El origen de la huerta de Orihuela entre los siglos VII y XI

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Arbor
El origen de la huerta de Orihuela
entre los siglos VII y XI
U na propuesta arqueológica
sobre la explotación de las zonas
húmedas del Bajo Segura
Sonia Guliérrez Llorel
Arbor e Ll, 593 (Mayo 1995) 65,93 pp,
ÚlS zonas bajas ca" umdel1cill al encharcamiento se han venido cons;·
dermulo desde la Edad Modema es/xu;;os JlOsliles ¡Xlra el asemal1lien/o
Iw"wl1o, además de ¡lisa/libres e il11prOC/lICfivos. EH el prese1lle trabajo se
intenta eS/ablecer el cardcter histórico y lI.acwali:.,ame» de esta representación social de la naturaleza. 1/0 necesariamente apliclIble a la antigüedad.
Para ello se reconstruye, a partir de fuentes arqueológicas y doclllHe11lales,
el paisaje medie\'al del Bajo Segura (Alicamej y se pone eH evidencia la
imporwwe ocllpaciól1 (l/lOmedieFal de las ::'OllllS pantanosas, así CO/1/0 el
origen indígena de sus habita mes. En estos eslxlcios se forman comunidades
campesinas que adoptwl estrategias productivas diversificadas en las que
desarrollan los primeros agrosisremas regados, a raíz. posibleme1l1e del con·
laCIO COII las nuevas poblaciones venidas lrru la conquis/a islámica. Esle
sistema pierde su i11lerés cl/ando el cOlarol lécnico y social del medio
permile desarrollar a fiHales del siglo X 1111 agrosislema de regadío complejo
vhlclllado a la ciudad de Orihuela: en ese m011lewo las l,OHas húmedas
comien:.all a percibirse como áreas marginales y c011lple11lel1/aruLS.
1, El medio y el poblamiento
En opinió n de V, M. Rossell ó Ve rger, el tra mo infe rior
del río Segura constituye un lla no de inund ación muy pecu-
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Sonia Guliérrez Llorel
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liar y en tal condición funciona como un ecosistema húmedo donde se almacena temporalmente suelo yagua. El río
en su curso medio discurre por la «depresión prelitoral
murciana», continuación de la fosa intrabética, hasta penetrar en la Provincia de Alicante. A partir de Orihuela la
llanura aluvial se ensancha por el no,-tc, entrando en contacto con el cono del río Vinalopó, mientras que el río
Segura modifica su trazado para dirigirse hacia el este,
aprovechando una depresión tectónica que discurre entre
la sierra del Molar y Guardamar (ROSELLÓ VERGER, 1989,
273 Y ss.). De esta forma, el llano de inundación del Segura
queda delimitado en su margen izquierda por las sierras de
Orihuela, Callosa, Abanilla y Crevillente, unidas entre sí por
un importante glacis sobre cuyos bordes se han ido depositando los sedimentos fluviales del Segura; por el sur, el
límite lo constituye una línea de relieve ondulado de menor
altura (PIQUERAS, 1978, 582).
El trazado del río en su parte baja es en la actualidad
moderadamente sinuoso, desembocando en el mar tras rodear Guardamar. De hecho, este tramo del cauce inferior
ha sufrido numerosas transformaciones en su trazado, atestiguadas desde por lo menos el siglo XVIII (ROSSELLÓ VERGER, 1989, 278, fig. 20). Durante las primeras décadas de
esta centuria se llevaron a término importantes colonizaciones agrícolas que tuvieron como resultado la transformación total del ecosistema del tramo final del llano de inundación del río Segura. El río, discurriendo por tierras de
drenaje impreciso, debió conformar en la antigüedad un
árca marismeña cerrada al mar por una restinga e integrada
en un conjunto lagunar más amplio (CANALES y VERA,
1985, 143). Con anterioridad a la colonización ilustrada, un
plano de la Gobernación de Orihuela del siglo XVII (fig. 1)
muestra aún dos significativos reductos de lo que con anterioridad debió ser un importante humedal continuo: uno
abarca una franja extensa de terreno desde Albatera a Guardamar bordeando la sierra del Molar, mientras que el otro,
al noreste de dicha sierra, comprende la antigua albufera
de Elche. Entre ambos parece existir una especie de pasillo
formado por los aportes del Vinalopó de un lado y los de la
propia sierra del Molar de otro (BOX, 1987, 216; ROSSELLÓ
VERGER, 1978, 37-38) (fig. 2). Dicha franja de terreno, co-
El origen de la huerta de Orihuela ...
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Sonia Gwiérrez L/arel
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nocida por el nombre genérico de «Los sa ladares» y caracterizada por una vegetación halófila entre la que son
frecuentes las plantas «barrilleras» ricas en sosa, ya debia
existir en la Baja Edad Media (FERRER i MALLOL, 1988 a,
114 Y ss.) Y aparece representada en un mapa del Reino de
Valencia de 1584 '.
En el primer tercio del siglo XVUI se inició una labor
sistemática de boniricación de los marjales y lagunas del
tramo bajo del Segura, dirigida a ampliar sensiblemente la
superficie cultivada a costa de unos terrenos supuestamente
improductivos, erradicando de forma paralela focos insalubres; su resultado fue la creación de las Pias Fundaciones
con tres nuevos asentamientos: a S3 de los Dolores, San
Fulgencio y San Felipe Neri (LEÓN CLOSA, 1962-63; CANALES Y VERA, 1985; GIL Y CANALES, 1987; BOX, 1987; GIL
OLCINA, 1992). De forma paralela a esta importante transformación agrícola, que afectó a tierras cedidas por los
concejos de Orihuela y Guardamar, se desarrollaron las
colonizaciones de los almarjales y carrizales de Elche, con
la fundación del poblado de San Francisco de Asis a iniciativa del Duque de Arcos (RUIZ TORRES, 1979), y la bonificación de la heredad de Daya Vieja, emprendida por su
titular (GIL y CANALES, 1989). Ya en el presente siglo, el
Instituto Nacional de Colonización saneó con escaso éx ito
una amplia zona de terreno en los saladares de Albatera y
Crevillente, creándose las poblaciones de San Isidro de AIbatera y del Realengo (GOZALVEZ PÉREZ, 1977, 65 Y ss.)
(fig. 2).
El resultado de esta importante actuación rue la transformación definitiva del med io palustre que habia caracterizado el Bajo Segura en la antigüedad, mediante la creación
de un paisaje agrario hortícola. De la amplia extensión lagunar que ocupó con anterioridad este espacio sólo quedan
algunos vest igios relictos en las salinas de Santa Pola (restos
de la antigua Albufera de Elche) y en la laguna del Hondo,
último jalón de los almarjales de dicha villa, que hoy funciona como emba lse regulador de la «Co mpañía Riegos de
Levante» '. Así pues, parece evidente que el aspecto actual
del Bajo Segura no guarda ninguna relación con el que
debió tener con anterioridad a su transformación agricola.
Antes de la conquista cristiana, el rio Segura, en lugar de
::-
FI(•. 2. ReC0I1'11rucció" geogralica del Bajo Segura e" fa Edad Media.
