nicolas salmerón y alonso, un hombre de paz

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NICOLAS SALMERÓN Y ALONSO, UN HOMBRE DE PAZ
FERNANDO MARTÍNEZ LÓPEZ
UNIVERSIDAD DE ALMERÍA
La preocupación por recuperar la memoria de nuestro pasado inmediato ha llevado al grupo de investigación Sur Clio en los últimos
años a dirigir una parte de nuestras investigaciones, seminarios y
Congresos hacia un mejor conocimiento de la figura y significado del
almeriense Nicolás Salmerón y Alonso (1837-1908), filósofo krausista,
presidente del poder ejecutivo de la Primera República y uno de los
líderes históricos del republicanismo español.1
Las investigaciones realizadas hasta ahora ponen de relieve que el
legado de Nicolás Salmerón y Alonso cobra especial significado ante
las amenazas que acompañan a la política en los comienzos del siglo
XXI. Cuando se observa el interés de una parte de la filosofía política
por buscar en la tradición del republicanismo fuentes de inspiración
para enfrentarse a las dificultades que tiene la democracia, merece la
pena rastrear el empeño que puso Nicolás Salmerón y los institucionistas por encauzar al republicanismo español de finales del siglo XIX
1. Véanse a este respecto MARTÍNEZ LÓPEZ, Fernando (Ed.) (2003) Congreso Nicolás Salmerón y Alonso. A propósito de la Unión Republicana de 1903.
Comunicaciones; (2003) «Del sufragio Universal a la Solidaridad. Salmerón en la
política republicana almeriense (1869-1908)», en Nicolás Salmerón y Alonso (18371908). Semblanzas. Almería, pp. 168-169; (2005) «Nicolás Salmerón y Alonso.
Entre la revolución y la política», en Javier Moreno Luzón (Ed.) Progresistas y
demócratas. Madrid, (en prensa); «La redención por el sufragio. Nicolás Salmerón
y Alonso. La apuesta política de Nicolás Salmerón y Alonso en el cambio de siglo
(1890-1903)» (en prensa).
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por la senda de la legalidad, las reformas y la implicación política
responsable de la ciudadanía.
Salmerón fue un hombre que creyó profundamente en la política
como principio rector de la convivencia democrática. Entendió la
libertad como no dominación, se esforzó en cultivar las virtudes cívicas y dedicó gran parte de su esfuerzo político en la creación de una
ciudadanía capaz de sostener las instituciones de una sociedad libre.
Le disgustaba profundamente el quebrantamiento de las reglas de la
democracia representativa. Combatió el doctrinarismo de la época
isabelina y de Cánovas del Castillo por que desde su punto de vista
era totalmente inaceptable la soberanía compartida, la confesionalidad
del Estado y, sobre todo, el fraude electoral que hizo del Parlamento
una cámara sin valor representativo.
No deja de ser significativo que, en las controversias de los republicanos españoles del último tercio del siglo XIX entre partidarios de
la acción revolucionaria y defensores del parlamentarismo, Nicolás
Salmerón se apartara de la violencia y tratara de encauzar al republicanismo español por la vía legal y parlamentaria como expresión de
la voluntad nacional libremente expresada. La creación del Partido
Republicano Centralista en 1891 y la orientación legalista que terminó por adoptar la Unión Republicana de 1903 apuntan en ese sentido.
Si a todo ello añadimos la búsqueda de la armonía y la paz en la
cuestión social, la defensa del asociacionismo libre, el respeto a los
intereses de las partes en conflicto y la necesidad de superar la lucha
de clases mediante procedimientos pacíficos, podemos decir en palabras de hoy que Nicolás Salmerón era un hombre de Paz.
