« (...) El Espíritu de Verdad que proviene del Padre, da testimonio

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Extracto del mensaje de Mons. Eduardo Mirás para la
apertura de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal
Argentina, 26 de mayo de 2003.
« (...) El Espíritu de Verdad que proviene del Padre,
da testimonio de Jesús, abriéndonos camino para que
también nosotros demos testimonio de El hasta con la propia
vida, si fuera necesario. Y nos advierte que la predicación de
la Verdad siempre será fuente de persecución, seguramente
sorda y no cruenta, pero constante y agobiadora, porque el
mundo prefiere con facilidad la cómoda anchura del propio
parecer, la falta de compromiso y aún la mentira, antes que la
rectitud de vida y la verdad, propuestas en el Evangelio. Tan fuerte es este desacierto
que muchos creen estar obrando lo justo al oponerse a los valores cristianos,
considerados como una rémora, y al negar aquellos otros que surgen del mismo
orden natural, que la Iglesia no podría abandonar jamás.
Nuestra misión es evangelizar. Proclamar los principios del Evangelio y
también reafirmar los de la moral natural que la Iglesia, conformada por todos los
fieles cristianos, nunca puede callar ni mucho menos traicionar, porque es la «Esposa
fiel de Cristo» de quien no puede apartarse...
Desde el comienzo guardábamos clara conciencia de que nuestras palabras
y acciones serían recibidas de corazón por los fieles cristianos y por la mayoría del
pueblo, cosa que agradecemos vivamente, pero también sabíamos que, de uno u
otro modo, serían rechazadas con respuestas de diversos tonos y actitudes por
quienes se sintieran objetados en su modo de pensar o en sus propios intereses. Este
rechazo muchas veces se viste de ruindad. El Señor, en su providencia, ha permitido
que lo experimentaran algunos de nuestros hermanos...
Antes o después, irremediablemente la verdad triunfa sobre la mentira y el
amor se impone a todos los odios. Es que la muerte y la resurrección de Cristo que
subió a la derecha del Padre para interceder por nosotros, no fueron en vano. El
grano de trigo caído en el surco del mundo para morir en él, dio mucho fruto y lo
dará siempre. Si no hubiese muerto hubiera quedado solo, nos enseña el Maestro.
La alegría de la resurrección que aún estamos celebrando en el ciclo litúrgico,
nos mueve a pedir las luces del Espíritu y a renovar nuestro ruego de fortaleza y
arrojo para ser siempre auténticos testigos y mensajeros del Evangelio de la vida,
sabiendo que Jesucristo es la piedra angular y que en ningún otro se halla la
salvación que estamos llamados a ofrecer al mundo (Hech.4, 11-12). Él acompaña
nuestro empeño evangelizador y misionero también en este momento de la historia
que siempre es tiempo de esperanza...»
1
“Tú eres mi hijo yo te he engendrado hoy”
(Salmo 2, 7)
El 27 de diciembre pasado, nuestra amada Fundación se vio engalanada con
un nuevo sacerdote: el querido Padre Diego Antonio Crisafulli CR. Aquel viernes por
la tarde nuestro Padre y Pastor, Monseñor Eduardo V. Mirás, se hizo presente junto a
su Auxiliar, Monseñor Luis
Collazuol, para presidir la
solemne Misa en la cual,
mediante la imposición de
manos y la oración
consecratoria, le confirió el
Sacramento del Orden
Sagrado.
Entre los concelebrantes, además de nuestro amado Padre Fundador y los Padres de la
Comunidad, se encon-traban algunos
sacerdotes de la Arquidiócesis, junto a otros provenientes de Junín (Bs. As.), lugar de
nacimiento de nuestro neopresbítero.
El Padre Pedro Benítez tuvo la caridad de dirigir la liturgia, la cual se desarrolló
en un clima de profundo recogimiento. Tres diáconos diocesanos asistieron la Mesa
de la Palabra y de la Eucaristía, junto a los hermanos de nuestra Comunidad y varios
seminaristas de Rosario.
El magnífico coro de la Parroquia Ntra. Sra. de Lourdes entonó la Misa “De
Angelis”, que la asamblea toda siguió haciendo de nuestro “Cenáculo” una esplendente
alabanza angélica, digna del Rey celestial.
Toda la gran Familia de “Cristo Rey” vivió
momentos espiritualmente muy intensos y significativos,
que podemos ver plasmados de alguna manera en los
rostros...
En primer lugar, el rostro de nuestro querido
hermano , ahora Padre, Diego, estaba exultante, aunque
muy recogido y atento a cada uno de los ritos de
Ordenación; compenetrado con el tremendo misterio que
comenzó a vivir desde que el Espíritu Santo lo configuró
con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Los rostros de los Papás Crisafulli, sentados en
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primera fila. ¡Qué felicidad tan intensa y bañada en lágrimas la de una mamá y un papá
que llenos de fe y amor a Jesús y a su santa Iglesia entregan generosamente a su hijo,
para que sea sacerdote de Cristo Rey!
El tercer rostro que quiero destacar, podrán adivinarlo de antemano los lectores.
Es el rostro de un sacerdote que es padre, madre, fundador, formador y víctima... ¡todo
a la vez y en un grado muy intenso, que sólo sus hijos pueden en alguna manera
comprender! ¡El rostro de nuestro Padre!... Feliz, pero marcado por el agotamiento del
‘parto espiritual’.
Antes de la bendición final nuestro Padre dirigió la palabra agradeciendo con
intensa piedad filial, tan característica en él, a Monseñor Mirás; recordando la bondad
de su paternidad, que hace seis meses, cuando ordenara de diácono al hermano Diego,
accedió a la petición del sacerdocio inmediatamente. También agradeció la presencia
de Monseñor Collazuol y la de los demás Presbíteros, en particular al Padre Gustavo
Rodriguez por la acogida que nos da
en el Seminario (del cual es rector).
Luego de felicitar al coro, leyó el
telegrama con la bendición apostólica
del Santo Padre Juan Pablo II que
publicamos a continuación.
Al finalizar la santa Misa de
Ordenación, los numerosos
asistentes, en su mayoría
provenientes de Junín, junto con los
legionarios y legionarias de la Obra,
Nuestro Padre, el P. Diego, Mons. Mirás,
y los padres del neosacerdote
sirvieron un refresco para celebrar el
sacerdocio y estrechar los lazos de
comunión. Allí el Padre Fundador obsequió a Monseñor Mirás un hermoso cuadro de
la Santísima Virgen en agradecimiento por su visita tan fecunda y feliz para todos
nosotros.
* * *
El Padre Diego celebró su Primera Misa Solemne el domingo siguiente, también
en el “Cenáculo”. Era la Fiesta de la Sagrada Familia. Se hicieron presentes legionarios,
ejercitantes y amigos de Bahía Blanca, Buenos Aires, Córdoba, Junín, Necochea,
Rosario y San Luis. Estaba la gran Familia de “Cristo Rey” reunida y unida por la
misma alegría, con un mismo amor.
El Padre nos regaló una encendida y provechosa homilía en la que exaltó la
figura de la Familia de Nazareth como modelo para todas las familias de nuestra Obra,
exhórtando a defender la institución familiar contra todos los ataques que hoy recibe
de parte de los gobiernos de turno.
Refiriéndose al sacerdocio nos dijo:
“...¿Qué es el sacerdocio católico? ¿Qué es sino la mayor participación en esta
vida de la filiación divina de JESÚS, el Hijo de Dios?
¡Así es! El sacerdote, sin ningún mérito propio, porque Dios lo ha elegido, es
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hecho partícipe de esta filiación de JESÚS, su divino Hijo, para que al mismo tiempo
que vive la filiación divina siendo y sintiéndose hijo de Dios amadísimo (como en la
Santísima Trinidad, el Hijo lleva impresa la Imagen del Padre ‘a fuego’, fuego de Amor
del Espíritu Santo), al mismo tiempo -digo- es también llamado a participar de modo
único en la paternidad de Dios, nuestro Señor.
Así pues, el sacerdote, en la medida en que viva su filiación divina, hecho uno
con JESÚS, Sacerdote y Víctima, se hace cada día más padre. Por eso a partir de ahora
lo llamamos ‘Padre’ Diego.
Lo más grande del sacerdocio, antes que todos los poderes que ha recibido del
Señor, es el ser ‘hijo’, y por consiguiente, ‘padre’. ¡Hijo de Dios y padre de las almas!
Si al sacerdote se le quita su paternidad o se prescinde de ella, ¿qué queda? ¡No
queda nada! Queda un hombre, pero nada más (...)
El Santo Padre nos ha hablado del sentido nupcial del sacerdocio. Hay otro
‘matrimonio’ que no pasa por lo biológico, sino por lo espiritual. Es el modelo
matrimonial de la
Sagrada Familia, que
representa los dos
estados de vida: el
consagrado y el
matrimonial (...)
J E S Ú S
consuma
su
Sacerdocio el Viernes
santo en la Cruz. Él
pasó del Padre al seno
de su Madre, y por
último del seno de su Madre a los brazos de la Cruz. El Viernes santo JESÚS tuvo la
feliz ‘ocurrencia’ de dejar a Juan, el Apóstol, a la Virgen, su Madre como herencia. Juan
nos representa a todos. ‘Aquí tienes a tu Madre’ - ‘Aquí tienes a tu hijo’- Yo estoy en
Juan, haz con Juan lo que has hecho conmigo... Estas son las palabras que deben
consolar hoy al Padre Diego. No sólo tienes una gran familia que es toda la Fundación,
sino también y ante todo tienes a la santísima Virgen, la Madre de Dios.
Cuando el sacerdote ‘marianiza’, es decir, impregna de ternura y devoción
mariana, de amor a María todo su sacerdocio, se convierte en un sacerdote feliz y
fecundo. Por eso lo mejor que puedes pensar -querido hijo y padre Diego- es que
JESÚS en estos momentos te está diciendo y te lo estará gritando silenciosamente
cuando lo tengas ahora en tus manos en la Consagración: ‘Aquí tienes a tu Madre’(...)
Sabes, querido Padre Diego, que el Señor está orgulloso de ti. Nos has dado
muy buen ejemplo desde que ingresaste; en todo momento has sido un ejemplo para
tu Comunidad. Estoy muy orgulloso de ti, como estoy muy orgulloso de cada uno de
los sacerdotes que el Señor en su misericordia ha dado a este pobre ‘viejo’ que
todavía puede hablar...”
