1 IV. Apariencia y Realidad: el problema de la Verdad Fragmento de la película Matriz “Morpheus. –Bien, supongo que ahora te sentirás un poco como Alicia cayendo por la madriguera del conejo. Neo. –Es posible. M. –Puedo verlo en tus ojos. Tienes la mirada de un hombre que acepta lo que ve porque espera despertarse. Irónicamente no dista tanto de la realidad. ¿Crees en el destino Neo? N. –No. M. -¿Por qué no? N. –No me gusta la idea de no ser yo quien controle mi vida. M. –Sé exactamente a lo que te refieres. Te explicaré por qué estás aquí. Estás porque sabes algo aunque lo que sabes no lo puedes explicar, pero lo presientes. Ha sido así durante toda tu vida. Algo no funciona en el mundo, no sabes lo que es pero ahí está como una astilla clavada en tu mente y te está enloqueciendo. Esa sensación te ha traído hasta aquí. ¿Sabes de lo que te estoy hablando? N. -¿De Matrix? M. -¿Te gustaría realmente saber lo que es Matrix? Matriz nos rodea, está en todas partes, incluso ahora, en esta misma habitación. Puedes verla si miras por la ventana, o al encender la televisión, puedes sentirla cuando vas a trabajar, cuando vas a la iglesia, cuando pagas tus impuestos; es el mundo que ha sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad. N. -¿Qué verdad? M. –Que eres un esclavo, Neo. Igual que los demás naciste en cautiverio; naciste en una prisión que no puedes saborear, ni oler, ni tocar; una prisión para tu mente. Esta es tu última oportunidad. Después ya no podrás echarte atrás. Si tomas la pastilla azul fin de la historia, despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creer. Si tomas la roja te quedarás en el país de las maravillas y yo te enseñaré hasta donde puede llegar la madriguera de conejos. Recuerda, lo único que te ofrezco es la verdad. Nada más”. Fragmento del Mito de la caverna de Platón (de su diálogo La República) “Imagina hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta en toda su extensión. En ella están, desde niños, hombres con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos. - Me lo imagino. -Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedras y madera de diversas clases; y entre los que pasan, unos hablan y otros callan. - Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros. - Pero son como nosotros. Pues, en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí? - Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas. 2 - ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique? - Indudablemente. - Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven? - Necesariamente. - Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que no que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos? - ¡Por Zeus que sí! - ¿Y que si los prisioneros no tendrían por real otra cosas que las sombras de los objetos artificiales transportados? - Es de toda necesidad”. 1) Los tres sentidos de la verdad “El término griego “alétheia” significa lo que no está oculto o escondido, lo que está patente, manifiesto, descubierto o desvelado; alétheia viene a ser, por tanto, patencia o descubrimiento. La falsedad, el pseudos es, por el contrario, el encubrimiento. Y repárese en que tanto el descubrimiento como el encubrimiento presuponen un previo estado neutral, que pudiéramos llamar el estar “cubierto”, es decir, lo latente, que podría ser descubierto como lo que no es, es decir, suplantado por otra cosa que se superpondría a ello y lo encubriría –la falsedad-. Verdad es, pues, en griego, patencia o descubrimiento de las cosas, es decir, desvelamiento o manifestación de lo que son; aparece, por tanto, referida primariamente a las cosas mismas, y al decir, al conocimiento, sólo secundariamente, en la medida en que el decir –el decir la verdad- pone de manifiesto o anuncia el ser de las cosas, que aquí queda mostrado y puesto en la luz” (C. Tejedor, Introducción a la filosofía). “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es lo falso; decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es lo verdadero; de suerte que el que dice que algo es o que no es, dirá verdad o mentira” (Aristóteles, Metafísica IV,7). “Conocerse a sí mismo. Conocer el carácter, la inteligencia, las opiniones y las inclinaciones. No se puede ser dueño de sí mismo si primero no se conoce uno mismo. Hay espejos para la cara, pero no para el espíritu; este espejo debe serlo la prudente reflexión sobre uno mismo” (Baltasar Gracián, Arte de la Prudencia). 