Precarigrafías del trabrajo: la salud colectiva en la encrucijada del

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PRECARIGRAFÍAS DEL TRABAJO: LA SALUD COLECTIVA
EN LA ENCRUCIJADA DEL EMPLEO.
Hacia un estudio epidemiológico en la ciudad de Avellaneda,
Prov. de Buenos Aires, Argentina.
Dr. Marcelo Amable*, Dra. Constanza Zelaschi**
RESUMEN
El objetivo de inclusión social propuesto por los gobiernos de Argentina que se
sucedieron desde el año 2003, intenta alcanzarse a través de un conjunto de políticas
sociolaborales. El núcleo de estas políticas es la consolidación y expansión del
mercado formal de trabajo sirviéndose de dos mecanismos principales: la regulación
laboral y la negociación colectiva. A pesar de los resultados obtenidos aún perdura una
tasa de informalidad del empleo de al menos 30%.
Sabemos que la precariedad laboral genera problemas para la salud y que éstos se
distribuyen de manera desigual entre los diversos grupos de trabajadores.
Entendemos que un empleo de calidad, digno y justo genera condiciones de cohesión
social que contribuye a la determinación de sociedades más saludables. Sin embargo,
cabe preguntarse ¿cuáles son las políticas efectivas de reducción de las desigualdades
en salud derivadas de la inserción laboral?
La morfología de la precariedad laboral es consecuencia de las diversas dinámicas
sociales de los procesos de trabajo en combinación con la intersubjetividad de los
diferentes grupos de trabajadores. El estudio de la precariedad laboral en relación con
la salud lo estructuramos a partir de tres dominios: 1) estatus de empleo y
empleabilidad, 2) organización y proceso de trabajo, y 3) salud y daños a la salud, que
combinados con ejes de desigualdad en salud (género, edad, clase social, grupo étnico
y nacionalidad), acaban por definir las precarigrafías del trabajo que se corporizarán
de maneras diferentes entre trabajadores/as que las experimentan.
Palabras claves: precariedad laboral; relaciones laborales; calidad de empleo; desigualdades
sociales; salud.
*Es profesor titular en el Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad Nacional de
Avellaneda. Se desarrolla en el área de estudios sociales y epidemiología social con orientación a temas
laborales. Contacto: [email protected]
**Es profesora asociada en el Departamento de Salud de la Universidad Nacional de Avellaneda. Se
desempeña como docente investigadora en temas de psicología laboral y organizacional con
especialización en condiciones de empleo.
1
ABSTRACT
The social inclusion target proposed by the governments of Argentina achieved
through a set of labor policies. The core of these policies is the consolidation and
expansion of the formal labor market operation via two main mechanisms: labor
regulation and collective bargaining. Although the results still remains a rate of
informal employment of at least 30%.
We know that job insecurity generates health problems and that these are distributed
unevenly among the various groups of workers. We understand that a quality job,
decent and fair creates conditions of social cohesion that contributes to the
determination of healthier societies. However, one wonders what are effective policies
to reduce health inequalities arising from the employment?
The morphology of precariousness employment is a result of various social dynamics
of work processes in combination with the intersubjectivity of the different groups of
workers. The study of precariousness employment in relation to health and we
structure from three domains: 1) employment and employability status, 2)
organization and work process, and 3) health and health damage, which combined
with axes health inequality (gender, age, social class, ethnicity and nationality)
“precarigrafías” ultimately define the work to be embodiment different ways between
workers / as you experience them
Keywords: precariousness employment; labor relations; quality of employment; social
inequality; health.
2
INTRODUCCIÓN
Las reformas neoliberales transformaron la estructura productiva, laboral y cultural de la
Argentina a lo largo de la década del ‘90. El proceso de reformas que desindustrializó la
estructura productiva, flexibilizó la regulación laboral desprotegiendo a los trabajadores y
replegó al Estado de las políticas sociales, culminó, hacia finales del año 2001, con una crisis
económica, social y laboral sin precedentes. Al comenzar el nuevo milenio el índice de pobreza
superaba el 50% de la población, de los cuales un tercio se encontraban en la indigencia; el
desempleo llegaba a su máximo en el 2002 del 21,5% y la subocupación trepaba al 20% de los
ocupados; con una estimación del 45% de empleo informal (INDEC; Neffa, Oliveri & Persia
2010:42).