A: ciudades act ualC\ (l.. Elche. 2.- Crc..,iIlcmc. 3.- Albalcra. 4.- Calima, 5.- Orihucla); B: pueblos creados en arcas salob l'~ o pantanosas en tre
I~ siglos XV III )' XX (6.- San Feli pe Ncri, 7.- W S· de lo~ Dolores. 8.- San Fulgencio. 9.- San Fr.:lncisco de As is. 10.- San Isidro de Albal Cl"íl,
11 .- El Realengo); C: áreas de poblmnicl1Io ahomcdicva l (12.- Los Cabc70s de Albalcra-Cranja de Rocamon:l, 13.- La Dehesa de Pino· Hermoso.
I ~.' Los Saladares de Olihuela, IS.- Los cabezos de la margen derecha del Segura entre Roja les y Guardamar. 16.- La Rabila de Guardamar);
D: pueblos actua les !>ituado:. en el antiguo ümitc del marjal (17.- Almoradi. 18.- La Da)'a Nue \a, 19.- La Da)a Vicja).
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desembocar en el mar a 11 l ' de un cauce definido, se diluiría en un conjunto de cal ales enlazados en el seno de un
extenso humedal -form, Jo por láminas de agua permanentes v flu ctuantes-, como ocurría también en el caso del
río Vi"-alopó (BOX AMORÓS, 1987, 212). Ese humedal o
marisma, orlado por amplios saladares, se extendía desde
Santa Pala a Albatera, bordeando el cono alu vial del río Vinalopó; tras rodear Catral se prolongaba hasta el río Segura
siguiendo la isohipsa de los 10 m sobre el nivel del mar. En
el centro de la marisma se erguía la sierra del Molar, a
modo de península unida al glacis de la sierra de Crevillente
por el pasillo septentrional de suelos salinos. El carácter
pantanoso de la desembocadura del Segura en la Edad
Media se ha visto confirmado por los est udios paleoecológicos realizados en el yacimiento califal de la Rábita de Guardamar, donde los análisis de polen, fauna y malacofauna,
ponen en evidencia la importancia de los marjales y saladares en el entorno del asentam iento y su conv ivencia con el
encinar abierto (AZUAR, 199 1, 141).
la reconstrucción de este espacio húmedo se apoya en
las referencias documentales de al-' Ugri (Al-AHWANl, 1965,
1) y del Repartimiento de Orihuela (TORRES FONTES,
1988). los datos de la S" y 62 partición de su término, las
últimas cfectuadas, permiten perimetrar con bastante exactitud la marisma, puesto que af cctaron a las tierras marginales de menor calidad, situadas en las fronteras de los
almarjales y saladares, y por tal motivo incultas «en tempo
de moros» (TORRES FONTES, 1988, 89 y ss.). De otro lado,
el sugerente texto de al-' Ugri, a pesar de la ambigüedad de
alguna de sus expresiones, permite reconstruir el aspecto
pantanoso del tramo inferior del Segura en el siglo XI; el
geógrafo árabe, tras indicar que los hilbitantes de Orihuela
construyeron una acequia desde la ciudad hasta el paraje
de al-Qa!rullat (Catral) '. nos dice que su corriente o su
riego concluia al sur de este paraje, en la na/¡iya (... ) bi-IMuwalladin, en dirección a la alquería conocida por alYazira'. para desde allí dil-igirse hacia el mar, a través de
un lugar conocido con el nombre de al-Mudawwir (MOliNA
lÓPEZ, 1972,45). la propia denominación de la alquería de
al- Yazira incide en el carácter marismeño del tramo bajo
del río, puesto que tal término puede tener el sentido de
El origen de la huerta de Orihuela ...
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porción de tierra que emerge cuando el nivel de agua baja.
además de los comunes de isla o peninsula (GROOM. 1983.
129). Los datos del Repartimiento permiten situarla en un
lugar indeterminado al este de Algorra; en tal caso el topónimo geográfico puede rererirse a las zonas inundables colindantes con el río. situadas por debajo de los 10 m. sobre
el nivel del mar. de las que todavía quedan algunos vestigios
en las inmediaciones de Formentera del Segura (ROSSELLÓ
VERGER. 1989. 275) (fig. 3).
La confluencia del río con la marisma es dificil de situar
espacialmente. pero parece cada vez más probable que el
límite máximo del área inundada bordeara Almoradí y las
Dayas. para extenderse en la zona baja del río. conformando
la albur era de La Daya-Guardamar. En este sentido. el topónimo de La Daya resulta especialmente sugerente. pues
puede tener también la acepción de laguna o charca (s. v.
Daya. GROOM. 1983. 74) s. Tras la conquista del reino de
Murcia por Jaime U. un lugar de ese nombre fue confiscado
al castellano Fernán Pérez de Guzmán. para serie cedido
por el rey a Guillem Durrort en 1296 (ESTAL. 1985. doc. 6.
7 Y 15); con posterioridad. la Daya únicamente se menciona
de rorma indirecta en la 6' partición del término de Orihuela, en relación al saladar. si bien en el siglo XIV era una
alquería poblada mayoritariamente por sarracenos (TORRES FONTES. 1988. CCXCIT. 126; FERRER i MALLOL,
1988 a, 8). Dicho lugar pasó a ser conocido en el siglo XVI
como La Daya Nueva. con jurisdicción baronal. rrente a
una heredad, La Daya Vieja. posiblemente segregada de su
término primitivo. cuya condición señorial r ue reivindicada
por sus titulares a lo- largo de dicho siglo (BERNABÉ GIL.
1993 a. 136 y 1993 b. 26). hasta que a finales del siglo XVtll
consiguió la jurisdicción alronsina (GIL Y CANALES. 1989).
No obstante, no deja de ser significativo que la heredad
segregada recibiera el epíteto de "Vieja». cuando al parecer
no era lugar poblado (BERNABÉ GIL. 1993 a. 137). rrente al
de "Nueva» que desde ahora acompañará al asentamiento
primigenio. ocupado al menos de de la conquista. Este dato.
aparentemente incongruente. rd uerza la hipótesis de que el
término Daya r uese en época islámica el referente toponímico de una zona deprimida en los marjales. situada en el
lugar que luego ocupó la heredad de la Daya Vieja. en cuyo
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FIG.3. lA huerta de Orihuelo y fos topónimos de al·' Udr;'
A: arcas de poblamiento altolllcdicval; B: marjal; C: saladares y ¿onas de encharcamiento nuc tuantc; D: superficie aproximada de la hUCI1a
en época islámica: E: acequias según el RCpal1imienlo de OTihucla (l.. ae. de Callosa, 2.- ae. de Albal cra, 3.- ae. de Escorralcll, 4.- ae. vieja
de Almoradi. 5.- ae. de Alquibla); o: azarbes según el Rcpartimicnlo de Orihucla (6.- az. de Abanilla. 7.- ""'_ de Ma\avo. 8.- az. Mayor de
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Fondo se instalaría una laguna más o menos permanente
(rig. 4) ..
