la actividad judicial de los gobernadores provinciales a partir de las

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LA ACTIVIDAD JUDICIAL DE LOS GOBERNADORES PROVINCIALES
A PARTIR DE LAS ACTAS DE LOS MÁRTIRES.
THE JUDICIARY ACTIVITY OF ROMAN PROVINCIAL GOVERNORS
FROM THE ACTA MARTYRUM
RUBÉN OLMO LÓPEZ1
Universidad Complutense de Madrid
RESUMEN: Este artículo presenta una valoración del procedimiento penal usado por
los gobernadores provinciales romanos en el Principado: la cognitio extra ordinem. Las
Actas de los Mártires proporcionan un testimonio único de cómo este procedimiento
funcionaba, mostrando la poderosa posición que los gobernadores provinciales
ocupaban en sus provincias.
PALABRAS CLAVE: Gobernadores provinciales, cognitio extra ordinem, Acta
Martyrum, ius gladii.
ABSTRACT: This paper presents an assessment of the criminal procedure used by the
roman provincial governors in the Principate: the cognitio extra ordinem. The Acta
Martyrum afford a unique testimony of how this procedure functioned, showing the
powerful position that the provincial governors occupied in the provinces.
KEY WORDS: Provincial governors, cognitio extra ordinem, Acta Martyrum, ius gladii.
Las Actas de los Mártires, a pesar de toda la carga ideológica que encierran y
por la que se ven condicionadas, se presentan como un documento de gran valor para
el estudio del procedimiento judicial romano propio del período imperial, la llamada
cognitio extra ordinem2. En efecto, estos documentos nacen de las actas reales de los
juicios incoados contra los cristianos, que eran adquiridas, por sustracción de los
archivos públicos o bien por compra, por aquellos correligionarios que querían honrar
la memoria de los ajusticiados, convirtiéndolos en ejemplo de virtud cristiana. Qué
mejor punto de partida para tratar el procedimiento extraordinario (extra ordinem) que
el delito más extraordinario, el de cristianismo. Asimismo, los testimonios de los juicios
de cristianos muestran que éstos se dieron sobre todo en provincias, con lo cual
tenemos aquí la oportunidad de observar la actividad judicial de los gobernadores
provinciales –jueces supremos en su provincia– desde un punto de vista procesal y
dentro del ámbito del derecho penal.
Hemos dicho que la cognitio extra ordinem es el procedimiento judicial
característico de época imperial, pero su generalización no tendrá lugar hasta el
principado de Adriano. Antes, convivirá con las quaestiones perpetuae, el proceso
ordinario propio de los dos últimos siglos de la República, normativo, basado en las
leges publicae, y regularizado, poco antes del inicio de su declive, por Augusto en su
lex Iulia iudiciorum publicorum del 17 a. C. Para entender el cambio que supuso la
adopción de la cognitio frente a las quaestiones, hemos de contrastar ambos tipos de
1
Becario FPU. Dpto.
[email protected]
2
Novás Castro, 1995.
Antesteria
Nº 1 (2012), 183-189.
Historia
Antigua,
Universidad
Complutense
de
Madrid.
E-mail:
ISSN 2254-1683
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proceso, muy ligados en sus orígenes con los problemas derivados del gobierno
provincial, antes de pasar a describir el proceso de la cognitio a través de las Actas.
Ante la inoperatividad de los iudicia populi, en el siglo II a. C., el proceso penal
romano buscó un más efectivo desarrollo en la institución de tribunales (quaestiones)
primero extraordinarios, luego permanentes (perpetuae), a los que se asignaba un
crimen concreto. Estas quaestiones perpetuae estaban instituidas por ley y eran
presididas por un magistrado o ex-magistrado. Nos interesa resaltar que el movimiento
de reforma que conducirá a las quaestiones perpetuae partió de las repetundae, es
decir, de las apropiaciones ilícitas y extorsiones realizadas por magistrados romanos
en perjuicio de los pueblos aliados o sometidos. A finales de la república funcionaban
en Roma nueve tribunales permanentes: cinco de delitos de carácter político
(maiestas, ambitus, repetundae, peculatus, uis) y cuatro de delitos comunes
(homicidio, parricidio, falsedad e injurias graves). Quedaba así instituido el ordo
iudiciorum publicorum, órgano a través del cual se efectuaba la represión criminal en
Roma.
