Construcción de la identidad por medio del discurso

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Construcción de la identidad por medio del discurso
Construcción de la identidad por medio del discurso
María Eugenia Díaz Cotacio1
Ensayo
El presente escrito parte de la convicción que la identidad se construye a través del discurso, por ello, resulta importante aclarar a qué nos
referimos cuando hablamos de identidad discursiva o identidad por medio del discurso. Para el logro de este objetivo, se hace necesario nutrir
la reflexión con aportes de autores y perspectivas teóricas de diferentes
disciplinas, a fin de determinar los elementos que están ligados a ella.
Tomemos como punto de partida lo que A. J. Greimas y J. Courtès dicen
sobre identidad…ella designa “el principio de permanencia que permite
al individuo permanecer él ‘mismo’ ‘persistir en su ser’ a lo largo de su
existencia narrativa, a pesar de los cambios que provoca o sufre” (1990:
212)
Esta definición resulta interesante ya que nos permite destacar varios
aspectos, también resaltados por autores como Ricoeur. En primer lugar,
la Identidad es un constructo narrativo que le permite al individuo definirse y construirse a sí mismo. Ella adquiere una categoría práctica a través de la narración, pues narrar se convierte en una acción realizada por
alguien que relata o representa su propia vida, que siempre está imbricada por la vida de los demás. Cada historia narrada construye la identidad
de cada personaje (Ricoeur, 1996). El relato de la propia vida implica, de
alguna manera, salir de la interioridad propia para entrar en relación con
otras e ir construyendo una identidad personal y cultural, que afirma y
relaciona a los sujetos mediante un proceso inacabado, que se enriquece
permanentemente. Cada vida relatada se va configurando en una unidad
enmarcada en los límites de la propia narración, por eso la identidad se
ubica allí y es en ese espacio donde se enriquece cuando las otras entran
a participar de ella.
Siguiendo a Ricoeur, otros autores como Leonor Arfuch, asumen que
“no hay identidad por fuera de la representación, es decir, de la narrativización” (2002: 22), pues narrar es hablar de una vida en donde cada sujeto,
usando los recursos del lenguaje, de su cultura y de su historia, se representa, es representado o puede representarse siempre (Arfuch, 2002: 22).
1 Lic. en Filosofía y Mag. en Lingüística y Español, Universidad del Valle, Cali, Colombia.
Docente y Coordinadora del Programa de Licenciatura en Lengua Castellana y Literatura,
Universidad de Nariño, Pasto, Colombia. Correo: [email protected].
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A través de la narración, la identidad adquiere una dimensión simbólica
que se manifiesta en el discurso, pues como dice Bruner “las narraciones
son discursos” (2000: 140) que expresan la propia experiencia y la experiencia de una comunidad.
Ahora bien, la identidad además de ser una resultante narrativa se
mueve en una dialéctica entre la permanencia o conservación y el cambio o
transformación. Gracias a la primera, la identidad se ve reflejada en los rasgos que demuestran la singularidad discursiva de cada sujeto, a pesar de
los cambios que pueda sufrir. Y por medio de la segunda, se manifiesta en
aquellos rasgos que demuestran su transformación.
Se necesita de la permanencia para constituirse individual y culturalmente. Sin ella sería imposible hablar de sujetos y de culturas específicas
o particulares. Si se quiere identificar a alguien, se tendrían que examinar
los rasgos que lo caracterizan o como diría Villoro, examinar las notas
que lo singularizan frente a los demás y que permanecen mientras sea él
mismo (1991). Si el sujeto se quiere identificar tendría que hacer lo propio,
pues la identidad es, como dice Taylor, “algo equivalente a la interpretación que hace una persona de quién es y de sus características definitorias
como ser humano” (1993: 43). La permanencia conlleva a aceptar el hecho
de que en el individuo se tienen que dar procesos de sedimentación de
ciertas actitudes e identificaciones que le permitan persistir en su ser y reconocerse como singularidad y sin comparaciones (Villavicencio, 2002).