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Luego de la santa Misa, compartimos el tradicional almuerzo.
El novel sacerdote nos descubrió su corazón, al darnos un profundo y sentido
‘gracias’ a todos y cada uno. Sus palabras nos llenaron de consuelo a todos los hijos
e hijas de la Fundación:
“Lo que en este momento se me ocurre es dar infinitas gracias a Dios. Decir:
‘¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo! Para Él sea toda la gloria, todo el honor
por ser tan Padre, por hacerme experimentar de un modo hermosísimo la filiación
divina haciéndome sentir tan hijo , tan hijo suyo.
Que toda esta fiesta que estamos celebrando sea un acto de alabanza, de
adoración y de acción de gracias a Cristo Rey. Que sea todo para su Gloria, y que
salgamos hoy de esta reunión familiar que estamos compartiendo más inflamados en
el amor a Jesús. ¡A Él se lo debemos todo!...
¡Que nuestro corazón quede más inflamado en el amor de Jesús! ¡Con eso está
dicho todo...!
Celebramos el Sacerdocio de Jesús, la Paternidad de Dios, celebramos la filiación
divina de Jesús, celebramos la maternidad de la Iglesia, ya que en la Iglesia lo hemos
recibido todo. ¡Es nuestra Madre! En Ella lo hemos aprendido todo: a amar a Dios y a
nuestros hermanos.
Todo lo que quiero decir se resume precisamente en ese gran misterio que es la
Paternidad de Dios. La Paternidad es algo muy querido para nosotros en la Fundación
y la vivimos de un modo muy fuerte; tal como dijo hoy el Padre Fundador en la homilía,
tan hermosamente, tan encendida como siempre. Así es nuestro Padre...
Es un honor y un orgullo impresionante estar al lado del Padre. En estos nueve
años (desde que ingresé al Instituto) el Padre siempre ha sido así, no ha cambiado
nunca; y es un reflejo de la paternidad de Dios tan grande que su sola presencia nos
‘mueve’ a todos (tanto lo miembros de la Comunidad como los demás hijos de la
Fundación lo pueden confirmar). Al estar al lado del Padre, como me toca estar ahora,
o en la Santa Misa, no puede uno no verse exigido a más. Cuando uno está al lado de
él es como que Jesús nos está reclamando más; más santidad de vida, más entrega. Y
de esto le doy infinitas gracias a Dios por haberme llamado aquí, a la Fundación, a
‘construir’ todo (porque todo está reciente) con la frescura de una nueva Fundación.
Y la gracia de estar todo este tiempo al lado del Padre es un regalo de Dios que hay que
valorarlo con toda el alma (...)
Necesitaré una eternidad para agradecer el don del Sacerdocio en la Fundación,
el ser ‘Sacerdote de Cristo Rey’.
‘Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy...’
En el momento de la Ordenación viví estas palabras de un modo muy fuerte. El
participar de esa generación de Jesús, que eternamente es engendrado por el Padre en
ese hoy eterno; sentirme más hijo que nunca... y le pido a Dios que siempre sea así,
que ante todo sea hijo.
Ustedes nos llamarán ‘padre’, pero nosotros, los sacerdotes, de nuestra parte
debemos ser hijos.
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Esa vivencia fuerte de sentirme hijo de Dios e hijo de la Fundación tiene mucho
que ver con la vida de familia tan característica de nuestra
Comunidad; fue lo que a mí me cautivó cuando la vine a conocer.
‘La vida de familia es esencial a la vida de la Iglesia’...”
No podemos reproducir todo el texto en el cual el
P. Diego agradeció entrañablemente a la Comunidad, con
el Padre a la cabeza, a Mons. Mirás, a sus padres (que
regalaron, entre otras cosas, el cáliz para el neosacerdote,
debajo del cual han hecho poner sus alianzas
matrimoniales) a su familia toda, a los sacerdotes y
seminaristas presentes, a los que influyeron de algún
modo en su vocación, a toda la gran familia de Cristo
Rey y a todos los presentes...
En fin, celebramos a Cristo Sacerdote, Profeta y
Rey en la persona del Padre Diego... Todos quedamos
con un profundo gusto espiritual ante las maravillas de la Soberanía de Cristo en su
elegido.
¡Un sacerdote más para nuestra amada Fundación es muchísimo! El Misterio
del eterno engendramiento trinitario se realizó en el tiempo... Una vez más un padre
engendra un hijo, el torrente de amor comienza a desbordar como una fuente, y todos
nos gozamos (y nos aprovechamos santamente) de tanto bien recibido. “Tú eres mi
hijo, yo te he engendrado hoy”...
Querido hermano y Padre Diego, todos esperamos que nos sigas edificando
con tu testimonio fervoroso de total entrega al divino Rey. Rogamos por ti y por tu
ministerio para que la santísima Virgen, Madre y Reina de los Sacerdotes, te haga
sentir siempre la ternura de su Corazón Inmaculado y te conceda la gracia de la
perseverancia final en fidelidad a nuestro “Ideal, Pasión, Estilo y Don fundacional”, la
Realeza de Nuestro Señor Jesucristo...
P. GUSTAVO MARTÍN MÁNTARAS CR
NUNCIATURA APOSTÓLICA. BUENOS AIRES
SU SANTIDAD JUAN PABLO II
CON MOTIVO DE LA ORDENACION SACERDOTAL DEL
HNO. DIEGO ANTONIO CRISAFULLI DEL INSTITUTO CRISTO REY,
LE ENVIA SUS CORDIALES FELICITACIONES Y MIENTRAS LO
EXHORTA A IMITAR A CRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE,
CONVIRTIENDOSE EN SU TESTIGO VALIENTE Y MINISTRO INCANSABLE DE SU
EVANGELIO, LO ENCOMIENDA A LA MATERNAL INTERCESIÓN DE LA VIRGEN
SANTISIMA PARA QUE LO AYUDE EN EL CUMPLIMIENTO DE SU SUBLIME
MISION, EN SIGNO DE PARTICULAR BENEVOLENCIA, EL SANTO PADRE LE
IMPARTE COMPLACIDO LA IMPLORADA BENDICION APOSTOLICA EXTENSIVA
A LOS PARTICIPANTES DEL RITO DE ORDENACION Y PRIMERA MISA.
+ Mons. Santos Abril y Castelló
Nuncio Apostólico
Buenos Aires, 27.XII.2002
6
El Domingo 4 de mayo, en la conocida «Feria del Libro», fue presentado en la
sala de conferencias «Alfonsina Storni» el libro « Cristo Rey, su Ciudad y el Camino»
de nuestro querido Padre Jorge Piñol CR. El mismo fue editado por LUMEN.
La presentación de la
obra estuvo a cargo del R.P.
Ricardo Corletto oar, quien
ponderó las bondades del
libro para la iluminación
intelectual y, a la vez, para el
aprovechamiento espiritual.
Concurrieron a este
acto muchos hijos e hijas de
la Obra, y acompañaron al
padre Jorge los Padres
Guillermo y Javier y el Hno.
Luis
Fernando,
en
De izquierda a derecha: P. Luis Glinka ofm, P. Ricardo
Corletto oar, P. Jorge y la representante de editorial Lumen. representación de la
Comunidad del Instituto y del Padre Fundador, quien por razones de salud no pudo
hacerse presente físicamente, aunque todos sintieron su acompañamiento espiritual.
El P. Jorge nos explicó así la motivación de su libro: « El libro surge en la atmósfera
cristiana, en el clima de la fe, en el convencimiento, ratificado por la historia, de que
en el camino hacia Dios, único sentido cabal de la vida del hombre, el mismo Dios
omnipotente nos ha dado luminarias que marcan el sendero derecho, y que al mismo
tiempo no nos dejan solos. Ellos son nuestra familia, nuestro hogar peregrino... que
provoca el anhelo más intenso del eterno Hogar de la Trinidad. Dios, que es nuestro
Padre, nos ha regalado una constelación de padres y madres que nos van
engendrando y educando en el camino de la Verdad y del Amor eterno de Dios. Este
hogar, que rebosa paternidad, es la santa Iglesia, la Madre Iglesia. Y sus testigos
auténticos y sus luminarias seguras son los santos. Y entre los santos se destacan
por su grandeza, por su carácter fundacional, por su permanente novedad, los
Santos Padres, los venerados Padres de la Iglesia.
Entre los Padres se distingue como una antorcha que arde y luce para todos los
siglos la figura inmensa de Agustín.
El acercamiento a san Agustín, cuyo caudal de sabiduría parece inagotable,
me ha entusiasmado, como a tantos y tantos, y me he visto motivado a elegirlo como
principal foco de luz para adentrarme en un aspecto central y cautivante del misterio
del Hijo de Dios encarnado, el único Redentor del hombre. Podría decir, más
exactamente, y con un léxico familiar al Santo Padre Juan Pablo II, que el ansia de
contemplar el Rostro de Cristo, con y desde María Santísima, nuestra Madre y
Maestra inefable, pero también y particularmente en la luminosa escuela de san
Agustín, en el marco amplio de nuestro gran Hogar, la Iglesia Católica, está en el
origen, en el centro y en la finalidad del libro».
7
Nuestra Obra en Junín
En el inolvidable año 1993, año de “nuestra epifanía”, como lo ha llamado
nuestro Padre, por la aprobación del Instituto como “Asociación pública eclesiástica”
(hecho que nunca terminaremos de agradecer a Dios Uno y Trino), en ese mismo año
nace nuestra Obra de Cristo Rey en Junín (Pcia. de Bs. As.).
Entre los instrumentos providenciales de los que Dios se ha servido para que
el Instituto llegue a Junín debemos mencionar a las Hermanitas de los Ancianos
Desamparados, hijas de Santa Teresa de Jesús Jornet y del P. Saturnino López Novoa,
quienes tienen en esa ciudad un Hogar de ancianos. Le agradecemos de corazón a las
Hermanitas el incondicional apoyo que desde los comienzos hasta el día de hoy nos
han brindado, como también el ejemplo de su vida consagrada.
