DESARROLLO Y ORGANIZACION DEL YO

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DESARROLLO Y ORGANIZACION DEL YO
Tres momentos o tiempos lógicos en la constitución
Freud alude al desarrollo y la organización del yo en términos de grados crecientes de complejización de
la estructura y sus funciones:
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Yo real primitivo
Yo-placer purificado
Yo real definitivo
Considera al yo desde diferentes enfoques que habitualmente combina:
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desde las funciones
desde las representaciones
desde las identificaciones.
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En sus inicios el yo no está discriminado del ello, nos encontramos entonces con montos
pulsionales y una tendencia a la descarga por la vía del arco reflejo.
Frente a esta tendencia a la descarga, la organización de las pulsiones de autoconservación, sostén
de la vida orgánica, producen una tensión compatible con la vida.
La primera forma de descarga, constituida desde un estímulo que determina una descarga motriz
masiva, debe irse perfeccionando hacia un mecanismo de fuga del estímulo que es efectivo
respecto de los estímulos exteriores (por ejemplo: rayo de luz en la pupila) pero no respecto de los
interiores o endógenos, provenientes del interior del organismo.
Aquello de lo que puede fugar configura un exterior desinvestido, indiferente, diferenciable de un
interior investido.
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Este interior está configurado por montos pulsionales que toman la forma de:
(a) angustia y desarrollo de afectos, como procesos que tienden a la desinvestidura
(b) investidura de órganos, que darán origen a un procesamiento representacional.
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La base de las representaciones-cosa pareciera que podríamos referirla a las representaciones de
órgano, que se van configurando como totalidades.
La posibilidad de registrar como propios ciertos estímulos provenientes de determinados órganos
iría construyendo la representación-cuerpo; estos estímulos que se elevan a la categoría de
elementales son los representantes de las pulsiones de autoconservación.
Cuando varias de estas investiduras de órganos se ligan entre sí con cierta armonía, cierta
homeostasis somática, podemos planteamos la estructura de un yo real primitivo.
En estos momentos iniciales, autoeróticos, podríamos quizá considerar dos tiempos en el
autoerotismo:
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1. ligado a la investidura de órganos y sistemas funcionales, al que podríamos llamar
intrasomáticos,
2. nivel de constitución del autoerotismo, ligado a la proyección de tensiones de necesidad en una
periferia, que vincula tensión de necesidad con percepciones del interior del propio cuerpo
(intero y propioceptivos, fundamentalmente estas últimas) con las percepciones brindadas por
los sentidos distales; estaríamos planteándonos así las zonas erógenas como constitutivas del
yo real primitivo.
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En este tiempo inicial cobra importancia la organización del aparato protector contra los estímulos
La función de este aparato es la protección contra estímulos que provienen del exterior, que deben
ser minimizados, pues si su magnitud resulta superior al nivel de investidura del psiquismo,
provocaría una fractura en éste.
1. Yo real primitivo. Tiempos y espacios primarios
Pretende eliminar las tensiones por las modificaciones internas: registra los estímulos que
provienen del exterior provocando (se) alteraciones internas -en órganos-, por ejemplo: taquicardia.
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los primeros órganos en investirse son el corazón y pulmones, imprescindibles para la vida
estas investiduras se van desplazando hacia el sistema digestivo.
Para que este yo se constituya - Condición necesaria
 en un principio que no se produzca una contradicción en las investiduras de los diferentes órganos
 que el contexto proporcione un agente externo que realice las acciones específicas que satisfagan
las necesidades, sin provocar desde el exterior una contradicción.
En este sentido podríamos plantear la necesariedad -para la organización del psiquismo- de una función
maternante basada en la "empatía"
Esta función maternante consiste en suministrar un tipo de experiencia de satisfacción tal que para el
sistema la necesidad no adquiera un carácter desbordante, doloroso, y desencadene en consecuencia el
mecanismo reflejo, como si se tratara de expulsar una estimulación proveniente del exterior.
Por otra parte, si este agente maternante se propone a sí mismo como un estímulo siempre presente,
del que el niño no puede fugar, tenderá a considerarlo como un estímulo endógeno o pulsional, con la
consiguiente perturbación en el yo real primitivo y su articulación con el yo placer purificado.
