138 Desde la segunda mitad de los años 90, he presenciado

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Mana Kuniyasu
Desde la segunda mitad de los años 90,
he presenciado escenas sorprendentes
en shows de artistas brasileños
promovidos en Tokio: la presencia
maciza de jóvenes japoneses, vestidos a
la manera de sus ídolos de día a día,
muchas veces importados de alguna
parte del mundo. El público
aparentemente poco tiene que ver con la
música y la cultura brasileñas. Jóvenes
del tipo raramente visto en estos shows
durante la década del ochenta, cuando
hubo una presentación intensiva de la
MPB en nuestro mercado.
El primer encuentro del Japón con la
música brasileña tuvo lugar en el remoto
año de 1964, cuando Sérgio Mendes y
Nara Leão excursionaron por aquí,
haciendo parte de un show de moda
patrocinado por una empresa privada, y
dando apertura al posterior proceso,
lento pero firme, de infiltración de la
“bossa nova”entre los japoneses.
La difusión en mayor escala se inició a
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partir del 79, con el bello espectáculo de
Elis Regina y Hermeto Pascoal que
entusiasmaron al público amante de jazz
norteamericano, participando del “Live
Under the Sky”realizado en Tokio, la
versión japonesa compacta del Festival
de Jazz de Montreux. Y la década
siguiente fue fuertemente marcada por
la expansión de la MPB que envió sus
portavoces para mostrar el trabajo, tales
como Gal Costa, Djavan, Clara Nunes,
João Bosco, Joyce, Gilberto Gil, Milton
Nascimento, Ivan Lins y muchos otros.
La primera y la única presentación del
maestro Antônio Carlos Jobim tuvo
lugar en el 86. El tercero y el último tour
de Elizete Cardoso sucedió en el 87. En
el final de la década la propia expansión
se diversifica extendiéndose al “pagode”,
el “choro”y el “samba” de la vieja guardia.
Una de las características de ese período
de difusión de la música brasileña sería
que el interés del público en general era
mercadológicamente formado en
Foto: Image Bank
La música
brasileña en Toquio
conexión con algún otro factor adicional, de preferencia
traído de los Estados Unidos, una referencia más familiar
para el público. Así, muchos artistas brasileños llamaron la
atención inicial de los japoneses por tener trabajo de
colaboración con los músicos europeos o norteamericanos, el
fenómeno que, en verdad, ya había sido observado junto a la
“bossa nova” de los años 60, presentada al Japón por las manos
de los jazzistas previsores.
Del jazz a la música brasileña rumbeó ese interés del público en
el correr de los años. Mismo que, bajo el rótulo inevitable de
“world music”que antecede a cualquier nombre específico de
país, región, raza o cultura, la búsqueda de horizontes
desconocidos de música siempre fue intensa hasta constituir una
masa apreciadora de elementos musicales típicamente
brasileños. Alias, el interés básico por la música brasileña de los
japoneses nunca tomó otra dirección, el hecho que explica su
relativa indiferencia en relación al rock brasileño de los ochenta,
a pesar de la intensidad con que se mostraba en la tierra de
origen.
En ese período, la platea de los shows de los artistas de la MPB
realizados en las grandes ciudades del Japón era compuesta más
o menos de las mismas personas. Era hasta interesante mirar al
público y siempre encontrar algunos espectadores, y en número
no muy pequeño, con quien pienso que ya me crucé en algún
lugar, independientemente de la capacidad de los locales de
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show. Las ubicaciones en los teatros eran de los pocos brasileños
residentes en el Japón y de los japoneses un poco más
numerosos, amantes de la música brasileña que acompañaban
con cuidado escasas noticias venidas del Brasil.
Sin embargo, esa situación poco estimulante para quien quería
que la música se difundiese en mayor escala y naturalidad, sufrió
cambios a partir de la última década. Hoy muchos artistas y
músicos brasileños atraen para sus presentaciones una masa de
jóvenes con apariencia roquera,“hip-hopper”,“rapper”,“clubber y
en fin; que no distinguen la música de esos artistas de las demás
importadas de los Estados Unidos, de Europa o de cualquier
otra parte del mundo. Y el público es, muchas veces, puramente
japonés cuando se trata de shows promovidos por agentes
japoneses. Esto es que, hay un relativo distanciamiento entre los
canales de promoción de los shows, aquellos desarrollados por
los japoneses y otros por los “dekasseguis”, los brasileños de
descendencia japonesa que comenzaron a llegar y residir en el
país después de la época de economía de alboroto, de la segunda
mitad de los 80 a los primeros años de los 90, formando grandes
comunidades.