El proceso que se estructuró con estos tribunales permanentes era de
naturaleza acusatoria: Podía ser promovido por cualquier ciudadano privado (salvo
excepciones) como representante del interés público, jurando que no lo iniciaba con
dolo. El acusador pide al magistrado (el pretor) el reconocimiento de su legitimación
para acusar, que éste dará si no halla incompatibilidades y si se cumplen los requisitos
legales. Presentada formalmente la acusación el magistrado ponía el nombre del
acusado en la lista de los pendientes de juicio. Luego se constituye el tribunal,
compuesto por sorteo (desde la lex Cornelia iudiciaria del 81 a. C) por miembros de los
grupos habilitados, dependiendo de la época (equites, senadores, o ambos junto con
tribunii aerarii, etc.), y comienzan los debates, donde se exponen las orationes de
acusación y defensa. Terminadas éstas, el jurado vota con una tablilla encerada en la
que marca la absolución (una A) o la condena (una C). El pretor no tiene derecho a
voto: sólo recuenta votos y proclama el resultado. La sentencia se reduce a establecer
la culpabilidad o inocencia del acusado (fecisse o non fecisse uidetur); la pena ya
venía determinada por ley y no podía ser modificada; consistía en la muerte o el pago
de una multa, aunque pronto quedó registrada la opción acostumbrada de exiliarse
con interdictio aqua et igni en vez de la muerte. La condena impuesta por las
quaestiones, al no ser manifestación de imperium, no era susceptible de prouocatio ad
populum.
En provincias, en cambio, el sistema de quaestiones resultó inaplicable, dado el
desbordamiento que sufrirían los tribunales de Roma si a ellos se remitiesen todos los
casos provinciales. Además, la extensión de los municipios y colonias romanos era
entonces muy limitada y en pocas ciudades se podían derivar los procesos para que
no recayesen en Roma. Así, la persecución criminal, la represión, recayó en la máxima
autoridad provincial, el gobernador, que, sin embargo, no podía aplicar su coercitio en
toda su dimensión con ciudadanos romanos, al menos los de alto status, que habrían
de acudir a Roma para ser condenados a una pena capital en virtud de su derecho de
prouocatio. El gobernador recorre anualmente su provincia, administrando justicia en
la capital provincial y las cabeceras administrativas elegidas para ello (las capitales de
conventus, en Occidente, o diokeseis, en Oriente)3 y juzga auxiliado por un consilium
compuesto de ciudadanos romanos residentes en la provincia, elegidos libremente
por él en función de su dignitas y rango social probados. Este modo de proceder no
tenía su fundamento en una norma jurídica, sino en el sentido de la correcta actuación
y responsabilidad del gobernador4. Aquí está el germen de lo que será la cognitio extra
3
4
Marshall 1966: 231-242.
Santalucia 1990: 77-90.
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ordinem, sistema procesal que refleja una actividad de tipo personalista y, como
veremos, proclive a la discrecionalidad de quien lo presida.
Aunque fue Augusto quien sistematizó definitivamente el sistema de las
quaestiones perpetuae con su lex Iulia iudiciorum publicorum, pronto se advirtió, en los
comienzos del Principado, que presentaba importantes defectos; por ejemplo, que un
particular no podía llevar ante una quaestio una acusación por un hecho no
contemplado en las leyes. Era un sistema demasiado rígido, así que con rapidez fue
ganándole terreno la appellatio ad Caesarem (derivada de la auctoritas de éste) y, a
partir de ella, el procedimiento ya ensayado parcialmente en provincias en el que el
juicio era asumido directamente por el princeps o un delegado suyo. Es decir, un
procedimiento que se desarrollaba al margen del sistema procesal y criminal del ordo
iudiciorum, libre de las restricciones formales de la jurisdicción ordinaria. Este
procedimiento convivirá con las quaestiones (ahora residuales) hasta el siglo II.
