La concepción geométrica del mundo de Galileo Álvaro Peláez Cedrés UAM‐Cuajimalpa 1 Introducción En un famoso pasaje de Il Saggiatore, Galileo dice: La filosofía está escrita en ese vasto libro que está siempre abierto ante nuestros ojos, me refiero al universo; pero no puede ser leído hasta que hayamos aprendido el lenguaje y nos hayamos familiarizado con las letras en que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático, y las letras son los triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las que es humanamente imposible entender una sola palabra (Citado en Crombie 1985: 131). Los representantes de la tradición aristotélica, habían objetado de manera sustantiva las técnicas de idealización que subyacen a la “nueva ciencia” de la mecánica. Insistieron en que tienden a falsar el mundo real, que no es ni ordenado ni regular, como las leyes idealizadas lo hacen parecer, sino complicado y desordenado. En un libro de provocador título de comienzos de los años 80`s, Nancy Cartwright1 argumentó algo similar, aunque sobre la base de argumentos muy diferentes a los de los aristotélicos. Su tema es que las leyes teóricas de la física, a pesar de su pretensión de constituir verdades fundamentales acerca del universo, son de hecho falsas. Ellas tienen un amplio poder explicativo, y allí radica su utilidad. Pero el poder explicativo no tiene nada que ver con la verdad. La 1 N. Cartwright (1983). 1 idealización en física, aunque permisible sobre bases pragmáticas, no es productora de verdad. Ahora bien, ¿cómo debemos entender las afirmaciones de Galileo citadas hace un momento? Una cantidad considerable de historiadores y exégetas de la obra de Galileo han relacionado esos dichos y otros posteriores más explícitos al nombre de Platón. Sin embargo, como Koyré ha señalado correctamente2, hay en la historia de la filosofía varios Platones y varios platonismos. Koyré distingue entre el neoplatonismo de la academia Florentina, mezcla de mística, aritmología y magia, y el platonismo de los matemáticos, entre los que incluye a Galileo, “platonismo que es matematismo sin más” (Koyré 2005: 202n). Crombie3, por su parte, atribuye a Galileo un platonismo más radical que el del propio Platón, dado que mientras que este último consideraba que el mundo físico era una copia o apariencia de un mundo ideal trascendente de formas matemáticas, y por ello la física no era la verdad absoluta sino a lo sumo una “historia parecida”, Galileo afirmó que el mundo físico real consistía efectivamente en entidades matemáticas y sus leyes, y que estas leyes podían ser descubiertas en detalle con absoluta certeza. En mi opinión queda todavía una manera de entender a Galileo y su platonismo que no es simple matematización en el sentido de Koyré, ni ultraplatonismo en el sentido de Crombie. En esta participación deseo enfatizar la lectura que hace énfasis en la idea de que en Galileo, como antes en Platón, se encuentra la idea de que si bien lo real, el mundo sensible, no expresa las formas 2 Koyré (2005). 3 Crombie (1985). 2 puras como tales, las formas matemáticas, se acerca a ellas de manera siempre aproximada, en un proceso que podemos llamar propiamente idealizatorio. 2. La matematización del mundo sensible Uno de los rasgos más característicos de la obra de Galileo fue su intento por desarraigar el ideal de conocimiento de los escolásticos, un ideal cuyo exponente y cuya expresión más simplista y más palmaria era aquel adversario peripatético de Galileo que se negó rotundamente a mirar por el telescopio, alegando que ello “sólo serviría para embrollar su cabeza” (Citado en Cassirer 1953: 347). A la vacua generalidad del concepto escolástico se opone ahora la exigencia de la observación detallada y exacta, frente a la “seca abstracción” se alza la imagen sensible y concreta de la realidad. Sin embargo, ¿cómo sería posible desterrar la abstracción y excluirla de los fundamentos de la ciencia? ¿No se trata más bien de afianzarla y afirmarla, en un sentido nuevo y más fecundo? Resulta ciertamente instructivo observar cómo las objeciones dirigidas en este punto contra el sistema escolástico encuentran inmediatamente una réplica peculiar por parte de éste. ¿Cuál es, por ejemplo, el reproche que constantemente se le hace a Galileo? El de que, en su esfuerzo por llegar a comprender la naturaleza dentro del marco de leyes y principios generales, pierde de vista el caso concreto en aquello que lo distingue y lo determina. Que ignora o desconoce la fuerza y las características de lo particular quien, como él, aspira a condensar en una fórmula única, haciéndolos