¿CÓMO DEFINIR LA ACTUAL SUPREMACÍA ESTADOUNIDENSE

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¿CÓMO DEFINIR LA ACTUAL
SUPREMACÍA ESTADOUNIDENSE?
José Abu-Tarbush
Universidad de La Laguna
El fin de la guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética terminó con el orden mundial
bipolar impuesto en las relaciones internacionales después de la Segunda Guerra Mundial.
Este nuevo panorama mundial invitó a la especulación en torno al nuevo orden político
internacional, si éste es unipolar, multipolar o, ambas cosas a la vez, unimultipolar. En
cualquier caso, de lo que no cabe ninguna duda es de la actual supremacía estratégica de
Estados Unidos en la política mundial. En este sentido, existe una significativa discusión en
torno al carácter de la única superpotencia en el sistema internacional de la posguerra fría,
que recibe diferentes denominaciones: imperio sin imperialismo o ligth, nuevo imperialismo, hegemonía benigna, global, etc. Aquí se defiende la tesis de la nueva hegemonía estadounidense. El hegemón es el Estado que tiende a imponer las reglas políticas y económicas
en el sistema internacional. Para ello, Estados Unidos se vale tanto de su poder coercitivo
(político, militar y económico) como persuasivo (ideológico y cultural). Ahora bien, cabe
subrayar, la actual supremacía estratégica de Estados Unidos, sin precedentes en la historia,
no significa que su hegemonía tenga un alcance global e ilimitado.
PALABRAS CLAVES: orden mundial, hegemonía, sistema internacional, supremacía estratégica…
ABSTRACT
The end of the Cold War and the collapse of the Soviet Union ended with the bipolar world
order which was imposed in the international relations after the Second World War. This
new world panorama led to speculation about a new international political order, wether it
is unipolar, multipolar or —both things at the same time— unimultipolar. In any way, there
is not doubt about the current strategy supremacy of United States in world politics. In this
sense, there is a significant discussion about the character of the only superpower in the postCold War international system, which receive different denominations: Empire without
imperialism or light, new imperialism, benign o global hegemony, etc. Here is argued the
thesis of the American new hegemony. The hegemon is the state which tend to impose the
political and economic rules in the international system. To this purpose, United States uses
so much its coercive power (political, military and economic) as its persuasive power
(ideological and cultural). But, it is necessary to underline, that the current strategy supremacy
of United States does not mean that its hegemony have a global and unlimited power.
KEY WORDS: world order, hegemony, international system, strategy supremacy…
TEMPORA, 7; diciembre 2004, pp. 15-30
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RESUMEN
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El poder alcanzado por Estados Unidos en la política mundial no tiene
precedentes en la historia ni encuentra paralelismo alguno en la actualidad. Ninguna potencia mundial —tanto en el pasado como en el presente— ha logrado alcanzar semejante acumulación de poder. La combinación de todos sus elementos es
única en la historia. Su singularidad reside, precisamente, en poseer todos sus recursos: militar, geopolítico, económico, tecnológico y cultural. Otras potencias mundiales ostentan una o algunas de estas capacidades, pero no todas. Sólo Estados
Unidos disfruta de su totalidad. De ahí que sea la «primera y única superpotencia
global»1. Por tanto, en la medida en que el poder en las relaciones internacionales se
mide en relación a otros poderes estatales, se puede concluir que Estados Unidos
goza de una supremacía estratégica sin igual en la política mundial.
El alcance global del poder estadounidense se presta frecuentemente a equívocos por cuanto suele ser comparado con un imperio: sin imperialismo2 o light 3.
Por lo que conviene aclarar el alcance y la naturaleza política de lo que se ha dado en
llamar la nueva hegemonía estadounidense. Una de sus principales peculiaridades
descansa en las maneras de su predominio. A diferencia de un imperio, su influencia no es fruto del dominio directo de colonias ni de la conquista territorial4. Por el
contrario, es el resultado de combinar el poder duro (militar y económico) y el
poder blando (cultural e ideológico)5. Su propia naturaleza política es notablemente
diferente a la de cualquier imperio del pasado, pues se trata de una democracia
populista, flexible e influenciable (mediante lobbies con conexiones e influencias
externas). Las fuentes del poder estadounidense son tanto internas (notable desarrollo económico, innovación tecnológica-militar, además de un gran dinamismo
social y cultural) como externas (ampliación gradual de sus círculos de influencia
exterior, participación selectiva en las dos guerras mundiales al final de éstas como
vencedor, y fin de los regímenes comunistas en Europa del Este con la disolución de
1
Aunque también puede terminar siendo la última, dado la creciente incompatibilidad
entre las políticas globales y semejante concentración de poder hegemónico en manos de un solo
Estado, tal como apunta Zbigniew Brzezinski: El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense
y sus imperativos geoestratégicos, Barcelona, Paidós, 1998, p. 212. [The Grand Chessboard. American
Primacy and its Geostrategic Imperatives, New York, Basic Books, 1997].
2
Un imperio sin imperialismo, tal como sostienen Toni NEGRI y Michael HART: Imperio.
Barcelona, Paidós, 2002, pp. 155-174. [Empire. Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press,
2001]. Tesis que ha sido contestada críticamente por Atilio A. BORO: Imperio e imperialismo: una
lectura crítica de Michael Hart y Antonio Negri, Barcelona, Viejo Topo, 2003.
3
Esto es, un imperio sin conciencia de serlo o, igualmente, una suerte de «imperialismo
temporal» que pretende ordenar el sistema político y económico mundial en función de sus intereses, véase Michael IGNATIEFF: El nuevo imperio americano. La reconstrucción nacional en Bosnia, Kosovo
y Afganistán, Barcelona, Paidós, 2003. [Empire Lite: Nation-Building in Bosnia, Kosovo, Afghanistan,
London, Vintage, 2003].