2) Estados epistemológicos (del conocimiento) ante la realidad “Cuando fui conocedor de esta opinión del oráculo sobre mí (que no había otro hombre más sabio que yo), empecé a reflexionar: ¿Qué quiere decir realmente el dios? (...). Anduve mucho tiempo pensativo y al fin entré en casa de uno de nuestros conciudadanos que todos tenemos por sabio (....). Al examinarlo, esto fue lo que experimenté: tuve la impresión de que parecía mucho más sabio que muchos otros, y que sobre todo él se lo tenía creído, pero que en realidad no lo era. Intenté hacerle ver que él no poseía la sabiduría que presumía tener, pero con ello sólo me gane su inquina y la de sus amigos. Y partí diciéndome para mis cabales: Ninguno de los dos sabemos nada, pero yo soy el más sabio, porque yo, por lo menos, lo reconozco. Así que pienso que en este pequeño punto sí soy más sabio que él: que lo que no sé, tampoco presumo de saberlo (...). En realidad, sólo el dios es sabio, y lo que ha querido decir el oráculo es simplemente que la sabiduría humana poco o nada valen ante su sabiduría. Y si me 3 ha puesto a mí como modelo es que simplemente se ha servido de mi nombre para poner un ejemplo, como si dijera: Entre vosotros es el más sabio, ¡oh, hombres!, aquel que como Sócrates ha caído en la cuenta de que en verdad su sabiduría no es nada” (Platón, Apología de Sócrates). “Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos. Ahora bien, he experimentado a veces que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de quieres nos han engañado alguna vez (...). ¡Cuántas veces no me habrá ocurrido soñar, por la noche, que estaba aquí mismo, vestido, junto al fuego, estando en realidad desnudo y en la cama! En este momento, estoy seguro de que yo miro este papel con los ojos de la vigilia, de que esta cabeza que muevo no está soñolienta, de que alargo esta mano y la siento de propósito y con plena conciencia: lo que acaece en sueños no me resulta tan claro y distinto como todo esto. Pero, pensándolo mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes. Y fijándome en este pensamiento, veo de un modo tan manifiesto que no hay indicios concluyentes ni señales que bastan a distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi estupor es tal que casi puedo persuadirme de que estoy durmiendo. (...) Pues duerma yo o esté despierto, dos más tres serán siempre cinco, y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados, no pareciendo posible que verdades tan patentes puedan ser sospechosas de falsedad o incertidumbre alguna. (...) Así, pues, supondré que hay, no un verdadero Dios –que es fuente suprema de verdad-, sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su industria para engañarme” (Descartes, R., Discurso del método). “El auténtico campo y tema de la impostura son las cosas desconocidas, en primer lugar porque su misma rareza les da crédito, y en segundo porque, no estando sometidas a nuestros discursos ordinarios, nos quitan la manera de combatirlas. De aquí que diga Platón que es más fácil convencer al hablar de la naturaleza de los dioses que al hablar de la de los seres humanos, porque la ignorancia de los oyentes da vasto curso y plena libertad al razonamiento sobre una materia oculta. Por eso nada se cree con más firmeza que aquello de que menos se sabe, ni hay gentes tan seguras como las que nos cuentan fábulas. Tales son los alquimistas pronosticadores, astrólogos judiciarios, quiromantes, médicos... Añadiría yo a ésos, si me atreviese, un montón de gentes, intérpretes y explicadores ordinarios de los designios de Dios, que suelen descubrir las causas de todos los accidentes y ver en los secretos de la voluntad divina los incomprensibles motivos de sus obras. Y aunque la variedad y discordancia continua de los sucesos los va rechazando de rincón a rincón de Oriente a Occidente, ellos no dejan de seguir en sus trece y de pintar con igual pincel lo negro y lo blanco”(Montaigne, M., Ensayos I). 