iglesia y sacramentos

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KARL RAHNER
IGLESIA Y SACRAMENTOS
La Iglesia --igual que el Cuerpo físico de Cristo-- es la presencia operativa de la
voluntad salvadora de Dios. Por eso en cada sacramento entra en juego una
determinada relación con la Iglesia en su captabilidad histórica. Y esta relación exige
como consecuencia la gracia en su sentido más estricto.
Kirche und Sakramente. Zur theologischen Grundlegung einer Kirchen – und
Sakramentenfrömmigkeit, Geist und Leben, 28 (1955), 434-53. 1
Iglesia y Sacramentos: dos conceptos que deben iluminarse mutuamente, de modo que
nuestra comprensión de la Iglesia se vuelva más profunda cuando nos preguntamos qué
es un Sacramento, y viceversa.
Lo que se suele saber sobre ellos es que Cristo instituyó los Sacramentos y confió su
administración a la Iglesia. En tal concepción el Sacramento es exclusivamente un
medio de obtener gracia para la propia salvación; y la Iglesia, una administradora a la
que se acude para obtener dicha gracia y de la que se olvida uno cuando ya la tiene.
Esta concepción de las relaciones Iglesia-Sacramentos es muy exterior y no permite
comprender por qué Dios a nadie podía confiar la administración de los Sacramentos
más justamente que a la Iglesia. La Iglesia como Iglesia, y la Iglesia como
administradora de los Misterios de Dios, aparecen como dos conceptos que coinciden
casi par casualidad. Intentaremos, pues, profundizar y aclarar la relación entre ambos
conceptos: Sacramento e Iglesia. La esencia de la Iglesia nos llevará a una comprensión
de las Sacramentos; y el Sacramento, como autorrealización de la Iglesia, nos acercará a
la esencia de ésta.
LA IGLESIA COMO IGLESIA DE LOS SACRAMENTOS
La Iglesia como presencia de la salvación
La Iglesia no es sólo una institución religiosa fundada para la satisfacción de nuestras
necesidades religiosas. Su constitución jerárquica institucional (en sus elementos
inmutables) es la estructuración jurídica de algo que ya existe. Y este algo no es una
masa amorfa de hombres sueltos, necesitados de salvación, sino que es ya el pueblo de
Dios. Y precisamente por ser pueblo de Dios encuentra en la Iglesia su constitución
organizada según la voluntad de Cristo. (Del mismo modo que un estado no es aquello
que por vez primera congrega a una masa amorfa de hombres, sino que existe el estado
precisamente porque le precede un pueblo como unidad de espacio, historia, cultura y
irrisión).
El pueblo de Dios nace porque Cristo se ha hecho un miembro de esta humanidad
concreta, constituyendo con ella una raza. En Él la naturaleza humana ha sido
divinizada y hecha partícipe de la interna comunicación de Dios; por Él mantiene Dios,
a pesar del pecado, la llamada del hombre a una meta sobrenatural. Dios ve a todos los
hombres como hermanos, y hermanos de su Hijo hecho carne. La humanidad concreta
es -gracias a la presencia del Logos en la carne, en la raza y en la historia humanas- una
humanidad consagrada, y por eso justamente el pueblo de Dios. A la Iglesia como
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comunidad de los llamados constituida jerárquica y jurídicamente, le precede una
consagración de la humanidad que ha tenido lugar en la encarnación y sacrificio de la
Palabra eterna del Padre. Como pueblo de Dios, y como pueblo de Dios organizado
jurídica y comunitariamente, la Iglesia no es sólo la administradora de la salvación, sino
la continuadora de la obra salvífica de Cristo, su presencia en la historia, su cuerpo.
