LA CUESTION UNIVERSITARIA

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Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educación – Asignatura Planificación Educativa
2do parcial
ANEXO IV
LA CUESTION UNIVERSITARIA.
Mario Wschebor*
Entre las muchas polémicas que acompañaron al retorno democrático hace veinte años, la
referida a nuestra universidad no llegó a trascender los ámbitos de algunos círculos de
iniciados: un par de coloquios, varios textos y proyectos, poca cosa más. Sin embargo, los
temas eran de la mayor trascendencia para la sociedad uruguaya, entonces como hoy.
El punto central en debate, como en otros sectores de la vida nacional, giraba en torno a si
las condiciones eran adecuadas o no para llevar a cabo reformas en profundidad. Por una
parte, la dictadura había desmantelado el sistema universitario y su reconstrucción era una
prioridad insoslayable. Por otra, algunos de los protagonistas reclamaban al mismo tiempo
una modernización de la Universidad, y consideraban que ésa era la oportunidad histórica
para hacerla.
La posición que predominó entonces fue la de limitar los cambios a algunas reformas, a
condición de que no afectaran las correlaciones de fuerzas dentro del sistema universitario
uruguayo. Es la parte sustancial de lo que se denominó la restauración universitaria. En el
momento inicial, el debate tenia un telón de fondo muy complicado; el grado de deterioro, la
carencia de cuadros a raíz de la represión y de la emigración o de la mera falta de formación
de nuevas generaciones, podía hacer dudar acerca de las posibilidades reales de
transformaciones de fondo, por ejemplo, del tipo de las que había propuesto Oscar Maggiolo
en 1967 al comienzo de su rectorado, en vísperas de la crisis general del país que condujo a
la dictadura.
En todo caso, las medidas del Rector Samuel Lichtenstejn y de quienes lo acompañaron
tuvieron como eje el evitar cualquier tipo de inestabilidad política interna: medidas
puntuales, que no afectaran al sistema reinante de las Facultades profesionales tradicionales,
que venía de la ley de 1908. Algunas de esas medidas fueron de mucho valor y difíciles de
implementar, porque aún siendo limitadas, suscitaron oposición, interna y externa. En ese
período inicial hubo un impulso a la investigación universitaria, expresado en la creación del
PEDECIBA y de la Comisión Sectorial de Investigación Científica, y se preparó la puesta en
funcionamiento de dos nuevas Facultades, de Ciencias y de Ciencias Sociales.
Pero no se fue mucho más allá, ni en los actos ni en las ideas de quienes gobernaron a la
Universidad. En parte, ello fue consecuencia del temor a una genérica desestabilización,
cuya verdadera naturaleza nunca tuve muy clara (poco después, uno de los principales
dirigentes contestaría a mis reclamos sobre el estancamiento del sistema universitario, que
“lo más difícil es mantener el mástil en posición vertical”. Es cierto, además, que los
cambios que algunos reclamábamos requerían la colaboración del gobierno nacional. Y es
indudable que en este largo período de veinte años, con pequeñas variaciones, los gobiernos
nacionales han puesto al sistema universitario público fuera de sus prioridades y apostado a
la privatización como política para la formación de los jóvenes. También es posible, y esto
*
Matemático. Ex Decano de la Facultad de Ciencias.
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lo escribo a beneficio del inventario que quizá harán los historiadores que estudien este
periodo, que ese freno haya sido parte de acuerdos políticos cuyo contenido preciso
desconocemos todavía.
En todo caso, el sistema universitario reaccionó ante la falta de cambios consolidando sus
fuerzas conservadoras. Estructura feudal de las Facultades profesionales, rigidez
institucional interna, que hace parecer un mundo poner en práctica cosas simples (como el
tránsito horizontal de los estudiantes o la creación de algunos institutos centrales), rigidez
institucional externa, reflejada en la oposición irreductible de parte de ciertos dirigentes a la
creación de nuevas instituciones autónomas en el sistema público (nuestra Universidad es
“única e indivisa”).
Dicho en otras palabras, vista desde hoy, la discusión de hace veinte años tiene que ver no
sólo con las opciones que aparecían como alternativas en ese entonces, sino con la escasa
dinámica subsiguiente, comparada con las exigencias históricas que se debían enfrentar.
