¿Cómo estar al servicio de la Iglesia como laicos y en cuánto laicos? Pierre Langeron Reverendo Señor Cardenal, Monseñor, querida Ewa, querido(a)s, amigo(a)s, Con ocasión de Pentecostés, el periódico católico francés La Croix publicó un dossier que tenía por tema: «Estos laicos que hacen funcionar la Iglesia». Y debajo del título en primera página, una enorme fotografía : una mujer anciana que, desde hace 25 años, precisa, prepara un bonito ramo de flores y lo coloca ante el altar mayor de una iglesia vacía... Conflicto de fotografías. ¿Es la respuesta a la cuestión que se nos ha planteado esta tarde ? ¿Es el servicio que la Iglesia espera de los laicos ? Y yendo hasta lo absurdo: ¿se puede imaginar una Iglesia sin laicos ? Hace algunos años, en Florencia, en la Galería de los Uffizi, un pequeño cuadro medieval llamó mi atención, con un título que decía más o menos: la ciudad ideal. Se contemplaba una bella ciudad con sus casas y su Iglesia, en un campo apacible; hombres y mujeres ocupados en actividades ordinarias de la ciudad terrestre: labradores en los campos, artesanos en sus talleres, mujeres en la cocina. Todo respiraba serenidad y armonía, en una dulce luz dorada. Un bello cuadro, sí; una ciudad completamente cristiana, como algo perfecto. Sólo una pequeña precisión: allí sólo había monjes y religiosos... ¡Qué imagen sorprendente de una Iglesia... sin laicos, y sin posteridad ! Ahora bien, una Iglesia sin laicos es como una escuela sin alumnos, o como un hospital sin enfermos. Abandonada esta ilusión simbólica de un artista de la Edad Media, regresamos a esta evidencia : existen laicos en la Iglesia. Y ya que se trata de examinar cómo los laicos pueden servir a la Iglesia en cuanto laicos, comencemos observando nuestra asamblea. Está compuesta casi exclusivamente de laicos. Sí, los miembros de Institutos Seculares son y permanecen laicos. Recuerdo con agrado la excelente fórmula de nuestro viejo amigo Monseñor Dorronsoro: «plenamente laicos y plenamente consagrados ». Nosotros no somos laicos a mitad, no somos consagrados a mitad. Es la gran «revolución» de la Provida Mater, para usar los términos del Padre Beyer. En realidad, hasta entonces un laico que se comprometía en la vida consagrada, abandonaba su estado de laico y se convertía en religioso; no se podía ser laico y consagrado, se era uno o lo otro. Desde 1947 en nuestros Institutos, es posible ser laico y consagrado, comprometerse en la vida consagrada sin tener que abandonar el estado laical. Pablo VI habló de «la doble realidad de vuestra configuración»[1]. 1 Laico al 100%, y consagrado al 100% ; es la maravilla de nuestra vocación, y tanto peor para los matemáticos. Ser laico no es solamente una manera de vivir, como un religioso que ejercería una profesión secular y viviría en las condiciones ordinarias del mundo. Pablo VI lo explicó : «Vuestra condición existencial y sociológica se convierte en vuestra realidad teológica y en vuestro camino para realizar la salvación » . Somos plenamente laicos y plenamente consagrados. No es seguro que en la Iglesia, en nuestras parroquias, y quizás en nuestros Institutos, esta verdad ontológica se comprenda siempre bien, ni tampoco que la vivan bien algunos de nuestros miembros. Acumular dos estados de vida no es, por otra parte, una novedad en la Iglesia: es algo evidente a todos, y desde hace tiempo, un sacerdote que se compromete en la vida consagrada permanece plenamente sacerdote siendo plenamente franciscano, jesuita u oblato de María Inmaculada. Lo testimonian los sacerdotes en nuestra asamblea, que son miembros de Institutos Seculares clericales : son plenamente sacerdotes y plenamente consagrados : su consagración no disminuye en absoluto su estado clerical. Después de haber recordado brevemente algunos elementos de nuestra vocación, podemos abordar el meollo de nuestro tema: «¿Cómo estar al servicio de la Iglesia como laicos y en cuanto laicos? ». La materia es inmensa, y yo no soy ni teólogo, ni historiador, ni sociólogo, sino solamente jurista, profesor de derecho público en la Université d'AixMarseille, en Francia, muy comprometido en mi Universidad, pero también en las parroquias, en mi diócesis y en las obras sociales o educativas de la Iglesia. He vivido asimismo como una gran gracia mi participación durante nueve años en la Oficina de la Conferencia Nacional de Institutos Seculares de Francia, lugar de comunión fraterna y de intercambios constructivos, así como órgano motor de numerosas realizaciones a servicio de nuestros Institutos. Nuestro tema es como una gran montaña: se puede fotografiar bajo muchos aspectos sin que se logre agotar. Nuestros Congresos han desarrollado ampliamente algunos de estos aspectos, como la presencia en el mundo y la secularidad. Otras Conferencias, por otro lado, han tenido en cuenta el tema general de nuestro Congreso : « A la escucha de Dios en los surcos de la historia : la secularidad habla a la consagración ». Además, teniendo en cuenta el tiempo que se me ha concedido, y para no cansar vuestra atención en esta tarde calurosa de verano, quisiera sencillamente tratar, juntamente con vosotros, algunos puntos que, en el contexto actual, parece que merecen una atención particular y una mayor claridad. Los reuniré en torno a dos sencillos ejes: los laicos y la Iglesia primero, y a continuación los laicos y la misión de la Iglesia, haciendo referencia sobre 