El ejercicio de tal poder de represión criminal extraordinaria, tal y como dice B.
Santalucia, reviste tres aspectos fundamentales: la avocación, la apelación y la
delegación de jurisdicción.
1.
La avocación: El princeps puede avocar a su tribunal, espontáneamente o a
instancia de los interesados, el conocimiento de supuestos delictivos no previstos por
las leges publicae o, incluso, el de los crímenes propios de una quaestio.
2.
Además de esta jurisdicción en primera instancia, el princeps tiene el poder de
intervenir en grado de apelación (segunda instancia) en las sentencias pronunciadas
por magistrados o subordinados suyos tanto en Italia como en provincias, en virtud de
la appellatio principis, sustituyendo a la prouocatio ad populum.
3.
Sin embargo, el emperador ejercita su jurisdicción sobre todo por delegación,
atribuyendo de modo general permanente el conocimiento de determinadas materias a
sus funcionarios: en Roma e Italia a los cuatro praefecti (Vrbi, praetorio, Annonae y
uigilum); en provincias a los legati Augusti pro praetore o los procuratores, y en casos
particulares a los iudices dati (suerte de comisarios judiciales especiales).
Los gobernadores provinciales, tanto los legati Augusti pro praetore como los
procónsules, durante el Principado vieron confirmado el modus operandi antevisto a
finales de la República, aunque bajo un control más férreo al tener que rendir cuentas
ante el princeps, quien tenía la última palabra en casos de apelación y al que
mantenían informado por carta de todo suceso de importancia que acaeciera en la
provincia (véase la relevancia de las epistulae imperiales).
Un aspecto que ha ocupado sobremanera los trabajos que desde Th.Mommsen
se han dedicado a los poderes de los gobernadores es el de la posesión del ius gladi
por parte de éstos. La teoría predominante desde Mommsen –seguida por
renombrados estudiosos como A.H.M. Jones5 o el antedicho Santalucia- fue la
siguiente: Los emperadores habrían comenzado por delegar en los legati Augusti pro
praetore, con mando de tropas, el ius gladii en el ámbito militar. Luego, este derecho
de vida y muerte se extendería sobre todo ciudadano romano una vez que la extensión
de la ciudadanía hizo inviable que todo ciudadano acudiese a Roma desde su
provincia. Los procónsules habrían gozado del ius gladii desde el siglo III al haber sido
concedido con carácter general a todos los gobernadores provinciales. Para esta
última afirmación, estos autores utilizaron una famosa sentencia de Ulpiano, que dice:
“Quienes son nombrados para gobernar una provincia entera tienen el ius gladii, y se
les concede también la potestad de condenar a trabajos forzados en las minas”6.
Sin embargo, P. Garnsey, a nuestro parecer, tiró abajo rotundamente tal tesis,
mostrando cómo Ulpiano no hace sino constatar una realidad previa en un contexto de
5
6
Jones 1960.
Ulp. 9 de off. proc, Coll, 14, 3,2.
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reforzamiento del poder imperial bajo los Severos. La sentencia de Ulpiano no refleja
un acrecentamiento del poder de los gobernadores, sino todo lo contrario, y era
necesario dejar claros los poderes que seguían teniendo y los límites de su
discrecionalidad frente a la del propio emperador. Así pues, con Garnsey, entendemos
que tanto los procónsules de las provincias del Pueblo Romano como los legati
Augusti pro praetore de las imperiales tuvieron ius gladii sobre toda la población de su
provincia desde los inicios del Principado, aunque se cuidaron mucho de utilizarlo con
hombres influyentes.7
Aún así, el gobernador se preocupará por pedir consejo al emperador en caso
de duda y atenderá a las directrices que le dé éste antes de partir a su provincia
acerca de cómo ha de tratar a las comunidades de la misma (las ciudades libres
muchas veces quedan fuera de su jurisdicción).