Además de la gran mal-isma ubicada en la desembocadura del río, el va lle del Segura debía estar jalonado por
pequeños maljales laterales, situados preferentemente entre
el borde montañoso y el ll ano fluvial y a menudo relacionados con ramblas y barrancos (ROSSELLÓ VERGER, 1989,
275 Y ss.); se trata generalm ente de áreas deprimidas de
escaso drenaje, donde se producen enc harcami entos periódicos y se acumu lan las sales minerales que llegan disueltas
con las aguas de escorrentía, lo que Favorece la Formación
de saladares (TERRADAS, 199 1, 9 1).
De otro lado, la investigación arqueológica desarrollada
en el Bajo Segura ha permitido documentar un importante
conjunto de asentam ientos altomed ieva les, Fechables entre
los siglos VII y x, cuya disu-ibución espacial no puede ser
más significa ti va. Estos asentam ientos, de los que desgraciada mente desconocemos su magnitud o ex tensión al no
haber sido excavados sistemáticamente, se emplazan en las
laderas de los montes que perimetran los marjales o bien
ocupan cabezos aislados de poca altu ra, situados en medio
de saladares v almarjales, como ocurre en el caso del Cabezo de la Fue;,te en Albatera-Granja de Roca mora (GUTlÉRREZ LLORET, 1992). Las zonas más pobladas son dos: el
saladar de Orihuela -donde se ubican los despoblados de
los Cabecicos Verdes y el cabezo de Pin ohermoso- y la
ribera meridional del gran marjal de la desembocadura del
Segura, entre Rojales y Guardamar, donde se sitúan, en tre
otros, el Cabezo del Molino, el cabezo de la cueva de la Tía
Maravillas, el Cabezo de las Tinajas, el cabezo de Canales, el
Cabezo Soler y la propia Rábita (rigs. 3 y 4).
Este esquema de poblamiento parece tener un origen
tardorromano, a juzgar por la aparición esporád ica de algunas cerámicas de esta cronología en los despoblados, si bien
se generaliza entre el siglo VIII y el IX para decaer a continuación. El abandono de la mayoría de estos asentam ientos
entre los siglos X y XI, se relaciona con las transFormaciones
agrícolas del Bajo Segura, que suponen el desarrollo de una
estrategia de poblamiento totalmente distinta a la que los
generó, basada ahora en la planiFicación de un espacio
hortícola regado en lugar del aprovecham iento del marjal
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Recol1srrucciól7 del paisaje y dislribución del poblamiento en la desembocadura del río Segura (siglos VII-X).
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Cabezo de la cueva de la Tia Maravi ll as, 6.- el Cabezo del Molino.
Poblaciones aClUales: a.- Dolores, b.- Almoradí, e,- Daya Nueva, d.- Daya Vieja, e.- San Fulgcncio, L- Algo rfa, g.- Las Heredades,
h.- Fonncnlera del Segura, L- Bcnijófa r, j.- Roja les, k.- Guardamar.
A: cauce de la desembocadura del Segura en 1720; B: cauce de la desembocadura del Segura en 1888; C: ca uce actuaJ de la
dese mbocadura del Segura; o : dunas; E: marjales fluc tuantes con indicación de lag unas y áreas de inundación. (según
ROSSELLÓ VERGER, 1989,275, fig. 18); F: saladar; G: áreas cultivables.
ASenfll1l1ielllos a/io11ledievales: 1.- la Rábita, 2.- el Cabezo Soler, 3.- el Cabezo del Canales, 4.- el Cabezo de las Tinajas, 5.- e l
FI G. 4.
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El origen de la huerta de Orihuela ...
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(fig. 3). Además, el texto de al-' Uc;!ri incide en la caracterización social del poblamiento de la región (niif¡iya): los
muwalladll7 o muladíes, indígenas conversos; orígen constatado también a través de Su cultura material (GUTIÉRREZ
LLORET, 1993).
2.
La percepción del medio
«Los lagos, las balsas y los pantanos de aguas cenagosas y
podridas, deben núrarse como unas sepulturas civiles de la
especie /¡umanw)
7
«Desde hace tiempo es sabido que los marjales y marismas
se clfen/an entre las áreas naturales más productivas del
I1lw1do, esto es, entre las capaces de dar lugar a mayor
ca/1tidad de lI1ateria viva por unidad de tiempo y superfi·
cie»
8,
De lo expuesto hasta ahora se desprende que, por paradójico que resulte, el área pantanosa del Bajo Segura era
una zona relativamente poblada en la Alta Edad Media; es
más, la ca l-tografía poblacional de esta época pone de manifiesto una relativa p,-eferencia -o al menos una cierta intensidad- por la ocupación periférica de maljales, c harcas
y saladares, como si de una estrategia económ ica se tratase.
Nuestro objetivo es ahora ana lizar dicha estrategia, basada
en la explotación económ ica de un medio que se suele
considerar hostil: las zonas bajas encharcadas con tendencia
al anegamiento fluctuante y estacional. De hec ho, las dos
citas que inician el epígrafe no son meros recursos estilísticos, sino la formulación explícita de dos percepciones diametralmente opuestas de un mismo medio, eso sí, fruto de
dos épocas d istintas. Es por esto que se hace necesario
partir del hecho de que la conceptuación de un paisaje es
una realidad histórica, y por tanto, depende en última instancia de cómo sea percibido por la com unidad humana
que lo ocupa o explota y dic ha percepc ión está rundamentada en el valor económico que cada é poca o estrategia le
otorga (MARTÍNEZ ALIER, 1993,22-3). Desde esta perspectiva, como señala Giusto Traina (1989, 686), las transformaciones en la percepción de ciertos tipos de paisaje, conside-
Sonia GUliérrez L/oret
76
radas ideológicamente como marginales, renejan importante camb ios en su concept uación económica.
De esta diversidad de percepciones da idea la reciente
reivindicación conservacionista de las áreas encharcadas,
consideradas durante las tres últimas centurias sinónimo de
muerte y desolación, y a hora protegidas mediante diversas
figuras legales en razón de su enorme interés ecológico. Así
pues, lo que hasta hace poco tiempo era consid erado como
el «bel lo sueño» de la bonificación integral, la victoria definitiva del progreso hum ano sobre la naturaleza hostil
(BRAUDEL, 1978,81-82), se ve ahora como un peligro inmediato que amenaza con destruir espacios vitales en el
equilibrio ambiental. y esto en el estrecho margen de unas
décadas 9.