2 todo a la enseñanza del Concilio Vaticano II, del que celebramos con alegría el 50 aniversario . I / LOS LAICOS Y LA IGLESIA El primer punto de esta conferencia tendrá como centro la Iglesia, y el lugar de los laicos en la Iglesia. No soy teólogo; no me arriesgaré, pues, a realizar análisis teóricos, pues superarían ampliamente mis competencias, y me limitaré, pues, a algunos textos esenciales del Vaticano II. Para comprender cómo los laicos están llamados a servir la Iglesia, es necesario considerar una cuestión previa y fundamental : ¿cómo servimos la Iglesia : desde el interior, o desde el exterior ? O más concretamente, ¿cuál es nuestro lugar exacto como laicos con relación a la Iglesia ? ¿Somos sólo usuarios exteriores de los servicios espirituales y materiales que nos ofrece la Iglesia ? ¿O somos, más bien, actores en la Iglesia, aportando a la misma una contribución específica ? Para responder mejor a esta cuestión, os propongo realizar nuestra reflexión en cuatro tiempos. ¿Qué quiere decir para un laico: servir la Iglesia en cuanto laico ? Para comprender bien la cuestión, comenzamos lógicamente preguntándonos qué significa el término «servicio». ¿Qué nos enseña la etimología ? La palabra service en francés, service en inglés, servizio en italiano o servicio en español, procede del latín « servus », que quiere decir : esclavo. El aspecto pasivo es muy claro: servir, obedecer. El alemán también está cerca, pero con una etimología diferente: Dienst y bedienen. Hoy día, este significado original todavía se usa en la lengua corriente : se habla con gran facilidad del personal de servicio, de una entrada de servicio, de la calidad del servicio en un restaurante, o también del « servicio militar » (Wehrplicht en alemán, con la añadidura de la dimensión del deber que se ha de cumplir). En esta primera perspectiva, el laico a servicio de la Iglesia, aparece en primer lugar como aquel que obedece a las autoridades de la Iglesia. Sigamos el análisis de la palabra «servicio ». El término servus se ha enriquecido de otros sentidos nuevos, como sucedió con muchos otros en tiempos del imperio romano de Oriente, que se hizo oficialmente cristiano después del edicto de Tesalónica en el 380. Así como imperium se convirtió en ministerium (de ahí el calificativo de ministerios en la Iglesia, por ejemplo), así el servitium se convirtió en una función, en una responsabilidad al servicio de otros. Hoy día, por ejemplo, se habla sin equívocos de servicio público: el de la educación, de la salud, del 3 transporte, etc.; servicio público significa antes de nada servicio de lo público, ¡aunque, lamentablemente, no siempre es verdad en la práctica! En esta segunda perspectiva, el laico al servicio de la Iglesia asume una función activa en beneficio de otros miembros de la comunidad de creyentes. La palabra « servicio » tiene, pues, dos significados, que es necesario conocer y distinguir bien. Tomemos el ejemplo de una escuela: los hijos y sus padres son generalmente consumidores de la formación que se da y de los servicios que se ofrecen. Pero en ciertos países y en ciertas culturas, los padres y las autoridades locales, a veces también los hijos, son actores de la escuela, asociados a las elecciones pedagógicas, culturales e incluso económicas. Se trata menos de un reparto de la autoridad, que de una participación en su ejercicio, con una contribución específica. Los laicos y la estructura de la Iglesia En un segundo momento de nuestra reflexión, y partiendo de los dos sentidos de la palabra « servicio », preguntamos cuál es la Iglesia a la que los laicos están llamados a servir en cuanto laicos. En la Constitución dogmática Lumen Gentium, la Iglesia se presenta en primer lugar como un misterio, con imágenes que pueden ayudar a ilustrarlo: edificación, templo, redil, familia, campo de Dios, etc. La iglesia se presenta también como pueblo de Dios, la multitud de hombres que creen en Cristo (christifideles) y que han sido bautizados. La Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, una comunidad espiritual de fe, esperanza y caridad. Pero es también una asamblea visible, una sociedad organizada según un principio jerárquico : «Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo (...), a fin de que todos cuantos pertenecen al Pueblo de Dios (...) alcancen la salvación (...)» . Encontramos aquí el aspecto más conocido y más visible de la Iglesiainstitución : la distinción de clérigos y laicos. Todos sabemos que el conjunto de los clérigos está estructurado en tres niveles: en primer lugar el colegio de los obispos, con su cabeza el Papa; después los sacerdotes, que son los colaboradores de los obispos en el ejercicio de su cargo; y finalmente los diáconos. Todos los demás miembros de la Iglesia son laicos. Ya clérigo, ya laico : sive clericos, sive laicos, según la forma tradicional. Un laico es, pues, aquel que no es clérigo. Esta definición negativa del laico justifica cierta visión clerical de la Iglesia, que ha marcado siglos de nuestra historia: la Iglesia, la constituyen en primer lugar 4 y sobre todo los clérigos. El lenguaje corriente ha conservado, por otra parte, numerosas huellas: en francés, por ejemplo, todavía se habla con facilidad de «persona de Iglesia» o de «bienes de Iglesia ». Y en algunas asambleas dominicales, la oración universal menciona a la Iglesia y sus pastores, después a los fieles, como