La conflictividad social tuvo su pico en las jornadas de diciembre del 2001 donde la respuesta
represiva por parte del gobierno agudizó aún más la deslegitimidad de una clase política que no
lograba recomponer la institucionalidad democrática. Al tiempo se acometían dos procesos
económicos que disciplinarían al conjunto de la sociedad: el default del Estado porque se ve
imposibilitado de asumir compromisos financieros internacionales, y la salida de un sistema de
cambio fijo en paridad con el dólar que implicó una devaluación del peso que profundizó aún
más las enormes brechas sociales existentes en el país.
Más allá de las orientaciones macroeconómicas que se fueron adoptando durante el año 2002, es
partir del gobierno democráticamente elegido en el 2003 que comienzan a perfilarse las políticas
de inclusión social, aún vigentes, a través de un conjunto de políticas sociolaborales: reformas
en el sistema de seguridad social a partir de la reestatización del sistema previsional, que
permitió incorporar a quienes no habían podido hacer sus contribuciones por quedar excluidos
del mercado de trabajo; programas de transferencia de ingresos condicionados, particularmente
la universalización de las asignaciones familiares equiparando a ocupados y desempleados;
incremento del salario mínimo y de las jubilaciones básicas a través de procedimientos
establecidos en la legislación; integración de programas sociales orientados a la generación de
trabajo como cooperativas de desocupados; entre otras.
No obstante, el núcleo de estas políticas sociolaborales se encuentra en la consolidación y
expansión del mercado formal de trabajo sirviéndose para ello de dos mecanismos principales:
la regulación laboral y la negociación colectiva. Desde el año 2003 comienza un proceso
complejo, contradictorio, conflictivo pero constante, para desandar el camino de la flexibilidad
laboral. En este sentido podríamos mencionar a modo de ejemplo algunas de las iniciativas
tomadas durante estos diez años: se promueve la contratación por tiempo indeterminado, se
3
impone cláusulas de doble indemnización por despido durante la crisis y se mejoran las
condiciones económicas ante despido, se establecen limitaciones para a los períodos de prueba,
se acota el uso del contrato a tiempo parcial, se delimita y especifica el contrato de aprendizaje,
se hace más restrictivo el uso de contratos eventuales y se eliminan muchas de sus modalidades,
se regulariza a los trabajadores inmigrantes, nuevos regímenes de trabajo agrario y para
trabajadores de casa particulares. Por otra parte, como pilar de la política laboral, se pone en
marcha el sistema de negociación colectiva que había sido prohibido por la legislación
neoliberal, con ronda de negociaciones anuales: se restablece el sistema de ultractividad,
devuelve el monopolio de negociación al sindicato con más alto nivel, restablece la
preeminencia del convenio de ámbito mayor y de la norma más favorable, restringe los motivos
por los cuales una empresa solicita la no aplicación del convenio (Berasueta, Biafore 2010).
Hacia finales del año 2012, según fuentes oficiales, la pobreza se situaría en el 5,4% y la
indigencia en el 1,5% de la población y la tasa de desempleo en un 6,9% con un subempleo
global del 9%. A pesar de los buenos resultados obtenidos respecto a los niveles salariales e
inclusión de trabajadores/as en el empleo formal, todavía perdura en el país una tasa de
informalidad de al menos 34% (OIT 2011). Incluso con una persistente aunque parcial voluntad
del Estado nacional en la vigilancia del cumplimiento en las empresas de la legislación tanto
laboral como previsional. Más aún, el camino desandado de la flexibilidad laboral, no ha sido
suficiente para eliminar formas de trabajo precarizado como las ya tradicionales observadas en
el trabajo agrario donde persisten formas de esclavitud, o las nuevas formas globalizadas como
las tercerizaciones en los call centers. Sin dejar de mencionar que en el propio empleo público
perduran y aumentan los segmentos de trabajadores precarizados.