El procedimiento extra ordinem, muy flexible, tenía un marcado carácter
inquisitorio y para su inicio no es necesaria acusación alguna; el gobernador puede
entrar de oficio y decidir libremente su modo de proceder con los imputados por el
crimen perseguido. Además, a diferencia del sistema ordinario del ordo iudiciorum
publicorum, en la cognitio el gobernador decidía no sólo la culpabilidad del acusado,
sino también la pena, que podía variar de una persona a otra en función de las
circunstancias subjetivas y objetivas que determinasen el delito. La “gracia”, empero,
era prerrogativa única del princeps8.
Las Actas de los Mártires muestran, como hemos dicho, con detalle las fases
que se darían en el procedimiento extra ordinem, que pasamos a describir:
Una vez que se encontraba a un sospechoso de ser cristiano –bien por
delación, bien por intervención de las autoridades municipales– éstas apresaban al
individuo en cuestión. “Celebrado allí según costumbre los misterios del Señor, fueron
detenidos por los magistrados de la colonia y los soldados de la guarnición”9.
Una vez apresado, lo mantenían bajo vigilancia hasta que el gobernador
realizase la visita anual programada a la ciudad, si se trataba de una capital
conventual, o se dirigían a la ciudad en que estuviese el gobernador (la capital
provincial o la sede conventual más cercana), tal y como muestran las Actas del
martirio de Saturnino, Dativo y otros, o las del de Probo, Taraco y Andrónico. Sólo el
gobernador podía juzgar en un tribunal, pero las autoridades municipales podían
realizar un interrogatorio previo o instrucción preliminar para agilizar la labor del
primero10.
Una vez que el reo es llevado ante el gobernador, éste hace gala de una gran
discrecionalidad en su actuación. La famosa carta de Plinio a Trajano acerca de los
cristianos es un inmejorable ejemplo11. Plinio escribe a Trajano porque ha dudado en
cómo tratar a los cristianos y quiere que el emperador le confirme si ha obrado bien y
le aconseje cómo actuar en situaciones similares:
“He dudado no poco (…). Entretanto, he seguido el siguiente procedimiento con los que
eran traídos antes mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A los que decían
que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles con el suplicio; los
que insistían ordené que fuesen ejecutados. (…) Hubo otros individuos poseídos de
semejante locura que anoté que debían ser enviados a Roma, puesto que eran
7
Garnsey 1968.
Santalucia 1990: 99-115.
9
Actas del martirio de Saturnino, Dativo y otros, 2.
10
Actas del martirio de Santiago, Mariano y otros, 9.
11
Plinio. Ep. X, 96.
8
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ciudadanos romanos. Luego, en el desarrollo de la investigación (la inquisitio), como
12
suele suceder, al ampliarse la acusación aparecieron numerosas variantes”.
Plinio sigue contando que recibió panfletos anónimos con delaciones y cómo él
decidió que se dejase en libertad, de esas personas sospechosas, a quienes negasen
ser cristianos, o abjurasen de su fe dando culto delante de él a los dioses romanos
(entre los que situó una escultura de Trajano); también mandó torturar a dos esclavas,
diaconisas cristianas, para saber el alcance del peligro de las reuniones cristianas.
Trajano aprueba lo hecho por Plinio, pues “en efecto, no puede establecerse una regla
con valor general que tenga, por así decirlo, una forma concreta”, aunque le señala
que no ha de hacer caso a panfletos anónimos ni perseguir sin denuncia previa a los
cristianos13. Con estas palabras Trajano define perfectamente la esencia de la
cognitio, reafirmando la discrecionalidad del gobernador es absoluta, siendo
refrendado su proceder extraordinario al no existir una regla general para ese delito.