¿Y ahora? ¿Y de ahora en adelante?
Dicen algunos que las universidades son instituciones esencialmente conservadoras. Entre
nosotros, esto parece más bien una excusa que un argumento. Viejas instituciones
universitarias europeas, que han funcionado como corporaciones cerradas durante siglos,
han cambiado radicalmente en los últimos treinta años; cambios en su estatuto legal y en su
estructura académica. Es un signo y también un motor de los tiempos. No hay nada
inherente a la condición universitaria que la lleve a la parálisis, todo lo contrario, los
ejemplos abundan. En todos los casos, la base de las transformaciones es la conjunción de la
voluntad gubernamental y de sectores del mundo académico.
El acceso de la izquierda al gobierno nacional modifica los datos del problema. Todo indica
que el crecimiento de los recursos económicos será lento, aunque tendrá la enorme virtud de
cambiar la tendencia de un abandono que ya tiene más de 30 años y que ha colocado al
Uruguay en los últimos puestos de América Latina y del mundo, en materia de fondos
públicos para la educación como proporción del PBI.
Aunque el tema universitario, para la izquierda, trasciende ampliamente a los recursos
económicos. La educación terciaria y superior es una de las claves del mundo actual: en los
países desarrollados, ya más que el 60% de los jóvenes de la cohorte de edades de estudios
terciarios, son estudiantes. Si bien en Uruguay ese proceso está bastante más atrás - menos
que el 30% - la percepción social ha cambiado radicalmente. Cuando mi generación entró en
la universidad, ésta tenía unos 10 mil estudiantes, hijos de la burguesía montevideana o
rural, a los que se agregaban algunos colados entre los cuales tuve la fortuna de
encontrarme. Hoy tiene del orden de 70 mil y debemos esperar y promover que sean muchos
más en la generación siguiente. A la cifra de hoy, debemos agregar aproximadamente un
20% de estudiantes en el sector privado. La cuestión de la educación terciaria y superior no
es ya más la de una elite privilegiada, es la de la formación de la juventud, a secas. El
sistema público que tenemos no está en condiciones de afrontar ese desafío, necesita
cambiar mucho desde hoy, para hacer bien su tarea en la próxima generación.
Es en base a las debilidades del sistema público que crece el sistema privado. En lo personal,
no tengo reparos a la existencia de un sistema privado, siempre que esté sujeto a los
controles que exige un servicio esencial como la educación. Al mismo tiempo, es la
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educación pública la que es portadora de los valores fundamentales que la izquierda
defiende, la igualdad de oportunidades, la laicidad, la autonomía y la participación
estudiantil en el gobierno. El fortalecimiento de la educación superior pública no es sólo
técnico, es también el de los valores que ella representa en la sociedad; pero ambas cosas
son las dos patas de un mismo cuerpo: los valores de los que la educación pública es
portadora serán socialmente aceptados y útiles, sólo si ella mejora sustancialmente su
alcance, su diversidad y su calidad.
Más abajo menciono algunos de los temas que, en mi opinión, deberían ser parte de la
agenda para el mejoramiento del sistema público de educación terciaria y superior. Se trata
de un pequeño aporte a un debate complejo, con la obvia limitación que tiene un artículo
periodístico para esta clase de asuntos. Sólo hago referencia a lineamientos generales; me
adelanto a la crítica de que cada capítulo debe merecer un análisis detallado, que es fácil
hablar en general y difícil implementar en concreto, que cada Facultad, cada disciplina, cada
laboratorio, es un mundo. Lo sé muy bien, por cierto, y lejos está de mi ánimo poner estas
materias en un segundo plano. Pero nos debemos una discusión general, entre los
universitarios y con el mundo político. Y, naturalmente, con toda la sociedad.