en cierta manera desaparecer en ella, todos los casos imaginables del movimiento de los cuerpos, lo mismo el vuelo de las aves que la natación de los peces, el desplazamiento de los cuerpos simples y de los compuestos. No en vano, lo que distingue y caracteriza al punto de vista físico es 3 precisamente – alegan los aristotélicos en contra de Galileo‐ el no poder prescindir de estas diferencias. El verdadero sentido de la inducción física consiste‐se dice‐ en acopiar y clasificar fielmente los datos concretos: y no se les hace justicia, si en vez de observar la naturaleza a través de todas y cada una de sus manifestaciones particulares, se la quiere convertir en un sistema de relaciones matemáticas generales y de abstracciones. Y no cabe duda de que semejante objeción es perfectamente comprensible desde el punto de vista del sistema aristotélico. Pues, mientras que el sistema biológico de Aristóteles descubría ante nosotros la cohesión y la gradación de las formas orgánicas, ahora sólo queda en pie la escueta y mecánica sujeción a leyes. Se ve, de esta forma, cómo han ido trocándose los papeles en el curso de la polémica: cómo, habiendo comenzado por oponer a la silogística una nueva visión de la realidad concreta, Galileo acaba convirtiéndose en defensor y campeón de la abstracción científica. Sin embargo, esta habrá de concebirse de una forma radicalmente nueva. La antítesis del pensamiento escolástico cobra su exposición más acabada en un pasaje de los Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, de 1632, en el que se trata de la posibilidad de aplicar los métodos y los principios geométricos a los objetos de la experiencia sensible y directa. Para el interlocutor a quien se da el nombre de Simplicio y que personifica la filosofía escolástica, este problema no ofrece la menor dificultad: encuentra en él la misma cómoda solución que desde los días del propio Galileo tiene siempre preparada como una receta el “sano sentido común”. Las sutilezas matemáticas pueden ser ciertas y acertadas, si se las toma en abstracto, pero sería equivocado empeñarse en exigir que la “materia sensible y física” se ajustase a ellas de un 4 modo preciso y exacto. La verdad de que una esfera sólo toca un plano en un punto puede ser axiomática en teoría, pero no lo es en el mundo de la realidad empírica. En su análisis de este axioma, Galileo tiende ante todo a eliminar este pretendido dualismo entre la verdad y la realidad. La esfera y el plano no poseen más existencia que la verdad y la determinabilidad que emanan de sus conceptos; sería ocioso e induciría a error tratar de oponer a este ser de la definición pura una forma de existencia diferente y concreta. El que una forma empírica existente “sea” una determinada figura, no puede significar otra cosa sino que se ajusta a todas las condiciones y relaciones sintetizadas en el concepto de esta forma matemática. La ciencia consiste en un sistema de condiciones puras, cuya validez nada tiene que ver con el problema de si en el mundo de nuestras percepciones existen de manera pura objetos en los que se den esas condiciones. En palabras de Salviati: “Cuando él quiere reconocer en lo concreto los efectos que ha probado en lo abstracto, debe permitir los impedimentos de la materia , y si es capaz de hacer esto, le aseguro que las cosas no están en menos coincidencia que lo están los cálculos matemáticos. Los errores radican, entonces, no en la abstracción o en lo concreto, ni en la geometría ni en la física como tales, sino en el autor del cálculo, que no acierta a hacerlo debidamente” (Galileo ). Esta es una buena respuesta. Un impedimento no es algo que excluya o disminuya la fuerza de la aplicación de las matemáticas a la naturaleza. Antes bien, indica una dificultad práctica en hacer realidad las relaciones simples de los sistemas matemáticos dentro de la complejidad del orden natural. Salviati cree que la realización en la materia no es una barrera a la inteligibilidad en términos geométricos, y que las consecuencias de los impedimentos debido a la dificultad de aplicar conceptos geométricos simples a las complejidades del mundo sensible, pueden ser aprehendidas. 