si los fieles no fueran también Iglesia. Este planteamiento institucional ha engendrado una extraña VISIÓN de la Iglesia, la imagen de una construcción original. En primer lugar, una pirámide, bien estructurada, con los tres niveles que hemos recordado. En la base de esta pirámide y distinta de ella, la masa informe de los fieles. Finalmente, y al lado, en una situación un poco compleja, el conjunto de religiosas y religiosos. De aquí este lugar de los laicos en la Iglesia, que un Papa había resumido claramente: «Nadie puede ignorar que la Iglesia es una sociedad desigual, en la que Dios ha destinado a unos a mandar y a otros a obedecer. Los primeros son los clérigos, y los segundos son los laicos». Estas palabras son de Gregorio XVI, en la mitad del siglo XIX. Expresan muy bien, para los laicos, el primer sentido de la palabra «servicio » que nosotros hemos puesto de relieve: servir es obedecer. En esta lógica, el servicio de los laicos se reduce al servicio de la institución Iglesia; lo que muchos sociólogos han podido llamar clericalismo. A partir de la Edad Media occidental, los mismos Papas han reivindicado esta autoridad primera de los clérigos sobre los laicos y sobre toda la sociedad civil. La mejor ilustración de ello ha sido dada por «la teoría de las dos espadas», en parte inspirada por San Bemardo: «En la Iglesia y en su poder, hay dos espadas (es decir, dos poderes), el espiritual y el temporal. Ambos son poder de la Iglesia. El primero debe ser utilizado por la Iglesia, y el segundo para la Iglesia. Uno por el sacerdote, y el otro por el rey y el soldado, pero de acuerdo y por orden del sacerdote» . Estas palabras muy oficiales del Papa Bonifacio VIII, al inicio del siglo XIV, ilustran esta voluntad y, con frecuencia, esta práctica de la Iglesia de ejercer su poder sobre la sociedad temporal y sobre la actividad de los laicos. Aquí, la noción de obediencia es lo primero, la actividad de los laicos sólo se puede ejercer en el marco y bajo la autoridad de los clérigos. En filosofía política, este planteamiento medieval se ha calificado de «agustinismo político», seguramente refiriéndose a San Agustín, o más sencillamente de « sacerdotalismo ». Ha impregnado fuertemente nuestra historia y nuestra cultura en Occidente, incluso hasta nuestros días. He aquí algunos ejemplos : - durante la Edad Media, los Papas ponían y quitaban reyes y emperadores ; la historia de Alemania o de Sicilia, por ejemplo, ha estado profundamente marcada en este sentido; -entre los errores enumerados en 5 1864 por el bienaventurado Papa Pío IX en el célebre Syllabus: toda separación entre la Iglesia y el Estado está condenada, porque la Iglesia perdería entonces su poder y su influencia sobre el Estado (no. 55); -la sociedad de Québec vivió durante mucho tiempo en la estrecha dependencia del clero, incluso en las cuestiones estrictamente personales y familiares ; este largo período a veces se critica hoy día como «el tiempo de la grande negrura»; - en la Italia de la post guerra, caracterizada por la existencia de dos grandes partidos, la Democracia cristiana y el Partido comunista, los obispos no dudaban en iluminar a sus fieles recordándoles con insistencia, en el momento de las elecciones, que estaban en una democracia y que ellos eran cristianos...; -es preciso recordar, finalmente, que la tarea de la catequesis ha sido durante mucho tiempo monopolio de clérigos y religiosos, los laicos no se juzgaban seguros, aunque estuvieran bien formados. Se podría añadir todavía que hoy, en algunos países de vieja cristiandad, en los que la importancia de la Iglesia continúa disminuyendo, se constata como una vuelta de este clericalismo. Para algunos jóvenes sacerdotes por ejemplo, es una respuesta comprensible a la necesidad de reforzar una identidad amenazada. Para otros, a veces, alimenta la esperanza de un regreso a una pirámide de autoridad, en la que los laicos se convertirían en fieles ejecutores. Se observa finalmente que esta visión clerical de la Iglesia ha sido diversamente actuada en los países en los que el cristianismo se implantó más tarde. Con frecuencia los misioneros occidentales la han llevado con ellos por convicción o por necesidad. Por el contrario, a veces han sido los laicos los que han llevado la llama de la Iglesia durante más tiempo, como en Corea o Japón. Sea como sea, una de las primeras tareas de los laicos sigue siendo comprometerse en las diversas actividades de sus parroquias, de sus diócesis y de sus movimientos. ¿Pero este servicio es el único y el más importante para un laico? Los laicos y la Iglesia según el Vaticano II Hemos recordado, al inicio, los dos sentidos de la palabra servicio, y acabamos de ver una ilustración limitadora. Consideremos ahora la verdadera eclesiología que el Concilio nos recuerda con claridad. En la Lumen Gentium, en efecto, el principio de la constitución jerárquica de la Iglesia ciertamente se recuerda, pero se aclara, interpreta, como una comunión de servicios entre los clérigos y los laicos. Por una parte, «los ministros que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos» . Por otra parte, los laicos están al servicio de toda la Iglesia: «Los sagrados 6 Pastores reconozcan y promuevan la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gustosamente a su prudente consejo, encomiéndenles con confianza cargos en servicio de la Iglesia y denles libertad