para entender el mundo en que vivimos

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el mundo en
que vivimos
La revista de análisis y debate intelectual, bajo la
dirección de Fernando Savater.
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Militares
en la España de hoy
Para conseguir un correcto desempeño
de sus funciones, la trinidad formada
por líderes políticos, Fuerzas Armadas
y sociedad debe ser perfecta.
federico aznar fernández-montesinos
“El Ejército había tomado en España la preponderancia que todos conocéis no por su
culpa, ni de la función militar, ni siquiera de los militares personalmente, porque todos
nacemos de la misma cantera, sino por falta de densidad de la sociedad política española, en la cual, desarraigados los organismos del antiguo régimen, cercenadas las autoridades y los prestigios que mantenían la disciplina, resultaba que la autoridad militar era
la única fuerza existente, el único resorte del mando y de ejecución de que disponían los
débiles gobiernos parlamentarios del siglo pasado para hacerse obedecer y aun para
conquistar el poder”1.
Manuel Azaña
Las instituciones, como la verdad, son hijas de su época; al decir de
Norberto Bobbio parafraseando un célebre adagio latino, civitas filia
temporis. Esto, como no podía ser de otra manera, se cumple con las
Fuerzas Armadas; aun es más, si la sociedad española ha cambiado
las Fuerzas Armadas también lo han hecho, probablemente a una
1
Doctrina política de Manuel Azaña. Editorial Fenicia, Madrid, 1978, pág. 37.
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federico aznar fernández-montesinos
velocidad superior a la de cualquier otra institución del Estado, y eso
puede ser la razón de la sobresaliente valoración que tienen como
institución. Y es que han hecho felizmente el difícil tránsito –en
cultura y funciones– que conlleva pasar de ser la columna vertebral
del Estado a ser, únicamente, su brazo armado.
FUERZAS ARMADAS Y SOCIEDAD
Hubo un tiempo en que los términos ciudadano y soldado eran mutuamente intercambiables, tradición que la Revolución Francesa con su
célebre Ley Carnot2 reintrodujo nuevamente, asegurando la transferencia
de valores tanto como la de responsabilidades entre uno y otro colectivo.
Ese modelo ha estado vigente hasta fechas recientes.
Hoy, las relaciones entre Fuerzas Armadas y sociedad son un foco de
inquietud para el primer término de la ecuación, lo que se manifiesta
en un permanente deseo de estas por darse a conocer y ser valoradas;
mientras el segundo término, si atendemos a las encuestas de opinión,
se muestra aparentemente desinteresado por los asuntos de la Defensa,
pese a su carácter sustancial y, aunque parezca contradictorio, a valorar
positivamente a la institución; un pensamiento en arabesco.
Esta inquietud, por lo demás, resulta ajena a otros colectivos sociales
(abogados, bomberos, policías…) lo que no deja de llamar la atención;
pero no es una cuestión baladí ni esquizoide y es que, como nos recuerda Clausewitz, para el correcto desempeño de sus funciones, la
trinidad formada por líderes políticos, Fuerzas Armadas y sociedad
debe encontrarse perfectamente conseguida.
Este encaje es extraordinariamente sensible. La sociedad debe sentir
que las Fuerzas Armadas ejecutan su voluntad manifestada a través de
sus líderes políticos. De lo contrario se produce un desenganche y el
debilitamiento de su actuación. Ejemplos no faltan, y alcanzan desde
Vietnam a la guerra de Irak; el problema es que, en no pocas ocasiones,
2
“Los jóvenes pelearán; los hombres casados forjaran las armas y transportarán abastos; las mujeres harán tiendas y
vestidos y servirán en los hospitales; los niños convertirán telas viejas en hilos; los ancianos se harán transportar a la plaza
pública y encenderán el valor de los combatientes, predicarán el odio contra los reyes y la unidad de la república”.
