El colapso industrial anuncia un inminente desastre social

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El colapso industrial anuncia un inminente desastre social
escrito por Paul Walder
elclarin.cl / domingo, 27 de abril de 2008
Santiago.- En diciembre pasado cerró Textil Bellavista y hacia inicios de abril el
directorio de Cerámicas Cordillera anunció que terminaba su giro como industria
del sector. Acaso, importará productos acabados de otras latitudes. Sólo con estos
dos cierres industriales, son más de mil 500 trabajadores que quedan en la calle
pese al “blindaje” de la economía chilena, como no se cansa de repetir el hombre
de Hacienda. Un proceso de evidente deterioro laboral, el que ha quedado incluso
anotado hasta en las estadísticas oficiales. Según la última medición del INE, el
desempleo durante el periodo entre diciembre y febrero alcanzó a 7,3 por ciento,
cifra sensiblemente más alta, en casi un punto, a la registrada el año previo.
Aun cuando durante el pasado verano hubo un aumento de toda la fuerza laboral,
hubo también una fuerte expansión del desempleo. El número de desocupados
saltó durante ese periodo en un 20 por ciento si se compara con la situación de un
año atrás. Y todo esto en una economía “blindada”.
El cierre de Cerámicas Cordillera no puede expresar con mayor evidencia la
tendencia que ha tomado la economía chilena. De tan abierta, de tan entregada al
libre juego del libre mercado, ha quedado expuesta al torbellino financiero
desatado por la crisis de la economía estadounidense. Todas las variables,
aquellos “equilibrios macroeconómicos” chilenos tan mentados por el
establishment financiero-empresarial, se han, sino no desestabilizado, sí
escorado, desordenado. La economía chilena, y por cierto la gran mayoría de los
chilenos, viven en un equilibro precario.
Bellavista, en su momento, y ahora Cerámicas Cordillera, han apuntado con
claridad a los motivos del desastre: simplemente, la apertura comercial, el
encarecimiento de la energía y la caída en el tipo de cambio, este último no
atendido ni por Hacienda ni por el Banco Central hasta mediados de abril. El
modelo neoliberal, construido durante la dictadura y mantenido por la
Concertación, ha iniciado, de la misma forma que en el resto de Latinoamérica, o
en los mismos núcleos de las finanzas mundiales, un camino de desinstalación,
que está expresado en las nacionalizaciones –desde las encubiertas, provocadas
por la crisis subprime en Estados Unidos y Europa- hasta las evidentes y
deseadas, como sucede en Sudamérica, así como el inicio de prácticas que
privilegian y protegen los mercados internos. Se trata de un proceso en marcha
difícil de negar.
No puede, sin embargo, hablarse de cambios en un solo sentido. En un periodo de
crisis, los acomodos y reacomodos pueden apuntar hacia nuevas formas de
relación entre el capital y el trabajo, a transformaciones en el modelo de
acumulación. Las más recientes crisis mundiales, económicas, sociales, políticas,
han sido utilizadas por el gran capital para instaurar el modelo neoliberal. En esta
nueva crisis, en el caso que las fuerzas sociales estén otra vez fragmentadas y
confundidas, las vueltas de tuerca de la historia podrían volver a jugar a favor del
gran capital. Lo que ha sucedido en Estados Unidos, con una Reserva Federal
que acude en auxilio de la gran banca privada con miles de millones de dólares,
es una señal respecto a dónde quiere el poder político y económico llevar estos
cambios. La FED acude en ayuda de los dueños de los bancos mientras millones
de pequeños deudores quedan en la calle al perder sus viviendas.
El trágico síndrome de Cerámicas Cordillera
El cierre de Cerámicas Cordillera apunta a una estrategia empresarial, sin duda
impulsada por las oscilaciones de la economía mundial, pero también empujada,
por omisión, por el gobierno Una movida que ha sido intuida por sus trabajadores,
quienes observan en el cierre de la planta una clásica estrategia de transnacional
para reducir costos y aumentar las utilidades. La planta se cerrará en Chile por sus
altos costos de producción, lo que dará paso a importaciones de los mismos
productos desde países con menores costos. Lo que sucede con los textiles, con
los plásticos, con la industria metalmecánica, con cualquier manufactura, está
presente también en las cerámicas. El efecto trágico de una causa que todo el
mundo ve ¡Con la excepción del gobierno y el Banco Central! Un efecto que
seguirá reproduciéndose hacia otros sectores.