Cristo como salvación
Para comprender lo dicho es necesaria una breve observación sobre Cristo. La
Encarnación no es algo que concierne solamente a uno, el cual luego, si quiere, puede
interceder por la humanidad pecadora. Es además la atracción fundamental y definitiva
del mundo hacia la misericordia de Dios. En el momento en que el Logos toma una
naturaleza humana y entra en unidad con la única humanidad existente, la salvación ya
no puede detenerse ni hacer marcha atrás: ha habido ya decisión definitiva -y
misericordiosa- sobre el destino del mundo. En esa Palabra de Dios que es el Verbo, ha
dicho Dios su última palabra en la historia de la humanidad: palabra de gracia, de
reconciliación y de vida eterna. La gracia no viene va de un Dios lejano y absolutamente
trascendente, sino que dura junto con el mundo, metida en un pedazo de la humanidad y
de su historia. Y Cristo en su existencia histórica es, a la vez, la realización de la gracia
salvífica de Dios, y su señal (res sacramenti y sacramentum)
Estructura sacramental de la Iglesia como presencia de la salvación
La Iglesia es, pues, la continuación y la permanencia en el presente de esa presencia real
de la voluntad salvadora de Dios, que por medio de Cristo fue definitiva y
victoriosamente introducida en el mundo. Como tal, la Iglesia es realmente el
sacramento-original2 . Tiene una estructura sacramental recibida de Cristo: una
captabilidad espacio temporal, histórica, a través de la cual permanece Cristo en la
Iglesia. Cristo no abandona a la Iglesia, no puede abandonarla si quiere permanecer para
siempre en la carne de la humanidad: la Iglesia es su cuerpo, y como tal -como realidad
histórica y comunitaria- es la señal junto con la cual se nos da realmente lo que ella
significa.
Cierto que el signo y la cosa significada (la captabilidad histórica y el Espíritu Santo) no
son lo mismo. Pero -como en Cristo la humanidad y la divinidad- son inseparables. La
Iglesia es la presencia oficial de la gracia en la historia de esta humanidad concreta. Y
esto . significa una presencia encarnatoria de la verdad de Cristo (Escritura, Tradición,
Magisterio), de la voluntad de Cristo (promulgación del mandato de Cristo, Derecho,
Jerarquía) y de la gracia de Cristo (Sacramentos).
El despliegue de la estructura sacramental de la Iglesia en los Sacramentos
Por ser la Iglesia el sacramento-original de la misericordia de Dios escatológicamente
vencedora, a cada hombre se le ofrece la salvación en la medida en que se ponga en
contacto con ella. Esta relación puede tener -según las circunstancias- los más diversos
grados de intensidad, pero nunca puede faltar del todo. La distinción anterior entre el
pueblo de Dios y la constitución jurídica de este pueblo, nos facilita una medida
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objetiva para distinguir tales grados de pertenencia a la Iglesia. En la medida en que el
individuo en su historia personal realiza su propia e insustituible salvación, encuentra a
la Iglesia. Pues ella es la presencia de la salud en el mundo.
Ahora bien: dada la estructura sacramental de la Iglesia, el medio para la salvación es a
la vez la presencia de ésta (es decir, actúan en unidad la gracia y su corporeidad visible).
Esto vale igualmente de la entrada en la Iglesia y de todos los momentos ulteriores en
que ella da la gracia al individuo. No decimos todavía que cada vez que alguien recibe
la gracia de la salvación -presente en la Iglesia como sacramento-original- se realice en
un sentido técnico y auténtico un sacramento (pues todo acontecimiento de la gracia
tiene una estructura cuasi-sacramental, participada de Cristo, el hombre-Dios). Pero allí
donde la Iglesia como tal, en su visibilidad constituida jerárquica y comunitariamente,
allí donde la Iglesia como medio de la gracia salvífica encuentra al individuo, tenemos
un Sacramento en sentido propio. Y este sentido, mirado por el reverso, nos da la
esencia de la Iglesia. Pues allí, la Iglesia está siendo en su máximo grado de actualidad
aquello que ella es siempre: la presencia de la salvación para los hombres en la
visibilidad de su aparición histórica, que es el símbolo de la gracia de Dios, presente en
el mundo y escatológicamente victoriosa.
Los diversos sacramentos como plena autorrealización de la iglesia
Ya hemos dicho que la Iglesia no es solamente una oficina de salvación, una
administradora con plenos poderes, a la que Dios ha confiado una misión que podía
haber encargado a cualquier otro. Si la Iglesia es la señal de la gracia victoriosa de Dios
presente en el mundo, y si mediante ella prolonga Cristo su presencia en la historia,
entonces la Iglesia no es sólo una llamada de Dios al mundo, sino mucho más: la señal
de que ya ha sido recibida la gracia victoriosa. Ahora bien, lo que esta señal significa
sólo puede verificarse de una manera singular, pues la victoria de la Iglesia tiene lugar
en la salvación subjetiva del individuo. La Iglesia (como presencia histórica de la gracia
victoriosa) se encuentra en el máximo grado de su plenitud esencial allí donde la gracia
se muestra como victoriosa precisamente apareciendo en la historia y operando a la vez
la salvación del individuo. Y ello sucede en los Sacramentos.