Estas religiosas, que conocían el Instituto, invitaron a algunos jóvenes para
que fueran de visita a nuestra Casa Madre de Roldán (sin descontar sus intenciones
vocacionales...).
En un segundo momento se organizaron Ejercicios Espirituales para hombres,
que fueron la poderosa semilla que el Espíritu Santo hizo germinar en frutos de
conversión, compromiso cristiano y entrega radical al Rey supremo en el sacerdocio y
en la vida religiosa (como siempre lo suele hacer...). Por gracia de Dios pude vivir todo
ese período y participar del primer retiro, que fue decisivo para mi vocación: allí conocí
la belleza del Rey de amor y su voluntad clarísima de entregarme enteramente a El en
una Familia religiosa que llenaba las aspiraciones de consagración sacerdotal que El
mismo había puesto desde pequeño en mi corazón...
Al final de ese año de gracia fundacional ingresé en el Instituto, y hoy, a diez
años de esa fecha, puedo contemplar agradecido la Obra que El ha realizado y continúa
realizando en Junín, ciudad que está colocada bajo el patrocinio de nuestro gran San
Convivencia de Matrimonios realizada en mayo de 2002.
8
Retiro de perseverancia realizado en abril de este año.
Ignacio de Loyola.
Ya en 1994 comenzaron algunas personas a realizar sus Ejercicios en Roldán y
en Zavalla, y se empezó a organizar la Legión de Cristo Rey con el apostolado de los
retiros, las reuniones y las convivencias. Esos comienzos de la Obra estuvieron
caracterizados por un especial entusiasmo fundacional y por el sacrificio de almas que
aman de verdad a nuestra Familia de Cristo Rey, todo lo cual Dios continúa
bendiciéndolo con frutos que sólo El puede calcular. Ciertamente que no faltaron
dificultades y errores, provenientes tanto de dentro como de fuera de la Obra, pero
Dios, que no se deja ganar en misericordia, manifestó una vez más su divina Realeza y
su amor por nosotros sacándola adelante, y suscitando sacerdotes y laicos
colaboradores y nuevos ejercitantes.
Un capítulo aparte corresponde a Mons. Emilio Ogñénovich, entonces
Arzobispo de Mercedes-Luján, que nos acogió en la Arquidiócesis y nos brindó un
apoyo cordial. El conocía a nuestro Padre Fundador desde los comienzos de la
Fundación, y siempre manifestó por él y por el Instituto un especial afecto.
Un sacerdote que nos acompaña y favorece la Obra desde el inicio de nuestra
labor en Junín es el P. Carlos Dayraut, primero siendo párroco de la Pquia. Sagrado
Corazón de Jesús, y ahora estando en Alem, una ciudad cercana a Junín. A él le
estamos muy agradecidos.
El P. Alejandro Gwerder, actual párroco de la mencionada Parroquia, desde su
llegada a la misma nos brinda su apoyo y dedicación sacerdotal, valorando mucho los
retiros y los Ejercicios de San Ignacio.
Desde el año 1994 se organizan tandas de Ejercicios y retiros de perseverancia,
estos últimos con gran concurrencia de fieles de toda la ciudad. La Obra allí consta de
tres grupos: Legionarias, Legionarios y la Legión juvenil. Son todavía pocos, pero
muy unidos en nuestros Ideales y con un gran entusiasmo por la misión que Dios nos
9
ha encomendado en el seno de la Madre Iglesia. A este propósito, es para mí motivo
de alegría y gratitud al Señor destacar la entrega ejemplar de mi madre, Sra. Nélida de
Crisafulli (la “mamá Nelly”, así la llamamos en nuestra Comunidad), que “es un puntal
en la Obra”, como me decía el Padre al indicarme que la nombre en este artículo.
Recientemente, el pasado 7 de
abril, fui recibido en audiencia por
Mons. Rubén Di Monte , actual
Arzobispo. Nuestro Padre, al
encomendarme la responsabilidad de
la Obra en Junín y zona, me dijo que
una de las primeras cosas que debía
hacer era informar al Sr. Arzobispo
acerca de todo lo referente a la vida de
nuestra Familia de Cristo Rey en su
Arquidiócesis. En esa ocasión Mons.
Di Monte se mostró en todo momento
como verdadero Padre, interesándose
por el carisma y por el servicio eclesial
que el Instituto y la Obra ofrecen,
valorando especialmente los retiros y
la atención espiritual de los fieles.
Sabiendo que todos los que
formamos una misma Familia de Cristo Rey estamos en permanente comunión, viviendo
lo de los otros como propio, los exhorto a rezar para que Dios mueva los corazones de
muchas personas que quieran entregarse para trabajar bajo la Bandera de la Realeza de
Jesús en Junín, y para que los ejercitantes y todos los que se benefician de nuestros
apostolados salgan “convertidos” y fervorosos de los mismos y se entreguen a la
conquista del mundo para Jesucristo a través de los movimientos, grupos parroquiales
y demás servicios eclesiales. En la medida en que los sacerdotes, sobre todo, vean la
acción del Espírtu Santo en sus fieles, y la revolución espiritual que El produce con los
retiros, comprenderán más y apoyarán la misión que Dios nos ha confiado. La santidad
de nuestra vida será la mejor manera de dar a conocer nuestra Obra. Escribía a este
propósito el Padre:
«Nuestro anhelo es formar una legión de santos, de sólida doctrina,
estrechamente unidos, enamorados de Cristo Rey, con ardiente celo
apostólico, forjados en la fragua de los Ejercicios. Entendemos que es el
mejor servicio que podemos prestar a la Santa Iglesia y a la Patria, para la
Mayor Gloria de Dios» (Prólogo al libro de los “Ejercicios Espirituales” de
San Ignacio de Loyola, Ediciones Cristo Rey).
P. DIEGO CRISAFULLI C.R.
10
ISABEL , «LA CATÓLICA»
(AICA, febrero de 2003) El Cardenal Darío
Castrillón Hoyos, Prefecto de la Congregación para el
Clero, intervino en el ciclo de conferencias que la Embajada
de España ante la Santa Sede organizó como preparación
del V Centenario de la muerte de Isabel de Castilla,
cuya causa de beatificación se está llevando a cabo en la
diócesis de Valladolid. Ofrecemos un extracto de la misma:
eina humanista; soberana católica; primera
misionera española del Nuevo Mundo... Nos
interesa la mujer que dio vida al mayor y más
importante proyecto de evangelización que conoció
la Historia humana, después de la predicación
apostólica. Queremos asomarnos al interior de esta mujer, orgullo de España, verdadera
paladín de su época y entusiasta promotora del Evangelio”.
Para ello “hace falta conocer su fondo humanístico, su filosofía política y su
talante misionero”. Esto requiere una catarsis histórica, es decir, “hay que despojarse
de muchos falsos prejuicios para ir, de verdad, al fondo de esta mujer, que no en vano
es conocida con el apelativo de la católica”.
El primer elemento de purificación histórica de esta figura es superar la imagen de
“mujer dada más a la guerra que al cultivo de las letras, de modales varoniles e inculta;
la realidad fue muy distinta... Quizá se trate de la mujer más culta de su tiempo, amante
y fomentadora de las Letras y de las Artes. Fue una reina humanista que, con su
humanismo cristiano, marcó profundamente el pensamiento español que llegó a las
Españas de allende el Atlántico. Fue la primera que en España estableció, en un
documento tan solemne como su Testamento, la raíz de la que surgirá el árbol de los
derechos humanos. Fue ella también quien tomó un día, en el santuario extremeño de
Guadalupe, la decisión que dará lugar a la ley general que erradicaba la servidumbre en
cualquiera de sus formas. Así establecía una equivalencia jurídica entre el ser súbdito
del reino y ser libre.
Pero, seguramente -añadió-, su mayor influjo hacia la posteridad se encuentra
en su filosofía política y en la reforma del clero. La reina Isabel marcó con claridad la
línea de gobierno que los monarcas hispanos siguieron en América durante muchos
años, una línea precisamente inspirada en el humanismo cristiano.”
El segundo elemento de purificación que exige este personaje es la comprensión
del título pontificio de Reina Católica: “Isabel, desde que comenzó su reinado, quiso
1 1
crear un Estado cristiano, porque entendía que eso no significaba imponer la
confesionalidad de sus súbditos, sino que las instituciones de la Corona debían
acomodarse a los principios morales de la religión cristiana. Su reinado sentó las bases
de un Estado moderno, con un cambio de orientación respecto al predominio de la
nobleza en relación con la distribución de las rentas nacionales, y con una intención
efectiva de integración de los estamentos populares.”
Su retrato “sería incompleto sin considerar la empresa a la que la reina de
Castilla dedicó sus mejores esfuerzos: la evangelización del Nuevo Mundo”, tercer
punto de purificación histórica que exige su figura.
La Reina puso sumo cuidado “en la selección de los miembros que tomarían
parte en las expediciones misioneras”; y yendo mucho más allá de lo que había pedido
el Papa, la Corona “financió el desplazamiento de los misioneros. Con el tiempo, este
sistema inaugurado por los Reyes Católicos llevará al Nuevo Mundo 1.068 expediciones,
desde 1493 hasta 1822, y en ellas irá un total de 16.000 misioneros. Isabel la Católica,
desde el descubrimiento de las Islas Canarias y, más aún, desde el encuentro con el
Nuevo Mundo, entendió que el dominio de estas tierras tendría que ser sobre todo un
proyecto evangelizador, que se convirtió para ella en una prioridad de gobierno que la
acompañó hasta la muerte.
Los misioneros dulcificaron la gigantesca empresa de la conquista, hicieron de
conciencia moral, evitaron muchas injusticias, frenaron atropellos, sembraron
humanidad, convivencia y amor; hubo algunos que sucumbieron a las tentaciones,
pero la inmensa mayoría dejó su vida anónimamente en el servicio generoso a sus
hermanos. Y toda esa epopeya evangelizadora, que discurrió paralela a la conquista,
tiene su causa en el celo de esta mujer”.
Breve reseña biográfica:
Nació en Castilla el 22 de abril de 1451.
En 1469 se casa con Fernando.
Vencidas las oposiciones es proclamada «Reina de Castilla» en 1474.
En 1478 por su voluntad se crea el tribunal de la «Santa Inquisición».
En 1479, con la proclamación de su esposo Fernando como «Rey de Aragón»,
logran la unificación de España.