Resulta evidente que la li teratura c ien tífica y económ ica
del Antiguo Régim en y, en particular, del siglo XVIII, es en
gran medida responsable de la visión peyorativa que comúnmente se tiene de las tierras bajas encharcadas. Dicha
percepción, que justifica la titánica lucha emprendida en
pro de su desecación, incide, sobre todo, en su insalubridad
además de su carácter improductivo, razones más que suFicientes para considerar que la ocupación de los terrenos
aguanosos atentaba d irectamente contra la vida hum ana
(ALBERO LA, 1989, 70). Sin embargo, esta supuesta adversidad del medio nunca fue en la antigüedad un obstácu lo
insuperable para que el asentam iento humano se desarrollase en los aLrededores de marjales y pantanos. Así, la
marisma del Bajo Segura -lejos de tratarse de «un sitio
mirado con horror hasta aquel tiempo» como señala Cavanilles (1795-97, n, 281 )- fu e un lugar intensamente poblado
en la protohistoria, a juzgar por los restos de despoblados y
necrópolis que han llegado hasta nosotros; estuvo habitado,
si bien con menor intensidad, en época romana 10 y de la
densidad su ocupación durante la Alta Edad Media dan
cuenta los nueve despoblados hasta ahora documentados
en la periferia de marjales y saladares. Parece por tanto que
desde la perspectiva arqueológica la vida en los pantanos
no era en modo alguno tan inimaginable como la mentalidad ilustrada suponía, y se hace por tanto necesario analizar
los dos argumentos esgrim idos por sus detractores: la insalubridad y la improductividad.
El o rigen de la hu erta de Orihuela ...
77
Respecto a la primera parece innegable la relación
ex istente en tre los ambientes palúdicos y ciertas enr ermcdades trasmisibles, endém icas y ocasionalm en te epidém icas,
como el paludismo, malaria o fiebres tercianas -todas denominaciones de una misma enfermedad- si bien las causas de esta relación no residen, como pensaron los teól"icos
de la ciencia médica del setecien tos, en los vapores y miasmas emanados por los pantanos (PESET, 1972, 341 Y ss.),
sino en el hecho de que las charcas de aguas estancadas y
umbrosas son el lugar donde se realiza la puesta del mosquito Anoplzeles, vector de la enfermedad (PIEDROLA, 1983,
993). Sin ánimo de nega r el riesgo que la enfermedad supone, sí cabe considerar que su adversidad ha sido magnificada, a juzgar por la recurrencía con que se produce el asentamiento hum ano en estos medios. Giusto Traina (1986, nO
7, 906) indica que el inconveniente ex istía pero que en
realidad se trataba de un inconvenien te como tantos otros,
y por tanto ponderable en relación a los beneficios que el
asentamiento suponia. De hecho y a pesar de la capacidad
mortirera que el botánico Antonio José Cavanilles atribuye
a la enrermedad (CAVANILLES, 1795-97, 1, 49 Y 182; n,
280), no conviene olvidar que el índice de letalidad especifica en países atrasados es del 196 de los no tratados y que en
las poblaciones de zonas fuertemente endémicas existen
estados de inmunidad por preexistencia de infección latente,
que se maniriestan por la tolerancia al parásito y la resistencia a las reinrecciones (PIEDROLA, 1983,994-7). Esta rorma
de premunición supone, sin duda, una cierta protección de
las poblaciones ya adaptadas a las condiciones palúdicas,
que minimiza los riesgos de la enrermedad, precisamente
por la convivencia con las condiciones que la originan. En
este sentido es clara la afirmación de Cavan illes cuando,
respecto de la alburera de Oropesa, señala que «Todo forastero se puede COl7lar por perdido en tiell1po de epiderniw.
(CAVANILLES, 1795-97, 1, 49) ". Quizá convenga no perder
de vista que la mayor virulencia de la enrermedad, percibida
a finales del siglo XV ltt, pudo tener relación también con la
propia colonización agrícola de las zonas pantanosas, que
expuso al contacto directo con la enrermedad a poblaciones
no adaptadas secularmente (BRAU DEL, 1987,83).
La supuesta improductividad de las áreas encharcadas
Sonia Guliérrez L/arel
78
es también un topos literario que se ha convcrtido en un
lugar común de los estudios históricos y que quizá convenga
replantear a la luz del conocimiento actual de las relaciones
ecológicas. En este sentido la afirmación de Miguel Del ibes,
con la que iniciábamos este epígrafe, no puede ser más
esclarecedora. Las zonas húmedas se caracterizan por una
producción estacional de materia viva superior incluso a la
de otras zonas fértiles de condiciones estables y albergan
una importante biodiversidad. En la base de esa riqueza se
encuentra su condición de ecosistema explotador, donde se
acumulan el agua y los nutrientes transportados desde otros
ecosistemas ci rcundantes explotados; de otro lado, su alta
producc ión se basa precisamente en sus condiciones fluctuantes, que favorecen una importante actividad estacional
(TERRADAS, 1991, 89-91). Estas condiciones ecológicoeconómicas, unidas a otras de tipo histórico, social o cultural (por ejemplo, la protección ante incursiones no deseadas), son sin duda suficientes para explicar el asentamiento
humano en las inmediacio nes de las zonas encharcadas
desde la prehistoria.
Así pues, es necesario preguntarse por qué un medio en
apariencia rico y ocupado secularmente com ienza a ser
percibido a partir de la Edad Moderna como un lugar inhóspito y malsano. Quizá en la base de esta representación
soc ial de la naturaleza se halle la escucla fisiocrática, que al
considerar la renta del sucio el principal fundamento de la
riqueza econó mica de la nación, hizo de la agricultura la
actividad productiva por excelencia (NAREDO, 1987, 83).
Desde esta perspectiva, los espaos «incu ltos», en el sentido
de no explotados agrícolament se perciben como estériles
e improductivos y su «conqlllSil» se conv ierte en sinónimo
de progreso económico, además de social si de paso se
eliminan los focos palúdicos. En real idad, la preocupación
por la sal ubridad pública está cond icio nada en última instancia por la creciente demanda de tierras nuevas, obtenibles mediante la colon ización agrícola de las planicies encharcadas, muy ricas precisamente por su carácter de
depósito de nutrientes. De hecho, su feracidad una vez
puestas en explotación estaba fuera de toda duda y era
seguramente uno de los principales atractivos de su ocupación. Este dato no pasaba desapercibido a observadores tan
El origen de la huerta de Orihuela ...
79
sagaces como el propio Cavani lles quien señala, nuevamente
en relación a la albufera de Oropesa, que en su fondo se
recogían abundantes cosechas (CAVANILLES, 1795-97, 1,
49). El propio Giovani Maria Lancisi, gran teórico setecentista del contagio epidémico a partir del agua estancada y
principal impulsor de la desecación integral de las áreas
palustres en pro del bien común, ya pone en evidencia el
objetivo prioritario de esta acción: el progreso económico
que reportaría la explotación de estas fértiles tierras
(PESET, 1972, 342). Así pues, la necesidad de ampliar la
superficie cultivable está realmente por delante de la preocupación por la sal ud pú blica a la hora de impulsar las
tareas de desecación, sin menoscabo de otras motivaciones
de carácter filantrópico.
Sin embargo, esta percepción tampoco tiene por qué ser
común a todos los sectores sociales y de ahí que el triunfo
definitivo sobre los pantanos, a través de su desecación
integral, no siempre sea unánimemente considerado un progreso social. De hecho, los pequeños campesinos de Elche,
que todavía en el siglo XVlJl aprovechaban comunalmente
los numerosos recursos del ecosistema natural de los carrizales y saladares de su término (RUIZ TORRES, 1979, 8389), no debieron ver en su apropiación por parte del Duque
de Arcos, su colonización y la destrucción subsiguiente del
ecosistema pantanoso, una bonificación en la acepción estricta del término, es decir, una mejora de sus condiciones.
