político insoslayable en una sociedad que se dice y se espera
democrática.
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Amerita lecturas y aprendizajes de la memoria, coherencia respecto de las lecciones del pasado y una mirada certera que permita ver que a toda la sociedad le fue mejor cuando la distribución fue mejor. A la vez es una oportunidad histórica abierta por
la propia sociedad con su movilización y su esfuerzo recientes.
La recuperación de niveles de consumo por parte de los sectores medios, en Argentina, ha hecho que se tienda a olvidar
las atrocidades y las penurias de las décadas neoliberales y sus
consecuencias. Paradójicamente, en la recuperación de las clases medias hace “nido” nuevamente el paradigma neoliberal,
antiestatal, excluyente, muchas veces racista incluso, con sus
dispositivos de descalificación política y sus “lugares comunes”
sembrados y amplificados por los medios de comunicación.
Generar otras ágoras y otros discursos que permitan recordar y ver, reconocerse a si mismos y junto con otros a diferentes sectores sociales es una tarea política fundamental para sostener los relativos procesos de recomposición social
que se plasmaron después del 2001.
La posibilidad de una distribución creciente de la riqueza, tiene que ver con la viabilidad y el futuro de la sociedad
como tal, que no puede convivir en paz, no podrá desarrollarse realmente ni podrá sostener su crecimiento con altos
niveles de desigualdad.
La cuestión de la seguridad urbana también paradójicamente, aparece como un factor de criminalización de los pobres y de la protesta, por un lado, y de impugnación de la política y de disputa por un estado defensor de la seguridad
de unos pocos contra las “garantías” para los pobres. Es la continuidad de la relación de la historia del miedo- hermana
y ariete de la concentración de la riqueza y la legitimación de la desigualdad.
Por la inversa, generar un discurso que articule desde la perspectiva de los intereses de los sectores populares la
cuestión de los significados que para y desde ellos (¿nosotros?/¿todos?) tiene la “seguridad”, la importancia del trabajo y del empelo y del rol del estado al servicio de la vida y la felicidad populares, constituye un desafío de creación
ideológica y de creación de sentido donde , para las organizaciones sociales y para otras instituciones que, como por
ejemplo las Iglesias, o la escuela, tienen la función tanto de “distribuir los bienes simbólicos” como de administrar lo
“tolerable” en la cultura de una sociedad, hay tareas tan de fondo como inmediatas.
La distribución de la riqueza es la cuestión que más directa y profundamente tiene que ver con las generaciones que
vienen, con nuestros niños y jóvenes. Es lo que marca el presente e hipoteca el futuro de los niños y los jóvenes de
Argentina.
Sugerentemente, entre actuar, ya en hora, en tiempo presente, con gestos concretos, con medidas especificas, con
luchas estratégicas, con apoyos a acciones, con lecturas a la altura de las circunstancias, de la complejidad de los
procesos y del valor de lo que esta en juego.
En lo que a la distribución de la riqueza implica, está la oportunidad de transformar el impulso inicial de “alivio” de
la crisis que supuso la salida de la convertibilidad en una oportunidad para concretar un proyecto y un futuro, unas
apuestas que valgan la pena como sociedad y como país. Al mismo tiempo es una condición impostergable si quere-
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mos tener una verdadera democracia, quizás mucho más que lo que exige el republicanismo de manual escolar que esgrimen las derechas aquí en Argentina y en todo
el continente. .
Finalmente…y otra vez, la cuestion
del Estado y los sectores populares, su
vida, sus intereses, sus participaciones
y su mirada y accion politca…
La distribución de la riqueza es una cuestión fuertemente política ya que implica no
sólo la calidad, sino el destino y las posibilidades concretas de vida de la mayoría de la
población del país, lo cual debe orientar e interpelar la acción del estado y el gobierno
democrático si quiere presentarse como tal.
Por eso mismo, implica romper las dicotomías impuestas por la ideología neoliberal -en sus versiones políticas, tecnocráticas, económicas-, que separan economía y
política, que piensan la sociedad como “tres sectores”, o que oponen sesgadamente
sociedad civil y estado.
La injusta distribución, la desigualdad económica y la marginación social que ésta
supone, exige al Estado no sólo compensar y paliar la pobreza, sino ponerse al frente
como herramienta de la transformación hacia una sociedad más justa. Y, como contrapartida exige a la sociedad democrática hacerse cargo de la política que oriente
pluralmente y con firmeza esa acción estatal.