Con su magisterio y acción política pretendió que los ciudadanos
a través de la reflexión, el juicio y la acción ejercieran su responsabilidad individual ante el Estado. El proyecto institucionista que impulsaron Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Nicolás
Salmerón y otros intelectuales procedentes del krausismo se encontró
con el problema de una sociedad española atrasada, bajo el control
social de la Iglesia, analfabeta en sus dos terceras partes, que reclamaba
una fuerte actuación en el orden educativo, dado que resultaba extremadamente difícil aplicar sobre ella una política de reformas. La educación pasó por tanto a ocupar un lugar central de sus proyectos.
La propuesta de reforma educativa republicana se deslizó en primer
término por la generalización de la enseñanza primaria a cargo del
Estado, en segundo por la defensa de la libertad de enseñanza, enten-
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dida en el doble sentido de libertad de creación de centros docentes
y libertad de cátedra, y finalmente por el desarrollo de la educación
de adultos, la instrucción de la mujer y la expansión de iniciativas
educativas a través de la extensión universitaria y las universidades
populares.
Los krausistas fueron los principales protagonistas de una batalla
escolar que acabó en unos momentos de su vida con la expulsión de
la Universidad, el destierro y la creación de la Institución Libre de
Enseñanza. La imagen simbólica básica de estos presupuestos educativos vinieron dados por la Escuela Laica, entendida como escuela
neutra a la manera institucionista, escuela laica en federales y radicales
y de nuevo como escuela neutra reclamada por los radicales socialistas
desde la segunda década del siglo XX.
Las iniciativas destinadas a la educación de adultos y a la promoción de la mujer fueron del máximo interés. La educación de la mujer,
sin desarrollar con ello una estrategia propiamente feminista, se presentó como un cometido básico de los institucionistas desde los años
setenta y la educación de adultos constituyó un proyecto que alcanzaba diversas dimensiones del universo republicano. De un lado, expresaba la idea de que todo hombre por el hecho de serlo estaba
dotado de dignidad humana y ésta reclamaba una formación elemental. De otro, la instrucción se convertía en una necesidad ineludible
para el desarrollo social y económico de la sociedad moderna.
Para Salmerón la educación era una necesidad de orden moral y un
deber político. Aquellos que más conocían tenían el deber moral de
enseñar a los menos capacitados. En este sentido la sociedad solidaria
republicana reclamaba una relación de colaboración entre generaciones, géneros y clases. Y era al mismo tiempo un deber político ya que
el único modo de evitar que las masas de desheredados se incorporasen
a la revolución social era mediante procesos de incorporación y la
educación constituía el más eficiente de ellos. De ahí que concibiera
el papel del político como un educador de su pueblo. «El político, si
tal nombre merece, —decía Salmerón a sus paisanos de Almería en
1902— ha de empezar por ser un pedagogo educador de su pueblo. El
político que no sabe educar un pueblo, merced a la pedagogía, es no
más que un farsante».2
2. Véase «La Filosofía de la vida». El Radical, 27 de septiembre de 1902.
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El ideal armónico y abierto de la sociedad defendido por los republicanos vinculados al institucionismo hizo de la reforma educativa un
elemento central de su identidad como ciudadanos de la res pública.
La superación de la cuestión social en un sentido amplio reclamaba
una acción de reforma en la que la educación ocupaba un lugar preferente. Una educación en todo caso laica que expresara los ideales
científicos y progresistas del universo republicano.
Se ha transmitido una imagen de Nicolás Salmerón como un hombre de fuertes convicciones íntimas, un hombre de principios, quizás
más que como un hombre de Estado. El abandono del poder por no
firmar una sentencia de muerte, la renuncia a su escaño en 1887
cuando rompe con Ruiz Zorrilla por su disconformidad con la priorización de la violencia revolucionaria, o su negativa a obtener un
escaño por Almería en 1903 de la mano fraudulenta del caciquismo
provincial, abonan la idea de ser un hombre fiel a los principios
abolicionistas que había defendido desde su juventud, lo presentan
con una gran fuerza ética y ponen de relieve la honestidad y consecuencia que rigieron sus razones doctrinales y políticas.