y oportunidad para actuar ( ... ) » . La pirámide existe ciertamente; pero se sitúa en un marco de relaciones y de servicios recíprocos. El bienaventurado Juan Pablo II desarrolló claramente esta imagen de la Iglesia comunión en su Exhortación sobre los laicos : «La comunión eclesial se configura, más precisamente, como comunión orgánica, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En efecto, está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de vocaciones y condiciones de vida, de ministerios, de carismas y de responsabilidades. Gracias a esta diversidad y complementariedad, cada fiel laico se encuentra en relación con todo el cuerpo y le ofrece su propia aportación» . Para nosotros, miembros de Institutos Seculares, Pablo VI comentaba también: «Los Institutos Seculares se deben encuadrar en la perspectiva que el Concilio Vaticano II ha definido para presentar la Iglesia: como una realidad viva, visible y espiritual en su conjunto, (...) compuesta de muchos miembros y órganos diversos, pero íntimamente unidos y que se comunican entre sí, participando en la misma fe, en la misma vida, en la misma misión, en la misma responsabilidad, y, sin embargo, distintos por un don, un carisma particular del Espíritu vivificador (...) » . A esta comunión de vocaciones y de servicios, la Lumen Gentium añade la igualdad de todos los fieles de Cristo : «El Pueblo de Dios, por Él elegido, es uno (...). Es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección. (...) Existe una auténtica igualdad entre todos » . Comunión de servicios, igualdad de todos los fieles; queda la misión de la Iglesia. El decreto conciliar sobre el Apostolado de los laicos explica: «En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los laicos, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo » . Los laicos, pues, como los clérigos, están plenamente al servicio de la misión de la Iglesia en el mundo, cada uno según su estado. Volveremos sobre el particular en la segunda parte de esta conferencia. Una última observación sobre esta relación entre los diversos 7 miembros de la Iglesia. Es necesario reconocer que la eclesiología renovada del Vaticano II ha engendrado a su vez excesos, en una dirección opuesta a los excesos precedentes. Olvidando la estructura jerárquica de la Iglesia o minimizándola, algunos laicos han laicizado de alguna manera la Iglesia, y han llegado a afirmar, por ejemplo, en Austria: «wir sind die Kirche»; traduzco: nosotros los laicos somos la Iglesia. Dicha reivindicación está completamente equivocada: ¡no hay Iglesia sin clérigos! Con mucha finura y habilidad, el santo Padre Benedicto XVI respondió en su último viaje a Alemania : «wir alle sind die Kirche» ; traduzco : ¡todos nosotros somos la Iglesia, laicos y clérigos! A un nivel más modesto, se puede encontrar la misma desviación en parroquias, y yo conozco en Francia algunas en las que el párroco no decide absolutamente nada sin el acuerdo de los laicos: es toda la comunidad la que ejerce la responsabilidad pastoral y material. Es necesario admitir que la grave penuria de vocaciones favorece a veces estas soluciones alternativas. Existen también parroquias y diócesis inmensas en ciertos continentes, que tienen muy pocos sacerdotes: se puede comprender la asunción de responsabilidades pastorales más grandes por parte de los laicos, y también por parte de miembros de Institutos Seculares. ¿Es necesario preocuparse mucho por estas prácticas ? Existe en sociología una ley de buen sentido, la ley del balancín: un movimiento excesivo en un sentido engendra un movimiento casi también excesivo en el otro sentido; con el tiempo, el balancín se acerca poco a poco al equilibrio. Quizás es necesario que este movimiento se invierta para evitar volver demasiado atrás. Los tria munera Para comprender bien el lugar y el servicio de los laicos en la Iglesia, nos falta por ver un aspecto esencial que los especialistas llaman: los tria munera. En efecto, por su bautismo los laicos participan de la triple función de Cristo y de la Iglesia: función sacerdotal, función profética y función real . ¿De qué manera? El Vaticano II y la Exhortación de Juan Pablo II sobre los laicos lo precisan: -La función sacerdotal; «Todas las obras de los laicos, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida - si se sobrellevan pacientemente - se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo, que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor. De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios » . Seleccionemos los tres componentes: lugar central de la Eucaristía, dimensión espiritual de toda la vida ordinaria, y, 8 finalmente, consecratio mundi, la consagración del mundo; este concepto clave ilumina toda nuestra vida y nuestra misión de laicos en la Iglesia; lamentablemente se conoce poco y no siempre se comprende bien. Para nosotros, miembros de Institutos Seculares, Pablo VI explicaba: «Un campo inmenso se abre a vuestra doble misión: por una parte vuestra santificación personal, es decir vuestra alma, y por otra parte la consecratio mundi, tarea muy delicada y atrayente, como bien lo sabéis vosotros; es decir el campo del mundo; del mundo humano, tal como es, con su inquieta y seductora actualidad, con sus virtudes y sus pasiones, con sus posibilidades para el bien y su gravitación hacia el mal» . -La función profética : los laicos la ejercen en primer