5 Asimismo, esos impedimentos conducen a la construcción de la idealización misma, en la medida en que se trata y se lleva a esos objetos particulares que se desvían de las características de las formas puras hacia estas mismas en un proceso siempre aproximativo. En efecto, las cosas del mundo circundante intuitivamente dado, fluctúan en general y en todas sus propiedades en la esfera de lo meramente típico: su identidad con ellas mismas, su automismidad, y su permanencia temporal, son meramente aproximadas, así como su semejanza con otras cosas. Sin embargo, existe una actividad mediante la cual se perfecciona a esos particulares inexactos hacia formas‐límite concebidas como polos invariantes y nunca obtenibles, como modelos. La geometría, concebida como la disciplina encargada de construir esas formas ideales, las pone a nuestra disposición como tesoro intersubjetivamente accesible que permite que pasemos del mundo de lo subjetivamente perceptible al mundo de la objetividad. Porque de esta manera obtenemos una verdad idéntica, no relativa, de la cual todo aquel que pueda entender y utilizar este método puede convencerse a sí mismo. Aquí, entonces, reconocemos un proceso que aunque sólo en la forma de una aproximación constantemente creciente, comienza con lo que es empíricamente dado, y se dirige hacia las formas geométricas ideales, que actúan como un polo guía. Cabe recordar en este punto cómo Platón, en el Fedón, dijo algo cercanamente similar. En su discusión sobre la posibilidad de establecer una prueba de la existencia inmaterial del alma y de la reminiscencia, Sócrates pregunta: “¿Cuándo vemos árboles que son iguales u otras cosas iguales, los encontramos iguales, como la igualdad misma de la que tenemos idea, o falta mucho para que sean iguales como esta igualdad?” (Platón 1984: 83). Y responde: “Por consiguiente, es de toda necesidad que hayamos visto esta igualdad antes del momento en que, al ver por primera vez 6 cosas iguales, hemos creído que todas tienden a ser iguales, como la igualdad misma, y que no pueden conseguirlo” (Ibíd: 84). Las cosas luchan por parecerse sin conseguirlo del todo, teniendo siempre ante sí el modelo que les muestra cómo deben ser, cómo deben comportarse. En su discusión sobre el movimiento natural, Galileo argumenta a favor de la tesis de que todos los cuerpos en el vacío caen a la misma velocidad. Pero su manera de concebir este “movimiento natural” no era, como en Aristóteles, apelando a cómo las cosas ocurren en realidad. Para él este movimiento es “natural” en el sentido que define lo que el cuerpo haría con independencia de los efectos que tuvieran sobre su comportamiento algunas causas externas. Estos últimos han de ser tratados como “impedimentos”, como barreras para una comprensión de lo que es la tendencia natural de un cuerpo. Se trata de investigar la naturaleza de las cosas en ausencia de elementos distorsionadores, colocando al objeto mismo en la situación ideal. Dice Galileo: “Estamos intentando investigar qué le acontecería a cuerpos en movimiento de peso muy diverso en un medio completamente vacío de resistencia, de modo que la diferencia de velocidad que existe entre ellos pueda ser referida sólo a la diferencia de peso. Así, sólo un espacio completamente vacío de aire – y de todo otro cuerpo, sin importar cuán delgado sea‐ sería apropiado para mostrarnos sensiblemente aquello que buscamos. Dado que carecemos de tal espacio, permítasenos observar lo que sucede en los medios más delgados y menos resistentes, comparando esto con lo que sucede en otros menos delgados y más resistentes. Si encontramos, de hecho, que los cuerpos movibles de diferentes pesos difieren menos y menos en velocidad en tanto son situados en medios más y más elásticos, y que finalmente, a pesar de la extrema diferencia de peso su diversidad en velocidad en el medio más tenue 7 (aunque no vacío) de todos es muy pequeña y casi inobservable, entonces me parece que podemos creer, con alta probabilidad, que en el vacío todas las velocidades son enteramente iguales” (Citado en McMullin 1985: 267). Esta aproximación asintótica al “caso puro” donde sólo un factor se encuentra en operación constituye la clase de idealización de la que estaba hablando. Puede, por supuesto, dudarse si Galileo llevó a cabo la serie de experimentos con medios de densidades gradualmente decrecientes y con cuerpos de diferentes pesos que describe aquí. Pero el principio es claro. Podemos aislar una causa simple mediante una combinación de técnicas experimentales y conceptuales. La afirmación de que todos los cuerpos caen a la misma velocidad en el vacío se justificaba por el hecho de que la conducta de los cuerpos de diferentes pesos convergen en simple uniformidad en tanto se acercan al caso límite de densidad cero. Es claro que lo que Galileo está proponiendo aquí no es lo que podría ser llamada una matematización directa de las cualidades sensibles de los cuerpos, sino una indirecta, es decir, una medida empírica con creciente