Después de ocho siglos de ocupación musulmana, en 1492 las tropas de los
Reyes Católicos toman Granada, expulsando a los moros hacia África.
Ese mismo año Cristóbal Colón llega a América gracias al apoyo moral y
económico de la Reina. Comienza la evangelización y conquista del «Nuevo Mundo».
Tuvieron cinco hijos: la infanta Isabel, Juan, Juana (‘la loca’), María y
Catalina.
Unificado el Imperio español, floreciente la religión católica, la ‘santa Reina’
(así la llamaban sus súbditos), entregó su alma a Dios el 26 de noviembre de 1504,
dejándonos antes de morir un ‘Testamento’ en el que refleja sus nobilísimos
sentimientos (en la página siguiente ofrecemos un extracto del mismo).
12
Extracto del ‘Testamento’ de la Reina Isabel:
«EnelnombredeDiostodopoderoso,Padre,HijoyEspíritu
Santo,trespersonasyunaesenciadivina,Creadoruniversaldel
CieloydelaTierraydetodaslascosasvisibleseinvisibles,ydela
gloriosaVirgenMaría,suMadre,ReinadeloscielosySeñorade
los Ángeles, nuestra Señora y Abogada..
Porende,sepancuantosestacartaytestamentovierencómo
yo,DoñaIsabel,porlagraciadeDiosReinadeCastilla.. estando
enfermademicuerpodelaenfermedadqueDiosmequisomandary
sanaylibredemientendimiento,creoyconfiesofirmementetodolo
quelasantaIglesiaCatólicadeRomatiene,creeyconfiesaypredica.
Yquieroymandoquemicuerposeasepultadoenelmonasterio
desanFrancisco..enunasepulturabajaquenotengavultoalguno
salvounalosabajaenelsuelo,llana,consusletrasesculpidasenella;
pero quiero y mando que si el Rey (Don Fernando), mi Señor,
eligieresepulturaencualquieriglesiaomonasterio.micuerposea
allítrasladadoysepultado,juntoconelcuerpodeSuSeñoría,
porqueelayuntamientoquetuvimosviviendo,yquenuestrasalmas,
esperoporlamisericordiadeDios,tenganenelcielo,lotengany
representennuestroscuerposenelsuelo.Yquieroymando..queen
lasexequiasquesehicierenpormí..lashaganllanamente,sin
demasías..yloquesehabíadegastarenlutoparalasexequiasse
conviertaenvestuarioapobres..
YruegoymandodeladichaPrincesa(Juana),mihija,yal
dichoPríncipe,sumarido,quecomocatólicospríncipestengan
muchocuidadodelascosasdelahonradeDiosydesusantafe,
celandoyprocurandolaguardaydefensayensalzamientodeella,
puesporellassomosobligadosaponerlaspersonasyvidasyloque
tuviéremoscada(vez)quefuerenecesario,yqueseanmuy
obedientesalosmandamientosdelaSantaMadreIglesiay
protectoresydefensoresdeella.
Otrosí,ruegoyencargoalosdichospríncipes..seanmuy
benignosymuyhumanosasussúbditosynaturales(desusreinos),y
lostratenyhagantratarbien,yhaganmuchadiligenciaenla
administracióndelajusticia..haciéndolaadministraratodos
igualmente,asíaloschicoscomoalosgrandes,sinacepcióndepersonas.
Yporqueestoseafirmeynovengaenduda,otorguéestemi
testamentoanteGaspardeCrizio,notariopúblico,misecretario,ylo
firmédeminombreymandésellarconmisello.. Otorgadoenla
VilladeMedinadelCampo,alosdocedíasdelmesdeoctubre,año
delnacimientodenuestroSalvadorJesucristodemilquinientos
cuatro.
YolaReina.»
1 3
El Canto Nuevo
¡Cantemos hermanos
con fervor el “Canto nuevo”,
radiantes de gozo,
ante el trono del Cordero!
(Estribillo:)
¡Canta, canta, sigue cantando,
la Realeza del Señor,
hasta que el mundo doble la
rodilla por su Amor!
¡Adelante hermanos,
a luchar por su Reinado,
dando testimonio
de un Rey resucitado!
¡Cantemos hermanos,
caminando hacia la muerte!
¡Cristo es nuestra Vida,
no esperemos mejor suerte!
¡Cantemos unidos
las grandezas de María,
no será vencido
quien a Ella se confía!
¡Cantemos hermanos
a la Santa Madre Iglesia,
el infierno en vano
quebrará su fortaleza!
¡Con fe y con pasión
trabajaremos noche y día,
por la Fundación
que amamos todos a porfía!
En el libro del Éxodo
(Cap. 15), cuando los
israelitas vieron a orillas del
mar Rojo los cadáveres de
sus perseguidores (los
egipcios), entonaron un
canto de victoria a
Yahvéh, que como
fuerte guerrero los
arrojó al mar.
El
Apocalipsis
retoma la idea: los
vencedores, los que no
adoraron a la Bestia, ni se
han dejado poner su «marca», cantan un CANTO
NUEVO (14,3) a orillas de un «mar de cristal» (15,2).
El homenajeado es Dios Padre y su Hijo, el Cordero
(Jesús, muerto y resucitado), porque han derrotado
el poder enemigo. Y han establecido su Realeza, no
ya sobre un pueblo, sino sobre todas las naciones,
que se postrarán ante el trono divino en adoración.
Es totalmente merecido que también nosotros,
vasallos de Cristo Rey, entonemos este ‘canto nuevo’.
Nuestro Padre lo compuso en febrero de 1993,
poco tiempo antes de nuestra aprobación como
«Asociación Pública de Fieles». La música la tomó de
la hermosa 9ª sinfonía de Beethoven.
Mediante este canto expresaba así su alegría,
su amor a la Divina Realeza, una vez cruzado el «mar»
de dificultades que la Fundación debió superar.
En un recreo de entonces nos decía al respecto:
«El canto es expresión del amor. En la liturgia
expresamos nuestro amor a Dios mediante el canto,
la alabanza. Si en el amor humano los enamorados se
cantan, ¡cuánto más nosotros debemos cantar nuestro
amor a Cristo Rey y su Iglesia!
Ese amor se traslucirá en alegría, que será el mejor testimonio ante el mundo».
14
2003 - Año dedicado al Santo Rosario
EL ROSARIO
El altar de la Virgen se ilumina
y ante él de hinojos la devota gente
su plegaria deshoja lentamente
en la inefable calma vespertina.
Rítmica, mansa la oración camina
con la dulce cadencia persistente
con que deshace el surtidor la fuente,
con que la brisa la hojarasca inclina.
Tú que esta amable devoción supones
monótona y cansada y no la rezas
porque siempre repite iguales sones,
Tú no entiendes de amores y tristezas:
¿qué pobre se cansó de pedir dones?
¿qué enamorado de decir ternezas?
ENRIQUE MENENDEZ Y PELAYO
(Español, 1861-1921).
“El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con
un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se
trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave
Maria, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos
superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una
práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración
sobre el rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de
dirigirse hacia la persona amada con manifestaciones que, incluso
parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento
que las inspira”. (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, nº 26)
1 5
Nuestro Padre ha realizado las siguientes actividades apostólicas (además de
las que usualmente realiza en la sede del Instituto «Cristo Rey», en Roldán):
* A finales de mayo viajó a Buenos Aires. Allí se reunió con los hijos e hijas de
la Obra el sábado 31 de mayo en la casa «San Ignacio». Al día siguiente predicó el
tradicional Retiro de Perseverancia que se realiza cada primer Domingo de mes en el
Colegio «Nuestra Señora de la Misericordia».
* El sábado 14 de junio, en la sede de «Legión de Cristo Rey» en Rosario, y en
el marco de la ya usual reunión de profesionales católicos, el Padre habló a un numeroso
grupo de personas sobre « El Misterio del Dolor».
* El jueves 26 de junio dictó una
conferencia en la «Casa de la Cultura»
(foto) de la municipalidad de la ciudad de
Villa Constitución (Pcia. de Santa Fe). La
conferencia cerraba una serie de actos en
homenaje al Santo Padre, Juan Pablo II.
Organizaron el evento la Municipalidad
junto con la Prefectura y la Policía de la
Provincia de Santa Fe. El gran patrocinador
de la misma fue Mons. Samuel Martino,
párroco de «San Pablo» (templo principal
de la ciudad).
* El próximo jueves 16 de octubre, en el salón de la Federación de los Círculos
Católicos de Obreros, Junín 1063 (Capital Federal), a partir de las 19,30 hs., nuestro
Padre brindará a todo público una conferencia titulada «Soberanía de Cristo y libertad
del hombre». Los esperamos.
Este año tenemos la dicha de festejar el75aniversariodela
vida de nuestro Fundador. Aunque la fecha del cumpleaños
esel30deseptiembre,preferimosaunarlafiestade«CristoRey»
con la del aniversario. Por eso elDomingo23denoviembre
invitamos a todos los miembros de la Obra, ejercitantes,
familiaresyamigosaestadoblecelebración.Lacitaesalas
11:30hs.ennuestracasadeRoldán,paracompartirlasolemne
LiturgiaEucarística,yluegoelalmuerzoylasobremesa.
16
NoticiasFundacionales
Fundacionales
Noticias
* El pasado 1º de julio el querido Hermano Luis Ospital cumplió sus 80 años
de vida. Para celebrarlo se reunió un nutrido grupo de miembros de la Legión,
ejercitantes, amigos y familiares del Hermano en nuestro «Castillo de Javier» (de Bahía
Blanca). Allí tuvieron la Santa Misa que presidió Mons. Jorge Mayer, Arzobispo
emérito de Bahía Blanca. Concelebró el P.
Guillermo R. Mariani CR, y el mismo Hno.
Luis hizo de acólito (como se puede apreciar
en la foto). Luego compartieron todos la
sobremesa, para la cual llegó también Mons.
Rómulo García, también Arzobispo emérito
de dicha arquidiócesis.
En un hermoso clima de familia se
repartieron regalos y se recordaron muchas
anécdotas vividas en estas fecundas ocho
décadas de nuestro Hno. Luis.