Intentaremos mostrarlo, recorriendo los diversos Sacramentos. Y además, hemos de
hacer ver que los Sacramentos como acontecimientos de la salvación individual, tienen
un aspecto eclesiológico, y esto en cuanto son actos oficiales de la administración del
misterio de Dios. (Y una observación previa: la concepción de la Iglesia como
sacramento-original ayuda a comprender por qué Jesús, según el testimonio de los
Evangelios, habla tan poco y tan asistemáticamente de los diversos Sacramentos:
incluso tres de ellos no aparecen mencionados en el Evangelio).
Eucaristía
Empecemos por la Eucaristía. Existe el peligro, todavía no superado, de que los
cristianos conciban la Misa únicamente como confección de la presencia real de Cristo,
en vistas a una comunión concebida sólo individualmente. La Misa es ofrenda de la
Iglesia; tanto que aun la más privada de las misas de un sacerdote es siempre ofrenda de
la Iglesia (y en lo posible debe aparecer como tal). Y la Comunión es una profunda
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incorporación al cuerpo místico de Cristo; pues el Salvador ha dejado a la Iglesia su
cuerpo real como signo de aquella unidad y aquel amor que deben unir a todos los
cristianos. Podemos, pues, decir que la participación en la comida del Cuerpo físico de
Cristo nos proporciona la gracia en la medida en que esta común recepción de un solo
pan (I Cor 10, 14-18) es una señal operante de la participación y enmembramiento en
aquel cuerpo de Cristo en el que se recibe al Espíritu Santo, esto es, en la Iglesia. El
efecto primario en este Sacramento es la profunda articulación en la unidad del cuerpo
místico de Cristo.
Por lo menos - y en cualquier concepción que se tenga- hay que admitir que el Cuerpo de
Cristo es signo de su gracia en cuanto está en poder de la Iglesia como signo de la
unidad del cuerpo místico, como prenda de la salvación, y como ofrenda grata a Dios.
Más aún: la Iglesia existe porque Cristo -como víctima real y siempre nueva- se ha
entregado a sí mismo a la Iglesia y para la Iglesia. Por eso, el momento en que la Iglesia
aparece más intensamente como tal, y el momento en que se plenifica en su máximo
grado de actualidad, es aquél en que celebra la Eucaristía: allí están visiblemente
presentes todos aquellos rasgos con los que la Iglesia ha sido constituida. Por eso, la
palabra radical en la Iglesia es una palabra-evocadora que hace presente -como
salvación para nosotros- aquello que dice. Todas las demás palabras en la Iglesia son
sólo preparación, comentario o justificación de esta única palabra en la que se hace
carne salvadora la Palabra misma de Dios.
Por todo lo dicho, no puede olvidarse que la Comunión -por más que sea un medio de
salvación individual- tiene una estrecha relación con la Iglesia: cuando la Iglesia da al
individuo el Cuerpo de Cristo, le hace partícipe -para su salvación- de la unidad, del
amor, y de la plenitud espiritual de la común alianza con Dios; y de este modo, le llena
de todas las gracias.
Bautismo
El efecto del Bautismo es la incorporación a la Iglesia (inserción en la comunidad del
Señor, donde profesar la fe no es afirmar una cosmovisión particular, sino que es
confesar la fe de la Iglesia: la autodonación a una fe ya vigente).
Esta incorporación no es simplemente un efecto más del Bautismo, sino que es un
efecto simbólico (sacramenlum et res : la pertenencia a la Iglesia como cuerpo de Cristo
animado por el Espíritu, trae consigo todos los restantes efectos del Bautismo. Basta
pensar que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el sujeto de la salvación
hacia el cual se vuelve la misericordia de Dios, es, en primer lugar, el pueblo; y el
individuo siempre participa de la gracia como miembro de este pueblo de las promesas.