En el mismo sentido cabe interpretar la resistencia de Orihuela al proceso colonizador de las Pías Fundaciones (GIL y
CANALES, 1987, 10).
Así pues, parece evidente, como señala G. Traina, que
,dos modernos», para intentar justificar sobre bases históricas el recurso a la bonificación integral, han creado una
imagen «actualizan te» de las relaciones de «los antiguos»
con los pantanos (TRAINA, 1986, 713). Sin em bargo, debemos evitar caer en percepciones distorsionadas que tengan
por resultado la creación de nuevos iconos falsos. Sobre
todo debemos evitar que el esfuerzo por hacer visibles las
áreas «marginales» termine por difuminar los espacios agrícolas tradicionalmente productivos: los valles fluviales fértiles. Estos valles situados en las partes más altas de los
llanos de inundación, en contacto directo con los piedemon-
Sonia Guriérrez L/arel
80
tes, constituyen también eco istemas explotadores de nutrientes pero, a diferencia de las zonas bajas inundables,
son áreas fértiles de condiciones estables, donde a pesar de
su menor productividad puede alcanzarse el máximo de
biomasa (TERRADAS, 199 1, 91). En este sentido, son estas
tierras, y no los marjales y marismas, los espacios que pueden considerarse el «óptimo agricola» y que evidentemente
nunca se abandonaron de forma íntegra para la producción.
Si tenemos en cuenta recientes hallazgos como el de la vi lla
tardorromana de Canyada Joana en Crevillente, oeupada
hasta al menos el siglo VI d. Je., y algunos otros ejemplos
del campo de Elche, es más que probable que los llanos de
Orihuela estuviesen ocupados desde época romana por explotaciones agrícolas; sin embargo, se trata de asentamientos
difíciles de documentar por situ arse precisamente en zonas
de acumulación, donde los normales procesos de sedimentación se pueden haber visto considerablemente aumentados en épocas históricas recientes por la deforestación a ntropogénica.
En todo caso y sin menoscabo del valor potencial que
estos «óptimos» demuestran para el asentamiento humano,
resulta evidente que los espacios marginales parecen cobrar
una singular importancia, tanto documental como arqueológica, en la Alta Edad Media. Sin embargo, esta súbita
toma de conciencia de ,do margina!», más que como un
in cremento general de tales espacios en relación con la
decadencia del paisaje agrario romano )2, debe interpretarse
como un cambio en la percepción de los mismos (TRAINA,
1989, 691). Como señalamos en otro lugar, únicamente
desde esta perspectiva puede comprenderse el fenómeno de
«conquista» de las áreas tradicionalmente improductivas por
part<.! de poblaciones que proceden -o mejor dicho,
huyen- de los espacios óptimos; posiblemente la explicación
resida en el hecho de que los espacios que ahora se ocupan
eran, a pesar de las apariencias, mas productivos para las
pequeñas com unidades que allí se establecieron, que sus
propios lugares de origen, precisamente gracias a su carácter marginal y su escaso valor a ojos de los propietarios de
las <.!xplotaciones agrícolas del llano fértil (GUTIÉRREZ LLORET, 1994, e. p.).
. -------------------------------------------------El origen de la hu erta de Orihucla ...
81
3.
El aprovechamiento del medio
o conviene olvidar que el objeto de este trabajo es el
estudio de las com unidad es que habitaron en los marjal es y
saladares del Bajo Segura entre los siglos Vil y x; por tanto,
antes de ana lizar el uso que el hombre puede hacer de los
ab undantes recursos naturales del medio que oc upa, conviene reconsiderar el problema histórico que determinó su
asentami en to. Como hemos señalado con anterioridad, el
origen indigena, hispano-romano o godo, de estas poblaciones está fuera de toda duda, puesto que en el siglo XI su
ascendenc ia se recuerda en el nombre que todavía recibe el
territorio, región de los muladíes, si bien aludiendo ya a su
conversión religiosa y seguramente a su integración cada
vez más plena en la soc iedad islámica. Además, su cultura
material, caracterizada por un escaso repertorio multifuncional realizado preferentemente a mano o tomo lento, demuestra la profunda vin culación co n las tradiciones tardorromanas en formas y técnicas (CUTIÉRREZ LLORET, 1988
" 1993).
La propia estrategia elegida, la ocupación de áreas margina les que secularmente han servido de refugio a todo tipo
de poblaciones " , pone de manifiesto su génesis. La desestructuración paulatina de la relación campo/ ciud ad, a raíz
de la imparable decadencia de éstas últimas, favoreció el
fortalecimiento de los grandes propietarios fundiarios y la
progresiva vinc ulac ión de los campesinos, en el marco de
unas formas de explotac ión cada vez más protofeudales. En
este contexto cabe situar la resistencia de ciertos grupos
sociales, tanto urbanos como rurales, que escapan al creciente control se!'iorial de los latifundistas, patcnte en la
mayor exigencia de renta, o a la eselerosis económica de las
perielitadas ciudades. Esta poblac iones "huidas» forman pequeñas comunidades independientes, cuya subsistencia depende en última instancia de la explotac ión de aq uellos
ámbitos que quedan al margen del control de las ciudades
-cntonces reducido prácticamente a su hil1lerland- y del
de los propietarios fundiarios, cuyas vil/ae y fl/ndi ocupaban
precisamente el óptimo agrícola representado por las Uanuras fértiles. Esta estrategia de oc upac ión de áreas marginales, a menudo abandonadas desde la protohistoria, se reneja
Sonia Gutiérrez L/oret
82
e n la prolireración de asen ta mi entos protegidos por sus propias condiciones nsicas, r undamentalmente encaramados en
los montes o en menor medida diseminados por pantanos e
islas, e n una te ndencia doc umentada entre los siglos v y VII
en numerosos lugares del Med iterráneo occide ntal. En el
caso de la Penínsu la Ibérica, el desorden social producido
por la llegada de los musulmanes, lejos de ralentizar el
proceso, lo aceleró, como se evidencia en el caso de Má laga
y en general e n todo el sureste (ACIÉN, 1994, 1 17).
Las rormas económicas que desarrollan estas comunidades son, al menos inicialm ente, muy elementales, haciendo
del aprovechamiento de los abundan tes rec ursos naturales
del entorno un va lioso compl emento para la supervivencia
del grupo. Para comprender el tremendo valor de esos rec ursos pod emos rec urrir a la descripció n de los almarjales
de Elc he, conte nida en un doc um en to de 1755, según el
cua l los vecinos de Elche en traban e n este paraj e, todavía
comu nal, a «... cazar, pescar, cortar carrizo, jllnco, apacel71ar
sus ganados vacunos y caballerías de lana n> (RU IZ TORRES,
1979, 83). Estos datos permiten reconstruir, en palabras de
Pedro Ruiz, una «pecu li ar econom ía campesina», vigente
durante el Antiguo Régimen pero destruida con la e nj e nación de esos bienes com unales (1979, 82-89). Sin embargo,
las comunidades altomed ievales parecen tener una relación
más directa y prioritaria con el medio que los campesinos
de la Edad Moderna, pa ra los que constituye claramente
una práctica co mplem en taria, desarro llada «especia lmente
en aiios estériles y de poca cosecha». De hecho, no sólo
sobrevive n grac ias a l aprovec ham iento del marjal sino que
también viven en él.