* Nuestro querido P. Gustavo Mántaras CR fue nombrado Capellán Auxiliar
del Liceo Aeronáutico Militar de la ciudad de Funes, en donde, desde hace ya varios
años, realiza una hermosa actividad catequética y pastoral. En nuestro número 56
publicamos un artículo del padre Gustavo, donde nos explica la tarea que realiza con
los jóvenes liceístas.
Auguramos al querido Padre un fructífero trabajo pastoral en esa querida
institución de nuestra patria. Acompañemos su apostolado con nuestra oración.
Visite nuestro sitio Web
Allí encontrarán:
Información sobre:
* nuestro carísma
* nuestra histórica fundacional
* nuestro Padre
* cómo contactarse con nosotros
* nuestro apostolado.
Y además:
Nuestras estampas
Artículos de nuestro Padre Fundador
Números anteriores de la
Revista Cristo Rey
Y más...
1 7
“Os daré un corazón nuevo” (Ezequiel 36, 26)
El corazón es todo el hombre: la síntesis de la
interioridad, el centro de la personalidad, el símbolo, por
excelencia, del amor (ya sea sensible,
racional o sobrenatural).
La cultura popular de todos los
tiempos, así como la mitología
antigua, han sabido expresar el
amor (“eros” o “cupido”) entre el
hombre y la mujer en la figura de un
hermoso jovencito con alas, un arco y un
carcaj, lanzando flechas, unas veces a los dioses, otras a
los humanos...
¡Cuántos enamoramientos han comenzado precisamente por
un inesperado y seductor “flechazo”... directo al corazón!
Dentro del corazón hay un mundo, ya sea de bondad, ya de perversidad...
o de vacío.
Dice la Sagrada Escritura que “donde está tu tesoro, allí estará también tu
corazón” (Mateo 6,21).
Y podríamos añadir: “...Y donde está tu corazón, allí estarán también tus
pensamientos, deseos y recuerdos”.
La psicología profunda trata de escudriñar y asediar el corazón... ¡tarea
ardua, compleja y riesgosa, por cierto!
Se comprende el enojo del profeta Jeremías, al exclamar:
“¡El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo, ¿quién lo conoce?” ( 17,9).
18
El único Médico que lo conoce y lo puede “arreglar” es Jesucristo, el
Hijo de Dios bendito, el cual para eso precisamente vino a este mundo y
asumió de la Santísima Virgen un Corazón perfectísimo, “en el cual -dirá San
Pablo- habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Colocenses 2,9).
¡Misterio insondable de amor, de humildad y de grandeza!
De ese Corazón brotó, como de fuente, nuestra salvación.
Por eso, la devoción y culto al Sagrado Corazón de Jesús, no es algo
accidental o preferencial en el Pueblo cristiano, a gusto o disgusto de cada
cual, sino sustancial y universal, más allá de personas, culturas y épocas.
El Corazón de Cristo abarca todo el Nuevo Testamento, incluso todo el
Antiguo, más aún: toda la Historia de la Salvación, desde el primer instante de
la Creación, ya que hemos sido creados y re-creados en El.
El apóstol San Juan, testigo privilegiado, quiso dar una gran importancia y
dejar consignado por escrito un acontecimiento henchido de sentido teológico
y místico, ocurrido apenas expiró Jesús en la Cruz:
“Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y, al instante,
brotó sangre y agua” (19,37).
Sin duda, el “discípulo amado” quedaría fuerte e indeleblemente impactado
por el Misterio insondable del Corazón abierto del Crucificado, que le trajo a
la memoria aquellas lejanas y proféticas palabras de Zacarías ( 12,10): “¡mirarán
al que traspasaron!”
Cristo, el Esposo de la Iglesia, nos abre el Tesoro donde se encuentran
ocultas todas las maravillas de Dios, que han hecho las delicias de los santos y
de las almas contemplativas, que padecen el “mal de amores”... devoradas
por una sed insaciable, pues -como dice San Juan- “de su plenitud todos hemos
recibido gracia sobre gracia” (1,16).
He aquí la “sorpresa” que nuestro Rey, adorado y hermoso, nos tenía
reservada inmediatamente después de su muerte, dándonos hasta las últimas
gotas de sangre y agua de su Cuerpo, “triturado a causa de nuestros pecados”
(Letanías del Sagrado Corazón).
Invitación apremiante, ardiente, impaciente... la “ilusión” de su vida:
• en primer lugar, a mirar, contemplar, asombrarse, con los ojos de la fe.
• en segundo lugar, a entrar con toda humildad y confianza.
• en tercer lugar, a quedarse dentro de El, por el amor.
Aquí vienen, como anillo al dedo, aquellas conmovedoras palabras de Jesús
en el Apocalipsis ( 3, 20): “¡Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y me abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo!”
Sólo en el Corazón de Cristo se puede participar en la unión trinitaria.
Desde aquel Viernes Santo bendito sigue manando e inundando la Iglesia y
el mundo entero, aquella agua mezclada con sangre, cumpliéndose así lo que
había dicho el profeta Isaías: “Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la
salvación” (12, 3).
En cierta ocasión, estando Jesús en el templo de Jerusalén, “puesto en pie,
gritó: ‘¡Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beberá el que cree en Mí’” (Jn 7, 37-38 ).
El quiere que tengamos sed de El, así como El la tuvo de cada uno de
nosotros, exclamando desde la Cruz: “¡Tengo sed!” (Juan 19, 28).
1 9
Hay un hermoso detalle en el Evangelio, que a San Juan le quedó grabado:
Cuando Jesús resucitado se aparece a los apóstoles en el Cenáculo, se
dirige precisamente a Tomás, el obstinado incrédulo, y le dice: “¡trae tu mano
y métela en mi costado!” (20, 27)
¡No un dedo (como en las otras
llagas), sino una mano!
¡Es que la magnitud de la herida
tenía que estar acorde con la
enormidad de su amor!
Parece como si Jesús, con la
mano en el Corazón, como se suele
decir, nos repitiese, una y otra vez,
aquellas tres palabras que constituyen
un programa perfecto y entusiasmante para alcanzar la santidad, a la que nos
llama a todos:
• “Venid a Mí” (Mateo 11, 28)
• “Aprended de Mí” (Mateo 11, 29)
• “Permaneced en Mí” (Juan 15,4)
¡Con cuánta razón (aunque en otro sentido completamente distinto) los judíos
llamaban a Jesús de Nazareth un “Seductor” (Mateo 29, 63 ) y un “Loco” (Juan 7, 20)!
El apóstol San Pablo, convertido hasta el enamoramiento, ruega al Padre,
mediante su Espíritu, “que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para
que, enraizados y cimentados en el amor, podáis comprender, con todos los
santos, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad; y conocer el amor
de Cristo, que excede a toda ciencia y os llenéis de toda la plenitud de Dios”
(Efesios 3, 18ss).
He aquí, pues, las cuatro dimensiones del amor divino-humano del Corazón
de Jesús, los cuatro puntos cardinales, que configuran los dos brazos de la
Santa Cruz: el horizontal (anchura y longitud) y el vertical, en el cual se apoya
(altura y profundidad).
• la anchura, porque su amor abraza a todos los hombres, sin excepción:
“y yo, cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí”
(Juan 12, 32).
• la longitud, porque su amor es para siempre: “ habiendo amado a los
suyos, los amó hasta el extremo” (Juan 13, 1).
• la altura, poque su amor desciende del cielo, del mismo Seno del Dios
“Altísimo” (Lucas 6, 35).
• la profundidad, porque su amor es un Misterio tan inefable, que nos
desborda y nos resulta incomprensible: “¡Oh abismo de riqueza, de
sabiduría y de ciencia, el de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus
designios e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11, 33).
El doctor y poeta místico por excelencia, San Juan de la cruz, escribe en su
delicioso “Cántico espiritual”:
“Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas;
y allí nos entraremos
20
y el mosto de granadas gustaremos” (Estrofa 37).
“La piedra que aquí dice -continúa el santo- según dice San Pablo ( 1Corintios
10, 4), es Cristo.
Las subidas cavernas de esta piedra son los subidos y altos y profundos
misterios de sabiduría de Dios que hay en Cristo... hay mucho que ahondar en
Cristo: porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros...
El mosto, que dice aquí la Esposa, que gustarán, ella y el Esposo, de estas
granadas, es la fruición y el deleite del amor de Dios... que es bebida del
Espíritu Santo”.
San Pablo, quien (junto con San Juan) es entre los apóstoles el teólogo del
Corazón de Jesús, nos exhorta ardientemente a tener “los mismos sentimientos
que Cristo” (Filipenses 2, 5); ese mismo amor, que El sentía por los cristianos, a
quienes llevaba -son palabras suyas- “en las entrañas de Cristo” (Filipenses 1, 8 ).
¡Qué bien dicho está: en las entrañas de Cristo!
¡Pablo se siente “Madre”!
¡Es entusiasmante “des-entrañar” los sentimientos del Corazón de Jesús!
De esta manera iremos adquiriendo ese “conocimiento interno (es decir
experiencial) del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame
y le siga”, como enseña San Ignacio en sus Ejercicios (nº 104).
En primer lugar, Jesús tiene ya, desde su más tierna infancia, conciencia
de su propia identidad, de su misión y de su victoria.
El sabe que es el Mesías-Rey anunciado, desde antiguo, por los profetas.
Más aún, sabe que es el Hijo Unigénito de Dios, coeterno e igual al
Padre, en el Espíritu Santo.
¡Este fue su gran “secreto”!
Aquí radica su “originalidad”: su pre-existencia, su primacía, su soberanía
absoluta, como lo expresó el Apóstol en aquel vibrante himno de su carta a los colosenses:
¡“Todo fue creado por El y para El! El existe con anterioridad a todo y
todo subsiste en El”! (1, 16-17)
¡Sí! ¡Todo!
He aquí el único y sublime “totalitarismo”!
Jesús sabe también, por lógica consecuencia, que El es el único y necesario
Salvador del mundo, de todos y cada uno de los hombres, sin excepción.
En segundo lugar, Jesús tiene conciencia de su misión: El sabe muy bien
que es “el Enviado” del Padre:
“Quien os recibe a vosotros -dijo a sus apóstoles (es decir, a su Iglesia)- a
Mí me recibe; quién me recibe a Mí, recibe al que me envió (es decir, a su
Padre)” (Mateo 10, 40).