Entendemos que un empleo de calidad, digno y justo genera condiciones de cohesión social que
contribuye a la determinación de sociedades más saludables (Benach, Muntaner et al. 2010;
Wilkinson, Pickett 2009). En ese sentido se orientan los cambios durante la última década en la
articulación de las políticas económicas, laboral y social, que situaron al trabajo como eje de esa
articulación y al empleo como motor de la inclusión social (Novick 2010). Sin embargo, cabe
preguntarse ¿cuáles son las políticas más efectivas de reducción de las desigualdades en salud
derivadas de la inserción laboral? De los cambios que se han producido en las condiciones de
empleo ¿cuáles inciden positivamente sobre la salud de los trabajadores? ¿Y cuáles son los
factores de riesgos que generan daños derivados de la precarización del empleo? ¿Cuál es la
prevalencia de daños a la salud y su distribución entre los diversos grupos de trabajadores? La
desflexibilización resulta adecuada para la consolidación de un mercado de trabajo formal con
derechos y garantías laborales, pero ¿es suficiente para la constitución de la salud colectiva?
¿De qué manera la desmercantilización de las relaciones laborales repercute a niveles individual
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y colectivo, entre los propios trabajadores que se encuentran incluidos en el centro del mercado
de trabajo? Y estos beneficios, ¿qué incidencia tienen sobre aquellos grupos de trabajadores que
han quedado en la periferia del empleo? Al mismo tiempo, ¿todos los grupos de trabajadores
presentan las mismas limitaciones ante su trabajo? Y ¿todos por igual enfrentan problemas de
salud derivados de sus condiciones de empleo?
Lamentablemente, no hay información ni estudios que permitan valorar cuál es el impacto de las
transformaciones en el mercado del trabajo sobre la salud de los trabajadores/as. Las políticas
laborales que contrarresten los efectos negativos de la precariedad laboral requieren no sólo
reconstituir derechos del trabajo, sino también, políticas sociales destinadas a la inclusión de
numerosos segmentos de la población tanto a una cultura de trabajo como al consumo que
mejore sus condiciones de vida. Hay que valorar sus consecuencias porque es necesario pensar
las relaciones laborales pos-neoliberalismo. ¿Podríamos considerar el debate en torno a la
“fexisecurity” (Kalleberg 2009) como salida para el conjunto de los trabajadores que van
adquiriendo el estatuto de “precariado” (Castel 2010)?
Está claro que las políticas laborales inciden de manera directa o indirecta en la mejora de las
condiciones de vida, a través de la generación de empleo y de generar un ingreso, sin embargo,
entendiendo que la salud en el trabajo posee una dimensión colectiva que refuerza los aspectos
positivos que posee toda actividad laboral, aún en un contexto de relaciones de producción
capitalista, cabe preguntarse cuáles son las políticas de empleo que contribuyen, consolidan e
incrementan las capacidades colectivas del bienestar.
EPIDEMIOLOGÍA DEL EMPLEO
Existe una amplia bibliografía que, desde una perspectiva poblacional, demuestra la asociación
entre estar desempleado y diversos indicadores de morbilidad, mortalidad o conductas
relacionadas con la salud. En menor medida se conocen los efectos sobre la salud de los
trabajadores/as que enfrentan situaciones de amenazas de pérdida del empleo, aunque se ha
señalado su asociación con problemas mentales, por ejemplo. También se sabe que hay una
asociación fuerte entre la desigualdad del mercado de trabajo y los resultados desfavorables de
la salud de la población. En países con mercado de trabajo menos institucionalizados, como la
Argentina, buena parte de los acuerdos de trabajo no se formalizan, razón por la que una parte
importante del empleo total se concreta en la economía informal, agravando la salud de los
trabajadores informales. Por ejemplo, en algunos países de capitalismo periférico se ha
observado que una desigualdad más alta del mercado de trabajo da lugar a una probabilidad más
alta de morir tanto en hombres como en mujeres. Los años de vida perdidos por enfermedades
5
infecciosas, en ambos sexos, también fueron asociados positivamente a la desigualdad del
mercado de trabajo (EMCONET 2007).