lugar con el testimonio de su vida, «para que la virtud del Evangelio brille en su vida diaria, familiar y social» . La ejercen también con la palabra en su familia, en su ambiente de trabajo y en los diversos compromisos sociales y pastorales ; de esta forma los laicos pueden participar plenamente en las actividades de catequesis, una vez formados debidamente. Pueden, finalmente, asumir tareas de acompañamiento espiritual, tarea que no está reservada a los clérigos: piénsese en primer lugar en todas las religiosas que tienen responsabilidad en sus congregaciones, pero también en laicos como Chiara Lubich en Italia, fundadora de los focolares, como Marthe Robin en Francia, fundadora de los Hogares de caridad, o como Jean Vanier en Canadá, fundador del Arche. -La función real : corresponde a los laicos contribuir a establecer el Reino de Dios en el mundo. «Igualmente coordinen los laicos sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan y no obstaculicen la práctica de las virtudes. Obrando de este modo, impregnarán de valor moral la cultura y las realizaciones humanas. Con este proceder simultáneamente se prepara mejor el campo del mundo para la siembra de la palabra divina, y a la Iglesia se le abren más de par en par las puertas por las que introducir en el mundo el mensaje de la paz » . Para concluir este primer punto sobre los laicos y la Iglesia, conviene recordar que ser laico, no es solamente una condición sociológica o un simple estado de hecho en la Iglesia. En la Exhortación apostólica Christifideles laici, el bienaventurado Juan Pablo II desarrolla una magnífica teología del laicado. Utilizando la parábola evangélica de los obreros de la viña, comienza subrayando que el estado laico no es un estado por defecto (es laico quien no es clérigo), sino un estado positivo en el que cada uno recibe una llamada particular por parte del Dueño de la viña: «todos están llamados a trabajar en la viña». Existe ciertamente una 9 vocación laica, así como una vocación sacerdotal o religiosa. Dios dirige esta vocación a todos los laicos; y es necesario saberlo, comprenderlo y responder enseguida. ¿Tenemos suficiente conciencia de esta vocación, también en nuestros Institutos? ¿Se podría incluso sugerir que a continuación del año sacerdotal, que se celebró ampliamente en 2009 / 2010, haya pronto en la Iglesia universal un año del laicado ? ¿Qué pensáis ? Este sería un proyecto que nuestros Institutos podrían apoyar... II Los laicos y la misión de la Iglesia Una vez examinado el puesto y el estatuto de los laicos en la Iglesia, podemos en un segundo momento de nuestra reflexión común interrogarnos sobre la parte de los laicos en la misión de la Iglesia. ¿Cuál es la especificidad y el objeto de su participación ? Y ¿cuál es la amplitud de su responsabilidad ? Una vez más os ruego que perdonéis mi incompetencia en materia de teología. También para expresar sencillamente la misión de Cristo y de la Iglesia en su importancia universal y cósmica, me limitaré a citar a San Pablo : el Padre « nos da así a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en Cristo se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra » . Éste es el gran misterio de nuestra fe cristiana: la obra de la redención y de la salvación. La misión de la Iglesia El Concilio explicita claramente esta misión de toda la Iglesia : «La obra de la redención de Cristo, que de suyo se refiere a salvar a los hombres, comprende también la restauración incluso de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico » . Este texto es esencial para nuestro tema. Está en el centro del Decreto sobre el Apostolado de los Laicos, en el número 5. Merece ser comentado detalladamente. Comencemos poniendo de relieve juntos su estructura : -En primer lugar, un fin: la obra de redención de Cristo ; se trata de la dimensión teleológica, y también aquí escatológica, de la misión de Cristo y de la Iglesia; no es un fin particular, sino un fin general, global, esencial. - A continuación, y para lograr este fin, dos caminos complementarios : la salvación de los hombres por una parte, y la restauración del orden temporal por otra; volveremos sobre este punto luego. - Finalmente, dos series de actores: el texto permite distinguir la responsabilidad respectiva de los clérigos y de los laicos : corresponde en primer lugar a los clérigos anunciar a los hombres el mensaje de Cristo y su 10 gracia, mediante la predicación y los sacramentos; y a los laicos corresponde en primer lugar impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico. Este mismo texto nos permite a continuación profundizar el servicio que los laicos pueden asumir en la Iglesia. Tomaré aquí tres elementos útiles para nuestra reflexión. I/ La misión común de toda la Iglesia: existe una sola misión, pero tiene dos objetos distintos. Los campos y los medios son diversos, pero existe un único fin. El decreto sobre el Apostolado de los Laicos precisa a este respecto: « Por más que estos dos órdenes sean distintos, se compenetran de tal forma en el único designio divino, que el mismo Dios quiere hacer de todo el mundo una nueva creación en Cristo, incoativamente aquí en la tierra, plenamente en el último día » . Parece, pues, claro. Pero en el tiempo y en el espacio, la misión de la Iglesia no siempre se ha percibido de esta forma. Por ejemplo, en los últimos siglos la Iglesia católica ha encontrado