Estoy convencido de que la Universidad debe elegir sus propias autoridades sin intervención
del gobierno nacional, lo mismo que sus planes de estudios, sus programas de investigación
o de extensión y sus profesores y funcionarios. Que la actividad académica, de profesores y
estudiantes, debe regirse por principios de libertad de opinión y de crítica sin límites, y que
si la autonomía no rige plenamente, estas cosas suelen estar amenazadas desde el poder
político, económico o religioso. Pero eso no es suficiente: además, la universidad se debe a
la sociedad y sus planes y lineamientos generales deben ser objeto de debate social y
político. Se requieren cambios legales ya que, en muchos sentidos, la legislación vigente
está obsoleta y esto es de la órbita del Gobierno y del Parlamento nacionales. En otras
palabras, la trascendencia de la cuestión universitaria requiere decisiones nacionales, de las
cuales los universitarios somos una parte, sólo eso, una parte.
En dos direcciones fundamentales considero que se necesitan cambios, incluyendo los
legales: 1) La estructura académica interna y 2) La unicidad de la UDELAR en el sistema
público.
La estructura académica interna viene, como dijimos, de la ley de 1908, cuando había 1.100
estudiantes universitarios. No sé si hay otro país que no haya tenido modificaciones
sustanciales en su sistema universitario a lo largo de todo el siglo XX. Cabe la aclaración de
que la Ley Orgánica de 1958 introdujo algunos cambios en el gobierno de la institución (la
representación estudiantil directa en el gobierno, la centralización administrativa), pero no
tocó la organización académica. En cuanto al dogma de la unicidad de la UDELAR, ya
hablaremos.
En estos 20 años, cada vez que se ha intentado poner alguno de estos temas centrales sobre
la mesa, en la “interna” universitaria operó un argumento político como causa eficiente para
evitar que progresaran las propuestas de cambios: con el Gobierno y el Parlamento que
tenemos, si se proponen cambios legales que ayuden a modernizar de una vez al sistema
universitario público, entonces la derecha va a aprovechar para poner límites a la autonomía,
a la participación estudiantil en el cogobierno, a la gratuidad. En fin, que sería peor la
enmienda que el soneto. El próximo 1º de marzo ese argumento dejará de tener valor alguno.
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La inadecuación de la estructura actual para la formación terciaria y superior, se manifiesta
en todos los niveles.
1º) En la base, el sistema público no responde a la gran demanda de los jóvenes por
formaciones de dos o tres años posteriores a la educación media, que faculten para ingresar a
amplios segmentos del mercado de trabajo. En su gran mayoría, los jóvenes que desean
acceder a esas formaciones están hoy obligados, en el Uruguay, a ir al privado.
Para cumplir adecuadamente con esa función primordial, necesitamos nuevas instituciones
públicas, de tipo politécnico, como existen en todos los países del mundo que se ocupan
seriamente de este tema. Esas instituciones nuevas deben dedicarse a las formaciones más
diversas y habilitar el enganche de sus egresados con formaciones más largas, si así lo
desean o lo necesitan. Para una primera fase que comprende el próximo período de
gobierno, se ha propuesto la creación de dos instituciones de este tipo, una en el Norte y otra
en la región metropolitana de la capital. En etapas subsiguientes, en función de la evolución,
pienso que deberá considerarse la creación de otras, incluyendo una nueva universidad
pública, basada en otros criterios de estructura que los decimonónicos que imperan en la
UDELAR. El abc es que se debe proceder paulatinamente, estamos hablando de una
evolución, que si es activa, habrá de extenderse en su fase inicial a lo largo de una
generación.
En estos 20 años, el número de ingresos al sistema público ha ido aumentando lentamente la
mayor tasa de crecimiento se ha operado en el sector privado. Ya hoy el sistema desborda
por todos lados. Establemente, las cifras indican que egresan entre el 20 y el 25% de los que
ingresan cada año. ¿Qué pasa con la gran mayoría restante? Muchos de ellos habrían
ingresado con gusto a una carrera corta. Debemos dar esa oportunidad a los jóvenes, y no lo
estamos haciendo. Si el país se moderniza y el proyecto de “país productivo” se abre
camino, entonces tendremos una demanda por educación terciaria y superior que se
duplicará en los próximos 20 años. ¿Qué cosa mejor le puede ocurrir a la sociedad uruguaya,
que incorporarse a la generalización de la educación terciaria? Pero no estamos en
condiciones de afrontar el desafío de recibir a esos jóvenes y mantener una educación de
calidad. Es una urgencia construir desde hoy su base institucional. Es un proceso que lleva
tiempo.