4
Véase Joseph S. NYE: «¿Es EEUU un imperio?», El País, 13 de febrero de 2004, p. 14.
5
Véase Joseph S. NYE Jr.: La paradoja del poder norteamericano, Madrid, Taurus, 2003,
pp. 25-34. [The Paradox of American Power. Why the World’s Only Superpower Can’t Go it Alone, New
York, Oxford University Press, 2002.
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6
Que, además de haber sido denominada como potencia civil, ahora también es llamada
como potencia tranquila, véase Tzvetan TODOROV: El nuevo desorden mundial, Barcelona, Península,
2003, pp. 97-108. [Le nouveau désordre mondial. Paris, Éditions Robert Laffont/Susana Lea Associates].
7
A propósito de la guerra de Irak en 2003, se produjo un importante desencuentro entre
Estados Unidos y algunos países de Europa occidental, en concreto, Francia y Alemania, que hizo
correr las tintas sobre la posible ruptura de la alianza trasatlántica. Véanse al respecto los artículos de
Javier SOLANA: «Las semillas de una posible ruptura entre EEUU y Europa», El País, 13 de enero de
2003, pp. 4 y 5; «Marte y Venus, reconciliados», El País, 14 de abril de 2003, pp. 10 y 11; y el ensayo
de Robert KAGAN: Poder y debilidad. Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial, Madrid,
Taurus, 2003. [Of Paradise and Power. America and Europe in the New World Order, New York, Alfred
A. Aknopf, Publisher, 2003].
8
John G. IKENBERRY: «Liberal hegemony and the future of American postwar order», T.
V. Paul y John A. Hall (eds.), International Order and the Future of World Politics, Cambridge, Cambridge University Press, 1999 (reimpresión de 2001), pp. 123-145.
9
Véase Kepa SODUPE: La estructura de poder del sistema internacional. Del final de la Segunda Guerra Mundial a la posguerra fría, Madrid, Fundamentos, 2002, pp. 196-200.
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la Unión Soviética). Ambas fuentes de poder se retroalimentan, no pueden ser contempladas la una sin la otra, ni viceversa.
Ahora bien, el ejercicio del poder en la escena internacional requiere de tres
ingredientes: recursos, voluntad política y legitimidad. Estados Unidos contó con estos
elementos durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, el periodo comprendido entre las cuatro décadas de la guerra fría (1945-1989/91). De ahí que ejerciera el
liderazgo mundial, al menos en lo que respecta al bloque occidental y capitalista. Dentro de este hemisferio gozó de una clara hegemonía que, sin embargo, se vio parcialmente erosionada por la emergencia de Alemania y Japón como dos grandes potencias
económicas, a la que se sumó el conjunto de Europa occidental. Es más, la creciente
ampliación de la Unión Europea ha incrementado y diversificado su rol de potencia
económica hacia una progresiva proyección exterior como potencia político-diplomática6. No siempre sus presupuestos políticos y métodos de aplicación coinciden con los
estadounidenses7. Pese a esta erosión interna ejercida por sus propios aliados, la hegemonía estadounidense se ha construido sobre bases políticas, económicas y de seguridad, articuladas mediante una extensa red de instituciones de alcance regional e internacional8. En ellas participan tanto sus históricos Estados aliados y clientes como —en
mayor o menor medida— otros actores estatales fuera de su tradicional órbita de influencia. La institucionalización del orden mundial de la posguerra fue el resultado de
esa primacía, en conjunción con otras grandes potencias —la Unión Soviética, en particular— o al menos teniendo en cuenta la existencia de éstas.
Pero el continuado declive y posterior caída de la Unión Soviética otorgó a
Estados Unidos un poder mundial sin precedentes. A diferencia de otros poderes
totalitarios —como la Alemania nazi—, la Unión Soviética no se desmoronó como
resultado de una intervención externa, sino por el propio peso de su sistema. En
contra de lo previsto por las teorías de la hegemonía y del equilibrio de poder, el
cambio en la estructura de poder del sistema internacional no fue consecuencia de
una guerra entre las grandes potencias9. Pero que no fuera una guerra en el sentido
clásico del término no equivale a negar la fuerte ofensiva económica —centrada en
la imparable carrera armamentista— a la que fue enfrentada la Unión Soviética y
que, finalmente, logró su objetivo: hacer económicamente insostenible su proyección internacional frente a su potencia rival. En cualquier caso, el hundimiento del
Estado desafiante, la Unión Soviética, arrastró consigo a todo el bloque pro-soviético de Europa del Este. Aunque la guerra fría estuvo exenta de choques directos
entre las dos superpotencias, no puede decirse que careciera de violencia, al menos
en la periferia del sistema internacional. Sin embargo, Estados Unidos venció a la
Unión Soviética sin disparar un solo tiro. No hubo desfiles de la victoria en las calles
de Washington o de Nueva York, pero sí algunas proclamas políticas —nuevo orden
mundial— e ideológicas —fin de la historia— que evidenciaban el triunfo del bloque occidental y capitalista sobre el oriental y comunista10.
Desde entonces, el paso del duopolio al monopolio de poder mundial ha
suscitado una intensa controversia, de ámbito tanto político como académico. En
aras de avanzar alguna conclusión en este dilatado debate, conviene organizarlo en
torno a tres supuestos: primero, la nueva configuración del equilibrio de poder en el
sistema internacional; segundo, relacionado con lo anterior, la definición de poder
en las relaciones internacionales; y, tercero, su interacción entre los diferentes
subsistemas internacionales. Para, finalmente, pasar a la definición de hegemonía o,
más concretamente, de la nueva hegemonía estadounidense.