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Enfrentar la injusta distribución y proponer otra, es el punto clave para salir de la agenda neoliberal que dio forma al Estado - a lo que hizo y a lo que se hizo de él-, en los
últimos 30 años y especialmente en los ‘90. El Estado no estuvo “ausente” en esos
años. Estuvo muy presente pero cambió de función: se puso al servicio del capital
concentrado y trasnacional y de los sectores dominantes del país. Y estuvo presente
en los sectores populares: como asistencia focalizada, y también -en cientos de ca-
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sos- como estado represivo y de control (represión, gatillo fácil, criminalización de la pobreza y
judicialización de la protesta).
Por lo tanto, la distribución de la riqueza, exige y a la vez supone, la reapropiación del Estado
por parte de la ciudadanía democratizando su funcionamiento, fortaleciendo su rol y capacidades y reorientando su función e intervención. Y a la vez supone una idea de democracia y de
ciudadanía que incluye de manera plena a los sectores populares, a las mayorías empobrecidas
y excluidas en una participación política que va más allá del voto. Los reconoce como parte y
objetivo de las políticas públicas institucionalizando la participación.
Hoy día, aún con dificultades, idas y venidas, amenazas y límites , aparece como nuevamente
posible en Argentina y América Latina ver al Estado como una herramienta, que al igual que en
otras etapas históricas (pero con las características y exigencias propias de ésta) puede estar al
servicio de los sectores mayoritarios de la sociedad.
Todo esto a pesar de la fuerte inercia que hace que amplios sectores de la sociedad, y a veces
de las mismas organizaciones sociales e incluso de agentes estatales, sigan manifestando una
fuerte desconfianza y deslegitimación del rol del Estado.
El Estado actúa de hecho, y además puede y debe hacerlo de derecho y con sentido político
explícito, a través de diversas herramientas, en la cuestión de la distribución de la riqueza. (Lo
hace siempre. Por acción u omisión, de manera manifiesta o solapadamente. Desde el ámbito
económico, más directo, pero también a través de políticas que en la primera mirada parecen
“ajenas” a la cuestión de la distribución).
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El Estado actúa y es necesario involucrarse y saber como incidir, pero también como IMPLICARSE,
cuando lo hace…
… a partir del proyecto político global que lleva adelante, que interviene en la relación de
fuerzas y en los beneficios y límites de los diferentes actores y sectores sociales: usando sus
recursos, sus capacidades y su poder.
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…a partir de la política económica general, el modelo productivo, la política monetaria y financiera, el tipo de inserción del país en el mundo.
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…de manera particular, con la política tributaria (los impuestos).
…con la política específicamente laboral: generación de empleos, política de salarios, legislación y derechos laborales.
…con las políticas de seguridad y previsión social y las de transferencia de ingresos, hacia arriba (subsidios a empresas, promoción industrial, etc.) y hacia abajo (jubilaciones, pensiones, subsidios).
…a través de las políticas públicas que garantizan derechos y proveen servicios, distribuyen recursos materiales y
simbólicos por medio de políticas de educación, de salud, de vivienda, de transporte, de cultura.
…y finalmente, a través de las políticas de lucha contra la pobreza, de asistencia y promoción, de no-discriminación,
de inclusión social.
Cabe preguntarse que elementos de construcción de sentido, de organización de actores, de apoyo a las luchas y
reivindicaciones concretas, de miradas críticas de construcción de liderazgos, de acompañamiento y de formación, de
legitimación y visibilidad; cuantas de las acciones de organismos e instituciones, iglesias, comunidades, nos acercan a
esta frontera y horizonte de lucha, de creación y de solidaridad, donde el trabajo y la distribución interrogan con rostro
presente y horizonte urgente. Hay distancias que recorrer y mucho por hacer.
Paradójicamente, las energías sociales, la fuerza política y ética con la que promover la distribución, están distribuidas,
quizás dispersas, en infinidad de actores, en estrategias, en intentos, en prioridades diferenciadas.
En la posibilidad de construir un relato y una articulación que la ponga en el centro de nuestros esfuerzos se juega
quizás la significación de nuestras energías, y el cumplimiento de nuestra responsabilidad histórica. La parte que nos
toca.
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