mucha hostilidad: persecuciones en Japón, en Vietnam o en China, Revolución francesa, Kulturkampf alemán, guerra de los Cristeros en México, antic1ericalismo italiano, guerra de España, etc. Con frecuencia la Iglesia se repliega en su misión espiritual: la liturgia, los sacramentos, la oración y las devociones, las peregrinaciones, la moral personal, familiar y sexual. Un gran jesuita, Michel de Certeau, ha hablado de una «Iglesia fuera de la historia » - esto era menos cierto en los países de misión. Este planteamiento limitativo de la vida cristiana todavía existe. Hoy, por ejemplo, se encuentran en varios continentes numerosas poblaciones muy creyentes y practicantes, pero que a veces reducen su vida cristiana a esta dimensión demasiado exclusivamente espiritual y sacramental. El mes de marzo del 2012, en el avión que lo llevaba a México, nuestro Papa Benedicto XVI evocó esta situación. Con la gran valentía de la verdad que lo caracteriza, se atrevió a calificarla de esquizofrenia: «Se nota en América Latina, pero también en otras partes, cierta esquizofrenia en algunos católicos entre moral individual y moral pública. En la esfera privada, son católicos y creyentes a título personal. Pero en la vida pública siguen otros caminos que no corresponden a los grandes valores del Evangelio, necesarios para la fundación de una sociedad justa. Por consiguiente, es necesario educar a superar esta esquizofrenia, a educar no sólo a una moral individual, sino también a una moral pública, y es lo que nosotros tratamos de hacer con la doctrina social de la Iglesia » . Permitidme que traiga un ejemplo personal. Un miembro de mi Instituto es de Filipinas. Trabaja en Manila en una gran empresa. Esta 11 empresa fue objeto un día de un control fiscal y debió pagar una multa bastante grande. El inspector le dijo claramente que podía anular esta multa, si se le pagaba discretamente, en billetes de banco, una cantidad a negociar. Insistió durante bastante tiempo; finalmente, se puso nervioso y dijo: « ¡es necesario concluir antes de 17 horas, porque después yo voy a la Iglesia para el Via Crucis y para la Misa»...! Para ayudar a precisar la misión de la Iglesia y, por tanto, la de los laicos, el Concilio toma de nuevo el tema de San Agustín y recuerda claramente esta «compenetración de la ciudad terrestre y de la ciudad celeste » : « El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. ( ... ) No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios ( ... ) » . El texto anima a continuación a los cristianos a realizar una síntesis vital entre los dos campos, espiritual y temporal. La Iglesia y su misión sólo pueden comprenderse en la perspectiva de la Encarnación 2/ La salvación de los hombres: detrás de la banalidad aparente de esta expresión muy conocida, hay una gran verdad que el Concilio ha aclarado. En efecto, hasta entonces era habitual en la Iglesia hablar de almas más que de hombres. ¿Habéis notado esta pequeña diferencia en las palabras? Antes se decía fácilmente que era necesario salvar las almas, llevar las almas a Dios, etc. Desde el Vaticano II, la Iglesia habla sobre todo de hombres. Porque entra toda la antropología cristiana en esta cuestión de vocabulario. La Iglesia recuerda con fuerza que el hombre es « una unidad de cuerpo y alma » Es quizás el bienaventurado Juan Pablo II quien mejor ha expresado este misterio, con la fuerza y el poder habitual de sus fórmulas. Desde su primera encíclica, Redemptor hominis, destaca en un sólo párrafo : «se trata del hombre real, del hombre concreto, histórico, del hombre entero, de todo el hombre, del hombre en su plena dimensión, en toda su verdad, en su realidad humana, éste es el camino de la Iglesia » . Para medir bien el alcance de esta observación, mencionaré con agrado dos ejemplos un poco extremos ; pero por esta razón son muy reveladores. Hace algunos años en una revista católica, se descubrió la actividad de una congregación misionera en Calcuta a finales del siglo XIX. Tenía como misión principal bautizar a los niños que morían en las calles. De los informes redactados para la casa general, se mencionaban regularmente el número de niños que así habían sido enviados al paraíso. 12 Sí, las almas estaban salvadas. Pero yo me pregunto si no era necesario salvar en primer lugar los cuerpos y alimentar a estos niños. Un siglo más tarde, la bienaventurada Madre Teresa de Calcuta no trataba de bautizar a todos los moribundos que ella acogía; los asistía en Kalighat. Segundo ejemplo extremo: No hace mucho tiempo, en la capellanía universitaria en la que yo trabajo desde hace más de 25 años, un estudiante muy creyente manifestó su posición sobre los jóvenes afectados por SIDA: «han pecado, que se confiesen, y que le vamos a hacer si mueren: sus almas se salvarán ». Palabras terribles de alguien encerrado en sus convicciones, y que cortan como una hoja de cuchillo. Es, pues, «el hombre, todo el hombre », para tomar la célebre fórmula de Pablo VI , a quien la Iglesia debe tener en cuenta y que es el objeto de su misión y de su caridad pastoral. 