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militares en la españa de hoy
en las premisas al abordar los temas militares se hayan escritas ya las
conclusiones.
Mientras, la simplificación y la falta de reflexión sobre el fondo de la
cuestión obvia, implícita o explícitamente, y hasta burda e interesadamente, que las Fuerzas Armadas no hacen lo que quieren sino lo que
se les manda, lo que obviamente hace a los ciudadanos (democracia
representativa) responsables de sus actuaciones. José Bada muestra las
contradicciones que se derivan de esta situación:
“... es más fácil tener un Ejército de buenos soldados que un pueblo de
buenos ciudadanos…, incluso hay quien está convencido de que, a no tardar,
se podrá contar con un Ejército de robots programados para defendernos sin
amor a la patria y para matar sin odio a los enemigos. Lo que, por cierto, no hará
más pacíficos a los patriotas y a los ciudadanos, pero sí menos responsables y
bastante menos solidarios. De hecho, ya ha comenzado este proceso de evolución
con los ejércitos profesionales, con los soldados mercenarios y los ataques a
distancia con armas cada vez más sofisticadas. Es un proceso en el que los
ciudadanos, la sociedad civil, se aleja de la muralla, se retira de la defensa y
recupera la guerra como espectáculo de pantalla. Si no fuera por el terrorismo
que nos busca el cuerpo y trae el conflicto a pie de calle, en las democracias
occidentales hay quienes piensan que podríamos vivir en paz”3.
Así, examinando las encuestas de opinión, parece como si la sociedad
española solo abordase los problemas de la Defensa por la puerta trasera,
disimulando o engañándose deliberadamente a sí misma, vergonzantemente. España es el único país democrático y occidental donde los
militares no son visibles, no se les puede ver paseando de uniforme por
la calle; una suerte de condena social. Para envidia de muchos de sus
colegas españoles, militares británicos izaron su bandera las pasadas
Olimpiadas. La naturaleza volátil hasta lo pendular de la opinión pública,
a la que se puede captar con discursos fáciles desde la perspectiva de
la comunicación política, lo ha hecho posible.
A la sociedad le toca cambiar el camón y cerrar la brecha; han pasado
37 años ya del fin del régimen del general Franco y los militares de hoy
3
Bada Panillo, José: ‘Más allá de una cultura del miedo y del odio, de la guerra preventiva y del terrorismo.’, op. cit. pág. 361.
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federico aznar fernández-montesinos
no tuvieron parte en él. Las instituciones se renuevan con sus miembros.
Las deudas explícitas o implícitas, si las hubiere, no pasan de padres a
hijos y menos aun cuando ni siquiera son familia. Es más, las Fuerzas
Armadas son la institución del Estado y el grupo social que más claramente –en fondo, cultura y forma– han llevado a cabo la transición
mientras algunas soportan miradas y juicios que parecen anclados en
los años setenta.
Es tiempo ya de abandonar tópicos y clichés y de tratar de corregir
los resultados de las encuestas; es preciso que la sociedad, al menos
en algunos de sus segmentos, se reconcilien con las Fuerzas Armadas
que, a fin de cuentas, son parte de ella. Las Fuerzas Armadas son en
el siglo XXI una institución esencial en cualquier país, uno de los
pilares del Estado. Ni en la ignorancia ni en la exclusión nunca ha
habido nada bueno.
UNA CULTURA MILITAR
Una cultura es un conjunto de valores, comportamientos y actitudes.
Desde una perspectiva clásica, los valores son creencias jerarquizadas sobre estilos de vida y formas de existencia que guían nuestras
actitudes y comportamientos; son el componente central de la personalidad, mientras las actitudes y comportamientos se sitúan en la
periferia. Valores, actitudes y comportamientos están relacionados y
deben ser congruentes entre sí. Las actitudes son mediadoras entre
valores y comportamientos. Los valores están en la cúspide, son una
guía que controla las normas y estas los comportamientos.