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1. LA CONFIGURACIÓN DEL PODER
EN EL SISTEMA INTERNACIONAL
El sistema internacional de la posguerra fría ha sido objeto de tres denominaciones: unipolar, multipolar y unimultipolar. Primero, la visión unipolar mantiene que sólo existe un polo de poder mundial significativo o a bastante distancia de
otros polos o centros de poder mundiales. La suma del poder de estos últimos no es
superior a la del primero. La única superpotencia coexiste con otras potencias secundarias o menores, pero éstas no representan ningún desafío serio para aquélla.
En definitiva, la supremacía del poder estadounidense no puede ser contrapesado.
De ahí el carácter inequívocamente unipolar del sistema internacional11. Segundo,
la visión multipolar defiende la existencia de varias potencias principales que coope-
10
El nuevo orden mundial, en el que la justicia reemplazaría a la fuerza, fue anunciado por
el entonces presidente de Estados Unidos, George H. Bush, en vísperas de la guerra del Golfo de
1991. Mientras que la tesis acerca del triunfo definitivo del liberalismo sobre el socialismo se debió a
un afamado artículo, luego ampliado en libro, de Francis FUKUYAMA: «The End of History?», National
Interest, núm. 16, 1989, pp. 3-16; y The End of History and the Last Man, New York, Free Press, 1992.
[Las versiones españolas de ambos textos aparecieron en «¿El fin de la historia?», Claves de razón
práctica, núm. 1, 1990, pp. 85-96; y El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta, 1992].
11
Véase William C. WOHLFORTH: «The Stability of a Unipolar World», International Security,
vol. 24, núm. 1, 1999, pp. 5-41.
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ran y rivalizan entre ellas en los diferentes asuntos internacionales. Desde esta perspectiva se delimita más detalladamente el poder estadounidense y, en contrapartida, se resalta la influencia de otras grandes potencias en la escena mundial. Pero,
sobre todo, se sostiene la idea de que el mundo será inexorablemente multipolar; y,
en este sentido, que el momento actual, de primacía estadounidense, es sólo una
fase de transición hacia su inevitable multipolaridad12. Tercero, la visión unimultipolar
considera que la actual estructura de poder en el sistema internacional es un híbrido
de los dos modelos anteriores o, dicho a la inversa, que el mundo no es exactamente
unipolar ni multipolar, sino una extraña mezcolanza de ambos. En este sistema cohabitan la única superpotencia con las otras potencias principales. La interacción
entre ellas es de cooperación, también de cierta rivalidad. Pero en los temas principales que conciernen directamente al interés estratégico de la superpotencia ésta
suele imponerse sobre aquéllas, incluso vetando algunas acciones o actuando unilateralmente13.
La definición del tipo de configuración del equilibrio de poder en el sistema internacional tiene que ver —en buena medida— en cómo se define el concepto de poder en la política mundial, en concreto, si éste es concebido de manera
unidimensional o multidimensional. Tradicionalmente, el poder en las relaciones
internacionales era conceptuado de manera unidimensional o como equivalente de
su influencia político-militar. Por tanto, el poder de un Estado solía medirse en
términos muy clásicos: entre otras variables, por el tamaño de su territorio, el número de su población y la potencia de sus fuerzas armadas. Pero esta concepción
primigenia del poder en la política internacional ha perdido peso relativo al incorporar otros elementos, entre los que destaca el factor económico. Así pues, junto a
su fuerza militar, a la medición del poder de un Estado se sumó sus recursos naturales, su capital humano y, en definitiva, su capacidad de rentabilizar ambos aspectos. Dicho de otro modo, el poder no es solamente una acumulación de recursos,
sino también una disponibilidad y voluntad de ejercerlo, pero sobre todo de combinar eficazmente dichas capacidades dependiendo de las situaciones14. Más que cambiar de residencia, el poder ha ampliado o multiplicado ésta. El espacio internacional ha dejado de ser concebido como un mero terreno de confrontación entre los
Estados y ha pasado a ser también un lugar para la cooperación. El incesante flujo
de intercambios comerciales y la creciente economización de las relaciones interna-
12
Véase Christopher LAYNE: «The Unipolar Illusion: Why New Great Powers Will Rise»,
International Security, vol. 17, núm. 4, 1993, pp.5-51.
13
Véase Samuel P. HUNTINGTON: «La superpotencia solitaria», Política Exterior, núm. 71,
1999, pp. 39-53. [«The Lonely Superpower», Foreign Affairs, vol. 78, núm. 2, 1999, pp. 35-49].
14
Véase Esther BARBÉ: Relaciones Internacionales, Madrid, Tecnos, 1995, pp. 143-145.
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2. EL PODER EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES
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cionales, sobre todo a partir de la segunda mitad siglo XX, es un claro ejemplo de
ello. La acepción económica del poder en la arena internacional no está exenta de
dominación, competición y conflicto, pero sus manifestaciones no siempre se articulan violentamente, sino a través de mecanismos más sutiles. La globalización
neoliberal ilustra bastante bien esto15.
Paralelamente, a medida que se ha ido complejizando la vida política internacional, otros nuevos actores se han sumado a los Estados en la detentación del
poder. Las fuerzas transnacionales —desde empresas hasta grupos terroristas— han
erosionado el protagonismo del Estado en las relaciones internacionales como único depositario del poder. En este sentido se habla de poder transnacional o difuso.