Jesús, desde el primer momento, está convencido de lo que tiene que hacer,
y lo hace con paso firme, decidido y plenamente libre, sin que nada ni nadie
pueda hacerle dudar, ni retrasar, ni adelantar, ni desviar lo más mínimo de su
Camino... que es El mismo (Juan 14, 6).
“Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla
2 1
y para recobrarla de nuevo” (Juan 10, 18).
Igualmente, tiene plena conciencia de lo que le espera al final de su vida
pública: la Pasión y la Muerte, pero añadiendo siempre su gloriosa Resurrección
y Ascención al cielo, después de dejar bien fundada su Iglesia sobre la roca de
Pedro, con la garantía de su presencia, por medio del Espíritu Santo, de su
Iglesia y de la Sagrada Eucaristía, hasta su segunda y definitiva venida.
En tercer lugar, Jesús tuvo también conciencia de su victoria, lograda ya
desde el instante de ser entronizado como Rey sobre la Cruz.
“Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que yo
soy” (Juan 8, 28).
En virtud de la unión hipostática el Corazón de Cristo tuvo que ser un
volcán de amor incandescente, incontenible, conforme a lo que El había
manifestado en cierta ocasión: “¡He venido a arrojar fuego sobre la tierra y
cuánto deseo que ya esté ardiendo!” (Lucas 12, 49).
Es el Fuego que incendió los corazones de los Apóstoles el día de
Pentecostés y que siguió incendiando los corazones de los santos a lo largo y
a lo ancho de la historia.
Por eso el Sagrado Corazón se aparece tradicionalmente envuelto en llamas
y coronado de espinas.
El amor de Cristo fue sensible y espiritual (en virtud de su naturaleza
humana, cuerpo y alma) y divino (en virtud de su única Persona, la Segunda
de la Santísima Trinidad).
¡Un Corazón hipostasiado, endiosado!
Razón por la cual no es posible elaborar (estrictamente hablando) una
“psicología” de Cristo, sencillamente porque su Persona es divina, no humana,
y, en consecuencia, rompe todo intento de “encasillarlo” en cualquier tipo de
categorías humanas.
No obstante, teniendo en cuenta su naturaleza humana (Cristo era
verdaderamente “hombre”) sí se puede hablar de su “personalidad” humana,
es decir, del aspecto dinámico y psico-somático de su Persona divina.
¡Así como Dios quiso para su Hijo predilecto una Madre-Virgen perfectísima,
así también quiso darle un Corazón de carne, a fin de hacerle semejante al
nuestro, mejor dicho, Modelo nuestro.
Señalemos, a modo de síntesis, estos tres aspectos característicos del
amor de Jesús, que superan toda ponderación y comparación, porque hunden
sus raíces en el “Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador del Universo”
(Efesios 3, 9).
A- En primer lugar, el Corazón de Cristo era tremendamente apasionado,
por la sencilla razón de que estuvo siempre locamente enamorado: enamorado
22
de su Padre , hecho Uno con El en el Espíritu Santo:
“¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí?” (Juan 14, 10).
¡El Padre fue su eterna Canción, su eterna Ilusión, su eterna Obsesión!
“¡Padre! ¡Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti!” ( Juan 17, 1 ).
Amor apasionado también a todos los hombres... ¿de qué modo?
• Revelándonos el designio de la Salvación. Jesús es el único y
necesario Salvador del mundo, es mi Salvador.
• Liberándonos de la esclavitud del pecado, del demonio y de la muerte
eterna.
• Y santificándonos con la gracia del Espíritu Santo a través de la
Iglesia, su Cuerpo Místico, recuperando así para nosotros la dignidad
de “hijos de Dios” y abriéndonos las puertas del Paraíso.
“¡Padre! los que Tú me has dado quiero que, donde Yo esté, estén también
conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has
amado antes de la creación del mundo” (Juan 17, 24).
En una palabra: El Corazón de Jesús nació, murió y resucitó (¡“era
necesario”!, -Lucas 24, 26-) para hacernos compartir su felicidad infinita: “Por
El somos felices” (Santo Tomás ).
Al despedirse de sus discípulos les dijo:
“También vosotros estáis tristes ahora,
pero volveré a veros y se alegrará vuestro
corazón, y nadie os podrá quitar vuestra
alegría” (Juan 16, 22).
Chesterton, como todos los grandes
convertidos, descubrió lo que él llamó: “el
secreto gigantesco del Cristianismo”,
¿cuál? ¡La alegría del Señor!
“Hubo algo en El (en Jesús) que
escondió a todos los hombres cuando subió
a orar a la montaña.
Había algo que constantemente ocultó
con un silencio repentino o con un
impetuoso aislamiento...
Cuando caminó sobre nuestra tierra,
había en El algo demasiado grande para que Dios nos lo mostrara; y algunas
veces imaginé que era su alegría” (Ortodoxia, cap. 9).
Cristo amó con un Amor tierno y recio, fuerte y delicado, poderoso y
humilde, exigente y condescendiente, justo y misericordioso.
Poseía un sentido vivísimo, extático y exultante de la belleza, disfrutando
al contemplar el cielo, los montes, los ríos, los mares, las flores, las viñas, los
trigales, los amaneceres, las puestas del sol, las noches estrelladas, los pájaros,
las ovejas... ¡toda la hermosa Creación, salida de sus manos, en donde el
Verbo se veía reflejado!
Mucho más aún. El Corazón dulcísimo de Jesús no podía disimular su
predilección por los niños, por los pobres, los enfermos, los pecadores, que
se sentían irresistiblemente atraídos por su Misericordia a toda prueba.
Capítulo aparte fue su amor a los apóstoles y discípulos, los “suyos” (Juan
2 3
13, 1)
que vivían con El (Marcos 3, 14) y le seguían.
¡Jesús fue más que una “Madre” para ellos, educándolos como a niños,
con una dedicación, bondad y paciencia infinita!
“¡Hijitos -les dice- poco tiempo estaré ya con vosotros!” (Juan 13, 33)
¿Y qué decir, por ejemplo, de aquella encantadora escena, durante la última
cena, contemplando a San Juan, “al que Jesús amaba”, recostándose sobre el
pecho del Maestro (Juan 13, 25), como una criatura en el regazo de su madre?
O bien aquel desayuno tan familiar como inesperado, a la orilla del mar de
Tiberíades, en seguida después de la pesca milagrosa, cuando Jesús, dirigiéndose
al impetuoso Pedro (que le había negado tres veces la noche de la Pasión) le
arranca esa triple “declaración de amor”, sincera y reparadora:
- “Simón, hijo de Juan: ¿me quieres?”
- “¡Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero!” (Juan 21, 17)
¡Era verdad! A pesar de sus debilidades, Pedro quería muchísimo a Jesús.
Todos lo sabían, y lo demostró en su martirio.
O bien el encuentro de Cristo recién resucitado con la enamorada María
Magdalena, en el huerto contiguo al monte
Calvario.
Con estas dos palabras se lo dijeron todo:
- ¡María!
- ¡Maestro!
Y se arroja a sus pies, como de costumbre,
para besárselos... (Juan 20, 16-17)
¡Oh! ¡Qué admirable, sublime y envidiable
“romanticismo ”, el más humano
precisamente por ser el más divino!
¡No hay amor más puro y apasionado que
el denominado “matrimonio espiritual” o
“místico” entre Jesús y sus santas y santos, en
el jardín de la Iglesia!
Esa maravillosa “carta de amor”, que es
el “Cantar de los cantares” (contenida en la
sagrada Biblia) es, sin lugar a dudas, el
Romance de amor, más dramáticamente
íntimo y sublime, lo que –al decir de San Bernardo- “sólo puede enseñarlo la
unción y sólo puede aprenderlo la experiencia... no se escucha desde fuera ni
resuena en público; sólo lo escucha el que lo canta y aquel a quien se dedica,
es decir, al Esposo y la esposa” (Comentario, I).
Se comprende obviamente la predilección por el “Cantar”, de tantas almas
contemplativas, desengañadas de amores efímeros y sedientas de Dios, a
medida que se van dejando purificar por El, a través de las pruebas más
dolorosas y de las “noches” más obscuras...
Así canta el gran “Doctor del amor”, San Juan de la Cruz:
“¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche, amable más que el alborada!
¡Oh noche, que juntaste Amado con amada,
amada en el Amado transformada!” (Noche obscura, e. 5)
Se trata de “una carta de amor, en la que Dios da rienda suelta a su
24
inspiración de artista soberano, de poeta, de pintor, de músico; en la que
comprometió a toda su Creación, y en el que, sobre todo, deja aparecer, sin
consideraciones, su loco amor de Esposo, tanto de un pueblo, como del más
humilde de nosotros” (B. Arminjon s.j., “La cantata del amor”, Prólogo ).
Los dos protagonistas “estelares” de este Romance-arquetipo: el Rey y la
Sulamita, encarnan, por así decirlo, la más pura y patética “puesta en escena”
de amor, entre el Corazón de Jesús y el corazón de sus “íntimos”...
“Mi Amado es para mí -canta la esposa- y yo para mi Amado” (Cantar 2, 16).
¡Sí! ¡Está todo dicho!
Con este sentido nupcial y bíblico es como hay que entender y vivir el
celibato sacerdotal, sin lo cual quedaría reducido a una mera ley eclesiástica o
a un “pastoralismo”, que, a la corta o a la larga, se convertiría en un preocupante
“problema”...
El corazón está hecho para amar, y si el sacerdote no está realmente
enamorado de Cristo... entonces pondrá en peligro su fidelidad.
Algo semejante hay que decir respecto a la fidelidad matrimonial.
¿Y qué decir, entonces, del amor filial del Corazón de Jesús a su bendita
Madre, la Virgen María?
¡Cómo se parecería El a Ella y se vería reflejado en Ella!
¡Caso insólito de un Hijo, que se hizo una Madre a su gusto: inmaculada,
llena de gracia, la misma hermosura, la enamorada de Dios, la nueva Eva, la
Soberana y Reina del universo!
¡Más de treinta años viviendo en estrecha intimidad con Ella y con el buen
San José, en la pobre, dulce y encantadora casita de Nazareth!
¡Cuántas confidencias, cuántos desahogos, cuántos secretos, cuántos
consuelos, cuántas palpitaciones!
