Martín, Gustavo: Cultura y desarrollo en Venezuela.

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CULTURA Y DESARROLLO EN VENEZUELA
Gustavo Martín F.
La cultura en su acepción más general —antropológica— incluye todo cuanto el
hombre hace, cree, piensa, valora y practica. En otras palabras, en la cultura así
entendida entran desde las creencias religiosas hasta los sistemas económicos, desde
los mitos hasta las ecuaciones matemáticas, desde los juegos infantiles hasta las
diversas modalidades de matrimonio, tanto las prácticas funerarias como la
gastronomía, la tecnología y las diversiones, entre otras muchas cosas. La cultura
además, conforma una suerte de pegamento del tejido social y determina, en gran
medida, el comportamiento de los individuos o, dicho en otras palabras, orienta sus
acciones.
La cultura constituye también el mecanismo de adaptación del hombre por
excelencia. Incluso, su aporte al proceso de evolución biológica del hombre ha sido
fundamental: contribuyó al desarrollo cerebral y a la bipedización del ser humano.
Esta noción de cultura rompe con la idea tradicional, según la cual la cultura se
asimila a las bellas artes y, de esta manera, se habla del hombre "culto" como aquel
que sabe de pintura, conoce la música clásica y la literatura, domina varios idiomas y
ha viajado alrededor del mundo. La definición antropológica de la cultura, por el
contrario, parte del principio de que todos los hombres —independientemente del
tiempo y el espacio en los que les ha tocado vivir— son cultos, pues todos los hombres
hacen, creen, piensan, valoran y tienen prácticas o realizan acciones. Todo ello sin
negar, por supuesto, la existencia de grados de complejidad en la cultura, pues no es
lo mismo cazar con arco y flecha o con una cerbatana que hacerlo con las modernas
armas de fuego, provistas de rayos láser, como tampoco es igual escribir con lápiz y
papel que hacerlo en una moderna computadora.
Generalmente, con fines analíticos, se divide a la cultura de muchas maneras.
Una de las formas más habituales, usada por los especialistas, es aquella que nos
señala la existencia de aspectos materiales e inmateriales de la cultura. Dentro de los
primeros estarían las herramientas. Equipos, útiles, maquinarias, enseres, vestidos,
muebles, adornos, máscaras, entre otras cosas. Como ejemplo de los segundos
tendríamos las creencias mágicas y religiosas, los valores y, sobre todo, el lenguaje
hablado. Esta división, aun cuando, como ya señalamos, pueda tener un relativo valor
analítico, no es del todo exacta, pues muy difícilmente podemos separar lo material de
lo inmaterial cuando hablamos de la cultura. Incluso, hay quienes han llegado a la
exageración o al simplismo de plantear la existencia de una “base material" sobre la
cual se irían colocando los aspectos no materiales de la cultura y la sociedad. Este
reduccionismo "materialista", así corno otros de carácter psicologizante o biologizante,
han sido duramente criticados por quienes conciben a la cultura como un todo
orgánico, de carácter sistémico, cuya totalidad es mucho más que la simple sumatoria
de las partes y en el que un cambio en uno de sus componentes conlleva
modificaciones en esa totalidad de sentido que es la cultura.
Ya mencioné, muy de pasada, la importancia que tiene el lenguaje dentro de la
cultura. A través del mismo podemos comunicarnos con nuestros semejantes y lograr
ser inteligibles para ellos. Aun nuestros estados mentales o corporales individuales
(como el decir "estoy enamorado" o "estoy adolorido") los podemos transmitir a través
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del lenguaje, logrando ser comprendidos por los otros miembros de nuestra sociedad.
La importancia que ha cobrado el lenguaje es tal que actualmente se encuentra abierto
un debate en torno a la significación que el mismo tiene en la "construcción" o la
comprensión del mundo. Quienes defienden el denominado "construccionismo
semántico" consideran que es el lenguaje el que crea la realidad o el mundo, mientras
quienes defienden lo contrario —la opción realista— señalan la existencia de una
realidad externa que es independiente del lenguaje o de nuestros esquemas
conceptuales. Lo importante, en todo caso, es saber que el lenguaje constituye un
componente importante de toda creencia o actividad humana y que, por lo tanto, toda
la cultura está impregnada del mismo. La cultura entraña, por lo mismo, el
simbolismo.
La tradición histórica también juega un papel importante desde el punto de vista
del análisis de la cultura, pues nosotros somos socializados o endoculturados dentro de
la misma. Es decir, se nos enseña a vivir dentro de nuestra sociedad y nuestra cultura.
