La piel del cielo; Elena Poniatowska

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Lenguaje y Expresión II
ELENA PONIATOWSKA
LA PIEL DEL CIELO
La piel del cielo es la historia de un hombre que busca en las posibilidades de la ciencia la explicación del
mundo. El protagonista tiene un afán de saber insaciable, el cual está planteado desde la primera frase del
libro, desde el momento en que el protagonista, Lorenzo −en su etapa infantil− , cuestiona: Mamá, ¿allá atrás
se acaba el mundo? Esa curiosidad del pequeño es la primera anotación de la novela donde se hace referencia
a la curiosidad científica, esa curiosidad por la comprobación del mundo, y de los hechos y fenómenos que
ocurren en él.
A Lorenzo de Tena, nacido en la década de los veinte, hijo de madre soltera y de un señorito, su brillantez le
permite trabar a mistad con los hijos de la clase más acomodada. Inteligente desde su niñez, Lorenzo De Tena
sobresale de entre sus compañeros de clase, pero su origen y su carácter inconformista, rebelde y cuestionador
de la vida y de las normas que la sociedad le impone, le apartan del destino que se abre ante él como dirigente
del país.
Es la tierra, con la sugerencia de su olor y de su aventura, la que le da el contrapunto a la obsesión de mirar
más allá de las estrellas. Involucrado en asuntos de política, De Tena se relaciona con importantes líderes de
izquierda; en sus roces políticos conoce a Luis Enrique Erro, dedicado hombre de ciencia y política que lo
involucra en los conocimientos de astronomía. Con esto Lorenzo descubre su verdadera pasión: el cielo y las
estrellas, que lo identifican con su vida, ahí están, igual que él, pero sólo para que poca gente los descubran; él
mismo tiene mucho que descubrir en el cielo. Como astrónomo se le revela el origen conjetural y el saber
inexhausto, así como una mirada crítica de la apariencia y urgida de certezas.
Su amigo Revueltas le dirá al saber que Lorenzo se ha convertido en astrónomo: ¡Ah, hermano, creo que has
encontrado aquello sin lo cual no podrás vivir!, cuestión que confirma por sí mismo: A partir del momento en
que empezó a observar, se dio cuenta de que el cosmos lo convertiría en otro hombre. Claro, viviría entre los
demás, caminaría con ellos, los escucharía, comería, sonreiría, pero él tendría un mundo propio mucho más
real que el de la vida diaria. Aguantaba la cotidianidad por la sola esperanza de volver al telescopio. La vida
de las estrellas le resultaba más auténtica que la de los hombres, a quienes escuchaba con extrañeza y sin
curiosidad. A ellos no podía observarlos en su microscopio como a sus placas para predecir su conducta burda
en comparación con la de los objetos del cielo.
Lo anterior suena hermoso, pero también traduce distanciamiento, mal humor, cierta paradójica incapacidad
de apreciar la dimensión más cercana, la de su entorno, en beneficio de un talento excepcional para observar
las estrellas, para interpretar los datos, aun para valerse de medios limitados.
Desafortunadamente pocos ven lo mismo en el cielo y a De Tena le cuesta trabajo entender cómo no todos
pueden ver la vida como él. Lorenzo posee gran talento en materia astronómica, a pesar de ello, la novela
recorre su frustrante carrera como observador del cielo; debe sobrepasar toda clase de barreras (sociales,
política y burocráticas) para realizar su vocación.
A lo largo del camino que sigue este personaje, la voz reflexiva de la autora, va mostrando la inevitable
confrontación en dos verdades; una científica, medible y comprobable, y otra intuitiva, que se vive y se siente,
pero que no se puede demostrar. En un pasaje, por ejemplo, el narrador dice: En sus caminatas, Lorenzo había
descubierto el poder de las montañas sobre los habitantes; eran dios y diosa a los que les levantan altares,
copal y pulque (...) para que no corrieran los rías de lava, llevándose casas y sembradíos. Y en otro párrafo
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agrega: Los fenómenos naturales eran parte de su vida, como el maíz, el frijol, el crecimiento de sus hijos. Los
volcanes eran esposos, caminaban de la mano, nacían de las aguas, se sentaban a tardear, se peleaban,
reconciliaban y dormían abrazados. Su presencia definía la vida de los habitantes del pueblo. Estas certezas de
los campesinos, tan ingenuas a los ojos de la ciencia, servían, sin embargo, para aliviar temporalmente la
angustia que sentía Lorenzo ante la inmensidad de ese misteriosos universo en expansión, que trataba
tenazmente de comprender.
Elena Poniatowska en La piel del cielo muestra a los científicos y en especial a los astrónomos como seres
humanos, no como el estereotipo del científico que existe aún: frío, insensible, interesado sólo en sus
experimentos y estudios, y desconectado de la realidad. La autora dijo al respecto en la presentación de su
libro en el Museo Nacional de Culturas Populares en Coyoacán que los astrónomos no son unos seres extraños
deambulando por las azoteas con su cucurucho en la cabeza y su manto de estrellas (...) como siempre se les
confunde (1).
El amor para el protagonista de La piel del cielo
La búsqueda inconsciente de la madre perdida durante la infancia conduce a Lorenzo a una pasión por el
espacio y las estrellas, ama el cielo acariciando el peligro de la soñada aventura, prendado de un afán de
conocimientos de otros mundos. Su vida, entregada a la astronomía, encubre el dolor infantil nunca superado.
De la pérdida temprana de la primer persona amada, sigue un vivir depresivo, una búsqueda incesante y llena
de dolor de la madre amada entre las estrellas. Así, Lorenzo, que en su quehacer científico busca una y otra
vez la piel del cielo, lo que en realidad busca es su propia piel y al mismo tiempo busca reencontrarse con la
piel del amor conocida en la infancia.
Lorenzo encuentra en el amor el gran desafío de su vida. Durante su vida adulta no logra conocer el amor
absoluto: tres mujeres que terminan abandonándolo, traicionándolo, negándolo, lo sumen a una terrible
depresión que lo aparta de la realidad, encerrándolo en el trabajo científico haciéndolo fructificar en el
descubrimiento de astros. Al final, el descubrimiento más significativo de su vida llega cuando se da cuenta de
que de nada sirve tener un cielo tan hermoso, allá arriba, sin nadie especial con quien compartirlo, desde
abajo.
En su vida amorosa, Lorenzo De Tena encuentra dificultades para retener a sus parejas. Las relaciones del
protagonista con las mujeres son fallidas porque su trabajo le resulta más interesante. Desde joven se
involucra en un aventura prohibida y secreta que termina de manera dramática. Años más tarde vive un
segundo romance en Harvard, finalmente lo desilusiona cuando no encuentra la respuesta deseada y desde ahí
rechaza cualquier nueva oportunidad. Por último, enfrascado en su malhumorada vida y encallecido su
corazón, conoce a Fausta Rosales, una mujer medio hippie y libre a más no poder, quien lo hace ver su suerte
y cuán desproporcionada resulta su exigencia académica, asimismo intenta hacerle entender que su dedicación
total al conocimiento científico lo está llevando a una gran inestabilidad emocional. De esta manera, Fausta
consigue enamorarlo. El problema principal de Lorenzo, con las mujeres, es su forma de tratarlas y verlas,
haciéndole pasar su orgullo los más difíciles momentos en sus relaciones amorosas.
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