una oportunidad de financiamiento para las empresas mexicanas

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Corporativo
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Bonos de Carbono
UNA OPORTUNIDAD DE FINANCIAMIENTO
PARA LAS EMPRESAS MEXICANAS
Por: Jesús González
El mercado de bonos de carbono es una nueva
forma de obtener ingresos frescos sin endeudarse
ni comprometer el capital. De esta manera
se pueden financiar proyectos de mejora
continua, actualización tecnológica y
fortalecimiento de la imagen corporativa
frente a la comunidad.
Las empresas mexicanas suelen lamentarse por la escasez y
el alto costo del financiamiento tradicional, y también por las
dificultades y desafíos que representa la contratación de
papeles de deuda o la salida a los mercados de valores. Sobre
todo, encuentran que estos modelos de conseguir recursos
económicos les imponen serias restricciones, sea porque
se establece el pago de elevadas tasas de interés o porque
se compromete una parte de la propiedad. Si se considera
el carácter familiar de la inmensa mayoría de las empresas
mexicanas, incluso las de gran tamaño, se explica su costumbre
de financiarse con recursos propios y de evitar, hasta donde
es posible, apalancarse en los mercados financieros.
Sin embargo, desde hace unos años se ha creado una nueva
forma de obtener dinero fresco sin endeudarse ni comprometer
el capital social. Tiene la ventaja de contribuir a la actualización
tecnológica, a aumentar la eficiencia de las operaciones, a
cumplir las normas ambientales, de calidad y de seguridad,
y no menos importante, a mejorar y transparentar la imagen
de la empresa y su compromiso con la comunidad y
el medio ambiente.
Esta fórmula consiste en la
posibilidad de obtener, validar y
vender bonos de carbono en el
marco del Protocolo de Kioto, un
tratado internacional que propició
la creación de un mercado que en
2007 se calculó en 60,000 millones
de dólares. Compañías de muchos
países que reducen emisiones
de Gases de Efecto Invernadero
(GEI) sin estar obligadas por el
Protocolo, pueden certificarlas y
venderlas por sí mismas o a través
de intermediarios y mercados. Un
centenar de empresas mexicanas ya
ha colocado bonos por 74 millones
de dólares, y existen proyectos
en proceso de aprobación por 40
millones de dólares adicionales. En
este mecanismo pueden participar
empresas industriales, comerciales,
ganaderas y del sector turístico,
entre muchos otros giros.
Ya hay varios ejemplos significativos
y de interés público. El Gobierno de
la Ciudad de México ha participado
con su proyecto de Metrobús, y en
tres años de operación consiguió
certificar el ahorro de 60,000
toneladas de dióxido de carbono.
Los bonos correspondientes a
2006 y 2007 fueron vendidos al
Fondo Español de Carbono por un
estimado de 400,000 euros, cifra que
aumentará cuando se certifiquen los
gases correspondientes a 2008. En
agosto pasado, PEMEX firmó una
carta de intención para sustituir sellos
húmedos por sellos secos en 18
compresores del Centro Procesador
de Gas (CPG) de Ciudad Pemex,
y así reducir en 22,000 toneladas
anuales las emisiones de gases de
efecto invernadero. Como se puede
ver, y descontada la capacidad de
los recursos tecnológicos, el límite
sólo lo determina la imaginación y
la capacidad de innovación de los
empresarios.
Las ventajas de obtener y vender
bonos de carbono son indudables:
se acelera el avance tecnológico y
la eficiencia operativa del negocio, y
se reciben ingresos económicos que
no pagan intereses y que se pueden
repetir cada año durante la vigencia
del Protocolo (y probablemente en
el que lo suceda a su conclusión,
en 2012). Se estima que entre
2008 y 2010, los países signatarios
requerirán certificar 1,500 millones
de toneladas de dióxido de carbono.
Los que no alcancen sus metas
deberán comprarlas a quienes
las obtengan con esfuerzos e
inversiones voluntarias.
Los principales países vendedores de
bonos de carbono son China, India
y Brasil. México es el quinto más
importante, con una participación
de 3% en el total de toneladas
intercambiadas. SEMARNAT es el
organismo oficialmente reconocido
por las Naciones Unidas para
tramitar estos beneficios ante la
Junta Ejecutiva del Mecanismo
para un Desarrollo Limpio (MDL).