La «historia honrada» y la «integridad austera» con que se identificaban los rasgos personales de este «sabio catedrático» se redimensionaron para entrar a formar parte del santoral laico de nuestra historia
contemporánea, junto a Giner de los Rios, Pi y Margall o Pablo Iglesias. A Nicolás Salmerón se le identificó con la Justicia. Siguiendo una
larga tradición que reivindicaba el civismo helénico-latino con punto
de partida de los ideales democrático-republicanos, Salmerón apareció
en la iconografía del momento como un tribuno del pueblo que, con
su larga toga y la corona de laurel, surge de las urnas para hacer
posible la democracia.
Esa es la imagen que brindaron Miguel de Unamuno, Indalecio
Prieto, Marcelino Domingo, Victoria Kent o la almeriense Carmen de
Burgos cuando se recordó su legado y su memoria a principios de la
Segunda República y esa es la imagen que fugazmente ha quedado
entre muchos almerienses.
1. LA APUESTA REFORMISTA Y PACÍFICA
De todos los rasgos que caracterizan la trayectoria política e intelectual de Nicolás Salmerón, la investigación que desarrollamos en el
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grupo de investigación Sur Clio profundiza especialmente en el intento de dirigir al republicanismo español de las últimas décadas del siglo
XIX y principios del XX hacia posiciones no violentas, pacíficas,
graduales y reformistas, en la lucha por la abolición de la pena de
muerte y en el intento de convertir al pueblo en ciudadanía a través
del ejercicio consciente del voto, una vez reimplantado el sufragio
universal masculino en 1890.
Qué poco vale la fuerza en el mundo! —decía Salmerón en las Cortes
republicanas—. Por más que aparezca ante el juicio grosero de ciertas
gentes, que la fuerza es lo único que impera en las sociedades, por que
avasalla a los individuos y a los pueblos, la verdad es que la fuerza sólo
sirve para una cosa, para derribar los obstáculos que se oponen al camino de la civilización; que sólo se consolidan, sólo se afirman en la vida
de los pueblos, que por algo es el hombre un ser racional, aquellas obras
que se fundan en los eternos principios de la razón y que sirven a los
fines divinos de la justicia.3
Esta forma de entender los procesos sociales y políticos le viene
desde su vinculación temprana al krausismo. Fue precisamente Nicolás
Salmerón y Alonso, Francisco Giner de los Ríos y Gumersindo de
Azcátate, la segunda hornada de discípulos de Sanz del Río, quienes
desplegaron la proyección social de la doctrina krausista y comparecieron en la arena política en un momento en el que aún estaban por
resolverse los grandes problemas del sistema político liberal español.4
La filosofía política krausista suponía un rechazo frontal a los mecanismos violentos de transformación social y sus seguidores se decantaron desde sus comienzos por la vía de evolución pacífica de la
sociedad frente a la vía revolucionaria. Salmerón hizo de esta idea el
eje de su comportamiento político y en el discurso que retiró la confianza a Castelar en la célebre noche del 2 al 3 de enero de 1874 y
que tuvo como colofón la disolución de las Cortes republicanas por
el general Pavía, decía:
3. Discurso al ocupar la presidencia de las Cortes, 13 de julio de 1873. Reproducido por LLOPIS Y PÉREZ, Antonio (1915) Historia política y parlamentaria
de D. Nicolás Salmerón y Alonso . Madrid, p.145.
4. Véase CACHO VIU, Vicente (1962) La Institución Libre de Enseñanza.
Madrid, pp. 104-106.