Para que esta articulación se logre es necesario que el agente maternante acceda a ciertos procesos
identificatorios y al encuentro con ciertas representaciones-palabra
En este yo real primitivo se constituye un ritmo somático, homeostático, de tensión y reducción de
tensión, es decir, de tensión y alivio; este yo comienza regulando cantidades, todavía no cualificadas.
El yo real primitivo pareciera estar inicialmente regido por el principio de constancia y por la búsqueda
de un nivel cero relativo.
Inicialmente la tendencia a la descarga era por la vía del arco reflejo; la acción de fuga supone ya una
mediación, que evita el proceso de desinvestidura, por eso cuando Freud plantea a este yo como
caracterizado por una primera marca pienso que se refiere a la capacidad de inhibición de la desinvestidura
a un nivel cero, lo cual permite un procesamiento psíquico, como la base de la organización del psiquismo.
¿Cómo, a partir de estos montos, se constituyen los procesos de investidura? ¿Cómo se produce el
pasaje de una sensación endógena, tal como irritación en la mucosa estomacal (hambre) o irritación en la
boca y garganta (sed) al sistema P (Cc.), es decir, a la sensorialidad?
Este punto será parcialmente desarrollado en el capítulo III, apartado 10, y será también retomado en el
capítulo IV, apartado 14.
Haré una síntesis de lo que allí desarrollo: a partir de la estimulación desde una periferia exterior, se
produce una sensación de alivio en la periferia interior. Debemos construir entonces las características de
este enlace, que originariamente va vía órgano interno-periferia (en el cual se registra la sensación de
alivio). La eficacia del objeto deriva del encuentro con la proyección de una necesidad, a partir del ello, por
intermedio del yo. En esta primera parte del proceso es importante considerar la proyección de una tensión
de necesidad en una "zona" corporal, por lo cual se va construyendo en la mente un "mapa"
representacional siguiendo las normas de una geometría topológica.
El proceso por el cual se lo construye es el correspondiente a la proyección normal, que configura
entonces zonas erógenas.
Estas zonas erógenas comienzan representándose como "islotes mnémicos" (Freud, 1930a), es decir
como unidades aisladas o separadas entre sí que van a ir adquiriendo una organización como totalidad,
como partes de un conjunto que se configura como "representación-cuerpo", base de la "representaciónyo".
En la constitución de las zonas erógenas como tales, en su apertura nos encontramos con el
autoerotismo, momento en el que el empuje pulsional, proyectado en las zonas erógenas, busca
satisfacción a través de un objeto, que puede pertenecer al propio cuerpo: por ejemplo, en la pulsión oral
los labios se chupan a sí mismos, o a la lengua, o al dedo, o al pecho. En este último caso el objeto no está
discriminado del yo, es como si metafóricamente pudiéramos decir que ve sus ojos en la mirada que lo
mira: no percibe un cuerpo diferenciado y unificado. La unificación de las zonas erógenas supone un nuevo
acto psíquico (Freud, 1914c), que marca la complejización del autoerotismo al narcisismo. Podríamos
pensar que esta complejización es posible sobre la base de una nueva proyección, ahora en un modelo: el
yo tiende a proyectar sus propios estados afectivos y reencontrarse con una imagen con la cual se identifica
(Spitz, 1965; Lacan, 1939). Nos podemos plantear una primera proyección que permite el reencuentro de
estados pulsionales en la sensorialidad, estados pulsionales que en un principio son pura cantidad, pura
voluptuosidad (Freud, 1950a). El enlace de la cantidad con la sensorialidad permite un acceso a la
conciencia y a la organización o plasmación de representaciones. La voluptuosidad también se cualifica y
cobra una forma representacional que le permitirá un acceso a la conciencia. El no enlace con
sensorialidad, y la dificultad en la descarga vía motricidad mantienen un estado tóxico. En un segundo
momento la proyección normal permite el reencuentro de estados afectivos con una gestalt con la cual se
identifica (Spitz, 1965; Sami Ali, 1970; Maldavsky, 1988). Este momento correspondería al yo-placer
purificado. Posteriormente el enlace se produce por intermedio de una palabra (sistema PCc.). El niño de
dos años no dice "Tengo hambre", sino "¡Galletita!", que implica el deseo, el objeto que lo satisface, y el
pedido.