Pero es que, ¿acaso son las Fuerzas Armadas diferentes de la
sociedad? La respuesta es, como ya se ha señalado, negativa. Los
procedimientos endoculturales que se utilizan para la formación de
sus miembros (las generaciones veteranas enseñan a las siguientes e
imponen su cultura) no impiden los cambios, si bien los ralentizan;
luego, al abandonar las academias los militares, se integran en un
sistema abierto. Pueden existir diferencias no tanto en los valores
como en su prelación, pero estas no son suficientemente significativas. La clave se encuentra en otro aspecto.
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militares en la españa de hoy
Así sí tomamos el célebre desiderátum de Calderón que todos los
militares conocen porque sintetiza muy bien su ideal ético:
“Este ejército que ves / vago al hielo y al calor, / la república mejor / y más
política es / del mundo, en que nadie espere / que ser preferido pueda / por
la nobleza que hereda, / sino por la que él adquiere; / porque aquí a la sangre
excede / el lugar que uno se hace / y sin mirar cómo nace / se mira cómo
procede. / Aquí la necesidad / no es infamia; y si es honrado, / pobre y desnudo
un soldado / tiene mejor cualidad / que el más galán y lucido; / porque aquí
a lo que sospecho / no adorna el vestido el pecho, / que el pecho adorna al
vestido. / Y así, de modestia llenos, / a los más viejos verás / tratando de ser lo
más / y de aparentar lo menos. / Aquí la más principal / hazaña es obedecer, /
y el modo cómo ha de ser / es ni pedir ni rehusar. / Aquí, en fin, la cortesía, / el
buen trato, la verdad, / la firmeza, la lealtad, / el honor, la bizarría, / el crédito,
la opinión, / la constancia, la paciencia, / la humildad y la obediencia, / fama,
honor y vida son / caudal de pobres soldados; / que en buena o mala fortuna /
la milicia no es más que una / religión de hombres honrados”4.
Podemos comprobar que sus propuestas representan un ideal que
puede ser común para cualquier empresa o ente público.
La diferencia no está en los valores, sino que se sitúa en las actitudes,
en el compromiso, en la vocación de servicio, en la emocionalidad
(atributo que dispensaba Clausewitz para los militares) en la trascendencia manifestada por la subordinación a un bien superior. Por eso
la profesión militar emparenta con otras profesiones vocacionales de
“uniforme” –con el que se busca escenificar la unidad doctrinal de
sus miembros– como puede ser el sacerdocio; o también sin él (en
este caso la diversidad es mayor), como médicos o actividades de
servicio público en general, que requieran de preparación, esfuerzo o
puedan implicar algún riesgo para quien las lleva a cabo. Pensamiento
y actuación se abrochan en el uniforme.
LOS MILITARES EN UN MUNDO POSMODERNO
La posmodernidad (entendiendo por tal una suerte de movimiento cultural iniciado en la década de los ochenta) se ha caracterizado por un
4
P. Calderón: Comedia famosa. Para vencer a amor, querer vencerle.
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federico aznar fernández-montesinos
nuevo antropocentrismo, una reevaluación del hombre, en la que se ha
dado un cierto culto al presente (el presentismo, la ausencia de futuro)
y a la forma (actitudes) simultáneo al crepúsculo de las ideologías del
que hablara D. H. Bell, la reducción del espacio para la auténtica diferencia política que ha destruido las atalayas desde las que mirar hacia
el futuro. Como resultado, el desencanto del nihilismo ha acabado por
impregnarlo todo en un mundo en el que el compromiso ha servido, en
no pocas ocasiones, simplemente, para satisfacer la emoción propia.
El hombre vuelve a quedar constituido en la medida de todas las cosas.