Igualmente, el principio de cambio o transformación en la identidad es
fundamental porque le permite al individuo transformarse; ser de alguna
manera otro cuando se define o lo definen. Cuando un sujeto se transforma no sólo lo hace él, sino que de alguna manera su medio social también
es transformado. Esto se debe a que cada uno es producto de las relaciones
sociales y discursivas que establece y, a sus interacciones con otros. Al respecto León Olivé, retomando a Harré y Mülhäusler dice que la identidad:
“está condicionada por los recursos conceptuales que alguien usa cuando
se identifica a sí mismo, o por los recursos conceptuales que utilizan otros
que lo identifican” (1999: 193). Por eso, continúa Olivé, “las personas no
pueden entenderse fuera de los contextos comunicativos en los que sus
creencias y evaluaciones toman forma, se expresan, se mantienen, se critican y, en algunos casos, se modifican”(1999: 192).
La identidad de cada uno necesita de los otros para formarse y consolidarse, por eso es relacional. Así lo expresa también Leonor Arfuch: ella,
“en tanto relacional, supone un yo pero también un ‘otro’, a partir del
cual puede afirmar su diferencia” (2002: 28). Por eso, aunque el individuo
posee un principio de permanencia -consigo mismo- está atravesado por
los otros, lo que supone un dinamismo relacional en el que los procesos
comunicativos juegan un papel significativo. Taylor también destaca este
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aspecto al afirmar el hecho de que el sujeto descubra su propia identidad
no significa que ya la haya elaborado en el aislamiento “sino que la ha negociado por medio del diálogo, en parte abierto, en parte interno, con los
demás...la propia identidad depende en forma crucial, de las relaciones
dialógicas con los demás (1993: 55).
El cambio, se va construyendo en un itinerario jalonado por las sucesivas dimensiones- lingüística, narrativa, ética, política (Villavicencio,
2002: 241). Por eso es “una construcción nunca acabada, abierta a la temporalidad, a la contingencia, una posicionalidad relacional sólo temporariamente fijada en el juego de las diferencias” (Arfuch, 2002: 21). Es siempre una tarea de reconstrucción (Villavicencio, 2002), que implica estar en
constante reflexión de las acciones, de las creencias, de los modos de vida
y de las experiencias.
La conservación y la transformación presentes en los discursos siempre están permitiendo que se dé el doble proceso del que habla Villoro
retomando a Pierre Tap: “el de la singularización frente al otro y el de la
identificación con él” (1991: 98), de ahí la importancia de ver en la narración este fenómeno tan importante. Paul Ricoeur así lo destaca cuando
recurre a la identidad narrativa para establecer el espacio donde ocurre la
dialéctica de la mismidad y la ipseidad: la idem y la ipse’2. Por la identidad
idem se asegura la permanencia en el tiempo del sí y por la ipse se pone
en marcha la alteridad.
En este proceso se conserva la mismidad del carácter o las marcas
distintivas que permiten identificar a un sujeto como siendo él mismo
(Villoro, 1991: 115), y la ipseidad que hace posible observar el sí mismo
reconfigurado por el juego reflexivo de la narrativa, y por la que puede
incluir la Mutabilidad, la peripecia, el devenir otro/a, sin perder de vista
sin embargo la cohesión de una vida (Arfuch, 2002). Hay una oscilación,
un intervalo entre el idem y el ipse. La figura del intervalo es apta para
caracterizar igualmente la tendencia al cambio y a la interacción entre las
identidades (Arfuch, 2002). La narración se constituye en la mediación a
través de la cual, la identidad singular no se pierde en la temporalidad
sino que hace que se convierta en una historia que constantemente se significa y resignifica cada vez que se narra. Por ella se agregan cada vez,
elementos de transformación en la permanencia.
Así como se ha resaltado que la identidad con su dialéctica de permanencia y cambio es una resultante narrativa, se tiene que decir que no
es la única, también ella es una resultante Argumentativa, pues como dice
el profesor Serrano Orejuela, toda narración deriva su coherencia de una
argumentación implícita. Las creencias y valores que funcionan como pre2 La identidad idem apunta a una identidad sustancial o formal, mientras que la identidad ipse
atañe más a la identidad narrativa.
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misas de la argumentación constituyen también los presupuestos sobre
los que se construye la narración. Así Narración y Argumentación son
modos discursivos que colaboran cada uno a su manera, en la construcción discursiva de la identidad (2005: 100).