Cordillera es parte del grupo Pizarreño, cuyo propietario es el consorcio belga
Etex. En Chile, Pizarreño controla, además de Cerámicas Cordillera, Ladrillos
Princesa, Duratex, Romeral, Etersol, Fibrocemento Pudahuel, Tejas Chena y
últimamente adquirió la propiedad de Aislantes Nacionales. Es uno de los más
grandes fabricantes de materiales de construcción a nivel mundial y tiene
representaciones en varios continentes. En América Latina está en Chile, Perú,
Colombia, Brasil y Argentina.
Cerámicas Cordillera no cierra sus actividades como empresa. Seguirá
comercializando sus productos, los que importará desde mercados de menores
costos de producción, según informó el directorio. Para el sindicato, esta
determinación “no es casual y se aprovecharán las condiciones ventajosas que
tienen en la región para mantenerse como empresa. La producción de cerámicos
se trasladará a las empresas del grupo Etex en la región, donde sus insumos
principales (energía y mano de obra calificada) podrán ser obtenidos a costos más
bajos que los que disponen en Chile. Los cerámicos producidos allí serán
comercializados en Chile bajo la marca Cordillera”.
La estrategia fue confirmada por la misma empresa. Su gerente general explicó
dos cosas, los motivos del cierre y sus proyectos. El cierre, le dijo a El Mercurio su
gerente, Roberto Calcagni, fue detonado por un aumento “exorbitante del precio
del gas, su principal insumo, que experimentó alzas cercanas al 600% en los
últimos cinco años y que hoy alcanza valores que son hasta seis veces más altos
que los que pagan los fabricantes de productos cerámicos en países vecinos”. El
otro motivo surge del valor del dólar, que inhibe las exportaciones.
Cerámicas Cordillera tiene casi la mitad el mercado chileno de pisos y
revestimientos cerámicos. El resto, explican fuentes de la empresa, es importado,
a costos finales mucho menores. Por tanto, la empresa decidió a unirse a este
grupo de importadores. Lo dijo Calcagni: "Queremos tomar una parte de eso, vía
productos importados, es la base del futuro". La importación la harían desde
plantas que controla el grupo en otros países sudamericanos. Como
consecuencia, se abre un periodo de desempleo y de fuerte inestabilidad
económica en este sector.
La decisión del grupo Pizarreño no es inusual y, muy por el contrario de lo que han
ostentado los gobiernos de la Concertación, se enmarca en un proceso ya
conocido. La inversión en Chile, descartando las privatizaciones de las empresas
de servicios, está orientada a los sectores de recursos naturales, liderados éstos
por la minería. Estos sectores, hay que recordar, no solo generan escasa y poco
calificada mano de obra, sino que su actividad es altamente depredadora y
contaminante. Chile, país de cazadores recolectores.
Es posible, y así lo estima el sindicado de Cerámicas Cordillera, que la decisión de
la empresa no sea de largo plazo. Los trabajadores estiman que la inversión en
Chile es muy alta –de unos 20 mil millones de pesos- como para cerrarla
definitivamente. “En un par de años más los problemas de abastecimiento
energético podrán estar resueltos con la apertura definitiva de las plantas
gasificadoras y las diversas alternativas que puedan desarrollar para entonces. En
ese mismo tiempo podrán volver a contratar a trabajadores con un precio mucho
más bajo que el que ahora nosotros representamos (…) Esa es la forma en que
operan las empresas transnacionales en economías abiertas como la nuestra, los
capitales se mueven de un lado a otro buscando mejorar su ganancia, sin
importarles el desarrollo de los países donde se instalan, donde menos aún le
importan los rostros y familias de las personas que le venden su fuerza de trabajo
y su conocimiento”.