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Yo he combatido siempre, yo he condenado siempre todo procedimiento
que no se haya ajustado al derecho, que no haya estado dentro de la
legalidad. Yo no he fiado nada nunca a esas revueltas que, desdichadamente, van haciendo perder a nuestro pueblo la conciencia del derecho
y la confianza en los medios legales, y arrastrándolo a la lucha por el
Poder que unos libran detrás de las barricadas, y que otros preparan en
las conspiraciones militares, buscando en los cuarteles y en la cuadras
el triunfo que sólo debe conquistarse en la opinión y obtenerse en las
urnas.5
No era este comportamiento muy habitual en la política española
del siglo XIX. Los partidos políticos habían hecho de las rebeliones
militares, los pronunciamientos y vías insurreccionales los instrumentos de acceso al poder. Incluso los demócratas y republicanos estaban
inmersos en la cultura de la barricada y la vía insurreccional como
instrumento de transformación política y social. ¿Se sintieron tentados
los krausistas por el hecho revolucionario? El doctrinarismo político
de la España isabelina o la «dictadura» de Cánovas de los primeros
años de la Restauración obligó a los más jóvenes de ellos a tomar
puntualmente en consideración la necesidad de la revolución como
algo circunstancial a lo que una sociedad podía verse forzada ante una
coyuntura política concreta para restablecer las libertades.6 A Gumersindo de Azcárate, persona muy cercana a Salmerón, le repugnaban los
actos de fuerza pero no le pesaba haber tomado parte en la revolución
de 1868, al considerar —según cuenta en su libro autobiográfico
Minuta de un testamento (1876)— que «la insurrección es un derecho
cuando un pueblo apela a este medio, perdida toda esperanza de poder
utilizar los pacíficos, para recabar su soberanía y ser dueño de sus
propios destinos, arrancando el poder de manos de una institución o
de una minoría que se han impuesto abusiva y tiránicamente».7
5. Discurso de la noche del 2 al 3 de enero de 1874. Reproducido por LLOPIS
Y PÉREZ, Antonio Op.cit., p. 187.
6. Véase CAPELLÁN DE MIGUEL, Gonzalo (2003) «El primer krausismo en
España», en Manuel Suárez Cortina (ed.), Las máscaras de la libertad. Madrid, p.
199.
7. AZCÁRARE, Gumersindo de (1967) Minuta de un Testamento. Estudio
preliminar por Elías Díaz. Barcelona, p. 163.
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Salmerón coincidía con Azcárate en que la revolución debería ser
sólo un acto circunstancial e inmediatamente se debería restaurar el
orden para asentar las reformas políticas y sociales en el marco de la
ley y el Derecho. En consecuencia recomendó prudencia y moderación
a sus correligionarios en los primeros años del Sexenio Democrático
y se situó frente a los intransigentes y las insurrecciones republicanas.
No es extraño, desde su orientación krausista, la defensa de la legalidad de la Internacional en las Cortes de 1871, la apuesta por el
derecho, el orden y la repulsa de la violencia durante la efímera
Primera República. «Cambiar las condiciones sociales cortando por la
vía revolucionaria todos los obstáculos que puedan oponerse —señalaba en su discurso de toma de posesión de la presidencia de las Cortes
republicanas— hac[e] insoluble el problema, tormentosos sus medios,
estériles sus procedimientos y aún inicuos sus resultados».8
2. CONTRA LA PENA DE MUERTE
El activismo en pro de la abolición de la pena de muerte le venía
de escuela. Julián Sanz del Río inculcó en sus discípulos la necesidad
de abolirla, de tal manera que se convirtió en una de las más firmes
convicciones de todos ellos:
Todo hombre tiene derechos absolutos, imprescriptibles, [...]. Los derechos a vivir, educarse, a trabajar, a la libertad, a la igualdad, a la
propiedad, a la sociabilidad. La sociedad puede y debe organizar esos
derechos en el interés de todos, a favor de su coexistencia y de su
cumplimiento; puede y debe castigar su infracción o violación para
restablecer el derecho y la ley y corregir la voluntad del culpable, pero
no puede privar de esos derechos a nadie. Deberán pues ser abolidas las
penas irreparables y toda institución o estatuto contrario a la razón. La
persona humana es sagrada y debe ser respetada como tal.9
8. Discurso al ocupar la Presidencia de las Cortes, 13 de julio de 1873. Reproducido por Antonio LLOPIS Y PÉREZ, Op. cit., p. 144.
9. Citado por DÍAZ, Elías (1973) La filosofía social del krausismo español.
Madrid, p.58.