Las Actas también nos dan a conocer el officium que acompañaban al
gobernador en los procesos, tal y como muestra Mª. M. Novás Castro14: Un praeco
(que publicitaba el proceso y comunicaba la sentencia), un scriba (autor del acta,
liberto imperial de condición), los lictores (en funciones de guardia), un tesserarius
(quien custodiaba la orden del gobernador) y un frumentarius (policía), cornicularii y
commentarienses (secretarios, etc.). Este officium era muy importante puesto que
permanecía en la provincia tras la marcha del gobernador y recibía a su sucesor
poniéndolo al día acerca de la situación de la provincia. Son miembros del officium
quienes presentan al acusado ante el gobernador:
“Maximus praeses dixit: qui est hic?
Ex officio dictum est: Hic christianus est, et non uult oboedire praeceptis regalibus.
Praeses dixit: Quis dicerris?
Respondit: Iulius.
15
Praeses dixit: Quid dicis, Iuli? Vera sunt haec quae dicuntur de te?” .
Era fundamental conocer la identidad y posición social del acusado; la pena
podía variar en función de ello. Por otro lado, también el officium o el gobernador
informaban al reo acerca de cuál era la ley, dejando, como hacía Plinio, una
posibilidad al arrepentimiento. El recurso a la tortura llega tras un primer cruce de
preguntas y respuestas que se revele infructuoso y sólo se realiza sobre esclavos o
personas de extracción muy humilde.
En cuanto a la defensa, el caso de los cristianos era muy particular, puesto que
ya al principio del juicio confiesan su delito e incluso retan al gobernador a ejecutar la
pena consabida; véase la actitud del obispo Cipriano en las actas de su martirio (3).
Sin embargo, es falso que no se les facilitase una defensa legal: estaba prevista
incluso un defensor público para quien no supiera o no pudiera costearse uno16.
Tras el interrogatorio, el acusado espera en la cárcel a que el gobernador,
reunido con su consilium, dicte sentencia. Ésta debía escribirse17 y ser leída en voz
12
Traducción de J. González Fernández (BCG). 2005.
Plinio. Ep. X, 97. Trad. idem.
14
Novás Castro 1990.
15
Acta de Julio veterano, I.
16
Dig. L. xiii.
17
Una vez escrita no se podía cambiar: Lo dice Pilatos en el juicio de Cristo cuando los judíos le piden
que cambie que se le condena por ser “rey de los judíos” y se ponga que “decía ser rey de los judíos”.
Pilatos responde: “Lo que yo he escrito, no se puede cambiar”. Juan 19, 21-22.
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alta, bien por el gobernador, bien por un miembro del officium. Luego era recogida por
el escriba en las actas procesales:
“Saturninus proconsul decretum ex tabella recitauit: Speratum, Nartzalum, Cittinum,
Donatam, Vestiam, Secundam et ceteros ritu christiano se uiuere confessos quoniam
oblata sibi facultate ad Romanorum morem redeundi obstinanter perseuerauerunt,
18
gladio animaduerti pacet”.
Las penas de la cognitio forman un sistema gradual en cuya cúspide se sitúa la
pena capital (recuperada tras su sustitución, a finales de la República, por la interdictio
aqua et igni). La forma normal de ejecución es la decapitación por espada, pero
existen summa suplicia, penas más crueles, para castigar los crímenes de mayor
gravedad por esclavos o plebe sordida. Véase la damnatio in crucem, la damnatio ad
bestias o la uiui crematio19.
En el escalón inferior están las penas no mortales pero de riesgo que son
asimiladas con la pena capital porque conllevan la pérdida de la ciudadanía y los
bienes. Son los trabajos forzados en minas y obras públicas, la lucha con fieras, la
deportación (esto es, el destierro perpetuo). La imposición de penas privativas de la
vida o la libertad (aunque la cárcel, como recoge el Digesto según Ulpiano20, nunca es
una pena, sino un estado provisional previo a la sentencia21) dejaban al condenado
privado de toda capacidad jurídica: suponían su muerte civil.