Los movimientos sociales transnacionales constituyen auténticos grupos de presión
sobre la sociedad internacional interestatal (en la que se ubican las organizaciones
internacionales —OTAN, OMC, Unión Europea, etcétera— en la medida en que
son intergubernamentales o interestatales), al mismo tiempo que expresan la
revitalización de una sociedad civil transnacional. Ejemplo de ello es su creciente
contestación a los foros económicos con foros sociales (Porto Alegre versus Davos).
Igualmente, se han añadido nuevos ingredientes a la definición de poder: el tecnológico, el cultural y el ideológico. Sin olvidar sus aspectos intangibles como la cohesión nacional, el poseer una cultura universal, y participar con cierta proyección en
las instituciones regionales e internacionales16.
En consecuencia, dependiendo de qué perspectiva se tenga del poder en la
política mundial se definirá el actual sistema internacional como unipolar, multipolar
o, en su caso, unimultipolar. En términos clásicos, de la época de las cañoneras, el
orden internacional sería estrictamente unipolar. Pero en términos más actuales, si
se acepta como válida su naturaleza cambiante —esto es, si el poder presenta diferentes aspectos, desde el militar, el económico, el tecnológico y el cultural—, la
definición del mundo será multipolar o unimultipolar.
3. POTENCIA HEGEMÓNICA
Y SUBSISTEMAS INTERNACIONALES
Ahora bien, cabe igualmente tener presente cierta jerarquía entre los diferentes componentes del poder en la política mundial. No siempre se presentan
todos en su conjunto. En cualquier caso, cuando se produce semejante combinación no todos sus elementos tienen igual peso. Es más, puede ocurrir que en unas
determinadas relaciones en el sistema internacional predomine un aspecto u otros
15
Véase John GRAY: Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global, Barcelona, Paidós,
2000. [False Down. The delusions of Global Capitalism, London, Granta Publications, 1998].
16
Véase Joseph S. NYE Jr.: La naturaleza cambiante del poder norteamericano, Buenos Aires, Grupo Editorial Latinoamericano, 1991, pp. 171-182. [Bound to Lead: The Changing Nature of
American Power, New York, Basic Books, 1990].
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El término premoderno no siempre es compartido por otros autores que prefieren la
denominación de postcolonial, véase Georg SORENSEN: Changes in Statehood: The Transformation of
International Relations, London, Palgrave, 2001.
18
La definición de estas categorías estatales —premoderno, moderno y postmoderno— se
debe a Robert COOPER: The Post-Modern State and the World Order, London, Demos, 1996.
19
Esta agrupación la realiza, entre otros, Kissinger en su última obra, véase Henry KISSINGER:
Does America Need a Foreign Policy? Toward a Diplomacy for the Twenty-First Century, London, Free
Press, 2002, pp. 25-26 (primera edición de 2001).
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por encima del resto. En sintonía con esta matización en torno a la jerarquización
de los elementos del poder en la política mundial, merece igualmente tener en
cuenta la coexistencia de diferentes subsistemas dentro del sistema internacional y
la interacción que se producen entre éstos o, más precisamente, entre el centro o los
centros de poder y su periferia.
La definición de los Estados como premodernos o postcoloniales17 (que no
garantizan sus propia soberanía nacional), modernos (que tienen un concepto rígido
de la soberanía) y postmodernos (que —a semejanza de la Unión Europea— transfieren parte de su soberanía a entes supranacionales)18, puede hacerse igualmente
extensiva a los subsistemas internacionales, en donde predominan un tipo u otro de
Estado19. El uso del poder militar suele ser más frecuente en las agrupaciones de
Estados premodernos o postcoloniales, ubicados en la periferia del sistema internacional; tiende a ser aceptado por los Estados modernos, situados en la semiperiferia;
y, finalmente, es menos tolerado por los Estados postmodernos, emplazados en el
centro de dicho sistema.
En este contexto, conviene preguntarse por las interacciones de la potencia
predominante con cada uno de los mencionados subsistemas que coexisten en el
medio internacional. En primer lugar, con respecto a los Estados postmodernos,
ubicados en el centro del sistema, hay que destacar que forman parte del entramado
institucional del sistema internacional construido, en buena medida, por Estados
Unidos durante la posguerra, junto a otras potencias vencedoras como Gran Bretaña y la Unión Soviética. Pese a esta cooperación, Estados Unidos se reservó cierto
predominio en dichas instituciones. Los Estados miembros de la Unión Europea o,
más ampliamente, de Europa occidental gozan de libertad en sus relaciones con
Estados Unidos. Son relaciones cooperativas, de amistad y alianza, de las que no
está exenta la rivalidad, sobre todo en materia económica o comercial (argumento
igualmente extensivo a las relaciones con Japón). Estados Unidos ha contado con
un considerable grado de legitimidad entre dichos países. De ahí que sus relaciones
sean más persuasivas que coercitivas. Dicho en otros términos, en este ámbito la
guerra parece inconcebible.