Como dijera Pirandello: “Así es, si así os parece”. El posmodernismo
es relativista y posheroico. No reconoce nada especialmente valioso
detrás del esfuerzo; es acomodaticio (como rezaba el célebre eslogan
publicitario: “Paz y amor y el plus pal salón”), desecha a los héroes
por innecesarios, o incluso por peligrosos, porque muestran lo que no
somos. Por eso los modelos que se ofertan son meras carcasas detrás
de las que, en muchos casos, no hay absolutamente nada, y esto es un
hecho ampliamente conocido.
Lo militar no encaja bien con estos esquemas, en la medida en que
está construido en torno a otras referencias y no presenta una actitud
adaptativa. De hecho, podemos señalar que los procedimientos endoculturales han podido hacer de las Fuerzas Armadas una suerte de
nevera espiritual en la que la penetración de estas actitudes haya sido
más limitada. Pero no todo es malo en la posmodernidad, ni mucho
menos. Es, en primer término, una reevaluación del hombre y una
puesta en cuestión del sistema vigente, de sus clichés y dogmas. Uno de
los grandes méritos y de las claves del pensamiento posmoderno es su
visión antidualista y la puesta en valor de nuevas perspectivas (género,
medioambiente, colectivos desfavorecidos…), al tiempo que favorece el
pluralismo y la diversidad. Además, el relativismo implícito al fenómeno
sirve para desactivar los conflictos en la medida en que contribuye al
cuestionamiento de sus causas. Y no es un movimiento necesariamente
de derechas ni de izquierdas.
De cualquier manera, el sistema de valores de nuestra sociedad ha
sido identificado como uno de sus factores de debilidad durante la crisis
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militares en la españa de hoy
como, por otra parte, ya había sido profetizado por Weber, para quien la
desaparición de los valores, víctimas de los procesos de racionalización
era un proceso inevitable. Modernidad y nihilismo, entonces, se dan la
mano en la posmodernidad liquidando los elementos cohesionadores
(y también legitimadores) de la sociedad en la medida en que ponían
al individuo al servicio de esta. Ha sido esta una época secularizada y
posmítica.
MILITARES Y CRISIS
Una crisis económica, y más si viene asociada a un problema de déficit,
llama a la reducción de todo tipo de gastos aparentemente no necesarios
para su resolución; los gastos militares parece que debieran ser los primeros. La cuestión es que una crisis económica global lleva asociada un
incremento en la conflictividad a todos los niveles, aunque este no es el
debate que pretende plantear el artículo, sino cómo pueden contribuir las
Fuerzas Armadas a paliar los males que atraviesa nuestra sociedad.
La posmodernidad ha coincidido –pues ya no es, ha muerto, la crisis
la ha matado– con un periodo de estabilidad y progreso económico
sin parangón que ha suministrado al hombre una dosis antinatural
de seguridad. Antinatural, porque nadie en la naturaleza vive sin
riesgos; la pérdida de la referencia religiosa ha sido paralela a la
sacralización del Estado como proveedor, una suerte de maternidad
de sesgo freudiano. Y ahora nos adentramos en la confusión de una
transición a una nueva época, que además viene impuesta y no es
mejor que la anterior. Los cimientos de la sociedad, sus principios
pretendidamente inamovibles, se conmueven.5
El paradigma, el modelo, está agotado. La solución ya no está en el
presente, que es el problema; es obligado escapar y hay que pensar en lo
que antes no se pensaba, en el futuro. Pero las raíces de la posmodernidad
son deliberadamente débiles y poco profundas. La falta de horizontes se
manifiesta en una deriva nihilista; la falta de referencias la convierten
5
Reza el Salmo 10 “Cuando los cimientos se tambalean, ¿Qué podrá hacer el hombre justo?.”
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federico aznar fernández-montesinos
en unas arenas movedizas sin apoyaturas. No se sabe donde se está ni
tampoco a donde se quiere ir.