Lo que decimos no está en oposición con la creencia habitual de que el carácter
sacramental es el efecto primario y que simboliza (res el sacramentum) a todos los
otros. Basta con que nos preguntemos qué es en concreto el carácter sacramental, qué es
esa señal espiritual e imborrable que se imprime en el alma. Y podemos responder teniendo en cuenta la doctrina de San Agustín sobre la pertenencia al ejército de Cristoque el carácter sacramental es el derecho perenne que tiene la Iglesia de reivindicar para
sí al bautizado. Si no se tiene en cuenta esta reivindicabilidad, sólo con hábiles rodeos
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es posible explicar por qué el carácter es un símbolo. Pero si se quieren evitar estos
rodeos hay que remitir a un elemento visible y a un signo duradero (aunque no
indestruíble) y tal que -como todo hecho social perdurable- no tiene una visibilidad
como la de una casa, por ejemplo, pero sí una real captabilidad histórica, como la
posesión de un empleo.
La doctrina de Santo Tomás sobre la esencia del carácter sacramental no contradice a
esta afirmación. Basta con preguntarse por qué por medio del carácter participa el
hombre del sacerdocio de Cristo, y cómo se diferencia esa participación de la que
alcanza por medio de la gracia. Y a esto se responde que tal participación se le da al
hombre en cuanto es miembro de la Iglesia y está ordenado a ella, y en cuanto la Iglesia
(como Iglesia visible en las coordenadas espaciotemporales y no sólo en las
profundidades del alma en gracia) es la continuadora de la función sumosacerdotal de
Cristo.
Para evitar malentendidos, no debemos olvidar que aun aquellos bautizados que no son
miembros de la Iglesia en sentido pleno, tienen, de resultas del Bautismo, una especial
ordenación a ella que no tienen los no bautizados.
Confirmación
Tampoco es difícil ver en la Confirmación una relación con la Iglesia.
La gracia tiene una doble dirección. Es gracia de la muerte con Cristo, gracia de la cruz
y de la separación del mundo: todo lo cual adquiere expresión en el Bautismo como cosepultura con Cristo (y se realiza al ser representado). Pero es también gracia de la
encarnación y de la transfiguración del mundo, y su victoria debe ser visible en el
mundo mismo; es la gracia de la misericordia y del mensaje al mundo. (Cuál de estas
dos funciones de la gracia es encomendada a cada individuo concreto como su peculiar
tarea, lo decide Dios mediante la vocación y la distribución de los carismas del
Espíritu).
Como este segundo sentido es tan esencial como el primero, debe ser también
expresado en un rito sacramental propio; y este rito es la Confirmación: la imposición
de manos, para recibir al Espíritu carismático de la misión transformadora del mundo.
Pero esta transformación es tarea que pertenece a la Iglesia, puesto que ella es un
testimonio de que Dios no abandona al mundo a su nada pecadora, sino que lo redime y
lo transfigura.
No se puede olvidar este aspecto cuando se dice que la Confirmación es el Sacramento
ale la firmeza en la fe. No se trata sólo de un cuidado de la propia alma, ni siquiera sólo
de una defensa de la Iglesia, sino de la carismática gracia de colaborar en la misión de la
Iglesia para la salvación de todos y para la transformadora incorporación del mundo al
Reino de Dios.
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Penitencia
Los textos de Mt 16 y 18 sobre el atar y desatar tratan de la manera cómo ha de
portarse la comunidad con un miembro pecador. El miembro que peca no sólo se sitúa
en oposición a Dios, sino tamb ién en oposición a la Iglesia, pues ésta ha de ser el signo
protosacramental de la victoria de la gracia. Por eso la Iglesia ata al pecador y lo separa
de sí en la tierra, de tal forma que Dios ya no lo mira en sentido pleno como miembro
de la comunidad de salvación y como partícipe de las gracias que esta comunidad
recibe: queda también atado en el cielo. Y al revés: cuando la Iglesia levanta el anatema
a un pecador arrepentido, Dios le mira de nuevo como miembro de aquella comunidad
que su Hijo fundó en la tierra para el cielo, y que, como amada del Padre, será la
posesora del Reino. Y por eso le perdona Dios los pecados.
En conclusión: el pecado tiene un aspecto eclesiológico. La reconciliación por medio de
la Iglesia es también una reconciliación con la Iglesia. Y la paz con la Iglesia es un
efecto simbólico (sacramentum et res) de la reconciliación con Dios. En la Penitencia
hay una autorrealización de la Iglesia porque, en cuanto santa, se aparta del pecado, y,
en cuanto portadora de la gracia de Dios (que aquí imparte a un miembro singular), se
ratifica como el sacramento permanente de la misericordia de Dios en el mundo.