3/ Perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico: el texto que comentamos indica tres campos para la misión de la Iglesia -difundir la gracia de Cristo: mediante el medio principal de los sacramentos; esta participación en la función sacerdotal de Cristo corresponde evidentemente a los clérigos; - anunciar a los hombres el mensaje de Cristo: esta participación en la función profética de Cristo es compartida entre los clérigos y los laicos; - restaurar todo el orden temporal e impregnarlo y perfeccionarlo con el espíritu evangélico: esta participación en la función real de Cristo corresponde exclusivamente a los laicos. Este último punto alimentará todavía nuestra reflexión ; merece a su vez algunos desarrollos. El Concilio explica: «Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal ( ...) Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado » . Para Dios, para la Iglesia y para cada uno de nosotros, el mundo tiene, pues un valor propio. ¿Somos suficientemente conscientes de ello ? La Iglesia ha percibido el mundo, demasiado frecuentemente de forma negativa, como el reino del demonio y del pecado: « Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros; vosotros no sois del mundo, por eso os odia el mundo (...) el príncipe del mundo está juzgado » . Sin olvidar que el mismo San Juan nos dice también : « Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en El 13 no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él » . Desde su introducción, la constitución Gaudium et Spes nos invita a esta visión grandiosa y magnífica del mundo que reconcilia estos dos aspectos : «Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive. ( ...) El mundo esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación» . Esta perspectiva destacada por el Concilio aclara en profundidad la responsabilidad particular de los laicos en la Iglesia : «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. ( ... ) Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. ( ...). Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor » . La doctrina social de la Iglesia ¿Cómo, pues « restaurar el mundo según el Evangelio », para tomar de nuevo la bellísima fórmula del bienaventurado Juan Pablo II? Si el Magisterio cita en primer lugar la vida familiar y la esfera de la vida privada de cada uno de nosotros, insiste igualmente en su aspecto colectivo, social -en el sentido amplio. Y aquí es preciso mencionar el papel y la importancia de la doctrina social de la Iglesia. En realidad, desde hace más de un siglo, la Iglesia, madre y educadora, Mater et Magistra, como afirmaba el bienaventurado Papa Juan XXIII, ilumina nuestra mirada y orienta nuestra acción de laicos en el mundo. Esta enseñanza ha estado marcada en sus inicios por la encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1891. Y a continuación se ha desarrollado considerablemente. Abarca hoy día casi todos los aspectos de la vida en sociedad : el trabajo, la paz y el desarrollo, los derechos de la persona, el desorden del comercio internacional y de la finanza mundial, la protección del medio ambiente, etc. Su expresión más reciente es la gran encíclica del Papa Benedicto XVI: Caritas in Veritate. No se trata de examinar detenidamente esta tarde juntamente con 14 vosotros este inmenso tesoro. Pero para enriquecer nuestra reflexión sobre la misión de los laicos en la Iglesia, citaré sencillamente la definición sintética de toda esta enseñanza: «La doctrina social de la Iglesia propone principios de reflexión, extrae criterios de juicio, da orientaciones para la acción » . Tomemos cada uno de estos tres elementos: -La Iglesia propone principios de reflexión: la Escritura y la Tradición de la Iglesia nos ofrecen principios seguros y fundamentales, como la dignidad de la persona humana, las exigencias de la justicia, de la verdad y de la caridad, la busca del bien común, etc. Encontramos expuestos estos principios en grandes documentos, como Pacem in Terris, Populorum Progressio, Laborem Exercens, Evangelium Vitae, etc. -Aplicados a situaciones concretas, estos principios permiten extraer criterios de juicio. Pío XI por ejemplo, en el sombrío contexto de 1937, analiza los fundamentos del comunismo y del nacionalismo (Divini Redemptoris y Mit brennender Sorge). Después de la caída del muro de Berlín y el derrumbamiento del bloque soviético, el bienaventurado Juan Pablo II propone su análisis de la nueva situación mundial (Centessimus Annus, 1991). Nuestro Papa Benedicto XVI presenta en 2009 un análisis valiente y lúcido de los excesos del capitalismo mundial y del individualismo liberal, y sus consecuencias (Caritas in Veritate ). -El Magisterio dona finalmente orientaciones para la acción. En situaciones concretas, las autoridades pueden invitar a los cristianos a actuar juntos en un sentido determinado. Pensemos en la extraordinaria resistencia de la Iglesia de Polonia en tiempos del comunismo, bajo la dirección del Cardenal Vizinsky. Pensemos en la lucha contra las leyes que favorecen el aborto o el matrimonio homosexual, en España y en otras partes. Pensemos en el combate contra la corrupción, las injusticias y la droga, en muchos países del mundo. Esta doctrina social de la Iglesia aclara y orienta la misión de los laicos en el mundo; pero no la determina. En realidad, no existe un régimen político cristiano, una economía cristiana, una pedagogía o una medicina cristiana. Pero existe una manera cristiana de hacer política, economía, pedagogía o medicina. ¿Habéis observado los tres verbos utilizados en esta definición? « proponer », « extraer », « donar ». No so imperativos. Por el contrario, abren a la diversidad de respuestas posibles, al pluralismo que no siempre ha