Una estrategia no solo amparada, sino reforzada por las políticas económicas de
los gobiernos chilenos. Porque los graves problemas de abastecimiento energético
son el efecto de políticas ineficientes y mal planificadas, en tanto los problemas
derivados por el tipo de cambio surgen de una institucionalidad, diseñada e
instalada con dedicación y parsimonia durante décadas, que inhibe al Estado
intervenir en los mercados.
De forma más directa es la impresión del dirigente laboral de Cerámicas Claudio
Castillo. Hay chilenos “que estamos sujetos a la competencia desleal de la
importación indiscriminada de productos que han barrido con la industria nacional.
no ha habido piedad con los trabajadores chilenos. Tenemos la leve sospecha que
quieren reabrir la empresa en unos meses más, pero con sueldos de hambre”.
Una amenaza mucho mayor
Como amenaza mayor está la percepción del inicio de un periodo de cambios,
acaso de crisis, en el modo de producción capitalista. Hay, una vez más,
transformaciones que conllevan un reacomodo del capital, con graves
consecuencias para los trabajadores. El cierre de la salmonera de capitales
noruegos Marine Harvest, en Puerto Montt, que lleva a la cesantía a más de mil
500 personas, está ligado a otros cambios, como la contracción de la japonesa
Salmones Antártica, en Chiloé, con efectos en una importante reducción de
personal. El motivo más directo argumentado por estas empresas no ha sido el
encarecimiento de sus costos por la caída en el precio del dólar, sino un problema
incluso mayor. El cierre de Marine Harvest es una evidente consecuencia del mal
manejo ambiental, de una industria depredadora que no puede conciliarse con su
entorno natural, de un tipo de actividad e inversión introducida a contrapelo.
En un comunicado que anuncia el fin del Colectivo de Trabajadores de la Región
Metropolitana (CC.TT.-R.M.)- texto de intensa crítica y autocrítica- hay una
referencia al momento que vive la economía chilena y de los cambios que se
avecinan. “El capitalismo neoliberal empieza a dar muestras de debilidad en su
propia reproducción. Las dificultades que enfrentan las fracciones exportadoras no
mineras del capital, afectadas por un tipo de cambio a la baja durante los últimos
años, el estancamiento del ritmo de inversión en la industria, la agricultura y el
sector de servicios financieros, comunicaciones, AFP, etc., y el déficit energético,
ha hecho sonar ya las alarmas para el corto y mediano plazo. Hay visos y
anuncios de un entrampamiento estructural del patrón de acumulación
engendrado por una contrarrevolución neoliberal más que madura”. Los cierres de
empresas son una primera y palmaria señal de este proceso.
El documento halla una expresión de esta inestabilidad en el ámbito político. “La
ralentización prolongada del crecimiento ha forzado trayectorias asimétricas en las
tasas de ganancia de los diferentes segmentos empresariales, y las expectativas
respecto del futuro están siendo caldo de cultivo para la emergencia de
contradicciones entre las fracciones del capital. Estas se manifiestan ya con mayor
frecuencia en presiones sobre el Estado y la política económica, y comienzan a
alterar las correlaciones de fuerza al interior del bloque en el poder. Muchas
señales confirman esta tendencia: los realineamientos respecto de la educación, la
estrategia exportadora, el rol del estado y la desigualdad, las condiciones
laborales, la propiedad privada sobre los recursos naturales, etc., reordenan las
fuerzas que, en la superficie, se manifiestan en las recurrentes crisis en la Alianza
y en la Concertación”.
El mismo fin de semana del cierre de Cerámicas Cordillera y de la enorme
salmonera en Puerto Montt, Michelle Bachelet discurseaba en China con orgullo
sobre los múltiples tratados de libre comercio que Chile ha suscrito con otros
países, entre ellos, con la misma República Popular China. Un discurso que
elogiaba, precisamente, una de las causas del desastre industrial. Porque tras ya
varios años de la vigencia de diferentes TLCs, entre ellos con potencias
económicas como la Unión Europea, Estados Unidos y China, nada ha variado
para bien de la economía chilena. Por lo menos, no para el beneficio de sus
ciudadanos.