Desde otro ángulo, la creación de nuevas instituciones debe tener en cuenta la localización
geográfica, lo que implica un cambio histórico, ya que la inmensa mayoría de la actividad
universitaria está en Montevideo y, sobre todo, está orientada por la óptica de la capital. La
creación de instituciones politécnicas en el Interior debe incluir formaciones para las
necesidades regionales, que sin duda difieren bastante según las regiones del país de que se
trate.
Sobre el aspecto geográfico, hay que distinguir claramente entre, por una parte, la creación
de instituciones nuevas, autónomas y funcionando con vigor y, por otra, ciertos planes que
el centralismo universitario parece que se propone lanzar, in extremis, para no perder el
monopolio. Estos planes harían que la Universidad de la República continúe engordando,
ahora mediante tentáculos en el interior del país, sin perder su unicidad en el sistema
público. En mi opinión, el papel que la UDELAR debería cumplir, es el de ayudar con su
experiencia y con su gente a la creación de las nuevas instituciones, para contribuir a
garantizar su calidad y su pertinencia, especialmente durante el período inicial de su puesta
en funcionamiento. Sería esa una posición generosa y abierta, que sentaría las bases para
reemplazar a la universidad única por un sistema de instituciones públicas coordinadas, cada
una con su autonomía propia, su cogobierno y su combinación de valores públicos y calidad
de servicios.
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2º) En el vértice, la formación de investigadores en todas las áreas. Actualmente, si bien no
tenemos datos actualizados, no parece haber en el país más que 1.500 personas dedicadas a
la investigación como actividad profesional computando el equivalente en régimen de
dedicación total, ya que hay un cierto número de ellos a tiempo parcial. Eso es
aproximadamente el 1 por mil de la población activa. Si miramos la comparación
internacional, deberíamos multiplicar ese número por un factor del orden de 10, para llegar a
una masa crítica mínima que permita poner la investigación al servicio del país productivo y
de su cultura. Es una tarea difícil y de largo plazo: la formación inicial de un investigador
requiere del orden de 10 años, desde que ingresa a la universidad.
En el Uruguay, el eje de esta formidable tarea sólo puede estar basado en la UDELAR,
porque ella alberga no menos del 80% de los investigadores activos que hay en el país y
también los sistemas de postgrado responsables para la formación de nuevas generaciones
con estudios avanzados. Se requiere, por lo tanto, un segundo impulso a la investigación
universitaria y la creación de estructuras académicas (del tipo de un Instituto de Estudios
Avanzados), que funcionen con gran autonomía y permitan dotar al país de esos recursos
humanos de punta.
A pesar de que no tengo el espacio para desarrollar aquí este complejo tema, me parece
necesario hacer un par de disgresiones.
La primera, es obvio que la formación inicial es una etapa solamente; un programa de este
tipo tiene perspectivas, si al mismo tiempo el desarrollo social y económico crean
oportunidades de trabajo productivo para esas personas. No se trata de formar “for export”.
La segunda, creo que se debe pensar en la investigación y en la formación de investigadores
con una gran amplitud, temática y de orientaciones, que vaya desde la ciencia básica hasta la
tecnología aplicada, desde las ciencias sociales hasta los estudios humanísticos e
interdisciplinarios más diversos. No puedo dejar de señalar mi preocupación por el
desarrollo en nuestro medio, de una cierta visión unidimensional de estas cosas y una
mercantilización de la investigación, que tiende a apreciar su valor de cambio más que su
calidad intelectual o su interés aplicado. Indudablemente no es solamente un tema local, esto
es eco de serios problemas que afrontan las universidades en el mundo y amerita una
discusión amplia sobre su contenido y sus consecuencias.
3º) En el centro del sistema, la realidad interna de la UDELAR y sus Facultades y Escuelas.
Como ya dije, no habré de referirme a situaciones particulares, que son muchas y diversas.