De allí que se piensa en la existencia histórica concreta como otra de las
determinantes fundamentales del quehacer humano. Estos puntos de vista han
cobrado mayor fuerza a partir de la vigencia que han ido ganando, en estas últimas
décadas, los procesos hermenéuticos de comprensión e interpretación y los
denominados análisis de Weltangschauung o de visión de mundo, según los cuales no
existe una sola interpretación valedera en torno a la realidad, sino que existen
múltiples interpretaciones plausibles y que encierran cada una de ellas grados de
verdad y significación.
El desarrollo creciente de la importancia del lenguaje y de la historicidad ha ido
de la mano con el auge de las diversas formas, de relativismo: cultural, conceptual,
moral, ontológica. Los mismos señalan —dicho a grosso modo— que los diferentes
valores culturales, esquemas conceptuales, costumbres morales o aún el mundo o los
mundos son relativos y dependen, en definitiva, del punto de vista del observador o
del intérprete, el cual, ya vimos, está condicionado por su lenguaje y por su horizonte
histórico. Este relativismo cultural, en la forma de multiculturalismo, parece ser una de
las respuestas a los esquemas de globalización que están planteados actualmente
como alternativa civilizatoria para la humanidad en su conjunto.
Según su grado de complejidad, tradicionalmente, la cultura es organizada en
rasgos culturas (arcos, flechas, redes), en complejos culturales (caza con arco y flecha,
pesca de una determinada especie de pez con redes o caza con redes, etc.) y en áreas
culturales.
Las áreas culturales, por su parte, suponen un espacio geográfico y social en el
que los individuos comparten creencias, valores, costumbres, técnicas y prácticas
culturales. Las áreas culturales más inclusivas forman las denominadas civilizaciones,
en cuyo interior existen naciones, sociedades, estados, culturas y grupos étnico; en
relación a los mismos, muy frecuentemente, los individuos establecen una identidad
cultural. Por otra parte, la destrucción de las civilizaciones, sociedades, culturas o
grupos étnicos recibe el nombre de etnocidio y ha sido practicado muy frecuentemente
a lo largo de toda la historia de la humanidad. El etnocidio va de la mano con el
etnocentrismo (creencia en la superioridad del propio grupo cultural) y a la xenofobia
(rechazo y odio de lo extranjero o lo extraño).
Otro concepto importante vinculado al de cultura es el de aculturación o
transculturación. La misma es definida de la siguiente manera por tres famosos
antropólogos (Robert Redfield, Ralph Linton y Melville J. Herskovits): "el conjunto de
fenómenos que resultan de que unos grupos de individuos de culturas diferentes
entran en contacto continuo y directo con los consiguientes cambios que surgen en los
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modelos culturales originales de uno o de los dos grupos. Así entendida, la aculturación
tiene que ser distinguida del cambio cultural producido al interior de una determinada
sociedad, a través de mecanismos de descubrimiento e invención. La fuente principal
de la aculturación es, generalmente la difusión cultural, la cual se lleva a cabo por
mecanismos tan diversos como las guerras, las conquistas, la evangelización, los
medios de comunicación social y el comercio. Los procesos de aculturación conllevan
respuestas tales como la aceptación, la adaptación, el rechazo, la destrucción, la
huida, la oposición o la llamada aculturación antagonista”, de la que tendremos
oportunidad de hablar mas adelante. La mezcla de culturas da origen a lo que los
especialistas denominan sincretismo cultural o mestizaje cultural.
Al hablar de la cultura resulta también de mucha importancia referirse a los
aspectos o a la dimensión manifiesta o explícita de la misma y a sus aspectos o a su
dimensión latente o implícita. Considero que desde el punto de vista del objeto que
estamos tratando en estas páginas, el de las relaciones existentes entre cultura y
desarrollo, esta distinción resulta heurísticamente muy positiva, pues nos permite
formular algunas hipótesis o conjeturas en relación a nuestra condición de país
"dependiente", "subdesarrollado", "periférico", en "vías de desarrollo" o como
eufemísticamente se nos quiera denominar o caracterizar.
Generalmente, dentro de la dimensión manifiesta o explícita de la cultura se
encuentran las creencias y las prácticas normativo-institucionales que orientan, al
menos en parte, la acción de los seres humanos. Dicho en otras palabras, la dimensión
manifiesta o explícita de la cultura es una suerte de vitrina o exhibidor donde aparecen
todo un conjunto de instituciones, valores, creencias y formas de acción que se
encuentran sistematizados y codificados o reglamentados.