Estas proyecciones tempranas -no defensivas sino constitutivas del psiquismo- se acompañan de
ulteriores procesos identificatorios, con lo cual el cuerpo se unifica y se liga a un nombre, por ejemplo
mamá (que es una palabra que condensa un grupo complejo de pensamientos, actos, afectos): una
holofrase. Un momento posterior es que cada parte del cuerpo tiene un nombre. Esto es lo que se ve en los
juegos de escondite, del tipo: "¿Dónde está Fulanito? ¡Acá está!", o bien: "¿Dónde está tu naricita? ¿Y tus
ojitos?", juego referido sobre todo a partes del cuerpo propio que el niño no ve.
Retornando: se habría planteado un proceso cuya primera palie consistía en la proyección de la tensión
de necesidad en una zona corporal (proceso de investidura); el paso siguiente consiste en la cualificación de
la cantidad: el aumento de la tensión de necesidad es cualificado como displacer, y el decrecimiento, como
placer. Estamos ya frente a una organización psíquica más compleja, que implica dos pasos: discriminar
estímulos como pertenecientes a un interior o un exterior, también cualificar estados en términos de
displacer-placer. Esto corresponde a un momento posterior en la organización del yo: es lo que marcaría el
pasaje de un yo real primitivo regido por el principio de constancia a los inicios de un yo-placer purificado.
El uso de la denominación "posterior" se refiere a una cronología donde el acento no está puesto en la
sucesión temporal sino en la complejización lógica de la estructura.
Habíamos dicho que en un principio el exterior es indiferente; sin embargo de él provienen estímulos
que pueden invadir, desquiciar el psiquísmo en términos de magnitudes que sobrepasan las distribuciones
energéticas incipientes, por lo tanto uno de los tiempos primordiales en esta organización corresponde a la
constitución del aparato protector contra los estímulos (Freud, 1920g). También podríamos considerar que
en estos primeros tiempos comienza la organización psíquica bajo la forma de signos perceptivos y huellas
mnémicas es decir, discriminación entre percepción y memoria (Freud, 1950a, 1925a; Spitz, 1965), es decir,
de las primeras funciones psíquicas. Se trata de momentos cuya alteración puede constituirse en un futuro
punto de fijación.
Freud (l915c) plantea que una primerísima función llevada a cabo por el yo es la de discriminar un "interior"
(estímulos pulsionales) de un "exterior" (estímulos perceptuales): a estos últimos puede evitarlos a través
de acciones de descarga o fuga; pero a los primeros (pulsionales) no, y estos le exigen un procesamiento
psíquico constante.
Podemos pensar que esta primera función puede llegar a alterarse, y en ese caso nos encontramos con que
los estímulos internos (pulsionales) son tratados como provenientes del exterior, y por lo tanto el
psiquísmo intenta volverlos al exterior: es el caso de los niños que, cuando tienen hambre, sed, sueño,
necesidad de defecar, etc., se agitan o excitan, tendiendo a la descarga motriz (hiperkinesias), sin poder
darse cuenta de qué les pasa: las necesidades pulsionales son tratadas como si provinieran del exterior y
por lo tanto expulsadas al exterior, y tratadas como algo de afuera. El sujeto no puede reconocerse como
sede de sus propias necesidades. Este mecanismo, utilizado en forma extrema, parece ser el que se observa
en las epilepsias, donde la descarga lleva a la desaparición del estímulo porque se borra psíquicamente el
sujeto que los percibe.
Puede suceder que los estímulos que provienen del exterior sean tratados como, internos,
produciéndose modificaciones en el cuerpo tal, como podríamos pensar que sucede en las enfermedades
psicosomáticas.
Por otra parte, debemos considerar procesos identificatorios básicos, que tienen como vehículo las
cantidades y los afectos, y en todo caso un pensamiento no expresable en palabras debido a lo primitivo
del proceso, equivalentes a frases tales como "cuerpo de mi cuerpo" o "sangre de mi sangre", en que un
psiquismo en formación puede quedar "incorporado" en un psiquismo estructurado (del agente externo
maternante) que lo desborda a través de sus propios procesos de desinvestidura (a través de afectos), que
se constituyen en un quantum tóxico del psiquismo en vías de organización. Esta patología corresponde a
estos momentos (Spitz, 1965; Maldavsky, 1992).
En este contexto podríamos incluir la conformación del modelo llamado por Freud "aparato protector
contra los estímulos", desarrollado en vinculación con el concepto de trauma, (Freud, 1920g; véase'
apartado 3), y la necesidad de protección del aparato en relación con cantidades irrumpientes. Podríamos
pensar en fracturas tempranas en la constitución del psiquismo.