Actualmente tiene registrados 189
proyectos de los cuales 105 ya
fueron autorizados y certificados.
Hasta el momento, México aspira a
una reducción de 11.5 millones de
toneladas de dióxido de carbono,
que tienen un valor de mercado de
115 millones de dólares. Pero sus
posibilidades son mucho mayores
y están al alcance de negocios de
todos los tamaños y en casi todos
los giros industriales.
El mercado voluntario
de bonos de carbono, es decir
el que se ha creado con las emisiones
ahorradas en los países en vías de
desarrollo (No Anexo I), representa
un valor anual de 4,000 millones
de dólares. China e India son los
principales vendedores; México es el
quinto más importante, con ingresos
efectivos de 74 millones de dólares.
Entre los proyectos registrados participan grandes compañías químicas,
empresas medianas y hasta pequeñas granjas porcícolas y de explotación
ganadera. Los proyectos individuales y la documentación completa se pueden
consultar libremente en la página Web www.semarnat.gob.mx e incluyen,
entre otros, manejo de metano en rellenos sanitarios y explotaciones
ganaderas; manejo de aguas residuales; energía eólica y cogeneración
eléctrica; incineración de hidrofluorocarbonos; control de emisiones fugitivas
y mitigación de emisiones de óxido nitroso.
EL CAMBIO CLIMÁTICO Y EL PROTOCOLO DE KIOTO
El creciente y quizá poco
comprendido mercado global
de carbono se origina en la
preocupación por el calentamiento
global y el cambio climático, y
por la necesidad de reducir las
emisiones que desencadenan este
proceso. De ahí que las naciones
más desarrolladas del mundo, en
particular la Unión Europea, Canadá,
Australia y Japón, se hayan reunido
bajo el auspicio de las Naciones
Unidas para la elaboración del
Protocolo de Kioto sobre el cambio
climático. Se negoció en esa ciudad
japonesa en 1997 y entró en vigor el
16 de febrero del 2005, después de
la ratificación de un gran número de
países (en la actualidad son más de
180, incluyendo el grupo de los más
industrializados, mismos que están
sujetos de manera obligatoria al
régimen de reducción de emisiones).
Este Protocolo estableció diferentes
cuotas para los países participantes,
que se calcularon en función de un
inventario que midió sus emisiones
de gases de efecto invernadero.
Cada país, a su vez, distribuye esta
carga entre las empresas e industrias
que generan esos volúmenes. El
objetivo central es la reducción de
los seis principales gases de efecto
invernadero: dióxido de carbono
(CO2), metano (CH4), óxido nitroso
(N2O), y tres gases fluorados
artificiales: hidrofluorocarbonos
(HFC), perfluorocarbonos (PFC)
y hexafluoruro de azufre (SF6). Para
efectos prácticos se estableció como
medida única la tonelada de dióxido
de carbono, el más frecuente
y conocido.
El Protocolo se impuso para 2012
la meta de reducir las emisiones un
promedio de 5.25% respecto de
los niveles de 1990. Para la Unión
Europea (UE) el objetivo promedio
inicial fue de 8% (algunos países que
contaminan más, como Alemania,
están obligados a reducir 21% sus
emisiones respecto de 1990), y en
marzo del 2007 anunció un programa
energético voluntario y unilateral
para reducirlas 20% en 2020 (las
industrias más sensibles y sujetas
a cuotas son las de energía, vidrio,
cemento, ladrilleras, acero y papel
y cartón).
Los países desarrollados que tienen
obligación de reducir sus emisiones
están enumerados en el llamado
“Anexo I”; los demás, incluyendo
Brasil, India, China y México,
se consideran en el grupo
“No Anexo I”, y no están obligados
ni tienen cuotas de reducción de
emisiones. Estados Unidos es el
único país desarrollado que no
ratificó el Protocolo (Australia lo
hizo de manera tardía), pero ha
instrumentado proyectos ambientales
regionales y municipales, como
la Iniciativa de Clima de Occidente,
que abarca seis estados y busca
una reducción de 15% por debajo
de los niveles de 2005. En la
actualidad se negocia la posibilidad
de que China se incorpore al Anexo I
debido no sólo a que es uno de
los mayores emisores de GEI, sino
al crecimiento de su PIB, que lo
podría colocar ya entre los países
industrializados. En ese caso dejaría
de ser un país vendedor de bonos de
carbono, y debería generarlos por sí
mismo o comprarlos a terceros.