Varias explicaciones pueden ser señaladas para ese cambio del
tipo de público en los shows promovidos por los agentes
japoneses: la aproximación de los artistas y músicos japoneses a
los elementos musicales brasileños tal como en el caso del
cantante compositor de rock Kazufumi Miyazawa; la mayor
facilidad de acceso a las informaciones culturales brasileñas
posibilitada por la presencia de las comunidades brasileñas en el
país; y la maduración del mercado fonográfico japonés. Pero la
razón decisiva que trajo la mayor infiltración de la música
brasileña, sería la transformación de la propia música que pasó a
tener la cara “planetaria”, en el sentido de la afirmación del
cantante y compositor Lenine.
Los artistas de la actual generación de punta de la música
brasileña llevan la ventaja de ser “antropofágica”de nacimiento.
Absorben diversos elementos, sea de la música universal sea de
la brasileña, y crean sus sonidos enteramente originales, con
mayor naturalidad. Quién reconoció la importancia del derecho
de ser así ventajoso y luchó para garantirlo fueron los artistas
más viejos, principalmente del movimiento tropicalista que, por
su vez, también usufructuaron del rico patrimonio musical
brasileño hasta entonces constituido. Y muchos de ellos, activos
en el escenario, continúan ejerciendo influencias directas para los
que están a venir. Gracias al clima cultural del Brasil que se
descarta del exceso de peso dado a la diferencia
de edad o de generación, lo que se observa entonces es una
cadena alimenticia extremamente compleja y rica en la
cual los agentes se influencian entre si, o se devoran, por lo
bueno que cada uno posee.
Por otro lado, existe la descentralización geográfica-económica
de la función emisora de la música en el Brasil, que está
contribuyendo para diversificar esa cadena alimenticia. Las
localidades anteriormente consideradas como culturalmente
marginales, tales como Salvador y Recife, se tornaron emisoras
de las informaciones musicales formadas a partir de la fuerte
tradición local. La música suministrada por esas ciudades sin
pasaje por los grandes centros nacionales, el eje Río-São Paulo,
llega con más frescura a la mesa de los oyentes del mundo entero
a la espera de platos nuevos. Esta tendencia descentralizadora
continuará recibiendo impulso, de la expansión de las redes
locales e internacionales de comunicación de alta velocidad.
Y el tercer factor fortificante de esa cadena alimenticia es la
diversificación de la creación en el seno de la música, como se ve
en los casos del “choro”y “samba” tradicionales que, además de
nunca morir parecen estar rejuvenecidos por contar con los
apreciadores y seguidores surgidos en las nuevas generaciones.
La misma cosa puede ser dicha en relación a los veteranos de la
“bossa nova” retomando sus carreras con nuevas grabaciones.
Todos esos fenómenos o tendencias suministran juntos, el
ambiente para la cohabitación de las vertientes más
diversificadas posibles de las músicas en el Brasil. O sea, el libro
de menú está repleto de platos que pueden satisfacer oyentes de
cualquier gusto, tanto en el interior del Brasil como en el
exterior. Y aún existe el espectacular hecho de que cada uno de
esos platos sea la especialidad de un determinado maestro. La
era no está siendo regida por un movimiento, como afirman
algunos músicos de Río de Janeiro, la ciudad donde la
multiplicidad de vertientes parece ser más nítida.
La ausencia de un movimiento centralizador en el escenario
musical brasileño y la consecuente diversidad y pluralismo hacen
que nosotros, los oyentes japoneses, recordemos de un hecho tal
vez ordinario para los otros pueblos: que el contexto social, racial
o cultural es un elemento constituyente de individuos y no de
conjuntos de personas. Ciertamente es eso que atrae a los
jóvenes que nacieron y crecieron oyendo el rock o pops
universales en la sociedad japonesa, más abierta para el mundo,
donde se preocupa dar mayor enfoque a la individualidad y no a
la unidad, un valor tradicionalmente respetado. El universo
musical del punto de vista de ellos, donde la música brasileña
está siendo insertada, es libre de barreras de género o de
movimiento. En él existe apenas la exposición y la expansión de
dos de las propiedades humanas, la creatividad y la
espontaneidad, que simplemente entusiasman a las personas con
sus trabajos de variedad interminable.
Y la fase pluralista de la música brasileña actual sin duda se
presenta como una referencia importante y preciosa, no apenas
para nosotros japoneses pero también para todos los que viven y
aman la música en este planeta, por poseer la fuerza suficiente
para procurar equilibrio con la tendencia de unificación de
valores que cada día más se intensifica en nombre de la
globalización. Una fuerza que no puede ser ejercida por
cualquier cultura musical, una vez que para eso es indispensable
tener la firmeza en sus propios valores constituyentes, o sea, la
tradición. Y la música brasileña tiene eso y mucho. Felizmente
para ella, y para nosotros oyentes.
Mana Kuniyasu – Nacida en el Japón, residió en São Paulo del 75 al 83, debido
al contrato de trabajo de su padre. Se formó en Ciencias Sociales por la
Universidad de São Paulo y trabaja actualmente como periodista, traductora y
intérprete en Toquio.
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