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A los pocos instantes de la proclamación de la Republica, Salmerón encabezó un escrito dirigido a las Cortes donde se pedía la abolición de la pena de muerte para toda clase de delitos:
Pedimos a las Cortes españolas que se sirvan tomar en consideración
declarándola urgente la siguiente proposición de ley.
Art. 1º Queda abolida la pena de muerte para toda clase de delitos.
Art. 2º El Gobierno de la República española nombrará inmediatamente
una comisión que por el plazo improrrogable de un mes, a contar desde
la promulgación de esta ley, proponga las bases de la organización del
sistema penitenciario y el presupuesto que para plantearlo se necesite.
Palacio de las Cortes, 11 de febrero de 1873.10
La petición no prosperó y a los pocos días, siendo ministro de
Gracia y Justicia, volvió a presentar un proyecto de ley que la disolución de las Cortes impidió su aprobación. Hasta el 9 de agosto,
siendo él mismo presidente de la República, no se aprobó una ley
considerada como abolición de hecho de la pena de muerte. Durante
el tiempo que estuvo Nicolás Salmerón al frente del Ministerio de
Gracia y Justicia y de presidente del Poder Ejecutivo de la Republicano no se llevó a efecto ninguna ejecución. El estado de indisciplina
del ejército condujo, sin embargo, a la mayoría de las Cortes republicanas a exigir la aplicación de la ordenanza militar en su plenitud.
Salmerón comprendía la necesidad de la medida pero, fiel a sus convicciones morales, dimitió de la jefatura del Estado, cuando apenas
llevaba cincuenta días en el poder, antes de firmar unas sentencias de
muerte: «Elegido por la mayoría de la Asamblea al frente del Gobierno
me encuentro con que esta mayoría, y con ella la opinión del país, me
imponen que se restablezca la disciplina del Ejercito y acabe la guerra
civil, apelando a procedimientos que, si bien considero indispensables, pugnan contra mi conciencia; yo no me siento con fuerzas para
contrariar los impulsos de mi ánimo y no puedo continuar siendo
Gobierno».11 El fracaso de la República del 73 supuso un largo apla-
10. Suscribieron la proposición Nicolás Salmerón, Eduardo Chao, el marqués
de Perales, Juan Uña, José Fdo. González, Joaquín Boceta, Rafael Prieto y José
María Sanromá. Véase Nicolás Salmerón y Alonso (1837-1908) . .., p. 83.
11. LLOPIS Y PÉREZ, Antonio Op.cit., p. 154.
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zamiento de la abolición de la pena de muerte en nuestro ordenamiento jurídico-político.
3. LA FUERZA DEL SUFRAGIO
Durante los primeros años de la Restauración canovista, Salmerón
fue expulsado de su cátedra y desterrado, tomó el camino del exilio
y justificó la acción revolucionaria para derrocar el régimen monárquico. El origen y el carácter doctrinario de la Restauración, la ausencia
de libertades durante los primeros años, la represión sobre los catedráticos en la llamada «segunda cuestión universitaria», la clasificación
de los partidos en legales e ilegales, el falseamiento del sistema representativo y la negación de la soberanía nacional eran suficientes razones como para justificar la legitimidad de la revolución. Sin embargo, a principios de los ochenta, cuando los fusionistas de Sagasta
emprendieron la apertura del régimen y la política podía desenvolverse dentro de los cauces legales se apartó definitivamente del hecho
revolucionario y emprendió una auténtica «cruzada» para encauzar al
republicanismo español por la senda del parlamentarismo.