Mijail Bakhtine al referirse a los mismos los denomina sistemas ideológicos
estructurados. Así, al hablar de nuestro país, encontramos en la perspectiva de nuestra
cultura manifiesta que Venezuela es un país capitalista (dependiente o subdesarrollado
si se quiere añadir algún adjetivo), católico, democrático, entre otras muchas cosas.
Cuando se nos solicita que verbalicemos nuestras creencias v valores, muy
frecuentemente hacemos uso de estos modelos o esquemas que nos impone la cultura
manifiesta o explícita.
La otra dimensión de la cultura, como ya señalé, es la latente, implícita o
subyacente. El propio Mijail Bakhtine le otorga el nombre de "ideología de lo cotidiano"
y en contraposición con los sistemas ideológicos estructurados de la cultura manifiesta,
la misma no se encuentra sistematizada, sino que, por el contrario, es cambiante,
permeable, muy dinámica, rehuye la sistematización o la institucionalización. No tiene
normas fijas e inflexibles, sino criterios regulativos "blandos". Al igual que la dimensión
normativo-institucional manifiesta, esta dimensión latente de la cultura impulsa valores
y muchos de ellos resultan opuestos o contradictorios respecto a esos valores
normativo-institucionales. Así como dijimos que estos últimos están generalmente
presentes en los modelos de verbalización, podríamos decir que los valores latentes
orientan los modelos de acción. En otras palabras, podemos decir que, generalmente,
verbalizamos una cosa y actuamos en función de algo opuesto o contradictorio.
De esta manera, los actores sociales se ven atrapados en al menos dos
registros culturales que impulsan valores generalmente antagónicos, creando una
suerte de "esquizofrenia cultural", que, nos atrevemos a conjeturar, se resuelve a
favor de la dimensión latente o implícita, la cual se apoya mucho en la tradición. Así,
los dichos, chistes, fábulas, leyendas y otras piezas de nuestra literatura oral están
llenos de estos valores de la cultura latente, los cuales muy frecuentemente a la luz de
la cultura manifiesta aparecen como verdaderos "antivalores".
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Citaremos varios ejemplos que sirvan para ilustrar lo que hemos tratado hasta
ahora de explicar en forma puramente teórica. Decimos que vivimos en un país
capitalista, con una economía de mercado y una racionalidad económica de
maximización de utilidad supuestamente acorde con estas nociones o ideales. Ya
dijimos que a nuestro capitalismo le podemos añadir el calificativo que queramos:
subdesarrollado, en vías de desarrollo, dependiente, periférico, en proceso de
despegue o cualquier otro adjetivo que se nos antoje. Sin embargo, nuestras prácticas
económicas cotidianas —incluidas las de los empresarios o los gerentes— están muy
lejos de una verdadera racionalidad capitalista. Por ejemplo, muy frecuentemente no
vinculamos la riqueza al trabajo, nos contentamos con una productividad "moderada",
seguimos viviendo el sueño rentista, consideramos que Venezuela es un país rico y que
por el simple hecho de ser venezolanos o vivir aquí tenemos derecho a una cuota de
esa riqueza, sin que ello implique ningún esfuerzo productivo de nuestra parte.
En materia religiosa nos decimos católicos, pero muy frecuentemente asistimos a
los quirománticos, astrólogos, yerbateros, brujos, curanderos, santeros, etc. Al lado de
Cristo, la Virgen María y los Santos colocamos a María Lionza, el Negro Felipe y
Guaicaipuro; usamos carnets para la buena suerte; nos damos baños de "despojos";
evitamos el "mal de ojo" con azabaches y peonías; le ponemos velas y comidas a
Changó, Obatalá, Yemanyá y demás divinidades del panteón yoruba; vamos a los
altares de Sorte y Quivayo en busca de ayuda; bailamos a los muertos para que no
regresen a molestarnos; entre otras muchas cosas. Todas estas creencias, prácticas y
rituales no son exclusivas, como se puede llegar a pensar, de las clases
socioeconómicas más desfavorecidas de nuestra sociedad. Las clases altas y medias
las practican con igual fervor o devoción y para comprobarlo basta ir a la montaña de
Sorte durante la Semana Santa o leer los anuncios clasificados de los principales
diarios, donde se anuncian todo tipo de ayudas espirituales que, indiscutiblemente,
tienen costos más o menos elevados.
Si pasamos del plano religioso al político, encontramos una situación más o
menos semejante. Nos decimos demócratas, pero practicamos una noción irrestricta —
no racional— de la libertad, según la cual tenemos derechos, pero no deberes. De la
misma manera, no creemos tener ningún tipo de responsabilidad frente a los otros ni
consideramos que tenemos injerencia en los resultados de nuestras propias acciones.