En segundo lugar, respecto a los Estados modernos —China, Rusia e India—, que ocupan el espacio de la semiperiferia, Estados Unidos aplica una histórica combinación de poder duro (la contención militar, pero muy particularmente la
presión económica) y blando (cultural e ideológico, basado en el atractivo de su
modernización social y su aire de libertad). Dicho de otro modo, se utiliza una sutil
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política del palo (amenazas o castigos no necesariamente mediante la fuerza, sino,
como se ha dicho, la más frecuente imposición económica) y la zanahoria (incentivos y premios: incorporación de China a la OMC; adhesión de Rusia al G7+1 o,
igualmente, al G8; y mediación entre India y Pakistán o presión estadounidense
sobre este último para atraerse la cooperación de India en la región). En definitiva,
en este ámbito Estados Unidos utiliza tanto la coerción como la cooptación. Su
supremacía no es percibida como un liderazgo legítimo. Pero con el que hay que
contar o tener muy en cuenta. Los países de la semiperiferia desean ingresar en el
círculo central del sistema internacional. Son potencias regionales principales. Algunas —como China o Rusia— tienen vocación hegemónica de alcance regional
(en sus respectivas áreas geopolíticas) y global (dentro de un directorio de grandes
potencias). Estados Unidos debe tomarlas en consideración. Pese a su preponderancia, necesita de su cooperación en importantes asuntos internacionales que no puede abordar en solitario: la lucha antiterrorista, por ejemplo.
Finalmente, en tercer lugar, respecto a los países de la periferia, integrados
por los que forman el mundo árabe e islámico y —entre otros— Cuba y Corea del
Norte, Estados Unidos mantiene unas relaciones basadas primordialmente sobre el
poder duro, básicamente el militar (contención, bloqueo e incluso incursiones como
las aplicadas a Irak durante la década de los noventa hasta terminar interviniendo
en el 2003); y el económico (la ley Helms-Burton que sanciona a quienes comercien con Cuba, la ley Kennedy-D’Amato que penaba a las empresas extranjeras que
invirtieran en Irán y Libia, el embargo a Cuba e Irak, etcétera). En este subsistema,
en particular, el de Oriente Medio, Washington utiliza más la coerción —poder
duro— que la persuasión —poder blando—. Estados Unidos es percibido como un
poder intruso e interesado en sus ingentes recursos energéticos y en brindar protección al Estado israelí. En este último sentido, es visto como un árbitro parcial en lo
que se refiere a su mediación e intervención en la zona. A diferencia de lo que
sucede en Europa, aquí carece de toda legitimidad. Es más, el abuso del poder duro
—intervención militar y sanciones económicas— en esta parte del mundo hace que
sus recursos al poder blando —valores culturales e ideológicos como la defensa de
los derechos humanos, la democracia y la modernización sociopolítica— sea visto
como un doble rasero.
4. ¿QUÉ TIPO DE HEGEMONÍA?
El concepto de hegemonía en las relaciones internacionales tiene una doble
acepción: una, primera, de carácter político-militar y económico, hace referencia al
dominio que ejerce un Estado sobre el resto de los actores estatales que forman la
sociedad internacional interestatal; y otra, segunda, de corte ideológico y cultural,
que tiene su fundamento en el pensamiento del filósofo político italiano Antonio
Gramsci, se refiere al asentimiento legitimador que fomenta el poder dominante
entre los dominados. En este sentido, la hegemonía tiene un doble carácter: restrictivo, reducido a su expresión imperialista, de dominación política, militar y económica; y amplio, extensivo a los aspectos culturales e ideológicos, que fomenta cierto
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Véase el testimonio del presidente de la Comisión de Seguimiento, Verificación e Inspección de Naciones Unidas (UNMOVIC) Hans BLIX: ¿Desarmando a Iraq? En busca de las armas de
destrucción masiva, Barcelona, Planeta, 2004.
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grado de consenso entre los dominados y, no menos, cierta legitimación de la dominación. En cualquier caso, la hegemonía es definida como el dominio que ejerce un
Estado sobre el resto de los actores estatales de un sistema. En consonancia con su
doble acepción, dicho dominio puede expresarse de forma dura (dictado e imposición) o suave (preponderancia o supremacía). A su vez, dependiendo de su alcance
espacial, la hegemonía puede ser regional o global. Partiendo de estos supuestos, se
puede definir más pertinentemente la hegemonía estadounidense. Ésta, en principio, no responde a un solo criterio o pauta de comportamiento. Sus relaciones con
Europa occidental siguen unos vericuetos muy diferentes a los que emplea con los
Estados de Oriente Medio o con Rusia y China, por ejemplo. Evidentemente, la
diversidad de sus criterios y pautas de comportamiento no niega su supremacía
estratégica respecto a los restantes actores del sistema internacional. Pero establece
una clara delimitación que conviene tomar en cuenta a la hora de su definición.
La potencia hegemónica es, por tanto, aquella que establece las reglas del
juego político y económico de la sociedad interestatal. Sin embargo, como se ha
visto, el comportamiento del hegemón no es igual en sus relaciones con una parte u
otra del sistema internacional —centro, semiperiferia y periferia— o, igualmente,
con unos Estados u otros —postcoloniales, modernos o postmodernos—. Estados
Unidos tiene que tomar en consideración los criterios e intereses de otros Estados
del sistema a la hora de establecer o renegociar dichas reglas de juego. Evidentemente, al tratarse de relaciones de poder, Estados Unidos prestará mayor atención a las
demandas de los Estados más fuertes del sistema: los modernos y postmodernos de
su centro y semiperiferia, respectivamente. De aquí se deriva, por tanto, que la
hegemonía estadounidense podría no tener un alcance tan global como aparenta a
primera vista, ni expresar su poder de manera tan uniforme u homogéneamente;
esto es, ni siempre es tan benigna o suave ni tampoco despliega todas sus acciones
de manera igualmente agresiva y autoritaria.