Países del Anexo I
Protocolo de Kioto (hasta agosto 2008)
Alemania • Australia • Austria
Bélgica • Bielorusia • Bulgaria • Canadá
Croacia • Dinamarca • Eslovaquia
Eslovenia • España • Estonia • Finlandia • Francia
Grecia • Hungría • Islandia
Italia • Japón • Letonia • Lichtenstein • Lituania
Luxemburgo • Mónaco • Noruega
Nueva Zelanda • Países Bajos • Polonia
Portugal • Reino Unido • República Checa
Rumania • Rusia • Suecia • Suiza
Ucrania • Unión Europea
Fuente: Naciones Unidas 2008
KIOTO Y EL MERCADO DE CARBONO
Si bien los países desarrollados se obligaron a reducir sus emisiones de
Gases de Efecto Invernadero, esto no quiere decir que todos puedan
realizarlo a la velocidad y en la magnitud de sus compromisos. Hay que hacer
notar que el incumplimiento de la cuota prevista para un año se castiga con
una carga de 30% adicional al año siguiente. Para facilitar esta tarea, y de
paso estimular reducciones adicionales en otros países, el Protocolo de Kioto
establece mecanismos flexibles mediante los cuales los países “No Anexo I”
que realicen reducciones de emisiones de manera sustentable y medible,
podrán certificar estos ahorros y venderlos a las empresas del “Anexo I” que
deseen adquirirlos. En pocas palabras, significa que los países y las empresas
que reduzcan sus emisiones de manera voluntaria pueden vender sus bonos
y ayudar a otros a cumplir sus metas. Esto representa una extraordinaria
oportunidad de ganar dinero y hacer algo positivo en beneficio del negocio
y del medio ambiente.
Los países
y las empresas
que reduzcan
sus emisiones
de manera
voluntaria
pueden vender
sus bonos
y ayudar a otros
a cumplir
sus metas.
El Protocolo de Kioto, al disponer este modelo de intercambio, propició
la creación de un mercado mundial de bonos de carbono, cada uno de
los cuales equivale a una tonelada de dióxido de carbono y se cotiza,
en los mercados europeos, en alrededor de 10 euros. En el Stock Exchange,
la bolsa de valores de Londres, se ha establecido un mercado de bonos
de carbono, y existen agentes y brokers que los negocian bajo diferentes
modalidades, incluyendo futuros. Varias instituciones públicas y privadas
monitorean el movimiento de esos documentos. Algunas estimaciones
aseguran que el mercado voluntario de bonos de carbono negocia unos
4,000 millones de dólares anuales: China vende 52% del total, seguido
de India (13%), Brasil (8%), Corea del Sur (6%) y México (3%). Las empresas
mexicanas ya han vendido certificados por un total de 7.4 millones
de toneladas de CO2, y si se considera el precio promedio de 10 dólares por
unidad, el ingreso generado por las empresas mexicanas fue de 74 millones
de dólares. Como se trata de un mercado sujeto a la oferta y la demanda,
el cambio de categoría de China, así como la incorporación de Estados
Unidos (con todo, el mayor generador de emisiones de GEI), podría agregarle
un enorme dinamismo y elevar los precios de manera sustancial.
VENTAJAS PARA LAS EMPRESAS MEXICANAS
El mercado de bonos de carbono, y los ingresos que las empresas pioneras
han tenido gracias a su diligencia, no son una promesa o un logro inusual.
Muchas empresas nacionales se dedican de manera organizada a reducir sus
emisiones, certificarlas y comercializar los bonos obtenidos. No se trata de
una acción filantrópica o simplemente meritoria, sino una iniciativa de negocio
que genera ingresos en dinero. Al beneficio económico inmediato se deben
agregar la sustitución de tecnología y procesos obsoletos o ineficientes,
la mejora resultante para la sustentabilidad y rentabilidad del negocio,
así como el ahorro de energía y la eficiencia de la cadena de suministros.
Todo esto permite bajar costos, mermas y tiempos, y representa una ventaja
competitiva de gran valor.