Condenamos a los políticos, pero consideramos que la afiliación político partidista sigue
siendo uno de los mejores mecanismos para la redistribución de la renta petrolera y el
ascenso social. Decimos estar en contra de la corrupción, pero calificamos de tonto a
quien habiendo pasado por un cargo público salió con los mismos bienes de fortuna
con los que entró a esa posición. No respetamos las señales de transito y
consideramos que los que si lo hacen son unos estúpidos. Estamos prestos a pagar a
cualquier funcionario público que nos lo solicite por aligerar algún trámite.
Como vemos, se trata de vivir y moverse dentro de dos planos culturales, con
valores opuestos o con lo que de nuevo Mijail Bakthine denomina "índices apreciativos
de valor contradictorio". Nuestras decisiones, las elecciones que debemos realizar día a
día —vale decir, nuestra ética— se encuentran mediadas por estas contradicciones
valorativas. En otras palabras, podemos decir que carecemos de un ethos denso, es
decir, de un grupo de valores que funcionan como conjunto dominante que le dé
dirección a nuestra cultura.
Sería una exageración decir que esta situación es exclusiva de Venezuela. En los
mismos países industrializados, como lo afirma el filósofo Charles Taylor, como algo
propio de la condición moderna o postmoderna que viven, las personas se ven
sometidas a la influencia de numerosas fuentes de valores, muchos de los cuales
resultan igualmente contradictorios o antagónicos. Pero, quizás la diferencia venga
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dada por el hecho de que en estos países industrializados existe una mayor
internalización de los marcos o modelos normativos institucionales, además de que allí
funciona de manera realmente eficaz el sistema judicial o un mecanismo idóneo de
premios y castigos.
Nos correspondería ahora revisar algunas de las hipótesis o teorías formuladas
para tratar de explicar el por qué de la existencia de estos registros o códigos
culturales contradictorios. Por razones de tiempo y espacio nos vamos a concretar
solamente a algunas de ellas.
La primera conjetura, levantada para explicar esta situación se refiere a la
existencia predominante de un "locus de control externo" en la personalidad del
venezolano, el cual es reforzado permanentemente por la sociedad y la cultura latente
de nuestro país. Ello nos lleva a creer que nuestra vida, nuestros éxitos y fracasos,
nuestros aciertos y desaciertos, dependen de factores externos a nosotros mismos: el
azar, la suerte, el destino, la magia, la brujería, las amistades, el compadrazgo, los
astros, la política, entre otros, se cuentan entre la serie de los elementos invocados
para explicar nuestra situación personal o familiar. De ello se deriva la falta de
"motivación de logro" y la importancia que tienen otros dos tipos de motivaciones: "la
afiliativa" y "la de poder". La falta de "motivación de logro" nos lleva a pensar que no
es a través de nuestro esfuerzo, trabajo, preparación, capacitación y todo cuanto esté
vinculado a nuestro mejoramiento personal como podemos lograr las cosas que nos
proponemos, sino que es a través de nuestras relaciones o amistades ("motivación
afiliativa") o del usufructo de una cuota de poder real o simbólico ("motivación de
poder") como podemos llevar a cabo lo que aspiramos o deseamos para nosotros y los
nuestros. Ello explicaría el por qué los modelos normativos-institucionales, donde el
logro es un valor central, no son más que una simple formalidad.
Una segunda hipótesis o teoría vendría dada por el antropólogo Julián Pitt-Rivers,
quien en su libro Antropología del honor señala la existencia de una ideología del
honor, que tuvo su origen en el Mediterráneo y que llegó a España a través de los
árabes. Según esta hipótesis o teoría existen dos registros culturales en torno al
honor: el moral-institucional y el social. Para ejemplificar lo que quiere señalar,
Pitt-Rivers cita el caso del adulterio de una mujer. Desde el punto de vista
moral-institucional, dice el autor, los sancionados deberían ser la mujer adultera y el
hombre que comete con ella el adulterio. Sin embargo, desde el punto de vista social
resulta sancionado el marido por "descuidar a la mujer", "dejarse pegar los cachos",
"no satisfacerla sexualmente", etc. Encontramos así una doble moral que se une a la
noción de "moralidad contextual", según la cual lo que es bueno o malo para mi y mi
grupo más cercano de referencia, puede resultar de signo diferente —lo bueno es malo
y lo malo es bueno fuera de ese circulo inmediato—. Así, mientras las mujeres de mi
grupo de referencia (madre, hermanas, hijas) son buenas o santas, las otras mujeres
—más allá de ellas— son malas y zánganas. Los valores y las sanciones
morales-institucionales adoptadas por la sociedad aparecen, una vez más, como un
simple formalismo, algo que no tiene verdadero valor social.