El restablecimiento del sufragio universal masculino en 1890 colmó las aspiraciones de gran parte de los seguidores de Castelar que
ingresaron en el campo monárquico y obligó a una revisión estratégica
al resto de los grupos republicanos que habían surgido tras el fracaso
de la Primera República. Los republicanos progresistas y los federales
pimargallianos, desde posiciones unitarias o federales, oscilaron entre
la mística insurreccional y militarista, el retraimiento y la participación electoral. En sus discursos seguían apelando al pueblo como
héroe redentor y único sujeto capaz de enfrentarse al bloque de poder
de la Restauración. Un pueblo que, atribuyéndosele cualidades propias
de un héroe mitológico, era concebido más como fuerza de barricada,
de choque para derribar lo existente, que como una colectividad sobre
la que apoyar una acción política permanente de gobierno.12
12. Véase DUARTE, Ángel (1998) La república del emigrante. La cultura
política de los españoles en Argentina (1875-1910), Lleida., pp. 34-35; ÁLVAREZ JUNCO, José (2004) «Todo por el pueblo», en Claves de razón práctica, nº
143.
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Entre ambos y con contornos a veces de frontera, el republicanismo
que representaba Salmerón, de clara herencia krausoinstitucionista, se
configuró como Partido Republicano Centralista en junio de 1891 y
apostó, como ha señalado Suárez Cortina, por la democracia representativa, parlamentaria, la unidad «orgánica» de la nación, las reformas
y los métodos pacíficos. El centro republicano pretendía encuadrar a
quienes estimaran que:
en política puede y debe emplearse la lucha fuera de los medios legales
cuando las circunstancias lo justifican y las probabilidades de éxito lo
abonan, pero que es obligada la lucha constante y asiduamente dentro
de los medios amplios o restrictivos que la legalidad ofrezca, porque es
deber primero que las ideas encarnen en la opinión antes de que pueda
llegar la hora en que las ideas por la expansión que en la conciencia
pública adquieran, soliciten el esfuerzo necesario para romper los obstáculos que a su legítima expansión se ofrecen.13
Los republicanos centralistas creyeron en el papel «redentor» del
sufragio y pusieron todo su empeño en encauzar al republicanismo
español por la vía legal. Vieron en la movilización electoral y el
ejercicio consciente del voto la oportunidad de convertir al pueblo en
ciudadanía y la única forma posible de relación entre la sociedad civil
y el sistema de poder. Su estrategia contaba con una triple dificultad:
los mecanismos de fraude y control de la vida política por parte del
régimen, la desconfianza de buena parte del republicanismo en los
procedimientos pacíficos y la fragmentación republicana. Conscientes
de ello y decididos a situar el campo de la política fuera de «las
intrigas palaciegas y las conspiraciones cuarteleras» se dispusieron a
dar la batalla pacífica para hacer saltar los obstáculos que ponía el
régimen, contribuir a la educación cívico- política del pueblo e iniciar
las transformaciones de las viejas formas sociales y políticas. Situaron
los ejes de la estrategia en la movilización del tejido social republicano hacia las urnas, la utilización de todos los mecanismos legales
de denuncia para doblegar el fraude gubernamental, los guiños hacia
las capas obreras y populares y la búsqueda de la unidad entre las
13. Véase «Nuestros amigos en Barcelona», y «El meeting de Barcelona», La
Justicia, 8 y 12 de enero de 1891.
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organizaciones republicanas como condición indispensable para culminar con éxito la movilización electoral.14
Nicolás Salmerón, ex presidente de la República y líder más representativo del centro republicano, fue el principal impulsor de esta
estrategia logrando convertirse entre 1891 y 1906 en la figura central
de buena parte del republicanismo español. Su regreso del exilio parisino
en 1885, la ruptura con Ruiz Zorrilla y la vía revolucionaria tras la
sublevación de Villacampa en 1886 y la formación del Partido Republicano Centralista abrieron una nueva etapa en su trayectoria pública
que se caracterizó por una inequívoca voluntad de hacer política
republicana desde los cauces que permitía la Restauración, la búsqueda de una sociedad civil capaz de impulsar el proceso de democratización y modernización de España y una estrecha vinculación con la
política de Cataluña. Habían pasado los años «románticos» del Sexenio Democrático. La inicial adscripción krausista se había teñido de
positivismo en los contactos con los fisiólogos parisinos del Colegio
de Francia y la tímida deriva revolucionaria de los primeros años del
exilio apenas tenía ya legitimidad para Salmerón tras la aprobación
del sufragio universal masculino en 1890, aunque teóricamente nunca
descartaría acudir al procedimiento revolucionario para «reintegrar a
la sociedad en el ejercicio de su soberanía».