3) Teorías acerca de la verdad "Ciertamente hay una especie más moderada de escepticismo que puede ser a la vez duradera y útil y que puede, en parte, ser el resultado de este escepticismo radical, cuando el sentido común y la reflexión, en alguna medida, corrigen sus dudas imprecisas. 4 La mayoría de la humanidad tiende a ser naturalmente afirmativa y dogmática en sus opiniones y, mientras ven objetos desde un solo punto de vista y no tienen idea de los argumentos que lo contrarrestan, se adhieren precipitadamente a los principios a los que están inclinados y no tienen compasión alguna con los que tienen sentimientos opuestos. Dudar o sopesar algo aturde su entendimiento, frena su pasión y suspende su acción. Por tanto, están inquietos hasta que escapan de un estado que les resulta tan incómodo y piensan que nunca se podrán alejar suficientemente de él con la violencia de sus afirmaciones y la obstinación de su creencia. Pero si pensadores tan dogmáticos pudieran volverse conscientes de las extrañas debilidades del entendimiento humano, incluso en su estado más perfecto, cuando es más preciso y cauto en sus determinaciones, tal reflexión, por supuesto, les inspiraría mayor modestia y reserva, y disminuiría su buena opinión de sí mismos y su prejuicio contra sus antagonistas. Los analfabetos pueden reflexionar sobre el estado de ánimo de los instruidos que, en medio de todas sus ventajas de estudio y reflexión, normalmente están todavía inseguros, y si cualquiera de los instruidos estuviera inclinado por temperamento al orgullo y la obstinación, una pequeña dosis de escepticismo podría aplacar su orgullo, al enseñarle que las pocas ventajas que ha adquirido sobre sus semejantes son insignificantes si se las compara con la perplejidad y confusión universal inherentes a la naturaleza humana. En general hay un grado de duda, de cautela y modestia que, en todas clases de investigaciones, debe acompañar siempre al razonador cabal" (Hume, D., Investigación sobre el conocimiento humano). “Si alguien pretende que no sabemos nada, ignora asimismo si esto puede saberse, puesto que confiesa ignorarlo todo. Sin embargo, quiero concederle que pueda saber esto. Pero -le pregunto-, no teniendo experiencia de lo que es la verdad, ¿cómo sabe lo que es “saber” e “ignorar”, de dónde ha sacado la noción de “verdad” y de “falsedad”, qué le enseñó a distinguir lo verdadero de lo falso? (Lucrecio, De la naturaleza de las cosas). “(Jorge de Burgos, asustado porque los monjes quieren consultar libros prohibidos da un sermón en tono amenazador...) De nuestro trabajo, del trabajo de nuestra orden y en particular del trabajo de este monasterio, es parte, incluso esencial, el estudio y la custodia del saber. La custodia digo, no la búsqueda, porque lo propio del saber, cosa divina, es el estar completo y fijado desde el comienzo en la perfección del verbo que se expresa a sí mismo. La custodia, digo, no la búsqueda, porque lo propio del saber, cosa humana, es el haber sido fijado y completado en los siglos que se sucedieron entre la predicación de los profetas y la interpretación de los padres de la iglesia. No hay progreso, no hay revolución de las épocas en las vicisitudes del saber, sino, a lo sumo, permanente y sublime recapitulación. La historia humana marcha con movimiento incontenible desde la creación, a través de la redención, hacia el retorno de Cristo triunfante, que aparecerá rodeado de un nimbo, para juzgar a vivos y a muertos. Pero el saber divino y humano no sigue ese curso: firme como una roca inamovible, nos permite, cuando somos capaces de escuchar su voz con humildad, seguir, y predecir, ese curso, pero sin que éste haga mella en él. Yo soy el que es, dijo el Dios de los hebreos. Yo soy el camino, la verdad y la vida, dijo Nuestro Señor. Pues bien, el saber no es otra cosa que el atónito comentario de esas dos verdades (...) Todo aquello que comenta