¡Así como María llevó a su Jesús durante nueve meses en su seno purísimo,
así el Hijo la llevó, durante toda su existencia, grabada como un tatuaje en su
divino Corazón! (Cantar 8, 6)
Por eso la Virgen tuvo necesaria y progresivamente que morir consumida
de amor a su mismo Hijo, el Hijo de sus entrañas, sobre todo a partir de la
Resurrección y Ascensión al Cielo, soñando y pidiéndole que volviese cuanto
antes para llevársela con El, como así lo hizo Jesús el día feliz de su triunfante
y gloriosa Asunción en cuerpo y alma, a los cielos!
¡Toda la vida de la Santísima Virgen tuvo que ser (mucho más que una
Santa Teresa) un ininterrumpido suspiro: “¡que muero porque no muero!”
Pero ¡cuidado!
¡Jesús era todo un Hombre!
Sería un error lamentable (como es costumbre hoy día) imaginar que el
amor de Jesús sería todo “sonrisas y caramelos”...
Su Corazón era muy bondadoso, pero no “bonachón”; muy sensible, pero
no “sentimental”; muy indulgente con los pecadores ¡pero no con el pecado!
¡Hay que leer todo el Evangelio!
Movido por el mismo Amor de su Corazón adorable, fustigaba los pecados,
en especial: la incredulidad, el orgullo y la hipocrecía, llegando, incluso, en
una ocasión, a usar un látigo en el templo, hecho con sus propias manos,
2 5
diciendo con santa cólera:
“¡Quitad esto de aquí. No hagáis de la casa de mi Padre, una casa de
traficantes!” (Juan 2, 16)
Fueron terribles las siete maldiciones contra los escribas y fariseos,
llamándolos “hipócritas, guías ciegos, insensatos, llenos de rapiña e
intemperancia, por dentro llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia,
serpientes, raza de víboras” (cfr. Mateo 23).
Y en su discurso escatológico profetizó la gran tribulación contra Jerusalén
y la conmoción cósmica que precederá a su segunda venida y la sentencia
fatal que oirán los condenados en el Juicio final:
“¡Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus
ángeles!” (Mateo 25, 41)
¡Sí! del Corazón misericordiosísimo de Jesús fueron también aquellas
durísimas palabras:
“Para un Juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y
los que ven (por su orgullo) se queden ciegos” (Juan 9, 39).
O estas otras no menos severas:
“El que tropiece contra esta piedra (Cristo) se destrozará; y a aquel sobre
quien cayere, le aplastará” (Mateo 21, 44).
¡El Amor es exigente!
¡Con el Amor de Dios no se juega!
¡Y hay que tomárselo muy en serio!
B- Y llegamos ya al segundo aspecto característico del Corazón de Jesús:
¡Su Amor fue rechazado!
¡Su Realeza mesiánica fue incompredida y convertida enseguida en piedra
de escándalo!
¡Su misión, “humanamente” hablando, acabó en un fracaso: condenado a
muerte, como un falso profeta, como un delincuente, y (peor todavía) como
“blasfemo”!
¡El colmo del “Misterio de iniquidad”!
Hay que reconocer, Evangelio en mano, que los verdaderamente fieles a
Jesús de Nazareth fueron siempre, en definitiva, una pequeña minoría.
San Juan escribe en el prólogo del cuarto Evangelio:
“Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Juan 1, 11).
En Nazareth, “se escandalizaban de El, (y) Jesús les dijo: ‘Un profeta sólo
en su patria, entres sus parientes y en s u casa, carece de prestigio ’” (Marcos 6, 3-4 ).
En Cafarnaún, al anunciar el don de la Eucaristía, se produjo otra conmoción,
otro “escándalo”...
Muchos de sus discípulos, al oirle decir que había ‘bajado del cielo’
(analogía con el maná en el desierto) y que daría su carne y su sangre en
comida y bebida, dijeron:
“¡Es duro (intolerable) este lenguaje! ¿Quién puede escucharle?” (Juan 6,
61)
“Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no
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andaban con El” (Juan 6,66).
A los pocos que quedaban les preguntó:
“¿También vosotros queréis marcharos?” (Juan 6, 67)
Los apóstoles son duros para creer, tienen dudas, mereciendo contínuos y
dolorosos reproches del divino Maestro, como por ejemplo, durante la última
cena se dirige a Felipe diciéndole:
“Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?”
(Juan 14, 9)
Y en otra ocasión: “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo
estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros?” (Mateo 17, 17)
A raíz de su presentación como “el buen Pastor” por excelencia, “otra vez
se produjo una discusión entre los judíos por estas palabras.
Muchos de ellos decían: ‘¡Tiene un demonio y está loco! ¿Por qué le
escucháis?’” (Juan 10, 19-20)
Resumiendo: Jesús apareció en público con su irrenunciable pre-tensión:
proclamó abiertamente sus dos grandes títulos: el del Mesías prometido; y el
de Hijo Unico de Dios, igual al Padre.
Esta “pre-tensión” fue el principio y el fundamento de la “in-novación”,
instauración o sub-versión (una auténtica “Revolución” de Amor), declarando
que había llegado el final de la Antigua Ley, del antiguo “régimen”, del antiguo
culto de Israel; y anunciando la llegada del Reino de Dios, la “plenitud de los
tiempos”, la creación de un “Orden nuevo”, del nacimiento del “hombre nuevo”,
de una “vida nueva”. ¡Algo “inédito”!
Se trata de la fundación de Su Iglesia, el nuevo Israel.
La Encarnación del Verbo fue el re-nacimiento de la “nueva Creación”,
que se consumará en el cielo, donde mora la eterna Ciudad de Dios.
“Entonces dijo el que está
sentado en el Trono: ¡Mira que hago
nuevas todas las cosas!”
(Apocalipsis 21, 5)
¡Era inevitable, pues, el choque
con el pueblo judío, con los escribas
y fariseos, con el Sanedrín, con sus
discípulos, y con el imperio de
Roma!
Jesús lo sabía...
Y acabó su corta vida en una
amarguísima soledad.
De ahí su queja lastimera a “los
suyos”: “Vosotros me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está
conmigo” (Juan 16, 32).
El mismo pueblo que lo proclamó Rey cuando multiplicó milagrosamente
los panes y los peces en el desierto, así como también en su entrada triunfal
en Jerusalén, ese mismo pueblo lo repudió y lo condenó, prefiriendo al revoltoso
y homicida Barrabás.
Así se cumplió la Escritura, que dice: “me han odiado sin motivo” (Juan 15, 25).
Finalmente, cuando fue apresado por “un grupo numeroso con espadas y
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palos, capitaneados por el traidor Judas Iscariote, “entonces, todos los discípulos
le abandonaron y huyeron” (Mateo 26, 56) como cobardes.
¡Jesús los “decepcionó”!
¡Esperaban “otra cosa” de El!
¡También ellos le decepcionaron a El!
C- He aquí el tercer aspecto del amor de Cristo: la inmolación.
Jesús fiel a su palabra, se inmoló por los hombres, llevando su Amor
incondicional hasta las últimas consecuencia.
El día de Ramos, a la vista de la ciudad se echó a llorar, en el huerto de los
olivos sintió pavor, tedio y tristeza de muerte, sudando sangre; y en la Cruz
lloró de nuevo, ofreciéndose al Padre por nosotros, “con gran clamor y lágrimas”
(Hebreos 5, 7).
¡Con qué magistral pincelada mística supo expresar San Juan de la Cruz la
amargura del Corazón de Jesús, más aún por olvidarnos de El, que por nuestros
pecados:
“No llora por haberle amor llagado,
que no le pesa verse así afligido,
aunque en el Corazón está herido;
mas llora por pensar que está olvidado.
Que sólo de pensar que está olvidado
de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.
Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado, asido de ellos,
el pecho del amor muy lastimado” (Un Pastorcico).
Una de las íntimas confidencias del Sagrado Corazón a Santa Margarita
fue esta: “He aquí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada
ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en
reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus
irreverencias y sus sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me
tratan en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible
es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan”
(Revelación de junio de 1675).
La soledad de Jesús llegó al extremo al sentirse misteriosamente abandonado
por su mismo Padre, con aquel grito desgarrador desde la Cruz: “¡Dios mío!
¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mateo 27, 56)
Pero en un gesto heroico de fidelidad y de grandeza, el Hijo, como un
“Niño grande”, se arroja ciegamente en los brazos amorosísimos del Padre,
quien, por el poder del Espíritu Santo, lo resucitará triunfante de la muerte.
¡Misión cumplida!
La pro-vocación del Rey divino se transformó en rechazo por parte de
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los hombres, pero El no se dio nunca por vencido,
antes al contrario: “se despojó de sí mismo tomando
la condición de esclavo... se rebajó a Sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte
de cruz.
Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre
que está sobre todo nombre. Para que al nombre
de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios
Padre” (Filipenses 2, 7-11).
¡El Amor de Dios es infinitamente más fuerte
que el orgullo, que el pecado y que la muerte!
Pero el amor, además de entrega, fidelidad y sacrificio, es también
presencia.
El amante está tan dentro del ser amado que, aun durante su ausencia
física, sigue estando presente, incluso, a veces, y por contraste, con mayor
intensidad, dolor y nostalgia. ¡Es la presencia de la ausencia!
Hay un reproche de Jesús a los suyos, tan tierno como punzante:
“A los pobres siempre los tendréis con vosotros; pero a Mí no siempre me
tendréis” (Juan 12, 8).
Durante la cena de despedida, el Maestro y sus discípulos sienten la tristeza
de la separación inminente, y más que una madre trata de animarlos y
consolarlos y encomendarlos a su Padre.
“Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros... voy a prepararos
un lugar, y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré
conmigo para que donde Yo esté, estéis también vosotros; y adonde Yo voy,
ya sabéis el camino” (Juan 13, 33. 14, 2-4).
“No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros” (Juan 14, 18).
“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde Yo esté estén también
conmigo para que contemplen mi gloria” (Juan 17, 24).
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” ( Mateo 28, 20).
El amor no soporta por mucho tiempo la separación.
He aquí la gran dificultad: ¿cómo irse y quedarse al mismo tiempo?
Y el Corazón de Jesús tuvo esta inesperada e increible “ocurrencia”: ¡La Eucaristía!