Silvia Ribeiro, investigadora del grupo ETC (Grupo de acción con sede en Canadá
sobre la erosión, la tecnología y la concentración) en un artículo sobre los TLCs
publicado a mediados de abril, afirma que “a través de los TLC, las empresas
transnacionales han podido aumentar exponencialmente sus ganancias, no sólo
por la ampliación territorial de sus mercados, sino al lograr convertir en mercancía
recursos naturales y aspectos vitales para la sobrevivencia, como la biodiversidad
y los conocimientos sobre ella, el agua y los servicios necesarios para poder
disfrutarla, los medicamentos, la educación y la atención a la salud, entre otros”.
Un fenómeno cuyos efectos, hoy podemos observar, se expresan de forma
extremadamente perjudicial en los ámbitos económicos (crisis financiera global),
social (crecimiento de la desigualdad, desempleo, empleos precarios, pobreza),
político (como efectos directos de la desestabilización económica y social) y
medioambiental (degradación del medio ambiente, explotación indiscriminada de
los recursos naturales, calentamiento global, como la suma de todos los factores.
Hemos entrado en una nueva crisis, lo que no significa la transformación del
capitalismo o el paso a un estado mejor. Las crisis del capitalismo, que
generalmente han sido forzadas, como bien lo demuestra la autora canadiense
Naomi Klein en The Shock Doctrine, han sido utilizadas por el gran capital global y
por las oligarquías nacionales para aterrorizar a la ciudadanía e imponer cambios,
en todos los casos para desmantelar la institucionalidad que favorece a las
personas e instalar una nueva que beneficie al capital. Así sucedió desde el golpe
de Estado en Chile, pasó en Bolivia, en Argentina, en Polonia o Sudáfrica, así ha
sucedido en Irak y así sigue sucediendo. Violencia y miedo. Mucho miedo.
Escribe Klein (pág.20): “Por 35 años, lo que ha animado la contrarrevolución de
Milton Friedman es la atracción hacia una especie de libertad, disponible sólo en
momentos de cataclismos, cuando la ciudadanía y sus demandas están
aplastadas. Ello surge en momentos cuando la democracia parece una práctica
imposible”. Si somos pesimistas, esta nueva crisis, aún sin rasgos de cataclismo,
es posible que vuelva a ser usada por el gran capital para obtener nuevos
beneficios. Si somos más optimistas, podemos pensar que está el germen de una
recomposición de los movimientos sociales y el empoderamiento de la ciudadanía.
Durante la última reunión del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco
Mundial (BM), realizada hacia mediados de abril en Washington, las advertencias
fueron más o menos claras. El terremoto, que se mueve desde arriba, desde aquel
templo del capital, que es Wall Street, ha comenzado a tener sus réplicas en los
suburbios de Puerto Príncipe y en algunas capitales africanas. Si en Wall Street
los rostros están demacrados por la pérdida en el valor de las acciones y la caída
en las utilidades de los grandes bancos, en Haití y Africa se observan rostros
crispados por el hambre, que demandan el fin al encarecimiento de los alimentos.
Durante los últimos dos años, el precio de los alimentos ha subido un 80 por
ciento, efecto, bien sabemos, de la especulación financiera que busca nuevas
formas de inversión. Este fenómeno, dice el FMI, que ya afecta a muchos países
pobres y en desarrollo –el proceso de reducción de la pobreza ha retrocedido en
todo el mundo- se trasladará también al resto de la economía.
“Esta puede ser la ruta de un gran conflicto en el futuro. Si los precios de los
alimentos continúan como hasta hoy, entonces las consecuencias serían terribles”,
declaró Dominique Strauss-Kahn, director gerente del FMI.
Desempleo y alza de los precios básicos. Una mezcla perversa, trágica y…
explosiva.
PAUL WALDER
[email protected]
Publicado en el último número de revista Punto Final
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