Tiempos y espacios primarios
Este primer tiempo de organización pulsional se refiere a la constitución de un tiempo cuasi biológico,
ligado a los ritmos circadianos, vinculado a procesos anabólicos-catabólicos. Nos referimos al momento en
que Freud (1915c) se refiere a la pulsión como concepto límite entre lo psíquico y lo somático, a la
necesidad psíquica de organización de cantidades en frecuencias (Freud, 1950a, 1920g; Lacan, 1964).
También a los tiempos "simultáneos" que se presentan en los sueños. Además, considera la constitución de
los primeros espacios de proyección de un empuje pulsional producido desde un cuerpo y dirigido al mismo
cuerpo (autoerotismo), que se hace psiquismo a partir de que este empuje se constituye en fuerza de
trabajo para la mente. Tendríamos así distintos espacios: aquel que se refiere a zonas erógenas no
cualificadas (vísceras, sistema circulatorio, piel, etc.) y aquel que se refiere a zonas erógenas con una
organización posicional en relación con un todo, como es la representación-cuerpo. Estos primeros
espacios, generados desde un proceso pulsional, proyectado, son los moldes primigenios en los que se
inscribe la vivencia de satisfacción, y forman el modelo primario de lo que podríamos llamar la pantalla del
sueño, el marco, el escenario en el cual el sueño se desarrolla.
Forman también la base de lo que yo llamaría "lógicas arcaicas", que son aquellas que se expresan por
debajo del discurso de los pacientes psicosomáticos y adictos, cuando podemos ayudarlas a rescatar ese
magma que queda obturado por construcciones más organizadas defensivas, tal como también lo plantea
Sami - Ali (1977, 1984).
Además se refiere al concepto de proyección en arte, a partir de un destino pulsional como es la
sublimación; cuando decimos que un bailarín, un actor o un cantante se "proyectan" en el espacio, o
cuando en un filme como Navigator los protagonistas, queriendo desplazarse en el espacio para huir de la
peste, cruzan por el interior de una montaña llegan a un tiempo distinto- el filme se ubica en 1453 y llegan
al tiempo actual-. Es la lógica sostenida en Alicia en el país de las maravillas cuando los protagonistas matan
el tiempo y, para mantener un eterno te de las seis de la tarde, se desplazan un lugar alrededor de la mesa,
para encontrarse siempre con una taza limpia: son transmudaciones en las cuales el devenir del tiempo, y
el cambio pulsional y corporal que lo marca, queda permutado por un cambio en el espacio, que lo
anularía.
Es así como podríamos pensar en tiempos y espacios pulsionales, que forman la base arcaica de nuestra
organización preconciente y que se sostienen en una lógica diferente.
Estos tiempos y espacios funcionan ligados a cantidades (yo real primitivo), tratando de procesarlas,
forman la base de la vivencia de satisfacción y dolor (que corresponden a los inicios del yo-placer
purificado), y se organizarían como engramas básicos asociados a la angustia como afecto poco cualificado.
Habíamos dicho que un primer punto de fijación para los procesos tóxicos correspondería a la libido
íntrasomática. Este sería un segundo momento, vinculado a trastornos en el yo real primitivo y a las lógicas
arcaicas. Sobre este yo real primitivo se asienta un yo-placer purificado, al que a continuación me referiré.
2. Yo-placer purificado
El yo-placer purificado (Freud, 1911b, 1915c) no se estructura en torno del éxito o fracaso del mecanismo
de fuga, sino en torno de la polaridad placer-displacer, es decir, en torno de una cualificación de la
cantidad, que registra los aumentos de excitación provocados por la pulsión en términos de displacer, y su
alivio a través de la acción específica que provoca la vivencia de satisfacción, en términos de placer. El alivio
de tensión (disminución cuantitativa) es cualificado (transformado en cualidad) por el psiquismo. Esta
cualificación es la dominante en el aparato psíquico.
Este yo-placer purificado es aquel que reconoce como propios los estímulos placenteros y proyecta los
displacenteros. El principio económico que rige en esta estructura es el de placer, y la meta del yo es la
disminución del displacer y la consecución del placer. Las pulsiones que determinan este principio son las
pulsiones sexuales.