Otras penas menos severas eran: la relegatio (reclusión en una región durante
unos años o prohibición de ir a determinados lugares en un concreto período de años),
las sanciones corporales (apaleamiento o flagelación, siendo ésta infamante y, por
tanto, propia de esclavos y bajo-plebeyos), confiscación de parte del patrimonio,
multas diversas, limitación para el desempeño de honores u oficios.
No obstante, es importante señalar, siguiendo a Garnsey, que el sistema penal
romano no era igualitario. Se tenía muy en cuenta la categoría, status y dignitas del
individuo juzgado y condenado, y no todos los ciudadanos romanos eran condenados
a las mismas penas sólo en función de su crimen. Desde Adriano, queda asentada y
legalmente estipulada la costumbre de proteger y dar un trato de favor a los notables
locales (decuriones), así como a los senadores y a los miembros del ordo equester22,
en una tendencia cuya acentuación llevará a la futura polarización social entre
honestiores y humiliores, que nacieron como términos de categorización de los
individuos en la obra de los jurisconsultos imperiales en los siglos II y III23. Por otro
lado, el porpio sistema “conventual”, cómodo para el gobernador en su obligada
itinerancia periódica, provocaba, en cambio, serios problemas de acceso a la justicia
imperial –representada por el gobernador en su provincia- para gran parte de la
población, bien rural, bien residente en centros urbanos que se hallaban lejos de
cualquiera de las cabeceras administrativas provinciales. La lejanía, por tanto, junto
18
Martirio de los Escilitanos, 14.
Los cristianos acusados ser los causantes del gran incendio de Roma fueron quemados vivos por orden
de Nerón, no por ser cristianos, sino por incendiarios.
20
“La cárcel está destinada, en efecto, a custodiar a los hombres, no a castigarlos”. Ulp. 9 de off. proc. D.
48, 19,8,9. Trad. A. D’Ors.
21
Aunque podía dilatarse durante años: Pablo de Tarso tuvo que esperar dos años, en un régimen de
libertad vigilada, su juicio y condena.
22
Principio ya expuesto por Cicerón: “…tamen ipsa aequabilitas est iniqua, cum habet nullos gradus
dignitatis”, De rep. I, 43.
23
Garnsey 1970.
19
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con el status individual, limitaba las posibilidades que cada individuo tenía de tener
contacto con el gobernador y, por ende, la posibilidad de participar de la justicia24.
Así pues, hemos podido observar a través de las Actas de los Mártires cómo se
desarrollaba el procedimiento judicial penal romano ejercido por los gobernadores
provinciales durante el Alto Imperio. La cognitio extra ordinem, procedimiento
extraordinario (esto es, no sujeto a las leges publicae), revela tras de sí un poder
personalista (el del magistrado, el del emperador) con una amplia libertad decisoria. A
la cabeza de su provincia los gobernadores son los jueces supremos, sólo supeditados
al princeps, que, a pesar de estar siempre vigilante, les da una importante libertad de
acción, poseyendo incluso el ius gladii. La actividad judicial de los gobernadores es
sólo una faceta de su actividad general en la provincia, pero muestra palmariamente
su capacidad de influencia y de decisión en el estado de la provincia y, en fin, en el
discurrir del Imperio.
Bibliografía.
Burton, G. (1975): “Proconsuls, assizes and the administration of justice under the
Empire”, JRS 65, 92-106.
Garnsey, P. (1968): “The criminal jurisdiction of governors”, JRS 58, 51-59.
(1970): Social status and legal privilege in the Roman Empire, Oxford, Oxford
University Press.
Jones, A.H.M. (1960): Studies in roman government and law, Oxford, Blackwell.
Marshall, A. J. (1966): “Governors on the move”, Phoenix 20, 231-246.
Mommsen, Th. (1893): Le droit public romain, París, Thorin et fils.
Novás Castro, Mª. M. (1995): El discurso de la tortura en las Actas de los Mártires,
Santiago de Compostela (tesis inédita).
Santalucia, B. (1990): Derecho penal romano, Madrid, Fundación Ramón Areces.
24
Burton 1975: 99-100.
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