precisión. Pero esta medida procede bajo la guía de un mundo de idealidades, o antes bien, un mundo de ciertas estructuras ideales particulares que pueden ser correlacionadas con escalas de medida dadas. El mundo intuitivamente dado puede ser intuido como tal sólo como un horizonte abierto e infinito, y de este modo la variedad infinita de causas particulares puede ser anticipada sólo a la manera de un horizonte no siendo ella misma dada. Esto no significa que todo cambio en las cualidades específicas de los cuerpos intuidos que son experimentables o concebibles en la experiencia actual o posible, refiera causalmente a sucesos en el estado formal del mundo, i. e., que todo cambio tenga, por así decirlo, una contraparte en el reino de 8 las formas. Lo que quiere decir Galileo es, en lugar de eso, que lo que experimentamos en la vida precientífica, como los colores, los tonos, el calor, y el peso como perteneciendo a las cosas en sí mismas y experimentadas causalmente como la radiación de calor de un cuerpo que se trasmite a otros cuerpos, indica, en términos de la física, por supuesto, vibraciones de tono, vibraciones de calor, etc., esto es, sucesos en el mundo de las formas. Esto es, parece que Galileo estaba concibiendo la idea de que todo aquello que se manifiesta como real a través de cualidades sensoriales específicas debe tener su índice matemático en sucesos que pertenecen al reino de las formas, lo cual posibilitaría una matematización, aunque indirecta, genuina. De esta manera, podemos determinar objetivamente todos los eventos en la esfera de lo dado subjetivamente. Ahora bien, ¿como debemos entonces interpretar las palabras de Galileo con las que comencé esta participación? Significan que la sustancia del mundo sensible es una sustancia geométrica. De ninguna manera, pues supondría una recaída en el aristotelismo y en su búsqueda de las “naturalezas esenciales”, que Galileo rechazaba. Lo que significan esas palabras, más bien, es la conciencia de la imposibilidad de separarnos de nuestra experiencia subjetiva, de la aprehensión de las cualidades sensoriales intuitivamente dadas, sin el lenguaje de la geometría. Los geómetras han atesorado para toda la humanidad los conceptos de las formas puras a los cuales podemos acceder para hacer posible que nuestra experiencia lo sea de un mundo ordenado, estable y dotado de relaciones universales. Sólo cuando hayamos logrado esta reducción de los fenómenos a conocimientos necesarios, podremos decir que hemos captado y dominado la realidad, y por tanto la materia, en su verdadero concepto. Sólo llegaremos al auténtico objeto de la 9 naturaleza si sabemos captar las reglas necesarias y dotadas de validez general, por encima de los cambios y mudanzas de nuestras percepciones. Para finalizar, Galileo parte de la experiencia, del experimento y la observación. Pero la experiencia en que Galileo se basa no es ya, como la de la filosofía de la naturaleza, la simple acumulación incoherente de la materia de las percepciones, “experimentorum multorum coacervatio”, sino un todo rigurosamente estructurado y una necesaria cohesión. Este punto de vista de la necesidad determina, para Galileo, la concepción y la definición de la materia y del movimiento. Se ve claro, además, que el carácter de la necesidad no se basa en las cosas, sino en las condiciones de la matemática; que no debe fijarse, por tanto, en los últimos y supremos conceptos genéricos esquemáticos, sino en las relaciones y leyes universales. Galileo ha descubierto‐para decirlo con una frase de Campanella‐ un nuevo cielo y una nueva tierra; pero sólo pudo realizar esta hazaña gracias al nuevo ideal de conocimiento que formuló para la ciencia. Cito a Galileo: “No tengo en menos al primer inventor de la lira porque su instrumento fuese todavía tosco en sus líneas y áspero es sus sonidos; antes bien, lo pongo por encima de los cien artistas que vinieron tras él a perfeccionar su invención. Llegar a grandes descubrimientos partiendo de principios insignificantes, alcanzar a percibir en los primeros balbuceos infantiles el germen de un arte maravilloso, es algo que no está al alcance de cabezas adocenadas, sino que requiere un gran pensamiento y una fuerza de espíritu que descuella por encima de lo normal” (Citado en Cassirer 1953: 384). Palabras éstas perfectamente aplicables al propio Galileo: el instrumento discursivo del conocimiento de la naturaleza creado por él habría de ser afinado y 10 perfeccionado a lo largo de la historia de la ciencia, pero su nombre quedará para siempre inscrito en ésta como el de su genial descubridor. 11