La intervención y ocupación de Irak sin la aprobación de la sociedad interestatal —no fue sometida a la votación del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas— es un claro ejemplo de lo expuesto anteriormente. Sin olvidar, por otra
parte, el desprecio a la opinión contraria expresada por buena parte de la sociedad
civil global que, por primera vez en la historia de las relaciones transnacionales, registró una movilización colectiva de carácter internacional a un mismo tiempo, el 15 de
febrero de 2003. Paralelamente a dicha intervención, Estados Unidos fue desafiado
por Corea del Norte que anunció la reanudación de su programa nuclear. A diferencia de su reacción bélica frente a Irak, en donde los inspectores de Naciones Unidas
estaban desplegados20, la respuesta estadounidense frente a Corea del Norte fue la de
negociar. La existencia de dos Estados regionales principales —China y Japón— y la
amenaza del frágil equilibrio geoestratégico en el Lejano Oriente explican, en buena
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medida, la actitud más comedida de Estados Unidos. Dicho en otros términos, Estados Unidos aplicó su hegemonía unipolar en el caso de Oriente Medio (interviniendo militarmente), pero sólo su supremacía en el caso de Corea del Norte (invitando
a las partes a sentarse en torno a la mesa de negociación).
En síntesis, dependiendo de dónde se enfoque el objetivo analítico, la conclusión sobre la hegemonía estadounidense varía de un subsistema internacional a
otro. En Oriente Medio es evidente que Estados Unidos es percibido como un hegemón global y fuerte. Se relaciona principalmente mediante su poder duro —intervención militar y presión política— en detrimento de su prácticamente inexistente
ejercicio de poder blando en la zona. Además de dictar las reglas del juego regional
tanto con el consentimiento como con el rechazo de la sociedad internacional.
Sin embargo, en la región del Lejano Oriente su pauta de comportamiento no
responde tanto a la que emplea en Oriente Medio. Lejos de mostrarse como un
hegemón global y fuerte, Estados Unidos es percibido como una potencia hegemónica regional y suave. Su poder en esta parte del mundo es más limitado,
responde más a su condición de supremacía estratégica que a la de un auténtico
hegemón. Suele combinar tanto su poder duro como blando; esto es, la coerción y
la cooperación o, igualmente, el palo y la zanahoria. No logra imponer siempre
sus criterios a los actores locales. Por el contrario, tiene que negociar con éstos las
reglas del juego regional. A diferencia del dictado que aplica en Oriente Medio,
en esta otra parte del mundo Estados Unidos se sienta a escuchar. Por tanto, su
imagen de hegemón global y fuerte se transforma en la de un hegemón regional y
suave, con gran proyección en unos determinados subsistemas internacionales,
pero no en todo el sistema global, donde no consigue aplicar siempre sus criterios
y, además, debe negociar, pese a que —teóricamente— su hegemonía no se limita
ya al mundo occidental, ni se enfrenta a un rival o contrapoder semejante.
Nada de esto niega, sin embargo, la existencia de una agenda hegemónica,
de carácter global. En este contexto, el 11-S ha sido políticamente instrumentalizado
como un pretexto para legitimar dicha agenda. Con ser el terrorismo una amenaza
seria y real, no deja de ser menos cierto su exageración para justificar la nueva
doctrina de seguridad nacional, más orientada en asegurar la prolongación de la preeminencia estadounidense en el sistema internacional que en combatir el terrorismo. Así lo pone de manifiesto su acento en la idea del ataque preventivo y en impedir que cualquier otro Estado alcance la paridad estratégica con Estados Unidos
Efectivamente, el proyecto hegemónico puede variar en función de quién esté en el
poder en Estados Unidos; esto es, de quién gestione el hecho estructural de la
unipolaridad21. Su supremacía puede escorarse hacia un lado u otro del poder duro
o blando o, igualmente, presentar un mayor y mejor equilibrio —marketing político— entre ambos. Por tanto, es necesario matizar la estructura de poder mundial en
torno al alcance y la naturaleza de la hegemonía estadounidense. Pero no se puede
21
Véase Cristina EGUIZÁBAL: «Unipolaridades», Foreign Affairs En Español, abril-junio, 2003.
http://www.foreignaffairs-esp.org/20030401faenespessay1.../unipolaridades.html?mode=prin
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negar su proyecto hegemónico, concretado, primero, en incrementar su supremacía
estratégica y prolongarla al máximo en el tiempo; segundo, en legitimar su liderazgo
en el sistema mundial de la posguerra fría; y, tercero, en recabar el apoyo doméstico
a su política exterior una vez desaparecida la amenaza comunista y la representada
por la Unión Soviética22.
5. ¿HEGEMONÍA UNIPOLAR O SUPREMACÍA
EN UN MUNDO (UNI)MULTIPOLAR?
5.1. DIFICULTADES
DEL BLOQUE ANTIHEGEMÓNICO
Efectivamente, en el panorama político mundial no se percibe ningún rival
—real o potencial— que pueda desafiar la actual hegemonía estadounidense. Por
tanto, si ningún Estado por sí solo puede hacer de contrapeso, cabe esperar que sea
una alianza de Estados la que finalmente limite al hegemón. Sin olvidar, por último,
los desafíos domésticos que procederían desde el interior de la propia potencia hegemónica, sobre todo los referidos a su esfera económica. En concreto, los derivados de mantener el difícil equilibrio existente entre economía y tecnología, de un
lado, y preeminencia militar mundial, de otro25. El poder y la riqueza siempre son
22
Robert J. LIEBER: «Foreign Policy and American Primacy», Robert J. Lieber (ed.): Eagle
Rules? Foreign Policy and American Primacy in the Twenty-first Century, New Jersey, Prentice Hall,
2002, pp. 1-15.
23
Véase Christopher LAYNE: op. cit., y Samuel P. HUNTINGTON: op. cit.