Los primeros estudios epidemiológicos sobre consecuencias de la flexibilidad laboral refieren a
la inseguridad laboral. Existen muchos estudios sobre la inseguridad laboral que se basan
principalmente en los procesos perceptivos individuales generados por una amenaza objetiva
(Greenhalgh L, Rosenblatt Z 1984). En general, este tipo de amenazas se derivan de los
procesos de reducción de personal sea cual sea su forma, o la modificación de los aspectos
organizacionales de una empresa, ya sea el volumen de empleados, la modificación de la
categoría laboral, la redefinición funcional o la incorporación de nuevas tecnologías. Pero
estudiar el downsizing como un proceso de carácter excepcional de la reestructuración
empresarial durante los años 80, cuando estaban destinados a reducir la elevada edad media del
personal, no es lo mismo que hacerlo en un contexto donde la inestabilidad en el empleo se
constituye como un criterio permanente de gestión de la producción. Estos procesos resultan de
la aplicación de criterios flexibles en la organización de la empresa, incluida la facilitación de la
gestión de la fuerza de trabajo debido a la disponibilidad de las nuevas modalidades de empleo.
Este contexto de inseguridad sobre la continuidad en el puesto de trabajo se ha estudiado a
través de la percepción de los propios trabajadores que enfrentan procesos de reducción de
personal (Ferrie, Marmot et al. 1999). Estos estudios, destinados a evaluar la gestión de la
fuerza de trabajo, han demostrado que afectan la productividad de la empresa negativamente a
través de la insatisfacción en el trabajo, la resistencia cambio, aumento del esfuerzo y la
voluntad de abandonar el empleo (Denton, Zeytinoglu, et al. 2002).
Hay numerosos estudios epidemiológicos relacionados con la inseguridad en el empleo, que
ponen de manifiesto el impacto que la misma tiene sobre la salud. Los hombres con un trabajo
inseguro sufren niveles de inconvenientes psicológicos similares a los desempleados. Aunque en
todos los estudios, la inseguridad laboral se define como la percepción de un peligro potencial
de perder la continuidad del propio trabajo actual, hay diferencias en los aspectos laborales
parciales seleccionados para medir esa amenaza (empleo, salario, horario, premios, etc.). No
obstante, la experiencia de inseguridad en el empleo se pudo asociar con una mayor exposición
a diferentes factores de riesgo laboral y con peores situaciones de salud mental (Ferrie, Shipley,
Marmot et al. 1998a; Ferrie, Shipley, Marmot et al. 1998b; Kivimaki, Vahtera, Pentti et al.
2000).
La experiencia de la inseguridad laboral se ha asociado con problemas psicológicos de salud
(Burchell 1992; Heaney, Israel, House 1994). Por ejemplo, se ha demostrado que la inseguridad
laboral percibida fue el único predictor más importante para una serie de síntomas psicológicos
6
como depresión leve (Burchell 1992; D'Souza, Strazdins, Lim et al. 2003). También se ha
asociado la inseguridad laboral con la falta de interés, sentimientos de tristeza o falta de fuerza
de voluntad para ir a trabajar y con reacciones psicosomáticas, como un dolor de cabeza, la
tristeza o la apatía, trastornos del sueño, palpitaciones del corazón, depresión, ardor de
estómago, tensión o irritabilidad (Hertting, Nilsson, Theorell et al. 2004). Entre quienes
anticipan cambios en su trabajo, en comparación con aquellos que no lo hacen, se observaron
trastornos del sueño o dos veces más riesgo de presentar síntomas de trastorno mental (Ferrie,
Shipley, Marmot et al. 1998b; Catalano 1991).
Sin embargo, los síntomas psicosomáticos disminuyen cuando hay un fuerte apoyo social y una
mayor satisfacción con el empleo (Ferrie, Shipley, Marmot et al. 1998a). La buena salud
psicológica se ha asociado con una mayor remuneración, mayor seguridad en el empleo, una
mayor capacidad para elegir puesto de trabajo y las comparaciones favorables con anteriores
empleos (Orpen 1994; Roskies, Louis-Guerin, Fournier 1993).