Los ingresos de dinero por venta de bonos de carbono, además, se pueden
revalidar de manera anual durante la vigencia del Protocolo (por lo menos
hasta 2012) y dedicarlos al financiamiento de nuevas iniciativas. Considerando
algunos casos tipo, los analistas estiman que la inversión se puede recuperar
en un promedio de 18 meses.
LO ESENCIAL ES TENER UN PROYECTO
Para determinar si una empresa
puede incorporarse a esta dinámica,
justificar una inversión y calcular un
retorno razonable, lo esencial es
realizar los estudios preliminares para
cuantificar de manera integral
la viabilidad del proyecto, y los costos
y beneficios asociados. En la práctica
es la misma fórmula que se utiliza
para justificar cualquier proyecto
de negocio. Se podría pensar que
las empresas más interesadas son
las que están rezagadas, porque
contaminan en exceso y una
actualización tecnológica puede
hacer grandes diferencias en los
volúmenes de emisiones. Pero
también se han podido obtener
ganancias importantes en industrias
con procesos modernos, donde se
podría pensar que hay poco margen
de mejora. Hay que hacer notar que,
en muchas industrias, la actualización
tecnológica y la reducción de
emisiones está siendo estimulada
por las normas nacionales o
estatales, que se irán volviendo más
exigentes con el paso de los años.
Si en la actualidad todavía puede ser
una decisión voluntaria, en el futuro
podría ser obligatoria y poner a las
empresas más rezagadas al borde de
la extinción.
Es más: cuando existe información
suficiente, es posible validar ahorros
de emisiones realizados antes de
someter el proyecto a registro, y
obtener bonos de carbono a partir
de inversiones que ya están en
operación. En definitiva, lo primero
y esencial es determinar si existe un
proyecto viable, si es posible realizar,
cuantificar y evidenciar el ahorro
de emisiones, y si la inversión tiene
el retorno deseado. Para efectos
prácticos se puede calcular el ingreso
potencial: se hace un inventario de
las emisiones al momento actual,
es decir antes de realizar la mejora,
se estima el resultado al cabo de
la implementación, y la diferencia
en toneladas de dióxido de carbono
se multiplica por el precio de
mercado de la unidad.
Si el costo de la actualización
tecnológica es un impedimento para
la realización del proyecto, todavía
se pueden considerar otras
alternativas que no requieren
desembolso alguno, y esto es
particularmente interesante para
los negocios de tamaño medio y
pequeño. Con mucha frecuencia,
los interesados en adquirir bonos de
carbono contactan a empresas de los
países “No Anexo I” y les ofrecen
realizar el proyecto y la inversión a
cambio de los bonos resultantes,
o una negociación alrededor de
ellos. Estos inversionistas suelen
ofrecerse para realizar los trámites
administrativos ante las autoridades
respectivas, certificar los bonos de
carbono y ocuparse de las tareas de
validación.
De esta manera resulta que el
comprador de los bonos asume el
riesgo y la inversión por cuenta de su
socio industrial, que se beneficia con
una mejora tecnológica o energética
sin tener que hacer un desembolso
económico previo. Los acuerdos de
este tipo pueden hacerse de manera
anual o multianual, y al cabo del
contrato el empresario negocia los
subsiguientes bonos de carbono por
su propia cuenta.
En ocasiones, el proyecto de
mejora tecnológica para reducir
emisiones es financiado por
los propios interesados en
adquirir los bonos de carbono
resultantes. De esta manera,
el empresario local tendrá
una ventaja en sus procesos
sin hacer un desembolso
económico.
El procedimiento administrativo
para la gestión de bonos de carbono
es similar al de otros tipos de
certificaciones y normas (como
las de tipo ISO 9000). El Protocolo
de Kioto establece, además de
las autoridades ejecutivas que
lo gobiernan, que las oficinas de
los respectivos países activen
estos procedimientos de manera
local. En México, los proyectos
se presentan ante la SEMARNAT,
primero en un anteproyecto (PIN)
y luego en detalle (PDD), para ser
validado y registrado. En algunas
etapas de este flujo intervienen
agentes terceros independientes,
conocidos como Entidad Operacional
Designada (DOE), que realizan
auditorías externas para confirmar
las condiciones de inicio del proyecto
y los resultados obtenidos. Todo el
procedimiento puede completarse
en aproximadamente seis meses. La
obtención y venta de los certificados,
en cambio, es un trámite rápido y
expedito, que las empresas pueden
realizar a través de los mercados
establecidos o directamente con las
empresas interesadas en adquirirlos.