24
Véase William C. WOHLFORTH: op. cit., y Stephen G. BROOKS y William C. WOHLFORTH:
«American Primacy in Perspective», Foreign Affairs, vol. 81, núm. 4, 2002, pp. 20-33.
25
Paul KENNEDY: Auge y caída de las grandes potencias, Barcelona, Plaza & Janés, 1988, pp.
21-22. [The Rise and Fall of the Great Powers, London, Unwin Hyman, 1988].
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¿CÓMO DEFINIR LA ACTUAL SUPREMACÍA ESTADOUNIDENSE? 25
La división de opiniones en torno a la durabilidad de la hegemonía estadounidense está fuera de dudas. Dos son los criterios que permiten agrupar los diferentes análisis realizados al respecto. De un lado, los que consideran que se trata de
una supremacía efímera, de un momento en la historia o ilusión unipolar; y, de otro
lado, los que piensan que puede prolongarse durante mucho más tiempo del previsto inicialmente. Los primeros suelen opinar que la actual configuración de poder
mundial está en fase de transición desde la unipolaridad o, incluso, desde la unimultipolaridad hacia un nuevo sistema internacional multipolar 23. Por su parte, los
segundos niegan que el actual sistema internacional esté en fase de transición; por el
contrario, defienden la idea de que el mundo ha pasado de la bipolaridad a la
unipolaridad, que se muestra bastante estable y longeva, sin atisbarse ningún desafío serio que indique lo contrario; esto es, que el mundo tenga fijado un rumbo
multipolar 24.
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relativos. Por tanto, en un terreno de naturaleza anárquica y competitiva como el
mundial, la historia de las grandes potencias ha sido en buena medida una historia
de guerra o de preparación para ésta. Dichas potencias no siempre lograron sostener un adecuado equilibrio entre economía (mantequilla) y estrategia (cañones), al
mismo tiempo que tenían que hacer frente al desafío sistemático que representaba
el constante aumento de riqueza y poder relativos de otros Estados. Si bien el final
de cada guerra reflejaba la transformación del equilibrio de poder operado en el
sistema internacional, no menos cierto fue que durante los periodos de paz nunca
dejó de cesar la rivalidad entre las grandes potencias. Una de las lecciones más
importantes de la historia es que el factor militar se ha mostrado insuficiente por sí
solo para mantenerse en la cima de la jerarquía mundial. Si un Estado se extiende
demasiado, geográfica y estratégicamente, tendrá que detraer de su «renta total» la
cuantía que original o proporcionalmente destinaba a su «inversión productiva»
para cubrir los crecientes e ingentes gastos en materia de defensa y protección de su
sobre-expansión (overstretch). Por lo que es muy probable que a la larga vea disminuir su fortaleza económica en detrimento de la atención exigida, tanto por su
demanda interna como por la derivada de su posición en la escena internacional26.
En cuanto a la alianza antihegemónica de Estados, cabe afirmar que semejante coalición presenta tantos y tan serios problemas que difícilmente puede esperarse una respuesta de esta índole. Entre las dificultades que cabe destacar podrían
señalarse las siguientes. Primero, la heterogeneidad de sus candidatos —Unión
Europea, Japón, Rusia, China e India— y de sus intereses. Segundo, los problemas
inherentes a toda acción colectiva, relativos al comportamiento defraudador del free
rider —gorrón, parásito o polizón—, acentuados además por las características del
espacio internacional. Tercero, sus respectivos problemas internos, sobre todo en
los países en proceso de cambio intenso o modernización política y económica, con
sus consecuentes disfunciones o potenciales turbulencias que pudiera restarles fuerza económica, militar y geopolítica. Cuarto, la ausencia de una ideología integradora
que cohesione a los miembros de esa potencial coalición, pero que al mismo tiempo
no vaya más allá de su oposición a la hegemonía unipolar. Quinto, la existencia de
rivalidades y recelos entre las potencias desafiantes, derivadas de sus conflictos históricos, proximidad territorial, temores a verse dominados o amenazados por sus
vecinos o que éstos terminen transformándose en potencias regionales dominantes,
etcétera. Sexto, en una aproximación racional o cálculo de costes y beneficios, algunos potenciales desafiantes podrían sumarse al carro ganador para obtener los beneficios estadounidenses (protección en materia de seguridad e intercambio comercial
y financiero) y reducir los costes o temores frente a sus vecinos (Japón frente a
China, por ejemplo)27.
26
Ibid., pp. 654-656.
Véase Zbigniew BRZEZINSKI: op. cit., pp. 198-210; y Joseph S. NYE Jr.: La paradoja del
poder norteamericano, pp. 34-40.
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Por último, merece una mención especial la Unión Europea, dado que una
respuesta antihegemónica sólo puede proceder de sociedades tan desarrolladas como
la estadounidense. La Unión Europea tiene un peso económico similar al de Estados Unidos y goza de un poder blando semejante. Sin embargo, carece del potencial
militar del poder duro, que —en principio— no estaría orientado contra Estados
Unidos, pues antes se rompería desde dentro la Unión Europea, pero sí para equiparse con este país en la escena mundial; esto es, para desarrollar una fuerza de
intervención. Pese a la división de opiniones entre Washington y algunas capitales
europeas respecto a la pasada guerra de Irak, ésta finalmente se produjo con el
apoyo de algunos importantes países europeos —Gran Bretaña, principalmente,
además de España— y la oposición de otros —Francia y Alemania, entre los más
destacados—. ¿Puede derivarse de aquí lo que podría ser el germen de una potencial
coalición antihegemónica? Es muy poco probable, aunque en un futuro las cosas
podrían articularse de otra manera. Pero dependería de Gran Bretaña, que sigue
firmemente la política exterior estadounidense; y, también, de la capacidad y voluntad de los gobiernos europeos para configurar una política exterior y de seguridad común.