Los altos niveles crónicos de inseguridad en el empleo también han demostrado ser un buen
predictor del aumento de síntomas como la presión arterial alta, o dolores en el cuello,
cervicales, hombros, espalda y extremidades (Virtanen, Kivimäki, Joensuu et al. 2005). En los
procesos de reducción de personal se ha demostrado que es un riesgo de cardiopatía coronaria
(Ferrie, Shipley, Marmot et al. 1998b). Se ha observado una relación lineal significativa entre el
nivel de reducción de personal y largos períodos de enfermedad atribuibles a desórdenes
musculoesqueléticos y traumatismos (Kivimaki, Vahtera, Ferrie et al. 2001).
Por otra parte existe un conjunto de estudios sobre empleos temporales que en su mayoría
describen sus efectos sobre los accidentes de trabajo. Por ejemplo los riesgos de accidentes
graves en el personal con contratos temporales es por lo menos dos veces mayor que entre los
que tienen contratos permanentes, y los trabajadores temporales no calificados tienen el doble
de accidentes que los no calificados, pero con contratos indefinidos (François 1992; Boix, Orts,
López et al. 1997). Un análisis de la segunda Encuesta Europea sobre Condiciones de Trabajo
ha demostrado que, en comparación con los trabajadores fijos, los empleados con contratos
temporales están más expuestos a peores condiciones de trabajo. Por otra parte, bajo iguales
condiciones de trabajo, los trabajadores con contratos a corto plazo muestran peores resultados
con respecto a varios problemas de salud relacionados con su empleo (Benavides, Benach,
Diez-Roux et al. 2000).
HACIA UN ESTUDIO EPIDEMIOLÓGICO DE LA PRECARIEDAD LABORAL
7
El conocimiento del probable impacto que tienen las relaciones laborales sobre la salud es útil
para el diseño de políticas sociales y laborales. Las políticas de inserción laboral muchas veces
sustentadas sobre mayor flexibilidad, pueden producir un deterioro aún mayor en la salud de los
distintos grupos de trabajadores/ras que el mismo desempleo. Es conveniente, valorar las
políticas sociales teniendo en cuenta los niveles de protección social, la universalidad de las
mismas, la generación de derechos, la conformación de identidades individuales y colectivas,
como forma de enfrentar y minimizar la exclusión y desigualdad social.
La dificultad de la epidemiología en la construcción de su objeto de estudio se encuentra en el
carácter bifronte del mismo, es decir, el conocimiento de la especificidad biológica y psíquica
de la salud y de la manera como los procesos sociales llegan a manifestarse a través de ella. Si
aceptamos o asumimos que los procesos de enfermar o saludables poseen una dimensión
histórica entonces debemos reconocer la necesidad de una teoría de lo social para definir en
términos más precisos el objeto o tema central de nuestro estudio y los conceptos para su
análisis.
Sabemos que la precariedad laboral genera problemas para la salud de los trabajadores/as
(Amable 2006; Vives, Vanroelen, Amable et al. 2011; Zelaschi 2010), incluso aumentando el
riesgo de padecer muerte o lesiones por accidentes de trabajo (Benavides, Benach et al. 2006).
En igual medida, conocemos que tanto la distribución de la precariedad laboral como la de sus
consecuencias en términos de salud, se producen de manera desigual entre los diversos grupos
de trabajadores/as (Benach, Muntaner et al. 2010). En estos estudios hemos desarrollado un
marco teórico sobre la vinculación de la precariedad laboral y la salud que ha permitido
desplegar una metodología e instrumentos para el estudio epidemiológico de esta realidad
laboral, concretamente la escala EPRES (Amable 2006; Vives, Amable et al. 2010). Asumiendo
las limitaciones y utilidades de las metodologías cuantitativas para abordar una realidad
multiforme como la del mundo del trabajo, comenzamos a adaptar y validar la EPRES para
aplicarla en la Argentina. Sin embargo, a medida que el proceso avanza, surgen realidades
laborales que escurren al filtro de la escala, aunque todas resulten del mismo proceso de
flexibilidad y precarización del trabajo. Además, nos vamos encontrando con transformaciones
que buscan lentamente desflexibilizar el mercado laboral, lo que hace necesario incorporar una
dimensión longitudinal en nuestros estudios. De esta manera, hemos ido complementado
nuestras perspectivas para un estudio epidemiológico, con una búsqueda de marcos teóricos y
metodologías que nos ayuden a comprender la heterogeneidad del trabajo. El desafío es
complementar lo que podríamos denominar como una medición plana del fenómeno hacia una
búsqueda del volumen que adquiere la precariedad laboral a través de los diferentes grupos y
modalidades de trabajo. Podríamos decir que buscamos completar la metodología desarrollada,
8
con una perspectiva vinculada a la denominada epidemiología sociocultural que se
caracterizaría por la integralidad del abordaje, la combinación de metodologías y el recurso de
otorgar voz a los actores significativos (Haro 2011:27).