Lo militar puede contribuir a dotar a la sociedad de los horizontes y
referencias que precisa para su regeneración; pero no son ni deben ser
la única referencia ni tampoco la más importante. No se trata, ni mucho
menos, de militarizar la sociedad (como decía Wellington, se puede hacer
cualquier cosa con las bayonetas, salvo sentarse sobre ellas). Y también
hay que evitar que, al igual que sucedió en la gran crisis de nuestra
sociedad del siglo XVII (del fracaso entonces de la propuesta española
para Europa deriva a juicio de no pocos autores nuestro sempiterno
pesimismo) pululen en tertulias arbitristas e iluminados.
Su propuesta no puede ser sino ética, sustancialmente humana. Mi
experiencia naval me enseña empíricamente que un barco mal pintado
tampoco anda. De lo pequeño a lo grande.
Es necesaria una ejemplaridad persuasiva –en la línea de lo que propone Javier Gomá en su trabajo Ejemplaridad pública– que promueva
la reforma del estilo de vida y genere una nueva conciencia cívica. Las
Fuerzas Armadas, en paralelo o detrás de otras instituciones y colectivos,
pueden ayudar a la sociedad civil a encontrar una referencia ética cuando
la crisis ha puesto en el candelero conductas inapropiadas de quienes
una vez se habrían postulado como líderes o ejemplos.
Pero ya no hay un servicio militar que permita un trasvase, no de
valores, sino de actitudes (ahí está la clave). Y el elitismo no es útil,
pues se imputa a las élites una falta de trascendencia, el haber olvidado
su dimensión de servicio que es lo que, en última instancia, dota a las
personas de autoridad y al trabajo de sentido.
Y aquí está la cuestión. El medio es el mensaje, que es el ejemplo.
Lo que el individualismo ha hecho fracasar en nuestras sociedades. Las
palabras seducen, pero solo el ejemplo arrastra. La reforma del espacio
público, el retorno a la virtud cívica, solo es posible por el ejemplo. Y a
eso las Fuerzas Armadas pueden ayudar.
La imagen que las Fuerzas Armadas se han construido sobre el
ejemplo y el trabajo cotidiano, es una imagen de esfuerzo, seriedad
y rigor, exenta de escándalos y sobresaltos. Al menos un tercio de
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militares en la españa de hoy
los telediarios de hoy aborda la corrupción, hay casi una obsesión
morbosa –y hasta desmedida e injusta– de nuestra sociedad por estas
cuestiones; en ellos nunca se habla de los Ejércitos sino es por lo que
están haciendo. Y normalmente, rara cosa, bien.
Un uniforme en sí mismo no significa nada. Lo puede llevar un militar
o una banda de música. Puede ser estética o ética, depende de si tiene
algo más; ese algo son los valores. Llevar uniforme es solo un símbolo,
pero pretende ser una actitud. Lo militar es un humanismo. Y además
las Fuerzas Armadas están ligadas a los símbolos de la sociedad, del
nosotros, un espacio que es imprescindible recuperar. Los símbolos
ayudan a definir el grupo y posibilitan el identificarse con aquel.
La visibilidad es importante. Al recuperar los símbolos y los ritos se
pone en valor al grupo. Recuperar los símbolos es recuperar la sociedad,
recuperar el nosotros como espacio de relación y de esperanza. Y además
poniendo en valor al grupo se restituye simultáneamente al individuo,
eje real de actuación, y se le brinda un futuro.
Hoy, parece demodé creer en algo; y podemos equivocarnos, como
todos, pero somos gente de nuestro tiempo y creemos en nuestra sociedad
y en su futuro. Solo aspiramos al honor de servirla con nuestro trabajo
cotidiano, con el ejemplo personal. Como reza el Corán “Alá no ama a
los que se exceden.” (2, 215)
Federico Aznar Fernández-Montesinos es doctor en Ciencias Políticas.
Capitán de Fragata de la Armada. Analista principal del Instituto Español de
Estudios Estratégicos y profesor de Teoría de la Guerra.
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