Aquí es donde reside el principal escollo de la Unión Europea, en su limitada capacidad para actuar como una sola unidad política. En la realidad, por lo
general, suele presentarse como una asociación de Estados con sus diferentes intereses nacionales y políticas exteriores. No obstante, desde una visión más sistémica de
las relaciones internacionales, cabe pensar que a mayor cohesión social, económica y
política de la Unión Europea, ésta tendrá un papel cada vez más preponderante en
las relaciones internacionales. En este sentido, podría limitar el protagonismo de
Estados Unidos en una serie de temas, aunque no necesariamente formule este comportamiento como antihegemónico. De hecho, la Unión Europea se ha impuesto a
Estados Unidos en algunos ámbitos —el económico, principalmente— ante situaciones o políticas muy puntuales (sanciones comerciales a Irán y Cuba, por ejemplo). Pero Europa se expresa como un homólogo y aliado de Estados Unidos, pese a
ser al mismo tiempo un rival en muchos aspectos —sobre todo en materia económica y comercial—, pero no un competidor geopolítico28. Si bien desde su cercanía
puede ejercer cierta influencia sobre Estados Unidos o limitar su hegemonía. Sin
olvidar, por último, que Europa comparte con Estados Unidos toda una serie de
valores políticos, ideológicos y culturales: democracia, liberalismo, libertad individual, etcétera. Difícilmente esta cercanía sea compatible con una alianza antihegemónica tan heterogénea, aunque sí un medio de presión que limite —en cierta
medida— la hegemonía unipolar estadounidense.
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Joseph S. NYE Jr.: La paradoja del poder norteamericano, pp. 55-62.
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¿CÓMO DEFINIR LA ACTUAL SUPREMACÍA ESTADOUNIDENSE? 27
5.2. LA UNIÓN EUROPEA
JOSÉ ABU-TARBUSH 28
CONCLUSIÓN: REFINANDO LOS CONCEPTOS
EN LA POLÍTICA MUNDIAL
No obstante, pese a las dificultades reseñadas para contrarrestar la supremacía estadounidense, se puede concluir que el mundo es demasiado grande, complejo y diverso para ser dominado por una única potencia29 por muy considerable
que sea el grado de su supremacía. Igualmente, el mundo no puede ser definido en
términos tan reduccionistas o simplificadores que no recoja toda la variedad de sus
interacciones. En este sentido, es necesario un mayor refinamiento de los instrumentos conceptuales para aprehender la sociedad internacional tanto del presente
como del futuro más inmediato. Los viejos conceptos del poder hegemónico sólo
captan una parte de la realidad. Por consiguiente, se puede concluir que la actual
hegemonía estadounidense es novedosa en la medida en que introduce algunas innovaciones respecto al pasado del sistema internacional, cuyo orden parece estar
empeñada en desmantelar; y respecto al futuro, que todavía está por desvelar, aunque todos los indicios apuntan —al menos, de momento— en esta dirección.
Probablemente lo más correcto o pertinente —también lo más cómodo,
posiblemente— sea afirmar la naturaleza mixta o unimultipolar del sistema internacional actual. Sin duda alguna, las denominaciones polares —unipolar, bipolar,
multipolar y unimultipolar— son tipos ideales que pretenden atrapar la realidad,
pero no son una reproducción exacta de ésta. Se trata de un modelo ideado para ser
más inteligible la realidad, pero no la sustituye. Es más, la realidad no aparece en el
estado puro de las construcciones conceptuales o las definiciones académicas. Los
tipos ideales simplemente se limitan a recoger las regularidades, las tendencias o
rasgos más sobresalientes que se producen en el panorama social. Desde esta reflexión, los hechos empíricamente observables en las relaciones internacionales sugieren una definición más adecuada acerca de la configuración mundial del poder.
Por lo que cabe definir el actual sistema internacional como unimultipolar, en el
que destaca la primacía estadounidense. El poder global no equivale a hegemonía
global30. En otras palabras, dicha hegemonía no puede ser definida como un tipo
ideal fijo o, dicho de otro modo, con unas características únicas y exclusivas: global
y fuerte o regional y suave. Pues combina ambos elementos, tanto en los diferentes
aspectos de su poder como en su relación con los diversos subsistemas mundiales.
Esto es, depende de qué aspectos o aspectos de poder se observen y de qué tipo de
relación establezca para acogerse, en consecuencia, a una expresión u otra. En efecto, la realidad es variada y compleja. De la misma manera, no se puede esperar que
el poder hegemónico actúe siempre homogéneamente. Su regularidad consiste en
su firme propósito de mantener y prolongar su hegemonía, no en la manifestación
29
Véase Emmanuel TODD: Después del Imperio. Ensayo sobre la descomposición del sistema
norteamericano, Madrid, Foca, 2003. [Après l’empire. Essai sur la décomposition du système américain,
París, Gallimard, 2002].
30
Michael IGNATIEFF: op. cit., p. 13.
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¿CÓMO DEFINIR LA ACTUAL SUPREMACÍA ESTADOUNIDENSE? 29
de ésta. De ahí que desde algunas partes del planeta se denuncie la hegemonía
estadounidense en el sentido estricto del término, de control y dominio férreo. Pero
desde otro ángulo del mismo sistema internacional se suavizan las críticas apuntando solamente su carácter predominante. La labor del investigador es la de dar cuenta de ambos aspectos. Por diversas que sean, las dualidades forman también parte de
la misma realidad.
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