e ilumina la escritura debe ser conservado, porque extiende la gloria de las divinas escrituras; todo aquello que contradice lo que ellas afirman no debe ser destruido, porque sólo si se conserva es posible contradecirlo a su vez, por obra del que sea capaz, y haya recibido la misión de hacerlo, del modo y en el momento en que el Señor disponga. De ahí la responsabilidad de nuestra orden a lo largo de los siglos (...) Pues bien, hermanos míos, ¿cuál es el pecado de orgullo que puede tentar 5 al monje estudioso? El de interpretar su trabajo, ya no como custodia, sino como búsqueda de alguna noticia que aún no haya sido dada a los hombres...” (Eco, U., “El nombre de la rosa). “En sinceridad contigo mismo, busca la verdad en la rectitud de tu corazón. Puedes estar convencido de que no se la puede encontrar sin la ayuda de la razón y que una ceguera voluntaria nunca te dejará percibirla. Cuando creas haberla encontrado, sigue las opiniones que juzgues más probables; y si tu imaginación, demasiado ardiente, necesita quimeras, permite al menos a los demás prescindir de ellas o figurárselas bajo diferentes rasgos de las tuyas. Exige al ser humano con quien la suerte se ha unido que sea justo, bondadoso, pacífico y sincero; pero no le exijas de ningún modo que su cerebro piense, medite y razone como el tuyo. ¿Acaso no sabes que tu espíritu desafortunadamente puede extraviarse? Tolera, pues, los extravíos de los demás. Abstente sobre todo de odiar a tu semejante por causa de conjeturas que la experiencia no podrá jamás comprobar, por causa de ideas sobre las que los morales nunca podrán tener un criterio común (...). Ármate, pues, de una justa desconfianza contra aquellos que se oponen a los progresos de la razón, o que te insinúan que el examen puede dañar, que la mentira es necesaria, que el error puede ser útil. Todo el que prohíbe el examen tiene intenciones de engañar”(Barón D’Holbach, Sistema de la naturaleza). “Por el relativismo puede entenderse una tesis epistemológica según la cual no hay verdades absolutas; todas las llamadas “verdades” son relativas, de modo que la verdad o validez de una proposición o de un juicio dependen de las circunstancias o condiciones en que son formulados. Estas circunstancias o condiciones pueden ser una determinada situación, un determinado estado de cosas o oun determinado momento. De una forma moderada se afirma que como los juicios o proposiciones acompañadas de predicados de los tipos “es verdadero”, “es falso”, “es bueno”, “es malo” se refieren a determinadas circunstancias, condiciones, situaciones, momentos del tiempo etc., la especificación de estas circunstancias, condiciones, situaciones, momentos del tiempo etc., permite admitir juicios o proposiciones acompañadas de los mencionados predicados. Así, aunque no se puede decir que “p” es (absolutamente) verdadero, cabe sostener que “p” es verdadero (y lo es entonces absolutamente) dentro de condiciones especificadas” (J. Ferrater Mora, Diccionario de filosofía). “La verdad significa adecuación con la realidad, así como la falsedad significa inadecuación con ella. El pragmatismo acepta esta definición (...). Nuestras ideas de las cosas sensibles reproducen a éstas, sin duda alguna. Cierren ustedes los ojos y piensen en ese reloj de la pared y tendrán una verdadera imagen o reproducción de su esfera. Pero cuando nuestras ideas no pueden reproducir definitivamente a su objeto, ¿qué significa la adecuación con este objeto? (...). El pragmatismo hace entonces su pregunta usual: “Admitida como cierta una idea o creencia –dice-, ¿qué diferencia concreta se deducirá de ello para la vida real de un individuo? ¿Cómo se realizará la verdad? ¿Qué experiencias serán diferentes de las que se obtendrían si estas creencias fueran falsas? En resumen, ¿cuál es, en términos de experiencia, el valor efectivo de la verdad?”. En el momento en que el pragmatismo pregunta esta cuestión, comprende la respuesta: Ideas verdaderas son las que podemos asimilar, hacer válidas, corroborar y verificar; ideas falsas son las que no” (James, W., Pragmatismo, VI conferencia).