Situado entre el republicanismo de orden y el radicalismo democrático-popular, hizo de la participación política de la ciudadanía el eje
central de su acción pública. Para Salmerón la fuerza y el poder del
sufragio universal eran de tal envergadura que si los ciudadanos sabían
ejercitarlo se convertiría en el instrumento capaz de solucionar los
problemas capitales del Estado y en la herramienta para acometer las
reformas sociales y económicas que necesitaba el país. Salmerón, que
huía de la perspectiva clasista para la solución de la cuestión social, se
mostraba convencido de que la ciudadanía era una realidad creadora de
igualdad, tal como defendía la doctrina republicana francesa clásica.15
14. Véanse SUÁREZ CORTINA, Manuel (2000) El gorro frigio. Liberalismo,
Democracia y Republicanismo en la Restauración , Madrid; DUARTE, Ángel y
GABRIEL, Pere, (2000) (eds.) El republicanismo español. Ayer, 39; «Asamblea del
partido republicano centralista. Tercera sesión», La Justicia, 17 de junio de 1891.
15. Véase NICOLET, Claude (1992) «Citoyenneté française et citoyenneté
romaine. Essai de mise en perspective», en S. Berstein, O. Rudelle, Le modèle
republicaine , Paris, p. 39-40.
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Recogió la aspiración unitaria de las bases republicanas y se convirtió en el más notable referente de la Unión Republicana de 1903
y principal transmisor de los valores republicanos no federales en las
luchas políticas y sociales del nuevo siglo. Buscó la regeneración y
modernización de España y no escatimó esfuerzos en impulsarla al
final de su vida desde la plataforma política de Solidaridad Catalana
a pesar de la incomprensión de buena parte del republicanismo.16
Estas líneas, indicativas de los ejes de nuestra investigación, abren
un conjunto de sugerencias sobre la figura de Salmerón y se suman a
otras investigaciones sobre la apuesta de un grupo de intelectuales
republicanos, vinculados al krausoinstitucionismo, por la construcción
de la democracia representativa en España, la búsqueda de una ciudadanía consciente donde asentar los proyectos de reformas, la educación, la libertad de la ciencia, los mecanismos de arbitraje y la regulación de conflictos en la cuestión social y la unidad «orgánica» de
la nación entendida como una y plural, donde la autonomía de las
regiones y municipios, lejos de inferir fragmentación, suponía un enriquecimiento de la nación española.
16. La trayectoria de Nicolás Salmerón durante esta etapa en ALBORNOZ,
Álvaro de (1917) El Partido Republicano . Madrid; GONZÁLEZ SERRANO, Urbano (1903) Nicolás Salmerón, estudio crítico-biográfico. Madrid; FORNIELES
ALCARAZ, Javier (1991) Nicolás Salmerón. Republicanos e intelectuales a principios de siglo . Almería; DUARTE, Ángel (1992) «Del sufragio universal a la
solidaridad catalana: Salmerón y Cataluña (1890-1907)», Almería; «La Unión
Republicana de 1903. ¿Eslabón o gozne?», texto mecanografiado; GABRIEL,
Pere «Republicanismo federal y Salmerón: encuentros y desencuentros», texto
mecanografiado; SUÁREZ CORTINA, Manuel (2000) «El republicanismo institucionista en la Restauración», en DUARTE Ángel y GABRIEL, Pere El republicanismo español, pp. 61-82; RUIZ-MANJÓN CABEZA, Octavio (2004) «Krausismo
y política en la trayectoria de Nicolás Salmerón y Alonso», en Nicolás Salmerón y
Alonso (1837-1908)… , pp. 201-230.
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