Una tercera hipótesis o teoría que vamos a manejar es la aportada por Georges
Devereux, quien en su libro Etnopsicoanálisis complementarista nos habla de lo que él
denomina la "aculturación antagonista". Esta ocurre, según Devereux, cuando una
cultura dominada adopta los medios que le impone la cultura dominante, mas no los
fines que la misma intenta imponer. En otras palabras, se adoptan lo que podríamos
calificar de aspectos externos o visibles de la cultura, pero no la racionalidad que está
en la base de la misma. A través de la noción de Aculturación antagonista" Devereux
critica la idea del sincretismo o el mestizaje cultural, el cual, como ya vimos, seria una
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mezcla de aspectos externos o visibles de la cultura que se produce como
consecuencia de los procesos de aculturación o de choque cultural.
Para ejemplificar esta idea de la "aculturación antagonista" generalmente
acudimos a un fenómeno mágico-religioso, al cual la mayoría de los especialistas o
estudiosos de estos temas denominan "sincretismo religioso". Se trata de los cultos
rendidos a San Juan, San Pedro o San Benito, figuras importantes del santoral católico,
pero debajo de las cuales generalmente se esconde una deidad o divinidad de origen
africano. Es por ello que los santos, en ciertos momentos del año, son bailados,
regados con ron o aguardiente, las mujeres les muestran sus prendas íntimas, son
acariciados y llamados "mi negro", en caso de que no cumplan con lo que les ha sido
solicitado llegan a ser castigados (colocados a la intemperie, o dentro de un río o de
cara a la pared). Además de ser muy usados en la llamada magia amorosa. En otras
palabras, se les rinde culto fuera de lo que serían los patrones de la religión católica
oficial y ello es así debido a que, más allá de la figura visible del santo católico, se
esconden esos dioses o espíritus africanos, cuyo culto fue prohibido por las autoridades
eclesiásticas desde la época colonial.
Juan Carlos Rey, sin hablar directamente de la "aculturación antagonista", se
refiere a ella para tratar de explicar la vigencia del populismo en Venezuela. Señala
Rey que las estructuras jurídico-institucionales adoptadas en nuestro país son
puramente formales y que, por debajo de las mismas o más allá de ellas, existe una
racionalidad política "otra" que impulsa valores, creencias, actitudes y motiva
conductas o acciones que son la negación de ese sistema jurídico-institucional, por lo
cual el valor de éste es puramente formal.
Ahora bien, ¿cómo se vincula todo lo anterior con la problemática del desarrollo
en Venezuela? Considero que la respuesta a esta pregunta tiene necesariamente que
ver con la contratación de que los planes y programas de desarrollo se inscriben dentro
de los modelos normativos-instituciones, impulsados por la dimensión manifiesta o
explícita de la cultura, en la medida en que los mismos suponen la internalización de
valores talas como la productividad, el trabajo, la igualdad de oportunidades, la
existencia de derechos y deberes, un sistema de premios y castigos, la
responsabilidad, la vigencia y cumplimiento del sistema de normas, entre otras
muchas cosas. En la medida en que todos estos valores no sean internalizados por la
población y no sean ellos los que orienten los modelos de acción de la misma,
difícilmente podremos hablar de un verdadero desarrollo. Los planes y programas
también terminarán o seguirán siendo puro y simple formalismo.
Bibliografía
Akoun, André (comp.): La antropología desde el hombre primitivo a las sociedades actuales,
Diccionarios del Saber Moderno, Bilbao, Ediciones Mensajero, 1978.
Bakhtine, Mijail: Le marxisme et la philosophie du langage, Paris, Editions de Minuit, 1977.
Devereux, Georges: Etnopsicoanálisis complementarista, Buenos Aires, Amorrortu, 1975.
Hunter, David E. y Phillip Whitten: Enciclopedia de Antropología, Barcelona, Ediciones Bellaterra,
1981.
Martin, Gustavo: Ensayos de Antropología Política, Caracas, Tropykos, 1984.
Martin, Gustavo: Homológicas: escritos sobre racionalidades, Caracas, Universidad Central de
Venezuela, 1991.
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Pitt-Rivers, Julián: Antropología del honor o política de los sexos, Barcelona, Crítica-Grijalbo,
1979.
Rey, Juan Carlos: “Ideología v cultura política: el caso del populismo latinoamericano”, en
Politeia, Caracas, UCV, 1976.
Romero-García Oswaldo: Motivando para el trabajo, Mérida, Editorial Rogya, 1991.
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