Resulta ev iden te que la caza (sobre todo, anátidas), la
pesca (más rica en las albureras que en los matjales) 14 y la
recolección de hu evos son activ idad es que supo nen un im portante aporte proteínico rácilmen te o btenibl e. De o tro
lado, la recolección de junco y carrizo para elaborar esteras
y capazos o de plantas barrilleras, cuya calcinación prod ucía
la sosa vital para la elaboración del jabón y del vid rio,
permitían el desarrollo de act ividades artesana les de transrormación, muy importantes para el sostén de la comu nidad. Por último, los marjales -del árabe mary, praderaso n excelen tes pastizales que permiten ma nte ne r una im-
. -------------------------------------------------El orige n d e la huerta de Orihuela ...
83
port ante reserva cárn ica sin demasiados costes. Sin embargo, en las relaciones ecológicas que los ha bitantes de estos
asentam ientos establ ecieron con su entorno se contempla
también la agricultu ra y es esto lo que aleja a estos grupos
hum a nos de una econom ia natural, en la que el proceso
productivo es fundamentalm ente un proceso ecológico, y
permite definir estas comun idades como campesinas (TOLEDO, 1993, 207).
Los bordes de las lá minas de agua dulce constituyen
áreas fértiles, susceptibles de un gran aprovecham iento agricola con una escasa inversión téc nica. En este sentido, e n el
espacio perimetral de los marjales asi como e n las terrazas
fluviales o los pequeños valles y rinconadas sit uados entre
los cabezos .v el río, pueden desarrollarse pequeños agrosistemas de regadio de a lto rendim iento \' . La feracidad potencial de estos espacios se acrecienta por el fácil abastecimi ento hidrico de un lado y de otro, por la renovación de
nutrientes que supone la descarga fluvial en períodos de
desbordamiento, que a menudo son estacionales (ROSSELLÓ VERGER, 1989,245).
El abastecimiento híd rico es fác ilm ente obtcnible por
simple derivación del río O de la lámina de agua fluctuante
o bien mediante norias y aceñas que, como Joan F. Mateu
señalaba, suelen situarse en los bordes de los marjales,
aprovechando el alto nivel de los acuif eros subterráneos \6.
De hec ho, la prueba evidente de la práctica del riego en
estos espacios la proporciona la aparición de arcaduces en
la mayoría de los asentamientos; entre todos destacan los
hallazgos del Cabezo del Molino (Rojales, Alicante), donde
abunda el tipo de arcaduz más antiguo (mediados del siglo
VIII) documentado arqueológicamente hasta el momento. Se
trata de recipientes de tendencia troncocónica y una amplia
base plana o ligeramente convexa, sin perforación aunque a
menudo recortada, que presentan dos puntos de anelaje a
la cadena: uno en la inflexión del borde V otro en la entalladura de la propia base (GUTlÉRREZ LLORET, 1988, 106;
1994 e. p.) (fig. 5, 2); sus únicos paralelos se encucntran
entre algunas piezas egipcias (SCHI0 LER, 1973, 97 Y ss.)
(fig. 5, 5). La paulatina evolución morfológica de este tipo
de arcad uz se hace evidente en la reducción de la base, ya
patente en a lgunos ejemplares murcianos del siglo x y en el
Sonia Gwiérrez L/arel
84
-==1
FI<", 5.
Reconstrucción de una aceña de 4(sangrc. con los arcaduces docu·
mentados en el úrea de estudio (según J. Lópcl Padi ll a); 2: arcaduz del
Cabezo del Molino, Rojales; 3 y 4: arcaduces de la el Cortés, Murcia
(según MUÑOZ LÓPEZ, 1993): 6: a rcad uz de la Rab ila, Guardamar: S, 7 v
8: a rcaduces egipcios aCluales (según SCHI0LER, 1973),
El origen de la hu erta de Orihuela ...
85
desplazamiento del anclaje inferior hacia la parte central
del arcaduz, consolidada ya en el siglo X I (MUÑOZ LÓPEZ,
1993, 182) (fig. 5, 3-4).
De otro lado, las aguas de avenida que inundan las
partes bajas y peor drenad as del ll ano aluvial ga rantiza n la
rertilización del suelo por el aporte de nutrientes y su aprovecham ienlo agrícola constituye una modalidad técn ica docu mentada en época islámica en di versos lugares de la cora
de Tlldll1ir, en concreto Lorca y Murcia, destacándose su
parecido con las prácticas nilóticas (POCKLLNGTO , 1989).
El topónimo al- Yazira y la clara in corporación al llano de
inundación del río Segura de algu nos pequeños valles situados entre los montes de su margen derecha, como la Raea/1ada deis ESla/1ys en Guardamar, de tan signiricativo nombre (ROSSELLÓ VERGER, 1989,277), refuerzan la hipótesis
de que estos espac ios perir éricos constituyeron los primeros
agrosistemas regados del Bajo Segura (rig. 4), junto con
otros situados en la perireria del llano, aprovechando el
agua de ramblas, barrancos y r uentes como se sugiere en
algunos ejemplos murcianos (POCKLINGTON, 1990, 22 y
ss.). Además el entarquinamiento periódico del llano nuvial
contribuye a evitar posibles procesos de salinización del
suelo (EL FAlZ, 1985).
El desarrollo de estos sistemas agrícolas debe ponerse en
relación con la paulatina integración en el eno de estas
comun idades de origen indígena de nuevos cont ingentes
demográficos llegados a la penínsu la tras la conquista, como
ocurre en el caso de los .9u/1díes egipcios asentados en
Tudl1lir a mediados del siglo VlIl. Un conocido texto de al' Udri (AL-AHWAN1, 1965, 15; MOLINA LÓPEZ, 1972, 82)
rcÍ;;ta que el _i'lI/1dí ' Abd al-Yabbár b. adir recibió de Teodomiro, en razón del matrimonio con su hija, dos alquerías
situadas en el Bajo Segura: la qatya Tarsa, a tres millas de
Elche, '! la qarya Tall al-Ja{{ab, a ocho de Orihuela. La
inminenle publicación de un trabajo donde se analiza el
problema de la identificación de ambos asentam ientos, me
exime de detallar la argumen tación que perm ite sugerir la
identiricación de la alqu eria del cerro de Ja\\áb (por Ja\(ab
b. ' Abd a l-Yabbar, nieto de Teodomiro y rundador de la
importante rami li a murciana de los Bami Ja\(áb) con el
asentamiento ubicado en el Cabezo de las Fuentes entre
Sonia Guliérrez Llorel
86
Albatera y Granja de Rocamora, en ALicante (fig. 2, 12)
(GUTIÉRREZ LLORET, 1994, e. p.) " . En c ualquier caso, el
ejemplo pone en evidencia que los Jundies se asentaron en
explotaciones rústicas sobre las que la aristocracia todavía
mantenía un cierto control, entrando e n contacto con las
poblaciones indígenas que ocupaban los asentamientos marginales del Bajo Segura; de este temprano contacto da cuenta la introducción de nuevas formas cerám icas, totalmente
ajenas a la tradición tardorromana -como oc urre con el
horno, lan17ur, y el arcaduz-, que ahora se convierten en
un perfecto indicador del proceso de aculturación de las
poblaciones indígenas. El resultado de esa relación debe ser
la experim entación de una tec nología agrícola innovadora,
representada por la introducción de los ingenios elevadores
de agua para el riego en su propio medio, por otro lado
muy similar al originario de los árabes yu ndies, procedentes
de Egipto (fig. 5).