Porque ella imparte esta gracia irrevocable, y porque dicha gracia tiene en la Iglesia una
presencia histórica, por eso hay en la Iglesia un Sacramento de la invencible voluntad
perdonadora de Dios. De esta forma aparece la Iglesia como el signo imperecedero de la
irrevocable gracia de Dios.
Sacerdocio
El Orden es el caso típico en el que hay comunicación de la gracia precisamente porque
hay comunicación de un oficio: de una determinada función dentro de la Iglesia. La
relación entre la función y la gracia se comprende a partir de lo ya dicho sobre la
esencia y la tarea de la Iglesia. En una Iglesia santa, que en la visibilidad de su
estructura jerárquica representa a la salvación (no meramente como ofrecida sino ya
escatológicamente presente), el cargo eclesiástico exige por sí mismo la gracia ex opere
operato. Y el hecho de que en un caso particular puedan hallarse separados el poder
jerárquico y la santidad, no significa que Dios no de el cargo junto con la gracia, o que
éste no tenga derecho a ella. Pues, si esto fuese así, la Iglesia dejaría de ser en sus
funciones fundamentales la Iglesia de la gracia victoriosa; y sería sólo una sinagoga
provisional. (Aquí deben fundarse las exigencias de la santidad sacerdotal, y no en
vagas consideraciones sobre la dignidad de un oficio fundado por Dios).
Matrimonio
Más difícil es el problema de por qué el matrimonio es un sacramento. San Pablo dice
expresamente que es una imagen y un eco del amor entre Cristo y su Iglesia. Pero
debemos intentar comprender esta comparación (con un poco de agudeza mental puede
compararse todo); pues si sólo se trata de que la unidad matrimonial se parece a la
unidad entre Cristo y la Iglesia, estamos ante algo muy accidental.
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No es solamente que nosotros podemos -subjetivamente- comparar el matrimonio con la
alianza entre Dios y la humanidad -en Cristo-, sino que ambos están objetivamente en
una relación tal, que el matrimonio objetivamente representa a esta alianza. La voluntad
de Dios -que aparece ya en el Paraíso- de que el matrimonio sea una imagen, se verifica
en el mismo matrimonio dándole una propiedad que lo hace apto para esta función
representativa (lo damos por supuesto pues su demostración exige un prolijo análisis de
muchos factores).
Ahora bien, también la Iglesia tiene una función representativa. Ella debe aparecer en
sus miembros como la visible y captable esposa amada de Cristo. Este carácter
representativo es algo intrínseco a la Iglesia. Y tal significatividad exige en la Iglesia un
signo que comporte consigo aquello que representa, es decir, un Sacramento.
De aquí se seguirla que el matrimonio no es sólo comparable con la alianza entre Cristo
y la Iglesia, sino que por sí mismo contribuye de modo particular a que la Iglesia
concreta aparezca también, en la dimensión de lo históricamente captable, como la
esposa de Cristo, es decir, como aquella que con su ser da testimonio de que Cristo -en
la Iglesia- se ha comprometido irremisiblemente con la humanidad. El .patrimonio tiene
una determinada función para la plena realización de la Iglesia, y esta es la razón
fundamental de la sacramentalidad del matrimonio.
La relación entre las iglesias particulares y la Iglesia universal es sumamente misteriosa.
Ni ésta es la suma de aquellas, ni aquéllas son un miembro o una provincia de ésta. Sino
que, más bien, en cada iglesia particular se manifiesta la Iglesia universal, porque lo que
sucede en la comunidad privada es testimonio y garantía de la existencia de la Iglesia
total como presencia de Dios en el mundo. Pues bien, algo parecido podemos decir del
matrimonio: en él se hace presente la Iglesia. El matrimonio (en la medida de su plena
realización como santificado por la gracia y vivificado por la santidad) es realmente la
más pequeña -pero verdadera- comunidad de los salvados y santificados, a los que
unifica por la misma razón en que está fundada la unidad de la Iglesia. Y por esta razón
es la más pequeña, pero auténtica iglesia particular.
Extremaunción
Tampoco es fácil demostrar la relación de los santos óleos con la Iglesia. Pero puede
hacerse a partir de la esencia de ésta.