Aparece, pues, como el representante de las pulsiones, puesto que opera con el mismo principio que
ellas, y pretende introyectar lo placentero y arrojar fuera lo desagradable. Este yo inviste a la percepción,
pero el vínculo con lo percibido puede consistir en una introyección o una identificación, por lo cual el
objeto se reúne con el yo sin diferenciarse de éste. En él se va organizando un conjunto de funciones siendo
destacable la que corresponde al juicio de atribución (Freud, 1925h), al que me referiré en los apartados
25,26 y 27.
A partir de la "apertura" de las zonas erógenas (Maldavsky, 1988) se produce una ligadura de esas zonas
que permite la constitución de una representación-cuerpo unificada. Para esto es necesario que el agente
externo no proporcione una estimulación autocontradictoria; por ejemplo, al bebé de seis meses darle de
comer haciéndole mirar por la ventana e introducirle la cuchara en la boca cuando está distraído. Por el
contrario, es importante la organización de un entrecruzamiento pulsional: por ejemplo ver-oler-aferraringerir- gustar, ligado a la pulsión oral (autoconservación y libido) que, conjuntamente con la proyección
(normal) se constituirán como bases en el funcionamiento del psiquismo.
Las alteraciones de las representaciones del cuerpo correspondientes a una perturbación (por fijación o
regresión a este momento) consisten no sólo en las del yo real primitivo ya descriptas, sino también en que
las zonas erógenas y sus representaciones pierden su ligadura recíproca y se manifiestan con
independencia, como puede observarse en la hipocondría y en la esquizofrenia. Igualmente me referiré
más adelante a las fallas en los procesos identificatorios.
Si quisiéramos sintetizar los componentes y la legalidad correspondiente a este segundo momento de
organización de la estructura podríamos señalar, en un grado creciente de complejidad:
1. Pasaje de la cantidad a la cualidad y vigencia del principio de placer.
2. Organización, cada vez más compleja, de las representaciones- cuerpo y pasaje del autoerotismo al
narcisismo, considerando un nuevo acto psíquico: un grado de organización mayor en el yo.
3. Consolidación de las identificaciones primarias, en que el otro, en un vínculo de no discriminación.
Ocupa un lugar de garante del ser (o modelo, coincidente con el ideal del yo).
4. Organización de funciones, siendo las más importantes las vinculadas a la capacidad de pensar y a
los comienzos del establecimiento de un sistema preconciente, especialmente en lo referente a la
capacidad de emitir juicios originados en los propios deseos, y diferenciados posteriormente de los
juicios originados en las percepciones provenientes del exterior, aun cuando este proceso está en
sus inicios.
5. En cuanto a las defensas, las que dispone este yo son aún primitivas: desinvestidura del sistema
perceptivo, proyección (defensiva normal, y patológica), inversión del lugar de sujeto (que implica
la transformación en lo contrario en relación con los afectos, y la vuelta contra sí mismo, ocupando
el yo un lugar pasiva en relación con la pulsión).
Estas defensas, que operan en relación con una estructura aún endeble, son por lo tanto violentas y
masivas, no discriminatorias, y el yo aún está imposibilitado de tramitar los montos o la cualificación
temprana desde formas masivas en otras más sutiles. El peligro, si estas defensas fracasan, es que
naufrague la estructura como totalidad.
Este es el punto de fijación correspondiente a los cuadros narcisistas.
Esta fijación en un yo-placer purificado es la que explica cómo, cuando la estructura ha continuado su
organización, e inicia una vía regresiva, se implementan defensas tales como la desmentida y la
desestimación (estos puntos serán desarrollados en los apartados correspondientes), que en relación con la
clínica que estoy presentando dan la base para el cuarto escalón de fijación: una paranoia puede ser una
defensa frente a una fijación anterior (Sami-Ali, 1988) o bien una adicción puede ser una defensa frente a
un trastorno psicosomático. La desmentida operaría así escindiendo al yo en un yo real definitiva,
sobreadaptado, que no puede tramitar montos que lo desbordan y que no puede evitar la degradación de
lo pulsional al límite con lo somático.