De lo expuesto hasta ahora se deduce que las comunidades campes inas asentadas en la periferia de marjales y
lagunas habían establecido un siste ma de producción equilibrado con una estrategia multiuso, e n el sentido que Víctor
M. Toledo otorga a tal término (1993, 208-9). No se trata
tanto de la creación de una «pecul.iar econo mía campesina»
que aprovechaba los recursos naturales del baldío en tiempos difíciles, como señalaba Pedro Ruiz para el siglo xvrn
(RUIZ TORRES, 1979, 89 y 94); se trata de economía campesina pura y simple, cuyo sistema productivo se basa, en
razón precisamente de esa estrategia multiuso que evita «la
espec ializació n de sus espacios naturales y de sus actividades productivas», en la combinación de la agricul tura con
prácticas complementarias o alternativas, como la recolección agrícola y forestal, caza, pesca, c¡-Ía de ganado, artesanía, etc., en un mecanismo fundamental de reducción de
riesgo (TOLEDO, 1993, 209-10) 18. Por lo tanto, el aprovechamiento del medio natural es una parte fundamental de
los intercambios ecológicos y económicos que constituyen
la producción de una comunidad campesina.
Desde esta perspectiva, la elección de un medío natural
productivo y rico en c ua nto a diversidad biológíca, era una
estrategia «in teligente», que permitia la obtención de beneficios inmedíatos (energía y mateliales que garantizan elman-
El origen de la hu e¡-ta de Orihucla ...
87
tenimiento de la eomunidad) a costa de un ri esgo (la convivencia con la enfermedad inherente al medio), mitigado en
definitiva por la propia adaptación. El mantenimiento del
hábitat durante más de tres siglos demuestra su éxito. Sin
embargo, la mayoría de estos asentamientos se abandonaron a lo largo del siglo Xl: si la causa de esta defección no
puede buscarse en la hostilidad de un medio que hasta ese
momento se habia mostrado acogedor, cabe preguntarse
cuál es la razón qu e explica el final de este patrón de
asentamiento. Sin duda, el fenómeno tiene una directa relación con la planificación y el desarrollo de un agrosistema
complejo, la hu erta vinculada a la madina de Orihuela,
situado en la parte alta del llano de inundación del bajo
Segura, desde las inm ediacion es de la ciudad hasta los mismos confines del marjal. A juzgar por la referencia de al' UQ.Ii, dicho espacio fue planificado seguramente por la propia l11adinQ, puesto que el geógrafo señala que sus habitantes construyeron la aceq uia de Callosa hasta Catra!. La
huerta comprende una amplia superficie regada, cuyas líneas de rigidez se definen precisamente por la aceq uia de
Escorratel y de CaUosa en la margen izquierda y por la de
Alquibla, la más meridional, en la derecha. La compleja red
de acequias tiene su contrapunto en el diseño de una malla
de azarbes, destinados a drenar las tierras bajas, que desembocan precisamente en el marjal (fig 3). Este sistema
vertebra y se relaciona claramente con un importante conjunto de alquerías documentadas en el Repartimiento de
Orihuela (AZUAR y GUTIÉRREZ, 1994, e. p.). Aunque no es
nuestro objetivo el análisis de este espacio regado, diseñado
-aunque posiblemente no de forma definitiva 19_ entre la
segunda mitad del siglo X y el Xl, parece claro que la
organización de una nueva estructura de poblamiento relacionada con su planificación, supuso el fin del sistema productivo que había caracterizado las zonas húmedas durante
la Alta Edad Media.
Si bien la estrategia de ocupación de estos medios se
había revelado como útil y productiva en primera instancia,
no conviene olvidar que el «óptimo» agrícola nunca fueron
las áreas fért iles Ouctuantes sometídas a tensión, sino las
estables. En el momento en el que las poblaciones medievales del Bajo Segura ya no sólo son capaces de explotar
Sonia Culiérrez L/arel
88
diFerencialmente el medio, sino que técnica y socialm ente
pueden controlarlo y regularizarlo -asegurando el riego de
la llanura Fértil mediante una estructura compleja de regadío-, el sistema anterior pierde interés (TERRADAS, 199 1,
94). Es entonces cuando los espacios que habían sido fundamentales en el desarrollo de los p,-imeros agrosistemas
regados pasan a ser marginales (MANZANO, 1994, e. p.), o
mejor complementarios, porque nunca pennanecieron completamente al margen de la producción económica de la
huerta de Orihucla. De hecho, cuando estos espacios fueron
repartidos tras la conquista cristiana se co nsideraron in cultos pero nun ca se percibieron como improductivos, a juzgar
por los pleitos generados entre concejos y señores, que
pretenden asegurarse su usuFructo pleno, en detrimento de
los derechos sec ulares de los conquistados.
Notas
erro
1
RLi7, 1979, 81·2. Una reproducción parcial puede verse en
A7LAR, 1985. 2. Mll~ similar en su representación topográfica. ) seguramente inspirado en el mismo, c:-, el mapa dd Reino de Valencia del siglo
XVII (aplld Guillermo Blacus), reproducido en Lll Revi::>flI de Archil'os.
Bibliutecas -" M",eu.>. XLIV, lam. 111, p. 377.
2 En la actualidad ambos espacio:, cMán declarados Parajes murales
de la Comunidad Valenciana desde 1988.
1 Sin duda la accquiil mavor de Callosa (Al LAR v GlTIFRRFJ.. 1992, c.
p.).
4
El nombre árabe de la alquclÍa ruc \ocalizado l!11 diminutivo (alYII:.aira) por Malina (1972, 45-6, n(l 17), pero la mención de la alqucria de
Alge:.im en el Repartimiento de Orihucla hacc convenicnte vocali/_arla
como al- Ya:ira..
'i Aunque el topónimo Da.va se relaciona comunmcntc con el ctimo
qa,,>- a, propiedad rural, el tél"mino qit.ya designa en el nOl1c de Árrica una
depresión cerrada, cuyo rondo está ocupado intermitentemente por una
laguna, pudiendo presentar una vegetación rclaliv~\mente abundante que
cuntr"t. con.u entorno (GONZÁLEZ BERNÁLDEZ, 1992,71).
f> Segun esta hipótcsb el nombre gent."!rico de contenido gcográrico,
La Dava (La Laguna), pudo terminar también por designar la alqucria que
surgió en un momento indeterminado en sus inmediaciones -pero que se
atcMigua desde al menos el siglo XIJI-; sólo más tarde, con la segregación
del área asociada tradicionalmente al topónimo, debió surgir la necesidad
de individualizar el espacio topográfico original con el elocuente termino
de tlv ieja», aunque no constituye ra un nucleo de poblamiento concentrado,
mientras que la antigua alquelía recibió el epíteto de «nueva,..