La Iglesia no es una oficina de salvación que ha de cerrarse al fin de los tiempos. Es la
comunidad de los que esperan, la cual desea ser reabsorbida en el reino de Dios: no es
ninguna entidad subsistente en sí, sino que se verifica en los individuos que son sus
miembros. Estos, sin embargo, se hallan sometidos a la muerte, y desde esta situación
ejercitan su esperanza escatológica. Este punto cumbre de la situación escatológica del
individuo, debe ser también autorrealización de la esperanza escatológica de la Iglesia.
Esta debe estar presente en el lecho de muerte: una iglesia que se sintiera embarazada al
llegar el momento de la muerte., no sería la iglesia de una esperanza escatológica. Es
lógico, pues, esperar que la Iglesia se actualice de algún modo ante el enfermo, y
aparezca así como vencedora -en la esperanza- de la muerte y sus tinieblas. Y de nuevo:
puesto que esto es una visibilización simbólica de la esencia dada por Cristo a la Iglesia,
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tal símbolo no puede quedar vacío, sino que ha de hacer presente aquello que anuncia;
y, por tanto, ha de dar la gracia de la esperanza que destruye a la muerte.
Puede argüirse que para todo esto basta con el Viático: el Cuerpo del Señor que produce
la vida en los que le reciben con fe. Y, en efecto, la relación de la Eucaristía -fármacon
athanasías- con la muerte y la Vida es clara en la Escritura y en la Tradición. Tanto que
el cristiano tiene una obligación más estricta respecto del Viático, que respecto de la
Extremaunción. Pero aquí sucede algo parecido a lo que sucedía entre la Confirmación
y el Bautismo. Es posible que haya un rito que signifique algo que estaba ya
fundamentalmente en la Eucaristía como Viático, y que este rito sea un verdadero
Sacramento. Y en efecto, en la Eucaristía -por ser el pan cotidiano del cristiano- no
aparece tan claro el simbolismo particular de la espera escatológica y de la valiente
esperanza en la eternidad. Esto sucede en la Extremaunción.
Si es así, la Extremaunción tiene una clara vinculación con la Iglesia. En el enfermo
bautizado que acepta con fe esta unción (los niños pequeños no son sujeto de este
Sacramento), y en la acción de la Iglesia que se presenta sin ninguna desesperación ante
la necesidad de morir de uno de sus miembros, se verifica la autorrealización de la
Iglesia como aquella que cuando se hace de noche en el mundo, enciende la lámpara de
la fe y sale al encuentro del Esposo diciendo: la gracia llega y el mundo pasa... Ven,
Señor Jesús (Didaché 10, 6).
Conclusión
Recordemos para acabar, que, incluso en la vida sacramental, el elemento personal no
queda sustituido o aligerado, sino que, en los adultos, debe aparecer expresamente. Por
tanto, el Sacramento no visibiliza sólo la acción de Dios y de la Iglesia, sino también la
interna acción de la fe del que lo recibe en el ámbito de la Iglesia. Teniendo en cuenta
todo esto se comprende que los Sacramentos contienen una enseñanza sobre la
estructura de toda la vida cristiana, incluso en su esfera personal. Por consiguiente, es
posible deducir de los Sacramentos toda una teología del ser cristiano en su verificación
concreta. Y "como los Sacramentos tienen todos una referencia a la Iglesia, se deduce
además que nadie vive por sí y para sí sólo, que cada uno debe llevar la carga del otro,
que el que ama al prójimo ha cumplido la ley, que incluso en la esfera privada somos
todos deudores de los demás, que estamos salvados si nos perdonamos unos a otros, que
somos bienaventurados si, dentro y fuera de los Sacramentos, nos convertimos en
aquellos que -en el Reino eterno del amor en el que todo es común a todos- han
encontrado a la Iglesia de la eternidad, cuyo principio y cuya posesión es la Iglesia que
realiza su propia vida en los Sacramentos.
Notas:
1
Al revisar esta condensación nos advierte el P. Rahner que el presente articulo ha sido
ampliado por él y editado como libro (104 pp.) bajo el título Kirche und Sakramente en
la serie «Quaestiones disputatae» (Freiburg, 1960, n.º 10). Allí hallará el lector una
información más completa y precisa sobre el tema.
2
Ursakrament: protosacramento, sacramento radical, etc. Escogemos la expresión
KARL RAHNER
sacramento-original, por su alusión a la de pecado original cuya misteriosa radicalidad
puede ofrecer algunas analogías para la comprensión del Ursakrament (N. del T.)
Tradujo y condensó: JOSÉ I. GONZÁLEZ FAUS
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