Así “inventó” la manera de “volver al Padre”, pero quedándose realmente
presente con nosotros, con su cuerpo, alma, sangre y divinidad.
¡Oh sorpresa! ¡Oh prodigio maravilloso de su Amor entrañable!
La Encarnación culmina en la Eucaristía.
En la Eucaristía se hacen presentes, de alguna manera, el pasado
(memorial) y el futuro (tensión escatológica).
Escuchemos a nuestro amadísimo Papa:
“¡Es hermoso estar con El, y reclinado sobre su pecho como el discípulo
predilecto, palpar el Amor infinito de su Corazón!
¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en
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conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor ante Cristo,
presente en el Santísimo Sacramento?” (Ecclesia de Eucharistia, 25)
La Iglesia vive de la Eucaristía, porque nació, como la “Nueva Eva”, del
Corazón de Cristo, el “Nuevo Adán”, traspasado por la lanza, simbolizada en
aquellas gotas de sangre y agua, multiplicadas permanentemente como
caudalosos ríos, que purifican, alimentan y alegran la nueva Jerusalén.
¡Desde el sagrario hemos de escuchar embelesados, el ritmo musical de
esos latidos del Corazón del Maestro, que tiene “sus delicias en estar con los
hijos de los hombres” (Proverbios 8, 31), aun en tantos y tantos sagrarios
abandonados!
Dios no nos ama por lo que somos, sino por lo que El es.
El Padre nos ama porque ama a su Hijo en nosotros.
El Hijo nos ama porque ama a su Padre en nosotros.
Por eso ¡“El nos amó primero”! (1 Juan 4, 19)
Oigamos a un enamorado de la Eucaristía, San Pedro Julián, este inspirado
pensamiento: “La Eucaristía
es un obra supererogatoria a
la Redención; la Justicia de su
Padre no la exigía de
Jesucristo.
La pasión y el calvario
bastaban para reconciliarnos
con Dios y abrirnos las puertas
de la casa paterna.
¿Para qué instituyó, pues,
la Eucaristía?
La instituye para Sí mismo,
para su propio contentamiento,
para satisfacer los anhelos de
su Corazón.
Aun cuando nosotros no hubiéramos sacado provecho de ella, Jesucristo la
hubiese instituido de igual manera, porque sentía la necesidad de instituirla...
Nuestro Señor Jesucristo tiene Corazón de madre, y antes hubiera dejado
a los ángeles, que a nosotros:
¡Jesús tiene necesidad de volvernos a ver!
Necesita adoradores para ser expuesto, sin que pueda, en caso contrario,
salir del tabernáculo” (Obras Eucarísticas ).
En cada sagrario deberíamos percibir aquellas palabras dichas por Marta a
su hermana María: “El Señor está aquí, y te llama” (Juan 11, 28).
Así pues, la devoción y culto al Sagrado Corazón de Jesús es el mejor
medio y remedio para combatir la acedia y la tibieza espiritual, y, al mismo
tiempo, para enfervorizarnos y unirnos intimamente con El, presente en la
Eucaristía, hecho alimento en la comunión, y, de esta forma, conseguir la unión
entre los cristianos y con todos los hombres de buena voluntad, cumpliéndose
aquel anhelo vehemente de Cristo en su oración al Padre: ¡“Que todos sean
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uno, como tú, Padre en mí y Yo en ti... a fin de que el mundo crea que Tú me
has enviado”! (Juan 17, 21).
Y en la medida en que le amemos hasta enamorarnos locamente de El, por
medio de la gracia purificante y “cristificante”, estaremos en condiciones de
entregarnos a la “nueva evangelización”, que no es “nuestra”, sino de El, el
único Salvador, a través de su Iglesia, y de cada uno de nosotros, sus fieles
hijos, diciendo con el apóstol: “No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en
mí” (Gálatas 2, 20), porque “El debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos
bajo sus pies” (1 Corintios 15, 25).
Para llegar a la unión vital con Cristo, los santos nos enseñan el “secreto”:
la oración afectiva, cuyo dinamismo abarca a todo el hombre: potencias
(memoria, inteligencia y voluntad) y sentidos (tanto externos como internos).
San Ignacio, en sus célebres Ejercicios Espirituales, de perenne actualidad,
nos enseña la “aplicación de sentidos”, a las personas y lugares sagrados,
pasando de la lectura a la meditación, hasta llegar a la contemplación.
No sólo son importantes las verdades de la fe, sino también las imágenes
y los símbolos.
Dios no es solamente la Verdad y el Bien, sino también la Belleza infinita.
La oración auténtica (que es la cristiana) no consiste en una mera y fría
reflexión (ni siquiera “teológica”), sino que debe cebarse en el corazón hasta
convertirse en llama viva de amor...
En la grandiosa “Contemplación para alcanzar amor” (como final de
una patética sinfonía) San Ignacio nos descubre la dimensión cósmica de la
oración (en clave trinitaria, cristológica y litúrgica) mirando “cómo todos
los bienes y dones descienden de arriba... así como del sol descienden los
rayos, de la fuente las aguas...” (Ejercicios, 237).
Es el “Cristo total” o “pan-cristismo” desde su “pre-existencia” creadora
hasta su “re-capitulación” escatológica.
El Santo Padre se refiere a este carácter cósmico de la celebración
eucarística en el campo, como sobre el altar del mundo. “La Eucaristía une el
cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación.
El Hijo de Dios se ha hecho hombre para reconducir todo lo creado, en un
supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada” (Ecclesia de Eucharistia, 8 ).
¡Sí! ¡Cristo Rey es, por derecho propio, el Corazón de toda la Creación!
Finalmente, esta Devoción es un llamado apremiante a la interioridad, a
fin de no caer en la rutina de una religiosidad meramente exterior, ritualista o
mecánica, es decir, un cuerpo sin alma, como aquella higuera estéril cubierta
de hojas, pero sin frutos (Cfr. Lucas 13, 6ss.), que una vez Jesús maldijo.
¡Cómo ha decaído en el pueblo cristiano la devoción y el culto al Sagrado
Corazón de Jesús!
¿Causas?
Podemos señalar, entre muchas otras: el racionalismo , el
sentimentalismo y el orientalismo, hoy día tan destructivos como extendidos.
A todo lo cual debemos añadir: el olvido y el rechazo del Magisterio de la
Santa Iglesia, que no ha cesado de recomendar, en numerosos documentos,
3 1
así como a través del Arte Sacro y de la Sagrada Liturgia, dicha devoción y culto.
El Siervo de Dios Papa Pío XII, en su encíclica “Haurietis aquas” (18 de
mayo de 1956) nos exhorta con estas encendidas palabras:
“Ante tantos males que, hoy más que nunca, trastornan profundamente
a individuos, familias, naciones y orbe entero, ¿dónde, venerables hermanos,
hallaremos un remedio eficaz? ¿Podremos encontrar alguna devoción que
aventaje al culto augustísimo del Corazón de Jesús, que responda mejor a la
índole propia de la fe católica, que satisfaga con más eficacia las necesidades
espirituales actuales de la Iglesia y del género humano? ¿Qué homenaje
religioso más noble, más suave y más saludable que este culto, pues se dirige
todo a la caridad misma de Dios? Por último, ¿qué puede haber más eficaz
que la caridad de Cristo -que la devoción al Sagrado Corazón promueve y
fomenta cada día más- para estimular a los cristianos a que practiquen en su
vida la perfecta observancia de la ley evangélica, sin la cual no es posible
instaurar entre los hombres la paz verdadera, como claramente enseñan
aquellas palabras del Espíritu Santo: Obra de la justicia será la paz?” (nº
69).
“Deseamos también vivamente que cuantos se glorían del nombre de
cristianos e, intrépidos, combaten por establecer el Reino de Jesucristo en el
mundo, consideren la devoción al Corazón de Jesús como bandera y manantial
de unidad, de salvación y de paz” (nº 71).
Y el Santo Padre felizmente reinante ha reiterado, en no pocas ocasiones,
la fe tradicional de la Iglesia al respecto:
“Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el
sentido verdadero y único de su vida y su destino, a comprender el valor de
una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón
humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo.
Deseo expresar mi aprobación y mi aliento a cuantos, de cualquier manera,
siguen cultivando, profundizando y promoviendo en la Iglesia el culto al Corazón
de Cristo, con lenguaje y formas adecuados a nuestro tiempo, para poder
transmitirlo a las generaciones futuras con el espíritu que siempre lo ha animado.
Se trata aún hoy de guiar a los fieles para que contemplen con sentido de
adoración el misterio de Cristo, Hombre-Dios, a fin de que lleguen a ser
hombres y mujeres de vida interior, personas que sientan y vivan la llamada a
la vida nueva, a la santidad y a la reparación, que es cooperación apostólica
a la salvación del mundo; personas que se preparen para la nueva evangelización,
reconociendo que el Corazón de Cristo es el corazón de la Iglesia: urge que el
mundo comprenda que el Cristianismo es la religión del amor” ( Mensaje en
la fiesta del Sagrado Corazón, 11 de junio de 1999).
¡La boca queda muda de pasmo, como paralizada por una extraña sensación
de vértigo, ante tanta grandeza, tanto heroísmo, tanta locura, que destila el
Corazón desgarrado de aquel Rey misterioso, literalmente extenuado de tanto
amar y sufrir, colgado de un vil madero, hecho el hazme-reir... cuya mirada no
se puede resistir!
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“Aquí la boca que te abrió la lanza
para que hablase tu pasión con sangre,
candada la otra. Ciego era Longinos
que nunca nada vio: diote en el pecho,
donde saltó tu sangre y resbalando
por el astil abajo, hubo de untarse
con ella ambas sus manos, levantólas,
se las llevó a la cara, abrió los ojos,
miró a en su torno, en Ti creyó, y es salvo.
Veta de fuego ese rubí que al ámbar
de tu pecho encandece; de la hoguera
que acendró tu pasión, respiradero;
surtidor donde el alma que en el páramo
va perdida, su sed de Dios apaga;
del Dios viviente y del Amor gotera
que horada hasta el más duro corazón”
(Unamuno, ‘El Cristo de Velázquez’).
R.P. JOSÉ LUIS TORRES-PARDO CR
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