El origen d e la hu el1.a de Orihuela ...
89
i
A. C!BAT, 1806: Memoria sobre el problema ¿por qué motivos O
causas las tercianas se IUlII hecho tan comunes y graves en nuestra Espafia?
¿Con qllé medios podráll precaverse y destruirse?, Madrid, 74 apud PESET
RElG. 1972. 359.
8 DELlBES \' CMIOYAN, 198 1: Doiimw, patrimonio del mundo. Madrid,
22.
9 Ouiero agradece r las valiosas sugcrcnciru; y observaciones de Héclor
Lillo Carda, que han contribuido en gran medida a la redacción definitiva
de este trab;ljo.
10 Elllrc los asentam ient os protohistórico') des tacan el Cabezo del Es·
talio \' la necrópolis de Cabcl.o Lucero en Guardamar (ARANEGUI e l alii,
1993). lo; yac il11i enlO> del Oral \" la Escuera (ABAD y SALA. 1993) e n San
Fulgencio \ lo':> reMo., de un monumento funerario del siglo IV a J.C ..
rc ulili/ado~ en un es tablecimiento romano del ~igl o 1, hallado en la partida
de Lo Mejorado en tre las dos Da\'as. Este hallazgo, cuya noticia agradc7co
a M. Oleina \ M. Cea, connrma la recon::,trucción amb iental anteriormente
expuesta.
11
El desigual comportam iento ante la enfermedad de poblacione!'l
3daptada\ o no adaptadas se pu!'.o en c\ idenda, según C. Picdrola ( 1983,
995), en la Illél\or tolerancia manifestada por lo ... soldados vie tnamitas
re:-,pcc.:to a lo~ nortc¡lmericanos durante la pa5.ada guerra del Vietnam.
Agradl'/co dc\de estas páginas la!'. amables obscn'aciones sobre la enfermedad que mc facilitó el Doctor Enrique Rico Rico.
12 De hecho, el a\ anl:C dI.! lo int,' ull o se constata en ciertos ejemplos ~
en el caso dc los marjalcs \ pantanos, por ..,us propias características, es
aún má ... notorio: en estos cspacio ... el abandono o fracaso de las obra!'. de
drenaje supone la recuperación inmediata tic su ... cond iciones de humedad
m:.\!., o meno.., degradada .... A... i parl.'ce ocurrir a mediados del siglo XIII en
el campo de Orihuda (V ILAR, 1977, 158) o en cicnas lona.., de los saladares
de Elche, Irm. el tcrrible fracaso de gran parte de la colon ilación emprcndida en d siglo XV III (RU IZ TORRES. 1979. 105·6).
n Rl.'ClI('rdesc el cararter de refugio \' bastión de los migueletes resistente.., a las tropas borbónk'as en la Gucrra de Sucesión, que tuvieron Los
almaljaks de Elche (RU IZ TORRES. 1979. 86) o la referencia a lanla>
tierras «inculta"" lIt.:nas cll' male/a, qm.' ..,ólo ..,inen para refugio de malhechores», utililada como argumento fa\orable a la de:-.ecación de la albufera
de Guardal11ar (CANALES \ VERA. 1985. 146).
14 No cUI'l\'icnc oh'idar qUt' el objctivo inicial del buque de Arco~ al
acomctt'r la de:-.ccación de la &I.\")"a UarJ:llera ( Lo~ almarjales) de Elche era
d de a>egurar la riqucra piscicola de la Albufera (RU IZ TORRES. 1979.
88).
15 A similare~ conclusiones ha llegado el profesor Joan F. Matcu Bellés
a través del análisis de di\ersos mcdios pantano..,o~ de Valencia y Castellón,
c uyos resultados C\PUSO en la rx.mcncia inédita «valorac ión amb iental de
registros arqucológit"os ml.,d ic\"alcs. L¡c, lonas húmedas)!, en el I V Congreso
de Arq/leología Alediel'a! Es/xl/Jola (Alica nte, octubre de 1993). Sobre la
ad minist rac ión del riego de l o~ marjales de Valencia puede verse Th. F.
Glick (1988. 46 \ ".)
16 Este parece se r el caso de la cc nia árabe de Les J ova dc~ e n Oliva
Sonia Gutiérrez L/arel
90
(Valencia), situada en la zona de contactos entre los lCrrcnos de bajas
terrazas alu via les y las tierras pantanosas litor-alcs (BAZZANA, 1987, 422 ).
17 Es posible que M osen Pedro Bello! se refiera a es te ase ntami ento
c ua nd o indica s us sospechas de que Calral se pobló al aba ndo narse Cas·
troalto, un asen tamiento si tuado _en la senela qu e le esta ccrca~, cuyas
ruin as «muy deshechas estan por toda la ci rcunfcrenci3>t, aún era n aprec iables en su ti empo. También indica Bello! la existencia de «c uatro gra ndes
azarbes que salen de él, que si se limpiaran q uedar-a seco,. (BELLOT, 1956,
11 , 188), lo que confirm a la exis tenc ia de sistemas de drenaje, q ue una vez
abandonados suponen la recuperación del marjal.
18 No convie ne olvidar que c uando esa espec ia li zac ión se logra, siempre es impuesta en co ntra de la lógica de la producción campesin a, bie n
sea por la necesidad de ob tener un excedente tra nsformable en la ren ta
pretendida por los sCliores feudales (BA RCELÓ, 1988,217 Y 50.), o bien por
la introd ucción de una agricultu ra comercial típicamente ca pitalista. No
obs tante, es necesario sCli alar q ue, como Víctor M. Toledo advierte c itando
a S. Gud eman, la econom ía de subsistencia cam pesina 110 excluye la producc ión de excedente, que circula en forma de mercancias, sólo q ue éste
no se acumu la ni transforma el sistema (TOLEDO, 1993,207-8).
19 La gran huerta de Orihuela es un agros istcma en continuo crecimiento espacial a lo largo del tiempo. El ll1t!canismo de ampliación se ha
basado fundamentalmente en la construcción de diversos azud es aguas
abajo del tío, que han permitido la ampliac ión sucesiva de la superficie de
riego. Sin embargo, hemos de advertir que su restitución espacial, al igual
que la de los peq ueños agrosislemas si tuados en los bordes del marjal,
plantea se rios problemas, puesto que los sistemas de regadío desarrollados
en Llanos de inundac ión con grand es aportes de sedimentos, no están
~ujetos a lo~ mismos principios de estabilidad y rigidez que caracterizan
olros sistemas. Valga un ejemplo recogido por Mosén Bellot a propósito de
Redovan; según Bellot escribe a principios del siglo XV[1 la acequia de
Escorra le! iba a finales de! siglo XV «... por mucho más arriba, pero con las
avenidas de la rambla crece y se alza la tierra V decrece la huerta faltandole la agua. (BELLOT, 1956,
n, 181).
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