sido bien aceptado en la práctica de los cristianos. ¡Y con todo! Hace un siglo y medio, por ejemplo, en una Francia muy monárquica, se les prohibió a los católicos apoyar una República heredada de la Revolución; en la misma época en Italia, se les prohibió a los católicos apoyar la monarquía que acababa de anexionarse Roma. O todavía, durante 15 la segunda guerra mundial en Europa, había obispos y católicos en los dos campos. Así mismo hoy día, si la Conferencia Episcopal de Estados Unidos ha tomado una posición contra las armas nucleares, quizás es la única. Este pluralismo de posibles elecciones aclara la responsabilidad personal de cada laico en el mundo, un campo en el que el Concilio reconoce la justa autonomía de las realidades temporales: «Una tal exigencia no sólo la reclaman imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador» . Libertad y responsabilidad de los laicos. Pablo VI lo recordaba a los miembros de los Institutos Seculares : « La primera actitud que se ha de tener ante el mundo es el respeto de su autonomía legítima, de sus valores y de sus leyes » . Pero esta autonomía no significa independencia : las cosas creadas dependen de Dios, y los hombres no pueden disponer de ellas según su capricho, sin referencia al Creador. Asimismo, no pueden comprometerse en un camino que sería contrario a las exigencias de su fe . Y desde entonces, ¿cómo efectuarán los laicos sus elecciones y decidirán sus acciones en el mundo ? El Concilio responde: «A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso espiritual. Pero no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplan más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio » . Para ejercer mejor su misión en la Iglesia, los laicos tienen dos instrumentos, dos brújulas : -un instrumento objetivo para iluminarlos intelectualmente : es la doctrina social de la Iglesia ; el bienaventurado Juan Pablo II ha hecho de la misma uno de los tres pilares de toda formación seria de los laicos, juntamente con la formación doctrinal y la formación espiritual ; un instrumento sujetivo para iluminarlos espiritualmente: es su conciencia. Es una exigencia esencial para la misión de los laicos en la Iglesia, pues no es necesario ser creyente para practicar esta Doctrina social. La constitución Gaudium et Spes describe así la conciencia, inspirándose en el bienaventurado John Henry Newman : « La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella». Para obedecer a su conciencia, el laico debe aprender también a discernir la voz de Dios en el silencio interior. No puede asumir su misión en la Iglesia sin desarrollar su propia interioridad en el secreto de la oración; no puede asumir su misión en la Iglesia sin desarrollar su propia interioridad en el secreto de la oración; no puede servir a Dios en el mundo 16 si, en la fe, no escucha, en primer lugar, la voz de Dios en la franqueza de la oración. Porque los laicos – que se espera sean creyentes – son ante todo instrumentos vivos y colaboradores del Espíritu Santo, el único verdadero maestro y agente de la misión. A este punto es hora de concluir esta demasiado larga intervención. Subrayaría antes una evolución semántica que discretamente se ha producido. En realidad, yo he partido del tema propuesto: « el servicio de la Iglesia como laicos y en cuanto laicos» ; después este tema progresivamente se ha convertido en « la misión de los laicos en la Iglesia»: la misión es más rica de sentido que el servicio; y «de la Iglesia» se ha convertido de forma más explícita: «en la Iglesia ». Y esto ya es una manera de responder al interrogante que se nos planteó. Por otra parte, y para subrayar la urgencia del compromiso de los laicos en la misión de toda la Iglesia, traeré a la memoria un breve recuerdo personal. Hace unos veinte años trabajé un semestre en la Universidad de Tübingen, en Alemania. Durante la Cuaresma, todas las Iglesias presentaban fijada en el muro la siguiente bella frase con grandes caracteres : « Gott hat keine Bande, nur deine », Dios tiene solamente tus manos; ¡qué invitación! A su manera, ya San Ignacio de Loyola nos invitaba a «rezar a Dios como si todo dependiera de Él, y a actuar como si todo dependiera de nosotros ». Así mismo, el bienaventurado Juan Pablo II dirigiéndose a los laicos: «Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso» . Nosotros aquí, como miembros de Institutos Seculares, dejemos resonar en nosotros las siguientes fórmulas de Pablo VI , que conocemos perfectamente y que resumen muy bien nuestro ideal : -«alpinistas espirituales » ; -«en el mundo, no del mundo, pero para el mundo». -«ala avanzada de la Iglesia en el mundo»; -«laboratorio experimental en el que la Iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo». Finalmente, y ya que estamos en Asís, en proximidad fraterna con San Francisco, escuchemos una de sus oraciones a la luz de todo lo que se acaba de decir : Señor, ¡haced de mí un instrumento de de tu paz ! Que donde haya odio, ponga yo el amor. Donde haya ofensa, ponga yo el perdón. Donde haya discordia, ponga yo la unión. Donde haya error, ponga yo verdad. Donde haya duda, ponga yo la fe. Donde haya desesperación, 17 ponga yo esperanza. Donde haya tinieblas, ponga yo la luz. Donde haya tristeza, ponga yo alegría. ¡Gracias por vuestra paciencia y benévola atención! Nota de la CMIS: este texto es una traducción del original en francés. 18