La argumentación como acto discursivo pretende incidir de manera
significativa en un público determinado. Por ello, el objetivo de un orador
con respecto a su auditorio es, como lo señala Perelman, “provocar o acrecentar la adhesión a las tesis presentadas para su asentimiento” (1989: 91).
Esto lo hará utilizando los métodos apropiados, tanto para el objeto de
un discurso, como para el tipo de auditorio sobre el cual se quiere actuar
(Perelman, 1997). En este sentido, la identidad discursiva se va construyendo en la medida en que quien argumenta logra convencer acerca de la
verdad de un enunciado o de su falsedad o tal vez de ciertas dudas sobre
él (Pereda, 1994), utilizando premisas o acuerdos como puntos de partida para la elaboración de sus razonamientos y técnicas argumentativas
como estrategias para desarrollarlos.
La perspectiva argumentativa exige que el enunciador estudie a su
enunciatario si quiere ejercer alguna influencia sobre él. Así, la fuerza de
un argumento logrará su cometido en la medida en que el orador influya
en aquellos a quienes intenta persuadir mediante su argumentación. El
auditorio se constituye, como dice el profesor Adolfo León Gómez (2001:
50), en una construcción del orador, necesaria si quiere actuar sobre él, de
lo contrario está condenada a fracasar en su intento. Entre más cercano
esté el orador de la realidad de su auditorio, más cercano estará de persuadirlo. Teniendo presente esto, el enunciador -que pretenda imponer
rasgos o propósitos identitarios- debe tener en cuenta determinadas premisas aceptadas por su enunciatario y a partir de allí iniciar un proceso
argumentativo tal, que lleve al convencimiento de la validez de dichas
propuestas.
Con la argumentación, la dialéctica de Conservación y Transformación
en la construcción identitaria se afirma aun más. Si lo que se busca a través
de ella es provocar la adhesión a una determinada tesis, entonces cada
vez que un sujeto se adhiera está sufriendo una transformación en su identidad. Igualmente, si se busca que se acreciente su adhesión, entonces se
garantiza que ese mismo sujeto conservará su identidad, inclusive con más
convicción y compromiso que el que tenía. La naturaleza de los textos y
la función que cumplen resultan determinantes para la efectividad de una
argumentación. Evidentemente ella se mueve dependiendo de los tipos
de lugares y los escenarios argumentativos. El éxito de un acto argumentativo se obtendrá gracias al grado de sensación positiva o negativa que
se den con su forma, orden de los argumentos, uso de los instrumentos
estilísticos y de las figuras, claridad del razonamiento, aplicación adecua- 130 -
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da de las reglas deductivas, orden correcto y progresión en la elección de
los argumentos en función del auditorio, aplicación y elección de las leyes
más convincentes o cercanas al universo del auditorio específico del acto
argumentativo y a la claridad interna del razonamiento. En la argumentación, dada la importancia del auditorio, “los argumentos deben elegirse
de forma que se adhieran a la ideología y al universo del que debe juzgar
y eventualmente ser convencido” (Lo Cascio, 1991: 257).
Como se ve, los modos discursivos, narración y argumentación, son
determinantes en la construcción identitaria de los sujetos. Gracias al primero el sujeto se configura, se construye y se define a sí mismo a través
del discurso narrado, pero además es configurado, representado, construido y definido por otros con los que se relaciona. La narración permite
enmarcar la identidad en un espacio ideal para afirmar la singularidad
de los sujetos y asegurar la interacción entre ellos. La argumentación por
su parte también cumple su función en la construcción identitaria pues,
como acto discursivo que es, puede incidir de manera significativa en los
sujetos. Cada argumento tiende a provocar o acrecentar la adhesión a determinadas propuestas identitarias, haciendo uso de métodos apropiados
que tienen en cuenta el objeto del discurso y el auditorio que se quiere
influir.
Narración y argumentación hacen que la construcción identitaria se
mueva en una dialéctica que, por un lado, mantiene la singularidad y particularidad de los sujetos y por otro, le permiten cambiarla.
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María Eugenia Díaz Cotacio
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