Historia de Éxito
RETORNO DE INVERSIÓN EXTRAORDINARIO
El creciente interés en la
obtención y venta de bonos de
carbono es un hecho patente en
el mundo y también en México.
La prueba es la gran cantidad
de proyectos aprobados y su
aumento constante a medida que
más empresas comprenden que
es una excelente oportunidad de
actualizar sus tecnologías y obtener
recursos económicos frescos, sin
endeudarse ni pagar intereses.
Aun las empresas de los países
del Anexo I, es decir los más
desarrollados, utilizan sus plantas
y subsidiarias en países poco
avanzados para cumplir sus metas
y no afrontar las penalizaciones
económicas establecidas en el
Protocolo de Kioto.
Ese ha sido el caso de la empresa
química Rhodia S.A., cuyas plantas
en Paulinia (Brasil) y Onsan (Corea
del Sur), producen cientos de
toneladas de ácido adípico (ácido
butandicarboxílico), un insumo para
la fabricación de fibras artificiales.
Pero estos volúmenes no son su
principal fuente de ingresos, y los
analistas están sorprendidos por sus
extraordinarias ventas en el mercado
de los bonos de carbono.
Mediante tecnologías sencillas que
permiten destruir óxido de nitrógeno,
estas plantas de Rhodia han
colocado 1.6 millones de toneladas
de CO2 en 2006 y 13.4 millones en
2007, con un valor de 300 millones
de dólares. Se calcula que de aquí
a 2012, su mayor fuente de ingresos
será la emisión de Certificados
de Reducción, estimada
en 1,000 millones de dólares.
Lo sorprendente del asunto es
que estas ganancias de Rhodia
se pudieron obtener gracias
a una inversión calculada entre
15 y 20 millones de dólares, es decir
que el retorno ha sido espectacular.
Esta compañía es un ejemplo de
cómo los beneficios y oportunidades
del protocolo de Kioto se pueden
capitalizar en beneficio de las
organizaciones.
CONCLUSIONES
Los bonos de carbono producidos en el marco
del Protocolo de Kioto representan para las
empresas mexicanas de todos los giros y tamaños,
una invaluable oportunidad de generar ingresos
frescos, sin endeudarse ni comprometer su
capital. Pueden lograrse, incluso, sin hacer ningún
desembolso, cuando las inversiones o aportes
tecnológicos los realizan las empresas interesadas
en adquirir esos bonos.
No se trata de un procedimiento complejo
o costoso, y la prueba es que muchas de las
empresas mexicanas que lo realizan son industrias
medianas y hasta explotaciones ganaderas.
Esta práctica, además de los ingresos por la venta
de las emisiones, ofrece otras ventajas que no
se pueden desdeñar: el empresario tiene mejores
motivos para justificar un proyecto de actualización
tecnológica o de procesos, podrá ahorrar en energía
y materias primas, y fortalecerá la imagen de su
negocio en cuestiones de responsabilidad social,
con el medio ambiente y la comunidad.
Hoy, hacer inversiones y reducir emisiones de gases
es una actividad voluntaria que genera ingresos. En
el futuro, cuando las normas ambientales se vuelvan
más exigentes, podría ser obligatorio.
kpmg.com.mx
01 800 292 5764
Sobre el autor:
Jesús González es Socio de la Práctica de Servicios de Asesoría en Riesgos de KPMG
en México. Jesús participó dos años en la oficina de KPMG en Nueva York y ha liderado
proyectos en España, Cuba y Chile. Ha asesorado a empresas de diversas industrias en
mejora de procesos, reducción de tiempos y costos, implementación de sistemas de
eficiencia y control, todos éstos con un enfoque tanto en la cadena de valor como en
la generación de información financiera. Ha asistido a un gran número de compañías
en Reingeniería de Procesos, Administración de Riesgos, Control Interno, Procesos de
Autocontrol, Sarbanes Oxley, Gobierno Corporativo, Desarrollo Sustentable y Diseño e
Implementación de Sistemas BPM (Admistración de Procesos de Negocio), entre otros.
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Coordinación General - Mónica Meza Bravo
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