3. Yo real definitivo
Freud plantea en 1911b que cuando la vivencia alucinatoria fracasa en satisfacer el empuje de las
pulsiones de autoconservación, el Yo tiene que encontrar una forma de satisfacer sus necesidad a través de
la realidad externa, que sea más acorde con sus posibilidades, y mas "realista" que la alucinación. Esto
conduce al desarrollo de una serie de funciones, que lleva a que la realidad externa pueda ser eficazmente
diferenciada de la interna, y por lo tanto pueda ser modificada. Para ello es necesario que esta realidad sea
representada (con una ilusión de fidelidad) en el aparato psíquico, en cuyo caso el yo despliega una serie de
funciones, cada vez más desarrolladas; surgen también criterios diferenciadores, tanto de la discriminación
entre realidad psíquica y física: examen de realidad, como de discriminación entre sistemas psíquicos: las
censuras; Freud (1917 d) llama a estos criterios "instancias del yo".
El principio de realidad toma el comando por sobre el principio de placer, ya que el puro placer
seria aniquilante para el psiquismo. El principio de placer es parcialmente modificado por el principio de
realidad que actúa más acorde a fines objetivos, y permite la búsqueda de un placer demorado y más
seguro. El principio de placer nunca queda totalmente desplazado, y se mantiene en el inconsciente. Esta
adecuación al principio de realidad y este desarrollo de funciones vincula la organización del aparato
psíquico a las leyes del proceso secundario. Estamos ante un momento clave en la organización en el
aparato psíquico dado que al hablar de yo real definitivo y de funciones, también estamos hablando de la
organización del sistema preconciente, que va a establecer una mediación y un enlace entre sistema
inconciente y el sistema percepción-conciencia. Esto permitirá el funcionamiento de la represión como
corriente psíquico en el sentido de permitir o denegar el pasaje al sistema preconciente de procesos
profundos.
Se origina un cambio en las relaciones con el objeto, que dejan de estar estructuradas sobre la base
exclusiva de identificaciones primarias, sobre la base de dos lugares psíquicos (Sujeto-Modelo) -aún no
discriminados- para organizarse predominantemente como investiduras de objeto (pasaje del ser al tener)
sobre la base de tres o más lugares psíquicos (Sujeto-Modelo-Objeto-Rival o Ayudante) (Freud, 1921c). Esto
configura la plasmación de vivencias y afectos que toman la representación conocida como complejo de
Edipo. Las funciones que se desarrollan se agregan a la enunciada ya en el Proyecto, la capacidad
inhibitoria. Estas se refieren a la importancia de la sensorialidad y la conciencia asociada a ella, la atención,
la memoria, la desestimación por el juicio, las acciones dirigidas (desde el yo), el pensamiento, las funciones
de defensa y la función de síntesis.
Agrega Freud (1911 b)
Mientras el yo recorre la trasmudación del yo-placer al yo realidad las pulsiones sexuales
experimentan aquellas modificaciones que las llevan desde el autoerotismo inicial, pasando
por diversas fases intermedias, hasta el amor de objeto, al servicio de la función de
reproducción de la especie. Si es cierto que cada estadio de estas dos líneas de desarrollo
puede convertirse en el asiento de una predisposición a enfermar más tarde de neurosis, ello
nos sugiere hacer depender la decisión acerca de la forma que adquirirá después la
enfermedad, de la fase del desarrollo del yo y de la libido en la cual sobrevino aquella
inhibición del desarrollo predisponente (p. 229).
Este principio diferenciador que comienza a regir el psiquismo permite una especie de ordenación, de la
cual las corrientes psíquicas son un ejemplo (represión, desmentida, desestimación, superyó). Sin embargo
estos movimientos organizadores deben sostenerse en un equilibrio sutil, que cuando amenaza quebrarse
convierte las corrientes psíquicas en defensas (salvo al superyó). En este momento de la organización del
yo, el preconciente cobra importancia ya que, a partir de las representaciones-palabra, el yo real definitivo
se articula en grados más complejos que implican una mayor capacidad de abstracción. Se destacan tres
tipos de palabras:
1) "porque", como prototipo del término que alude a los nexos causales, propios del pensar inconciente;
2) "no", como símbolo de la negación, sucesor de la proyección (Freud, 1925h);
3) "yo", como prototipo de los shifters, es decir, esas palabras cuyo sentido sólo se entiende si se
considera el acto de la enunciación (Jakobson, 1957, Benveniste, 1966), ya que únicamente por la aparición
de este "yo" el sujeto del enunciado puede separarse del sujeto de la enunciación (Lacan, 1960).
Para el surgimiento de este yo real definitivo, es un requisito contar con padres que hablen, y que su
discurso se atenga a leyes transindividuales, y no a leyes idiosincrásicas, personales o propias de un grupo
familiar aislado.
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