Toda la gente guarda un secreto. El se

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Toda la gente guarda un secreto. El secreto más importante. No lo cuenta ni a
sus amigos ni a sus padres ni a su esposa
ni a nadie.
El cartero tiene un secreto; también
la señora de la farmacia.
Mamá tiene un secreto; también la
abuela, el tío Néstor y la tía Brisa.
Si todavía existieran las brujas
habrían descubierto el secreto de Gorco.
Pero las brujas ya no existen y Gorco es
muy cuidadoso.
No quiere que nadie sepa que su
secreto es una niña larguísima de catorce
años. “De ojos como lunas dormidas”,
escribió Gorco, porque el lenguaje del
amor es la poesía.
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Luego Gorco rompió la carta. Tenía
vergüenza de haberse enamorado. ¡Y de
una niña!
Gorco había prometido que nunca se
casaría. “Voy a ser pirata para defender
a los pingüinos. Voy a ser astronauta o a
inventar una máquina.”
Cada día Gorco prometía ser algo distinto. “Seré futbolista, seré buzo, payaso,
vagabundo.”
Lo que nunca prometió fue enamorarse de una niña.
¡De una niña! Y Gorco brincaba de
la cama a medianoche. ¡De una niña!
Eso pensaba mientras iba a la escuela o
la maestra enseñaba la multiplicación de
los quebrados. ¡De una niña!
Gorco lo intentó.
Se paró de cabeza. Quizás el amor se
le saldría por la boca y por los oídos. Se
cambió el peinado tres veces para que el
amor no lo reconociera por la mañana.
No se bañó en siete días ni se lavó los
dientes ni se cambió de ropa.
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Quería ser feo, porque Gorco creía
que los feos no sentían.
Luego Gorco descubrió la historia de
Cupido y sus flechas.
Se puso la camiseta, luego la playera,
una camisa a cuadros, la camisa de los
lunes, el chaleco, un suéter, otro suéter,
la sudadera de papá, la gabardina del
tío Oscar; pero las flechas de Cupido
siguieron clavándole amor por la niña de
secundaria.
Entonces supo que no habría alternativa. Sin muchas ganas metió en su
mochila un par de pantalones, los patines,
la pelota; y sólo dejó afuera las palabras
con que propondría matrimonio.
Sí, iba a tener que casarse con la niña
larga de catorce años.
Lo bueno fue que su mamá no estaba, porque seguramente se habría echado
a llorar.
Vio su casa por última vez.
En el camino pensó que vivirían en
la copa de un árbol, que comerían pura
fruta, que tendrían sólo tres bebés.
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También pensó, aunque muy poquito, que quizás ella le diría que no. La
verdad es que ella no le dijo NO. Ni le
dijo SÍ. Ni le dijo nada.
Sucede que cuando llegó al fin a la
casa, ella aún no regresaba de la escuela.
—¿Quieres esperarla? —preguntó la
hermana menor de la niña de secundaria.
Y, como Gorco ya no tenía donde
vivir, dijo que estaba bien.
Y la esperó. La esperó muchas horas.
Para no aburrirse comenzó a contar sus
canicas y la hermana le preguntó cuántas tenía y él dijo que le faltaban treinta;
luego ella le invitó un helado y leyeron
juntos un cuento de La Pequeña Lulú y
prendieron el televisor.
La niña de secundaria llegó hasta las
cuatro de la tarde. Gorco la vio entrar y
no se ruborizó ni sintió nada en el estómago. Su corazón se quedó quieto como
un gato dormido.
Lo supo de inmediato: ¡el amor se
había marchado!
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