Lo primero es el establecimiento de la carrera académica profesional, sin la cual, no hay
plan de reformas que camine. El 8% del personal docente de la UDELAR está en dedicación
total. Es una proporción ridícula, no hay ninguna actividad seria que funcione con la mayor
parte del personal en multiempleo; menos aún la académica, que exige una alta
concentración. La situación actual se debe, en primer lugar al nivel de las remuneraciones,
que deben aumentar sustancialmente para el personal de alta dedicación. Pero no solamente:
influye la estructura profesionalista tradicional, donde lo académico funciona como un
pequeño complemento, cosa que se ha vuelto excepción en el mundo, pero es la regla en
amplios sectores de la UDELAR.
Lo segundo es atender de manera efectiva a las realidades de los estudiantes, la
masificación, la deserción, la generación de vías para las vocaciones y necesidades de los
jóvenes. Ya hemos hecho referencia al tema crucial de generar nuevas instituciones y
opciones de estudio, diversificando niveles, duraciones y orientaciones. Además, la creación
de ciclos comunes y regímenes flexibles de tránsito horizontal entre carreras y Facultades,
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de los cuales mucho se habla desde hace años y poco se hace, por falta de energía de la
conducción universitaria para sobreponerse a los localismos imperantes.
Tercero, creación de institutos disciplinarios o interdisciplinarios, que no estén limitados por
una Facultad o Escuela. Tres ejemplos para empezar, en materias fundamentales que
golpean a nuestras puertas todos los días: Medio Ambiente, Estudios Regionales, Ciencia,
Tecnología y Sociedad. Mucho se ha hablado, pero nuevamente las comarcas han impuesto
su lógica a la interacción de las disciplinas y los institutos centrales siguen en la agenda
futura.
Grandes temas como la constitución efectiva del Área Agraria, la recuperación del Hospital
de Clínicas o la creación de una Facultad de Arte, han ido y venido en estos 20 años y están
a la espera de recursos económicos y, al mismo tiempo, de un gobierno universitario que se
sobreponga al cúmulo de pequeñas oposiciones y tenga la decisión para actuar.
4º) Acompañando a los tres niveles anteriores, el país debe hacer un esfuerzo nacional para
organizar y diversificar la formación permanente. Uno de los rasgos básicos de la
educación, tal como se presenta actualmente, es que los conocimientos son perecibles. Esto
no pone en segundo plano la formación inicial, todo lo contrario, refuerza su significado
como punto de partida. Pero la continuación de la formación durante toda la vida y su
estrecha interrelación con el trabajo, son y serán cada vez, pilares de un sistema educativo
útil a las personas y a las sociedades. Por conocidos, estos hechos no son menos desafiantes
para el nuevo gobierno de la educación y tendrán que contar con el sistema universitario
para su puesta en práctica. Es un aspecto en el cual ha habido avances significativos en la
UDELAR en los años recientes.
En esta agenda debe ocupar un lugar como uno de los temas fundamentales para el país, la
coordinación entre los distintos niveles de enseñanza, ANEP y UDELAR. Esto requiere
cambios legales que permitan una visión global del proceso educativo y capacidad de actuar
en esta materia, ya que en la legislación vigente, la coordinación es meramente decorativa.
A título de ejemplos muy fuertes de las consecuencias, que ilustran sobre en que medida las
autonomías pueden llegar a ser escudos de muros que deben caer, me permito mencionar
dos: la escasa interacción en la interfase bachillerato - ingreso a la Universidad, con sus
secuelas sobre el fracaso estudiantil, y la no participación de la Universidad en la formación
inicial de los profesores de la educación media, lo cual es especialmente serio en las ciencias
naturales y físico-matemáticas.
Hay otros temas de relevancia semejante, como la extensión del sistema nacional de becas,
especialmente para la formación de postgrado, o los aspectos relativos a la inserción
internacional, especialmente en el MERCOSUR.
Se me dirá que es muy poco decir, todos estos títulos. Es verdad. Aunque tengo la esperanza
de haber transmitido al lector interesado, que haya navegado por este largo telegrama, por
donde van las intenciones de quien lo ha escrito: la educación superior pública necesita
cambios profundos y las condiciones políticas para que ello ocurra son las mejores de los
últimos 40 años.
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