La morfología de la precariedad laboral es consecuencia de las diversas dinámicas sociales de
los procesos de trabajo en combinación con la intersubjetividad de los diferentes grupos de
trabajadores. Hablamos de ‘precarigrafías del trabajo’ para referirnos a la manera como ser
corporizarán, tanto en la expresión real del cuerpo cuanto en la simbólica, las desigualdades en
salud vinculadas a la precariedad laboral, entendida como una exposición a relaciones de
dominación derivada directamente de las relaciones laborales.
El estudio de la precariedad laboral en relación con la salud lo estructuramos a partir de tres
dominios:
1) Estatus de empleo y empleabilidad: refiere a las características derivadas de las
relaciones laborales en relación al marco legal que define el tipo de contratación
resultan variables colectivas pero que define la situación de una persona individual. Las
condiciones de empleabilidad resultan de las características individuales de cada
trabajador referidas a su experiencia y trayectoria laboral, así como a los conocimientos
formales e informales adquiridos que le permiten su inserción en el trabajo.
2) Proceso y organización del trabajo: es el dominio donde se combinan los componentes
tecnológicos con las relaciones sociales de producción, por lo tanto, responde a este
dominio no sólo las características de la maquinaria utilizada en el proceso de trabajo,
sino también las formas de gestión y control de la fuerza de trabajo (elemento
fundamental derivado de las condición de empleo).
3) Salud y daños a la salud: entendiendo que sólo es posible hablar de salud en el ámbito
de trabajo en términos de salud colectiva, es decir, como un producto o proceso social
construido por el conjunto de los trabajadores/as que comparten un tiempo y espacio en
la realización de tareas laborales; mientras que, al mismo tiempo, nos interesa
identificar el impacto del trabajo en la esfera individual de los trabajadores como forma
de evidenciar un malestar o sufrimiento cuyas raíces se encuentran en la dinámica social
del trabajo.
La precariedad laboral aunque se define a partir del primer dominio, atraviesa y configura
prácticas laborales en los otros dos. Pero al mismo tiempo, no todos los grupos sociales poseen
las mismas probabilidades de insertarse en el trabajo bajo iguales condiciones de empleo,
sabemos que las desigualdades en salud se manifiestan a través del género, la edad, la clase
social, el grupo étnico y la nacionalidad de las personas (CSDH 2008). Por lo tanto, estos
9
grupos experimentarán de manera diferente su situación de trabajo y empleo según se
configuren las relaciones sociales en el lugar de trabajo, y en consecuencia los efectos sobre la
salud podrán estar agravados o amortizados según las interrelaciones que establezcan individuos
y grupos puestos en situación de trabajo. Podríamos pensar que “todo cuerpo inmerso en una
pluralidad de mundos sociales está sometido a principios de socialización heterogéneos y, a
veces, incluso contradictorios, que él incorpora” (Lahire 2004:47). Son mundos sociales que
expresan, a través de micro espacios cotidianos, las interrelaciones de poder entre diversos
grupos sociales que se encuentran enmarcados por las relaciones laborales, pero que buscan
redefinir los sentidos del trabajo más allá de esos límites. La salud colectiva será consecuencia
de la intersección entre las sensaciones y pensamientos individuales surgidos de esos espacios
de interacción, en la medida que sean capaces de generar formas cooperativas de
reconocimiento y justicia laboral.
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